Susan King - La Leyenda de Kinglassie

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La leyenda de Kinglassie

Susan King

Prlogo

Verano de 1306. Galloway, Escocia

Amaneca. De pie en lo alto de una verde colina, Christian observaba cmo arda su hogar. Espesas nubes negras se elevaban de las paredes del castillo y oscurecan el cielo, y el humo acre le hera los ojos. Pero ella se negaba a dejar que asomaran las lgrimas. Lanz una mirada a su rubia hija y le apret ligeramente la mano.

-Miethair -dijo la nia-. Tu clarsach...

-Mi arpa est a salvo -murmur Christian en galico-. La he escondido, como tambin te esconder a ti, cario. -La sujet con fuerza durante un instante-. Los ingleses no encontrarn nada de valor en el castillo de Kinglassie.

Era la viuda de un caballero ingls, pero lady Christian haba sido declarada traidora y proscrita por el rey Eduardo de Inglaterra, que la haba despojado de sus tierras en Escocia. Como si l tuviera derecho a reclamar la tierra, pens con amargura. Ahora su supervivencia y la seguridad de su hija dependan de que lograran esconderse de los soldados ingleses que las buscaban. No poda continuar en aquel lugar.

Pero su ltimo acto como duea haba sido prender fuego al castillo. Haba necesitado todo el valor que tena para acercar una tea ardiendo a un montn de paja, justo antes del amanecer. Ahora senta que la invada la tristeza, aunque se record a s misma que lo haba hecho obedeciendo las rdenes de su rey y primo, Robert Bruce.

Su hija la mir otra vez.

-Pero qu ocurrir con la leyenda de Kinglassie? -pregunt.

-La leyenda est a salvo del fuego -dijo Christian, pero cerr los ojos durante un instante para ocultar su miedo y su vacilacin. Echndose hacia atrs la gruesa trenza, Christian se llev una mano al pecho, fajado con el tartn azul y prpura que llevaba sobre el vestido. Desliz la mano por de bajo de la lana para tocar el medalln dorado que penda de una correa de cuero alrededor de su cuello. Sus sensibles dedos acariciaron la piedra de granate rodeada de hilos de oro y engarzada en un disco de oro.

Ahora, eso era lo nico que quedaba de la leyenda de Kinglassie.

Haba logrado salvar su arpa y algunas cosas ms, pero el fuego que arrasaba ferozmente el castillo seguramente destruira el antiguo tesoro -an por descubrir- que estaba oculto en alguna parte de Kinglassie. Enterrado, convertido en cenizas, era seguro que desaparecera para siempre, evaporado por las llamas.

Christian levant la cabeza para contemplar el humo negro, y sus dedos se cerraron con fuerza sobre el disco dorado que llevaba al cuello. Saba que quemar Kinglassie haba sido un acto de desafo contra los odiados ingleses y una medida necesaria para proteger Escocia. Cuando llegaran los soldados ingleses, no encontraran ningn castillo escocs que conquistar y conservar, ni prisioneros que tomar. Pero Christian se senta ms como una traidora a Escocia que como una rebelde leal. El incendio que haba provocado consumira ms que sus posesiones en el centro de Galloway; tambin destruira una antigua leyenda que hablaba de esperanza para Escocia.

Los tablones de madera se hundan y crujan con un ruido ensordecedor dentro de los gruesos muros, lanzando al aire nubes de cenizas y chispas. Las cuatro torres de Kinglassie eran ahora enormes chimeneas que escupan humo, moles ennegrecidas rodeadas de una pared de fuego, humo y piedras en ruinas.

Asentado sobre un promontorio que miraba a un lago, el castillo daba la espalda a los densos bosques y las empinadas y salvajes colinas de Galloway.

Desde aquellas altas crestas, en un da claro parecan cercanas las montaas de Irlanda, al otro lado del mar. En un da malo, los incendios provocados por los ejrcitos ingleses oscurecan el cielo igual que el humo de Kinglassie.

-Christian! -Volvi la vista hacia su primo Thomas Bruce, que golpeaba el suelo con impaciencia mientras sostena las riendas de dos inquietos corceles. Pens que tena el aspecto de un prncipe orgulloso e indmito, verdaderamente el hermano de un rey-. Debemos darnos prisa! -grit.

-S, Thomas -dijo ella, respondiendo en ingls del norte, la lengua que su esposo le haba enseado. Suspir y dio la espalda a las oscuras nubes que ascendan en espirales bajo la plida luz diurna.

-El mensaje que te envi el rey Robert era urgente continu Thomas-. Ahora que tambin t eres una proscrita, mi hermano quiere que te renas con l en Strathfillan. Debes viajar con la reina y la familia hasta el castillo de Kildrummy, donde estars segura. Mi hermano Neil cuidar de vosotras. Pero te ruego que te apresures.

-Permteme unos instantes para hablar con mi hija -dijo ella.

-Date prisa -replic su primo-. Ahora somos todos renegados, junto con nuestro rey. Los ingleses nos estn buscando, tenemos poco tiempo.

Ella asinti rpidamente, frunciendo el ceo. Su vida se haba visto arrojada a un torbellino cuando Robert Bruce tuvo la osada de tomar el trono de Escocia. Haba asesinado a su rival ms importante dentro del recinto sagrado de una iglesia, y se haba coronado a s mismo rey de los escoceses. Tras la desastrosa batalla de Methven en junio, en la que los escoceses haban sido totalmente derrotados por los ingleses, Robert Bruce haba huido a las montaas con unos pocos seguidores. Todos los que le apoyaban haban sido declarados proscritos por el rey ingls.

Cada uno de los acontecimientos de los ltimos meses haba afectado profundamente la vida de Christian. Siendo prima de los Bruce por parte de su abuela materna, Christian haba ofrecido toda la ayuda que haba podido ofrecer: hombres, armas, algo de dinero. Pero al igual que una piedra que se arroja a un estanque, su decisin de ayudar haba creado grandes sobresaltos en su vida. Su esposo ingls haba muerto en la batalla haca poco menos de un mes, y la tremenda furia del rey ingls se haba vuelto directamente contra ella.

Y ahora su hogar estaba ardiendo.

Tirando con suavidad de la mano de su hija, fue hacia su amiga Moira. Thomas Bruce haba dicho que llevar a la nia consigo sera demasiado peligroso, por lo que Christian haba pedido a Moira y al esposo de sta que se ocuparan de Michaelmas hasta que ella pudiera regresar. Lo antes posible, Christian tena la intencin de huir con su hija al oeste de las Highlands, a refugiarse en el clan MacGillean y la gente de su padre. Esperaba que la presencia inglesa, la pesadilla inglesa, fuera all menos obvia.

Mir a su hija adoptada y le acarici el cabello, rubio y fino como seda de color crema. La nia levant hacia ella su delicado rostro y la mir con sus ojos azul claro mucho ms serios de lo que caba esperar de sus nueve aos.

-Moira y su esposo tienen una bonita casa para ti, y sus hijos son amigos tuyos -dijo Christian suavemente en galico, la lengua que utilizaba ms frecuentemente con su hija, aunque las dos entendan el ingls del norte que hablaban muchos escoceses de las tierras bajas-. Te prometo que enviar a buscarte tan pronto como pueda. -La nia asinti con la cabeza, pero Christian notaba su miedo-. Ests a salvo, milis, cario -dijo-. Creme.

Abraz a Michaelmas y le acarici con la mano el rubio cabello, que contrastaba vivamente con su gruesa trenza de cabello oscuro.

-Christian -llam Thomas, casi en una splica.

-Madre -dijo Michaelmas-, Thomas Bruce parece muy enfadado, como si quisiera irse sin ti.

-Los cinco hermanos Bruce son famosos por su valenta, su belleza y su inteligencia -replic ella-, pero no por su paciencia. Le ponemos a prueba un poco ms? -La dulce risita de la nia hizo sonrer a Christian.

Se quit el colgante con su correa y se lo dio a Michaelmas. El antiguo disco dorado, que no era ms grande que la mano de la nia, estaba decorado con hilo de oro retorcido formando un elegante dibujo entrelazado, alrededor del granate del centro. Michaelmas toc el medalln con delicadeza y mir a su madre.

-Por qu me lo das a m? -susurr respetuosamente.

-S que t lo cuidars bien -dijo Christian-. Las mujeres de la familia de mi madre siempre han sido las guardianas de la leyenda. Este medalln es lo nico que queda del tesoro que dicen que est oculto en el corazn de Kinglassie. -Desliz la piedra en la mano de la nia-. Llvalo y protgelo. Los ingleses ya saben que Kinglassie contiene algn secreto importante para el trono escocs. No deben encontrar esto, porque les asaltar la fiebre de buscar nuestro oro aunque para ello tengan que hacer pedazos incluso estas ruinas.

-Pero yo no soy de la sangre de tu madre para ser la guardiana de esto -dijo Michaelmas-. Moira dice que soy hija de las hadas, una nia sustituida por otra.

-Calla. No eres ninguna nia sustituida, sino una hurfana -dijo Christian. Suspir y le toc con dulzura el cabello-. Ojal yo supiera quin fue tu madre, pero estoy segura de que tuvo que ser una dama muy hermosa, porque t eres una nia preciosa. Y naciste en el da de San Miguel, as que tu nombre invoca la proteccin de los ngeles. Recurdalo siempre.

-Espero que los ngeles estn contigo tambin, Mathair, cuando te vayas -dijo Michaelmas.

-Christian, date prisa! -grit Thomas-. Es que quieres ver las lanzas inglesas acercndose por esas colinas?

Christian escondi el colgante debajo del cuello del vestido de su hija.

-Guarda bien todos nuestros secretos hasta que enve alguien a buscarte, milis -susurr, abrazndola de nuevo. Despus se acercaron a Moira.

Christian dio las gracias a su amiga por su amabilidad y se dio la vuelta. Las lgrimas que haba conseguido contener hasta entonces inundaron de repente sus ojos al tiempo que se diriga hacia Thomas. Su primo la ayud a subir a la silla del alto caballo de guerra ingls y se volvi para subir a su propia montura. Acomodndose en su asiento, Christian se sec rpidamente los ojos con la mano antes de tomar las riendas, lista para partir. Thomas le sonri, con un guio en sus ojos marrones.

-Lady Christian MacGillean -dijo-, Christian de Kinglassie, que ha quemado su propio castillo, se ha despedido de su hija con un beso y ahora cabalga como una proscrita para unirse a un rey fugitivo. -Inclin la cabeza-. Respeto tu coraje, y tambin tu belleza, mi seora.

Christian ri sin ganas.

-Thomas Bruce, tienes un pico de oro y un corazn osado, y eres mucho ms apuesto que yo. Y yo no me siento en lo absoluto valiente. -Contempl el humo negro que se elevaba sobre sus cabezas-. Me siento aterrorizada.

Thomas asinti y espole a su caballo.

-Lo s, pero cuando los ingleses se vayan por fin de Escocia, todos recuperaremos la paz en nuestras vidas.

-Anso la soledad y la paz ms de lo que te imaginas -murmur ella guiando su caballo aliado del de Thomas. Una blanda neblina envolva las patas de los caballos-. He estado ocho aos casada con un caballero ingls, con una guarnicin inglesa en mi castillo. Nunca ms -dijo con vehemencia-, nunca ms estar cerca de los caballeros sasunnach que toman nuestros castillos y nuestras tierras y asesinan a nuestras gentes en nombre de su rey.

-Robert conseguir derrotar al rey Eduardo, aunque necesitar mucho ms apoyo de los escoceses de lo que tiene ahora. Pero con el tiempo, Escocia volver a ser nuestra.

Christian suspir y asinti con la cabeza.

-Kinglassie era lo nico que tena, Thomas. Los ingleses me permitieron conservarlo slo porque rend homenaje al rey Eduardo por las tierras.

-Eras muy joven -le record l.

-Quince aos, y an no me haba casado, y no saba muy bien qu deba hacer. Mi to me oblig a firmar el juramento de pleitesa por mi propia proteccin, y despus me empuj a casarme con un caballero sasunnach para tenerme segura.

-Te perjudic eso? No todos los caballeros ingleses son malos.

-Ja -respondi ella simplemente.

-Se deca que tu esposo era un hombre justo.

-Y ahora se dice que yo le asesin -coment ella con calma.

-No participaste directamente en la muerte de Henry Faulkener.

-No particip directamente -dijo ella-. Di eso a los ingleses. -Lanz una mirada a su espalda. Pequea e inmvil, Michaelmas segua de pie en la colina junto a Moira, observndoles. Christian sinti una angustia profunda y aguda que le oprima el pecho, y apart la mirada.

-Tu esposo dio un hogar a una nia hurfana -dijo Thomas-. Tengo entendido que era un buen hombre.

-Lo era, con todos excepto con su esposa. -De pronto asi las riendas con fuerza y espole a su caballo.

Mientras cabalgaba, sinti al respirar el olor acre del humo negro que flotaba en el viento. Los ingleses que ahora pisoteaban Escocia con tanta libertad haban destrozado la vida que ella haba conocido. Su esposo, su hogar, el futuro de su hija... todo haba desaparecido. De pronto dese encontrarse en el oeste de las Highlands, donde el castillo de su padre haba dominado en otro tiempo el mar gris y salvaje. Cuando ella era muy pequea, los rivales de su padre en las Highlands haban evitado siempre acercarse a su torre por miedo al seor del castillo y a la esposa de ste, una mujer cruel y hermosa venida de Galloway. Pero los ingleses haban cambiado aquello. Haban tomado su castillo y matado a su padre y a su madre. Y sus hermanos haban muerto aos ms tarde, luchando contra los caballeros ingleses.

Y Christian se haba casado con el caballero ingls cuyas tropas haban ocupado las torres de Kinglassie. Hasta que fue capturado por los ingleses, Kinglassie haba pertenecido a la familia de su madre, descendiente de la realeza celta. Sobre la gran roca que dominaba el lago de Kinglassie se haban construido sucesivamente varias fortalezas, cada una de ellas guardiana de la antigua leyenda.

Pero Christian haba convertido en ruinas el castillo. Haba destruido la herencia que le haban enseado que deba preservar.

Resistindose al impulso de volverse para mirar la columna de humo que dejaba atrs, Christian sigui su camino.

Septiembre de 1306. Las Highlands

La capilla de piedra, baada en el sol otoal y construida al abrigo de un pequeo valle, estaba invadida por los gritos, y su prtico de piedra manchado de sangre. Christian permaneca escondida detrs de un grupo cercano de rboles, temblando y llorando, impotente para ayudar. Se senta como si flotara en medio de una pesadilla. Mientras observaba desde los rboles, la esposa de Robert, Elizabeth, y la pequea hija de ambos, Marjorie, junto con las hermanas de Bruce y una joven condesa escocesa, haban sido obligadas brutalmente por los soldados ingleses a salir de la capilla. Y los caballeros escoceses que haban intentado protegerlas haban sido asesinados o capturados.

A la largo de las interminables semanas durante las cuales Christian haba permanecido con la reina en Kildrummy, haba llegado a conocer a todos esos hombres y mujeres. Haban escapado al norte huyendo hacia las islas Orcadas cuando se detuvieron para rezar en esta capilla. Los soldados tendieron una emboscada a los escoceses que montaban guardia fuera de la iglesia. Aunque estos ltimos lucharon valerosamente, fueron ampliamente superados en nmero.

Ahora, con la respiracin agitada y jadeante, tumbada boca abajo entre la brillante vegetacin otoal, Christian observaba y rezaba, escondida, sin armas e indefensa. Ella era tambin una de las mujeres que estos sasunnach buscaban con tanta ferocidad.

Christian haba rezado en la capilla un poco antes, pero haba ido a dar un corto paseo, entumecida despus de largas horas sin bajar del caballo. Al regresar haba odo los gritos, y se haba echado al suelo horrorizada. Pero ahora la capilla estaba en silencio, rodeada por los dorados bosques de las colinas circundantes. En medio de aquella paz yacan los cuerpos silenciosos e inmviles de los caballeros escoceses cuya sangre se mezclaba con las hojas cadas. Se puso de pie, temblando. Decidida a contar a los escoceses leales que vivan cerca de all que la reina haba sido capturada, ech a correr a travs del bosque de abedules.

Su paso era fuerte y rpido, y sus piernas giles saltaban sobre las ramas cadas y pasaban rozando las hojas. Su respiracin y sus pies creaban un ritmo que fue lo nico que oy hasta que fue demasiado tarde. Cuatro caballos se le acercaron por detrs, con el ruido de los cascos amortiguado por la densa vegetacin. Unos soldados ingleses le gritaron que se detuviera, pero ella continu corriendo.

Un grueso brazo cubierto por una cota de malla se lanz hacia ella, pero logr esquivarlo saltando hacia un costado. El hombre lanz un juramento, espole a su caballo y la atrap entre su montura y otro atacante. Alguien agarr su tartn y tir de l hacia arriba, ahogndola con la tela retorcida. Tropez y cay, pero logr revolverse y ponerse otra vez de pie. Uno de los hombres desmont y se lanz sobre ella, hacindola caer pesadamente al suelo. El enorme peso de su cuerpo, vestido con un chaleco acolchado y protegido por una armadura de cota de malla, amenaz con aplastarla. No poda moverse y apenas consegua respirar, aunque forceje y grit desesperadamente debajo del hombre.

-Deja que se ponga de pie.

La voz que oy por encima de su cabeza era cortante como el acero.

El soldado se apart de ella, gruendo, y la oblig a ponerse de pie de un tirn. El cabello, despeinado y alborotado, le haba cado hacia adelante en mechones sueltos ocultndole el rostro. Ech la cabeza hacia atrs y mir desafiante al alto caballero vestido con cota de malla y una tnica corta de color rojo.

Dhia, pens; por Dios, este hombre no. El miedo hizo que un escalofro le recorriera el vientre. De todos los capitanes que haba conocido con su esposo en Kinglassie, este hombre, Oliver Hastings, era famoso por cometer vilezas slo superadas por el mismo Eduardo Plantagenet. El sacerdote de Kinglassie haba dicho a sus fieles en una ocasin que cuando el rey Eduardo descarg su clera sobre Escocia, el demonio haba enviado a Oliver Hastings para que llevara a la prctica las rdenes del rey.

-Lady Christian. -Hastings la miraba fijamente con los ojos entornados y un gesto de crueldad en la boca. La barba negra que bordeaba su mandbula daba a su cara un perfil definido-. No me sorprende encontraros aqu, con las dems mujeres de la familia Bruce. He visto el castillo de Kinglassie. No me extraa que huyerais de los ingleses. Obedecais rdenes de Bruce? Tengo entendido que le encanta quemar suelo escocs.

-Impediremos a los ingleses con todas nuestras fuerzas que tomen nuestras tierras y nuestras vidas -dijo ella alzan- do la barbilla con arrogancia-. El rey Eduardo no tiene motivos para invadir Escocia, pero nosotros s tenemos buenos motivos para resistir.

-Hablis muy bien. Pronto tendris la oportunidad de decir vuestro bonito discurso ante el rey. Pero l ver ms all de vuestras hermosas palabras y vuestro hermoso rostro, y reconocer en vos a una traidora. -Se quit los guantes de cuero y los golpe suavemente contra la palma de su mano. Su mirada era fra y siniestra-. El rey Eduardo ha declarado que las mujeres que apoyen a Robert Bruce deben ser tratadas como proscritas. No se mostrar clemencia con ellas, cualquier hombre puede robarles, violarlas o asesinarlas sin miedo a las represalias.

El corazn de Christian le golpeaba el pecho con fuerza, y su respiracin se volvi agitada.

-Puede que no haya represalias aqu, en la tierra -dijo, apretando los dientes.

El lade la cabeza a modo de aceptacin.

-Tal vez. Pero ahora estis sin proteccin, mi seora. Sabed que estaris a salvo a mi cuidado... si puedo contar con vuestra conformidad.

Sinti la boca seca por el miedo, pero permaneci en silencio mientras Hastings segua golpeando los guantes contra su mano.

-He visto lo que habis hecho con Kinglassie -dijo l-. No est lejos del castillo de Loch Doon, mi nueva residencia. Como sabris, hace varias semanas tomamos el castillo de Loch Doon de manos de unos simpatizantes de Bruce.

-No lo saba -dijo ella. Loch Doon estaba a slo unas millas al norte de Kinglassie. Aspir profundamente, preguntndose qu le habra ocurrido a Michaelmas, pero sin poder preguntar por ella; no quera que Hastings supiera que su hija se haba quedado cerca de Kinglassie.

-Kinglassie ya no es ms que una cscara vaca -dijo Hastings-. Antes de encender la primera antorcha, supongo que sacasteis todo lo que haba de valor. He aprendido que los escoceses no son tan idiotas como pueden parecer. -La mir expectante.

-Qu queris? -pregunt ella.

-Kinglassie guarda un tesoro que sostiene el trono de Escocia. El rey Eduardo quiere ese tesoro.

El corazn empez a golpearle el pecho con furia, ms por la clera que por el miedo.

-Mi propio esposo lo busc, y no pudo encontrarlo -escupi.

-Entonces es que era un idiota. Pero yo no, y me preocupa vuestra vida, mi seora. Cuando el rey descubra que habis quemado ese castillo, se pondr furioso y exigir que le entreguis el oro. Recordad -aadi lentamente- que en este momento necesitis mi proteccin. Decidme dnde est escondido.

Ella alz la barbilla ligeramente.

-Slo puedo deciros que el tesoro de Kinglassie no ha sido visto durante varias generaciones.

-Ya he dicho que no soy un idiota, mi seora.

-Y yo no soy una mentirosa.

l sonri y volvi a ponerse los guantes-

-Un rebelde que no miente? Curioso, en efecto. Ese tesoro existe en alguna parte, y vos conocis la verdad. El rey Eduardo reclama todo vestigio que sostenga el trono de Escocia.

-Robert Bruce es el nico que tiene derecho legtimo a reclamar el trono, y por lo tanto tiene derecho al oro de Kinglassie.

l dej escapar un suspiro.

-Muy bien, mi seora. Guardad vuestro secreto por el momento, pero recordad que las rebeliones se pagan. -Le tendi la mano izquierda-. Venid conmigo, pues.

Christian sinti que se le cortaba la respiracin, asfixiada por una rfaga de miedo fra y penetrante.

-Qu har el rey Eduardo?

Hastings hizo una pausa, curvando los labios en una sonrisa rgida.

-Mi seora -dijo-, alguna vez habis imaginado cmo ser el infierno?

Captulo 1

Enero de 1307. Castillo de Carlisle, Inglaterra

-Un pjaro -dijo Gavin pensativamente, mirando por el borde del parapeto-. Un pjaro pequeo dentro de una jaula.

Una fra niebla flotaba a travs de las tablas en forma de celosa de un recinto construido en madera y hierro, una jaula cuadrada, que haba sido unida al muro exterior del parapeto. En medio de la niebla se revel la forma de una mujer envuelta en un tartn de color azul y prpura, que estaba acurrucada sobre el suelo de madera. Permaneca inmvil como una estatua, y a Gavin Faulkener le recordaba algn horrible retrato de la muerte o de la plaga. Cuando su delgada forma cambi de postura debajo de la lana, vio una maraa de cabello largo y oscuro, unos dedos finos y un pequeo pie metido en una bota de cuero gastada. Oy una tos profunda y aguda.

-Por Dios santo, enjaular a una mujer -dijo con consternacin. Sacudi la cabeza y mir a su to-. En el nombre de Dios, qu ha impulsado al rey Eduardo a hacer esto? En los ocho aos que he sido embajador en la corte parisina, nunca he odo que un rey cristiano se haya atrevido a tratar a una mujer de semejante modo.

-Se parece a un brbaro artilugio que vi una vez en Tierra Santa, hace treinta aos -dijo John MacKerras-. Pero viniendo del hombre al que llaman la flor de la caballera, esto es bastante salvaje.

Gavin asinti con seriedad.

-El rey siente un profundo odio por los escoceses. Comprendo perfectamente, to, que como escocs te sientas horrorizado al ver esto.

-S -dijo John-. Esa es una de las razones por las que quera que te reunieras aqu conmigo.

Gavin estir un brazo para tirar de la pequea puerta de la jaula, pero descubri que estaba cerrada con llave. Al examinar la estructura, observ que meda dos metros escasos a lo largo y a lo ancho, y que la haban amarrado y clavado en su emplazamiento sobre la pared exterior del castillo. La base de tablones estaba sujeta con clavos a las vigas salientes que normalmente sostenan las vallas de construccin de madera que protegan a los soldados durante la batalla. La puerta haba sido situada en una de las aberturas del muro almenado.

La muchacha tosi de nuevo, con una tos larga y profunda, y volvi la cabeza. Al hacerlo, una maraa de cabello oscuro resbal de su cara. El cansancio y el sufrimiento haban quitado brillo a su piel clara, y unas sombras de color prpura rodeaban sus ojos cerrados.

-Jess -musit Gavin-. Est enferma. Cunto tiempo lleva ah?

-Desde septiembre -dijo el guardia. Gavin maldijo en voz baja.

-Ya ha pasado la Navidad. No es ms que una nia, para aprender una leccin tan dura de la caballerosidad inglesa. En el nombre de Dios, cul es su crimen?

John solt una risa fra y seca.

-Su crimen es ser la prima de Bruce, capturada con las dems mujeres de su familia en las Highlands. El rey Eduardo ha declarado a esas mujeres traidoras y rebeldes.

-Pero Eduardo ha ledo los tratados que establecen la conducta adecuada en tiempos de guerra. Los no combatientes, sobre todo las mujeres, merecen proteccin simplemente por caridad cristiana.

-Ach, Eduardo hace caso omiso de las normas de caballera cuando le conviene. Afirma que los escoceses son rebeldes segn la jurisdiccin inglesa, y no un pas soberano e independiente. -John mir a Gavin-. Eduardo hizo construir jaulas como sta en Roxburgh y Berwick para la hermana de Bruce y la joven condesa de Buchan.

Gavin curv los labios en una expresin severa. Berwick. El simple nombre de aquella ciudad hizo que un escalofro le recorriera la espalda. Dentro de las murallas de Berwick, diez aos atrs, haba presenciado salvajismo suficiente para dejar de ser un joven caballero idealista y convertirse en un declarado traidor de un da para otro.

Sus acciones de aquel da le haban costado caras, demasiado caras. Haba pasado aos limpiando su reputacin para recuperar lo que haba perdido.

Ahora, al mirar a aquella muchacha escocesa, se preguntaba si siquiera le preocupaba contar con la estima o la generosidad de un rey capaz de hacer semejante cosa a una mujer.

Mir a su to.

-Acabamos de llegar a Carlisle esta maana y ya te has enterado de todo esto, y te has pasado aqu casi todo el da, por lo que me ha dicho el centinela.

-Vi a esta muchacha as y no pude marcharme -dijo John-. Pens que t querras verla tambin, pero estabas en la abada de Lanercost, en audiencia con el rey y esos obispos que hemos trado. A decir verdad, no pude soportar un momento ms con esos curas con mitra quejndose como nios malcriados durante todo el camino desde Pars.

Gavin ri disimuladamente.

-Dudo de que yo haya tenido un viaje ms tedioso como embajador. Hiciste bien en separarte del resto de la partida y esperar con el ejrcito del rey aqu en Carlisle, mientras nosotros continubamos a Lanercost.

-A Eduardo no le gustara ver un escocs en tu entorno, aunque se trate de tu propio to y de un soldado. Ser un alivio regresar a Francia, donde los escoceses son bienvenidos.

Gavin afloj las cintas de cuero de su garganta y empuj hacia atrs la capucha de su cota de malla. Su cabello castao claro le cay sobre los ojos y tambin se lo ech hacia atrs con un gesto de impaciencia.

-An tardaremos un tiempo en regresar. He decidido quedarme por lo menos todo el invierno. El rey me debe tierras en Inglaterra por mis servicios a la corona, y tengo la intencin de reclamarlas ahora.

-S, lo s -John dej escapar un suspiro largo y profundo-. Pero al ver a esa muchacha, una parte de m lamenta los aos que he pasado al servicio de los ingleses. No quiero formar parte de esto.

-Acaso tu alma escocesa anhela luchar a favor de Robert Bruce? -pregunt Gavin con suavidad.

John se encogi de hombros.

-T eres medio escocs, por mi hermana. Puedes confiar en un rey capaz de hacer esto a una muchacha?

Gavin observ el interior de la jaula. La joven escocesa estir una mano fina y delgada para acercarse ms la tela de lana que la cubra, al tiempo que el viento le revolva el cabello. Tena las puntas de los dedos enrojecidas por el fro.

Las varias capas de clida lana y de lino acolchado que llevaba debajo de la cota de malla y de la tnica protegan a Gavin del fro. Su grueso manto azul oscuro forrado de piel se agitaba contra sus piernas. De pronto se dio cuenta de que deseaba quitarse la capa y ponerla sobre los hombros de la muchacha escocesa.

-Eduardo la ha dejado ah como si fuera carnada -dijo-. Es un cebo para el rey de los escoceses?

-Robert Bruce est escondido como un renegado desde la primavera pasada. Eduardo ha enjaulado a esta mujer por despecho, no ha sido acusada formalmente de ningn delito.

-Qu ms sabes de ella?

-Es la viuda de un caballero ingls. Su padre y sus hermanos estn muertos, eran todos rebeldes que lucharon con William Wallace y despus con Robert Bruce. La muchacha hered un castillo en Galloway que Eduardo ansiaba para s, y todava lo quiere, segn he odo decir.

-Tiene nombre, o basta con llamarla prima de Bruce? -Lady Christian MacGillean.

-MacGillean es el nombre de un clan. Has dicho que su esposo era un caballero ingls.

-Muchas mujeres escocesas no toman el nombre de sus maridos.

-Ah. Y quin era el caballero con el que se cas?

-Henry Faulkener.

Gavin solt una maldicin y se pas los dedos nerviosamente por el cabello. Maldijo de nuevo.

-El primo de mi padre?

John le mir con severidad por debajo de sus gruesas cejas grises.

-S. Esta muchacha es la viuda de tu primo.

-Jess -dijo Gavin, aturdido-. Henry era mayor que mi padre, casi no le recuerdo. En diez aos, apenas he sabido nada de l. Cundo muri?

-El verano pasado, luchando contra los escoceses. Se cas con esta mujer hace varios aos, cuando tom posesin de su castillo, eso es todo lo que s.

-De modo que por eso queras que me reuniera aqu contigo.

-As es -dijo John-, y porque pens que alguien tiene que hablar al rey a favor de ella.

-Eduardo no perdonar a un escocs fcilmente.

-Pero s te escuchar a ti. Hubo un tiempo en el que eras uno de sus caballeros preferidos.

-Eso fue hace mucho. Perd su favor, y me ha costado un gran esfuerzo recuperarlo. Ahora me debe una promesa, tierras y un castillo, los cuales pienso reclamar.

-Pero has negociado con xito el matrimonio de su heredero con la joven princesa francesa. En este momento cuentas con su gracia.

-Y tengo la intencin de reclamar lo que se me debe.

-Eres un embajador muy hbil. Convence al rey. ..

-John -le interrumpi Gavin-, el nico asunto que quiero negociar despus de reclamar esas tierras es el precio de venta de mi lana y mi grano en la feria de la cosecha de la prxima temporada.

-Ach -gru John-. l valora mucho tu opinin en poltica.

Gavin frunci el ceo mientras contemplaba las tablas de madera de la jaula. La niebla volvi borroso por un instante el bulto formado por la viuda de Henry y luego lo dej ver de nuevo. Observ cmo la muchacha levantaba un codo, tosa speramente y despus se dejaba caer de nuevo sobre el suelo de madera.

-Es prima tuya por matrimonio. Habla con el rey.

-Es un pajarillo agonizante encerrado en una jaula - dijo Gavin con suavidad-. Mrala. No tiene tiempo que perder mientras yo intercedo a su favor. -Suspir pesada- mente-. Pero sera mejor llevarla a un convento y dejarla morir en paz.

-Espero que t te encargues de eso -dijo John.

La niebla flotaba entre los tablones de madera como si fueran las almas fantasmales de los muertos. Christian se pregunt si pronto su propia alma saldra flotando tambin de aquella jaula, como un frgil jirn de niebla. Dej escapar otro lento suspiro, sintiendo el roce spero de la enfermedad en sus pulmones. Tena los pies fros, y los meti debajo de su tartn para conservar en lo posible el calor.

El rey ingls nunca la dejara salir de all, tan slo su muerte la liberara de su encierro. Ese pensamiento la enfureci y aguijone su voluntad, animndola un poco. Su hija la estaba esperando, y mientras Michaelmas la necesitara, ella no poda morir. Rezaba a Dios por que as fuera.

Acurrucada sobre el hmedo suelo de la jaula, apoy la cabeza sobre los brazos y tosi de nuevo. Ahora tosa con mucha frecuencia, y el hacerlo le produca tanto dolor que intentaba resistirse, aunque saba que en su interior se acumulaba alguna sustancia que la estaba envenenando. Ultimamente se senta sumamente cansada, demasiado agotada para luchar contra la tos, el fro y el hambre durante mucho ms tiempo. Del otro lado de la puerta de la jaula le llegaban murmullos de voces masculinas. A veces eran guardias que hablaban entre s, aunque el rey haba dado la orden de que ninguno de ellos le dirigiese la palabra a ella. Se haba acostumbrado a la deprimente soledad de su silencio, tanto como se haba acostumbrado a la constante frialdad del aire.

Volvi la cabeza para mirar aquel cruel diseo de tablones de madera, que se vean oscuros en medio de la niebla amorfa. El sol y la lluvia, el viento helado y la escarcha entraban libremente en su prisin. El vestido de lana, la tnica y el grueso tartn que llevaba no eran proteccin suficiente contra el cortante fro invernal. Las mantas que le haban dado el da anterior se las haban vuelto a quitar, pero eso no la sorprenda, rara vez le permitan conservar las mantas durante ms tiempo. Tembl y tosi.

Los hombres que estaban al otro lado de la jaula seguan hablando en voz baja, aunque ella no lograba or los detalles de su conversacin. Uno de ellos tena una voz bronca y de mayor edad, y hablaba el escocs con tono armonioso. El otro hablaba el ingls del norte con voz profunda y melosa, tan clida y tranquilizadora como las cuerdas ms graves de su arpa. Hizo un esfuerzo para girar la cabeza, y vio dos hombres de pie junto a la puerta de la jaula que la observaban con inters, claramente hablando de ella. Christian frunci el ceo. El mayor era escocs... Entonces lo eran los dos? Su corazn empez a latir con ms fuerza, alimentado con la esperanza. Quiz fueran escoceses leales enviados por Robert Bruce para rescatarla.

Alz la cabeza para mirarles a travs de su oscura mata de pelo, y entonces se le cort la respiracin en un gesto de sorpresa. El caballero ms joven, que era tambin ms alto que su compaero de cabello gris, pareca un santo guerrero, resplandeciente y glorioso. Podra haber sido el mismsimo san Miguel, enviado para velar los ltimos instantes de los moribundos. Parpade preguntndose si realmente estaba all o era una visin o un sueo de algn tipo.

Su armadura brillaba como la plata, y su tnica blanca luca un bordado que formaba un dibujo de alas doradas. Sin el yelmo, el cabello le rozaba los anchos hombros y lanzaba destellos de una luz dorada. l la miraba en silencio, con expresin de ferocidad y sin embargo de profunda compasin. Pareca estar hecho de brillante acero y oro y de paz celestial. Seguramente no era un hombre mortal, sino una visin, un arcngel enviado para consolarla. Fascinada, trat de incorporarse apoyndose en las manos. Quera que l la sacara de all; y de algn modo saba que l tambin quera lo mismo.

Entonces sinti que la recorra un pnico mortal. Si el cielo le haba enviado un salvador, si aqul era verdaderamente un arcngel, entonces ciertamente estaba agonizando. Jams volvera a ver a su hija.

Grit protestando contra ese pensamiento y se arrebuj de nuevo en la blanda negrura que pareca haber sustituido al suelo.

Gavin se sinti como si le hubieran golpeado en el alma.

Lady Christian haba levantado la cabeza, con largos mechones enredados de su cabello cayndole sobre el rostro, y le haba mirado directamente. El breve espacio de un abrir y cerrar de ojos, y haba vuelto a bajar la mirada. Aquel ramalazo de verde profundo y brillante fue como un sorprendente estallido de vida y color en su rostro sombro. En aquella mirada firme haba visto fuerza y orgullo, ninguna splica de piedad. Pero en aquellos ojos haba algo ms, una chispa de reconocimiento, una mirada de adoracin que le haba oprimido el corazn y acelerado de pronto su latido, y que le haba llegado a lo ms hondo, como si la frgil alma de ella hubiera tocado la suya, que estaba tan cuidadosamente guardada.

Tom aire, lo solt de nuevo, y mir a su to.

-Parece desfallecida -dijo John-. Dios nos valga, muchacho, te ha mirado como si fueras un santo, aqu de pie, como si fueras... -De pronto se detuvo-. Qu es lo que la reina Leonor te llamaba hace aos? S... el caballero angelical. Esta muchacha te ha mirado como si lo creyera, jurara que as es.

Gavin se encogi al recordar aquel embarazoso sobrenombre de su juventud. Gracias a Dios que la edad haba arrugado y endurecido aquella imagen angelical que haba heredado de su bella madre celta. Haba cambiado mucho con los aos, desde que la reina Leonor le llam por primera vez caballero angelical. Haba demostrado su habilidad triunfando en torneos, haba conquistado a las damas de la corte con su aspecto y sus modales, haba disfrutado del esplendor y del favor de las gentes. Pero esos das pertenecan ya al pasado, a los das anteriores a la muerte de la reina y anteriores a Berwick. Y fue antes de casarse con Jehanne.

Haba cambiado enormemente en los dos aos que siguieron a la muerte de Jehanne. Hasta entonces, la adoracin de tantas personas haba dado a su carcter un punto de arrogancia. Ahora estaba contento de haberse librado de l, aunque el precio de la humildad haba resultado ser muy caro. Tras aos de obtener todo lo que le apeteciera de las mujeres, finalmente se haba casado, esperando tener una vida cmoda con una mujer amable y delicadamente bella. Pero pronto se vio obligado a contemplar impotente cmo su joven esposa empezaba a consumirse bajo la garra implacable e insidiosa de una enfermedad de los pulmones.

Aquella experiencia haba sido a la vez humillante y destructiva para l. Jehanne necesit su ayuda, igual que ahora esta muchacha escocesa, pero su esposa haba muerto, l no haba sido un salvador para ella, a pesar de la que en aquella poca quera pensar de s mismo.

Su corazn se haba endurecido y se haba retirado a la sombra. Ya nadie deba llamarle ngel, y mucho menos esta muchacha pequea y agonizante.

No importaba la que l pudiera hacer por la va diplomtica, no se podra salvar a la escocesa. Conoca los sntomas demasiado bien: respiracin rpida, superficial y ruidosa; cutis plido y labios azulados; tos profunda y extrema debilidad. No haba duda de que la enfermedad de los pulmones haba hecho presa en ella.

Gavin sinti un impulso repentino de abrir la jaula de un tirn y llevarla a un lugar seguro. Podra haber hecho eso mismo diez aos antes, pero ahora saba que aquello era una tonta idea propia de una novela de caballera. Ahora era ms sensato, ms desconfiado, mucho ms cauteloso que cuando era ms joven. Eran lecciones que haba aprendido muy bien.

-El rey Eduardo muestra poca clemencia en la que se refiere a los escoceses. No querr escucharme -dijo, volviendo la espalda.

John le puso una mano en el brazo.

-No podemos marcharnos de Carlisle sin verla antes libre.

-Y qu quieres que haga? Raptarla? Puedo hablar con el rey, pero no puedo garantizarte nada.

-El centinela me dijo que Oliver Hastings la trajo aqu en el mes de septiembre -dijo John al tiempo que Gavin se daba la vuelta.

Gavin se detuvo.

-De modo que el diablo del rey sigue luchando por Inglaterra. -dijo con amargura.

-S. Es el brazo armado de Eduardo en Escocia.

-Seguro que saborea cada golpe que da.

-Tambin he sabido que Hastings visita a esta muchacha siempre que viene a Carlisle. Le niega la comida y ordena que le quiten las mantas. Los guardias dicen que la interroga sin piedad.

Gavin cerr con fuerza los puos hasta clavarse las uas en las palmas.

-Siempre le ha gustado mostrar crueldad con las mujeres. Qu quiere de ella?

John se encogi de hombros.

-El centinela no saba qu asunto tenan entre ellos. La muchacha no quiere hablar con Hastings, aunque l la ha golpeado, segn dicen, y le ha puesto una daga en el cuello.

-Jess -gru Gavin-. Tienes que contarme todo esto?

-S, muchacho -dijo John calmosamente-, tengo que hacerlo.

Gavin suspir y volvi a mirar a la muchacha. Aunque su corazn pareca retorcerse en su pecho, aunque deseaba introducir la mano por entre los barrotes de la jaula y tocarla, se volvi bruscamente de espaldas y ech a andar a zancadas.

-Es probable que muera antes de que el rey me conceda siquiera una audiencia.

-La ayudars, no eres tan duro -dijo John caminando a su lado.

Gavin ri sin ganas.

-Ocho aos en la corte francesa son suficientes para que un hombre salga de aquella retorta desengaado y convertido en un escptico o en un pecador, pero nunca en un santo. Esa muchacha se est muriendo, y es una escocesa, y dudo que el rey siquiera me escuche.

-Sabrs qu decir cuando llegue el momento.

-Como supe qu decir cuando cumpl las rdenes de Eduardo en Berwick hace aos? Lo que hice all me cost que me acusaran de traicin y me exiliaran. El rey tena entonces una opinin demasiado buena de m para sustituirme. -Sacudi la cabeza con cansancio-. No soy una esperanza como salvador de esa muchacha. No olvides, John, aunque cmo podras hacerlo, que el rey Eduardo odia a los escoceses con una furia envenenada. -Se adelant unos pasos y vio un centinela cerca-. Trae un brasero de carbn y mantas para la prisionera -orden.

El guardia parpade.

-Mi seor...

-Hazlo en seguida! -rugi Gavin. El hombre hizo un gesto de obediencia con la cabeza y ech a correr.

-Ah, no te has vuelto tan duro -dijo John mientras reanudaban el paseo.

Gavin frunci el entrecejo.

-Bien poco es lo que puedo hacer por esa muchacha.

-Y pedir permiso al rey para llevarla a un convento.

-Eres un hombre verdaderamente obstinado cuando decides ofrecer tu lealtad y declarar tu causa y me parece que debe de estar hacindote falta una buena dosis de aventura. Esos aos en Francia han sido demasiado aburridos para ti.

John sonri abiertamente.

-Bueno, tal vez. El da en que tu padre y yo rescatamos a aquella princesa sarracena cerca de Acre fue un da que jams olvidar. Puede que t tambin necesites algo de aventura, muchacho.

Al ver el brillo de los ojos castaos de John, Gavin sonri con tristeza y mene la cabeza.

-Qu tiene esa muchacha para haber conquistado tu viejo corazn escocs? Henry Faulkener no era precisamente tu pariente favorito.

John se encogi de hombros.

-Lady Christian me recuerda a Jehanne. No puedo soportar ver a otra muchacha temblar as.

Gavin mir a otra parte, cerrando la mano en un puo para controlar la sbita pena y frustracin que se le agolparon en la garganta.

-Si la sacamos de ah, John, la nica recompensa que conseguirs por tus esfuerzos ser que muera en tus brazos y yo, por mi parte, no tengo la intencin de pasar por eso otra vez.

-No te he pedido eso -murmur John-. Slo te pido que obtengas el permiso para sacarla de ah. Tu propia madre era escocesa...

-S, y mi madre podra haber puesto sus manos sobre ella a la manera celta y haberla curado. Pero mi madre est muerta, y esta muchacha escocesa no tiene la menor esperanza, salvo un milagro. La jaula de Eduardo ha determinado su destino.

-Ach, en otro tiempo te llamaban el caballero angelical. Eras un hroe. Dnde est ahora tu compasin, Gavin?

Gavin quiso contestar que an la tena, escondida dentro de s. Aquella mujer reducida a una piltrafa haba hecho mella en su corazn. Suspir con fuerza.

-Har falta un milagro para convencer al rey Eduardo.

-Lo conseguirs -dijo John con firmeza.

-Pero ya no creo en esa clase de milagros -dijo Gavin con brusquedad al tiempo que se alejaba a grandes pasos dejando a John de pie en medio de la fra niebla.

Debi de ser un sueo provocado por la fiebre. Christian levant la cabeza al tiempo que se aclaraban sus ideas, y mir los tablones desnudos de la puerta de la jaula. No haba nadie, ni guardias ni ngeles. Qu locura, haber visto un ngel resplandeciente y poderoso en medio de la niebla hmeda y gris.

Se oblig a s misma a sentarse y se apoy contra los tablones, tosiendo con aspereza. Temblando, tir del gastado tartn para cubrirse los hombros. Seguramente, la enfermedad haba empezado a afectarle la mente.

Se pregunt si sera ya la hora en que deba venir Dominy, la sirvienta inglesa que la atenda dos o tres veces al da y le traa sopa o pan y un poco de vino y la acompaaba a los retretes de la torre. Christian haba llegado a desear esos momentos del da como si fueran rayos de luz en medio de la negra oscuridad. Las manos de Dominy eran clidas y suaves, y le proporcionaban mucho consuelo, pues Dominy sola abrazarla o calentarle las manos con las suyas, e incluso darle la comida cuando ella estaba demasiado cansada para comer. Y tambin posea un coraje del que carecan los guardias, porque hablaba con ella a pesar de las rdenes del rey.

Pero Dominy an no haba venido, y Christian ya haba adivinado que Oliver Hastings se encontraba de nuevo en el castillo, porque le haban retirado las mantas y la comida de esa maana haba consistido en vino amargo y pan duro, la que Hastings habitualmente ordenaba para ella. Esper que esta vez estuviera demasiado ocupado con el rey para visitarla. No soportaba or aquella voz suya hablando en tono bajo y corrosivo, como la cuerda de una arpa que estuviera gastada y desafinada, a punto de romperse. No crea que la golpeara de nuevo ni la amenazara con el pual en el cuello para asustarla y herirla, como otras veces a la largo de las primeras semanas de su encierro. Los guardias no toleraran que Hastings le hiciera dao alguno mientras ellos estuvieran cerca. Qu gran irona, pens.

Los guardias del rey no permitiran a Hastings abusar de ella, pero en cambio haban obedecido sus rdenes de enjaularla y privarla de todo, exponerla al fro y la humedad hasta que haba enfermado. Cerr los ojos y reclin la cabeza hacia atrs, respirando con dificultad.

Hastings quera el oro de Kinglassie, pero ella no poda ayudarle. Incluso haba pensado en inventar una historia acerca del lugar en que estaba escondido cuando Hastings la tent con conseguir para ella el perdn, pero ese da ella estaba muerta de hambre, y una lluvia helada empapaba las tablas de la jaula. Realmente no saba dnde se encontraba oculto el tesoro de Kinglassie, y ahora estaba segura de que haba desaparecido.

Pensando en Kinglassie como haba sido en otro tiempo, se dej arrastrar a una fantasa ya familiar. Se imagin a s misma en un gran saln, sentada con su arpa. El fuego de turba que arda en el centro de la estancia irradiaba un agradable calor. Llevaba un vestido suave y grueso, forrado de piel, y su vientre estaba hinchado. Esa noche dormira en una mullida cama. Mientras imaginaba todo esto, casi le pareca sentir en las manos el fresco tacto de la madera de sauce pulida del arpa, y las tensas cuerdas de bronce bajo las yemas de sus dedos. Se imagin los delicados sonidos que surgan del instrumento y oy aquellos tonos familiares, puros y redondos, mientras desgranaba mentalmente las notas de una meloda. El recuerdo de la msica la haba ayudado a sobrevivir durante todos estos meses. Haba aprendido a tocar el arpa de cuerdas de nia, y conoca, con la aguda memoria de un artista, muchas de las canciones escocesas e irlandesas que haban sido interpretadas por generaciones de tocadoras de arpa celtas. Aquellas melodas siempre le haban proporcionado alegra, o haban sido para ella un blsamo, o le haban aportado una sensacin de paz. Y haba vuelto a recordar aquellas sensaciones, incluso en este encierro brutal. Con frecuencia cerraba los ojos y escuchaba la msica en su mente, escuchaba sin descanso, pulsando imaginarias melodas con los dedos. Tambin haba tarareado las canciones, pero su voz se haba vuelto spera con la tos, de modo que ya no lo intentaba. Cuando escuchaba la msica, no notaba el fro que le cortaba la cara ni la dolorosa debilidad de sus pulmones; oa las canciones flotar en el aire, ligeras y lricas, calmndola. Las imaginaba brillantes en la oscuridad como gotas de oro y plata, formando un dibujo hecho de polvo de estrellas.

Cerr los ojos, movi los dedos en un ritmo complejo y se entreg a la msica. Pronto las tablas de su jaula desaparecieron de su mente. Aunque se imaginaba a s misma tocando el arpa en casa, nunca trataba de recordar las ruinas humeantes del castillo de Kinglassie como las haba visto por ltima vez.

Esos pensamientos, con toda seguridad, eran capaces de matarla.

Captulo 2

-Encontraremos una nueva misin para vos, ahora que habis vuelto, Gavin -Eduardo Plantagenet inclin su copa dorada para apurar su contenido.

-Dudo que un embajador pueda convencer a Robert Bruce de que os entregue su corona, sire -respondi Gavin en tono irnico.

-No posee ninguna corona legtima -gru Eduardo-. Ese joven cobarde se ha convertido en un traidor. Una vez confi en l como uno de mis mejores caballeros, y ahora se llama a s mismo rey de los escoceses. Ja! Rey Hob, as es como le llaman mis soldados. -Hizo un gesto de impaciencia-. Le capturar y le arrastrar por las calles de Londres antes de colgarle y descuartizarle, como a William Wallace. Exhibir su cabeza en la Torre de Londres y enviar sus brazos y piernas por toda Escocia. -Sonri con una mueca de ferocidad-. He hecho el voto solemne de tomar venganza de Robert Bruce y de toda Escocia por esta rebelin, y no descansar hasta conseguirlo.

Gavin no contest. Verti vino en la copa del rey y despus llen la suya propia. Bajo la generosa luz del fuego de la chimenea, el lquido rojo destell como si fueran rubes fundidos. El fuerte crepitar de las llamas le hizo pensar en la pequea viuda de Henry, cautiva en su jaula fra y hmeda y expuesta a la intemperie, y se pregunt cul sera la mejor manera de recordar al rey su obligacin de mostrarse como un soberano misericordioso.

Trag rpidamente el vino. Eduardo hizo lo mismo, y dej ruidosamente la copa sobre la mesa. Gavin se haba sorprendido al principio al saber que Eduardo estaba en la abada de Lanercost y que celebraba sus reales audiencias en una pequea cmara de dicha abada, en vez de utilizar el castillo de Carlisle, protegido por su guardia real, pero despus de pasar un tiempo con el rey, comprendi la razn.

Eduardo estaba claramente enfermo. Llevaba aos sufriendo accesos de unas fiebres contradas en Tierra Santa, y ahora la enfermedad se estaba cobrando su precio. El rey haba envejecido desde que Gavin le haba visto por ltima vez; sus anchos hombros se haban encorvado, su cabello gris leonado se haba vuelto sorprendentemente blanco, y su piel haba adquirido un tono plido y opaco. Incluso su voz, que siempre haba transmitido autoridad a pesar de un leve ceceo, se notaba rota y cansada.

La tranquilidad de la abada sera beneficiosa para un hombre viejo y enfermo, y los monjes podan prestarle atencin mdica. Gavin vio en su antebrazo, al descubierto al caer hacia atrs la manga de terciopelo, los cortes que evidenciaban las recientes sangras a las que haba sido sometido.

Eduardo se frot el pecho con su enorme mano y se dej caer en su silla, con las largas piernas extendidas despreocupadamente. La forma en cruz de las sillas de la abada resultaba incmoda para los hombres altos, pens Gavin, que tambin estaba sentado en una de ellas con las piernas extendidas hacia adelante. Eduardo Longshanks, que sobresala por encima de la mayora, pareca bastante incmodo.

-Habis hecho planes de regresar a Francia? -pregunt Eduardo.

-An no, sire. En mi castillo de Fontevras va todo bien conmigo o sin m. He pensado quedarme en Inglaterra a pasar el invierno.

El rey hizo un gesto de asentimiento.

-Entiendo que el castillo de Fontevras sigue siendo vuestro por la tradicin de curtesie.

-As es, sire. Cuando yo muera, volver ser propiedad de la familia de mi esposa, ya que Jehanne y yo no tuvimos hijos.

-Cunto tiempo hace que muri Jehanne?

-Dos aos, sire. No tena ms que diecinueve aos.

-Ah, era muy joven. Fue muy triste, aquella larga enfermedad. Recuerdo que Leonor amaba mucho a la pequea Jehanne. Le hubiera gustado saber que su sobrina se hizo una mujer y se cas con vos. Mi primera esposa os quera bien, Gavin. Incluso os puso aquel sobrenombre, caballero angelical.

-Yo senta gran devocin por la reina Leonor, sire.

-S. -Eduardo frunci el ceo mientras miraba su copa, y sus mejillas se ensombrecieron-. Vos apenas tenais dieciocho aos cuando muri Leonor, aunque ya erais un valiente caballero. Y no olvido que cabalgasteis al lado de su atad a lo largo de todo el camino de Lincoln a Londres. Cuando yo ped que se colocaran cruces de piedra en cada lugar donde nos detenamos a pasar la noche, vos os ocupasteis de que as se hiciera. -Eduardo guard silencio durante unos instantes-. Han pasado diecisis aos, y an la sigo amando.

-Era una dama encantadora, mi seor.

-Siempre estar en deuda con vos por aquel viaje, a pesar de lo que hicisteis despus. -Gavin observ al rey mientras ste tomaba otro largo trago de vino y dejaba que le goteara ligeramente por la comisura de los labios-. Me traicionasteis en Berwick, igual que Robert Bruce me ha traicionado ahora -aadi Eduardo en tono ronco. Gavin vio que el rey estaba ms que medio borracho.

-Sire -dijo-. En Berwick no hice sino deciros lo que sinceramente pensaba.

-Tan slo el hecho de que mostraseis esa devocin por Leonor os salv de la horca.

-Soport el exilio y que me desposeyeran de mis bienes por lo que os dije. Ya es agua pasada, y ya lo he pagado.

Eduardo sonri astutamente.

-Bueno, os lo hice pagar en la corte francesa. Un asqueroso nido de vboras, eh? Necesitaba enviar all a un hombre inteligente y despierto que se ocupara de arreglar alianzas y matrimonios, y vos lo hicisteis bien.

-Hice lo que pude, sire.

-S. Y ahora habis trado aqu a los obispos franceses para obtener la aprobacin del papa al matrimonio de mi hijo. Pero hasta ahora los obispos no quieren hacer otra cosa que hablar de la situacin con los escoceses. El papa ha enviado varios mensajes con ellos, y ninguna de sus cartas es de mi agrado. -Eduardo suspir ruidosamente y mir a Gavin-. Tenis la intencin de quedaros en Inglaterra?

-Me quedar durante un tiempo. -Lanz al rey una mirada significativa-

-Y dnde viviris? -Al ver que Gavin no deca nada, el rey sonri-. Nadie podr decir de m en el futuro que me fallaba la memoria. Yo os quit vuestras posesiones, y ahora os debo tierras por los valiosos servicios que me habis prestado desde entonces. Algn da podra devolveros vuestras tierras, pero primero quiero concederos alguna otra propiedad en los dominios de Inglaterra.

Gavin entorn los ojos.

-Los dominios de Inglaterra?

-Escocia -dijo Eduardo-. Tomaris el castillo de Kinglassie en Galloway. Vuestro primo Henry tena all una guarnicin. Ahora os doy esas tierras a vos.

Gavin estaba desconcertado. -Mi seor, yo...

-Id all, y ayudad a doblegar a esos testarudos rebeldes escoceses de Galloway a la voluntad de los ingleses. Supongo que habris aprendido la actitud que debis mostrar desde vuestro estallido juvenil en Berwick. -Eduardo le dirigi una mirada fugaz y penetrante-. Tal vez debamos considerar este regreso a Escocia como una prueba de vuestra lealtad.

Gavin se enderez en la dura curvatura de la silla. No haba esperado recibir tierras escocesas, y desde luego no tena ningn deseo de participar en la maraa de problemas que haba entre Inglaterra y Escocia.

-Sigue sin interesarme vuestra poltica en Escocia, sire -dijo en voz baja, recalcando las palabras-, nunca me interesar.

-Tened cuidado en cmo hablis a vuestro soberano -le advirti Eduardo-. Habis pasado demasiado tiempo en Francia. All sienten demasiada simpata por los escoceses, pero estoy seguro de que vos sois ms sensato.

-No he cambiado en mis opiniones, sire, a ese respecto.

-Ya veo que no. Me debis lealtad y por lo tanto, mis opiniones a este respecto son tambin las vuestras. -Eduardo le dirigi una mirada de furia-. Tomad Kinglassie y poned all una guarnicin. Robert Bruce podra estar escondido en Carrick o en Galloway, y Kinglassie se encuentra situado en las montaas que hay entre esas tierras. Quiero encontrar a Bruce. Vos sois uno de los pocos caballeros capaces de igualar su magnfica destreza con las armas. Capturadle y traedle a mi presencia. Actuad como si fuerais mi brazo en esa parte de Galloway.

-Sire.

Cerrando el puo con fuerza por debajo de la mesa, Gavin inclin la cabeza de mala gana en seal de obediencia, sabiendo que no tena muchas alternativas. Desgraciadamente, el cuello era frgil por naturaleza.

Kinglassie en Galloway haba sido propiedad de Henry. Qu irnico resultaba que l acudiese a ver al rey en nombre de la viuda de su primo y aqul acabase concedindole las tierras de la dote de la viuda.

-Superad esta prueba, Gavin, y os recompensar muy bien -dijo Eduardo con la voz torpe por el vino.

Gavin abri la boca para hablar, no estaba seguro de si era para protestar o para preguntar, porque todava estaba aturdido, pero de pronto son un fuerte golpe en la puerta.

-Ah -dijo el rey-, debe de ser mi capitn en esa parte de Galloway. Le he mandado llamar, ya que se encuentra en Carlisle. Hacedle pasar.

Frunciendo el ceo, Gavin fue hasta la puerta de roble y la abri. En el pasillo esperaba un hombre alto y vestido con una tnica roja que vibraba en las sombras. Entr rpidamente pasando al lado de Gavin sin decir una palabra de saludo y fue directamente hacia el rey, dobl una rodilla e inclin la cabeza.

Incluso despus de diez aos, Gavin reconoci fcilmente a Oliver Hastings. Haba odo que aquel caballero haba conseguido un puesto como uno de los capitanes de mayor confianza de Eduardo en Escocia. Sin embargo, Hastings siempre haba sido despiadado en su guerra contra los escoceses.

-Hastings. Sin duda recordis a Gavin Faulkener. Acaba de llegar de Pars con esos obispos enviados por el papa - dijo el rey.

-Oliver -dijo Gavin. No extendi la mano, pues Hastings se levant y se volvi.

Entrecerrando los ojos, Hastings se quit los guanteletes con parsimonia.

-Faulkener. Ha pasado mucho tiempo desde la ltima vez que nos vimos. Fue en Berwick, no? -Se volvi bruscamente y se inclin hacia el rey para murmurar algo.

Apoyado contra la pared, Gavin esper mientras el rey y Hastings hablaban en voz baja. Record la observacin que haba hecho John acerca del trato que haba dispensado Hastings a la muchacha prisionera, y se pregunt qu era lo que suceda realmente. Conoca a Hastings lo bastante bien para darse cuenta de que no se tomara ninguna molestia con la viuda de Henry a menos que deseara algo muy concreto.

Gavin saba que Hastings haba tratado con crueldad a las mujeres en el pasado; l mismo haba sido testigo de sus actos en Berwick. Y haba odo horripilantes informes de las dems cosas que haba hecho en nombre de la guerra de Eduardo contra Escocia.

Gavin logr controlarse y no mostrar ningn signo externo, ninguna pista de la ciega rabia que an arda en su interior. No haba duda de que Oliver Hastings haba olvidado las innumerables ciudades y conventos saqueados en Escocia. Pero la madre de Gavin se encontraba entre las mujeres que murieron cuando las tropas de Hastings saquearon el convento haca ocho aos. Saba que el culpable en ltima instancia era el rey Eduardo, que haba ordenado cerrar los conventos de monjas. En aquel momento, Gavin saba que Hastings rara vez actuaba por su cuenta; Oliver Hastings siempre haba sido un eficaz brazo armado, nunca cuestionaba las rdenes, y nunca se paraba a pensar en la destruccin que causaba.

Gavin haba intentado durante esos ocho aos aceptar la muerte de su madre como una baja de guerra, de una guerra que, como caballero de Eduardo, estaba obligado a apoyar. La incursin en el convento haba tenido lugar mientras l se encontraba en Francia; haba recibido una disculpa oficial del rey Eduardo respecto de la muerte de su madre, ya que sta era la viuda escocesa de un barn ingls. El rey haba rezado y hecho una breve penitencia, y haba nombrado embajador a Gavin a modo de reparacin. A Gavin le dijeron que Hastings haba sido multado y castigado por su brutalidad.

Ya es agua pasada, se dijo Gavin a s mismo. No mereca la pena tomar venganza por una prdida como sa, no se conseguira recuperar nada. Dej escapar un suspiro y movi los pies, sintiendo la tensin de aquella amargura largo tiempo guardada, adems del intenso cansancio de su viaje. La cota de malla que se haba puesto para llegar a Carlisle de pronto le pareci un peso terrible sobre los hombros. Cruz los brazos sobre el pecho y frunci el ceo, al volver a pensar en aquel oscuro castillo que le haba dado el rey. Por la razn que fuera, Eduardo estaba decidido a volver a meter a Gavin en la disputa con Escocia, y Gavin senta la fuerte tentacin de rechazar la concesin y la orden, pero saba que Eduardo considerara esa postura como un acto de traicin.

Sin embargo, antes de que transcurriera esa noche, Gavin tena la intencin de coquetear una vez ms con la traicin. Relaj los hombros contra la pared y esper el momento de hablar con el rey acerca de la libertad de la muchacha escocesa.

-Venid conmigo, mi seora. -Arrancada de un profundo sueo, Christian sinti que una mano le sacuda ligeramente el hombro.

-Dominy -susurr, y al abrir los ojos vio una cara joven, redonda y amable, y un par de ojos castaos enmarcados por unas oscuras trenzas y una paoleta de lino.

-S, mi seora -murmur Dominy-. Vamos, levantaos, querida.

-No hables con la prisionera -dijo un guardia.

Con un leve gruido, Christian se volvi sobre el fro y duro suelo y trat de sentarse, pero no lo consigui. A travs de los listones de madera se filtraba el fro y la luz, y la jaula se balance suavemente cuando ella volvi a caer sobre el suelo. Tom aire y trat nuevamente de sentarse, aunque la cabeza le daba vueltas y sus miembros temblaban como una hoja. Estaba viva, de eso no caba duda, pero el dorado ngel guerrero que haba visto de pie junto a su jaula haba sido un sueo. Logr sentarse cuando Dominy le pas un brazo por la espalda.

Christian frunci el ceo al notar una sensacin desacostumbrada: tena los pies calientes. Alz las cejas por la sor- presa al ver el pequeo brasero de hierro lleno de carbones encendidos que haba en un rincn de la jaula.

-S -murmur Dominy-. Alguien os ha trado un brasero. Yo ped varias veces que os trajeran uno, pero el capitn de la guardia siempre me deca que no. Quin creis que os ha hecho este obsequio? Y ms mantas? Por todos los santos, quiz los escoceses han enviado dinero al rey para procuraros comodidades.

-No hables con la prisionera -ladr de nuevo el guardia.

Dominy se volvi, con una mano apoyada en el hombro de Christian.

-Y cmo crees t que puedo despertarla entonces, Thomas?

-Bueno, no debes hablar con ella.

La sirvienta solt un bufido de desdn y se volvi a Christian.

-Podis poneros de pie, querida? Os he trado caldo y pan fresco. La sopa es de cebolla, y est caliente.

-Dominy -dijo Thomas con severidad-. Debes atender a esa mujer en silencio, por orden del rey. Ya te lo he dicho muchas veces en estas semanas, pero t te empeas en parlotear todos los das. Es traicin desobedecer las rdenes del rey.

-Entonces arrstame a m tambin y arrjame al mismo lugar que ella -dijo Dominy-. A lo mejor entonces recibira mejores atenciones. Cmo puedes quedarte ah un da tras otro viendo cmo se vuelve cada vez ms dbil y enferma? Mi esposo, Dios se apiade de su alma, era tambin guardia real, pero l nunca habra dejado que ocurriera esto delante de sus narices.

-Slo obedezco las rdenes del rey -gru Thomas.

-Mmnn. Quin orden que trajeran el brasero y las mantas?

-Un caballero que ha llegado hoy. No s quin es.

Christian alz la mirada con sorpresa. Le vino a la mente la imagen del ngel guerrero de mirada fija y profundos ojos azules. No era san Miguel que haba venido para llevrsela, sino un hombre mortal, un caballero que haba permanecido junto a la jaula haca slo unas horas. La preocupacin que haba visto en sus ojos era real.

-Bueno, debe de ser un buen hombre el que ha ordenado que hagan esto, y tambin valiente, para ir en contra de las rdenes del rey -dijo Dominy al tiempo que se volva para tomar a Christian por debajo de los hombros para ayudarla a ponerse de pie.

Gruendo por el esfuerzo de levantar a Christian, sac la cadera para sostenerla.

-Ven aqu y aydame -resopl Dominy-. Est demasiado dbil para ponerse de pie sola. Y est tan resbaladiza como una anguila metida en mantequilla con este tartn empapado, aunque no creo que pese ms que mi hijo pequeo.

Christian trat de estirar las piernas, pero parecan de plomo y no totalmente suyas. Thomas abri del todo la puerta de la jaula y se estir hacia ellas, gruendo mientras se inclinaba hacia adelante y rozaba su torso cubierto por la pesada cota de malla contra la almena de piedra. La pequea puerta de la jaula, apenas ms grande que la boca de un horno de hacer pan, se abri en el espacio entre dos bloques de piedra de la almena. Thomas hizo un gesto de impaciencia.

-Trela aqu, entonces, y yo la levantar.

Dominy arrastr a Christian hacia l, y el guardia cerr sus grandes manos alrededor de la cintura de Christian. Se la ech sobre el hombro y retrocedi en direccin a la puerta, mientras Dominy segua a ambos.

-Llvala a la torre. No puede andar mucho. Y recuerda que es una dama, no un saco de centeno.

Thomas cambi de postura a Christian tomndola en brazos. Ella apoy la cabeza en su hombro y alz los ojos al amplio y bello cielo del atardecer mientras l la llevaba hacia la puerta de la torre. Bajaron por una escalera iluminada por antorchas, mientras Dominy les segua detrs. Cuando Thomas dej a Christian en el suelo frente a una puerta interior, ella se puso de pie, aunque an le temblaban las piernas.

-Espera aqu, Thomas -dijo Dominy, y condujo a Christian al otro lado de la puerta. Atravesaron un pasillo oscuro y estrecho hasta llegar a un pequeo retrete, y Dominy se apart mientras Christian lo usaba. Unos minutos ms tarde, Dominy regres.

-Ahora podemos hablar sin que nos oiga ese hombre -dijo Dominy en voz baja-. Podis creer que nunca me ha parecido apuesto? Tiene una nariz que parece una hogaza de pan debajo de ese yelmo, y una panza como la de un jabal. Hasta su aliento es el de un jabal.

Christian ri, y el suave sonido le produjo placer. Se apoy contra la pared y sabore el aire rancio y hmedo del pasillo, disfrutando del ambiente tibio y de la luz de las antorchas, y de la slida proteccin de los muros de piedra. Estaba cansada del viento, la niebla y el fro. Tena las piernas dbiles e inseguras despus de tantos meses con unos tablones y el aire libre debajo de los pies. Estos breves instantes en la torre, varias veces al da, eran remansos de paz y consuelo.

-Maldito sea el rey Eduardo -gru Dominy-. No van a rescataros los escoceses, mi seora? Temo por vuestra salud, si permanecis mucho tiempo ms en esa jaula.

Christian quiso responder, pero sufri un ataque de la insistente tos que le quemaba la garganta.

Dominy frunci el ceo y apoy una mano en la frente de Christian.

-Esa tos va a peor, y tenis un poco de fiebre. Quizs el caldo os reconforte. Ped al cocinero que aadiera ms cebollas y ms ajo. -Suspir-. Por todos los santos, ojal pudiera ayudaros ms.

-Has hecho mucho por m en estas semanas.

La voz de Christian estaba distorsionada por la enfermedad y la falta de uso. El caldo le vendra bien a su garganta y a su tos. Haba olvidado lo que era el apetito, pero se obligara a s misma a comer, porque senta en su interior un leve atisbo de esperanza. El caballero dorado le haba mostrado amabilidad; rez para que fuera un escocs enviado por su primo Robert Bruce para comprar su libertad.

-Dominy! -grit Thomas-. Scala ya!

-Espera un momento! Hombre malvado -aadi Dominy entre dientes-. Quiere llevaros de vuelta tan pronto. -Pas un brazo por la cintura de Christian-. Santo cielo, no sois ms que piel y huesos. Y debis de pasar mucho fro ah por la noche, aunque ese brasero es una bendicin del cielo. Puedo traeros alguna otra cosa?

Christian neg con la cabeza. Hasta entonces no haba pedido nada a los ingleses, y no lo hara ahora.

-No? Entonces os traer otro cuenco de caldo esta noche -dijo Dominy, abrazando a Christian. El abrazo fue tan profundamente consolador que a Christian se le llenaron los ojos de lgrimas. A excepcin de esta nica amiga, haca mucho, mucho tiempo que nadie la tocaba, la abrazaba ni le demostraba un pice de afecto.

-Entonces, en el nombre de Dios, a dnde ha ido? -grit el rey-. Las ltimas noticias que me enviaron mis capitanes decan que Bruce estaba en Irlanda! -Apoyado contra la pared, con los pensamientos vagando por su mente, Gavin se enderez y prest atencin.

-Robert Bruce debe de haber ido al oeste -contest Hastings-. Creo que en estas ltimas semanas ha permanecido escondido en las islas occidentales. El clan Donald le es fiel. Sospecho que intentar cruzar hacia Carrick y Galloway, tal vez desde la isla de Arran, en la primera oportunidad que se le presente.

-Ahora? -ladr Eduardo-. En invierno?

-S, sire. En esa parte de Escocia el clima no es tan duro como aqu en la frontera, por lo que le sera posible cruzar e iniciar una campaa.

El rey hizo un gesto de asentimiento con la cabeza.

-En las tierras que tiene Bruce en Carrick, y que nosotros hemos tomado legtimamente, puede haber seguidores que le sean leales. Pero si vos y el resto de mis huestes habis hecho lo que orden, Robert Bruce no encontrar nadie que le apoye a dondequiera que vaya.

-Exactamente, mi seor -dijo Hastings-. Poseemos ya casi todos los castillos de Galloway y Ayrshire y yo acabo de tomar Loch Doon. Cuando Bruce desembarque, ser capturado rpidamente.

-Casi todos los castillos, decs.

-Tenamos Kinglassie, como sabis, sire, pero...

-S -murmur Eduardo-, ya s. Y he dado Kinglassie a Faulkener. -Hizo una sea a Gavin para que se acercara.

-Kinglassie? A este hombre? -pregunt Oliver, estupefacto.

-El castillo estaba en manos de su primo -dijo Eduardo-. Gavin, quiero que valoris la situacin de Kinglassie y que despus reclamis vuestros hombres y suministros a travs de Hastings en el castillo de Loch Doon.

-Mi seor -dijo Oliver-, Loch Doon no est lejos de Loch Kinglassie. No tendr dificultad en asumir el mando de los dos castillos.

Eduardo se volvi hacia l con una mirada de furia. -Estis cuestionando mis rdenes?

-Sire, ese castillo an no est preparado para alojar a una guarnicin.

-Entonces, Faulkener asumir la responsabilidad de prepararlo. Despus se unir a vos y al resto de mis huestes para sofocar la rebelin de los escoceses. Cuantos ms castillos escoceses tomemos, mejor recordarn esos rebeldes quin es su seor. -El rey se puso de pie, empujando hacia atrs la silla para observar a los dos hombres desde su considerable estatura. Su rostro apareca baado en un intenso color rojo hasta la raz del cabello-. Hasta que recupere mi salud y est lo bastante fuerte para cabalgar de nuevo al frente de un ejrcito, no tengo otro remedio que confiar en que mis capitanes tratarn a los escoceses como lo hara yo mismo. Sois mi brazo armado en Escocia.

-Siempre lo soy, mi seor -respondi Hastings.

-He jurado por la salvacin de mi alma que Escocia ser conquistada! -El rey descarg un golpe con el puo sobre la mesa-. No descansar hasta lograrlo. Quiero que enarbolis la bandera de guerra. Alzad la bandera de guerra para toda escaramuza y para toda batalla, hasta que Robert Bruce sea vencido y Escocia se arrodille ante nuestro poder!

-Sire -dijo Gavin-, pedir a vuestros capitanes que enarbolen la bandera de guerra cada vez que salgan a caballo es declarar abiertamente vuestra intencin de no mostrar clemencia. No hay ninguna ventaja poltica en usar la guerre mortelle en este conflicto.

-Ese enfoque es precisamente el que se necesita en este caso -dijo Hastings-. Los escoceses son un pueblo rebelde y necesitan mano dura.

-Resistirn con ms fuerza que antes -dijo Gavin.

-La resistencia no hace sino estimular nuestro apetito. Alzad las armas sin piedad cuando cabalguis a travs de Escocia -dijo Eduardo-. Os lo ordeno.

-S, mi seor -dijo Hastings, con una expresin fra y ptrea en el rostro.

Gavin comprendi que Hastings, al igual que otros muchos nobles y caballeros ingleses, se haba convertido en una extensin despiadada de la venganza de Eduardo Plantagenet, tan vido y decidido como el propio rey a conquistar y destruir a los escoceses. Y Christian MacGillean era simplemente un trofeo en esa guerra. Gavin dej escapar un suspiro. Este no era el mejor momento para pedir al rey misericordia para la muchacha, pero quera hablar de ello antes de que Eduardo diera por terminada la audiencia y les despidiera, aunque tendra que abordar el tema con tacto.

-Sire -dijo Gavin-, el papa Clemente est muy preocupado por vuestras acciones en relacin con los escoceses, y ha dado instrucciones a los obispos franceses de que redacten un informe privado para l.

Eduardo alz una ceja.

-Lo s. Me envi una carta acerca de ese asunto. Pero tambin ha ordenado a los obispos que excomulguen a Robert Bruce y a quienes le apoyen, de manera que su santidad no est del todo en mi contra. Los ritos se celebrarn por la maana.

Gavin asinti con la cabeza.

-El papa me ha escrito a m tambin, sire, y me pide que os recuerde que os excomulgar si no suavizis vuestra poltica con los escoceses.

-No pienso retirarme. Dejar que mis embajadores se ocupen de allanar el camino con la Santa Iglesia de Roma.

-Entonces, sire, como uno de esos consejeros, permitidme que os sugiera un pequeo gesto que puede tranquilizar a Roma.

-Cul?

-Sire, retenis a la viuda escocesa de Henry Faulkener prisionera en este castillo...

-As es. Ha cometido actos de traicin. Hace aos me jur obediencia por las tierras, pero un da del verano pasado tom la maldita torre de su propio esposo cuando l estaba ausente. Henry tuvo que poner sitio a su propia casa para poder cenar! Ja! Ella le mat -dijo Eduardo, ms sobrio-. De modo que la he puesto donde pueda servir de ejemplo de la cada de Escocia ante los ingleses.

Gavin se inclin hacia adelante para hablar en voz baja.

-Sire, sugiero que reconsideris su situacin. Esa mujer est gravemente enferma. Una cosa es confinar a una dama de la nobleza en un convento como un preso poltico, y otra permitir que muera por malos tratos encerrada en una jaula, a la vista del pblico. -Hizo una pausa-. Y a la vista de los obispos franceses.

-Por la sangre de Cristo. No andis descaminado -murmur Eduardo.

-Un prncipe virtuoso calma su clera con la clemencia, sire -dijo Gavin-. Esa muchacha est murindose. Permitidme que la retire a un convento.

-Si las muertes pesaran sobre mi conciencia, difcilmente podra levantar la cabeza de mi almohada -dijo Eduardo-. Sin embargo, los obispos estn aqu... -Frunci el ceo y se rasc la barba plateada con expresin pensativa.

-Otra cosa ms, sire -dijo Gavin-. Recordad su nombre.

-Eh? Christian? Oh. -Eduardo frunci de nuevo el ceo-. El papa no pasar por alto la muerte de una cautiva que se llama Christian, justo despus de Navidad, y en uno de mis castillos.

-Exacto, sire -dijo Gavin.

-Sire -interrumpi Hastings-. Habis proclamado que estas mujeres escocesas deban ser castigadas segn los crmenes cometidos por los hombres de su familia. Yo mismo la captur, obedeciendo rdenes vuestras.

-Oliver -ladr Eduardo-. Habis logrado que revele la verdad sobre ese oro, tal como os ped?

Gavin frunci el entrecejo.

-Qu oro? De qu se trata?

-Una antigua tradicin dice que hay un tesoro escondido en el castillo de Kinglassie -replic Eduardo-. En l se incluye un objeto que sostiene el reinado ceremonial de los reyes de Escocia.

-Ah -dijo Gavin, comprendiendo de repente por qu Kinglassie tena una importancia tan especial para Eduardo.

-La muchacha se ha negado a decir dnde lo ha escondido -dijo Hastings al rey, sin hacer caso de Gavin-. Le retuve la comida durante varios das e hice todo lo que pude para coaccionarla. Si de verdad est cerca de la muerte, debo interrogarla de nuevo.

-Averiguad la verdad de una vez -murmur Eduardo. -Mi seor, os recuerdo de nuevo que Kinglassie est cerca de Loch Doon. Dejad me actuar como capitn, y registrar el lugar piedra por piedra -dijo Hastings.

-Faulkener se encargar de esa bsqueda -dijo el rey-. Gavin, mi chambeln redactar una carta de propiedad del castillo y sus alrededores. En cuanto a la muchacha escocesa... -Frunci el ceo-. Estis seguro de que est murindose?

-Est muy enferma y dbil, sire. Una enfermedad de los pulmones.

Eduardo se frot la cara con una mano.

-No me gustara tener que soportar otro aluvin de cartas de Roma, y ms penitencias. -Asinti con la cabeza-. Sacadla de la jaula y llevadla a un convento. Maana firmar la orden de su liberacin. Seguir siendo una prisionera hasta que muera. Sin embargo... -Hizo una pausa.

Gavin alz las cejas con cortesa, sin atreverse a hablar.

-Quiero saber la verdad acerca de ese oro escondido antes de que muera. He capturado la Piedra Scone y las insignias reales escocesas y las he llevado a Londres. Sea lo que sea lo que los escoceses han escondido en Kinglassie, es mo por derecho. Encontradlo.

Gavin frunci el ceo.

-Har lo que pueda, sire.

-Haced ms que eso. Podis decirle que si el oro es encontrado y enviado a m, la perdonar.

-Ya se lo he dicho yo -interrumpi Hastings-. Pero ella se neg y me escupi en la cara. Esa mujer es una fiera.

-Deberais haber empleado ms fuerza -solt el rey-. O mejor an, ms encanto. Las mujeres son sensibles a las palabras dulces.

-No se lo dijo ni a su propio esposo -dijo Hastings.

-Henry era un buen soldado, pero careca de talento con las mujeres. Al igual que vos -dijo Eduardo de modo tajante-. Pero no as Gavin, que ha conseguido que innumerables damas hagan su voluntad. -Eduardo golpe la mesa con aire triunfante-. Por Dios! Ja!

-Sire? -pregunt Gavin con aprensin.

-Gavin, debis ganaros su confianza. Conquistadla y despus presionadla para que os revele la verdad sobre ese oro. Casaos con ella si es necesario.

-Sire, est agonizante -dijo Gavin con los dientes apretados.

-Entonces daos prisa! Seris un viudo muy rico. -Eduardo sonri abiertamente-. Convencedla de que debe decir a su esposo dnde guarda el oro.

-Sire, dir a esa muchacha que morir sin confesin y excomulgada si se niega a hablar -dijo Hastings-. La amenaza del infierno le soltar la lengua.

-Morira escupindoos -replic el rey-. Gavin se casar con ella y le sacar la verdad a fuerza de cario. -Sonri al decirlo.

Mientras escuchaba, Gavin apret los dientes hasta que le doli la mandbula. A Eduardo no le preocupaba en absoluto que la muchacha estuviera murindose a causa del trato que l le haba dado, ni tampoco que aquellas rdenes convertiran a Gavin de nuevo en un viudo en menos de una semana. Al rey slo le interesaba su guerra, su inagotable codicia de tierras, poder y oro, y su imperiosa necesidad de derrotar a los escoceses.

Gavin percibi la verdaderamente aterradora obsesin del rey. Eduardo era capaz de retorcer y destruir la vida de cualquiera, ya fuera ingls o escocs, con tal de ver cumplido su deseo respecto de Escocia. Mientras le observaba sentarse de nuevo, comprendi que Eduardo estaba completamente borracho. De pronto, la validez de las promesas y las rdenes del rey se volvi ciertamente inestable.

-Gavin. -Eduardo le mir con cautela-. En una ocasin rozasteis peligrosamente la traicin. No me traicionis de nuevo.

-Mi seor -dijo Gavin al tiempo que inclinaba la cabeza en un gesto de respeto. Lanz a Hastings una mirada penetrante que dejaba escapar tan slo una fraccin de su rabia, y acto seguido gir sobre sus talones y abandon la habitacin.

Captulo 3

Gavin subi de dos en dos los escalones del patio que conducan al parapeto. No haba encontrado a John MacKerras en su rpida inspeccin del castillo de Carlisle. Ya era mucho ms tarde de los maitines, y su to debera estar durmiendo en un jergn en el gran saln, donde tantos otros, soldados y barones juntos, haban encontrado espacio para descansar dentro del castillo atestado de gente. Imaginndose dnde se encontraba su to, Gavin aceler el paso. Se haba retrasado en Lanercost esperando a que el chambeln del rey preparase los documentos necesarios y le explicase dnde estaba situado Kinglassie, y despus haba recorrido a caballo las cinco millas de regreso a Carlisle a toda velocidad, dominado por la rabia y tumultuosos pensamientos.

Al alcanzar el parapeto, cruz a zancadas el oscuro pasillo entre las almenas, que estaba iluminado tan slo por unas cuantas antorchas. El ruido de sus pasos atrajo a uno de los guardias, que se interpuso frente a l para detenerle. Gavin explic quin era y la razn por la que se encontraba all, lanzando al tiempo que hablaba fugaces miradas a su alrededor.

-No tenemos rdenes de liberar a la prisionera, mi seor -dijo el guardia, vacilante-. El conde de Fontevras, habis dicho? Y embajador en la corte francesa?

-S, y ahora barn de Kinglassie. Traigo la orden de liberar a Christian MacGillean, directamente del rey Eduardo. He aqu el documento firmado. -Gavin le mostr un pergamino con un sello.

El guardia se fij en la firma de Eduardo Plantagenet e hizo un gesto de asentimiento con la cabeza. Gavin se guard la carta de Kinglassie en el forro de su capa, aliviado de que su sospecha fuera correcta: el guardia no saba leer. Pero no poda arriesgarse de nuevo, pues ms pronto que tarde se topara con un guardia que supiera de letras.

Eduardo no le haba dado ningn documento que liberara a lady Christian, sino que se lo haba prometido para el da siguiente. Por ahora, contaba slo con la palabra del rey, y por experiencia saba que eso no era suficiente.

Se movi con rapidez por el permetro del pasillo que conduca al muro frontal, donde estaba colocada la jaula. Al acercarse, vio la sombra de un hombre alto y de hombros anchos. Mir a su espalda y observ que el centinela ms cercano se encontraba a unos cientos de pasos. Jurando por lo bajo, continu caminando.

John se volvi y llev una mano a la empuadura de su espada con una leve inclinacin de cabeza. Una maza de acero colgaba de su cinturn, y la hoja de su pual, que l sostena en su mano protegida por la cota de malla, lanz un destello bajo la luz de la luna. Pareca invencible, brutal, y en cierto modo, pens Gavin conteniendo un gruido de placer, encantado.

-As que has venido a ayudarme. -El amplio bigote gris de John tembl, y sus ojos castaos se iluminaron con un brillo de ansiedad.

-Ayudarte en qu? -Gavin tema la respuesta.

John ech los hombros hacia atrs con orgullo.

-Voy a rescatar a la muchacha. Y sta es la tnica que llevaba el da en que rescat a la princesa sarracena, hace aos, con tu padre.

Gavin reconoci la tnica azul bordada que su to haba conservado doblada entre sus cosas; era apenas la bastante grande para cubrir la anchura de sus hombros y la amplitud de su cintura.

-Cmo es que la guardia real te ha dejado subir a las almenas, completamente armado y listo para la guerra? Eres un escocs!

-Ach, les habl en francs y creyeron que yo era el guardia personal del embajador del rey en Francia, la cual es cierto -termin John.

-Tienes suerte de que no te hayan detenido. Y ests disfrutando mucho de esto -musit Gavin-. Debemos de ser una pareja de lo ms visible en lo alto del muro. Cul es tu plan? Aplastamos a los guardias y rompemos la puerta de la jaula? Podramos bajar por los muros del castillo con la ayuda de sogas y huir al galope hacia un lugar seguro, si tuviramos nuestros caballos esperando abajo -aadi sarcsticamente.

John frunci el ceo, pensando en aquellas palabras.

-En Acre, cuando saqu a la princesa sarracena de sus aposentos, mat al guardia del harn con una rpida cuchillada en el vientre, me cargu a la princesa sobre el hombro y sal por la ventana con una soga para reunirme con tu padre. Pero ese plan no funcionar aqu.

-Para empezar, eres nada menos que treinta aos ms viejo.

-Estaba a punto de romper la cerradura cuando t llegaste -susurr John sin alterarse-. Quiero llevarla a alguna abada.

-La de Lanercost es la que est ms cerca -gru Gavin-. Lamento estropearte el plan, pero tengo el permiso del rey para llevarla a un convento.

John dej escapar un largo suspiro.

-Me alegra or eso, muchacho.

-Ya lo supongo. Todava no tengo la orden escrita. Maana he de llevarla a un convento, pero debe abandonar Carlisle esta noche, antes de que Eduardo cambie de idea.

-De modo que esto sigue siendo un rescate murmur John.

-Bueno, hemos de ser rpidos y listos. -Gavin hizo una pausa y suspir-. Eduardo me ha dado el castillo de Kinglassie por mis servicios. Debo llevar all una guarnicin y unirme a la bsqueda de Bruce.

John hizo un gesto de sorpresa.

-El castillo escocs de Henry? Por fin el rey te ha perdonado por lo de Berwick? Te enva all como uno de sus capitanes, pero no era esto lo que t queras, me temo.

Gavin sacudi la cabeza.

-Esta es una de las pruebas, John. Si no puedo superarla, esta vez me pondr la soga al cuello.

-Pero a ti no te gusta nada esta guerra con los escoceses.

-Nada en absoluto -dijo Gavin-. Siento demasiado respeto por los escoceses para tomar parte en esta guerra contra ellos. Los aos que he pasado en Francia me han mantenido alejado de esta disputa. Pero no puedo negarme; ltimamente Eduardo no duda en asesinar a los que le desobedecen. De modo que tomar el castillo. Pero si Roben Bruce ha de ser capturado, no ser por mi mano -aadi en voz baja.

John mir la jaula, de la que se vea slo la parte superior al otro lado del muro.

-Si eres dueo de Kinglassie, qu pasa entonces con la viuda de Henry? Es propiedad suya por derecho.

-No tiene derechos, segn el rey Eduardo -dijo Gavin-. Y dudo que sobreviva ms all de esta semana. -Lanz una mirada a su to-. El rey ha decidido que me case con ella.

-Con qu finalidad? -pregunt John, incrdulo. Gavin se encogi de hombros.

-Existe un secreto de cierto oro escondido, no s de qu se trata. Quiere que yo conquiste a la muchacha para que me lo revele.

-Buen Jess -musit John-. Conquistar a una muchacha que se est muriendo. Me parece que estamos rescatndola de un loco.

-Perdn, seores -dijo una voz suave.

Se volvieron, sorprendidos, y vieron la forma rotunda de una mujer que sala de las sombras de la torre y vena hacia ellos con varias mantas en los brazos.

-Estis aqu para ayudar a la dama escocesa? -susurr la mujer.

-Quin eres? -exigi Gavin. Se dio cuenta de que la mujer era joven y llevaba las ropas bastas y ordinarias de los criados.

-Si tenis la intencin de rescatarla, dejad que os ayude, seor. Os lo ruego. Soy Dominy Averoe, viuda de un caballero. Llevo casi medio ao esperando a que el rey tome una decisin acerca de mi peticin de que se me entregue la tierra que me corresponde como viuda. Trabajo para el rey a cambio de cama y comida, y he cuidado de la dama escocesa. Est enferma y necesita ayuda.

Gavin mir a su to. John tena el ceo fruncido, renuente a dejar que una mujer participara en su aventura.

-Tenemos que sacarla de aqu esta noche -murmur Gavin.

Dominy asinti con la cabeza.

-Puedo seros de ayuda, mi seor. Tenis algn sitio adonde llevarla? Necesita que la atiendan en un hospital.

-La llevaremos a un convento -dijo John-. Vete de aqu, muchacha.

-No hay ningn convento a menos de dos das de marcha de aqu -dijo ella-. Los seores ingleses los han cerrado. Pero conozco un monasterio que est a unas pocas horas, en tierra escocesa, y que tiene una buena enfermera. Aceptan tanto a ingleses como a escoceses. -Mir hacia atrs-. Tengo una idea, seores, si aguardis un momento mientras hablo con el guardia.

Sin esperar respuesta, ech a correr por el pasillo almenado. Gavin intercambi una mirada con John.

-Una mujer con decisin -gru Gavin-. Esperemos que adems de osada sea tambin sensata. -John puso los ojos en blanco.

-Thomas -llam Dominy-. Djame entrara verla.

El guardia se dio la vuelta y fue hacia ella.

-Dominy! Otra vez aqu? Acabas de traerle sopa! Por qu esta vez no me atiendes a m? -dijo sonriendo.

-Quiz ms tarde, ahora djame entrar. He trado unas mantas para el fro.

-Mantas y un brasero encendido. Ojal yo tuviera esas comodidades para pasar la noche -dijo Thomas al tiempo que abra la cerradura de la puerta-. Recuerda que no debes hablar con ella.

-Ya lo s -dijo Dominy. Thomas se apart y Dominy se adelant con su carga de mantas.

Transcurrieron unos instantes de silencio, y entonces Dominy solt un alarido.

-Thomas! -grit-. Oh, santo cielo!

-Qu ocurre?

-Que Dios nos ayude! La pobre est muerta!

-Muerta! -Thomas hizo una pausa-. Qu haba en esa sopa?

-Oh, Dios! Lady Christian! Mi seora!

-No debes hablar con ella! -Thomas