Taller de Poesía

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Taller de poesía (Marosa, Viel, Juanele) Juanele (Juan L. Ortiz, Entre Ríos 1896-1978) Los árboles dicen al agua... Los árboles dicen al agua unas cosas oscuras que los grillos entienden y propagan grandes pájaros vagos por el aire absorto encantado de un sentimiento malva tan puro que la primera estrella tiembla en su agua reciente como una voz dorada demasiado brillante. Luciérnagas… Por entre las luciérnagas hacia el río flotamos pues la sombra está toda de pupilas viajeras. Y en el río, oh amiga, llamas hondas y móviles. ¿Qué puerto aparecido? La alta fiesta celeste sumergida bajo el encantamiento de las chispas aladas: luciérnagas, luciérnagas, todavía en el río! Día gris ¿Qué nos pregunta el vago horizonte que se viene a nuestra melancolía lleno de gestos mojados —tendido fantasma que absorbe las arboledas y nos invierte el lirio húmedo y solo del alma? No veo en el paisaje solamente paisaje. Veo, o lo trato de ver, o lo siento así, todas las dimensiones de lo que trasciende, o de lo que diríamos así, lo abisma. Es decir, la vida secreta por un lado y la vida no sólo con las criaturas que lo habitan o lo componen sino con las otras cosas con lo que está relacionado no solamente en el sentido de las sensaciones. La poesía es la realización del estado de infancia que debe permanecer a través de todas las edades del hombre. Y llamo estado de infancia a esa frescura, sensibilidad, disponibilidad, a esa apertura hacia todo lo que aparece; hacia todo lo que parece viejo y es nuevo. Hasta la materia misma puede acceder a lo que llamamos vida, y la poesía es el descubrimiento de la realidad interior de las cosas. Viel (Héctor Viel Temperley, Buenos Aires, 1933-1987) Quise ser como mil sables Quise ser como mil sables en el instante de desenvainarse. Quise poner mis ojos en sus ojos y hacerla arder con la luz de mil sables. Creo que fue algo así como querer ser ángel. Como no querer morirme adentro de la carne. Qué calor hace, madre Que calor hace, madre. Quiero inyectarme un poco de agua helada en la vena del brazo. Hasta en los cielos últimos necesita beber agua la carne. El verano en que resucitemos tendrá un molino cerca con un chorro blanquísimo sepultado en la vena. Necesito oler limón, necesito oler limón Necesito oler limón, necesito oler limón. De tanto respirar este aire azul, este cielo encarnizadamente azul, se pueden reventar los vasos de sangre más pequeños de mi nariz. Si no hay religión en su poesía, hay estado de comunión; y es ese éxtasis el que aparece en sus poemas y se manifiesta como la experiencia de Dios en el cuerpo, como una suerte de natación mística, de poesía que atenta por debajo del agua, de mística jugando en el oleaje del mar que es Dios, de escritura del cuerpo en la majestuosidad del braceo y la monocordia de la respiración del crawl. (G. Milone)

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Poemas Poéticas

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Taller de poesía (Marosa, Viel, Juanele)

Juanele (Juan L. Ortiz, Entre Ríos 1896-1978)Los árboles dicen al agua...Los árboles dicen al aguaunas cosas oscuras que los grillos entiendeny propagangrandes pájaros vagospor el aire absortoencantadode un sentimiento malvatan puroque la primera estrella tiembla en su agua recientecomo una voz dorada demasiado brillante.

Luciérnagas…Por entre las luciérnagas hacia el río flotamospues la sombra está toda de pupilas viajeras.

Y en el río, oh amiga, llamas hondas y móviles.¿Qué puerto aparecido?La alta fiesta celeste sumergidabajo el encantamiento de las chispas aladas:luciérnagas, luciérnagas, todavía en el río!

Día gris¿Qué nos pregunta el vago horizonte que se viene a nuestra melancolía lleno de gestos mojados —tendido fantasma que absorbe las arboledas y nos invierte el lirio húmedo y solo del alma?

No veo en el paisaje solamente paisaje. Veo, o lo trato de ver, o lo siento así, todas las dimensiones de lo que trasciende, o de lo que diríamos así, lo abisma. Es decir, la vida secreta por un lado y la vida no sólo con las criaturas que lo habitan o lo componen sino con las otras cosas con lo que está relacionado no solamente en el sentido de las sensaciones.

La poesía es la realización del estado de infancia que debe permanecer a través de todas las edades del hombre. Y llamo estado de infancia a esa frescura, sensibilidad, disponibilidad, a esa apertura hacia todo lo que aparece; hacia todo lo que parece viejo y es nuevo. Hasta la materia misma puede acceder a lo que llamamos vida, y la poesía es el descubrimiento de la realidad interior de las cosas.

Viel (Héctor Viel Temperley, Buenos Aires, 1933-1987)Quise ser como mil sablesQuise ser como mil sablesen el instante de desenvainarse.Quise poner mis ojos en sus ojosy hacerla ardercon la luz de mil sables.

Creo que fue algo asícomo querer ser ángel.Como no querer morirmeadentro de la carne.

Qué calor hace, madreQue calor hace, madre. Quiero inyectarme un poco de agua helada en la vena del brazo.

Hasta en los cielos últimos necesita beber agua la carne.

El verano en que resucitemos tendrá un molino cerca con un chorro blanquísimo sepultado en la vena.

Necesito oler limón, necesito oler limónNecesito oler limón, necesito oler limón.De tanto respirar este aire azul,este cielo encarnizadamente azul,se pueden reventar los vasosde sangremás pequeñosde mi nariz.

Si no hay religión en su poesía, hay estado de comunión; y es ese éxtasis el que aparece en sus poemas y se manifiesta como la experiencia de Dios en el cuerpo, como una suerte de natación mística, de poesía que atenta por debajo del agua, de mística jugando en el oleaje del mar que es Dios, de escritura del cuerpo en la majestuosidad del braceo y la monocordia de la respiración del crawl. (G. Milone)

Marosa Di Giorgio (Salto, 1932 -Montevideo, 2004)De súbito, en la noche, misteriosamente, silenciosamente, la mariposa apareció. Se puso en un costado de la taza, venciendo graves leyes. Traía un vestido, moderno, grande, casi sin forma, de un verde celestial, con puntos más oscuros, o plateados. No quise llamar la atención sobre ella porque temía al otro comensal. Que arrimara un cigarrillo, pusiera fuego a esa gasa. Temía al otro comensal, y temo a todo el mundo. La mariposa no se iba. Yo temblaba, levemente; el otro tuvo una actitud indefinible. Por cortar la situación, propuse: -Vamos a bailar. Y luego: -Vamos al jardín. Y, de pronto, dije: -Deseo que Irma se haya ido. Sin querer le había puesto el nombre Irma y había hablado en voz alta. Mi acompañante respondió: -Pero, si era un muchacho. Disimulando, pregunté: -¿Quién? –El de la camisa celeste, allá en tu taza.

Si me miro veo una niña absorta en su trabajo como en un espejo; una niña solitaria, apasionada, inocente, visionaria. Que irá en la sexta noche de luna llena como lo hace desde siglos, a cortar muérdago, con la tijera de oro. Siento el hechizo de una estrella naif.