TE CUENTO: Tres cuentos

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Para todos los amigos del Curso de Escritura Creativa y Guionistas de Cine y TV

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EL PULPIN

-¿El doctor Arruabarrena? –Preguntó el hombrecito de ojos vivaces enmarcados dentro de un obeso rostro mestizo y detrás de unos huachafos anteojos, de esos que se venden en cualquier calle o mercadillo. Aunque casi imperceptible, exhibía un tic nervioso, que si no era acompañado por la crecida apertura de sus fosas nasales, apenas se notaría. Como si fuera un lujo mostraba orgullosamente la enorme panza que penosamente cargaban sus cortas piernecitas, pero por supuesto como todos los cacasenos que quieren preciarse de ser un moderno habitante de estos andes, cargaba un enorme Smartphone chino que le llenaban las manos como si fuera una Tablet. -Sí señor. Pase y tome asiento. ¿Usted dirá? –Respondió el Letrado con exagerada amabilidad, pues por fin había llegado el “punto”. El que además de pagar su habitual borrachera, debía sufragar parte de la renta mensual de su oficina, la tarifa del celular que muy socarronamente llamaba su “putofono”, y más adelante quizá hasta la pensión alimenticia que debía pagar a la madre de sus hijos. -¡Buenos días doctor! –Exclamó lleno de entusiasmo y prosiguió el seguro cliente. -Mi nombre es Paul Smith Ccarayhua Altamirano. Como usted ya debe conocer en mi condición de Ingeniero Magister, yo he sido Director Regional de Abastos del Gobierno Regional de Chivampata y he venido a su estudio jurídico por recomendación del señor Marciano Gonzáles Román.

En ese instante el abogado, comenzó a preguntarse de dónde, aquel presumido retaco, daba por sobre entendido que todo el mundo debía saber de quién se trataba. Esa pedantería le dio la buena impresión que él buscaba en los clientes que caían por su oficina, porque cuanto más alejados de la realidad se encontraban, mejor se podían manejar sus casos y a ellos mismos. -¡Ah, qué bueno! ¿Y cómo está el buen Marciano? –Preguntó el abogado. -Por ahora yo no sé cómo pueda estar ese señor. Lo único que sé es que siendo mi empleado en la Dirección Regional de Abastos, se ha portado muy bien conmigo y debo reconocerle esa virtud, sin importarme que los demás trabajadores, solo por envidia, digan que siempre ha sido un miserable sobón. –Contestó con un sólido aire de indiferencia. -¡Ah, claro señor Magister! Todos en este pueblo sabemos quién es usted, porque lo hemos visto marchar muy gallardamente en los desfiles cívico-militares-policiales y escolares de la avenida Arenales. Sinceramente para mí es un honor y un placer conocerlo para servirlo. –Y lo siguió adulando tal y como él sabía que lo hacen los empleados públicos de la región con esta clase de jefecillos, para ablandarlos antes de comérselos zapatos y todo. Cuando el abogado advirtió que ya se lo había metido al bolsillo, y también cuando el Magister reparó en que ya había hecho saber a ese individuo quién era él. El ambiente se distendió y como correspondía se abrió para ambos la posibilidad de una profunda y valiosa consulta jurídica. -Doctor, la verdad es que después del ardoroso combate electoral que tuvimos que sostener con el candidato del pollito para ganar las elecciones regionales, yo no quería asumir

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ninguna mal pagada función pública, porque como usted ya sabe yo soy ingeniero y magister a la vez, y por tanto no tengo necesidad de ningún cargo público, porque a mí siempre me reclama la Pontificia Universidad Católica del Perú para ser su catedrático y la Autoridad Nacional del Agua para ser el jefe de su dependencia en esta región. Pero como si fuera obra de demonio, a regañadientes tuve que aceptar la Dirección Regional de Abastos, solo porque me lo suplicó el nuevo Presidente Regional, y la verdad es que no pude negarme porque es una buena persona, además de ser mi paisano y aunque él no lo sepa, mi pariente lejano.

Era en esos momentos cuando el abogado comenzaba a frotarse mentalmente las manos, porque esa clase de bellacos casi siempre le solventaban la mayor parte de sus necesidades, no solo por un mes, sino hasta por un año completo y quizás más. Entonces con expresión de quien se lo está creyendo a pie juntillas todo lo que le iba contando, con vivo interés, lo alentó. -¡No me diga!, pero que interesante. Para ser honesto ingeniero muy pocas veces puede uno tropezarse con una persona tan importante y especial como usted. ¡Continúe! –Suplicó. -La verdad doctor, yo no tendría ninguna necesidad de sus servicios, pues para resolver lo que me molesta muy bien podría recurrir directamente al Presidente Regional, pero no quiero hacerlo, porque no deseo incomodar a una autoridad que no tiene tiempo ni para comer, ni dormir de tanto ocuparse en las disposiciones, gestiones y reuniones que a todo nivel debe tener para gobernar esta chúcara región, menos aun cuando acaba de llegar desde la China donde se ha quedado maravillado de cómo deben hacerse las cosas para que estos inhóspitos lugares progresen de una vez por todas. ¡La verdad es que no quiero! –Dijo esto para darle a conocer el nivel de respeto, consideración y compasión que tenía por aquella lejana e inalcanzable potestad. -Tiene usted toda la razón y lo que es mejor, la mayor entereza, pues se trata del mismísimo Presidente Regional, y no habría forma ni motivo para molestarlo, menos aun cuando ha sido por su magnanimidad que usted ha recibido toda su confianza para desempeñar un prominente cargo público dentro de su gestión. En ese entender por muy importante que sea, no podemos en esta consulta jurídica, porque ni la ley, mucho menos los procedimientos administrativos o judiciales pueden. ¡Eso no está en discusión! Pero ya me estoy dando cuenta que se trata de otra cosa, de modo que dígame usted lo que exactamente debo saber. –Y así, con meliflua y suplicante voz, lo invitó a que fuera al meollo del asunto. -El asunto doctor, es que como ya usted sabe, yo soy el Director Regional de Abastos, pero resulta que sin mi conocimiento, y lo que es peor, sin mi consentimiento, el Gerente Regional conchabado con el Gerente General y el Asesor Legal, a través de este adefesioso papel, han aceptado mi renuncia al cargo, sin que yo haya renunciado jamás, aprovechando que el Presidente Regional anda con la cabeza volada por todas las cosas que tiene que atender; por todo lo que pasa en todas partes a nivel regional y por todo lo que dicen las malas lenguas de este aguerrido hombre que lucha por el desarrollo, la prosperidad y la felicidad de los habitantes de esta paupérrima región, bajo este supuesto le han hecho firmar está ilegal resolución presidencial, donde además de aceptar mi falsa renuncia, ha designado en mi lugar a un pobre diablo, que aun cuando sea mi paisano, no sabe dónde está parado, y eso sí, humanamente no lo puedo aceptar.

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-¡Claro! De ninguna manera se puede aceptar un atropello a la voluntad de un ciudadano con derecho a voto, y menos si este es un ingeniero y un magister a la vez. –Acotó el abogado y añadió. –Una renuncia es la expresión directa, expresa y libre de la voluntad, pues la conditio sine quo non para que opere una dimisión es que la misma debe constar en un documento escrito con la firma legalizada del renunciante ante Notario Público. Una renuncia jamás se puede inventar o dar por supuesta, porque eso es un delito contra la libertad individual, pues nadie puede obligar a otro para que haga lo que la ley no manda, o le impida hacer lo que ella no prohíbe, pues en este país está constitucionalmente garantizada la libertad que tienen todos los seres humanos a comportarse y desenvolverse de acuerdo a su real saber y parecer, así como la libertad de poder conducirse con arreglo al sistema jurídico vigente, y menos aún ver recortada su esfera de desarrollo profesional y convivencia social, por conductas o hechos de terceros, que pretenden un fin antijurídico, que se traduce en obligar a realizar algo que un ciudadano verdaderamente no quiere. -Si doctor, eso ya lo sé. Lo que no sé es qué podemos hacer desde sus competentes conocimientos jurídicos, para que esos sinvergüenzas no se salgan con la suya, pues no solo me la han hecho a mí, sino que se la hacen como si nada a todos los jefes y directores de las diversas oficinas que funcionan en la Región Chivampata, y como nadie les ha parado “el macho”, siguen usando esa misma mañosería para deshacerse del que les dé la gana, aprovechando la vorágine personal, burocrática, funcional, social, política y hormonal en que se encuentra metido el señor Presidente. -Bueno, de primera impresión y por lo que estoy enterándome de los írritos considerandos contenidos en este documento, podemos iniciar un proceso Contencioso Administrativo para solicitar la nulidad de este delictual acto administrativo por la causal de falta de expresión cabal de la voluntad, pues como ya le había dicho, en un país democrático y donde gobierna un Estado de Derecho, nadie está obligado a hacer lo que la ley no manda, ni impedido de hacer lo que ella no prohíbe, mucho menos está permitido ninguna forma de restricción de la libertad personal. Eso es por una parte, pues la otra acción legal que debemos hacer obligatoriamente es denunciar penalmente a estos desgraciados por la comisión del delito de abuso de autoridad y contra la libertad individual, pues nadie puede ir más allá de sus atribuciones para cometer un acto arbitrario, menos a un profesional ingeniero y magister a la vez. -¡Exacto! No solo eso, sino que podríamos también demandar la indemnización de los daños y perjuicios por todo el tiempo que voy a perder hasta que en la Pontificia Universidad Católica del Perú se inicie otro ciclo de estudios o que la Autoridad Nacional del Agua revise mi currículum vitae para ofrecerme otra gerencia, teniendo en cuenta que en mi condición de ingeniero y magister a la vez, mi ingreso diario es de 500 soles. -Si a eso le añadimos el lucro cesante y el daño emergente, van a tener que pagarle una millonada. –Acotó el abogado. -Si pues, pero para eso están las empresas transnacionales que operan en la región y que vienen pagando al Gobierno Regional ingentes cantidades de dinero por concepto del canon y las regalías mineras.

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Después de recibir los 50 soles de su consulta jurídica. Se despidieron dándose la mano y mirándose una vez más a los ojos, para ratificar cada quien su más importante persona. El abogado cerró su oficina para irse a comer un mixto de seso de res con riñoncitos al vino. Mientras esperaba la atención se puso a pensar: “Todos estos rateritos, vienen a mi oficina para hablar sus huevadas y luego desaparecer. Solo quieren dejar constancia que merodeando por la calle de los abogados, algo malo están tramando contra los que van a seguir robando”. Mientras el Pulpín, que era el alias que se había ganado en su último trabajo, se trasladaba en un taxi hasta el paradero de los carros que van a su pueblo pensando: “La próxima vez que venga me voy con un montón de papeles a la oficina de ese muerto de hambre que cobra 50 soles por solo llegarlo a conocer, para que se vaya distrayendo e ilusionando que voy a ser su cliente”. Pues su intención era hacerle creer a sus enemigos, que una vez fueron sus compañeros en la lucha por el poder regional, que los iba a "cagar" con ese abogado especialista en robar y encarcelar toda clase de corruptos, hasta que le dieran un puesto igual o mejor que el que le habían quitado. Después de dos semanas que no pasaba nada para que lo volvieran a designar en algo que según su criterio valiera la pena, el Ingeniero Magister se apareció por la oficina del abogado, para dejarle más de un centenar de papeles, previo pago de sus 50 soles. Además, como sin querer queriendo, le hizo saber que el chofer de esa oficina que se llama Gervasio Ccollcce Palacios, se había robado el motor de arranque de la camioneta nueva y le había cambiado sus cuatro llantas, para que eso también lo tuviera en cuenta, porque contando con su ayuda estaba decidido a acabar para siempre con la corrupción en esa oficina. Se despidieron al tiempo que el abogado cerraba su estudio jurídico para irse a comer un sabroso tallarín hecho en casa con estofado de gallina de corral, rocoto relleno y ccapchi de chuño.

Después llamó a los chismosísimos chofer y secretaria de la Dirección Regional de Abastos, para hacerle saber que había denunciado penalmente al Gerente Regional, al Gerente General y al Asesor Legal y a todos los que resulten responsables por la comisión de un montón de delitos contra el patrimonio, contra la administración pública y contra la fe pública, y que su abogado era, nada más ni nada menos, que el doctor Celso Arruabarrena Canchari.

Más tarde las cosas quedaron en stand by, hasta que una buena tarde de esas que generalmente son los viernes, en una de las cantinas de moda del pueblo, el abogado se encontró con el chofer ratero. Cuando el letrado vio que ya se había instalado en su mesa, esperó pacientemente la oportunidad de hablarle. No pasó mucho tiempo para esa ocasión, y fue entonces cuando le dijo que quería hablar con él un minutito. -Si doctor, usted dirá para que soy bueno. –Le decía al tiempo que le extendía la mano. -Toma asiento. ¿Quieres una cerveza? –Le invitó. -No doctor, estoy con unos compañeros de trabajo celebrando un cumpleaños. –Se disculpó.

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-Bueno, no te voy a aguar la fiesta, pero tú sabes que soy el abogado del “Ingeniero Magister Paul Smith Ccarayhua Altamirano”, dijo leyendo la tarjeta que a medio mundo repartía el Pulpín. –Se la guardó y continuó informando. –Ese ingeniero me ha confiado como tres mil documentos y revisando, en algunos apareces como el autor de la desaparición del motor de arranque de la camioneta nueva y en otro como que has cambiado las cuatro llantas nuevas con todo y sus aros por las viejas que tiene ahora. Pero de eso no vamos hablar en estos momentos y mucho menos en este lugar. Sigue festejando a tu amigo y cuando tengas tiempo te conviene que vengas a mi oficina a ver como remediamos eso. El chofer hizo un “¡glup!” con toda su saliva y algunos mocos más, se frotó el cuello y alcanzándole la mano llena de sudor se fue trastabillando. Más tarde desde su mesa le hizo llegar al abogado un piqueo de carne y una cerveza helada. El lunes por la tarde se apareció el chofer en la oficina del abogado para contarle que así le habían entregado aquella camioneta y que él no era responsable de nada, que más bien el Pulpín era culpable de eso y muchas otras cochinadas más. -¿Gervasio Ccollcce Palacios, no? –Preguntó el abogado. -Si doctor. ¿Pero cómo sabe mi nombre? -Contestó con esta pregunta el chofer. -Yo no sé nada. Solo se lo que los documentos me dicen. –Contestó a su vez. –Pero eso no tiene ninguna importancia. ¿Sabes?, que revisando los documentos que me entregó el ingeniero Paul Ccarayhua, he concluido que el pobre hombre era víctima de una extorsión montada por el Gerente Regional, el Gerente General y el Asesor Legal, para que usando el sistema administrativo de la Dirección Regional de Abastos, es más, en su agravio se robaran descaradamente los dineros destinados a la adquisición de………., al apoyo a…………, y otras perlas más. -Y continuó leyéndole sin ninguna precisión una serie de adquisiciones y bienes que supuestamente había extractado de los documentos que le entregó el Pulpín. -Pero doctor, yo no tengo nada que ver con eso. Yo solo soy un simple chofer. -Claro que yo sé que solo eres un simple chofer, una cacanita, casi nada. Pero sabes por qué esos rateros no te han botado de la chamba por el cambiazo que le hiciste al motor de arranque y a las cuatro llantas de la camioneta nueva, porque tú sabes mucho de lo que hacen ellos, y hasta de repente les has ayudado en algo, no tú mismo, pero con el carro sí. -¿Eso le ha contado el Pulpín, verdad? – Le preguntó y agregó levantando la voz como quien vomita una amenaza. -¡Si yo le contara todo lo que ha hecho ese enano, no me podría creer! -¡No te distraigas en amenazas cojudas! –Le advirtió y continuó. -Lo único que todos sabemos es que esos dineros estaban destinados para fines asistenciales o programas de apoyo e inclusión social, cuya colusión, peculado o malversación de sus caudales están penados hasta con 12 años de prisión e inhabilitación perpetua, y sin derecho a rehabilitación automática. -¿La muerte civil? –Pregunto el Gervasio.

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-¡Ah, conque ya sabes! Qué muerte civil, ni que ocho cuartos, ¡la muerte total!, querrás decir. Escúchame con atención. Si yo te denuncio ahora tus familiares tendrán que corretear por lo menos dos años antes que te sentencien, para ese entonces todo lo que has robado al Estado ya se lo habrán comido los tombos, los jueces, los fiscales, los abogados, los secretarios y los empleados del penal, entonces solo te quedarán los diez años que te faltaran para ver la rica calle, y para cuando salgas, tu familia ya te habrá tirado la toalla y este pueblo se habrá transformado sin dejar un puto lugar para ti. ¿Entonces que te quedaría? Hacer alguna cagada para poder regresar al penal porque allí estará todo lo que te queda en esta vida. -¿Pero por qué me dice eso a mí?, si yo no soy funcionario. –Refutó el chofer. -Eso era antes, pero con la Ley Nº 30124 que modificó el artículo 425 del Código Penal, todos ustedes son funcionarios. Pero para qué te sigo hablando cojudamente, si contigo no es la cosa, lo único que yo quiero es que así como el Pulpín me ha traído documentos tuyos, me traigas los documentos de sus fechorías, entonces podré decirle: “No, el chofer no entra en la denuncia, porque tiene estos documentos contra ti, y así lo neutralizo y solo formulo la denuncia contra los "peces gordos". -¿También va a denunciar al Presidente Regional? –Preguntó algo alocado. -No, a ese huevón no es necesario denunciarlo de nada, porque en los procesos penales él será el responsable de todas las fechorías que hacen los funcionarios de su confianza. A la larga ese entrará a la cárcel de todos modos. Lo que nos queda saber es cómo todos los pendejos que le rodean se limpian las manos con él, y a lo mejor resulta que era el capo de la tremenda mafia que todo el mundo sabe que está robando en esas oficinas. Como ves el Presidente Regional, sin necesidad de denuncia se irá directamente a la olla, ya sea porque sin saber ha metido a una banda de delincuentes dentro de su gestión o por haberse metido a robar con unos ineptos, porque, hoy por hoy, para robarle al Estado hay que estar muy bien preparado, sino es como suicidarse. -¿Doctor no quiere probar unos anticuchitos? –Invitó el visitante. -Siempre y cuando sea donde la doña Augusta. –Sentenció el convidado. Pasaron los días y cuando para el abogado esa aventura ya se le había olvidado, como se le olvidaban los juicios a su cargo cuando sus clientes no venían con dinero, se apareció el Gervasio con un buen fajo de documentos diciéndole que hay estaban, más o menos, todas las fechorías del traidor Pulpín. -Suponiendo que solamente eres un chofer, con la sola obligación de conducir y mantener un vehículo, ¿cómo es que consigues todos estos documentos? –Le preguntó algo maravillado. -La secretaria es la voz, doctor. A esa huevona el Pulpín se la afanaba como le daba la gana y para que se la siga prestando le compraba toda la ropa que quería con cargo a la Partida Presupuestal de vestimenta, haciéndola pasar por monos, cascos, chancabuques o bluyines. Pero como eso mismo hacía con las demás trabajadoras a la pendeja se le metía a la cabeza

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que el chato era un infiel y que las demás eran unas putas, y como hasta ahora está picona por esa vaina, es que quiere cagarlo al huevón, y porque además los documentos que le ha traído el Pulpín, eran copia de unos originales que ese pendejo se había robado para embarrar a los altos jefes que lo venían jodiendo, y además porque por la pérdida de aquellos originales ella había tenido problemas con el nuevo jefe. Sino fuera porque la chata es una jefesiki hace rato que la hubieran votado. -¿Solo por eso? –Preguntó con un dejo de desconfianza el abogado. -No solo por eso doctor, sino porque la pendeja, haciéndose que sabe todo el teje y maneje de la institución, ya se ha embolsillado al nuevo jefe, y como si nada pasara, sigue ahí en su puesto mandando y disponiendo a su antojo. -¿Y se la presta al nuevo jefe? –Preguntó con morbosa curiosidad el Letrado. -Doctor, que esa chuchumeca la preste o la deje de prestar, no es el problema. La vaina es que le llegue a gustar a su prestatario, pero a este no creo, porque se apareció con un culazo salvaje con cara de puta, y con concha y pana y sin demostrar que es profesional con experiencia en la administración pública, la metió en un cargo de confianza. -¡Ah! ¿O sea ya vino con su facilitadora? -Si Pues. Yo estoy de paso doctor. Me despido y ojala esos documentos le sirvan para algo, porque yo muy poco entiendo de eso. -Y se despidió con un buen apretón de manos.

Lo que no le dijo el chismosón, fue que ya había alertado a todos los gerentes y empleados de todas las oficinas, que el Pulpín le había entregado al abogado Arruabarrena más de cinco mil documentos administrativos donde aparecían todas las fechorías que le habían ordenado hacer en la Dirección Regional de Abastos, pero que ese tinterillo solo necesitaba algunos documentos que lo incriminaran directamente, porque ese enano se había largado sin pagarle los 5 mil soles que le debía por honorarios profesionales. Que directamente con ellos nada tenía que ver, salvo que el Pulpín había llegado a ser lo que fue y haber hecho todas las cagadas que hizo, gracias a ellos. De modo que no les quedó más remedio que ordenar a todos los órganos administrativos, para que fotocopiaran aquellos documentos que pudieran servir para que el Pulpín quedara encerrado de por vida. Por algunos minutos se distrajo mirando la tarjeta de presentación del Ingeniero-Magister, lleno de todos los huachafos logos que suelen tener los documentos de la administración pública en estas provincias (escudos, soles, cielos, ríos, verdes campos, lagunas, cerros nevados, piedras incaicas, flores nativas, trigo, maíz, quinua, llamas, alpacas, ganados, bocaminas, etc., etc., y el número de hasta seis teléfonos: tres fijos y celulares de Movistar, Claro y Bitel. ¿A cuál llamar? Y después de dudar un poco se animó por el de Bitel, pensando: “¡Este es el teléfono de los cholos, porque es el más barato!" -¡Sí, dime! –Contestaron desde el otro lado. -¿Ingeniero Paul? –Preguntó. -¡Sí! –Contestó gritando el Pulpín y luego preguntó refunfuñando. -¡Quién es usted!

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-Soy el doctor Arruabarrena, quiero hacerle saber que anónimamente he recibido una serie de documentos de la Dirección Regional de Abastos, y solo quería comentar ese hecho con usted. –Le dijo. -De esos asuntos yo no hablo por teléfono. Si tiene algo que decirme, dígamelo por correo electrónico, para eso en mi tarjeta están mis direcciones, aunque son tres, diríjase a arrierosomos_72 de gemail, pero en eso también quiero que sea breve. –Recomendó y colgó. A los tres días el abogado le envió cuatro breves correos, pero adjuntando a cada uno de ellos hasta 10 documentos, que autenticados le había traído el correveidile. Al día siguiente se apareció el Pulpín en la puerta de su oficina mostrando su remedo de sonrisa, pero como el abogado estaba ocupado absolviendo los problemas de una pareja de campesinos, le dijo: -Disculpe ingeniero, pero las consultas jurídicas son privadas -Entiendo doctor. Disculpe usted. –Y se apeó a dos metros de la puerta. Mientras la larga fila de los carros que pasaba por aquella calle iban llenándole de polvo y humo el gracioso ternito color burro que vestía, que de tanto andar huérfano de aseo brillaba con manchas tornasoladas. Después de media hora salió el abogado junto con los campesinos, y le dijo: “Lo atiendo a las 2 y 30 de la tarde, porque ahora tengo una audiencia”, y desapareció. Más o menos al mediodía el abogado llamó al Bitel, cuando el Pulpín contestó su enorme Smartphone, le preguntó: “¿Exactamente qué quiere hablar conmigo?” Entonces el ingeniero-magister, como uno de esos locutores que se hacen pasar por periodistas, tomando el teléfono en las manos y babeándose sobre la pantalla, le dijo casi gritando que: De dónde había sacado esos documentos. Quién se los había dado. Que no era ninguna gracia tener en su poder documentos que contenían secretos de Estado. Que ni piense que con esos papeluchos se podía lograr algo. Que las huevaditas escritas en esos documentos no servían ni para limpiarse el poto y otras sonseras más que solo en la viveza de un achorado provincial podían tener cabida. A lo que contestó el buen Arruabarrena: “Entonces con una denuncia anónima amparada en el nuevo Decreto Legislativo Nº 1327, que establece las medidas de protección para los denunciantes de actos de corrupción, se lo regalaremos a los fiscales, solo para ver si se atreven a higienizarse el trasero con esos papeluchos que les justifican el trabajo que les da de comer”, y le colgó. “¡Ese conchasumadre ha sido! No contento con serrucharme el piso, ha convertido a mi chofer y mi secretaria en mis enemigos, solo para cagarme”. Luego de meditar mejor, se convenció. “No. Ese no es. ¡Qué va a poder ser ese pobre huevón! Es el maricón del Gerente Regional. ¡Esa mierda ha sido! “¡No me voy a dejar! ¡Me voy a defender!” -¡Hola amor!, escúchame atentamente. Tengo en mis manos los comprobantes de pago de todas las boutiques, zapaterías, perfumerías y tienditas adefesiosas donde te hemos comprado ropa fina, perfumes, zapatos, vajilla, juegos de olla renaware y todas las otras

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huevadas que te encantan y mucho más cuando no te costaron a tí sino a la Dirección Regional, de modo que si no me alcanzas copia de toda la documentación que te voy a pedir, hago que el abogado Arruabarrena me denuncie y que te ponga como testigo, para que acogiéndome a la ley de colaboración eficaz me declare culpable ante la fiscalía, declarando que todo lo he hecho porque tú eres mi amor, y vamos a ver si eso le va a gustar a tu marido. -¡Que amor, ni qué cositas que me compraste! Di algo malo de mí o de mi honor y mi esposo te saca la mierda hasta que ni tu propia madre te va reconocer, si es que sobrevives. Te recuerdo que mi marido puede ser de Ccahuanaorcco pero ha crecido en el Callao. Di algo nomás y enseguida me voy a la fiscalía y le cuento a todo el mundo las encerronas que te dabas con todos los narcos de tu tierra en la oficina de la Dirección, para chupar jalando coca con la plata del Estado. Y no solo eso, me voy a la radio de "Los ladillas" y pagándoles lo que me pidan exijo públicamente que te hagan un examen toxicológico y de paso que te revisen el poto, ¡maricón de mierda! ¡Seguro que ahorita mismo estas borracho, pero parado por tu “ayudín” y por eso loquito por hablar huevadas. – Colgó el teléfono, pero al rato volvió a sonar. -¡No jodas mierda! –Grito la mujer. -¡No me cuelgues! ¡No me cuelgues por favor! - Suplicó y continuó. -Acabo de hablar con el administrador y el asesor y me han dicho que me van a dar todos los documentos que ellos tienen, de ti solo quiero una copia de los memos que nos llegaban desde la Gerencia Regional para todas las vainas que nos mandaban a hacer, y que tu sabiamente me habías advertido que eso podría acabar muy mal, pero yo como buen bruto y mejor imbécil no te hice caso. ¡Porfa!, ¡Porfa! Después de eso ya no te vuelvo a molestar, te lo juro por mi santa madre. -¡Fuera sonso! El mismo juramento le hiciste a la pobre muchacha que le diste trabajo porque no tenía donde caerse muerta. “¡Esta es la última vez que te molesto, te lo juro por mi madre!”, y lo hiciste cuantas veces te dio la gana hasta embarazarla, para después botarla como a una basura. -¡No!, no me toques eso. Te juro por mi santa madre que por esa mujer y mi hijita voy a cambiar, cuando gracias a los papeles que me darás hayamos aclarado este mal entendido con esas mierdas que mangonean desde arriba, antes que el santo varón de la presidencia llegue a enterarse de todo lo que ha sucedido, y comenzando por mí y acabando contigo, nos vayamos todos a la chirona solo por nuestra propia culpa y por no ser solidarios entre nosotros mismos. -¡Escúchame atentamente hijito! Te voy a ayudar, solo porque yo quiero mucho al Presidente Regional, que es un infeliz que sigue creyendo que el haber ganado las elecciones, le ha otorgado un pasaporte a las estrellas y está ahí metido en el éter de ser el masmás de estas provincias, mientras ustedes, ¡ratas de mierda!, están llenándose los bolsillos con la plata de este pueblo salado y cojudo que siempre vota por los más rateros. Después de eso no quiero saber nada más de ti. ¿Me entiendes? -¡Si mi amor, perfectamente! Te juro por mi santa madre que así va ser.

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-¡Váyanse a la mierda tú y tu santa madre! Y colgó brutalmente el teléfono, que como no era suyo, podía hacer con él lo que le diera la gana. Total la telefónica podía reemplazarlo por otro, porque la Dirección Regional era uno de sus mejores clientes en toda la región. La mala mujer y los otros funcionarios se afanaron en buscar los documentos que pudieran ayudarle al Pulpín a apaciguar el desmadre que se había armado en torno a "los de arriba" y "los de abajo". Cuando por fin consiguieron los necesarios, porque los demás podían salir a la luz por mandato judicial, se vieron libres de los embrollos que solía armar ese condenado retaco. -¡Doctor, déjeme hablar y si después de eso usted no quiere saber nada conmigo, le juro por mi santa madre que ya no me verá jamás, ¡ni en pintura! –Le dijo eso desde la puerta de su oficina. -Pasa pues, pero no me vengas con tus achoramientos y malcriadeces. ¿Qué quieres? -Quiero proponerle un negocio. –Dijo esto con una voz firme y segura. Y cuando el abogado le dijo: “¿Haber, de qué se trata?” El Ingeniero-Magister le propuso con mucho aspaviento el siguiente plan. Que así como le había enviado los cuatro últimos correos con un montón de documentos, le enviara diez correos más adjuntando en cada uno de ellos la documentación que en PDF estaba archivada en una carpeta que tenía en el USB que en ese momento le mostraba, y que en el último email le exija un pago de 50 mil soles, sino lo demandaría ante el Poder Judicial. Después el Pulpín reenviaría esos mismos correos a todos los que tenían que ver directamente con esos escabrosos asuntos, y más tarde le contestaría al abogado con copia a los demás, que no solamente a él debería pedirle ese dinero sino a fulano, mengano y zutano más. Y como el asunto va a funcionar sí o sí, porque él les informaría que el abogado conocía en detalle todas las otras más grandes trapacerías que estaban haciendo esos pendejos, no le convenía a nadie hacerse los estrechos. -¿Y a quién van a entregar el billete? –Preguntó el abogado. -A mí pues. Porque se supone que yo voy a ser el nexo entre usted y ellos. En cuanto me lo entreguen, yo vengo y le doy sus 10 mil y usted me entrega todos los documentos que tenga en su poder, para que los contribuyentes estén tranquilos. -¡No! ¡Eso sí que no! O eres muy vivo o me has visto con cara de cojudo. Lo que va a pasar es que yo Celso Arruabarrena Canchari, peruano, en cumplimiento de mis obligaciones ciudadanas y habiendo tomado conocimiento de la comisión de varios delitos contra la administración pública en agravio del Gobierno Regional de Chivampata, por parte de varios funcionarios de confianza debidamente identificados, en función de lo dispuesto por el artículo 407 del Código Penal, voy a denunciar ante el Ministerio Público estos ilícitos penales perseguibles de oficio, sin dejar de hacer pública mi hazaña. ¡Y punto! –Acabó gritando, y un poco más calmado lo invitó a salir de su presencia. El Pulpín lo miró como se mira a los cojudos y se fue. Pero a las dos horas regresó para decirle que si tanto desconfiaba, había que ver la manera de cómo todo ese dinero podía llegar a su oficina, para después proceder al reparto.

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-Simplemente dame los correos de todos esos corruptos y yo les envió la comunicación documentada y tú te ocupas de decirle el monto que deben pagar por mi silencio, y si convienen en que desean arreglar toda esa vaina, que le entreguen la plata a una persona que en su momento nombraré, y ya con ella les enviaré toda la documentación, entonces te llamo y convenimos un lugar para nuestro encuentro, no aquí porque este es un lugar sagrado para mí, y te doy tus cochinos 40 mil soles antes de que me quemen las manos. -Me parece bien. –Dijo con resignación el Pulpín. -Entonces, ¡manos a la obra! Alcánzame tu USB y señáleme las carpetas donde están archivados los documentos que debo adjuntar a los diez correos que voy a enviarles a cada uno de esos sinvergüenzas. Pasó un viernes y luego otro más. Mientras tanto el abogado había jurado en más de cinco borracheras, denunciar sin compasión ni excepción a todos esos ladrones que dejándose ganar por sus bajos instintos se dedicaban a asaltar el poco dinero que del presupuesto nacional llegaba a ese triste pueblo. “¡Puta madre!, ese enano me la hizo”, pensaba y para calmarse volvía a pensar. “Pero, porqué me pongo así, si no he perdido nada”. Y cuando reparaba que ni siquiera los 50 soles de su consulta le había pagado, montaba otra vez en cólera contra el mismo y su cojuda manera de confiarse en ese gañán. “¡Mañana mismo, los denuncio!”, y se puso a redactar un largo escrito embarrando a todos los que no respondían a sus correos, pero también a todos cuyos nombres aparecían en los sellos de post firma que exhibían esos papeles, que eran como cincuenta. Cuando pensó en lo mucho que ya había avanzado en ese justiciero propósito, apagó la computadora y cerrando su oficina se fue pensando en cómo desde que entró ese enano de porquería a su Estudio Jurídico, ese local se había salado hasta el extremo de no entrar ni siquiera un puto cobre para pagar su alquiler. -¿Es usted el doctor Arruabarrena? –Le preguntó aquel extraño, que de seguro no era del lugar. -Sí. ¿En qué puedo servirle? -Mire, sin necesidad de decirle mi nombre, debo manifestarle que soy el subgerente de la Oficina de Crecimiento y Prosperidad de la Gerencia Regional. He venido a visitarlo de parte del Gerente Regional para suplicarle que dentro de la cobranza que está usted haciendo por su silencio, se nos excluya ya que nosotros estamos haciendo “la chancha”. -¡A propósito de eso! Mire el escrito de mi denuncia que por ahora tiene 52 páginas, porque ya no me importa si ahora quieren exonerarse de cumplirme uno, dos, tres o todos ustedes. ¿Sabe qué?, ya no me interesa nada. ¿Me ha entendido? –Como le dijeron con la cabeza que sí, acabó diciendo. –Entonces pues, alas y buen viento. -¿Va estar usted más tarde? – Le preguntó el tímido hombrecito. -Sí, porqué. –Contestó el abogado.

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-Voy a reunirme con mis amigos, y si hay algo positivo, ¿puedo volver a verlo? –Consultó. -Escúcheme señor sin nombre. No voy a responder a su pregunta, porque si más tarde estoy o dejo de estar, si usted viene o deja de venir, no tiene ninguna importancia. Y si fuera algo importante para las cosas que estábamos tratando de arreglar y que al parecer no tiene ningún arreglo, ¿qué importancia tendría? El hombrecito se fue y cuatro horas más tarde, cuando en todo el barrio de los abogados ya se habían apagado las ambiciones, Arruabarrena siguió esperando y de ser necesario lo haría hasta el amanecer, porque la experiencia le decía que la apariencia y el modo de hablar de aquel personaje se correspondían con la de un “punto” seguro. No había duda.

Y no la hubo, porque el hombrecito nuevamente se apareció, diciendo en voz alta que solo habían reunido 48 mil soles, porque los dos mil que faltaban correspondían a la aportación del ingeniero Paul Ccarayhua, y que si en ese mismo instante le entregaba los documentos, podría recibir lo que había pedido. -Mire señor, en primer lugar seamos honestos. Le voy a entregar la documentación en la misma medida en que usted me está pagando mis derechos, porque los documentos que me ha entregado el ingeniero Ccarayhua, se los voy a entregar directamente a él, solo cuando me haya pagado lo que me debe. ¿De acuerdo? –Preguntó y luego hizo una memoriosa síntesis de lo que les habría podido pasar a todos los que habían acotado si no honraban su palabra. El mensajero solo se limitó a hacer un extraño gesto, con el que quería decir, “toma y dame”. Cuando se produjo el canje se fue sin decir “ni chis ni mus”. Cuando por fin se quedó solo, cogió el abultado sobre de manila y comenzó a contar el dinero, pero cuando acabó la cuenta, comenzó a contarlo de nuevo, porque no podía permitir que unos ladrones que se roban a manos llenas los dineros del pueblo le hayan “hecho el avión”, ni siquiera con diez soles. Acabada su angurrienta contabilidad se juró aprender un poco más acerca del contenido de esos documentos que felizmente escaneados los tenía en su poder, porque en muy poco tiempo había aprendido que esos papeluchos eran una mina de oro. Antes de cerrar su oficina llamaron a su celular. -Doctor Arruabarrena, yo soy la persona que reunió el dinero que felizmente ya está en sus manos. Solo quiero decirle que lo disfrute y advertirle que ese caudal ha salido del presupuesto para la construcción de una escuela en un centro poblado comunal, y que el mensajero que le trajo lo ha grabado todo a través de unos anteojos con cámara espía HD, por si acaso se le ocurra querer hacernos alguna de sus jugadas. -¡A mí que mierda! ¿Acaso lo van a colgar en youtube, en twitter, en Instagram, en Periscope? Encima de vulgares ladrones y miserables corruptos, se creen sofisticados mafiosos. ¡No me provoquen carajo! Conmigo no se juega a las redes sociales, menos aun cuando está de por medio la plata del pueblo, y solo porque me han hecho llegar una cagadita de toda la millonada que se roban alegremente, me van a venir con cojudas amenazas cibernéticas, solo porque alguna de sus fechorías les ha salido mal. ¿Sabes qué?, mejor métete esos anteojos al culo para que grabe todo lo que los presos te van hacer en la

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cárcel. ¡Huevón! – Luego pensó que detrás de esa atrevida amenaza estaba el Pulpín y lo sentenció a quedarse misio y cagado. Después de chupar tres días completos y alardear en todas las cantinas que unos clientes, sin ser narcotraficantes, le habían pagado un honorario de cien mil soles, y que como el caso que le trajeron iba a durar mucho más, era probable que esa vaina a la larga le iba a hacer ganar más de 300 mil. Por supuesto que esa mentira lanzada asi sin más ni más, nadie le creyó, y por eso cuando se iba al baño, los parroquianos convenían que buen, buen billete sólo podía venir de dos sitios: o de los narcos o de los corruptos, y al borrachín Arruabarrena no lo veían con la suficiente pasta como para manejar los asuntos de un pichicatero, y menos aún que un ladrón de cuello y corbata le haya confiado algo, porque cuando esos están robando no necesitan de ningún abogado, pues su necesidad de defensa es para después, solo si algo salía mal. “¿Pero de donde tiene plata para chupar tanto y encima invitando?”, preguntó alguno, a lo que le respondieron: “¿Qué gran cosa ha gastado? ¡Yo he chupado más sin tanto bombo y platillo! Si gracias a mí muchos de ustedes han aprendido a chupar. ¿o no lo recuerdan?”. "Jaja, jaja, jaja, jaja...", rieron todos. Cuando ya estaba más que seguro que ese dinero era completamente suyo, se apareció el Pulpín para pedirle los 40 mil soles que le correspondía. El abogado quedó profundamente extrañado y bastante molesto y más agitado le dijo de qué dinero le estaba hablando, si el acuerdo era que él debía aparecer con esa vaina. -¡Ta’madre! Yo no conozco a ningún huevón del Gobierno Regional, mucho menos a sus mandamases. Averigua pues huevón quien de todos esos rateros debía traerme la plata y no me la ha traído, y cuando te enteres quién es, los dos nos vamos a sacarle la mierda. -A mí no me vengas con pendejadas. Yo sé quién, cuándo y cuánto te ha traído, porque lo he visto en un video en HD. -¿Vengas? ¿Me estas tuteando? ¡Quien mierda te ha dado la confianza para que te atrevas a tutearme y encima decirme que te debo 40,000 soles. ¿Alguna vez hemos robado juntos? ¿Quién mierda te crees? Y si no quieres perder mi consideración, tráeme lo que me corresponde y después de eso, no nos hemos visto jamás, ni en la pelea de perros. ¡¡¡Fuera carajo!!! -¡No sabes con quien te has metido, abogadito huevón! ¿Acaso no sabes dónde he nacido y de dónde vengo?–Dijo esto y se fue con los ojos rojos y brillantes botando espuma por la rabia, y agarrándose el estómago con una mano y el hígado con la otra. -¡Has nacido de la concha de tu madre y vienes de esa misma pestífera zorra! ¡Págame mis honorarios, huevonazo de mierda! Le gritó desde la puerta. Esa misma tarde consiguió el celular del marido de la Secretaria de la Dirección Regional de Abastos y lo llamó para decirle que él era muy respetuoso del honor de las damas y del Código de Ética Profesional del Colegio de Abogados, pero lo que le iba a decir no tenía nada que ver con los asuntos confidenciales que le estaba confiando su cliente el Ingeniero-magister Paul Ccarayhua, sino que ese desgraciado se da la licencia de decir que a la Secretaria le hago esto y que la Secretaria me hace esto, y otras chorreras que por decencia no podía repetir, pero como él era de Lima, bien podía entender.

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-¡Gracias doctor! Ya me habían contado varias amigas de su trabajo que ese enano se estaba pasando con mi esposa, incluso mi señora me dice que se vacila a sus anchas con todas las trabajadoras que el contrata, y como eso estaba pasando en esa Dirección Regional, también creen que eso mismo está pasando con mi esposa. Hace tiempo que quiero sacarle su mierda, pero desgraciadamente no me lo encuentro. -No solo son chismes mi querido señor, sino que el muy malcriado me ha prometido traerla a mi estudio para tomarnos unos tragos y después a ver qué pasa. Pero no se preocupe voy a tratar de encontrarme con ese desgraciado en algún lugar discreto que previamente se lo haré saber, para que usted pueda aclararle lo que quiera. -Gracias doctor, por su llamada. -De nada. ¡Es mi deber! El día jueves 13 de febrero, fecha que no olvidará ninguno que ande metido en eso de robarle al Estado, el abogado llamó al Pulpín para decirle que por fin había llegado el dinero, y que como no quería pelearse con él porque era un buen socio, le dijo que le daría la parte del dinero que le correspondía, pero sería en un lugar discreto, y que a eso de las ocho de la noche le diría dónde y que para eso tenga prendido su celular. “Yo soy un caballero, no se confunda”.

Luego llamó al marido de la Secretaria diciendo que tendría una entrevista con el Pulpín a eso de las nueve de la noche en el pampón de la Piquipichana.

Cuando el hombre le preguntó por qué en ese paraje tan desolado, le respondió que

así se lo pidió el mismo Pulpín, o acaso no sabía que ese desgraciado andaba en manjuinas que solo se concretaban en parajes como ese.

Después por otro celular llamó al Pulpín para decirle que recibiría su dinero en el pampón de la Piquipichana, y cuando este le preguntó por qué en ese lugar oscuro y solitario, le dijo porque ellos tenían en su poder la más alta y sofisticada tecnología de espionaje y no quería que lo grabaran, ni que le sucediera otra de esas sorpresas cojudas que bien se pueden evitar. Finalmente le dijo que viniera solo sino no se haría la entrega. El petiso aceptó de muy buena gana y hasta riéndose, porque en estos tiempos modernos solo se necesita contar con la tecnología adecuada para bajarle a cualquiera su muy crecida insolencia.

Llegada la hora, llamó al celoso esposo que se apareció con una "pata de cabra" y juntos esperaron a que se apareciera el citado, al poco rato se dibujó entre las sombras la achaparrada y panzona figura del Pulpín y el abogado le dijo: “Ahí está el hombre, te lo regalo, yo nada tengo que hablar con ese imbécil que a todo el mundo le dice que conoce todos los huecos de tu mujer".

Al día siguiente, las radios y la televisión local reportaron que hallaron el cuerpo semimuerto del ex Director Regional de Abastos. Que se encontraba en el hospital en estado vegetativo y que los médicos temían por su vida.

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Casi un año más tarde el abogado se enteró que el Ingeniero-Magister, bien rengo y algo tarado de la cabeza, se había refugiado en su comunidad, y que junto a su mujer e hijita se dedicaba con más o menos éxito a la crianza de cuyes “Mauro Mina”.

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EL PUNTO -¡Papá lindo! ¡Búscamelo con calma. En algún lugar de estos archivos deben estar esos documentos. –Suplicó con voz quebrada y lleno de ansiedad. -Pero inge usted debe saber qué debemos encontrar entre tantos papeles. Yo no puedo estar buscando algo que ni siquiera usted sabe de qué se trata. –Refunfuñó ásperamente el empleado. Y si no fuese porque el suplicante le estaba mostrando claros signos de sumisión, se marchaba de aquel lugar sin darle la menor explicación, porque aquel insignificante sujeto, ya no era nadie. Llegó como todos los que venían a dirigir esa oficina. Bastante melindroso y saturado de los prejuicios que vienen adheridos a las neurosis provinciales que sin pudor exhiben los que se alucinan los pro-hombres y líderes de estos remotos poblados. Como no sabía que es lo que debía hacerse en ese lugar, ni mucho menos averiguar por medio de los que al menos conocían algo, sobre lo que debía hacer un Director Regional, se dedicó a la golosa tarea de mandar, disponer y abusar de lo que se gobierna, que en buena cuenta son los dineros y los bienes de esa parcela estatal, por supuesto contando con la lacaya sumisión que en todo momento, no solo a él sino a todos los nuevos jefes, le mostraban los empleados.

Como un arrogante dictadorzuelo pueblerino, gobernó durante casi un año ese lugar sin reparar en nada ni en nadie, porque simplemente se creía el jefe que hace tiempo necesitaba ese lugar, y por supuesto el más inteligente profesional del medio. Para demostrarlo empezaba sus presumidas alocuciones acerca de lo que debía hacerse o no en esa entidad sobre esa u otra materia, y sin escuchar a nadie explicaba por qué todos los reunidos en su despacho estaban equivocados de cabo a rabo. Y así aquel necio podía hablar hasta cuatro horas sin parar, un montón de “pichuladas” como decían a sus espaldas su siempre muda audiencia. Pero para qué iban a intervenir, sugerir o contradecir, pues nadie quería que aquellas sandeces se prolongaran hasta la hora de almuerzo.

Casi siempre acababa su atosigante palabrería con una de estas sentencias: “¡Yo soy el Director Regional!”. “¡Yo quiero que así se haga!”. “¡Yo estoy ordenando!”. Y si por algún lugar, aunque sea del modo más sutil le llegaba alguna sugerencia o una tímida advertencia sobre la legalidad de algo que debía hacerse, acababa explotando: “¡A mi qué me importa!”. Luego con voz amenazante se dirigía a sus directores de línea y apoyo diciéndoles: “Los que no quieran participar de esta gestión, no tienen más que decirme y mañana mismo los saco de sus preocupaciones, porque para carguitos como estos existen más de mil postulantes”. -Son los documentos de la licitación para la adquisición de veinte tractores y también para la compra directa de ganado vacuno, motocicletas, forraje para el ganado de las zonas de emergencia y las otras cosas más que se ha comprado dentro de mi gestión. –Le aclaraba. -Pero inge, usted sabe que esas adquisiciones las ha realizado la Gerencia de Gestión Económica, así como la contratación de los residentes, supervisores y todos los administradores rateros de los proyectos que nos han encargado, pero que ellos mismos siguieron manejando contando con su firma y su sello. Y solo porque a nivel nacional recién se ha puesto de moda la lucha contra la corrupción por esa enorme vaina de Odebrecht, los fiscales cutreros se han puesto a investigar las cosas que hace tiempo se hace en sus pueblos.

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Solo por eso y después de "asno muerto", ahora usted me viene a apurar para encontrar algunos papeles que desde el comienzo han debido estar en el archivo personal de su gestión. -¿Cómo sabes todo eso, si solo eres el pinche que maneja estos archivos? -Preguntó lleno de furia, pero cuando se dio cuenta que no debía maltratar a quien podía servirlo, se calmó y explicó apaciblemente. -La verdad de todo lo que está pasando, no es como todo el mundo piensa, pués lo que he hecho fue asumir ejecutivamente la culminación de varios proyectos de inversión pública que necesitaban de alguien que salvara sus presupuestos, que son los dineros del pueblo, para que estos no se revirtieran al gobierno central. -Se explicó sin venir al caso, pero lo dijo a modo de entrenamiento porque eso mismo debía decir una y mil veces en los juzgados y tribunales que lo esperaban para juzgar su gestión. -Pero como eso ya estaba bien chacreadito, sobre la base de todos los papeles que usted muy secretamente recibió y los demás que le hizo firmar el Gerente Regional Asdrúbal Silvera, a pedido de este mismo desgraciado, la Contraloría se metió hasta con los huachimanes de la oficina, para que después de tanto embrollo acabaran denunciándolo por la comisión de todos los delitos contra la administración pública, y de pasó involucrar a once inocentes compañeros como sus cómplices, solo por haberle hecho caso, porque tenían miedo de que usted los echara a la calle. –Le dijo eso y dio por concluido su afán de ayudarlo. -¡Papa lindo! No me dejes así. Por favor no dejes de buscar. Te voy a pagar. Yo sé que esos documentos están en poder de la Contraloría, pero para hacerme daño no han sacado fotocopia de los memorándums que me envió el Gerente de la Gestión Económica, para que yo hiciera todo lo que por su culpa ahora estoy pasando. –Suplicó casi con lágrimas en los ojos. -Fácil pues inge, si han sido memorándums de la Gerencia de Gestión Económica, las copias deben estar en su secretaría. –Sugirió más que molesto. -¡No!, no están allí. Yo me acuerdo haber recibido personalmente esos memorándums, pero no recuerdo dónde los he mandado archivar. –Alegó suplicando le entendiera su desmemoriado problema. -¡Ya inge!, si en esa secretaría no tienen ninguna copia, por lo menos debe haber quedado constancia de su llegada en los libros de nuestra Mesa de Partes, pero si no hay ningún registro, esos documentos jamás han existido: ¡Así de sencillo! –Concluyó tajantemente, y como se percató que el suplicante daba muestras de no estar dispuesto a rendirse, (solo porque aquel pobre pinche se había propuesto no servirle como debía ser), el empleado haciendo uso de la misma frase que el "inge" solía emplear para poner fin a alguna discusión o señalar que sus abusivas órdenes “….se cumplen sin dudas ni murmuraciones, porque el único responsable es el superior que las imparte”, le dijo con el mismo tono airado que él solía utilizar: -“¡Eso es todo!, o me has visto con cara de huevón.” Muchas veces en la vida, especialmente cuando la realidad se nos hace insufrible, nos ilusionamos con algo que no es realizable o que realmente va a ser muy difícil que se cumpla o que simplemente sea verdad, entonces es cuando se mete dentro de nosotros una pequeña ilusión que nos hace suponer que lo imposible puede cumplírsenos, y nos mantenemos en ese terco delirio hasta el último momento. Pero al verse visto grotescamente

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imitado por aquel simple empleadillo con ese reproche que alguna vez sin querer le dijo a algunos: “¡Eso es todo!, o me has visto con la cara de huevón”. Aquello de que “la esperanza es lo último que se pierde”, se perdió definitivamente, para dar paso a los arrepentimientos y reproches por no hacer lo que debió hacer como hombre y desde un comienzo negarse a hacer toda esa cochinada, y no tener que andar dando pena y lástima por esa oficina donde todo el mundo lo quería y respetaba cuando era director, y donde ahora hasta el más insignificante empleaducho lo veía con la “cara de huevón”. "En otros tiempos estas mierditas hasta querían besarme el poto", lanzó este pensamiento desde el fondo de su desesperación y se prometió no volver a pisar jamás ese lugar. Qué cojudo había sido al recibir y ejecutar aquellos encargos, sin tener una orden escrita de aquel malnacido que desde su alto cargo de gerente, graciosamente le sugería: “.....fácil pues colega, lo hace así...., luego formula un documento asá...." y otras tantas cosas que se supone debía saber en su condición de Director Regional y no tener que enseñarle el mismo. Para santificar esas abusivas ordenes siempre estaba presente el subgerente diciendo con lujo de detalles, de modo que se sienta muy real, que en tal o cual oficina se hacía lo mismo desde los tiempos de Fujimori y no pasaba nada, y que incluso existía una Ley, un Decreto Supremo o una Resolución Ministerial que lo autorizaba. Para acabar esa brillante faena, mirándolo fijamente a los ojos le decía: “O se chupa ingeniero”, que en buena cuenta significaba: "Hasta aquí nomás contigo" “¿Me chupo o no me chupo?”, he ahí el dilema, y sin pensarlo dos veces. “¡No me chupo! Si por esta Dirección han pasado un montón de badulaques que sin hacer nada han ganado mucho prestigio profesional y ahora trabajan en los proyectos productivos de las más grandes empresas transnacionales mineras que se han instalado en la región, ganando diez veces más de lo que se gana en esta oficina. ¡No me chupo carajo!”

Además porqué se iba a chupar, si las cosas que debían hacerse para que esa oficina sea considerada el motor primordial del desarrollo regional, la estaba haciendo él y nadie más que él. Porqué se iba a chupar, si con su disciplina, carácter, pero sobretodo con su inteligencia había puesto a trabajar a ese montón de vagos que hueveaban de lo lindo en ese lugar. Porqué se iba a chupar cuando en la gala de fin de año organizada por el Diario “El Fregón” había sido declarado el “FUNCIONARIO DEL AÑO”, aunque los envidiosos murmuraran que para recibir esa distinción había que pagar, y bien fuerte. Pero fuera de esa y otras sonseras más, porqué se iba a chupar, si él jamás se había chupado. Cuando reparaba que estaba estúpidamente atrapado en esos bellacos titubeos, se avergonzaba consigo mismo diciéndose por qué diablos todavía tenía que esperar a que el jefe le dijera como a un sonso: “¿O se chupa ingeniero?”. Las cosas se hacen o no se hacen y lo que estaba haciendo no era una cosa que a él se le había ocurrido, sino era una orden del señor Gerente de la Gestión Económica, hombre de confianza y pariente lejano del señor Presidente Regional y uno de los hijos más prominentes de la tierra que lo vio nacer. No había nada más que hacer, sino hacer lo que tenía que hacerse y punto. -¡Ta’mare, recién egresado y ya estás ilegalmente ocupando un alto cargo de confianza, y encima te me quieres hacer el difícil, aun sabiendo que para ese puesto que tanto te gusta, existen más de mil postulantes decididos a recibir el sueldazo que te estoy pagando, sin saber leer ni escribir, y encima como si fueras gran cosa te haces saludar con todos los empleados, que te estarán respetando mientras puedan sacarte algo. Pero sobretodo cómo te

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encanta hacerte rogar con los majaderos que llegan a tu “Despacho” pidiéndote uno y mil favores que al final, sin saber si está bien o mal, yo tengo que aprobar con una Resolución Directoral, en cambio a mí que te he colocado en tan alto lugar, me quieres cojudear. -¡Por favor ingeniero, pare su carro! Tampoco... tampoco la cosa es así, porque a mí usted no me ha dado ninguna confianza. Acaso debo recordarle que soy director de línea de esta entidad gracias a la confianza que me ha otorgado mi primo el gerente Azdrubal Silvera por encargo directo del señor Presidente Regional, y que esta oficina no es su negocio y menos su chacra donde usted puede hacer lo que le dé la gana. ¡No se olvide! –Le dijo con tono insolente, como haciéndole saber que su trabajo en ese lugar estaba garantizado por las más altas autoridades regionales, y que si a él le daba la gana, incluso podía ser su próximo director. -Entonces pues señorito, dile a ese tu bienhechor, que no quieres hacer nada para que caminen los procedimientos administrativos que la ley y tu cargo te obligan, y por los cuales cobras puntualmente. –Lo desafió a su vez. -¡Un momentito!, un momentito ingeniero. Yo no le estoy diciendo que no quiero hacer nada o que quiera hacer lo que me da la gana. Yo sé muy bien que usted tiene todo el derecho y la obligación de ordenarme lo que con arreglo a mis funciones estoy obligado a hacer, pero para eso debe hacerme llegar un memorándum, y eso es todo, sino sobre qué base voy a formular los documentos que usted me está exigiendo. –Le replicó con la cerviz alzada y con una vocecita que cachacientamente le decía: "a mí no me la hacen".

“Pueda ser que yo no sepa casi nada de lo que debe hacerse dentro de esta oficina, pero en realidad no se necesitas saber gran cosa, menos aun cuando cuentas con un montón de huevones que desde hace siglos saben lo que debe hacerse y lo hacen de buena gana si sabes tratarlos con simpatía, empatía y cortesía: las tres “ías” del jefe moderno. Pero si se te sube la mostaza y sacas a pasear al indio sicópata que tenemos metido en la tutuma todos los peruanos, ahí es donde te jodes porque esos ganapanes no van a parar hasta verte tras las rejas tomando el sol a rayas. De ser empleado que tiene que obedecer órdenes, soy empleado, pero que achoradamente y como si fuera un imbécil me pidan que yo haga lo que les dé la gana, eso ni cagando, porque mientras detrás de todo este ese ratero del Asdrúbal Silvera, cualquier cosa se hace previa orden escrita. Sabiendo eso, ya sabes lo suficiente para seguir por ahora en el cargo y en la rica calle mañana. Y más tarde cuando otros parientes o paisanos ganen las elecciones regionales, seguir chambeando para el Estado, que es el único que da empleo en esta región de mierda”. Pensaba para sus muy adentros. -¿O sea tú crees que el gerente nos está ordenando cometer delitos y por eso debo decirte todo por escrito? ¡Está bien!, ahorita mismo vas a ir a la gerencia para que el mismo jefe te ordene lo que debes hacer. A propósito, debo recordarte que todos los funcionarios de confianza estamos obligados a que la gestión de nuestra máxima autoridad salga adelante y se cumpla a cabalidad todo lo que está diseñado en el "Plan de Acción para el Desarrollo, Prosperidad y Felicidad Regional” que ha escrito el mismísimo presidente. ¡Así que no me vengas con huevadas, o lo haces o te largas por donde viniste! –Amenazó una vez más y no lo hacía porque hiciera falta, sino que estaba acostumbrado a amenazar por todo y a todos, porque así se sentía más poderoso y por tanto más jefe, aunque en ese afan se le secaran las babas como un quaker y los ojos se le endemoniaran.

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-Memo jefe – le dijo con una voz un tanto amariconada y se dirigió a su "despacho". Más tarde la secretaria de la gerencia llamó al Director Regional para decirle que por encargo del Gerente Regional, que estaba muy ocupado en una reunión de gerentes, aun cuando sea tomando su nombre, le hicieran llegar al nuevo director de línea, las acciones que le correspondía realizar dentro de esa Dirección Regional.

Después de esa llamada salió el Memorándum Nº 796-2018-DPA-APA/GTRA-MIGRRI/DR., de esa fecha, donde se leía que por encargo del señor Gerente Ingeniero Magister Esteban Asdrúbal Silvera Yapura, se debía hacer eso, aquello y eso más. Y así se hizo, no solo una vez, sino muchas otras veces más. Y continuará haciéndose indefinidamente, porque desde el tiempo de las haciendas estaba montada y funcionando sin parar, la maquinaria que fabrica los nuevos ricos de estos miserables parajes sin Dios y sin ley. En las declaraciones que el ingeniero Gualberto Casanueva Aychahuacso hizo dentro de las investigaciones que realizaron la contraloría y todas las fiscalías, ha manifestado hasta el cansancio que había recibido órdenes del ex gerente Esteban Asdrúbal Silvera Yapura, para realizar las acciones administrativas materia de las investigaciones, pero en ninguna ha podido demostrar con la documentación del caso, porque se trataban de disposiciones verbales, y que los que las habían ejecutado, bajo su responsabilidad porque conocían la ley, eran los directores de los órganos de línea y apoyo de la oficina a su cargo, tal y como constan en los documentos que sus responsables habían redactado, sellado y firmado.

Cuando acababan esos largos interrogatorios, donde había que dar cuenta de cuánto ganaba, quién era su mujer, quiénes eran sus padres, cuántos hijos tenía, que bienes poseía, que si tenía enemigos, que si tenía abogado aunque lo vieran ahí mismo sentado y bien pagado, que si tenía algo más que agregar a lo que había declarado bajo juramento. Muchas firmas, varias huellas digitales y “¡Eso es todo!”. A pesar que su abogado lo felicitaba por el modo muy inteligente como había respondido al tedioso interrogatorio acababa diciéndose: “¡Me han cagado y bien cagado. Qué huevón he sido!” A su turno los subordinados manifestaban que todo se había hecho por orden directa del denunciado, hecho que constaba en los Memorándums Nº 796-2018-DPA-APA/GTRA-MIGRRI/DR y los treinta y ocho más que seguían en orden cronológico. Además señalaban que no sabían de qué se trataban los hechos materia de la investigación, ni qué provecho habría obtenido el encausado con los documentos que les obligó a faccionar, y que por el Dios de sus padres y el sol que los alumbra, no sabían en absoluto que el Ingeniero Magister Esteban Asdrúbal Silvera Yapura, tuviera algo que ver con las fechorías, que a espaldas de todos, el procesado había fraguado. Que solo sabían que se trataba de un digno profesional, un honesto funcionario público y un ciudadano a carta cabal, y que por el contrario el investigado era un abusador de los derechos humanos de los trabajadores de la oficina agraviada, sino que le pregunten a cualquiera de sus empleados.

Cuando leía estas declaraciones se repetía: “¡Me han cagado y bien cagado. Qué huevón he sido!”

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Mientras se están llevando a cabo todas las diligencias procesales de los procesos judiciales que tiene que afrontar por no haberse chupado nunca, el Ingeniero Magister Esteban Asdrúbal Silvera Yapura, junto a su feliz familia, ha publicado en el Facebook, Instagram y Twitter, su casa nueva con piscina, el edificio donde ha instalado su empresa, su camioneta de lujo y las fotos de sus viajes por el mundo, más todo lo que pueden comprar los cinco millones de soles que le ha regalado su "habilidad", entonces no le queda más que esperar las nuevas elecciones regionales para apoyar con su importante aportación al seguro ganador, y así recuperarse de los malos gastos que esta vida loca exige.

En tanto los seis juicios iniciados contra Gualberto Casanueva Aychahuacso, sigan caminando su tortuoso sendero por todo el tiempo que necesiten, para su mayor desgracia, el primero en culminar sentenció:

“FALLA: 1. APROBANDO el acuerdo de Terminación Anticipada del proceso

celebrado entre el Tercer Despacho de Investigación de la Primera Fiscalía Provincial Corporativa Especializada en Delitos de Corrupción de Funcionarios, el imputado GUALBERTO CASANUEVA AYCHAHUACSO y a la cual se adherido el actor civil en los términos de su pretensión.

2. CONDENANDO a GUALBERTO CASANUEVA AYCHAHUACSO como

autor del delito contra la Administración Pública – peculado doloso - en agravio del Estado; ilícito tipificado en el primer párrafo del artículo 387° del Código Penal.

3. y como tal se le impone al imputado GUALBERTO CASANUEVA

AYCHAHUACSO, la pena de CUATRO AÑOS de PENA PRIVATIVA DE LA LIBERTAD (48 meses), suspendida por el término de prueba de UN AÑO, bajo la condición de que cumpla las siguientes reglas de conducta:

a) Prohibición de ausentarse del lugar donde reside sin autorización del

Juez de investigación Preparatoria;

b) No cometer nuevos actos ilícitos durante el periodo de suspensión;

c) Comparecer personal y obligatoriamente dentro del quinto día hábil cada dos meses al Juzgado de Investigación Preparatoria, a afectos de que informe y firme el libro de control de sentenciados; y

d) Pagar la reparación civil a favor del Estado, en los términos fijados en la presente sentencia.

Todo ello en concordancia con lo establecido en el apartado 1° del

artículo 489° del Código Procesal Penal y bajo apercibimiento de revocársele las reglas de conducta y disponer la ejecución de la pena, conforme a lo dispuesto en el artículo 59° del Código Penal.

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4. Se le impone la PENA ACCESORIA DE INHABILITACION PERPETUA al sentenciado GUALBERTO CASANUEVA AYCHAHUACSO, conforme lo dispone el segundo parágrafo del artículo 38° del Código Penal modificado por el artículo 2º del Decreto Legislativo Nº 1243, que modifica el Código Penal y el Código de Ejecución Penal a fin de establecer y ampliar el plazo de duración de la pena de inhabilitación principal, e incorporar la inhabilitación perpetua para los delitos cometidos contra la Administración Pública.

5. Se impone como Reparación Civil que deberá abonar el sentenciado

GUALBERTO CASANUEVA AYCHAHUACSO la suma de S/. 50,000.00 soles a favor del estado debiendo realizar el pago de la siguiente manera:

a. Pagar la primera cuota ascendente a la suma de S/. 10,000.00 (DIEZ

MIL SOLES) el último día hábil del mes de febrero, luego de aprobado el acuerdo y emitido la presente sentencia, la misma que será abonada mediante depósito judicial a nombre de esta judicatura por ante el Banco de la Nación.

b. Pagar desde la segunda cuota hasta la quinta cuota ascendente cada

una a la suma de S/. 5,000.00 (CINCO MIL SOLES), el último día hábil cada dos meses, desde el mes de marzo hasta completarse el monto total de la reparación civil, la misma que será abonada mediante depósito judicial a nombre de esta judicatura por ante el Banco de la Nación.

6. SE EXIME al sentenciado GUALBERTO CASANUEVA AYCHAHUACSO

del pago de costas del proceso. 7. Dispone el DECOMISO definitivo del inmueble urbano sito en la calle

Progreso Nº 112, debiendo procesarse este inmueble con arreglo a la normatividad vigente sobre la materia.

8. MANDO: Que consentida o ejecutoriada que sea la presente resolución

se inscriba en el registro correspondiente; tomándose razón donde corresponda y en su oportunidad se archive definitivamente la presente causa;”

“¡Inhabilitación perpetua!” “¡Inhabilitación perpetua!” “¡Inhabilitación perpetua!”.

Por más que se lo repetía una y mil veces, no podía creerlo, pues eso significaba que durante el resto de su vida no tendría derecho a trabajar para el gobierno. Tampoco ser regidor, consejero, alcalde, presidente regional o congresista. Nada de nada, ni siquiera alcahuete. Eso era como condenarlo a muerte, porque en los pueblos de estas cordilleras, nadie más que el Estado, da trabajo.

“¡Me han cagado y bien cagado. Qué huevón he sido!”

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LA SUPLICA

No entiendo por qué debía estar metido en este sobrenatural asunto.

No puedo dejar de sentir que yo, y nadie más que yo, tiene la culpa de recibir y hacer funcionar ese extraño artefacto que solo me ha causado la insana molestia que carcome mis pensamientos y lo más profundo de mis sentimientos.

Lo peor de todo es que no puedo esconder, destrozar o desaparecer ese raro aparato.

Esconderlo sería bueno, pero después de eso yo siempre sabría dónde está, y luego estaría preocupándome hasta la demencia de que cayera en otras manos. Destruirlo tampoco, porque no vaya a ser que esa irresponsable acción desate alguna grandísima fuerza que ni siquiera puedo imaginarme y después de matarme a mí, cause un espantoso perjuicio a los habitantes de este amable pueblo. Desaparecerlo, qué bueno sería poder evaporarlo, pero eso es imposible.

Lo mejor de todo sería poder volver el tiempo atrás, y seguro que jamás desearía haber estado en esa puna, en esa choza, en esa enorme caverna, ni haber escuchado aquella sugerente voz, ni haber recibido lleno de codicia este mecanismo, ni mucho menos haber hecho esa maldita prueba.

¡Lo mejor sería estar completamente loco o quizás perfectamente muerto desde hace mucho, pero mucho tiempo!

No creo que todo esto que me está pasando haya surgido de la nada. Pienso que esto estaba planificado de antemano y por alguna causa que no sé, porque nunca se me consultó, me vi envuelto en su trama.

Siento y pienso, quizá para consolarme, que todo esto tenía que suceder porque así lo ha decidido una fuerza desconocida, que mientras no la conozca la llamaré el destino, más no mi destino, porque esto es lo que nunca habría querido, ni rogado a mi Dios.

Todos los que me conocen saben de mi gran afición a la fotografía Pero yo sólo sé que hace muchos años atrás no pude congelar los bellos sitios que tiene esta región, porque en esos momentos no disponía de una cámara decente, ni de los dineros para comprar los rollos y revelar las fotos que en esas ocasiones ansiosamente había deseado hacerlas. Pero hasta ahora no me explico por qué tuve que escoger aquella lejana puna, cuando lo que había planificado era ir primero a ese húmedo bosque poblado de orquídeas, luego aquel lejano nevado que se veía la cara en una límpida laguna, después aquel profundo y caudaloso río que desde tiempos inmemoriales los lugareños llaman "El Dios que habla", y más tarde a ese humilde poblado que tiene un increíble templo e historia.

Luego de aquel santuario preincaico que coronaba la cima de una escabrosa montaña desde donde se veneraba al espíritu de un imponente nevado, me tocaba caminar hasta esa inmensa laguna cuyas aguas dicen que se desbordan por una quebrada cayendo en mágicas cascadas que cantan. Solo después de todo eso debía visitar ese altiplano antes que se asomaran las lluvias y las odiosas neblinas. ¿Pero por qué fui a esa puna primero?

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Recuerdo que antes de aquel viaje, vi ese lugar en un hermoso sueño plagado de unas imágenes tan coloridas que se desenvolvían en un bello movimiento de luces que le llegaban desde el sol, el aire, el agua y mis propios ojos, que si no lo hubiera vuelto a soñar dos o quizás más veces, hubiera acabado creyendo que aquellos cuadros me llegaban desde algún imborrable pero intemporal recuerdo. Y quizás sea por eso o tal vez otras más bellas estampas que no recuerdo, es que durante el largo feriado de la Semana Santa, me aparecí por ese lugar.

No me arrepentí de haber llegado, porque aun todo estaba en su lugar. Allí seguía creciendo el gran pajonal que se extendía por donde el sol alumbra las mañanas y por donde hace nacer las sombras. También estaban los mansos y cristalinos riachuelos que avanzan lentamente sobre su horizontal superficie buscando los lugares por donde deben caer a las quebradas para alcanzar las bullentes aguas de los grandes ríos que los llevarán a reposar en el vientre del océano, para después volver como lluvia, nieve o granizo. El cielo un poco más allá de las nubes que están apenas encima nuestro. La luz, la gran luz que inunda estos altiplanos, nos permite saber que todo lo que allí nos rodea es la gran verdad que ya existía antes que las bestias y los hombres hayan hecho de ella su hábitat, y que muy pocos de los que caminamos pensando, han llegado a intuir que este es el envoltorio de lo sagrado.

No caminé mucho hasta tropezarme con un lugar cercado que me decía que allí moraban junto a sus dueños varios cientos de llamas y alpacas. Cuando estaba disponiéndome a llamar a sus ocupantes para suplicarles me permitieran fotografiar aquel corral, los animales y sus chozas, que quizás del mismo modo se hayan mantenido albergando esa clase de vida por miles de años, como emergido del alto pajonal apareció un anciano que tenía el semblante de las gentes que no llegaron de ningún lugar, sino que estaban y estarán aquí mientras exista este planeta.

Como corresponde al buen talante de las personas de estos lugares, antes que yo pudiera hacerlo me saludó primero: -¡Buenos días señor! ¿Qué le trae a estas alturas? -¡Buenos días, también para usted! –Le dije con el mismo júbilo, y al tiempo de alcanzarle la mano me presenté. –Mi nombre es Carlos Ramírez. Hace años cuando trabajaba para la Oficina de Desarrollo Comunal, vine a esta comunidad para atender la titulación de su territorio y me gustó muchísimo todo el paisaje que se muestra en estos lugares, pero como en aquella oportunidad no tenía una máquina fotográfica, ahora que tengo una moderna y digital que hasta me permite filmar, es que según mi tiempo y humor estoy volviendo por los paisajes que un día los encontré y los dejé guardados para otra ocasión. -¿No es usted el señor Ramírez? ¿Que trabaja para el Ministerio de lo Social? –Me preguntó. -¡Sí! ¿Cómo es que usted me conoce? –Le pregunté a mi vez. -¡Yo soy Alberto Allauca Urrutia! Con usted durante mi presidencia y en pleno Estado de Emergencia hemos logrado concluir la titulación del territorio y aprobado los estatutos de esta comunidad. ¿Se acuerda? -Me dijo con una voz que nunca había escuchado por estas alturas.

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-¡Pucha! Discúlpeme don Alberto. Recuerdo que usted era el Presidente de esta comunidad en los años ochenta. No lo había reconocido. ¡La verdad está usted irreconocible! –Y me puse a pensar sobre el modo cómo suele transformar la salud y hasta el semblante el rudo trabajo de pastor en estas altas y recónditas punas, pues el hombre había envejecido hasta cambiar su semblante a una velocidad pasmosa, y mudado su voz hasta hacerla suave y apacible. -Si pues señor, así es la vida. –Me dijo por toda explicación y luego me invitó a pasar a su cerco que al final tenía una choza que además de cocina era el dormitorio del pastor. -¿Puedo hacer algunas fotos a sus animales, sus muros y a usted también con todo lo que tiene? – Le pregunté a manera de súplica. -¡Claro señor! Mientras usted va tomando sus fotos, yo sancocharé algunas papas nativas que he cosechado en Pampacolca. Le aseguro que le van a gustar. -Y nos lo comemos con la conserva de atún y el queso que tengo en mi mochila, y de paso nos tomamos un rico mate de salvia con el cañazo que traje del pueblo. Después de las papas y el mate con aguardiente, nos pusimos a hablar de todo lo que había pasado en la comunidad y en el Ministerio a lo largo de tantos años. Cuando se agotó la conversación sobre estos temas, aproveché la oportunidad para conducir la tertulia a mi interés por la fotografía y los lugares que podían retratarse en otros parajes de esa extensa puna, a lo que don Alberto me respondió que mucho podían gustarme las ruinas de Maucallacta, el bosque de puyas de Raimondi de la comunidad, la laguna encantada que tiene cuatro colores y que está tras el cerro Umaccata y así me fue guiando por las vistas que no debía perderme. -Pero recorrer esos lugares puede tomarme varios días y además necesitaría de un guía. –Le dije lleno de aflicción. -¿Y qué problema pues señor? Nos vamos conmigo porque en esos lugares tengo otros cercos y cultivos de papas que debo visitar mañana mismo. Mientras tanto vaya haciendo las fotos que se le perdieron hace tiempo, y cuando cierre la noche se aloja aquí y temprano caminamos juntos. Entrada la noche y después de cenar algo que preparé con las cosas que traje, nos hicimos un buen mate de la aromática muña que crece en estas alturas, por supuesto cargado con el aguardiente que nos servimos antes. Cuando terminó de narrarme lo que no había pasado en su comunidad por no tener importantes denuncios mineros, me contó que los demás comuneros habían abandonado las labores de pastoreo para irse a trabajar a las minas que algunas empresas habían aperturado en los territorios de otras comunidades o que simplemente se habían dedicado a la minería ilegal, “rascando” por aquí y por allá con relativo éxito, y que esa maldita labor había destruido cientos de hogares y dejado en el abandono a miles de niños y ancianos. Yo por mi parte le resumí lo que estaba pasando en el lugar donde yo vivo con eso del boom minero y otras cosas más relacionadas a las Comunidades Campesinas por si le pudieran interesar. En medio de esta charla me preguntó. -¿Usted cree en los platillos voladores?

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-¿Ovnis? –le pregunté y luego le respondí. –No, porque hasta ahora no he visto nada de eso. –Y luego añadí con mucha curiosidad. -¿Por qué me pregunta eso? -Señor Carlos, hace más o menos cuatro años, después de comer, a eso de las ocho de la noche tuve que salir a buscar a una alpaca que se relegó del rebaño porque debía parir, y no pasó más de una hora cuando la vi que venía para el cerco, me alegré de que me hubiera ahorrado más camino. Después de acariciar a la madre y a la esponjosa cría, alegres nos regresamos a la casa. No habría pasado ni diez minutos cuando de repente sentimos algo extraño a nuestras espaldas, que a pesar que nos molestaba grandemente, no tuvimos la valentía para volvernos y ver qué era eso, sino que como si tuviéramos un fuerte frio, nos juntamos todos hasta sentir chocar mis pies con sus patas, y de pronto vimos cómo por encima de nuestras cabeza se apareció una luz inmensa que iluminó toda esta puna, que en unos diez minutos se fue volviendo poco a poco chiquita hasta desaparecer. Después casi todas las noches varias luces se aparecieron por todas partes y todas acabaron sumergiéndose a la izquierda del sitio por donde el sol se duerme en estas pampas. -¿Y que hay por ese lugar donde las luces que aparecen grandes hasta iluminar toda esta puna, se achican para esconderse? –Le pregunté muy intrigado. -La punta de un Apu nevado que saliendo de las entrañas de la tierra sube hasta estas alturas y sigue subiendo como queriendo punzar la barriga del cielo. En ese lugar hay un gran roquedal donde existen unas lindas cuevas hechas por los abuelos de otros tiempos para enterrar a sus padres. Un poco más allá, hay una mina muy grande que está abandonada desde el tiempo de los españoles o de las haciendas. ¡No lo sé! -¿Lo conoces? –Le pregunté lleno de curiosidad. -Mañana temprano vamos a ir por un camino incaico directamente a ese lugar que está a casi una jornada de aquí. Después que haya tomado sus fotos, caminaremos por dos horas más hasta llegar al cerco de mi hijo para dejarle azúcar, sal y aguardiente. ¡Ojala esté ahí!, pero si no igual nos alojaremos en su choza y de allí, poco a poco, regresaremos. ¡Ya verá usted a que le hace sus fotos! -Yo le hago fotos a todo lo que me inspira. Incluso me gustaría hacerle unas fotos a los platillos voladores y a todas las luces que aparecen y desaparecen por aquí. -¡Buenas noches señor! – Me dijo apagando el mechero y no se movió más, inclusive creí que ni respiraba. Yo como de costumbre no dormí de inmediato y me puse a pensar en ese día. A las seis de la mañana subí a la combi que llega a la capital de esta provincia, luego tomé uno de los colectivos que suben a estas alturas trayendo pasajeros y la carga de los mineros informales. El conductor y mis ocasionales compañeros de viaje tuvieron la amabilidad de hacer y soportar hasta cuatro paradas para que pudiera tomar algunas fotografías al paisaje que ellos mismos me recomendaron, y que de verdad eran buenos miradores. Luego se presentó este anciano que me conocía y que quizá yo también lo conocí, pero no recuerdo exactamente si era la misma persona que me dijo que era, pero eso ya no me importaba. Lo que me importaba era la buena suerte que me había acompañado hasta esos momentos.

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Los quehaceres de don Alberto me despertaron apenas asomó el alba. Cuando me

alcanzó una taza de humeante ulpada con una chua de cancha que tenía un oloroso trozo de charqui de llama encima, deduje que hacía más de una hora que andaba despierto. Para acabar de despertarme solo me bastó abrir la puerta y asomar la cara para que el cortante frio de aquella puna, despejándome de cualquier pereza, me ponga en marcha. Y como empezamos a caminar con las mismas, recién pude percatarme que aquel anciano hacía horas que había hecho todas sus tareas de pastor.

Después de caminar por espacio de dos horas a través de un tupido pajonal, llegamos al borde de esa montaña que se levanta para rascarle la panza al cielo. En uno de sus costados las manos y la valentía de los antiguos hombres de estas cordilleras habían cortado un caminito que se parecía al arañazo de un gatito sobre una inmensa pared, que subía y bajada como diciéndole al profundo abismo que estaba a nuestra mano izquierda: "A mí no me vas a comer". Más que un camino aquella vía parecía la maroma de un osado funámbulo, pues encima de nuestras cabezas ya estaban volando unos majestuosos cóndores, a los que no pude fotografiarlos, porque sobre todas las cosas debía tener puesta la vista y el sentido del equilibrio en aquel rasguño, o me salía volando pero sin alas. Además solo se podía ver no más de cinco metros por debajo de aquel mezquino sendero, porque ese inmenso abismo estaba lleno de una espesa niebla, semejante a un inconmensurable algodón que se perdía en la celestial distancia. En algún momento tomé una pequeña roca que se desprendía de la pared y la lancé al precipicio. -Señor Carlos, no va escuchar ningún ruido de esa piedra chocando con este Apu. Si nos caemos de aquí lo más seguro es que los cóndores nos despedacen en el aire antes de estrellarnos en alguna parte. –Y se rio de haberme asustado. -De alguna manera tenemos que morirnos. Lo triste sería morirnos en nuestra cama y llorando por el destino de nuestros bienes y dineros. -Le respondí para hacerle saber que aun cuando estaba bastante asustado, podía hacer lo que me correspondía para proteger mi vida en esas extrañas circunstancias, porque no había llegado al pánico.

Aquella equilibrista jornada se prolongó por más de cuatro horas, al cabo de las cuales llegamos a otro inmenso pero más salvaje pajonal, que por no albergar un pueblo y no estar al pie de una carretera, apenas conocía la huella de los hombres y gracias a eso mantenía la esencial forma que le había obsequiado la naturaleza. A duras penas atravesamos sus pajas que nos llegaban hasta la cara, cuidándonos de no meternos en algún pequeño agujero por el cual podíamos caer al vacío de una caverna abierta por las aguas hace millones de años. Después, poco a poco, el pajonal se fue convirtiendo en un extraño bosque de piedras que me transportaron a los tiempos antediluvianos. Menos mal para mi gloria, todo estaba documentado en la memoria de mi cámara fotográfica.

Cuando yo pensaba que "¡ya!". Don Alberto me decía un “ahorita” que no llegaba nunca. Y en lo que me estaba resignando a caminar más, me señaló una pequeña cueva de factura humana que tenía tallados unos pequeños nichos. Hacia la mano izquierda se podía apreciar la boca de una pequeña cueva. Luego de encender mi linterna y el mechero que trajo mi guía, entramos descendiendo una pequeña escalera de más o menos 30 altos peldaños. Después de bajar con mucho cuidado, acabamos en un ambiente de ocho por ocho metros, que en unas hornacinas hechas en sus paredes mostraban unos gordos fardos

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cubiertos con finos y coloridos mantos, sujetados con una rustica malla hecha con sogas de cabuya. -Son los buenos abuelos que murieron sin conocer a los dioses que trajeron los españoles, y como no fueron bautizados ni dejaron escritos sus nombres, a todos los llamaron "gentiles". -Me dijo y después de girar la luz de su mechero me mostró dos enormes fardos exclamando: -¡Estos son los jefes! -Al mismo tiempo que me advirtió poderosamente. -¡No los toque sino le va a entrar el cuichi! -¡Que es el cuichi? -Le pregunté. -Es la maldición de los gentiles. Si los tocas podrían tomar tu cuerpo para resucitar y vengarse de todo lo que les han hecho a sus hijos los españoles y los gringos.

Tomé todas las fotografías que pude de aquel singular sepulcro. -¿Por qué todos tienen collares de hilos menos los dos grandes? -Le pregunté para saber si algo sabía sobre el significado de ese raro tocado. -No son collares, son sus quipus que nos pueden contar toda su vida y sus hazañas. -¿Y por qué los jefes no tienen un quipu? -Le pregunté lleno de curiosidad. -Porque solo los que nacen y mueren en este mundo pueden tener historia. Esos jefes han salido de las lagunas o han llegado de los cielos, así que nadie pudo dar cuenta de ellos. -Me respondió categóricamente.

Loco de contento salí de aquel lugar imaginándome la sensación que causarían mis fotografías, pues había estado en una tumba de la realeza de los antiguos dueños de estas inmensidades andinas, y en mis muy adentros agradecí a ese gentil cicerone nativo. Pero eso no era todo lo que debía agradecerle, porque después de caminar una media hora bordeando un enorme risco, nos tropezamos con un gigantesco agujero que hería la gran montaña. Era cincuenta veces más alto que yo y por su boca podían entrar de una sola vez hasta cien personas tomadas de la mano. “Esta es la mina” me dijo. Y para sacarme del inmenso pasmo que me había dejado esa colosal visión, me invitó a pasar diciendo: “Eso no es nada, adentro es más bonito”. Antes de ingresar hice hasta veinte fotos, solo de ese increíble acceso.

La enorme bóveda de esa magnífica caverna, que por no presentar estalactitas ni estalagmitas, ni columnas que las unieran, me hizo caer en la cuenta que ese enorme boqueron era una mina, pero su inmensidad me puso a pensar que esa no era una mina antigua, ni siquiera una moderna, sino más bien una mina del futuro, pero no del futuro de la tierra sino de alguno de esos lejanos planetas que nos muestran las películas de ciencia ficción.

“¿Desde cuándo conoces este lugar?” Le pregunté y mi voz se esparció en un eco que se repitió por más de medio minuto. Don Alberto se me acercó y me dijo al oído que aquí no se podía hablar en voz alta, ni al mismo tiempo dos o más personas, porque si no ese eco no nos dejaría escuchar nada y me pidió que le repitiese mi inquietud susurrándole al oído.

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“¿Desde cuándo conoces este lugar?” y con igual susurro me contestó: “Desde que los tucos y los milicos me buscaban para matarme”. Luego me asomé a su oído para preguntarle que era ese lejano ruido que venía desde el fondo del socavón y que se parecía al sonido de un gigantesco marcapasos. "Parece que unos gringos quieren resucitar esta mina. "Deben ser ellos", me respondió Caminamos hasta donde podía verse gracias a la luz que lanzaba aquel boquerón que fue como cuatrocientos metros adentro, después no se podía ver más. Para saber hasta donde podía extenderse su profundidad grité: “¡¡Hola!!” y mi interminable hola me dijo que esa oquedad podía no acabar nunca. De algún lugar apareció mi guía y me preguntó al oído: “¿No ve la maquinaria que han abandonado sus dueños?” Abriendo mejor los ojos para que se acomodaran a esa penumbra, desde aquellas vagas sombras pude ver un inmenso armatoste que jamás había visto en mi vida, ni en ninguno de los documentales que a montones suelo ver por la televisión.

Podría decir que aquella maquinaria o lo que sea que fuera, no era moderna pero tampoco antigua, más bien era definitivamente extraña, hasta tal punto que no puedo hasta la fecha describirla, porque no se parecía a nada de lo que había visto en toda mi vida, o a algo que mi imaginación pudiera siquiera intuir, de modo que menos sabría para que serviría o sirve, porque chatarra de algo tampoco era, y que a pesar de ser muy duro al tacto no tenía la consistencia de los metales que conocemos todos. Además debo reconocer que las ráfagas de electricidad que corrían debajo de mi piel, no me dejaban pensar válidamente. Al final como no podía hacerme una idea de lo que estaba viendo, no me quedó más remedio que suponer que aquella extraordinaria maquinaria, si era una maquinaria, se seguía pareciendo a las instalaciones de la mina de aquel planeta que la ciencia ficción me regaló en una fantástica película.

A pesar de todo, recuerdo que su color predominante era cobrizo, con tonalidades que iban del marrón hasta el verde pasando por el dorado, en unas partes brillantes y en otras más bien mates. Sin que faltaran en algunas partes enormes placas doradas y otras de brillante plateado. Quizá sea por eso que mi comparsa creía que aquel inmenso socavón era una mina de cobre, pero también de no poco oro y plata. Las fotos no se hicieron esperar y tomé tantas y tantas hasta que la batería se agotó y no quise sacar la que tenía de repuesto, porque pudiera darse el caso que más adelante me ofrecieran alguna otra asombrosa sorpresa, y porque además necesitaba tomar otras vistas después de salir de aquel lugar para poder ubicar ese maravilloso lugar, y así poder volver algún día sin necesidad de un guía.

Salimos de aquel singular lugar cuando el sol estaba despidiéndose de aquella pastosa llanura, y a solicitud de mi anfitrión apresuramos el paso porque aún quedaba no poca distancia para llegar al cerco de su hijo, tomar nuestros alimentos y acomodarnos para pasar la noche. Y aun cuando le imprimimos mucha prisa a nuestros pasos, gracias a la límpida, fría y plateada luz de una enorme luna, llegamos casi a las diez de la noche hasta ese pago, pero nos dimos con la sorpresa que no estaba su hijo. "Nunca los hijos resultan como los padres. Este tiene una bicicleta que lo traslada de aquí a cinco kilómetros donde está el centro poblado de otra comunidad y la casa de su mujer". Comimos lo que había en mi mochila, una lata de atún con panes, un mate de salvia y un buen pedazo de granola.

En medio de lo que estaba narrándole mis impresiones sobre esa hermosa pero extenuante jornada, don Alberto me cortó para decirme que un día de esos cuando aquella

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mina era su refugio para escapar de la guerra sucia que mató a muchos inocentes de esas y otras punas, se encontró con el guardián de ese yacimiento que sin reprocharle sobre su furtivo alojamiento, se presentó y muy amablemente le dijo que tenía una muy urgente necesidad de hacerle llegar a sus patrones un pequeño equipo de trabajo, pero que no podía hacerlo personalmente porque probablemente estarían en dos o tres días, y que además debía caminar dentro de aquel socavón hasta el otro lado de la montaña para hacer sus impostergables tareas, así que le suplicó para que llevara ese artefacto hasta su cerco, y que de allí lo recogería alguien que preguntando por él, se acercaría.

Cuándo muy temeroso le preguntó que si eso que le estaba confiando no sería una bomba que lo pudiera comprometer con los que andaban peleando por encargo de sus jefes. Le dijo que no se preocupara porque ese artefacto no era una bomba, sino más bien un amigo de la paz. Y que como no quería que por su negativa se aparecieran los patrones de la mina y lo expulsaran de aquel seguro refugio, se dijo porque no y se lo trajo consigo.

Antes de darnos las buenas noches y apagar la pequeña vela que nos alumbraba, don Alberto sacó de algún lugar el extraño aparato que le habían confiado, diciéndome: -Señor Ramírez, hace años que tengo esta sonsera que nadie jamás vino a recogerlo, y como verá estoy demasiado viejo para seguir conservándolo sin saber siquiera para que sirve, y menos para que pudiera servirme a mí, por eso es que le quiero dejar este recuerdo porque usted de muy buena gana me sirvió de mucho en la titulación de mi comunidad. ¿Qué le parece? ¡Suerte! Seguía mi racha de buena suerte. ¡Cómo no iba a aceptar un equipo salido de aquella maravillosa caverna! -Bueno don Alberto. Le voy a aceptar solo porque usted no sabe para que pueda servir, ni yo tampoco. Pero como yo estoy un poco menos lejos de la civilización a lo mejor podría enterarme de qué se trata. ¡Gracias! Y quiero aclararle que no lo acepto por aquello que alguna vez fue mi trabajo y mi deber, sino porque usted quiere regalarme de muy buena gana. ¡Muchas gracias!

Desde la primera vez que lo vi, una vez más se quedó instalada en mi mente su indescriptible rareza, que no era muy diferente a todo lo que había visto en esa aventura. Recuerdo que mis primeras impresiones de aquel aparato era que tenía un color muy próximo a las tonalidades del verde turquesa. Se parecía a una radio portátil de 20 por 30 y 15 de ancho, pero no era un cubo rectangular, sino más bien ovalado. Pesaba unos cuatro kilos y estaba hecho de un material que no se parecía a ningún metal, ni a ningún plástico. Pero quién era yo para saber o siquiera adivinar qué podría ser ese material, si hace décadas vivo en un pueblo bastante modesto en todos sus aspectos, que nunca sabrá qué extrañas cosas más se estarán inventando en estos ingeniosos tiempos.

Como todos los artefactos tenía un frente y también su parte posterior y a sus costados dos asas que seguramente eran para sostenerlo y apuntarlo hacia algún lugar. En la parte superior tenía un pequeño ojo vidriado que seguramente se iluminaría cuando se apretara el botón de encendido, pero este no se aparecía por ninguna parte. En ese momento no me importó, porque más tarde navegando en el internet podría tropezarme con una imagen del mismo, su nombre, su utilidad y por supuesto su valor comercial, pero lo más

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seguro era que se trataba de algún nuevo artilugio de esos que sirven para medir ángulos en planos horizontales y verticales como los teodolitos, pero en el fondo me daba la impresión que pudiera servir para otra cosa que aún no conocía. -¡Gracias y buenas noches! -Le volví a decir de todo corazón. -De nada señor. Para mí no tiene ningún valor porque no me es útil. ¡Buenas noches! La verdad es que no se si la tuve buenas, porque lo que imaginé o soñé aquella noche no sé si lo hice despierto o dormido. Era tanta la emoción que había sentido en ese día que seguro no lo hubiera sentido si viviera cien años, sobre todo en ese pueblo que me cobija, donde lo más interesante es lo que menos me interesa.

Al día siguiente me desperté como en otro lugar, pues no se parecía en nada al sitio donde habíamos llegado, pero después me dije, en qué diablos estaba pensando si habíamos llegado muy entrada la noche y por lo menos yo, bastante cansado, que no tenía más pensamientos que zambullirme a mi bolsa de dormir. "¡Vaya tonto, siempre desconfiando!". Después de desayunarnos un mate de palma real con cancha, caminamos por espacio de tres horas hasta alcanzar una trocha carrozable. Allí me dijo que en ese punto se despedía para ir a la casa donde vivía su hijo, pero me aseguró que en menos de una hora aparecería una combi de pasajeros que me llevaría a la carretera asfaltada, desde donde podría tomar el colectivo que me acercaría a la capital de la provincia.

Al cabo de una hora llegó una furgoneta. Lo aborde y no pasó más de dos horas para darme cuenta que estaba en la carretera asfaltada justo a la altura del cerco donde me encontró el anciano, y al contemplarlo caí en la cuenta de que estaba completamente abandonado y sin vestigios de que allí se criara ningún animal y mucho menos que viviese un ser humano. De modo que pasmado pregunté a los demás pasajeros: “¿Allí vive don Alberto Allauca Urrutia?” y alguien me respondió que allí vivió hasta que se murió dos años después de la brutal paliza que le dio la contra subversión por suponer que él tenía escondidas muchas armas y dinamita. Me quedé completamente turbado con esa noticia, hasta que el ayudante del chofer de la combi me sacó de aquel largo asombro, gritándome: "¡Su pasaje señor!"

Ya tranquilizado por el movimiento de la gente de aquel paradero, comencé a preguntarme: ¿Quién era ese comedido guía? ¿De dónde había salido? Recordé que desde un inicio no me pareció que aquel hombre fuera el don Alberto que alguna vez conocí, sino otra persona, pero su amabilidad y cortesía me convencieron que no debía dudar, y además lo cierto era que hace más de 30 años apenas lo había conocido, y no sería nada raro que con el correr del tiempo hasta lo había olvidado completamente. Ese pensamiento no me sirvió para nada, porque yo no me olvido muy fácilmente.

Cuando llegué a mi casa lo primero que hice fue encender mi laptop para bajar mis fotografías, y escoger algunas para publicarlas en mis redes sociales, sin por supuesto decir cuándo y dónde las había tomado. ¡Pero no estaban ninguna! Se habían borrado todas. ¡Absolutamente todas! Al principio creí que se trataba de mi computadora, así que corrí a mi trabajo y allí también, nada de nada. Como corresponde a toda persona sensata, lo primero que hice fue echarle la culpa a la antigüedad de mi cámara. "Ya son seis años que la compré en aquel mercado de pulgas, y aunque me dijeron que era nueva y me la vendieron

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con todo y su caja, dudo mucho que no la hubieran usado antes". Y con todo el uso sin mantenimiento que le di, ya era tiempo que se echara a perder irremisiblemente.

Si las cosas se habían puesto así de raras, entonces más extraño me resultó el aparato que tan generosamente me había obsequiado aquel desconocido, que me puse a sospechar que algo malo debía esconder, pues para deshacerse de él, su anterior poseedor debía hacerse pasar por un muerto. Así que decidí tomarle por todos los costados varias fotografías con la cámara chica que tengo y publicarla en el internet para saber si alguien podía decirme de qué se trataba ese cachivache que ya me estaba poniendo nervioso. Con calma le tomé más de diez fotos y al descargar la memoria tampoco salió nada. ¡No había tomado ninguna de las vistas! ¡Ah, caramba!, mis cámaras y sus memorias estaban malogradas! ¿Y cómo podrían haberse malogrado?

Guardé el aparato en el pequeño ambiente que vanidosamente llamo: "Mi estudio". Pero en realidad allí meto todas las cosas que considero que en cualquier momento voy a utilizarlas. Así que ahí está mi vieja PC que después de haberme costado tanto, sin servirme de gran cosa acabó siendo obsoleta. Mi escritorio, mis libros, mis herramientas, mis CDs y DVDs, y hasta el detergente que uso cada semana. A todo eso se sumó ese raro artilugio hasta que llegue el momento en que yo sepa de qué se trata y para qué sirve.

Pero el defecto de las cámaras o de las memorias no debían quedarse sin ninguna explicación, de modo que me fui donde el amigo que conoce de estas cosas y le expliqué lo extraño que me resultaba que ambas cámaras no tomaran ni una sola foto o que sus memorias no las guardaran. "¿A qué puede deberse eso?" Mi amigo examinó las cámaras como buscando el daño de algún golpe, después salió de su tienda e hizo dos fotos de su calle, una de arriba y otra de abajo, luego instaló la memoria en su computadora y allí estaban las dos, claras, nítidas y sin ningún defecto. ¡Lo mismo pasó con la otra! “¡Carajo!, ese maldito aparato tiene o emite algún tipo de onda electromagnética, o qué diablos más será, que impide que funcionen mis cámaras”, pensé en ese mismo instante. Y luego me vino esta otra preocupación: "¡Sabe Dios qué daño ya le habrá hecho a mi salud".

Trastornado, paranoico, asustado, angustiado y todos esos fuertes sentimientos que suelen acarrear los insólitos e inesperados sucesos, llegando a mi casa me metí de lleno al internet durante nueve horas buscando si en alguna parte del mundo habían publicado una página que mostrara una armazón igual al que me habían obsequiado, para que me dijera por fin de qué se trataba, pero no encontré nada.

Casi en piloto automático, al día siguiente desde antes de la cinco de la mañana hasta el anochecer, casi sin comer, busqué y rebusqué en el internet, y como tampoco encontré nada, pues en el ciberespacio, como en todo, no se puede buscar desde la nada. De modo que dentro de la misma confusión, resolví que ni bien comenzaran las primeras luces del día siguiente me iría al viejo puente colonial a tirarlo al río grande y así se acabaría de una vez por todas esa insólita excursión sin fotos, ese suplantador de muertos y ese raro artefacto que solo servía para borrar soportes digitales, y que tal vez en ese mismo momento ya me estaba regalando un cáncer, o quizá más tarde atacarme el corazón o mandarme a la depresión, y todos esos otros males asociados a las fuentes electromagnéticas. Ante esa mí resuelta decisión como por arte de magia se disiparon todos mis temores y me fui a la cama a dormir todo lo que no había dormido.

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No recuerdo si dormí o me desperté muy puntual. La cosa es que a eso de las cuatro y media de la mañana, ya estaba en pie lavándome la cara y cepillándome los dientes. Luego de vestirme, me dirigí a mi "estudio" para meter ese aparato en una mochila y hacer el siempre saludable ejercicio de caminar 24 kilómetros, que además podía calmarme todo el nerviosismo que me había invadido desde que supe que el verdadero don Alberto se había muerto hace tiempo.

Cuando estaba a punto de coger el artefacto, el punto de vidrio que tenía en su parte superior estaba encendido de un color rojo cochinilla. Salí desesperado de aquel lugar, porque como un rayo se me cruzó por la mente la certeza de que eso era una bomba de tiempo a punto de estallar.

Después de haberme alejado como a una cuadra de mi casa, esperé por más de una interminable hora el estallido mortal que ya se había instalado en mi imaginación, pero como no pasó nada, me fui a tomar un desayuno y toda la mañana traté de distraerme visitando a los amigos y hasta llegué a rezar en la iglesia del barrio. Después me puse a pensar que esa bomba me la entregó algún terruco que se hizo pasar por don Alberto, y que si contenía un poderoso explosivo podía volar sabe Dios cuántas casas con tantos inocentes dentro y solo mía sería la culpa y por tanto mía la responsabilidad de hacer algo para evitarlo. Aunque pudiera morir o no en el intento, debía retirar ese explosivo a otro lugar donde no pudiera hacerle daño a nadie. Con razón el maldito que me la entregó me dijo que esa vaina: “…era un amigo de la paz”. Claro: “Un amigo de la paz, pero de la paz de los cementerios”.

No sé qué pasa con el alma, pero cuando sabes que tienes que morirte el miedo te abandona. No es que te sientas valiente, pero cuando un asunto es inexorablemente mortal y solo de tu incumbencia, no necesitas del valor para hacer lo que tienes que hacer. Lo haces y punto. Así debe ser el sentimiento de los suicidas, si es que a eso se puede llamar sentimiento. No es un asunto público o privado, simplemente es un asunto con la muerte, y lo que haya pasado antes y lo que pasará después de este punto ya nada importará, porque pasará a la laya de lo que no existe. Pero aun así planee lo que debía hacer. “Entro. Tomo el aparato. Me alejo corriendo por esa larga calle que acaba en la campiña y si logro llegar a ese límite, que reviente cuando quiera”.

Resuelto llegué a mi casa, entre al cuarto y vi que el foquito aquel estaba de color verde, y cuando estuve a punto de cogerlo, una voz que era la del falso don Alberto, me dijo muy apaciblemente: -No temas. Eso no es una bomba. -¡Si no es una bomba! ¿Entonces qué es, y quién eres tú? –Le pregunté casi gritando al aparato que en ese momento se había convertido en un equipo de comunicación, algo así como un celular gordo y grande pero sin teclado. Como no me contestaba le volví a preguntar. -¿Quién eres tú? Porque don Alberto Allauca Urrutia hace años que está muerto. –Y antes que me respondiera agregué. –¿Cómo has hecho para que el cerco de don Alberto pareciera en funcionamiento cuando en realidad hace años que está abandonado. –Como no me respondía también le demandé muy excitado. -¡Quiero saber si ese estrecho caminito en la

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montaña, esos fardos funerarios y esa enorme caverna existieron o no! ¡También quiero saber si todo lo que me ha pasado en esa puna, fue cierto o no! –Después le revelé mi sospecha. –¡Tú me has drogado con algo poderoso y me has hecho ver durante tres días lo que pienso que he vivido! ¿Por qué me has hecho eso? –Y me callé y conmigo se calló todo lo que podía escucharse. -No temas. Eso no es una bomba. –Volví a escuchar y como todo estaba dicho de mi parte, me limité a guardar silencio. No podría calcular por cuánto tiempo, pero sí sé que en esos instantes se fueron calmando mansamente todos mis sobresaltos, pues aquello era un equipo de comunicaciones y el desgraciado que me lo había obsequiado tenía otro más y a través de él, mucho tenía que explicarme. ¡Me lo debía! -Lo que tienes frente a ti es un Teledetonador. –Me dijo aquella sugerente voz, y otra vez quiso volverme mi ataque de pánico, pues aquello no era solo un aparato de comunicación sino algo más, y rogué a mi santa madre que no fuera algo malvado. -¿Y que es un Teledetonador? –Le pregunté bastante ofuscado exigiéndole una pronta y cabal respuesta. -Es un equipo que sirve para detonar toda clase de artefactos explosivos a la distancia, como balas, proyectiles, granadas, minas, cohetes, misiles, bombas y toda clase de municiones que los hombres han fabricado para matarse entre sí. –Me lanzó esta enorme verdad con la misma voz suave y dulzona. -¿Y de qué me serviría a mí? –Le pregunté muy contrariado. -Usted es bastante más instruido que yo, por eso estoy seguro que sabrá darle al equipo el uso para el que fue hecho. -¿Y qué uso podría darle un ignorante como yo? -Le volví a preguntar. -Piénselo. Yo sé que usted sabe pensar –me contestó. -En lo primero que voy a pensar es qué preguntas más usted me debe responder, aparte de las que aún no me ha contestado.- Le dije con tono desafiante. -Me voy a despedir, pero si usted quiere comunicarse conmigo debe hacer lo siguiente: cuando corte la comunicación el botón vidriado se va a poner de color azul. Mírelo fijamente con el ojo derecho a una distancia de cinco a ocho centímetros, cuando cambie al color naranja raspe la pared de su boca con la yema del dedo índice de su mano derecha y colóquelo sobre esa luz. Después de eso el equipo se apagará. Pero si mañana más tarde desea usted comunicarse conmigo, haga lo mismo que hizo para apagarlo, mire con el ojo derecho a cinco u ocho centímetros del botón vidriado, cuando este se ilumine en color azul coloque su dedo mojado por su saliva sobre el mismo, y cuando la luz haya cambiado al color verde, diga claramente: “¡Yo soy!”, y me comunicaré con usted.

Hice eso y el aparato no volvió a ser lo que yo creí que era, es decir no solo una radio de comunicación, sino que ahora también era un Teledetonador. Lo único que me quedó en ese momento fue preguntarme sin ton ni son: "¿Para qué podría servirme a mí y en este

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pueblo remoto, un Teledetonador? Sin darme cuenta que por culpa de ese artefacto ya no volvería a ser el mismo de siempre. El que algunos conocen y al que muchos ignoran.

“Piense”. “Piense”, me seguía diciendo esa dulzona voz que se me presentó en esa extraña aventura. “Yo sé que usted sabe pensar”, me volvía a decir aquella locución desde el fondo de mi mente. Ya muy poco me importaba que aquel cachivache resultara ser un equipo que jamás había oído nombrar. Como estaba seguro que dos minutos después me volvería a repetir lo mismo, me puse a pensar, total qué más podía hacer.

No esperé a que amaneciera, pues yo me puse a amanecer desde las cuatro de la tarde del día anterior, y cuando por fin llegó el alba hice lo que la voz me indicó. Primero el ojo derecho mirando fijamente a ese punto vidrioso hasta que se encendió la luz del color indicado, luego puse la yema ensalivada del dedo índice de mi mano derecha y cuando cambió la luz, dije con voz muy angustiada. “¡Yo soy!” Al cabo de un momento, desde nunca sabré de dónde, me contestaron. -¡Buenos días! ¿Para que soy bueno? -Me preguntó la calmada voz. -¿Puedo saber si este equipo es capaz de detonar balas a la distancia? –Le consulté con desesperado acento. -Por favor, no te angusties. En primer lugar quiero decirte que nunca he dudado que tienes todo el derecho a dudar. Para que el equipo te demuestre su valía, solo debes conseguir algunas balas de diferente calibre y buscar un lugar bastante apartado y allí te indicaré lo que debes hacer. No te olvides de traer lápiz y papel, porque ya sabes que ese equipo no admite grabaciones de ningún tipo. Ese mismo día visité a mis amigos cazadores de quienes pude obtener, regalados o vendidos, seis balas calibre 22, dos balas de una carabina 30-30, y tres balas de un revolver calibre 32. Uno de ellos me contó que en tiempos de la subversión había ocultado su carabina Brno 581, pero que lo hizo tan mal que acabó tan oxidada que ahora no le servía para nada, pero sin embargo de esa "caleta" se salvó un peine de cinco balas de un fusil automático ligero, que de buena gana me lo obsequió. Siempre dudando de ese que me había engañado desde el día que nos encontramos. Al día siguiente me fui a un lejano y desolado paraje que está como a 40 kilómetros del pueblo donde vivo, y encendí el aparato. Después del consabido “Yo soy”. Le conté sobre mi hallazgo de las balas y me instruyó: -Si el terreno lo permite, las de calibre 22 colócalos al lado de tu brazo derecho a una distancia de doscientos metros. Luego a la izquierda como a 20 metros de distancia de las primeras pero un poco más lejos, pon las balas de la 30-30. Has lo mismo con las balas 32 y si puedes un poco más lejos deja las balas del fusil. Que todas estén desplegadas como un abanico, no importa si por la distancia o el lugar se interpone alguna piedra o pared. Después vuelve a tu lugar que en adelante deberás llamarlo "punto de emisión", luego dirige el equipo hacia las primeras balas que para nuestro fin se llamará "objetivo de autodestrucción", y cuando el "ojo del equipo" se ponga rojo mira fijamente el objetivo como cuando apuntabas con tu resortera a los pajaritos. Cuando exploten las primeras balas

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anota el color que emitió el ojo del equipo. -Ese era pues el nombre del círculo vidrioso, "ojo del equipo" y no botón, punto o círculo de encendido como yo creía. Así lo hice. Ya instalado en el "punto de emisión", tomé el equipo por sus asas y lo dirigí a las balas calibre 22, miré fijamente el "objetivo de autodestrucción", y como si el aparato hubiera reconocido el lugar y calibre de las balas, su ojo se encendió de color amarillo e inmediatamente después escuché que reventaron todas a la vez y anoté: "Calibre 22 = Amarillo". Para las 30-30 se puso color azulino, reventaron y anoté. Para las 32 violeta, detonaron y anoté. Para las FAL verde junto a una estruendosa explosión y también anoté. Después me fui a los lugares donde las había colocado y solo pude ver las averías que habían provocado sus estallidos, pero de las balas ni un pedacito. -¡Ya terminé. Funcionó! –Le grité lleno de emoción. -No solo eso puede hacer el equipo, sino que antes de hacer detonar cualquier munición, puede señalarte primero de qué proyectil se trata. -¿Cómo es eso? –Le pregunté lleno de curiosidad. -Antes de hacer detonar cualquier proyectil, el equipo puede escanear qué cantidad de balas, misiles, minas y bombas vas a detonar y hasta sus tamaños. También puede detonar selectivamente, es decir solo balas, solo minas, solo misiles o solo bombas, si así lo deseas. Si quieres más detalles sobre su funcionamiento, por el internet te puedo enviar unas indicaciones. ¿Tienes un correo electrónico? - Me preguntó. -Claro que tengo. Es [email protected] ¿Lo ha anotado?, o le vuelvo a repetir. -No es necesario. Para mayor seguridad te iré enviando poco a poco, varios audios que te van a decir cómo funciona. Si examinándote me demuestras que has aprendido el primero, entonces te envío el segundo. No te preocupes si te parece que has olvidado lo que has aprendido, pues teniendo en tus manos el equipo pronto lo recordarás todo. Eso se llama memoria asociada. -En este punto quedaron muy atrás mis ganas de preguntarle quién era, de dónde era, en qué se ocupaba. Pues algo así como eso de la "memoria asociada" me decía que mi instructor era todo lo que yo pudiera creer que era, y por eso ya no me resultaba válido saberlo. Si después de todos los errores que he cometido en mi vida, que en su mayor parte solo a mí me han hecho daño, considero sinceramente que soy bueno, como decía el poeta “….soy, en el buen sentido de la palabra, bueno". Entonces este Teledetonador de qué me serviría para seguir siendo bueno, aunque solo sea poéticamente. Por ejemplo sería bueno que a la distancia haga detonar las minas antipersonas que han sembrado las malditas guerras de todas partes, y que ahora solo causan dolor y muerte a miles de niños y campesinos. Pero también las balas de los revólveres de los malhechores para inutilizarlos y de paso castigarlos si por esa reventadera resultaran heridos.

Sería bueno que para evitar sus malandanzas me averiguara dónde viven y enfocar su haz de luz, campo electromagnético, rayo láser, microondas, radiación ultravioleta, rayos X, rayos gamma, energía oscura o qué se yo, hacia sus casas para hacer estallar todas las balas de sus armas y las que tengan sueltas. También podría irme a los lugares donde campean los

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narcotraficantes y terroristas de toda laya para inutilizar sus municiones y junto a ellas sus salvajadas, eso sí que sería bueno. Podría irme a los lugares donde existen guerras atroces para desarmar a los combatientes de ambos bandos y acabar con esas crueles matanzas.

Pero ahora que ya sé cómo funciona este Teledetonador, porqué solamente debería acabar con las municiones y explosivos de los que solo a mí me podrían parecer mafiosos, narcotraficantes, terroristas, etc. Si el mal no sólo se ha apoderado de ellos, sino principalmente de los que las fabrican y distribuyen por todo el mundo, para que solo unos cuántos y a través de sus ejércitos y su policía los utilicen para reprimir, oprimir, esclavizar y matar en nombre de su Dios, de su sistema económico, ideológico y político. Y así estoy pensando tanto y tanto, y seguiré pensando como un alucinado, en todo lo que podría hacer con este artificio

Lo que sí me preocupa y no poco, es que de tanto cavilar hacia adelante, me esté dejando ganar por la imaginación. Por ejemplo la otra noche pensé en todo lo que precedió a esta situación: mi viaje, el encuentro con el anciano que ahora pienso que no es un ser humano, las tumbas con esos dos jefes sin historia, la enorme mina que ahora también pienso que no era una mina sino un hangar extraterrestre y aquella extraña maquinaria un objeto volador, el modo como me tele transportaron de la choza que llegamos después de aquella excursión hasta la nueva en que amanecí al día siguiente, y ahora este Teledetonador en mis manos. Todo eso me hace pensar que no creo que lo que me pasó, me está pasando y lo que me vaya a pasar sea de este mundo.

Siguiendo en este viaje de la imaginación, me puse a pensar en lo ridículo que ahora me resulta aquella "Guerra de los mundos" de H.G. Well, la "Guerra de las Galaxias" de George Lucas, o esa sonsera del "Día de la independencia" donde Will Smith atrapa a un alíen y después de regalarle una buena tanda de patadas, lo mete preso. Esos son chistes, porque los que nos visitan no necesitan de ningún arma para ganarnos cualquier guerra, solo necesitarían tener grandes Teledetonadores como el que me han confiado y desde sus lejanas naves detonar todo los explosivos que la desconfianza, mala fe y nuestra evidente animalidad ha acumulado para destruirnos unos a otros, y eso nomás les bastaría para apoderarse de nuestro bello planeta. Los primeros en sucumbir serían las grandes potencias que basan su poder y grandeza en la gigantesca acumulación de sus armas. Ni siquiera se salvarían de esta destrucción los más humildes depredadores, o cazadores como les gusta llamarse. Solo quedaríamos los que vivimos en estos olvidados parajes despojados de todas esas explosivas posesiones.

Antes de que en cualquier momento pueda suceder este holocausto a domicilio, pienso -porque sigo pensando- que si pudiera conseguirme más balas, haría la misma prueba en el mismo descampado para grabarlo y subirlo al YouTube, para hacerle conocer a todo el mundo que tengo en mis manos un dispositivo capaz de acabar con todas las armas del mundo, allí donde se estén fabricando, comprando, transportando, almacenando y usando. Estoy seguro que eso haría entrar en pánico a los norteamericanos que tienen casi 90 armas de fuego por cada 100 habitantes, pero eso lo dejo en puro deseo, porque como ustedes ya saben este aparato nunca se deja grabar.

Consulté este asunto con mi interlocutor y él me volvió a decir: “Piénselo. Yo sé que usted sabe pensar.”

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Y como de tanto pensar me estoy volviendo loco, lo único que me quedó fue escribir esta confesión y lanzarla por el internet, para que si alguno de ustedes tiene mejores pensamientos que los míos, tengan la bondad de decirme qué puedo hacer con este Teledetonador que salió del mismísimo infierno, para decirnos que el fin de la humanidad vendrá de nuestras propias manos, gracias a que hemos acumulado tanta, pero tanta maldad contra nosotros mismos.