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l método más económico para entrar en contacto directo con la cultura aus-traliana, tanto en térmi-

nos de distancia como pecuniarios, consiste en volar a Londres y vi-sitar la zona sudeste de la ciudad, donde se encuentra la mayoría de los 118.000 súbditos de la isla-con-tinente que se estima residen en el Reino Unido. Fruto de la breve temporada que pasó viviendo en la capital inglesa, quien estas líneas fi rma se empapó de una serie de tópicos que, por haber brotado de labios aussies o kiwis (sus vecinos neozelandeses, de los que también hay legión en la Pérfi da Albión), se le antojaron razonablemente cercanos a la realidad (de modo paralelo, la experiencia vino a su-gerir que los Monty Python quizá exageraron al asegurar que todos los hombres australianos llevan el nombre de Bruce y sus mujeres, el de Sheila). Antes de abando-nar este párrafo, para quien sienta curiosidad al respecto, podríamos precisar algunos de los contenidos proporcionados desde aquel saber popular. Por ejemplo, el consejo de no confi ar jamás de los jamases en un queenslander (habitante del estado de Queensland, en el tercio nordeste del país). La revelación de que “Map of Tassie” (mapa de Tas-mania) es un término más erótico que geográfi co, en cuanto proyecta el perfi l de la isla austral sobre el

dibujo del vello púbico femenino. O la constatación de que solo hay una criatura más tolerante al alco-hol (y más ruda bajo sus efectos) que el australiano: la australiana.

Otra opción para satisfacer la curiosidad que suelen despertar nuestras antípodas, igualmente afín al ámbito de la batallita pero ajena al desplazamiento físico y en general menos arriesgada, consiste en recurrir a un intermediario lite-rario. Categoría que en este apar-tado oceánico han desempeñado nombres de la literatura de viajes como Bruce Chatwin, Bill Bryson, Xavier Moret, Jorge Carrión... y, ahora, Gabi Martínez, quien visitó el acuario de Barcelona junto a su hijo y salió de él con la Gran Barrera de Coral entre ceja y ceja [léanse las razones de tal interés en la entrevista de la página siguien-te]. Nada peor (o mejor) para un trotamundos como él que fi jarse un objetivo. Y el cumplimiento del mismo integra desde ya el corpus de traducciones al negro sobre blanco, ya en novelas ya en crónicas de distinta extensión (al-gunas aparecidas en estas mismas páginas), de un capital viajero que incluye el Nilo sudanés, la costa asiática desde Corea del Sur hasta Vietnam, el Hindu Kush pakista-ní, Brasil, la India... Gracias a En la Barrera, podemos comenzar a hablar de la Australia de Gabi Mar-tínez (el retrato de un país que se

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En la BarreraGabi Martínez

Altaïr336 págs. 19 €.

afana por recuperar su maltratado medio ambiente, que comienza a mirar antes a China que a la madre patria británica), como también en-contramos confi rmación al consejo escuchado tanto tiempo ha en Lon-dres: frente a Queensland se halla la Gran Barrera y por fi arse de un conductor del lugar vivió el autor una experiencia aterradora.

Un puzle oceánicoTachar al australiano como el continente más improductivo del mundo es una simplifi cación agrí-cola. Nacido a la colonización con aquella Primera Flota de convic-tos y soldados británicos en 1788, establecido a partir de siete ciu-dades (casi todas marítimas) que parecen querer dar la espalda a su árido e inmenso núcleo, el llamado Outback, Australia es un festín de peculiaridades tanto en la psico-logía de sus habitantes como en lo que respecta a su geografía y por lo general muy amenazadora fauna (sabíamos del peligro de sus cocodrilos, serpientes, arañas, ti-burones, dingos, medusas... pero, tras leer los relatos zoológicos de Kenneth Cook que viene recupe-rando Sajalín Editores, cabe añadir a la lista al canguro rojo, al cerdo, incluso al koala...). Multiplicidad de fondo que Gabi Martínez intenta (y consigue) reproducir también desde la forma: En la barrera no es el típico libro basado en el veni-vidi-

Vista desde el espacio, la Gran Barrera de Coral hace pensar en los restos del espinazo de una criatura fantástica sobresaliendo de una arena nocturna, por azulada.

Coherentemente, ese monumento natural australiano vertebra las páginas de “En la Barrera” (Altaïr), nueva crónica viajera de Gabi Martínez sobre los escenarios y gentes de

nuestras antípodas a día de hoy. texto MILO J. KRMPOTIC’ fotos ARCHIVO / GABI MARTÍNEZ

LA GRAN BARRERA:

CORALES DE VIDA

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dixi, sino que se sirve de muy di-versos recursos a la hora de repro-ducir ese puzle oceánico. Así, hay narración casi novelística (y ánimo de generar suspense) en el retrato de personajes como Ivana, quien bucea en busca de fósiles raros que vender a instituciones universita-rias; Bernie, cuyo automóvil golpea algo (o a alguien) mientras surca la noche ansioso por reencontrarse con unas chicas que le han pare-cido razonablemente busconas, o Neil McIntosh, escocés pegado a las máquinas tragaperras del casino de Cairns. Como hay interludios pura-mente informativos, casi enciclopé-dicos en su contenido, sobre Char-les Darwin, el dodo o la agricultura del lugar. Como hay sucesiones de citas que se erigen en diálogos metaliterarios entre pescadores, arqueólogos, naturalistas, turistas, sociobiólogos, viajeros, escritores, el diario del autor y sus propias refl exiones... Como también, claro está, se plasma su deambular in situ, esa mirada que se torna casi infantil al abrirse maravillada a la novedad y a su hermana gemela, la sorpresa. La que genera la Gran Barrera, claro, ese ente en constan-te mutación, inasequible para los mapas y, por tanto, tan amenaza-dor para el tráfi co marítimo. Pero también la que brota de conocer fi guras como la del ecologista exter-minador, especialista en aniquilar conejos (con virus) o camellos (a tiros) a fi n de proteger un suelo que ha perdido ya el 65 por cien-to de su vegetación autóctona, o el llamado Club de los Haldanes, investigadores extremos que se jue-gan la piel con ánimo científi co, dejándose morder por serpientes para experimentar en su cuerpo los efectos del veneno o, salvando la barrera divulgadora-exhibicionista, como el difunto Steve Irwin, amigo de revolcarse con cocodrilos para acercarnos a su mundo prehistóri-co pero aún así ignoto. Lo paradó-jico del asunto, tan bien refl ejado en estas páginas, sale a relucir en la misma afi rmación que las cierra: “...todo forma parte, más o menos, de lo mismo”.

TEMA I LA GRAN BARRERA: CORALES DE VIDA

GABI MARTÍNEZ, EL VIAJERO

En la barrera es un híbrido: hay crónica de viajes, hay tratamiento narrativo de algunos personajes, hay

historia, citas, diálogos, fogonazos metaliterarios... ¿Lo ve como una cul-minación personal, de tipo estilístico, o responde en realidad a la voluntad de reconocer la tradición de libros sobre Australia y a la vez integrarse en ella?Una cosa me ha permitido lograr la otra. Por una parte, me ha estimulado la tradición narrativa australiana, cons-truida a base de sueños que se expre-san con canciones. Con sus dreamti-mes, los aborígenes explican la tierra y a los seres que la habitan. Sumando los dreamtimes de todos, tenemos el mapa de Australia. La idea de componer una obra donde coincidieran todas las vo-ces que habitan un lugar, incluidas las de los muertos y las de los individuos imaginados, me atrapó hasta hacerme pensar en todas las voces que habita-ban en mí. Quería dar vida a un coro. Y la Gran Barrera de Coral emergió como la maravilla natural que resumía esta idea, porque la superfi cie visible de los arrecifes son cúmulos de corales vivos soportados por montañas invertidas de antepasados (muertos) que se extien-den bajo el agua. Es la demostración física de que los vivos sin los muertos no existirían, de que todos formamos parte de un mismo cuerpo que viaja a través del tiempo. Diría que recorrer esta geografía me desatascó algo, des-pués de la Barrera pude liberarme de corsés y soltar de manera simultánea todas esas voces que yo también es-taba cultivando. Así que tu comentario me hace feliz porque también creo que este libro es un hito en mi trayectoria. Un libro que ha crecido con el color y las ideas de mucho de lo que me rodea, creando un ecosistema en sí mismo.La cita de Murakami con la que abre el libro habla de unir los puntos, de

encontrar la melodía en la suma de detalles. Lo cual me genera dos du-das. Una: especialmente porque an-tes de viajar se habrá documentado, ¿cuesta huir de las ideas prefi jadas, quizá incluso de los tópicos?La Gran Barrera es el ser vivo más gran-de de la Tierra, el único visible desde la Luna. Pero su grandeza solo la aprecias conforme te alejas. Entonces ves lo que supone la unión, porque los minúsculos pólipos que la forman no sugieren gran cosa si los miras aisladamente. Yo, an-tes de viajar, tomé mi propia distancia. Leí cuanto pude, vi documentales, hablé con viajeros y científi cos, y detecté que casi no había libros actuales sobre las personas de la Gran Barrera. Y que Aus-tralia había dado un reciente vuelco ha-cia la regeneración del que aquí casi no se hablaba. Eso me ayudó a fi jar una idea

propia. Para alejarse de los tópicos bas-ta rascar un poco y tener ganas de ver con tus propios ojos. De todas formas, todos viajamos cargados de prejuicios. La diferencia radica en lo dispuesto que está cada uno a permitir que la realidad los desmienta... o no.Y la segunda duda: porque no todos los detalles tendrán el mismo valor, ¿se puede afi rmar que el buen cronis-ta de viajes es el que sabe identifi car los más signifi cativos?Contar lugares es uno de los grandes retos literarios. Describir una geografía capturando algún aspecto signifi cativo de nuestra alma, o aprehender la esen-cia de una comunidad de tal modo que a través suyo nos sintamos representa-dos, es muy difícil. Si ya lo es perfi lar a

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“Australia es el gran laboratorio

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un ser humano, imagínate algo tan escurri-dizo y múltiple como un lugar. Los detalles son importantes, desde luego, pero la clave para cazar el espíritu es la de viajar, leer, escribir, y confi ar en un instinto educado con esos verbos.¿Y le cuesta escapar a la inseguridad, a la sensación de que quizá se le haya pasado por alto algo importante?Siempre. No solo en los viajes, también en las situaciones cotidianas. Al fi nal de esta en-trevista creeré que no fui lo bastante claro.La suma de las anteriores tres cuestio-nes vendría a confl uir en el concepto de mirada. La suya, repasando un poco su obra, me parece orgánica, no solo en cuanto work in progress, sino porque cada nuevo destino que visita y narra parece amoldarse al corpus más que sumarse a él. ¿Tiene esa sensación de señalar los puntos comunes en vez de las diferencias, de ir tejiendo a la vez un gran lienzo?La coherencia está siendo un logro extra-ñamente involuntario. Yo, como escritor, quería ser coherente, homogéneo en algún sentido de la palabra, pero durante muchos años pensé que, aparte de con los temas, eso se conseguía sobre todo puliendo la voz. Puliéndola estéticamente. Desde que me dejé ir desprendiéndome de los qué dirán y no pensé en coherencias impostadas y em-pecé a hacer lo que quería del modo que me pedían los libros y las emociones, mi obra se ha ido perfi lando sola. De manera que hoy me encuentro con una especie de tetralogía de viajes donde entra la novela (Sudd), el li-bro de viajes clásico (Los mares de Wang), el de periodismo literario (Sólo para gigantes) y de viajes de vanguardia (En la Barrera). Es la sensación de que el lienzo se teje un poco solo si no piensas en tejerlo.

El momento que da pie a todo¿Cuántos años lleva viajando, concreta-mente? El periodismo me permitió viajar pronto. Y escribo literariamente sobre viajes desde hace unos quince años.

Y en este tiempo, ¿ha percibido algún cambio en términos globales? En cuanto a eso, paso palabra.¿Qué le condujo a Australia, y concre-tamente a la Gran Ba-rrera de Coral?Paseando por al Aqua-rium de Barcelona con mi hijo leí que, si la tem-peratura del planeta au-mentaba dos grados, la mayor parte de la Gran Barrera moriría. Luego supe que los científi cos consideran Australia co-mo el gran laboratorio socioclimático del plane-ta, de modo que lo que allí ocurre anuncia lo que puede pasar aquí. Y allí las plagas habían arra-sado miles de hectáreas, hasta el punto de apare-cer fi guras como la del ecologista exterminador. Políticos y em-presarios codiciosos remataron la faena. Tanta destrucción obligó a detener el cre-cimiento desbocado, se devolvieron dere-chos y tierras a los aborígenes... Ahora, Australia propone una solución y la salud del mundo va a depender de que los países más poderosos sigan o no ese modelo. La Tierra donde habitará mi hijo se debate de algún modo en Australia, y quise escribir algo que acogiera el amor que siento no solo por él, sino por la misma vida. Si tuviera que resumir el viaje en una sola escena, si necesitara archivarlo ba-jo una única imagen, ¿cuál sería?Una de las enseñanzas de la actual crisis es que continuamos sin atender al origen de los hechos, sino solo al acontecimien-to. Por eso, yo rescataría la lectura en el Aquarium con mi hijo. El momento que da pie a todo lo demás.

La fauna y fl ora australiana son famo-sas por su peligrosidad. El primer minis-tro Harold Holt desapareció en el mar y nunca ha quedado claro el motivo de su muerte: si el oleaje, un tiburón, a saber si uno de esos cocodrilos de agua sala-da... En fi n, ¿tuvo sensación de riesgo real en algún momento? Al acampar junto a un río con cocodrilos, caminando de noche por zonas infestadas de serpientes, la noche de la tormenta tropical... pero terror solo lo sentí una vez y fue a causa de una persona.¿Qué proyectos o viajes tiene ahora mismo en la maleta?En diciembre sale la adaptación al cómic de Sólo para gigantes, del que también se prepara una película. Estoy ultimando una especie de novela. Y preparo una atípica serie de viajes que debería llevarme a países como Camerún o Nueva Zelanda. �

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