Tercera Parte
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TERCERA PARTE: LA OBJETIVIDAD DE LA VERDAD HISTÓRICA.
CAPÍTULO I: LOS HECHOS HISTÓRICOS Y SU ELECCIÓN.
En esta tercera parte del libro realiza un amplio estudio de los hechos históricos, partiendo
de su definición, su elección, hasta llegar a cómo debe ser su descripción, explicación y
valoración, lo cual hace sucesivamente.
Empieza el análisis diciendo que la palabra hecho nos transmite seguridad, algo que en lo
que estoy plenamente de acuerdo. Entonces, precisando terminológicamente, no es lo
mismo un hecho (algo que sucedió en el pasado) que hecho histórico (aquél que, por su
relevancia, se ha convertido en objeto de la ciencia). Esta distinción viene marcada por el
contexto del acontecimiento y sus relaciones con otros acontecimientos, aparte de la
causalidad o la finalidad. Va más allá y diferencia entre hechos históricos simples y
complejos. Aparentemente, todo es simple, pero cada enunciado ("Cesar pasó el
Rubicón"), es complejo, puesto que Cesar no lo hizo solo, sino que estuvo acompañado
por muchas ideas, acciones y palabras de numerosos hombres. Por consiguiente, todo
hecho, por simple que parezca, hace abstracción de la complejidad de la realidad
concreta.
Todo esto parece entendible, pero Schaff va complicándolo. Introduce la opinión de
Becker, que postula que la Historia no se ocupa de acontecimientos, sino de enunciados
que afirman que esos acontecimientos han tenido lugar. Por ello, para él, es erróneo
afirmar que los hechos históricos son verdaderos o falsos, ya que nosreferimos solo a
símbolos. Sin embargo, Schaff considera que un hecho histórico es un
acontecimiento objetivo del pasado y no un mero enunciado, tesis con la que
personalmente me alineo, puesto que no podemos reducir la Historia a un mero
acto de fe. La autora Wanda Moszczenska distingue entre hechos devenidos y
hechos históricos. Los primeros son aquellos que realmente ocurrieron, mientras
que los segundos son los que ocurrieron y los que realmente se conoce su
existencia. Entonces, la pregunta crítica es: ¿Cómo tiene información de hechos
acaecidos no son sabidos por la ciencia?. Esa cuestión presenta difícil respuesta.
Avanzando más, Schaff se pregunta si los hechos históricos son puros o si son el
resultado de la actividad del historiador y, por medio de ella, de una teoría
determinada. La respuesta viene en la línea que venimos comentando: todos los
hechos son subjetivos desde que así los consideramos, los definimos dentro de
unos límites temporales y espaciales, y los interpretamos e insertamos en un
contexto más amplio. La teoría precede al establecimiento de los hechos, pese a
que se funde en ellos.
CAPÍTULO II: DESCRIPCIÓN-EXPLICACIÓN-VALORACIÓN.
Son tres aspectos íntimamente conectados entre sí. Empecemos por la
descripción.
La Historia no es una mera descripción, ya que el historiador es un sujeto activo e
introduce el factor humano. El historiador va más allá de una crónica y busca los
motivos y razones porqué suceden las cosas: el problema es que estas
explicaciones varían notablemente de unos
historiadores a otros. Para Braithuaithe, sólo hay dos tipos de explicaciones: las
causales ("a causa de que") y las finalistas (" a fin de que"). Desde mi punto de
vista, eso es una reiteración, ya que la causa y el fin es lo mismo, habiendo sólo
una distinción terminológica, pero no real. También está el problema filosófico de
la causalidad. Siempre realizamos la elección de un acontecimiento entre varios,
que llamamos las condiciones del acontecimiento en cuestión. Lo que nos interesa
es el acontecimiento que inmediatamente ha producido el efecto. En ese sentido,
siempre llevamos a cabo una elección cuando separamos las causas de los
acontecimientos estudiados, basándonos en un sistema de referencia o de
valores. Asimismo, el hecho histórico, como dijimos atrás, nunca es simple sino
complejo y posee gran cantidad de correlaciones e interacciones presentes y
pasadas.
Por tanto, en el caso de la Historia, la explicación va muy unida a la descripción.
Maciver puntualiza que hay diversos niveles de generalización, desde la
descripción individual hasta las interpretaciones muy generales de la Historia,
habiendo diversos tipos de explicación histórica, adaptada a los diferentes niveles
de generalización. Además, el historiador, aparte de prever cómo va a ser el
futuro, también debe prever cómo debió ser el pasado (retrodecir en traducción al
castellano). Resulta evidente que para el estudio de los motivos y propósitos de
las acciones no basta con el estudio de las fuentes, sino que se requiere una
cierta empatía por
parte del historiador, que debe ser escéptico ante las fuentes. Pese a todo, esto es
relativo, ya que el historiador es víctima de la parcialidad y del espíritu de partido,
aparte de que las fuentes pueden tener una intención deliberada de engañar. En
consecuencia, la comprensión es una parte de la explicación histórica y va ligada
a quien la proporciona, pero esto no conduce a la negación de la objetividad del
conocimiento histórico, sino que implica la conciencia de los límites de dicha
objetividad.
Todo lo anterior corresponde a la descripción y explicación en la Historia.
Vayamos con la valoración, según el libro de Schaff. Me gustaría recordar que,
cuando hablamos de valoración, implícitamente estamos descartando la filosofía
positivista encarnada por Ranke, quien veía la Historia como una ciencia
totalmente impersonal y en la que no cabía partidismo alguno, limitándose el
investigador a reunir documentos. Por ello, cuando Schaff menciona lo de la
valoración, disimuladamente está enterrando las ideas positivistas. Hecha esta
aclaración, cabe convenir que todo hombre que valora unos acontecimientos lo
hace a partir del sistema de valores que consciente o espontáneamente ha
aceptado y que le procura los modelos y las medidas necesarias para esta
valoración, siendo la aplicación de este sistema de valores de carácter individual y
personal. La valoración no es ya sobre lo que nos dicen los hechos, sino que la
propia elección de éstos es una valoración, escogiendo unos sí y otros no. Así, la
misma selección de qué hechos
merecen ser estudiados y llamados hechos históricos es una primera valoración,
tesis de Schaff que comparto plenamente.
Como conclusión, el historiador puede conseguir disimular su actitud valorativa
bajo fórmulas neutras, pero siempre hay valoraciones, cuando menos implícitas,
bajo la comprensión, selección e ilustración de los hechos históricos.
CAPÍTULO III: ¿POR QUÉ REESCRIBIMOS CONTINUAMENTE LA HISTORIA?.
Sucede igual que en el caso anterior. Cuando Schaff pone este título descarta la
tesis positivista, que afirma que la Historia es única y absoluta, no pudiendo ser
reescrita ni superada en ningún momento. Partiendo de esa premisa, se pregunta
por qué cada generación posee su propia visión del proceso histórico. Hay dos
posibles respuestas. La primera es que la reinterpretación de la Historia está en
función de las necesidades del presente, y la segunda es que la reinterpretación
de la Historia depende de los efectos de los acontecimientos del pasado que
surgen en el presente.
La primera se relaciona con las posiciones presentistas, siendo su autor
representativo Dewey. Éste piensa que, para elaborar las propias hipótesis, no hay
otros materiales accesibles que los que nos procura la contemporaneidad
histórica. Cuando la cultura cambia, también se modifican las concepciones
reinantes en la cultura dada, surgiendo nuevos puntos de vista y reescribiéndose
la Historia. Los períodos de estabilidad favorecen una imagen positiva del pasado,
mientras que en los períodos de crisis se tiende a estar más descontento del
pasado.
Según la segunda respuesta antes dada, sólo la etapa superior del desarrollo de la
realidad, al revelar los efectos de los acontecimientos pasados, nos permite
comprender y valorar de modo correcto dichos acontecimientos. Un ejemplo
significativo es la subida a una montaña, donde no tenemos la misma perspectiva
en la cima que en la base. Otro ejemplo, que es de mi cosecha, es cómo
individualmente cambiamos nuestra forma de ver unos hechos con la edad, o sea,
con el paso del tiempo. No apreciamos igual las travesuras infantiles cuando las
protagonizamos que cuando las recordamos o tenemos que controlarlas en
sobrinos o hijos más pequeños. En esta línea va un poco esta segunda
concepción. Esta variabilidad de la imagen del pasado no niega la objetividad del
conocimiento histórico, ya que las verdades parciales son objetivas, aunque
incompletas.
CAPÍTULO IV: LA OBJETIVIDAD DE LA VERDAD HISTÓRICA.
Una vez que hemos reflexionado que la Historia se reescribe con el paso del
tiempo, ya que éste nos permite comprenderla progresivamente mejor, analicemos
si la verdad histórica es o no objetiva, tema que, de una u otra forma, se ha venido
tocando constantemente a lo largo del manual.
Schaff empieza por algo elemental, como es separar correctamente lo que
llamamos objetivo, respecto a lo subjetivo. Lo objetivo es lo que procede de un
objeto, lo que es válido para todos los individuos y lo que está exento de
parcialidad y afectividad. Lo subjetivo es lo que procede del sujeto, no posee un
valor universal y tiene
emociones y parcialidad. Eso no es nada nuevo, y ya se había reflejado
anteriormente.
El factor subjetivo es inherente al conocimiento científico y a sus múltiples
determinaciones sociales. Lo interesante es ver cómo superar esta forma de
subjetividad. Según Paul Ricoeur, hay dos subjetividades: la "buena", que procede
de la configuración del conocimiento como una relación subjetivo-objetiva, y la
"mala", que es aquella que deforma el conocimiento debido al interés, la
parcialidad y otros elementos. Esto se dice a la ligera, pero no es tan sencillo
llevarlo a la práctica.
Schaff va añadiendo otras opiniones que van en la misma dirección, como por
ejemplo la de Pirennne, quien percibe el trabajo del historiador como una síntesis
(resumen) y una hipótesis simultáneamente. También habla del carácter
acumulativo del saber, que se enriquece acumulando verdades parciales. Por
tanto, hay que pasar del conocimiento individual al conocimiento considerado
como proceso social. Este proceso es social en la medida en que implica la
cooperación de los científicos y de la crítica científica en especial.
Además, la personalidad del historiador no es fija e inmutable, sino que va
evolucionando paulatinamente. Aparentemente, hay una contradicción cuando se
habla de la necesidad de superar el factor subjetivo y cuando por otro se dice que
hay que tomar posiciones de clase en el estudio de los fenómenos sociales. El
filósofo marxista polaco demuestra que la contradicción no es cierta. Rechaza el
objetivismo y prefiere la
posición marxista de Lenin, lo que, de nuevo, es coherente con sus creencias
ideológicas.
Acaba el libro con una serie de afirmaciones recopilatorias, como la repetida
constantemente de que la Historia es un proceso que acumula verdades parciales
y avanza hacia la verdad absoluta o el rechazo al objetivismo. Sí resultan algo
más novedosas otras, que no se habían formulado tan explícitamente. Por
ejemplo, los historiadores no mienten cuando escriben Historias distintas, y ésta
no deja de ser científica por el hecho de que se reescriba continuamente. Se
pregunta si la Historia es un tipo de conocimiento inferior a las Matemáticas,
concluyendo que no lo es, siendo simplemente un conocimiento diferente al de
éstas.