Territorio Comanche
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COMENTARIO DE TEXTO
“TERRITORIO COMANCHE”: NOVELA Y PELÍCULA
“Sonaron más balas perdidas y Barlés vio que Márquez sonreía un poco mientras apuraba la última chupada de su cigarrillo. Lo conocía lo bastante para adivinar sus pensamientos. Un día con buena luz, un cigarrillo, una guerra. - Te gusta esto, cabrón. Márquez se echó a reír, con aquella risa suya de carraca vieja, sin responder en seguida. Después tiró lejos la colilla y estuvo viéndola humear entre la hierba. - ¿Te acuerdas de Kukunkevac? – preguntó por fin, como si no viniera a cuento. Pero Barlés sabía que sí venía a cuento.”
Territorio Comanche (Arturo Pérez-Reverte, 1994)
Editorial Círculo de Lectores, Pág. 63-64
El cine tiene la sana manía de contar una historia con un principio y con un final.
La técnica “Introducción, nudo y desenlace” hace de estructura sobre la que,
posteriormente, se erigen los personajes, los diálogos y las tramas y subtramas. Como
bien es sabido, esta técnica fue heredada de su hermana la literatura, que, como
películas proyectadas con fotogramas imaginarios dibujados entre las letras, narraba de
igual manera una introducción, un desarrollo y un desenlace.
Esta herencia ha sido la causante de que entre uno y otro arte exista un
hermanamiento consolidado con consecuencias directas de traspaso de personalidad. Es
decir, que lo que antes fuera una novela se convierta tiempo después en una película, o
viceversa, haciendo que en la mudanza se pierda parte o toda su calidad. Sin embargo,
es normal que este cambio de formato siga siendo habitual debido a la técnica similar
antes mencionada utilizada para su formación, pero, en cambio, cuando esa similitud no
existe siquiera, la mudanza puede convertirse en un caos en el que la obra sufra tantas
modificaciones, mutaciones y operaciones, que su apariencia final difiera tanto de su
primario aspecto que no se distinga un ápice de semejanza entre ambas historias.
Es el caso de Territorio Comanche de Arturo Pérez-Reverte, donde la estructura
sobre la que se erige la novela no es la de “Introducción, nudo y desenlace”, sino la de
un diálogo de una tarde entre dos periodistas en el puente de Bijelo Polje. A partir de
ahí, recuerdos y comentarios se entrecruzan sin orden cronológico esperando a la
acción, sin una historia específica. Sólo mediante una descripción aproximada de lo que
siente y vive un reportero de guerra, creando una extraña conexión entre la paciencia
que exige una espera interminable, y la adrenalina que produce una acción desmedida.
El libro no quiere que leamos una historia, ni quiere introducirnos unos personajes, no
quiere desarrollar una trama, ni quiere darnos un final. Sólo quiere que esperemos cinco
capítulos a que la Armija llegue al puente, quiere que hagamos tiempo mientras
escuchamos las “batallitas” de Barlés y Márquez, y quiere que nos emocionemos y/o
asustemos cuando por fin llega la acción al puente. Pero no quiere ninguna
introducción, ningún desarrollo y ningún desenlace, a pesar de que podamos reconocer
alguna de estas partes a lo largo de la novela, aunque sólo sea en su forma teórica.
Sin embargo, la versión cinematográfica no puede hacer frente a esta técnica. No
puede permitirse el lujo de eliminar las tres fases clásicas de una historia, y
experimentar con un diálogo entre reporteros que disfrutan recordando batallas pasadas.
Mientras que una novela permite acomodarse al lector, una película tiene que enganchar
desde el principio, rebajando el voto de confianza hasta casi la primera escena.
Todo ello hace que el libro de Territorio Comanche haya tenido que pasar por
un filtro argumental para llegar a ser película. Y fruto de este trasvase la primera
víctima que se nos viene a la cabeza es ese gamberrismo marca Reverte, que ensalza la
novela, y que en la película, a pesar de que el guión haya pasado por las manos del
escritor, ha tenido que reducirse en beneficio de esa estructura clásica con su
introducción, su desarrollo y su desenlace.
A modo de comparación más significativa, conviene acudir a una película del
2007 llamada La sombra del cazador (Richard Shepard, 2007) que trata la historia de
dos reporteros en la guerra de Bosnia. En este caso, la película esta basada en un
artículo de Scott K. Anderson, quien, desde un principio, narrara una historia
estructurada coherentemente y donándonos un final como dios manda. Gracias a ello, su
versión cinematográficamente puede sentirse orgullosa de ser fiel a la novela, porque no
ha tenido más que extraer las imágenes que se dejaban adivinar entre las letras y darles
un formato real. Tan fácil como extraer el mínimo común múltiplo.
Sin embargo, esta sencilla operación matemática puede verse complicada
cuando los dos números no tienen ningún mínimo común múltiplo, y entonces han de
redondearse para encontrar, forzosamente, una semejanza que, a primera vista, era
invisible al ojo humano. Territorio Comanche, se ve “redondeada” a un número elegido
previamente, y modificada, haciendo que la historia pierda calidad y se vea pixelada.
Este problema ya lo tuvieron otras novelas célebres, como Luces de Bohemia
(Valle-Inclán, 1924) o The Life and Opinions of Tristram Shandy, Gentleman (Laurence
Sterne, 1759). La versión teatral de la primera fue casi imposible de llevarla a escena,
viéndose obligada a modificar muchos de sus pasajes para poder adecuarla a ese
formato. Mientras que la segunda, se hizo famosa por ser completamente imposible de
llevar a la gran pantalla, hasta que el director Michael Winterbottom trató de hacerlo,
pero haciendo que fuese un falso documental de una película imposible.
El mismo problema podría decirse que tiene Territorio Comanche, e incluso
podría decir que lo supera con algunos puntos a favor. Pero aun así, la película pierde
puntos y se deshincha respecto al libro. Ejemplo de ello podría ser el despiece que da
inicio a este comentario de texto: una de las conversaciones intrascendentes que
mantienen Barlés y Márquez a la espera de la Armija: “Un día con buena luz, un
cigarrillo, una guerra”. Una escueta enumeración que contiene los tres pilares de la
novela: el periodismo (un día con buena luz), pendiente siempre de las condiciones
contextuales de la guerra que permitan una buena fotografía; la paciencia (un
cigarrillo ), representada con ese cigarro que se enciende para que el tiempo pase más
rápido; y la acción (la guerra), obligándote a estar atento siempre con los cinco sentidos
aunque, aparentemente, no esté pasando nada. Pero que pasado a la película se
convierten en complementos a merced de una historia creada artificialmente.
FIN