TIPOS DE CUENTOS
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2013
TIPOS DE
CUENTOS SANTIAGO RENDÓN VARELA
6-A
2
Cuentos de hadas Un cuento de hadas es una historia ficticia que puede
contener personajes folclóricos tales
como hadas, duendes, elfos, brujas, sirenas, troles, giga
ntes, gnomos y animales parlantes e
incluir encantamientos, normalmente representados
como una secuencia inverosímil de eventos. En el
lenguaje contemporáneo, así como fuera del contexto
literario, el término es utilizado para describir algo que
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está vinculado con princesas. Por ello, existen
expresiones tales como «un final de cuento de hadas un
final feliz o «un romance de cuento de hadas aunque no
todas las narraciones de esta clase terminan con un final
feliz. De igual manera, en el aspecto coloquial un
«cuento de hadas» puede ser asociado con
cualquier historia rocambolesca y extraordinaria. Por lo
general, este tipo de relatos suele atraer a los niños
pequeños, al compenetrar estos de forma fácil y rápida
con los personajes arquetípicos de cada historia
Hansel y gretel
Junto a un bosque muy grande vivía un pobre leñador
con su mujer y dos hijos; el niño se llamaba Hänsel, y la
niña, Gretel Apenas tenían qué comer, y en una época
de carestía que sufrió el país, llegó un momento en que
el hombre ni siquiera podía ganarse el pan de cada día.
Estaba el leñador una noche en la cama, cavilando y
revolviéndose, sin que las preocupaciones le dejaran
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pegar el ojo; finalmente, dijo, suspirando, a su mujer: -
¿Qué va a ser de nosotros? ¿Cómo alimentar a los
pobres pequeños, puesto que nada nos queda? - Se me
ocurre una cosa -respondió ella-. Mañana, de
madrugada, nos llevaremos a los niños a lo más espeso
del bosque. Les encenderemos un fuego, les daremos
un pedacito de pan y luego los dejaremos solos para ir a
nuestro trabajo. Como no sabrán encontrar el camino de
vuelta, nos libraremos de ellos. - ¡Por Dios, mujer! -
replicó el hombre-. Eso no lo hago yo. ¡Cómo voy a
cargar sobre mí el abandonar a mis hijos en el bosque!
No tardarían en ser destrozados por las fieras. - ¡No
seas necio! -exclamó ella-. ¿Quieres, pues, que nos
muramos de hambre los cuatro? ¡Ya puedes ponerte a
aserrar las tablas de los ataúdes! -. Y no cesó de
importunarle hasta que el hombre accedió-. Pero me dan
mucha lástima -decía.
Los dos hermanitos, a quienes el hambre mantenía
siempre desvelados, oyeron lo que su madrastra
aconsejaba a su padre. Gretel, entre amargas lágrimas,
dijo a Hänsel Ahora sí que estamos perdidos! - No llores,
Gretel la consoló el niño-, y no te aflijas, que yo me las
arreglaré para salir del paso. Y cuando los viejos
estuvieron dormidos, levantóse, púsose la chaquetita y
salió a la calle por la puerta trasera. Brillaba una luna
esplendorosa y los blancos guijarros que estaban en el
suelo delante de la casa, relucían como plata pura.
Hänsel los fue recogiendo hasta que no le cupieron más
en los bolsillos. De vuelta a su cuarto, dijo a Gretel Nada
temas, hermanita, y duerme tranquila: Dios no nos
abandonará y se acostó de nuevo.
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A las primeras luces del día, antes aún de que saliera el
sol, la mujer fue a llamar a los niños: - ¡Vamos,
holgazanes, levantaos! Hemos de ir al bosque por leña-.
Y dando a cada uno un pedacito de pan, les advirtió-:
Ahí tenéis esto para mediodía, pero no os lo comáis
antes, pues no os daré más. Gretel se puso el pan
debajo del delantal, porque Hänsel llevaba los bolsillos
llenos de piedras, y emprendieron los cuatro el camino
del bosque. Al cabo de un ratito de andar, Hänsel se
detenía de cuando en cuando, para volverse a mirar
hacia la casa. Dijo el padre: - Hänsel, no te quedes
rezagado mirando atrás, ¡atención y piernas vivas! - Es
que miro el gatito blanco, que desde el tejado me está
diciendo adiós -respondió el niño. Y replicó la mujer: -
Tonto, no es el gato, sino el sol de la mañana, que se
refleja en la chimenea. Pero lo que estaba haciendo
Hänsel no era mirar el gato, sino ir echando blancas
piedrecitas, que sacaba del bolsillo, a lo largo del
camino.
Cuando estuvieron en medio del bosque, dijo el padre: -
Recoged ahora leña, pequeños, os encenderé un fuego
para que no tengáis frío. Hänsel y Gretel reunieron un
buen montón de leña menuda. Prepararon una hoguera,
y cuando ya ardió con viva llama, dijo la mujer: - Poneos
ahora al lado del fuego, chiquillos, y descansad, mientras
nosotros nos vamos por el bosque a cortar leña. Cuando
hayamos terminado, vendremos a recogeros.
Los dos hermanitos se sentaron junto al fuego, y al
mediodía, cada uno se comió su pedacito de pan. Y
como oían el ruido de los hachazos, creían que su padre
estaba cerca. Pero, en realidad, no era el hacha, sino
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una rama que él había atado a un árbol seco, y que el
viento hacía chocar contra el tronco. Al cabo de mucho
rato de estar allí sentados, el cansancio les cerró los
ojos, y se quedaron profundamente dormidos.
Despertaron, cuando ya era noche cerrada. Gretel se
echó a llorar, diciendo: - ¿Cómo saldremos del bosque?
Pero Hänsel la consoló: - Espera un poquitín a que brille
la luna, que ya encontraremos el camino. Y cuando la
luna estuvo alta en el cielo, el niño, cogiendo de la mano
a su hermanita, guiose por las guijas, que, brillando
como plata batida, le indicaron la ruta. Anduvieron toda
la noche, y llegaron a la casa al despuntar el alba.
Llamaron a la puerta y les abrió la madrastra, que, al
verlos, exclamó: - ¡Diablo de niños! ¿Qué es eso de
quedarse tantas horas en el bosque? ¡Creíamos que no
queríais volver! El padre, en cambio, se alegró de que
hubieran vuelto, pues le remordía la conciencia por
haberlos abandonado.
Algún tiempo después hubo otra época de miseria en el
país, y los niños oyeron una noche cómo la madrastra,
estando en la cama, decía a su marido: - Otra vez se ha
terminado todo; sólo nos queda media hogaza de pan, y
sanseacabó. Tenemos que deshacernos de los niños.
Los llevaremos más adentro del bosque para que no
puedan encontrar el camino; de otro modo, no hay
salvación para nosotros. Al padre le dolía mucho
abandonar a los niños, y pensaba: "Mejor harías
partiendo con tus hijos el último bocado." Pero la mujer
no quiso escuchar sus razones, y lo llenó de reproches e
improperios. Quien cede la primera vez, también ha de
ceder la segunda; y, así, el hombre no tuvo valor para
negarse.
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Pero los niños estaban aún despiertos y oyeron la
conversación. Cuando los viejos se hubieron dormido,
levanto Hänsel con intención de salir a proveerse de
guijarros, como la vez anterior; pero no pudo hacerlo,
pues la mujer había cerrado la puerta. Dijo, no obstante,
a su hermanita, para consolarla: - No llores, Gretel, y
duerme tranquila, que Dios Nuestro Señor nos ayudará.
A la madrugada siguiente se presentó la mujer a
sacarlos de la cama y les dio su pedacito de pan, más
pequeño aún que la vez anterior. Camino del bosque,
Hänsel iba desmigajando el pan en el bolsillo y,
deteniéndose de trecho en trecho, dejaba caer miguitas
en el suelo. - Hänsel, ¿por qué te paras a mirar atrás? -
preguntó el padre-. ¡Vamos, no te entretengas! - Estoy
mirando mi palomita, que desde el tejado me dice adiós.
- ¡Bobo! -intervino la mujer-, no es tu palomita, sino el sol
de la mañana, que brilla en la chimenea. Pero Hänsel
fue sembrando de migas todo el camino.
La madrastra condujo a los niños aún más adentro del
bosque, a un lugar en el que nunca había estado.
Encendieron una gran hoguera, y la mujer les dijo: -
Quedaos aquí, pequeños, y si os cansáis, echad una
siestecita. Nosotros vamos por leña; al atardecer,
cuando hayamos terminado, volveremos a recogemos. A
mediodía, Gretel partió su pan con Gretel, ya que él
había esparcido el suyo por el camino. Luego se
quedaron dormidos, sin que nadie se presentara a
buscar a los pobrecillos; se despertaron cuando era ya
de noche oscura. Hänsel consoló a Gretel diciéndole: -
Espera un poco, hermanita, a que salga la luna;
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entonces veremos las migas de pan que yo he
esparcido, y que nos mostrarán el camino de vuelta.
Cuando salió la luna, se dispusieron a regresar; pero no
encontraron ni una sola miga; se las habían comido los
mil pajarillos que volaban por el bosque. Dijo Hänsel a
Gretel: - Ya daremos con el camino -pero no lo
encontraron. Anduvieron toda la noche y todo el día
siguiente, desde la madrugada hasta el atardecer, sin
lograr salir del bosque; sufrían además de hambre, pues
no habían comido más que unos pocos frutos silvestres,
recogidos del suelo. Y como se sentían tan cansados
que las piernas se negaban ya a sostenerlos, achárese
al pie de un árbol y se quedaron dormidos.
Y amaneció el día tercero desde que salieron de casa.
Reanudaron la marcha, pero cada vez se extraviaban
más en el bosque. Si alguien no acudía pronto en su
ayuda, estaban condenados a morir de hambre. Pero he
aquí que hacia mediodía vieron un hermoso pajarillo,
blanco como la nieve, posado en la rama de un árbol; y
cantaba tan dulcemente, que se detuvieron a escucharlo.
Cuando hubo terminado, abrió sus alas y emprendió el
vuelo, y ellos lo siguieron, hasta llegar a una casita, en
cuyo tejado se posó; y al acercarse vieron que la casita
estaba hecha de pan y cubierta de bizcocho, y las
ventanas eran de puro azúcar. - ¡Mira qué bien! -
exclamó Hänsel, aquí podremos sacar el vientre de mal
año. Yo comeré un pedacito del tejado; tú, Gretel,
puedes probar la ventana, verás cuán dulce es. Se
encaramó el niño al tejado y rompió un trocito para
probar a qué sabía, mientras su hermanita
mordisqueaba en los cristales. Entonces oyeron una voz
suave que procedía del interior:
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"¿Será acaso la ratita la que roe mi casita?" Pero los niños respondieron: "Es el viento, es el viento que sopla violento." Y siguieron comiendo sin desconcertarse. Hänsel, que encontraba el tejado sabrosísimo, desgajó un buen pedazo, y Gretel sacó todo un cristal redondo y se sentó en el suelo, comiendo a dos carrillos. Abrió entonces la puerta bruscamente, y salió una mujer viejísima, que se apoyaba en una muleta. Los niños se asustaron de tal modo, que soltaron lo que tenían en las manos; pero la vieja, meneando la cabeza, les dijo: - Hola, pequeñines, ¿quién os ha traído? Entrad y quedaos conmigo, no os haré ningún daño. Y, cogiéndolos de la mano, los introdujo en la casita, donde había servida una apetitosa comida: leche con bollos azucarados, manzanas y nueces. Después los llevó a dos camitas con ropas blancas, y Hänsel y Gretel se acostaron en ellas, creyéndose en el cielo. La vieja aparentaba ser muy buena y amable, pero, en realidad, era una bruja malvada que acechaba a los niños para cazarlos, y había construido la casita de pan con el único objeto de atraerlos. Cuando uno caía en su poder, lo mataba, lo guisaba y se lo comía; esto era para ella un gran banquete. Las brujas tienen los ojos rojizos y son muy cortas de vista; pero, en cambio, su olfato es muy fino, como el de los animales, por lo que desde muy lejos ventean la presencia de las personas. Cuando sintió que se acercaban Hänsel y Gretel, dijo para sus adentros, con una risotada maligna: "¡Míos son; éstos no se me escapan!." Levantóse muy de mañana, antes de que los niños se despertasen, y, al verlos descansar tan plácidamente, con aquellas mejillitas tan sonrosadas y coloreadas, murmuró entre dientes: "¡Serán un buen bocado!." Y, agarrando a Hänsel con su mano seca, llevólo a un pequeño establo y lo encerró detrás de una
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reja. Gritó y protestó el niño con todas sus fuerzas, pero todo fue inútil. Dirigióse entonces a la cama de Gretel y despertó a la pequeña, sacudiéndola rudamente y gritándole: - Levántate, holgazana, ve a buscar agua y guisa algo bueno para tu hermano; lo tengo en el establo y quiero que engorde. Cuando esté bien cebado, me lo comeré. Gretel se echó a llorar amargamente, pero en vano; hubo de cumplir los mandatos de la bruja. Desde entonces a Hänsel le sirvieron comidas exquisitas, mientras Gretel no recibía sino cáscaras de cangrejo. Todas las mañanas bajaba la vieja al establo y decía: - Hänsel, saca el dedo, que quiero saber si estás gordo. Pero Hänsel, en vez del dedo, sacaba un huesecito, y la vieja, que tenía la vista muy mala, pensaba que era realmente el dedo del niño, y todo era extrañarse de que no engordara. Cuando, al cabo de cuatro semanas, vio que Hänsel continuaba tan flaco, perdió la paciencia y no quiso aguardar más tiempo: - Anda, Gretel -dijo a la niña-, a buscar agua, ¡ligera! Esté gordo o flaco tu hermano, mañana me lo comeré. ¡Qué desconsuelo el de la hermanita, cuando venía con el agua, y cómo le corrían las lágrimas por las mejillas! "¡Dios mío, ayúdanos! -rogaba-. ¡Ojalá nos hubiesen devorado las fieras del bosque; por lo menos habríamos muerto juntos!." - ¡Basta de lloriqueos! -gritó la vieja-; de nada han de servirte. Por la madrugada, Gretel hubo de salir a llenar de agua el caldero y encender fuego. - Primero coceremos pan -dijo la bruja-. Ya he calentado el horno y preparado la masa -. Y de un empujón llevó a la pobre niña hasta el horno, de cuya boca salían grandes llamas. Entra a ver si está bastante caliente para meter el pan -mandó la vieja. Su intención era cerrar la puerta del horno cuando la niña estuviese en su interior, asarla y comérsela también. Pero Gretel le adivinó el pensamiento y dijo: - No sé cómo hay que hacerlo; ¿cómo lo haré para entrar?
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Haber visto criatura más tonta! -replicó la bruja-. Bastante grande es la abertura; yo misma podría pasar por ella -y, para demostrárselo, se adelantó y metió la cabeza en la boca del horno. Entonces Gretel, de un empujón, la precipitó en el interior y, cerrando la puerta de hierro, corrió el cerrojo. ¡Allí era de oír la de chillidos que daba la bruja! ¡Qué gritos más pavorosos! Pero la niña echó a correr, y la malvada hechicera hubo de morir quemada miserablemente. Corrió Gretel al establo donde estaba encerrado Hänsel y le abrió la puerta, exclamando: ¡Hänsel, estamos salvados; ya está muerta la bruja! Saltó el niño afuera, como un pájaro al que se le abre la jaula. ¡Qué alegría sintieron los dos, y cómo se arrojaron al cuello uno del otro, y qué de abrazos y besos! Y como ya nada tenían que temer, recorrieron la casa de la bruja, y en todos los rincones encontraron cajas llenas de perlas y piedras preciosas. - ¡Más valen éstas que los guijarros! -exclamó Hänsel, llenándose de ellas los bolsillos. Y dijo Gretel: - También yo quiero llevar algo a casa -y, a su vez, se llenó el delantal de pedrería. - Vámonos ahora -dijo el niño-; debemos salir de este bosque embrujado -. A unas dos horas de andar llegaron a un gran río. - No podremos pasarlo -observó Hänsel-, no veo ni puente ni pasarela. - Ni tampoco hay barquita alguna -añadió Gretel pero allí nada un pato blanco, y si se lo pido nos ayudará a pasar el río Y gritó: "Patito, buen patito mío Hänsel y Gretel han llegado al río. No hay ningún puente por donde pasar; ¿sobre tu blanca espalda nos quieres llevar?." Acercóse el patito, y el niño se subió en él, invitando a su hermana a hacer lo mismo. - No -replicó Gretel-, sería muy pesado para el patito; vale más que nos lleve uno tras otro. Así lo hizo el buen pato, y cuando ya
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estuvieron en la orilla opuesta y hubieron caminado otro trecho, el bosque les fue siendo cada vez más familiar, hasta que, al fin, descubrieron a lo lejos la casa de su padre. Echaron entonces a correr, entraron como una tromba y se colgaron del cuello de su padre. El pobre hombre no había tenido una sola hora de reposo desde el día en que abandonara a sus hijos en el bosque; y en cuanto a la madrastra, había muerto. Volcó Gretel su delantal, y todas las perlas y piedras preciosas saltaron por el suelo, mientras Hänsel vaciaba también a puñados sus bolsillos. Se acabaron las penas, y en adelante vivieron los tres felices. Y colorín colorado, este cuento se ha acabado.
* * * FIN * * *
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Cuento policiaco Un cuento de detectives es un subgénero
literario 2 que agrupa las narraciones breves de hechos
ficticios o reales, relacionados directamente con
criminales y con la justicia, generalmente teniendo como
tema principal la resolución de un misterio, la
persecución de un delincuente, o temáticas similares. El
cuento puede ser blanco o negro;
blanco: que el policía sea el que se encarga de su
trabajo y de la investigación detectivesca y policial;
negro: que el detective o el policía se mete en el
bando contrario para poder atrapar al criminal.
el cuento policial es un cuento de crimen misterio y
persecucion
Partes de un cuento policiaco
- Planteo de un enigma a resolver A partir de un
dilema, es que se desarrolla una historia.
- Narración del proceso de investigación Permite
aclarar el interrogante planteado al comienzo.
- Resolución del enigma Se logra mediante: El
examen y observación de los hechos materiales y
psicológicos, sobre los que se sacan conclusiones; El
razonamiento a partir de posibles hipótesis (el
investigador muchas veces no necesita observar el
escenario del crimen).
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Elementos caracterizadores
- Personajes: Se presentan en una perspectiva
antitética: el policía, el detective, el inspector; el asesino
y el espía, o sea los buenos y los malos. Por lo general
son tipos, tienen caracteres bien definidos y no
evolucionan a lo largo del relato.
Proyecto enomis
Eran ya las diez de la noche cuando, por fin, bajé del
coche. Le di un vistazo por si acaso no estaba bien
aparcado, y me encaminé hacia mi casa reflexionando
sobre el trabajo que me esperaba el día siguiente. Como
siempre, fue un día horrible: la prisa, los atascos, y sin
hablar de un par de tontos con los que trato negocios
todos los días. No conseguí relajarme mucho andando
por esa breve distancia, y cuando llegué ante el edificio
donde vivo, decidí detenerme un rato para fumar un
cigarrillo; me habría ayudado a recobrar la calma
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necesaria para dormirme. Mientras fumaba, levanté los
ojos al cielo, y me di cuenta de que la señora Sabiduría –
así la llamamos en el barrio, a esa mujer, por todo lo que
sabe y dice sobre cualquiera– estaba mirándome de
reojo desde su piso en la tercera planta, y como no
aguanto a esa cotilla, tiré medio cigarro al suelo con un
gesto de enojo, y subí a mi apartamento por las
escaleras; el ascensor siempre está estropeado.
Después de subir cinco plantas a rastras, me dejé caer
en la butaca ante la televisión. Pasé de un canal a otro
durante media hora sin encontrar nada de interesante,
así que me fui a la cama, aprovechando, también, de un
repentino ataque de sueño.
Aún no eran las cinco de la mañana, cuando fui
despertado, horriblemente, por el odioso sonido del
timbre. Me levanté enseguida asombrado y asustado
vista la hora. Me acerqué a la puerta sin hacer ruido,
miré por la mirilla, y vi a dos hombres corpulentos
parados en el descansillo. Me detuve un rato
contemplándolos: el mayor aparentaba unos cincuenta
años, mientras el otro no parecía alcanzar los veinte.
Tocaron otra vez el timbre; sabían que me encontraba
en casa.
–¿Quiénes sois? –pregunté yo.
–Abra por favor –dijo el mayor esgrimiendo lo que
parecía un mandato de detención.
Abrí la puerta sin quitar la cadena de seguridad.
–¿Pues, qué pasa?
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–Sería mejor que se lo aclaremos en casa –siguió el
mayor.
Vacilé un rato antes de dejarme convencer a que
entraran. Podía ser un engaño ¿si el mandato era falso?
¿Cómo podía reconocer la autenticidad de un
documento que nunca había visto en mi vida? De todas
formas, a pesar de tantas dudas, les abrí la puerta.
– ¿Ahora puedo saber qué pasa? –pregunté otra vez,
con más fuerza, mientras pasaban a mi lado.
–Nada, sólo tendría que seguirnos a la comisaría donde
le harán algunas preguntas.
–Pero yo no he hecho nada –repliqué desconcertado.
–Todo el mundo dice así –dijo el más joven mientras
cogía una manzana de la nevera.
Le dio un mordisco mirándome fijo en los ojos, como
para demostrarme lo que su autoridad le permitía hacer
incluso en mi casa.
–Iría a pudrirse –me dijo mofándose.
–¿Pero puedo saber que está pasando? Estoy perdiendo
la paciencia.
–Tranquilícese señor, que todo se arreglará. Ahora se
ponga algo de prisa y síganos. Nos están esperando
abajo –dijo el mayor en tono casi amistoso.
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Me conformé a esa absurda situación, y siguiendo las
indicaciones del presunto policía, me puse un chándal y
bajé con ellos.
Ante la puerta de entrada, un coche negro, que nunca
había visto hasta aquel momento ni siquiera en las
películas, nos estaba esperando. Me abrieron la puerta
trasera para agilizarme a subir lo más rápido posible. Di
una ojeada hacia mi piso, y me di cuenta de que la
señora Sabiduría todavía estaba ahí, presenciando mi
detención casi satisfecha.
El conductor arrancó el coche, y nos fuimos a toda
marcha hacia la meta. Tardamos una decena de minutos
en llegar. Bajamos del vehículo ante un viejo edificio,
donde una joven policía me esperaba para
acompañarme a mi destino. Llevaba una uniforme negra
con rayas laterales amarillas. Nunca había visto antes
una uniforme de ese color. Mi preocupación aumentaba
cada vez más. No sabía de que estaba acusado, y
aunque estaba seguro de mi inocencia, no estaba tan
seguro de poderla defender. Llegamos ante la puerta del
despacho del comisario donde tuve que esperar un rato.
La mujer entró por su cuenta dejándome sin custodia. No
pude oír lo que pasaba dentro. La puerta era tan espesa
que no dejaba pasar ni un ruido.
–Pase, por favor –dijo la policía abriendo la puerta.
Entré bastante temeroso en ese despacho que parecía
olvidado desde mucho del personal de la limpieza.
–Siéntese –dijo el que supuse fuera el comisario.
Me acomodé en el único asiento disponible.
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–¿Usted tiene algo que decir para aclarar el asunto? –
preguntó él.
–No sé, ¿si puedo saber de qué asunto está hablando?
–contesté buscando de guardar la calma.
–Ahora no puedo darle muchas explicaciones al
respecto, a no ser que usted confiese por su cuenta.
–Pero yo no sé que debería confesar. No he cometido
ningún reato y, con esto, no quiero seguir adelante con
este interrogatorio –contesté esta vez con más vigor que
antes.
–Entonces tendrá que compilar un simple formulario con
sus datos personales, después de que podrá abandonar
el edificio –dijo él manteniéndose tranquilo ante mi
enfado.
Me puse a rellenar los blancos de un par de hojas que
me entregó la joven policía que, hasta aquel momento,
había quedado a mis espaldas sin decir una palabra; y
después de firmarlas, sentí una aguja penetrarme en el
cuello. Intenté reaccionar mientras iban a faltarme las
fuerzas.
– ¿Qué pasaaa......
Me desperté en un lugar a mí desconocido. La cabeza
me dolía como nunca. Con cuidado intenté averiguar
dónde me encontraba manoseando el suelo, y me di
cuenta de que estaba tumbado en una superficie de
arena. Esperé un rato antes de hacer un primer intento
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para levantarme. Era noche y la oscuridad era tan
intensa que no podía ver más allá de unos pocos metros.
Me resultaba más fácil distinguir el crujido de las olas y
el murmullo de los árboles que, mezclándose, producían
un sonido tan relajante que me dormí otra vez.
Cuando volví a despertarme ya me encontraba mucho
mejor, y la luz del sol que ya era alto en el cielo era la
ayuda que necesitaba. Hice un esfuerzo para ponerme
de pie luchando contra no pocas dificultades. Todavía
me encontraba un poco aturdido; a lo mejor había
dormido mucho más que de costumbre. Di un vistazo a
mi alrededor; el panorama era estupendo, pero aún no
entendía como me encontraba en ese paraíso. El vacío
me llenaba la mente. Lo único que recordaba, era que
antes de que me durmiera me encontraba en la
comisaría de policía y nada más. Empecé a moverme
con cuidado para desperezarme las piernas, y me di
cuenta de que algo extraño me abrazaba el cuello. Al
tocarlo parecía un collar y, tan pronto como intenté
quitármelo, sentí una ligera descarga eléctrica que me
obligó a renunciar. Un objeto en el suelo me llamó la
atención. Era una carpeta con mi nombre escrito en
carácter es cubitales. La recogí con curiosidad para
luego sacar su contenido que se limitaba en un libro de
supervivencia y algunos documentos que, aunque
sospechaba la importancia, la confusión que reinaba en
mi cabeza me sugirió aplazar la lectura a otro momento.
Observé el mar sin alejar la vista de la orilla, y me fijé en
un muelle. Era tan pequeño que sólo habría podido
hospedar embarcaciones de menudo tamaño;
probablemente no era un lugar destinado a vacaciones.
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Decidí dar una vuelta y, una vez elegida al azar la
dirección, me puse en marcha andando por la playa.
Hacía mucho calor y la humedad empeoraba la
situación. El agua estaba tan limpia que me habría dado
un baño, pero no me parecía el momento más oportuno,
así que me adentré en el bosque que surgía a una
decena de metros de la orilla del mar. Los árboles eran
muy altos y, en el medio de ellos, la sombra
proporcionaba un aire tan fresco que alimentaba en mí el
deseo de proseguir en esa excursión. Un repentino crujir
de hojas me dejó petrificado. Había algo detrás de un
césped que no se atrevía a salir. Lancé un grito para
estimularlo a moverse, y salió como un bólido un enorme
jabalí que sin parar, desapareció de nuevo entre la
espesa vegetación. Me temblaron las piernas durante
varios minutos después del susto cogido. Seguí
fijándome en el mismo césped, divisando un poste de
hierro disimulado entre las hojas. Era alto por lo menos
tres metros, y me era imposible ver el interior de la
esfera de cristal oscuro puesta en su cumbre. Volví a
moverme con más cuidado que antes, contemplando
todo lo que surgía a mi alrededor, para darme cuenta de
que eran varios los postes hincados en el suelo, y no
podía imaginar su utilidad en este lugar.
Fui cogido de asombro al oír unos ruidos procedentes
del interior del bosque. El miedo se apoderó de mí, pero
la curiosidad era tan fuerte que me adentré más para
descubrir de que se trataba. El corazón me latía como
nunca. A la medida que me subía la adrenalina, el miedo
desaparecía. Ya me sentía un valeroso explorador; igual
que Indiana Jones. Sólo tenía que moverme con
cuidado; no debía hacerme descubrir, pero no
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transcurrió mucho rato desde el principio de mi misión,
que ya estaba patas arriba; atado por los tobillos a la
rama de un árbol.
– ¡Qué desastre! –pensé mirándome los pies.
La delusión por el fracaso me volvió a la realidad:
– ¡Indiana Jones! ¡Ja! Incluso Don Quijote habría hecho
mejor... ¡Un desastre! Eso eres, ¡un maldito desastre! –
dije regañándome entre los dientes.
Aún no había pensado en como librarme, que brotaron a
mi alrededor unos chicos menores de edad riéndose de
mí. Me alivié ante esa situación que olía más a burla que
a peligro; efectivamente, fueron muy amistosos conmigo.
Me libraron enseguida de esa trampa que, como me
explicaron más tarde, habían maquinado para la captura
de jabalíes. La sangre me había subido a la cabeza por
causa de aquella insólita postura. Uno del grupo tuvo
que sostenerme un rato para que no me cayera, y
cuando me restablecí, recuperé la carpeta que se me
cayó durante el vuelco y fui con ellos al campo.
Recorrimos un sendero bien marcado en el suelo, por
más de una hora, antes de dejar la sombra del bosque.
El cambio con la luz del sol fue violento, y tuve que
protegerme los ojos para poder observar este extraño
lugar. Habían sido cortadas unas cuantas plantas, para
crear un enorme hueco entre la vasta vegetación por la
que estaba rodeado: cinco carpas de distintos colores
ocupaban un lado de este espacio y unas cuantas
casetas el otro; al centro las mesas daban forma a un
cuadro de rayas, y las mujeres, sentadas en ésas, se
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afanaban en varias tareas. No veía alrededor muchos
hombres. De repente, una mujer joven y guapa se
acercó sonriendo como para darme la bienvenida a este
campamento.
–Buenas días –dijo ella con una espléndida voz–. Lo
siento mucho que no haya sido recogido por nadie en la
playa. Ha sido un descuido. Pues, ¿ahora tiene hambre?
–Sí –contesté yo todavía incrédulo por lo que me estaba
sucediendo.
Su belleza era tal de emocionarme hasta ponerme
colorado. Intenté sin éxito disimular mi emoción evitando
su mirada.
–Venga, la llevo a su asiento donde podrá comer un
plato de arroz caliente.
–Muchas gracias, es usted muy amable –repuse yo.
–Es mi deber –dijo ella dirigiéndose hacia la mesa.
Me hizo sentar en un asiento donde ya me esperaba la
comida.
– ¡Qué aproveche! –dijo para despedirse.
– ¡Disculpe! –exclamé antes de que se fuera–. ¿Usted
sabe algo sobre mi presencia en este lugar? Y sobre
todo, ¿qué es este lugar? –pregunté esperando hubiera
podido aclarármelo todo.
– ¿Pues, todavía no ha leído su documentación? –me
preguntó extrañada.
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–Si se refiere a ésta, aún no –repuse yo mostrándole la
carpeta.
–Pues, tendría que leerla, y si le quedaran algunas
dudas no tenga miedo a preguntar. De todas formas, yo
vivo en la última caseta azul. Pero ahora coma que se le
pone frío el arroz –dijo marchándose.
Comí con mucho gusto. Estaba hambriento como nunca.
Habría comido mucho más que aquel único plato, pero
no quise aprovechar de tanta hospitalidad, así que
dediqué ese momento de descanso a satisfacer mi
curiosidad: abrí la carpeta, saqué los papeles y empecé
a leer:
El proyecto Enomis, que toma el nombre por su creador,
es el nuevo sistema carcelario que permitirá a los
gobiernos participantes en esto, de liberarse de los
gastos del viejo sistema que desde siempre han sido un
problema enorme para la economía de un estado.
Nuestra idea es la de sacar a los detenidos de las viejas
cárceles para trasladarlos a las islas del proyecto, que
hemos elegido de gran tamaño, con el fin de acabar para
siempre con el problema del espacio. el aumento de la
criminalidad en los últimos años ha mostrado todos los
límites de capacidad del antiguo sistema, causando la
libertad injustificada de peligrosos criminales y, por
consiguiente, creando muchos problemas de seguridad
en la sociedad. las islas además difieren entre ellas por
varios aspectos que facilitan o dificultan la supervivencia
y, por eso, han sido clasificadas en cinco niveles
diferentes; así que podemos elegir por cada detenido,
según la gravedad del crimen cometido, la isla más
apropiada.
24
Usted ahora se encuentra en la más hospital de las islas
(el primer nivel); su traslado y destino a otra dependen
del crimen por el que está acusado y desde luego de lo
que dirá la sentencia judicial.
El collar que lleva puesto es un sistema de seguridad
con el que tranquilizamos a los rebeldes. no lo fuerce
para librarse de ello si no quiere hacerse daño.
Buena permanencia.
Me quedé atónito y nervioso por lo que acababa de leer.
Estaba en una cárcel y sin saber que había hecho para
merecerlo. Seguí leyendo la página siguiente:
El día 15/06/2016, el detenido simón de la vega tendrá
que acudir al juzgado, donde durante el proceso deberá
defender su inocencia.
El Sr. de la vega es sospechoso de ser el autor de un
homicidio que tuvo lugar el 12/05/2016 a las 10:30 de la
noche ante la entrada del edificio el barco.
Una señora jura haber visto el sujeto en cuestión, pasear
con aire sospechoso, en este lugar poco antes de que
ocurriera el delito.
Durante la espera el detenido estará bajo control en la
isla de primer nivel.
Repuse nerviosamente los papeles en su custodia.
Intenté recordar lo que había hecho esa noche para
dejar sospechas de haber cometido un crimen tan grave,
25
pero aún era tanta la confusión en mi cabeza que no se
me ocurrió ningún episodio significativo; entonces, para
relajarme, di un paseo por el campo. Andando, me di
cuenta de la presencia de una biblioteca. Me acerqué
intrigado y, mientras intentaba observar el interior, fui
distraído por la ruidosa llegada de un grupo de hombres
empeñados en arrastrar un pesadísimo jabalí. Parecían
divertirse mucho, y eso me ayudaba a dejar de pensar
en el asunto del proceso.
–Tal vez yo también iré de caza un día de éstos –pensé
saboreando de antemano el placer de una nueva
aventura.
Llevaba un solo día viviendo en esta cárcel, y ya tenía la
sensación de que iba a gustarme. Una nueva
experiencia era lo que necesitaba para salir del estrés
del trabajo. Antes del ocaso, me llevaron al dormitorio;
me asignaron una cama en la carpa amarilla. El interior
era mucho mejor de lo que imaginaba. Estaba cansado,
y esperaba con ansia el momento de acostarme. Por fin
habría pasado una noche durmiendo sin ser molestado.
El día siguiente, me informaron sobre mi tarea: habría
trabajado en la cocina como lavaplatos. No supe
esconder mi decepción al enterarme de eso, ya que me
esperaba algo más a venturoso. Sin embargo, me
conformé con mucho gusto al ver que Sara, la hermosa
mujer de la caseta azul, trabajaba ahí como cocinera.
Un día acabada mi tarea, tuve la ocasión de hablarle.
–¡Hola Sara! Enhorabuena por la comida; estaba
riquísima –dije para entablar la conversación.
26
–Oh, gracias. Aunque creo que el jabalí ha tenido un
papel importante en esto –contestó ella mostrando toda
su modestia.
–Sara, perdóname, pero quería hacerte una pregunta
sobre la isla.
–Sí, dime, ¿qué quieres saber?
–He leído la documentación sobre ese Proyecto Onemis.
– ¿Enemas? ¡Enosis! –dijo ella sonriendo.
–Sí, vale, Enosis, Onemis o lo que sea. Pero, estaba
diciendo... ah sí, que he leído esa documentación, y me
parece una buena idea la de trasladar a los criminales
fuera de las ciudades, pero no entiendo cómo pueden
sacar partido a todo esto los gobiernos.
–Sí, yo también me pregunté lo mismo cuando llegué
aquí. Yo no tenía nada que ver con el proyecto, pero
este trabajo me parecía una buena oportunidad para
salir del caos de la ciudad, y no me la perdí. Sin
embargo, me informaron sobre todo lo que le concierne,
por ejemplo: ¿Has visto cuantos postes hay hincados por
todas partes?
–Sí, sí, los he visto, por supuesto –contesté intrigado.
–En ellos –prosiguió–, hay escondidas micro cámaras
para vigilarnos en todo lo que hacemos, y muchos
interesados pagan para verlo por un sitio de Internet.
– ¿Así que en este momento puede que alguien nos vea
en directo? –contesté yo asombrado y avergonzado.
27
–Por decir la verdad, lo que ocurre en esta isla lo ven
únicamente al centro de vigilancia, ya que hay menores
de edad, y buena parte de los detenidos aún no han sido
juzgados en un proceso. Además, en el primer nivel
difícilmente puede ocurrir un hecho que guste a este
público. Bien distinto es lo que pasa ya a partir del
segundo hasta el quinto nivel donde hay criminales de la
peor especie, y los problemas de subsistencia dan lugar
a divergencias que acaban normalmente en disputas y
peleas. No sabes cuánto disfruta la gente viendo vídeos
de violencia.
De pronto empecé a preocuparme, pensando al proceso,
por si acaso viniera declarado culpable de homicidio.
–Disputas y peleas –repetí en la mente lo que acababa
de oír.
–Vale Simón, nos vemos más tarde –dijo Sara
interrumpiendo mi breve reflexión–. Ahora me tengo que
ir al trabajo. Hasta luego.
–Hasta luego, y gracias de verdad por tu información –
repuse yo.
Y mirándola mientras que se iba, seguía pensando en
esa increíble situación, y con ese pensamiento pasaron
los días en el campo.
Con hoy, llevo veinticinco días viviendo en la isla. No me
he dado cuenta de cuánto rápido ha pasado el tiempo
desde el día de mi llegada. Con los detenidos que he
conocido aquí, me siento a mi gusto. Muchos de ellos no
son tan malos como uno podría pensar; es que, para
salir de condiciones de vida muy desagradables,
28
eligieron el camino más rápido y equivocado. Entre
todos, no son muchos los que han conseguido un título
de estudio; sin embargo, probablemente por mérito de
las dificultades contra las que han luchado durante toda
la vida, parecen razonar mucho mejor que algunos
licenciados que conozco.
Desde que llegué al campo, nunca me ha faltado la
ayuda de esta gente. Me han enseñado también a tirar
con el arco, y la semana pasada me dejaron participar
en una partida de caza, así que pude demostrar a mí
mismo, porque sigo fregando los platos; un desastre.
Ya me había olvidado el asunto del proceso, hasta que
ayer, un militar vino a recogerme al trabajo para llevarme
al despacho del director. Lo seguí bastante preocupado
sospechando cual era la motivación. Entré en el
despacho donde el director me esperaba sonriente.
– ¡Buenas noticias! –exclamó–. El verdadero culpable
del homicidio se ha entregado a la policía confesándolo
todo. Eres un hombre libre.
Me dejó boquiabierto. No sabía que decir. La expresión
de mi cara decía más que cualquier palabra. Me sentí
aliviado. No soportaba la idea de ir a vivir con peligrosos
criminales, pero tampoco la de pasar por un asesino. Y
mientras que yo me alegraba de la buena noticia, el
director me libró del collar; le fue suficiente teclear un
código en su ordenador, que ese artilugio se abrió por su
cuenta. Lo agradecí con un apretón de manos, y salí de
carrera para contárselo a todo el mundo. Estaba en
ascua por ver la cara de Sara en el momento en que se
lo habría dicho, y cuando la encontré me di cuenta por
29
su sonrisa que ya lo sabía todo, así que sin decir una
palabra la cogí en mis brazos y la besé. Anoche
hablamos durante varias horas de nuestros sentimientos
y muchas otras cosas, y lo pasamos estupendamente.
Esta mañana he tomado una decisión. Por eso he escrito
en esta carta, queridos amigos, todo lo que me ha
pasado desde el día de mi ausencia hasta hoy, ya que
aunque podría volver a casa ahora mismo, no lo haré tan
pronto. Por fin he encontrado el lugar de mis sueños, en
el medio de la naturaleza, todo bien organizado y sin
problemas de trabajo. En esta aislada tierra, las
comodidades a las que daba tanta importancia hasta
hace unas semanas, no existen; pero durante esta
temporada, me he dado cuenta de que puedo prescindir
tranquilamente de ellas, ya que lo que necesito de
verdad, es vivir con gente sincera y solidaria, o leer libros
interesantes, y sin hablar del cariño de una mujer
preciosa como Sara; a partir de mañana, probablemente,
iré a vivir con ella. ¿A fin de cuentas, qué más podría
pedir a la vida que el amor de la mujer que amo?
He pedido permiso al director para poder establecerme
definitivamente en esta isla maravillosa, muy lejana en
todos los sentidos de la que llamamos “civilización”; y
eso como resarcimiento del daño subido por haber sido
detenido injustamente. Sin embargo, no quiero
aprovechar de la situación. Trabajaré para ganarme la
vida. Mi único deseo es quedarme libre de una sociedad
en la que el prejuicio de la gente puede arruinar la vida
de cualquiera. No puedo imaginar lo que habría pasado
si el verdadero asesino no se habría entregado por su
cuenta
30
Cuento de terror El cuento de terror (también conocido como cuento
de horror o cuento de miedo, y en ciertos países de
Sudamérica, cuento de suspenso), considerado en
sentido estricto, es toda aquella composición literaria
breve, generalmente de corte fantástico, cuyo principal
objetivo parece ser provocar el escalofrío, la inquietud o
el desasosiego en el lector, definición que no excluye en
el autor otras pretensiones artísticas y literarias.
Recuerdo aterrador
Sé que sonará extraño, pero una vez me aterré de algo
mucho tiempo después de verlo.
Una noche, caminaba por una parte poco transitada de
la ciudad. La calle era angosta, los árboles de sus
31
veredas enormes y frondosas, mientras las casas que
había allí eran todas viejas; y algunas se encontraban
abandonadas: lo indicaba su mal estado. Para mí era un
lugar tranquilo, apenas perturbado por la luz ocasional
de algún auto, mucho mejor que las calles concurridas,
con sus bocinazos y el ruido constante de los vehículos.
Cuando pasé frente a una casona vieja y alta, de dos
pisos, levanté la vista hacia una ventana situada como a
cinco metros del suelo, en el segundo piso, supuse. No
tenía cortinas y era ancha. Una luz amarillenta salía por
ella, y sorpresivamente un hombre con sombrero cruzó
delante de aquella ventana, miró hacia abajo, hacia mí y
lo ocultó la pared al seguir avanzando.
Me impresionó un poco su aspecto: Tenía unas
acentuadas ojeras, unos pómulos prominente y una
quijada angosta. Pero fue un sobresalto pasajero, del
momento. Seguí caminando como si nada.
Meses después, la casualidad, una jugarreta del destino
o quién sabe qué, me llevó hasta aquella casona. Una
familia la había comprado y querían que revisara la
instalación eléctrica.
- Pasé -me dijo el nuevo dueño de la casa -. Si hay que
cambiar parte o toda la instalación, se cambia. Lo que
quiero es que sea segura, porque la casa es muy vieja y
ha estado desocupada largo tiempo.
- Muy bien. Voy a ir empezando -le dije. Estaban
trabajando también algunos albañiles. Reparaban grietas
en las paredes y remplazaban baldosas quebradas del
piso.
Fui revisando pieza por pieza. Al llegar a una habitación
amplia y excesivamente alta, vi la única ventana que
32
tenía, y supe que era la misma que viera desde la calle
aquella noche. No estaba en el segundo piso, lo que vi
había pasado flotando delante de ella.
33
Cuento fantástico Un cuento fantástico es un relato con hechos cotidianos
en el que en determinado momento aparece un hecho
sobrenatural.
El autor Ítalo Calvino nos dice, el «cuento fantástico»
nace en Alemania como sueño con los ojos abiertos del
idealismo filosófico, con la declarada intención de
representar la realidad del mundo interior, subjetivo, de
la mente, de la imaginación, dándole una dignidad igual
o mayor que a la del mundo de la objetividad y de los
sentidos. Por tanto, ésta también se presenta como
cuento filosófico.
El libro del dragón
Para todos tiene la muerte una mirada. Vendrá la
muerte y tendrá tus ojos” C. Pavese
Apenas tengo recuerdos de mi padre, sé que le gustaba
mucho el café, comer queso de madrugada y escuchar
34
discos de Pink Floyd. Cuando él vivía en casa había una
habitación dedicada en exclusiva a la música, con las
paredes de corcho, un tocadiscos y estanterías repletas
de vinilos y cintas de música grabada de los programas
de radio, todavía no existían los cedés, ni internet, ni
los reproductores digitales.
Me encantaba pasar las tardes allí dentro mirando las
estanterías y abriendo las cubiertas de los vinilos.
Jamás pude sacar de mi memoria la portada en la que
un hombre envuelto en llamas con total normalidad le
estrechaba la mano a otro, con el tiempo he
comprendido que en la vida hay muchas situaciones
que guardan una enorme similitud con esa imagen: la
primera matrícula de universidad, las revisiones de
exámenes, la primera cuenta del banco, la primera
firma de un contrato de trabajo, el primer contrato de
alquiler, el diagnóstico de una enfermedad crónica, la
declaración de la renta, el primer subsidio de paro, el
primer divorcio o la elección del mensaje de una corona
de flores.
En aquella habitación, una tarde de lluvia de noviembre
en la que nos quedamos solos, mi padre me contó una
historia. Su voz tenía el metal último de las despedidas,
su mirada el candor de quien nos revela un secreto, yo,
que era una niña entonces, no supe comprenderlo:
“Había una vez un reino llamado Quieras. En él había
un hermoso castillo, un enorme lago que se perdía en
el horizonte y un bosque, llamado el Bosque de lo
imposible. En el castillo vivían el rey, la reina y su hija
la pequeña princesa, que había heredado la belleza de
su madre y los ojos verdes de su padre. De lejanos
35
reinos y extraños parajes más allá del lago iban a
visitarlos sus distintos familiares y exóticos amigos, a
los que la reina y el rey recibían celebrando fiestas y
banquetes. El castillo, que estaba encantado gracias al
poder de una bruja llamada Cenotia, se hacía más y
más grande con la llegada de invitados, de manera que
siempre se podía cobijar a los recién llegados, fuera
cual fuese el número de ellos.
La princesa y el rey de Quieras iban la mayor parte de
los días a pasear hasta el lago de la mano, atravesando
el Bosque de lo imposible donde vivían toda clase de
criaturas y animales en absoluta libertad y armonía.
Allí, en la orilla del lago, tenía su casa Cenotia. La sabia
bruja enseñaba a la princesa a respetar la naturaleza, a
leer, a escribir, a dibujar y a navegar, pues cuando la
princesa fuese una mujer, habría de abandonar el reino
a través del lago hasta encontrar el suyo propio.
El rey se alegraba mucho al ver los progresos de la
pequeña princesa junto a la bruja, los primeros trazos
del alfabeto, el vaivén de los paseos en barca, las
canciones repetidas de memoria, aunque en el fondo
de su alma le entristecía saber que un día ella tuviera
que marcharse de su lado.
Mas no fue esa la mayor de las desdichas que habrían
de acontecer al rey de Quieras. Una oscura noche de
tormenta, mientras los invitados dormían tras un largo
banquete y él estaba asomado a uno de sus preciosos
balcones de piedra, el rey fue llamado por Cenotia
desde la orilla del lago.
36
Creyendo que la bruja se hallaba en peligro, acudió con
el mejor de sus caballos cruzando el aire como una
flecha que afila el silencio, dejando atrás el Bosque de
lo imposible. En la orilla del lago pudo distinguir la
figura de la reina próxima a la de un desconocido
portando una armadura dorada.
A unos pocos pasos se encontraba Cenotia junto al
desdibujado reflejo de su casa sobre las ondas que
hacía la lluvia al abrazarse con el lago, en la que
todavía lucía la luz nocturna de las velas. El rey sintió
miedo y, aunque se sabía en peligro, bajó de su caballo
y se acercó a la hechicera, cuyos ojos brillaban
inundados por una ensangrentada violencia.
–No volverás, dragón, a ver la luz del día– pronunció
Cenotia alzando su bastón.
Del bastón de Cenotia surgió una sombra que comenzó
a cubrir de los pies a la cabeza al rey, que miraba
petrificado a su mujer y al desconocido de la armadura
dorada. La sonrisa de ambos delataba su traición.
Cenotia, sin embargo, rompió a llorar presa del
desconsuelo, pues eran muchos los años de amistad
que le habían unido al rey, ya que él era el único
monarca que había cobijado en el interior de sus
fronteras a una bruja como ella.
Tras unos instantes, que al rey le parecieron siglos, la
sombra lo cubrió por completo tornando su cuerpo en
el de un inmenso dragón que se ocultó bajo las aguas
del lago, preso del terror que le provocaba su propia
presencia.
37
Tomando el caballo del rey, el hombre de la armadura
dorada y la reina se dirigieron de nuevo al castillo para
recoger a la pequeña princesa, con intención de partir
al día siguiente al reino de Dirua, día con el que
siempre había soñado la reina en el secreto silencio de
sus pensamientos.
Pues Dirua era el reino de los reinos, había cientos de
castillos que regentar, calesas, coronas, joyas y lujos
que nadie podía imaginarse, sin bosques ni criaturas a
las que alimentar o justicia por la que velar, diferentes
mares bañaban sus fronteras y por si fuera poco, la
pequeña princesa no debería abandonarlo nunca,
puesto que era el reino al que los demás rendían
pleitesía. La condición de mujer hermosa de la reina
era suficiente para ocupar el puesto del trono junto al
rey de Dirua.
Cenotia se quedó junto al lago a sabiendas de que el
dragón volvería a aparecer en algún momento al
recordar a la pequeña princesa. Así fue, al cabo de
unas horas bajo la húmeda sombra de la lluvia apareció
poco a poco el enorme dragón emergiendo del lago.
– ¿Por qué me has hecho esto, Cenotia?–rugió el
dragón.
–Me obligaron, amenazaron con matarte esta misma
noche si no lo hacía–dijo Cenotia acariciando las
inmensas fauces del dragón.
– ¿Quién dio tales órdenes en mi propio reino?
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–El rey de Dirua. La reina quiere marcharse con él y
llevarse a la pequeña princesa consigo.
– ¿El rey de Dirua? ¿Es que no tiene ya suficiente
poder? ¿Tenía que destruir el reino de Quieras y
separarme de mi hija?
–La belleza de la reina es lo único que desea poseer, en
el momento en que ella envejezca la abandonará, le
dará un reino propio, solitario y triste, y pondrá en su
lugar a una reina más joven.
– ¿Puede un hombre alimentar su alma continuamente
de lo efímero, de lo que ha de morirse con el paso del
tiempo? ¿Se hará Dirua con todos nosotros? Mira lo que
han hecho contigo y conmigo–dijo el dragón
desalentado.
Mientras, el perfil del castillo en la lejanía se trazaba
sobre la honda negrura de las pupilas del dragón, que
asomaba su mirada por encima de las copas de los
árboles del Bosque de lo imposible.
– ¿Por qué no destruyes el castillo con una bocanada
de fuego? Yo sacaré a la princesa de allí con mi magia
para que no le ocurra nada– propuso Cenotia.
– ¡No voy a destruir mi propio reino y mucho menos
hacer daño a la reina! ¿Crees que he dejado de amarla
porque me haya convertido en un dragón y desee
marcharse a otro reino? En Quieras nunca ha existido
la venganza, además tampoco quiero que la pequeña
princesa me vea convertido en un monstruo.
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– ¿Y qué vas a hacer, dejar que se marchen sin más?
¿Esperar a que la reina se arrepienta cuando seas un
anciano y estéis ambos próximos a morir?
– Conviérteme en un libro, Cenotia. Un libro con las
páginas en blanco que sólo pueda pertenecer a mi hija,
de manera que cuando la pequeña princesa quiera
escribir en él, siempre surja una página más y de este
modo pueda estar conmigo y yo con ella. Sé que ya no
podré volver a ser el rey, bien conozco las leyes de la
magia.
Cenotia volvió a conmoverse ante la proposición del
dragón y su capacidad de amar más allá del rencor. El
hechizo, sin embargo, no podía deshacerse hasta que
pasaran setenta y siete lunas.
–Haz de esperar, dragón, a que el hechizo se deshaga
tras setenta y siete lunas. Solamente entonces podré
convertirte en el libro que deseas, yo misma te llevaré
en mis manos hasta Dirua y le contaré lo ocurrido a la
pequeña princesa.
–Si puedo regresar a su recuerdo, el tiempo es
solamente una distancia. Esperaré bajo las aguas.
– ¿No quieres ver cómo se marchan? ¿No anhelas una
despedida, una última vez?
–Para quien guarda amor en su corazón, Cenotia, no
existen las despedidas – dijo el dragón ocultándose
bajo el cristal de las aguas del lago.
40
Y este es el libro mágico que entregó la bruja Cenotia a
la princesa pasadas las setenta y siete lunas en Dirua.”
Y sin haber terminado de pronunciar la última frase, mi
padre me entregó una antigua carpeta, de las que se
cerraban anudando los cordeles, a cuyo centro había
anclado un precioso dragón de metal agazapado.
Quedé tan sorprendida de que mi padre pudiera
conseguir un objeto de la historia del cuento que me
había contado, que en aquel momento se tornó para mí
en una especie de ser mágico, extraña condición que
no ha perdido jamás para mí.
Olvidé la historia durante años pese a que siempre
guardé y llevé la carpeta conmigo, de casa en casa, de
ciudad en ciudad, de país en país.
Mi madre se casó con un embajador, mi padre
desapareció. Ahora que yo misma soy un dragón bajo
las aguas del lago, sé que no existen las despedidas y
que siempre queda una página más en el libro del
dragón.
41
Cuento de ciencia
ficción La ciencia ficción es la denominación popular con que
se conoce a uno de los géneros derivados de la literatura
de ficción, junto con la literatura fantástica y la narrativa
de terror. Nacida como subgénero distinguido en
la década de 1920 (aunque hay obras reconocibles muy
anteriores) y exportada posteriormente a otros medios,
como el cinematográfico, historietístico y televisivo, gozó
de un gran auge en la segunda mitad del siglo XX debido
al interés popular acerca del futuro que despertó el
espectacular avance tanto científico como tecnológico
alcanzado durante todos estos años.
Reversión temporal
Todo empezó frente a la pantalla de mi ordenador, un
día que no tenía nada de especial, hasta ese momento.
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Mi mano se movía de un lado para otro controlando el
ratón lo que me permitía desplazarme por la red, de
repente sentí un dolor enorme ,experimentaba una
sensación parecida a un calambre muscular pero sin
cesar y en cada centímetro de mi cuerpo, además no
podía moverme a voluntad; ni siquiera podía hablar y
cada vez que respiraba el dolor en el pecho aumentaba,
mi mano seguía moviéndose sola controlando el ratón
(en ese momento no le preste atención), contra mas
esfuerzo hacia para levantarme de mi silla el dolor mas
aumentaba y una presión parecía impedírmelo.
Así que allí me quede, observando la pantalla sin poder
moverme y soportando un dolor constante, de pronto mis
manos involuntariamente se dirigieron hacia el teclado y
al pulsar "enter" la pagina cambio a la anterior en la que
estaba, al pulsar las teclas letra a letra se iba borrando la
dirección de la página anterior quedando al final la
dirección de la pagina que se mostraba ahora. Me fije en
que los minutos del reloj retrocedían así que observe
detenidamente lo que estaba pasando y que hacia mi
cuerpo, aunque fue difícil de creer comprendí que estaba
repitiendo a la inversa todos los movimientos que había
hecho hasta que empezó el dolor.
¿Será todo una pesadilla, una alucinación? ¿Por qué no
puedo moverme a voluntad y estoy sufriendo este dolor?
¿Por qué el ordenador se comporta de esta manera
imposible? mi mente era un mar de preocupación y
desesperación...
Poco a poco me fui calmando y pensando con más
claridad, (después de todo mi mente parecía ser lo único
que podía controlar desde el principio). Decidí intentar
43
mover mi mano derecha y apartarla del ratón; con mucho
esfuerzo intente moverla y algo extraño sucedía, era
como si mi mano estuviera saliendo de sí misma, pero
esa imagen no impidió que con un empujón mas de
voluntad consiguiera liberar parcialmente mi brazo y digo
liberar parcialmente porque pude ver que tenía tres
antebrazos y tres manos en ese momento. El nuevo
brazo apareció desde la base del codo que tenia doblado
y de él solo podía mover las articulaciones de la muñeca
y la mano. Ahora pienso que si no hubiera visto cosas
igual de raras en el cine, me hubiera desmallado de la
impresión...
El brazo que podía mover no tenía mi manga en él ni
tampoco sentía dolor, el otro brazo seguía con la mano
reposando sobre el ratón moviéndose solo de vez en
cuando...
Estaba más nervioso y asustado de lo que lo había
estado nunca, pero al ver que apareció mi mano empecé
a pensar que tal vez aun tenía un cuerpo que podía
controlar pero estaba, no sé porque atrapado en el lugar
que ocupaba yo hacia un momento así que empecé a
pensar en cómo liberarme. Pensé en hacer más
esfuerzo y tratar de levantarme pero la mesa de mi
escritorio estaba en medio... me estaba desesperando,
cada minuto era una tormento, aquel lugar tan estimado
para mí se había convertido en una tortura.
El ordenador se apago y me di cuenta de que ya era el
momento en el que llegue a casa. Como me suponía mi
cuerpo se levanto de la silla y como un títere, yo con él,
vi la oportunidad de liberarme y trate de retorcerme con
todas mis fuerzas mientras de espaldas me dirigía a la
44
salida, poco a poco fui quedando libre, finalmente
desnudo, cansado y empapado en sudor caí al suelo...
mire hacia atrás sobre mi hombro y me vi saliendo por la
puerta exactamente igual que había entrado hacia una
hora. No sé si me dormí por el agotamiento o si me
desmaye por la impresión pero irremediablemente perdí
la consciencia en ese momento.
Me desperté sobresaltado y muerto de frío cuatro horas
después, ¿o antes? me levante para abrir mi armario y
coger algo de ropa pero la puerta no se abría, tire del
asa varias veces pero no se movía ni un milímetro, hasta
que con rabia pegué un tirón mas fuerte y atravesé el
asa sintiendo momentáneamente un fuerte calambre en
la mano como los que había soportado angustiosamente
hacia unas horas... ¿Soy un fantasma? fue la pregunta
que paso fugazmente por mi cabeza. Yo no podía
aceptar esa explicación, nunca creí en fantasmas pero
sobretodo no quería plantearme estar muerto, no... Si
había una explicación debía ser científica y no
paranormal.
Fui hacia mi escritorio con la esperanza de poder coger
un simple lápiz pero estaba como pegado a la mesa,
cualquier cosa que intentaba coger aunque fuera un
papel era imposible de alterar, incluso al sentarme sobre
mi cama era como estar sobre una roca.
Me acerque a la ventana para mirar fuera (no se que
esperaba ver, tal vez que el mundo seguía ahí) empecé
a recordar historias sobre situaciones igual de extrañas
en series de ciencia ficción que yo tanto apreciaba. No
era tan fanático como para ir a convenciones de Star
Trek con un traje de oficial de la flota pero sí que
45
realmente me gustaban ese tipo de series, sobre todo el
aspecto futurista, la infinidad de aventuras y
posibilidades que podían ocurrir en ese vasto universo...
Haber visto las historias de ficción que se presentaban
en aquellas series me ayudo un poco a ver la situación
con más calma aunque dentro de un nerviosismo
comprensible. Tenía claro que no podía interactuar con
nada físico aunque sentía el calor del sol que entraba
por mi ventana y podía respirar el aire que me rodeaba,
no comprendía cómo podía ser pero me alegraba de
ello. Pero ¿cómo iba a comer o beber? me pregunte, y
un escalofrío recorrió mi espalda hasta mi nuca, empecé
a ponerme mas y mas nervioso por momentos...
Decidí salir a la calle aunque estuviera completamente
desnudo, era la única solución, tal vez a todo el mundo
le estaba sucediendo lo mismo o puede que alguien
pudiera ayudarme. Me dirigí a la puerta y como si fuera a
tirarla cargué contra ella, un calambre recorrió todo mi
cuerpo y caí al otro lado habiéndola atravesado, "menos
mal" pensé cuando vi que habían dejado el portal de la
calle abierto, salí afuera y sin rumbo recorrí calle tras
calle viendo en todas partes lo mismo; gente caminando
hacia atrás, el sonido de palabras a la inversa y efectos
que se antecedían a la causa mirara donde mirara...
Parecía que el mundo se había vuelto loco, aunque tal
vez solo fuera yo.
Poco a poco todo iba encajando en mi mente, los
movimientos que hacia mi cuerpo en el ordenador,
verme a mí mismo, el mundo y todas las leyes físicas
actuando como si el tiempo se hubiera revertido... Desde
que empezó aquel terrible dolor en mi silla, había estado
46
experimentando una realidad en la que el tiempo iba
hacia el pasado...
Camine y camine hasta que el sol se oculto por el este y
perdido en la noche en algún lugar de la ciudad... la sed
y el hambre ya me acechaban pero aun faltaba mucho
tiempo para que me afectaran aunque el frío ya estaba
haciendo mella en mi, y no tenía idea de hasta donde
había caminado o en qué dirección... vi un pequeño
parque y un banco iluminado por una farola, así que fui a
tumbarme en él para pasar la noche, ni siquiera podía
coger unos cartones para taparme pensé. Estaba
asustado, desesperado y pensaba que totalmente solo...
me quede dormido con la duda de si cuando todo
empezó desaparecí, y el mundo siguió su marcha o si
simplemente el tiempo había empezado a retroceder y
ya no abría un futuro salvo el que experimentaba yo, y
me parecía tan oscuro como el cielo de esa noche.
47