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1 Percepciones de la Parashá por Rab Yaakov Hillel Rosh Yeshivat Ahabat Shalom Parashat Toledot Vivir en dos mundos Nombrando a los gemelos “Y los hijos luchaban (vayitrotzetzu) dentro de ella, y ella dijo: ‘Si es así, ¿para qué vivo?’ Y ella fue a investigar con Hashem” (Bereshit 25:22). Rashí explica: “’Y [los hijos] luchaban’. Este versículo requiere de explicación. ¿Cuál es el sentido de esta ‘lucha’ [dentro de mí]? Y el versículo dice: ‘Si es así, ¿para qué vivo [para sufrir de esta manera]’? Nuestros Sabios explicaron que el término vayitrotzetzu proviene de ritzá, que significa “correr”. Cuando ella pasaba frente a la entrada de [la yeshivá] de Shem y Éber, Yaakov “corría” y quería salir. Pero cuando pasaba frente a la entrada de lugares de idolatría, Esav quería salir. Otra explicación es que ellos ‘mitrotzetzim’, luchando uno con el otro y peleando por la herencia de los dos mundos”. Las palabras de Rashí resumen el conflicto eterno entre Yaakov y Esav, el cual comenzó desde el tiempo que compartieron en el vientre de su madre. Los nombres que les dieron a los dos hijos gemelos de Yitzjak y Rivká son significativos. Sobre Esav, la Torá nos dice: “Y el primero salió rojizo, todo él como un manto velludo y lo llamaron Esav. Y después salió su hermano, con su mano sujetando el talón de Esav. Y lo llamó Yaakov” (Bereshit 25:25-26). Los comentaristas explican que el primer niño fue llamado “Esav” porque ya estaba “asui”, completamente hecho y completo desde el nacimiento (véase Rashí,

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Percepciones de la Parashá por

Rab Yaakov Hillel Rosh Yeshivat Ahabat Shalom

Parashat Toledot

Vivir en dos mundos

Nombrando a los gemelos

“Y los hijos luchaban (vayitrotzetzu) dentro de ella, y ella dijo: ‘Si es así, ¿para qué vivo?’ Y ella fue a investigar con Hashem” (Bereshit 25:22).

Rashí explica: “’Y [los hijos] luchaban’. Este versículo requiere de explicación. ¿Cuál es el sentido de esta ‘lucha’ [dentro de mí]? Y el versículo dice: ‘Si es así, ¿para qué vivo [para sufrir de esta manera]’? Nuestros Sabios explicaron que el término vayitrotzetzu proviene de ritzá, que significa “correr”. Cuando ella pasaba frente a la entrada de [la yeshivá] de Shem y Éber, Yaakov “corría” y quería salir. Pero cuando pasaba frente a la entrada de lugares de idolatría, Esav quería salir. Otra explicación es que ellos ‘mitrotzetzim’, luchando uno con el otro y peleando por la herencia de los dos mundos”.

Las palabras de Rashí resumen el conflicto eterno entre Yaakov y Esav, el cual comenzó desde el tiempo que compartieron en el vientre de su madre.

Los nombres que les dieron a los dos hijos gemelos de Yitzjak y Rivká son significativos. Sobre Esav, la Torá nos dice: “Y el primero salió rojizo, todo él como un manto velludo y lo llamaron Esav. Y después salió su hermano, con su mano sujetando el talón de Esav. Y lo llamó Yaakov” (Bereshit 25:25-26).

Los comentaristas explican que el primer niño fue llamado “Esav” porque ya estaba “asui”, completamente hecho y completo desde el nacimiento (véase Rashí,

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Rashbam y Baal haTurim). El Baal haTurim agrega que las letras de la palabra “Esav” poseen el mismo valor numérico (guematriá) que la palabra “shalom”, que implica plenitud. De hecho, Targum Yonatán (en 25:25) escribe que Esav no sólo nació con cabello, sino también con barba y todos los dientes. El nombre “Yaakov” alude al ékev, el talón, siendo éste la parte más baja del cuerpo humano.

El nombre de Esav implica que él ya era un producto terminado, mientras que el nombre de Yaakov implica cierta carencia. ¿Qué era aquello que Esav tenía y de lo que Yaakov carecía?

Estos nombres fueron dados con inspiración divina y presagian la esencia de sus dueños y la misión que tendrían en este mundo. Esav era materialismo puro. Por eso su nombre sugiere que, físicamente, nació completo. Nuestros Sabios enseñan que “Un toro se llama ‘toro’ desde que el día que nace y un carnero se llama ‘carnero’ desde el día que nace” (Babá Kamá 65b). En este sentido, Esav es semejante a un animal que desde el nacimiento ya está totalmente desarrollado, mientras que el ser humano madura con el curso de los años. El libro Tzeror haMor (en Bereshit 1:27) explica además que el hombre se perfecciona a través de Torá y mitzvot, en contraste con los animales que nacen ya maduros. Por eso la Torá se refiere a los animales recién nacidos: “Un toro o una oveja o un becerro cuando nace…” (Vayikrá 22:27). Ya están totalmente desarrollados inmediatamente después de nacer, a diferencia de un ser humano que experimenta un largo período de maduración. Al describir la creación de otros seres que ya fueron creados en su forma completa y final, la Torá dice: “Y fue bueno”. Sin embargo, la Torá no usa esta frase cuando describe la creación del ser humano, pues “el hombre nace como un asno salvaje” (Iyob 11:12). Carece de perfección y “bondad” y debe adquirirlas gradualmente, paso por paso.1

La esencia de Yaakov era espiritual y su tarea en la vida fue adquirir perfección espiritual. Cuando nació, estaba aún claramente alejado de la perfección y con toda una vida de esfuerzo por delante. Por eso su nombre está relacionado con el ékev,

1 El Maharal escribe que la palabra behemá (animal) está compuesta de las letras bet-hé-mem-hé, que también forman la frase bá má. Un animal nace completo, sin carencia alguna. Bá, en ella, hay má, su esencia. Esto significa que ya tiene todo lo que necesita para realizar sus funciones básicas. El nombre que designa al Hombre, Adam, proviene de la palabra adamá, tierra. El hombre es como la tierra que no ha dado frutos, pero que tiene el potencial de producirlos si se cultivan adecuadamente. Lo mismo sucede con un ser humano. Nace carente, pero con el potencial de actualizar su capacidad de perfección (Tiféret Yisrael, capítulo 3).

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la parte más baja del cuerpo: ése fue su punto de partida y eventualmente se desarrollaría desde el talón hasta la cabeza, trabajando desde abajo hacia arriba.2

No obstante, el nombre de Yaakov no sólo es ékev, sino que su nombre inicia con la letra yud. Esta letra es también la primera letra del nombre de Hashem y representa la esencia de la santidad en el ser humano. Su equivalente numérico es diez, un número que simboliza la perfección.3 La forma misma de la letra yud alude a la perfección, pues, a diferencia de otras letras, no está compuesta de trazos separados que se unen para formar un signo. Es una entidad completa, como un punto, que contiene dentro de sí su inicio, su parte media y su fin; es perfección por sí misma. El nombre de Yaakov está compuesto de ékev, indicando así su misión de formarse desde la parte más baja de sí mismo, auxiliado por la perfección espiritual de la letra yud.

Después de la batalla de Yaakov con el ángel guardián de Esav, el ángel le dijo: “Tu nombre ya no será ‘Yaakov’, sino ‘Yisrael’, pues luchaste con Elokim (refiriéndose a seres celestiales) y con seres mortales y prevaleciste” (Bereshit 32:28). El nombre “Yisrael” está compuesto de las palabras “li rosh”, que literalmente significan “mía es la cabeza”. La concesión de este nombre significó que Yaakov adquirió su perfección personal con sus esfuerzos espirituales, logrando rectificarse desde el talón hasta la cabeza, desde la parte más baja de su cuerpo hasta la más elevada.

Caminos diferentes

La Torá nos informa sobre los caminos divergentes que adoptaron Yaakov y Esav. Desde que eran jóvenes ya iban por caminos distintos, que nunca se juntarían: “Y los jóvenes crecieron y Esav era un hombre experto en cazar (ish yodea tzaid), un hombre de campo, mientras que Yaakov era un hombre perfecto (ish tam) que habitaba en tiendas” (Bereshit 25:27). Ya que Esav era materialismo puro sin conexión alguna con la espiritualidad, fue incapaz de encontrar satisfacción dentro de sí mismo. Por ello tenía que buscar placeres en fuentes externas, y por eso salía

2 Abraham, por el otro lado, se esforzó para perfeccionarse desde la cabeza hasta los pies. Véase Percepciones de la Parashá a Lej Lejá. Ya que Abraham fue el Patriarca del pueblo judío y la primera persona dedicada a la perfección espiritual, tuvo que hacerlo en ese orden. En las generaciones siguientes, sus descendientes pudieron iniciar sus propios esfuerzos espirituales a partir del punto en el que Abraham dejó. Los elevados niveles espirituales que Abraham logró se convirtieron en herencia para sus hijos. 3 Véase Percepciones a la Parashá a Lej Lejá para una explicación más detallada de este tema.

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al campo a cazar. La traducción de Onkelós a la frase “ish yodea tzaid” es muy reveladora, pues señala su mayor problema: era un guevar nahshirjan, un hombre aburrido. Una persona aburrida está vacía y hueca por dentro y para lograr llenar ese vacío busca continuamente estímulo de fuentes externas a él mismo.

Yaakov era diferente. Él era un ish tam, una persona perfecta, en paz consigo mismo. No carecía de nada externo y estaba constantemente ocupado en mejorarse espiritualmente. No tenía diversiones externas, pues era un hombre perfecto cuya vida giraba alrededor del estudio de la Torá (véase Rashí a 25:27).

La venta de la primogenitura

La venta de la primogenitura –es decir, el estatus del hijo primogénito– fue un punto decisivo no sólo para la vida de los dos hermanos, sino para la historia de nuestro pueblo. Tratemos de entender un poco más profundamente el significado de este evento crucial.

La primogenitura es algo espiritual, un privilegio y una responsabilidad. Por eso Yaakov la deseaba e hizo todo lo posible para obtenerla. Esta es también la razón por la cual Esav no la deseaba. La lucha comenzó desde el nacimiento, cuando Yaakov sujetó el talón de Esav para prevenir que naciera primero. Él sabía que la esencia de Esav era el materialismo, por lo que no tenía conexión alguna con el servicio espiritual a Hashem que acarrea la primogenitura. De esto mismo se quejó Esav: “Por eso su nombre fue llamado Yaakov, pues me engañó y me privó (vayaakveni) dos veces. Tomó mi primogenitura y ahora tomó mi bendición” (Bereshit 27:36). Tal como veremos, estos dos bienes, la primogenitura y las bendiciones, son interdependientes. La bendición de Yitzjak para adquirir éxito material –estrictamente para apoyar el estudio de Torá, la cual es la función de Zebulún–, estaba relacionada con la primogenitura espiritual, la cual ya había sido adquirida por Yaakov.4 La tribu de Zebulún se dedicaba al comercio, para así apoyar el estudio de Torá de la tribu de Isajar. Por eso Yitzjak dijo a Esav: “Él será bendecido”, aprobando así la adquisición de las bendiciones por parte de Yaakov.

Esav ya había dejado claro que no deseaba la carga espiritual de la primogenitura. El versículo dice que él “llegó del campo y estaba exhausto” (Bereshit 25:29) y hambriento, indicando así su dependencia a las necesidades físicas. Para él, que le sirvan un buen plato de sopa caliente era preferible al derecho espiritual e intangible de “haber nacido primero”.

4 Véase más abajo, en “Yaakov y Esav, Isajar y Zebulún”.

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Esav se sintió atraído hacia su esencia personal: el materialismo del mundo físico. La Torá nos dice: “El primero salió rojizo, como un manto cubierto de vellos” (Bereshit 25:25). En otras palabras, era totalmente físico. El mundo material está definido por los poderes del Din (juicio estricto) y del Tzimtzum (límites y fronteras). Posee una innumerable cantidad de seres, cada uno diferente del otro y claramente definido por su forma, tamaño, color y otros criterios. Las cosas materiales están limitadas a esas características y limitadas a la definición que posean. Esta gran variedad de posibilidades en el mundo físico es muy atractiva para el ser humano y lo incita a buscar cualquier posibilidad de placer. Así era el mundo de Esav: ansiaba todo lo que podía ofrecerle. Él expresó su deseo por la variedad de los placeres físicos en las palabras que pronunció: “Viérteme algo de eso rojo, rojo [refiriéndose a la sopa] (Bereshit 25:30).

Por el otro lado, la espiritualidad es de expansión ilimitada y opuesta al tzimtzum de lo físico y material. No permite el deseo de lo material, pues allí no existe la variedad del materialismo, pues todo es parte un solo Ser: el Creador. Para decirlo con las palabras de los Sabios, “Él [el Santo, bendito sea] es el ‘lugar’ que abarca todo el universo” (Bereshit Rabá 68:9). Todo el mundo está conectado al Todopoderoso y todo es uno. Por ello, no hay ansias de sensaciones nuevas y mayores. Alguien que está conectado con el mundo de la espiritualidad está separado del ansia de las incontables novedades del placer físico. Así era el mundo de Yaakov.

Nuestros sabios nos dicen que las bendiciones de Hashem a Abraham e Yitzjak tenían limitaciones. Hashem dijo a Abraham: “Levántate y camina en la Tierra [de Israel] a su largo y a su ancho” (Bereshit 13:17). A Yitzjak le dijo: “A ti y a tus descendientes daré estas tierras” (Bereshit 26:3). Sin embargo, la promesa de Hashem a Yaakov no estuvo limitada por las fronteras de la Tierra. Le dijo: “Y te extenderás hacia el oeste y hacia el este, hacia el norte y el sur” (28:14). La porción de Yaakov en el mundo fue, como afirman los Sabios, “sin límites” (Shabat 118a y 118b, citando Yeshayahu 58:14. Véase también Bereshit 49:26, con Rashí). Así es el mundo de la espiritualidad.

Esav fue bastante honesto al explicar sus motivos de desprecio por la primogenitura: “Voy a morir. ¿Para qué necesito la primogenitura? (Bereshit 25:32). La perspectiva de Esav sobre la vida tenía un solo punto focal: este mundo. Para él, no existía nada más allá del presente y sus placeres. Esav no deseaba la primogenitura porque implicaba una vida de Torá y, como dicen nuestros Sabios, “la Torá perdura sólo en aquél que se mata por ella” (Berajot 63b). No tenía interés alguno en estar en un estado que él percibía como semejante a la muerte estando aún vivo; quería vivir sólo este mundo al máximo. La primogenitura también implicaba servir en el Templo, algo que a él no le interesaba. Vivía con la miope

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filosofía de los tontos que afirman: “Come y bebe, pues mañana moriremos” (Yeshayahu 22:13). Obviamente no podía tener ambas opciones. La vida material es lo opuesto de la vida eterna de la Torá, y hay que elegir lo uno o lo otro.

Eventualmente, la vida misma lleva a la muerte. El cuerpo físico se deteriora, siendo cada momento una muerte parcial. Para decirlo con las palabras del rey Shelomó: “Pues el hombre va hacia su morada eterna” (Kohélet 12:5). Cada día que el ser humano vive se acerca más a la muerte: “Y el día de la muerte es como el día del nacimiento” (Kohélet 7:1). Su misión en la vida es, pues, usar cada momento de la vida, elevándolo, rectificándolo y perfeccionándolo para que al final de su vida ascienda al Cielo con todos sus días completes e intactos.5

Esav despreció una forma de vida que tiene exigencias espirituales, como reflexionar sobre el sentido profundo de la vida, apreciar cada minuto como una oportunidad irrepetible y la conciencia que la vida lleva a la muerte. Por eso dijo: “Voy a morir. ¿Para qué necesito la primogenitura?”. Simplemente no creía en nada de eso y no quería ser parte de ello.

Yaakov, pese a ser el hermano gemelo de Esav, era totalmente diferente. Su vida estuvo dedicada a servir a Hashem. Eso era todo lo que quería y anhelaba la primogenitura porque le permitiría elevar su servicio a Hashem a alturas espirituales excelsas. A través de la primogenitura podría santificar cada día suyo como un ish tam, un hombre que busca la perfección espiritual.

El deseo de Esav de “vivir la vida” no sólo era superficial, sino también equivocado. Lo que quiso no fue vida, sino esencialmente la muerte. Fue Yaakov quien escogió la vida verdadera, tal como la Torá enseña en varios contextos:

• “Y ustedes que se unen a Hashem su D-os, están todos vivos hoy” (Debarim 4:4).

• “El que aumenta en Torá, aumenta en vida” (Abot 2:7).

• “Los malvados, [incluso] en vida, son considerados como muertos, y los rectos, [incluso] después de morir, son considerados como vivos” (véase Berajot 18b y Julín 7b).

5 Véase Percepciones en la Parashá a Jayé Sará, para una explicación más amplia de este concepto.

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Suficiente de todo

La diferencia entre Yaakov y Esav continuó manifestándose cuando se reencontraron después que Yaakov estuvo con Labán. Yaakov, sabiendo que Esav aún esperaba la oportunidad de vengarse de él, le envió regalos extremadamente suntuosos, intentando así apaciguar su ira (Bereshit 33). Cuando Esav los vio, dijo a su hermano: “Tengo mucho” (Bereshit 33:9). No obstante, “mucho” no significa “todo” e implica que todavía puede tener más. Por mucho que tuviese, nunca sería suficiente. Nuestros sabios nos dicen: “El hombre no deja este mundo ni con la mitad de sus deseos en la mano. Si tiene cien, quiere doscientos” (Kohélet Rabá 1:34 y 3:12). Los deseos materiales no pueden ser nunca satisfechos, pues siempre hay “algo” que no se tiene y deseamos desesperadamente adquirirlo. Todo lo que tenemos es simplemente el aperitivo, estimulando el apetito para mayores manjares.

Con esto en mente podemos explicar el versículo: “Los hombres sanguinarios y de engaños no vivirán ni la mitad de sus días, pero yo confiaré en Ti” (Tehilim 55:24). Los malvados no viven ni la mitad de sus días, pues no satisfacen ni la mitad de sus deseos en este mundo. Paradójicamente, mueren “hambrientos”, sin haber disfrutado todos los placeres que buscaron conseguir en su vida. Por el otro lado, los hombres rectos que confían en Hashem y están satisfechos con su lote, disfrutan serenamente cada minuto de sus vidas, sin sentir carencia alguna.

Los intereses de Esav eran exclusivamente materiales. No deseaba ser parte del mundo venidero, por lo que pudo decirle a Yaakov: “Quédate con lo que es tuyo” (Bereshit 33:9). Estas palabras nobles y fraternales de Esav no se referían al dinero o a posesiones materiales; se referían al antiguo acuerdo entre ellos de dividirse el mundo: Esav conservaría el mundo material y Yaakov tendría el mundo espiritual. Este mundo espiritual, de piedad y religión, sería de Yaakov y Yaakov estaba feliz de recibirlo, siempre y cuando estuviese lejos del mundo de Esav. La porción de Yaakov en el mundo material consistiría exclusivamente de lo que necesitase para mantener sus actividades espirituales y nada más. Con esta declaración fatídica, Esav selló permanentemente el acuerdo entre ellos.

Por su parte, la posición de Yaakov respecto de lo material fue: “Tengo todo” (Bereshit 33:11). Y en verdad tenía todo, pues “un tzadik come para saciar su alma” (Mishlé 13:25). La persona recta está siempre feliz con y satisfecha con la porción que el Todopoderoso le asigna. El rey David dijo: “D-os es mi pastor; de nada carezco” (Tehilim 23:1). Ya que David creía que Hashem era su pastor, confiaba que Él le proveería con todas sus necesidades. Por eso no carecía de nada.

“Un tzadik come para saciar su alma.” Incluso cuando consume los beneficios materiales necesarios para su existencia en este mundo, como comer, dormir y

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contraer matrimonio, lo hace sólo por el beneficio espiritual que proporcionan: “come para satisfacer su alma”. Al hacerlo no roba del mundo de Esav, pues eleva lo físico al nivel de lo espiritual. Al recitar bendiciones por la comida y la bebida que lo nutre y al realizar hasta las actividades mundanas en aras del Cielo, “rectifica al mundo al convertirlo en el Reino del Todopoderoso” (plegaria de Alenu leShabeaj). Ya que no está involucrado en los beneficios y placeres materiales, no afecta la porción de Esav. Yaakov cumplió al pie de la letra su parte del trato.

Respecto de lo material, Yaakov estaba contento y satisfecho. Y respecto de lo espiritual, era muy diferente: constantemente se esforzaba para lograr más y más. Esta misma actitud la encontramos en los herederos de Yaakov, los sabios de Torá. Por mucho que vivan y por mucho que sepan, siempre son llamados talmidé jajamim, literalmente “estudiantes de los sabios”. La razón de esto es porque siempre se ven a sí mismos como estudiantes, teniendo todavía mucho que aprender y mucha sabiduría que adquirir. En las palabras de Rabí Akibá: “Estudié mucha Torá y enseñé mucha Torá, pero aun así no tomé de mis maestros sino lo que un perro lame del océano” (Sanhedrín 68a).

Aunque debemos esforzarnos continuamente para lograr niveles mayores de espiritualidad, un dedicado siervo de Hashem está siempre contento con su porción, incluyendo el estado actual de su espiritualidad. Rab Eliáhu Mani, el venerado rabino principal de la ciudad de Jebrón, enseñó esta importante lección a su distinguido discípulo, Rab Yosef Jaim de Bagdad, conocido por el nombre de su famosa obra, Ben Ish Jai. El Ben Ish Jai le escribió haciéndole profundas preguntas acerca de los significados cabalísticos de las plegarias. Rab Mani le respondió, advirtiéndole que no debe saltar demasiado alto en la búsqueda de mayores logros espirituales. El Ben Ish Jai apenas estaba en sus años veintes y a esa edad tan joven, lo mejor para él sería dedicar sus esfuerzos a los fundamentos del conocimiento de Torá: el Talmud y la halajá. Todavía no era el momento de abstraerse en profundas y esotéricas enseñanzas cabalísticas. Al servir a Hashem, cada nuevo nivel que se logra trae consigo una nueva faceta de satisfacción y alegría, y uno no debe perderla al apresurarse demasiado en la adquisición de nuevos niveles (Rab Pealim, volumen III, Jélek Sod Yesharim 13).6

6 Véase Percepciones a la Parashá a Ki Tetzé para una mayor explicación de este tema.

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Yaakov y Esav, Yisajar y Zebulún

La Torá declara: “Y Yitzjak amó a Esav, pues la caza estaba en su boca” (Bereshit 25:28). Y también: “Y ahora, toma tus armas, tu espada y tu arco y sal al campo y caza para mí. Y prepárame las delicias que me gustan, tráemelas y comeré, para que mi alma pueda bendecirte antes de morir” (Bereshit 27:3).

¿Por qué Yitzjak amaba a Esav y por qué le hizo esa petición tan inusual?

Las bendiciones que Yitzjak estaba a punto de otorgar eran para lograr éxito material, el cual debería usarse para apoyar la espiritualidad. Yitzjak se dio cuenta de que Esav se sentía enormemente atraído por lo material y, por esa esencia natural a él, Yitzjak quería que Esav fuese el “Zebulún” que proveería lo necesario para el estudio de Torá de Yaakov, su “Isajar”.

¿Quiénes eran Yisajar y Zebulún y cuáles eran sus roles?

El mundo existe para el estudio de la Torá (véase Rashí a Bereshit 1:1). No obstante, es parte inevitable de la realidad que el estudio de Torá debe ser apoyado con medios materiales: “Si no hay harina, no hay Torá” (Abot 3:17). Si un estudioso de la Torá debe dedicar su tiempo y días para pagar sus gastos, ¿qué pasará con su estudio y cómo se cubrirá la necesidad de nuestro pueblo que haya sabios de Torá?

La respuesta está en la relación arquetípica de Yisajar con Zebulún (véase Bereshit 49:13-14, con Rashí; Debarim 33:18, con Rashí y Yoré Deá 246:1). Yisajar y Zebulún, dos de las doce tribus, acordaron un trato provechoso para ambos. Yisajar se dedicaría al estudio de Torá, mientras que su hermano Zebulún se dedicaría a los negocios, dividiéndose entre ambos las ganancias materiales y espirituales. Desde el punto de vista de la halajá, este tipo de acuerdos no son considerados como último recurso, sino que son acuerdos que pueden ser efectuados como primera opción y son aceptados y agradables al Todopoderoso. Fue Su voluntad que haya una tribu de Yisajar y otra tribu de Zebulún, cada una con su propia capacidad especial y cada una con su propia contribución a la Torá.

Yitzjak se dio cuenta de las diferencias entre Esav y Yaakov. También se dio cuenta de que Esav, el guevar nahshirjan, no tenía parte en el estudio de Torá. Tal como él percibía la situación, la solución que planteó era ideal para ambas partes. Esav, el activo hombre de mundo, se esforzaría en dedicar sus enormes energías a apoyar las actividades espirituales de Yaakov, cuya vida giraría alrededor de las tiendas del estudio de la Torá. Yitzjak amaba a Esav por el rol que él veía para Esav en apoyar el mantenimiento de la Torá.

Al dar a Esav esas bendiciones especiales para lograr prosperidad material, Yitzjak tenía la intención de cumplir con la directriz del versículo: “Educa al joven

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acorde con su camino” (Mishlé 22:6). Yitzjak trataba de guiar a Esav acorde con su naturaleza inherente. Al apoyar la espiritualidad de Yaakov, Esav lograría la rectificación personal a través de las actividades mundanas, pues “[Dios] no creó [el mundo] para que esté desolado, lo hizo para que sea habitado [y disfrutado a través del esfuerzo físico]” (Yeshayahu 45:18). Esav sería el amo de lo material y Yaakov sería el amo de la espiritualidad. Los dos hermanos trabajarían juntos con el mismo objetivo de mantener la Torá en el mundo, cada uno según su naturaleza.

Yitzjak era un tzadik que entendía que la cacería –que simboliza el respaldo financiero– sería el apoyo del estudio de la Torá. Por eso hizo los preparativos para su bendición al decirle: “Toma tus armas… y prepárame delicias… y yo comeré, para que mi alma te bendiga”. Al pedirle a Esav que fuera a cazar y le preparase comida, le estaba diciendo que el éxito de sus esfuerzos en el mundo dependía del sustento material a la espiritualidad que Yitzjak representaba.

Rivká, la madre de los jóvenes, tenía una percepción distinta de la situación, basada en la inspiración divina que personalmente recibió. Ella sospechó que Esav no cumpliría con su parte de las bendiciones una vez que las recibiese. Yaakov, símbolo del estudio de la Torá, quedaría sin sustento para detrimento de sí mismo y del mundo entero, que existe sólo por el mérito del estudio de la Torá. El rol de apoyar la Torá sólo podría estar a salvo en manos de un descendiente de Yaakov, por lo que organizó que la bendición de abundancia material fuese dada a Yaakov. Tal como vemos después, esa bendición fue transmitida a Zebulún y a sus dedicados descendientes de las generaciones siguientes. La Torá sólo puede ser sustentada por alguien que también está enraizado en la santidad y la espiritualidad. Zebulún lo estaba, pero Esav no.

Hallamos este concepto en una enseñanza del Arizal (Shaar haGuilgulim, Hakdamá, capítulo 11). Él escribe que las 613 mil almas del pueblo judío, tal como existen en su origen celestial, están divididas en grupos. Cada uno de estos grupos tiene como líder a un sabio de la Torá y alrededor de él hay una congregación de muchas otras almas, incluyendo las almas de los legos y la de los simplones. Cuando estas almas descienden al mundo, el alma del sabio de la Torá guía a los demás en el camino correcto y, a través de él, todos se conectan con la Torá. En otras palabras, cualquier judío, por simple que sea, está firmemente unido a la Torá y a la espiritualidad, evitando así que se desvíe. De esa manera puede fungir como Zebulún proveyendo apoyo material para mantener la Torá, pues la conexión ya está allí.

Esav no tenía conexión con la espiritualidad. Él era totalmente material y si hubiese recibido las bendiciones hubiese abusado de ellas para su propio beneficio

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o para propósitos destructivos. Él no podía ser “Zebulún” y no debían confiársele las valiosas bendiciones de Yitzjak.

Viviendo en ambos mundos

Nuestros Sabios enseñan que Yaakov y Esav luchaban por ambos mundos. ¿Para qué pelearse si pudieron haber acordado repartirse equitativamente este mundo y el otro? Indudablemente había suficiente para dar una porción importante a cada uno. Esav podría recibir una cantidad abundante de placeres y posesiones mundanos, mientras que Yaakov podría perfeccionarse espiritualmente a sí mismo para adquirir dicha infinita en el mundo venidero.

En verdad, Esav peleaba solo para mantener su porción en este mundo. Yaakov, sin embargo, luchaba por ambos mundos. Yaakov también quería adquirir este mundo –al cual Esav percibía como algo exclusivamente material– para poder rectificarlo y convertirlo en espiritualidad. Ya que a Esav sólo le interesaba Olam haZé, sin interés alguno en el mundo venidero, también este mundo le fue quitado, dejándolo sin nada. Yaakov, cuyo enfoque era completamente espiritual, ganó ambos.

Esta es una lección importantísima para aquellos que se concentran en este mundo y en la búsqueda de riqueza, honor y disfrutes. Inevitablemente se quedarán con las manos vacías. Anteriormente citamos la enseñanza de nuestros Sabios que dice: “El hombre no deja este mundo con siquiera la mitad de sus deseos en la mano. Si tiene cien, quiere doscientos” (Kohélet Rabá 1:34, 3:12). Si siempre deseamos más, dejaremos este mundo sin haber siquiera disfrutado lo bueno que ya teníamos.

Los tzadikim viven para toda la eternidad, pues reciben por su mérito tanto este mundo como el próximo: “Y ustedes que se unen a Hashem su D-os, están todos vivos hoy” (Debarim 4:4). Al unirse a Hashem y Su Torá, lo tienen todo. Los malvados, que sólo desean este mundo, se quedan sin nada, incluso sin el mundo material que tanto ansiaban. Los Sabios nos dicen que los malvados son considerados como muertos incluso estando vivos y con mucha más razón cuando ya murieron. Los tzadikim, por el otro lado, son considerados como si estuviesen vivos, incluso después de su fallecimiento (véase Berajot 18b y Julín 7b). Las personas rectas son las que están verdaderamente vivas, incluso aquí y ahora, pues están conectadas a la Torá y a las mitzvot, la fuente de la vida verdadera. Los malvados, quienes se imaginan que la vida es sinónimo de pasar un buen rato, se entierran a ellos mismos en una tumba de ansias y deseos aun cuando su corazón sigue latiendo.

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Yaakov era un ish tam, un hombre perfecto. Si invertimos las letras de la palabra tam (tav-mem) vemos la palabra met (mem-tav), que literalmente significa “muerto”. Yaakov, a través de sus esfuerzos en las tiendas de la Torá y el servicio a Hashem, transformó el met de Esav en tam, la perfección de la Torá. Cuando Esav arrojó a un lado la primogenitura con las palabras frívolas de “Voy a morir”, sin darse cuenta de que estaba pronunciando una profecía que se cumpliría a sí misma. Los Sabios nos dicen que “los malvados heredan dos guehinom, uno en vida y otro después de muertos” (Yomá 72b). Al hundirse en un mundo de placeres físicos, Esav destruyó su vida en este mundo y en el mundo venidero: ya estaba muerto aunque seguía caminando en la Tierra. Yaakov, por el contrario, fue “un ish tam, un hombre perfecto que habitaba en tiendas”. Yaakov adquirió no sólo una tienda, sino dos: la de este mundo y de la vida eterna del mundo por venir.

Este ensayo contiene dibré Torá. Por favor trátelo con el debido respeto.