Trabajo Calceus

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EL CALZADO Y LA REPRESENTACIÓN DEL STATUS EN LA SOCIEDAD ROMANA Joan Ribes Gallén 5º Curso de la Licenciatura de Historia

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EL CALZADO Y LA

REPRESENTACIÓN

DEL STATUS EN LA

SOCIEDAD ROMANA

Joan Ribes Gallén

5º Curso de

la Licenciatura de

Historia

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ÍNDICE

Página

Introducción………………………………………………………. 3 Los zapatos……………………………………………................ 4 El calceus…………………………………………………............ 7 Calceus patricius, calceus senatorius…………………………. 9 Otros calcei……………………………………………………...... 12 Calceus mulleus……………………………………………..……. 13 Caliga………………………………………………………………. 15 Carbatina…………………………………………………………... 21 Crepida, crepidula………………………………………………… 24 Los campagi………………………………………………………. 27 La gallica…………………………………………………………... 28 Las mulas………………………………………………………….. 31 Las botas…………………………………………………………... 32 Los perones………………………………………………………... 32 Las sculponeae……………………………………………………. 33 Los socci……………………………………………………………. 34 Las soleae………………………………………………………….. 35 Las taurinae………………………………………………………… 36 Los descubrimientos arqueológicos……………………………... 36 Los zapatos a piezas.................................................................. 37 Los zapatos de empeine cerrados sin cordones........................ 38 Los zapatos con empeine cerrado y atado................................ 39 Los zapatos de empeine abierto................................................ 40 Las sandalias............................................................................. . 41 Los calzados extraordinarios…………………………………...… 45 Conclusión………………………………………………………….. 46 Bibliografía………………………………………………………….. 47

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El calzado y la representación del status en la sociedad romana

Introducción

Como es sabido dentro de cada sociedad se crean unos patrones y unas

modas a través de los cuales se pretende expresar un orden, un sentimiento de

pertenencia a un grupo determinado, la apariencia externa de un individuo nos

informa de cómo se ve de cara al propio colectivo o a alguien ajeno a él.

En este pequeño trabajo se pretende ilustrar cómo la sociedad romana

estableció unos patrones indumentarios para definir unos grupos diferenciados

según su faceta de cara a la sociedad, ya sea política, económica o

culturalmente. En esta sociedad como si se tratara de una representación

teatral cada ordo llevaba su propia indumentaria, en cada momento de la vida

pública un ciudadano debía vestirse conforme a la tradición, que le facultaba a

usar unos calzados con unos cueros de una calidad determinada, unos tintes y

unos adornos particulares, debía hacer ostentación de unos símbolos que lo

reconocían como ciudadano romano y miembro perteneciente a un ordo.

También hay que tener presente que algunos calzados se atribuían a ciertos

trabajos –por su comodidad, su precio, o su durabilidad- más que a un status

concreto. Por supuesto que en este sumario trabajo nos hemos acotado en la

línea del tiempo, dado que la cronología de la Roma antigua cuenta con más

de trece siglos de historia, nos hemos centrado en el periodo comprendido,

más o menos, entre la República Tardía (Guerras Civiles) y la Tetrarquía

(Edicto de precios máximos), entre otros motivos se da la abundancia de

fuentes sobre dicho periodo y la práctica ausencia sobre el anterior.

Centrado el trabajo principalmente en el calzado, analizaremos los

distintos tipos de zapatos que conocemos y que se ha intentado reconocer en

las esculturas y en las pinturas de la época (hay que tener presente que no

tenemos una correlación categórica entre los nombres que hallamos entre los

textos clásicos y su representación en el arte). La gran variedad de nombres de

calzados y su difícil adjudicación a las representaciones artísticas que nos ha

llegado, igual que los artefactos de los yacimientos arqueológicos con su mejor

o peor estado de conservación y su casi imposible asignación a una categoría

de calzado concreta, podrían llevarnos a desistir pero, gracias a catálogos de

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los siglos XVIII y XIX podremos hacernos una idea de la correlación entre el

artefacto, la representación artística y la descripción o la mención textual.

Procediendo a su definición, a desarrollar su método de fabricación y a

ilustrar con los textos clásicos su presencia en la indumentaria, para a

continuación mostrar su apariencia en las estatuas, los corrientes hallazgos

arqueológicos, pues son las prendas más sólidas, que escasas veces se

reutilizan, y las reconstrucciones científicas de los calzados a partir de los

restos que han sobrevivido al paso del tiempo.

Los zapatos

El estudio de los diversos monumentos a lo largo del Imperio Romano

nos enseña una gran variedad de calzados, sobretodo en los modelos llevados

por los habitantes del limes germánico durante los siglos II y III d.C. Pero

ninguna de estas representaciones llevó el nombre de zapato y no son de

ninguna ayuda para interpretar los textos.

Ciertos calzados, como las caligae, destinadas a los ejércitos del Alto

Imperio, son identificables gracias a la iconografía militar y a los objetos

descubiertos en los diversos castra, castella,…etc. del Ejército romano. De las

representaciones habituales se esclarecen algunos tipos como los calcei, que

son los zapatos de calidad, como las soleae, las sandalias muy simples o las

crepidae, más sofisticadas.

En la mayor parte de los casos, sin embargo, no se dispone de ningún

medio para hacer corresponder forma y nombre de zapatos, tanto más que las

modas han hecho evolucionar los modelos a lo largo del tiempo, pero no

necesariamente las denominaciones. Al lado de los modelos nuevos que

aparecen durante el Imperio, como los campagi que se han encontrado en los

textos del Bajo Imperio al lado de los calcei y de los socci, ciertos modelos,

como las caligae son aún mencionados en las fuentes del Bajo Imperio, pero

aparecen más en los yacimientos arqueológicos, esto implica una evolución en

la forma.

La lista de los nombres de zapatos cuenta con una quincena de

términos, algunos designan las formas próximas, incluso idénticas. En el Bajo

Imperio, el “Edicto sobre los precios” de Diocleciano menciona siete formas de

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zapatos. A veces, se precisa su destinatario, por ejemplo, los zapatos de

senador, calicae, o de campesino, calicae rusticae.

Los zapatos se clasifican en cuatro categorías en función de la calidad

de la fabricación y los modelos pueden de este modo, encontrarse en dos

categorías diferentes, taurinae y calcei. Las dos primeras categorías reagrupan

los zapatos de buena calidad, pero sin seña particular, reunidos bajo el nombre

de caligis. Estos se hallan en los zapatos de trabajo o de militares, las caligae

(zapatos de tiras de cuero) y los campagi (zapatos de los cuarteles), por otra

parte, estarían los zapatos de representación, las calicae de senador o de

équite. Vienen a seguir los zapatos ligeros, las gallicae y la taurinae de un valor

inferior, usadas sobretodo, en el interior de las casas.

La tercera y cuarta categorías se tratan aparte: son los calzados

tintados, dorados o recubiertos de lana. Los calcei son tintados en blanco o en

púrpura, aquéllos calificados de “babilónicos” debían corresponder a un

tratamiento particular no identificado En la última categoría, los socci pueden

ser tintados en púrpura pero también dorados como las taurinae.

Más allá de esta clasificación fundamentada sobre la calidad, parece que

se puede percibir otra, en función de la fabricación: los zapatos se evalúan en

tres grandes tipos. El primer grupo se llama De caligis e incluye los modelos

cubrientes: los calcei, las caligae y los campagi. El calceus es un buen zapato

llevado por los aristócratas; algunas representaciones muestran que se trata de

zapatos plenamente cerrados, a veces, con largas correas que se enrollan

alrededor del tobillo y de la pantorrilla. La caliga es un modelo calado pero

cubriente; por lo que respecta al campagi, su aspecto queda todavía impreciso.

El segundo grupo definido por la palabra De soleis y gallicis concierne a

los zapatos llamados gallicae y taurinae donde la característica es ser o bien

monosola, o bien bisola, es decir, debían tener una o dos suelas, precisión que

no se ha encontrado en los otros modelos.

Finalmente, la tercera parte titulada De soccis sive furnis reagrupa los

socci, zapatos ligeros, pero firmes, sin sistema de atado. También se hallan, la

taurinae que pueden estar cubiertas de lana.

Un texto de Aulo Gelio, gramático del s. I d.C., usando luego los

términos elegidos, es suficientemente importante para que se reproduzca aquí.

Da el sentido preciso a los vocablos soleae, gallicae y crepidae o crepidulae,

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que tenían en el s. II y probablemente aún en el III. Describe como un rhetor de

su tiempo exhorta a sus alumnos pertenecientes al ordo senatorial a llevar, en

público, un cuidado digno de su rango:

“El retórico Castricio tenía en Roma la principal escuela de declamación

y de enseñanza; era varón muy grave y de grande autoridad, a quien el

emperador Adriano respetaba mucho por sus costumbres y su profundo saber

literario. Un día, estando yo presente, porque era discípulo suyo, vio a algunos

discípulos senadores que llevaban trajes ordinarios y calzados según la moda

gala. “Hubiese preferido, a fe mía, les dijo, veros revestidos con la toga. Ni

siquiera os habéis tomado el trabajo de ceñiros un cinturón y tomar un manto

Pero si vuestro traje, tal como es, queda justificado por largo uso, ¿es

conveniente que senadores anden por la ciudad con sandalias? ¿Sois más

excusables que aquel a quien reprendió ese mismo Cicerón como cosa torpe?”

Así habló Castricio delante de mí; y añadió además otras observaciones sobre

el mismo asunto con severidad completamente romana. Ahora bien; muchos

oyentes preguntaban por qué había llamado sandalia (soleae) al calzado

llamado gallicae. Pero Castricio había hablado con pureza y conocimiento de

causa; porque todo calzado que no protege más que la planta del pie, deja el

resto desnudo y se sujeta con cordones, se ha llamado soleae, y algunas veces

con el nombre griego de crepidulae. Gallicae es palabra nueva, según creo,

que no remonta más allá del tiempo de Cicerón. Este dice en la segunda

Filípica: Cum gallicis et lacerna cucurristi. (“Has corrido con calzado galo y traje

grosero”. Pero no encuentro esta palabra en tal sentido en ningún escritor de

autoridad. Como ya he dicho, llamose crepidae y crepidulae con la primera

sílaba breve al calzado que los Griegos habían llamado κρηπίδες (krepides), y

los zapateros que los hacían fueron llamados crepidarii. Sempronio Aselo, en el

libro catorce de Rerum gestarum, dice: “Pidió su lezna a un zapatero (a

crepidario sutore)”.

Vista una panorámica general de los nombres de los distintos tipos de

calzados, vamos a empezar describiendo al zapato del ciudadano romano por

excelencia:

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El calceus

Los romanos designaron con la palabra calceus, derivada de calx (talón),

una especie de zapato alto y firme, análogo a nuestros zapatos y a nuestras

botas. Para decir que uno se estaba calzando se decía induere calceos, como

se decía induere tunicam. Los sustantivos calceatus y calceamentum, en

términos generales, que se aplican a todos los calzados de esta especie, igual

que a los zapatos extranjeros. Así se empleó con asiduidad el verbo calceare

para el coturno y para el soccus (Plin. N.H. VII. 20 (19)); mas no se le

encuentra para los calzados abiertos, consistente en una suela simple, como

las soleae y las crepidae.

Los calcei fueron el calzado tradicional del ciudadano romano, aquel que

se llevaba junto con la toga para salir por la ciudad; ésta era la vestis forensis

(Suet. Aug. 73), y Tertuliano la llama complacido proprium togae tormentum.

Presentarse en público con otros calzados pasa por una gran inconveniencia,

como si entre nosotros se paseara por la vía con sus pantunflos o las babuchas

turcas. También es el calzado de salida de las damas romanas, pues ha sido

común a ambos sexos, pero ha sido prohibido a los esclavos, aunque llevasen

la toga. He aquí Suetonio refiriéndose a Augusto para explicar lo que era la

vestis forensis:

“Usaba casi siempre el traje de casa, que le habían confeccionado su

hermana, su esposa, su hija y sus nietas, las togas ni ceñidas ni sueltas, la

franja de púrpura ni ancha ni estrecha, y el calzado un poco elevado, para

parecer más alto de lo que era. Y siempre tenía preparados en el dormitorio el

traje de calle (vestis forensia) y los zapatos (calcei) para casos imprevistos e

inesperados.”

El espíritu jerárquico de la sociedad romana distinguiendo hasta por el

calzado las diferentes clases de ciudadanos, se refleja aquí. La forma, la altura,

el color del calceus variarán según la condición de las personas; pero estas

diferencias no son siempre las mismas durante toda la historia romana. Catón

el Censor, en un pasaje de sus Origines citado por Festo, cuenta que

antiguamente (el fragmento no cita lamentablemente la época con precisión),

se conocían en Roma dos tipos de calzados; el calceus mulleus, reservado a

quienes llegaban a las magistraturas curules, y el pero para el resto: Qui

magistratum curulem cepisset calceos mulleos allutaciniatos, caeteri perones

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[quien haya llegado a magistrado curul (tome) los calcei mullei –botas

salmonete- de cuero blando, los demás los perones] (Fest. 142 b, 24). Este

importante texto, sobre el cual regresaremos, muestra en primer lugar que los

perones, basto calzado de cuero (crudus pero) que es atribuido ordinariamente

a los montañeses y a los labradores, ha sido además, bajo una forma sin duda

un poco rústica, la especie más común del calceus.

Tenemos por lo tanto un tipo de calzado reservado a la vida pública –los

calcei mullei- y otro a aquellos que por su ocupación no pueden ser elegidos a

las magistraturas.

Hacia el fin de la República y en los primeros siglos del Imperio, se

establece sobretodo una distinción marcada entre el calceus de los senadores,

fácil de reconocer por su alta caña y sus cuatro correas, y el calceus ordinario,

del cual la naturaleza y la forma no son indicadas con precisión por los autores.

Las estatuas romanas de esta época nos procuran de ejemplos variados. El

primero que se nos otorga está tomado de una estatua del Louvre, que tiene la

ventaja de ser rara, no sólo por tener sus pies antiguos, sino también de llevar

en el plinto el título del personaje que representa. Es Africe Procur[ator] I[III

publicorum], es decir, procurador de los cuatro impuestos de la provincia de

África.

El cargo, estaba en manos de alguien de rango ecuestre y no senatorial,

y el calceus que lleva es consecuentemente más sencillo que las numerosas

estatuas de altos personajes romanos que poseemos.

Calceus patricius, senatorius y equester

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Calceus Senatorius, Calceus Patricius

Para el calceus de los senadores, los ejemplos sobreabundan y son

perfectamente reconocibles con los textos. La realidad histórica de esta

distinción está atestiguada desde la República por un caso de cierto Asinio, que

fue introducido en el Senado durante las guerras civiles y quien por llegar a ser

senador, siguiendo el consejo de Cicerón (Cicer. Philipp. XIII, B), cambió de

zapatos: “Mutavit calceos: pater conscriptus repente factus est. [Cambió de

zapatos: fue nombrado de repente senador]” Horacio y Juvenal nos enseñan

que era un calzado alto, que subía hasta la media pierna, medium crus, que

estaba hecha de piel negra, nigris pellibus: “Pues apenas uno se ata insensato

hacia media pierna [medium crus] con negro cuero y le cae por el pecho la

banda ancha.” (Hor. Sat. I, 6,27), de esta especie de cuero flexible que los

romanos llamaban aluta (y en estas circunstancias nigra aluta (Juv. VII, 192)),

porque ha estado preparada con alumbre. El color ha sido producido por la

materia llamada chalcanthe, de donde se ha añadido el negro de zapatero

(“atramentum sutorium, atramentum tingendis coriis” [negro de zapatero, negro

para teñir el cuero] Plin. H.N. XXV, 32). La importancia que se da a este tinte

negro puede hacer suponer que los calcei ordinarios eran del color natural del

cuero. Los calcei senatorii o calcei patricii tendrían más de cuatro correas,

quattuor corrigiae, lora patricia, que para anudarse (ιμάνηων επαλλαβή) harían

el carácter distintivo de esta especie de borceguí.

La forma del calceus senatorius está claramente atestiguada en un gran

número de estatuas romanas. Este calzado representado como una suerte de

bota alta o de borceguí, llegando hasta la pantorrilla. La caña está partida

lateralmente, sobre el lado interior de la pierna, de modo que la hendidura se

recubre ella misma, por una especie de lengüeta o de parte sobrante, que es

muy visible en un gran número de ejemplos: se trata posiblemente, la lingula

que se compara con una larga tira y que sirve de agarradero para calzar el

zapato.

El doble par de correas sirve precisamente para asegurar la apertura.

Las dos primeras correas, injeridas por delante, en la juntura de la suela, y muy

largas en el punto de partida, se cruzan sobre el cuello del pie y se anudan

después de haber ajustado la base de la pierna; el segundo par, localizado más

arriba, alrededor, muchas veces, de la caña del borceguí. De cada nudo

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penden dos largas bridas que se arrastran a veces hasta el suelo y que se

pasan con cuidado debajo las vueltas inferiores, de modo que se pueda

mostrar bien las cuatro correas y se permita contarlas con un golpe de vista. La

originalidad de esta disposición es dentro la asociación del calzado cerrado con

las tiras de los calzados abiertos. Se remarcará también que el modelo de los

dedos está ordinariamente marcado por los escultores que muestra la

flexibilidad del cuero y confirma el uso de la palabra aluta.

Antiguamente las corrigiae fueron menos colgantes. Es así como las

representa la estatua de bronce de Aulo Metelo, el pretendido “orador etrusco”,

figura votiva que se considera como una obra etrusco-romana de la época

media de la República.

Se encuentran los correajes todavía más cortos sobre un pie de estatua

romana en bronce, encontrada en Provenza y conservada en el Louvre. No

hace falta ver dentro cierta ligera diferencia que una disposición más antigua de

este mismo calzado.

La confusión de las dos expresiones calceus patricius y calceus

senatorius se explica naturalmente por la revolución que sustituye, entre los

romanos, a la antigua aristocracia de casta, la nobleza senatorial. Sin embargo,

en los primeros tiempos de la República, en la época de la que habla Catón,

cuando los borceguíes negros de los senadores no estaban todavía en uso e

incluso hasta el tiempo de Mario, el nombre de calceus patricius parece haber

designado el mulleus, del que hablaremos dentro de poco. El mejor modo de

resolver la dificultad, es suponer que el mulleus y el calceus senatorius

representan dos formas y como dos grados diferentes del antiguo calceus

patricius. El Edicto de Diocleciano, en el artículo de caligis; distingue aún los

calcei patricii, κάληιοι παηρικίαηοι, marcados con el precio de 150 denarios, de

las caligae senatorum, κάληιοι ζσβκληηικοί, valoradas sólo con 100 denarios;

pero, sin contar que este documento es de una época donde la costumbre

romana ya está muy alterada, se sabe que el texto latino del decreto habla aún

de la caliga, zapato militar que no es necesariamente lo mismo que el calceus

civil. El origen aristocrático de esta forma de calceus se muestra bien a partir

de hacer usar los mismos a los niños de familia noble.

Hay también un ornamento particular, que se ha añadido al borceguí

senatorial y que era llevado únicamente por los que pertenecían a la nobleza

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de casta: era una luna creciente de marfil, llamado luna o lunula, en griego,

ζεληνίς, επιζθύριονελεθάνηινον μηνοειδές. Esta lunula era cosida (adsuta,

adposita, subtexta) al cuero mismo del borceguí, sobre el cuello del pie, se

piensa que servía de lazo. La leyenda asevera la representación de la letra C,

designando los cien primeros jefes de las gentes patricias, de donde Rómulo

había compuesto su Senado. Los textos dicen formalmente que esta

decoración del zapato fue adoptada por aquellos que hicieron remontar su

origen a las más antiguas familias (οι διαθέρειν δοκοΰνηες εύβενεία) y que se

querían distinguir de los novitii o senadores de reciente creación. Juvenal en

este fragmento: “El hombre de suerte es bello y talentudo, el hombre de suerte

prudente, generoso y noble, puede atarse por encima del cuero negro una

media luna;” (Sat. VII, 191-193) lo asocia al borceguí negro que, por

consiguiente, había una forma de calceus patricius, el mulleus que estaba

reservado probablemente a los emperadores o todo lo más asociado a la

indumentaria triunfal. Estacio nos muestra la luna patricia anudada a los

pequeños zapatos con los que un niño noble da sus primeros pasos. Por otra

parte, no empieza a ser cuestión que bastante tarde y sobre todo, dentro los

satíricos, como Juvenal y Marcial, que no la mencionan sin una cierta ironía. La

recuperación de esta insignia arcaica y casi legendaria del viejo patriciado no

fue, tal vez, en un primer momento un asunto de orgullo personal, sino más

bien una moda generalmente impuesta por la etiqueta oficial. Eso explicaría

porqué no se encuentra ningún trazo sobre los monumentos de arte y,

particularmente, sobre las estatuas imperiales. Pues el ejemplo dado por

Balduinus, según Casali, no puede pertenecer a una muy baja época, y por lo

demás, vanamente buscada la representación antigua de donde ha sido

arrancada. Por lo que respecta a la significación y al carácter primitivo de la

lunula, puede ser en origen, como la bulla de oro de los niños, como un

amuleto. Se sabe que los antiguos y en particular, los romanos, prestaban gran

atención, en vista de presagios y de la mala suerte, llegando hasta el calzado si

una correa se rompía, si el calceus estaba calzado al revés, sobretodo, si

metían el pie izquierdo en el lugar del pie derecho, veían un mal augurio

entrando en crisis los instrumentos para andar, viciando la actividad de toda la

jornada.

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Otros calcei

Este término designa más a menudo un zapato de calidad, llevado con la

toga por los aristócratas, senadores, caballeros, por los notables locales o de

los ricos personajes del fin de la República y durante el Alto Imperio. Cicerón

(Philippicae 2.76) los presenta como el mismo tipo de zapato que el togatus se

debe calzar. A inicios del siglo IV todavía, el par de calcei se negociaba a un

precio elevado, 150 denarios, eso que los clasificó entre los zapatos más caros

que se encontraran en el mercado.

Ciertos textos describen los calcei como los zapatos de factura cuidada

realizados en los cueros finos, a veces, tintes de color púrpura y, a menudo,

adornados con piezas de metal e incluso, oro; este es el caso del calceus

mulleus, reservado a las personalidades de alto rango. El emperador Aureliano

que se vanagloriaba de modales austeros “prohibió a todos los hombres el uso

de los calcei rojos, amarillos y blancos o de un verde color de hiedra, pero los

toleró para las mujeres” (Historia Augusta, Aureliano 49.7). El calceus parece

siempre designar un modelo de calidad que se opone a los calzados de cueros

bastos: Catón (citado por Festo 142b.24) relata en efecto, que antaño no se

conocían en Roma más que dos tipos de zapatos, el calceus mulleus,

reservado a los magistrados, y el pero, crudus pero, zapato más basto, tal y

como hemos señalado anteriormente. Ningún texto precisa la forma respectiva

de estos dos modelos.

Las fuentes no dan ninguna descripción clara del calceus y no se puede

hacer otra cosa que estudiar la iconografía y los objetos arqueológicos para

intentar reconocerlos. Tan variados que les permitió el saber hacer del

zapatero, estos calzados presentan algunas características generales.

Algunas representaciones figuradas muestran que se trata de calzados

cerrados, de botas, atadas por tiras que se enrollan alrededor del tobillo y de la

pantorrilla. Sobre un bajorrelieve de Sens, un hombre vestido con un manto de

tela gruesa se calza las botas envolventes, subiendo ligeramente arriba de los

tobillos. Los hallazgos arqueológicos complican más aun esta clasificación,

puesto que de numerosos modelos atribuidos a la categoría de los calcei no

son representados ni en la estatuaria, ni en la pintura, ni en el arte musivo.

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Calceus mulleus

Es la última forma del calceus dentro de la indumentaria romana que

responde al más alto grado de la jerarquía social, ya hemos mencionado el

calceus mulleus, en el que el carácter distintivo era el color rojo, color

reservado por el uso constante en la Antigüedad a las primeras dignidades del

Estado. La tradición atribuye el primer uso de este calzado a los reyes de Alba

y después a los reyes de Roma, que en la República se había hecho una de las

distinciones de las magistraturas curules y el acompañamiento natural de la

púrpura de la toga praetexta. Una inscripción en honor a Mario, lo asocia bajo

el nombre de calceus patricius, a la indumentaria triunfal y nos muestra al

vencedor de los cimbrios entrando en el Senado, veste triumphali, calceis

patriciis. Lo hace reconociendo así el mulleus dentro el alto calzado rojo, que el

dictator César llevaba en los momentos solemnes, en recuerdo de sus

ancestros albanos, de aquí pasa a los emperadores. Como cita Dión Casio:

“Usaba para mostrar a todos los hombres su soberbia, con ropa desatada y el

calzado que usaría más tarde, a veces alto y de color rojo, después al estilo de

los reyes que habían reinado en Alba, como había pedido que se hiciera Julo.”

-recuérdese que la gens Iulia se consideraba descendiente de Julo, fundador

de Alba- (Historia romana, XLIII, 43).

A pesar de la opinión muy elocuente de Festo quien hace venir este

nombre del antiguo verbo latino mullare, con el sentido de “coser”, la etimología

más popular que le aporta al color del pescado llamado mullus (el salmonete),

de acuerdo conque puede ser mejor con la forma adjetiva en “eus” y con la

costumbre latina de denominar los matices después de ciertos objetos vulgares

y conocidos por todos.

Los textos son poco explícitos sobre la forma particular de este borceguí.

Sabemos que estaba fabricado como el calceus patricius, de cuero flexible,

coccina aluta. Este género de calceus tenía asimismo las correas (lora), pero

no sabemos el número. Un autor de la Antigüedad tardía, Isidoro de Sevilla,

decía que estaba adornado con broches de hueso o de bronce, malleoli, que

servían de anudamiento a las correas, y en las cuales no hace ver otra cosa

que la lunula. Lo compara por eso con el coturno griego a causa de su alta

suela (solo alto Isid. Etim.). Debía presentar una analogía real, sobretodo con el

coturno de púrpura, purpureus cothurnus.

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Calceus mulleus

Por otra parte, puede sorprender que los monumentos romanos,

sobretodo las numerosas estatuas imperiales no suministren algún ejemplo de

calceus de una forma particular y de un tipo más rico que el borceguí

senatorial. Se habla de las estatuas togadas, pues los emperadores

representados con vestimenta militar llevan a menudo, una especie de

borceguí ricamente decorado, en el que se ha querido reconocer, pero sin

razón, según nosotros, el calceus mulleus, que habría sido un calzado civil.

Ahora bien, este borceguí militar no se encuentra jamás con la toga y del resto

no presenta más que los otros, los malleoli mencionados por Isidoro de Sevilla.

Es un calzado entrelazado, atado por broche de metal, entre los dedos, los

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cuales deja desnudos. Todos estos rasgos se separan del tipo propio del

calceus y hace hasta pensar en una forma imperial de la caliga.

¿Falta creer que, más ordinariamente, el mulleus no se diferenciase de

otras formas del calceus más que por el color? Los monumentos nos ofrecen

algunos ejemplos de un calceus en el que las correas se enrollan muy arriba

alrededor de la pierna, pero sin extremos aparentes que se puedan contar.

Caliga

Zapato militar de los romanos, llevado por los soldados y los oficiales

hasta el grado de centurión inclusive; las palabras caligatus miles, o

simplemente caliga, designan, a menudo, en los textos, a los militares

pertenecientes a los rangos inferiores del Ejército.

Este calzado consiste en una fuerte suela herrada de clavos tupidos y

puntiagudos (clavi caligares) a esta suela se ha cosido un cuero recortado en

tiras, formando una red alrededor del talón y del pie; las tiras dejaban los dedos

descubiertos, pues se enrollaban por encima del tobillo. Es de este modo como

las caligae son constantemente representadas en los pies de los soldados, en

los bajorrelieves de la Columna Trajana, en los de la Columna Antonina y en

los arcos del triunfo, en los monumentos funerarios, etc. En las lámparas,

lucernae, que tienen forma de pies calzados por la caliga, se muestra la

disposición de los clavos bajo la suela; al fin, el descubrimiento de zapatos que

se puedan comparar en numerosos lugares, ha confirmado todas las conjeturas

que se habían hecho a partir de los textos y de los monumentos. Se pueden

apreciar más o menos completas expuestas en los museos de Maguncia, de

Saint-Germain, de Londres, etc.

Se encuentra la mención de una caliga speculatoria, que debía ser

aquella de los exploradores (speculatores), más ligera que las de las otras

tropas. El “Edicto de Diocleciano sobre los precios máximos” nombra a las

calicae equestres. Se trata de una forma especial de calceus para el ordo

equester o de un zapato de guerra propio para los caballeros, tal como se ve

en los pies de los que combaten a los galos en un bajorrelieve de un sarcófago

conocido en los Museos Capitolinos. Éste es un calzado más firme, entrelazado

o abrochado sobre el cuello del pie, que llevaban el Emperador y sus

principales oficiales, en las esculturas de la Columna Trajana, y de los

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cazadores erguidos junto a sus caballos, en los grandes medallones (del

mismo tiempo) del Arco de Constantino. Estos serían en este caso verdaderos

calcei. El texto griego del Edicto llama a este calzado ecuestre, κάληιας, como

el calceus senatorial.

Caliga conservada en Valkenburg.

Las caligae eran de los calzados más comunes confeccionados en una sola

pieza de cuero recortado, de modo que se envolviera el pie. Esta sandalia, a

menudo claveteada, fue destinada a las marchas y a los trabajos de campo.

Hasta el Bajo Imperio, la caliga queda como el zapato del campesino y del

militar, designada como tal en la lista de mercancías citadas en el “Edicto sobre

los precios” de Diocleciano.

De ella existen muchos tipos: las caligae militares, llevadas por los

soldados, las caligae equestres, destinadas a los caballeros, y las caligae

muliebres, calzados para las mujeres, sin duda para un uso en el exterior de las

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casas. Su uso por los campesinos se sugiere por la cita de caligae rusticae en

el “Edicto de Diocleciano” que da los precios máximos: aquellas que eran de

Caliga recortada según un patrón de Maguncia.

primera calidad valían 120 denarios el par, un precio elevado casi comparable

al de los calcei patricii, los más caros del corpus (150 denarios el par).

Pero la caligae son, sobretodo, citadas en los contextos militares (Dión

Casio Historia romana 57.5; Aurelio Víctor Liber de Caesaribus 3.4; Tácito

Annales 1.41; Suetonio Caligula 9; Flavio Josefo Bellum Iudaicum 7.3).

Suetonio, quien reprochó a Calígula vestirse y calzarse como un hombre de

baja extracción, afirma que el emperador llevaba, a veces, las botas de correas

militares. Sus calzados no eran otros que las caligae, speculatoria caligae

(Suetonio Caligula 52). La asociación del calzado con la función estaba tan

unida que, en sentido figurado, caliga designaba la profesión de soldado (Plin.

N.H. 7.135), tomándose la parte por el todo.

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En numerosos textos se indica que la caliga era el calzado del soldado

romano haciéndose eco los descubrimientos efectuados sobre los

emplazamientos militares de Occidente. La proporción de estos zapatos es

muy elevada: en Walkenburg (Holanda), o un abundante material de cuero fue

descubierto tanto en el fortín como en el hábitat civil, las caligae representan el

92% de los zapatos en el sitio militar, entonces aquéllas que son ausentes de

los lotes descubiertos en el vicus vecino. De las representaciones de soldados

o de campesinos equipados con el mismo tipo de zapato han permitido

identificar el modelo. El término caliga se aplica a un tipo de zapato compuesto

de una red de tiras, más o menos densa, dejando libre la parte superior del pie

y de los dedos. Algunas eran bajas, otras ascendentes. Se han hallado muy

rústicas pudiendo ser llevadas por civiles.

La caliga se hacía a partir de una sola pieza de cuero en la que se

recortaban las correas de sujeción. Los bordes eran llevados sobre el lado del

pie para que el zapato se pudiese atar. Las correas recubrían los lados y el

dorso del pie estando recortadas en un cuero más flexible y más delgado, de

dos milímetros de espesor, de media. Esta parte superior se reunía por las

costuras a una suela externa.

De las caligae y sus portadores (los soldados –caligati-) nos han

quedado algunas anécdotas escritas por sus coetáneos escritores, como por

ejemplo Juvenal en su Satura III. 248

“Entre tanto, las piernas se te llenan de barro, por todas partes te pisan

con enormes zapatos, un soldado te aplasta el pulgar con sus botas

claveteadas.”

Y en la Satura XVI. 24

“Sería pues, cosa digna de esta mula, que es el declamador Vagelio

ofender tantas botas militares y tantos miles de clavos si tienes sólo dos

piernas.”

O Flavio Josefo en su Bellum Iudaicum. Libro VI

“No obstante, también Juliano fue perseguido por el Destino, al que no

se puede escapar ningún mortal. Como todos los demás soldados, llevaba

unas sandalias provistas de numerosos agudos clavos; resbaló al correr por el

pavimento del Templo y cayó de espaldas con un inmenso estrépito de su

armadura.”

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El propio Tácito en sus Historiarum nos recoge alguna que otra anécdota

sobre los milites y sus sandalias:

“…o a causa del pavimento resbaladizo o de un encontronazo con un

transeúnte caían…” (op. cit. II, 88, 2)

Los modelos más frecuentes comportan varias suelas muy fuertes.

Algunos modelos cuentan con cuatro o cinco suelas de un grosor de tres a

cuatro milímetros unidos por costuras. Este gran grosor mejoró la comodidad

del caminante y permitió clavar clavos en la suela exterior. Numerosos

ejemplares de caligae nos han llegado con suelas guarnecidas de clavos, clavi

caligares, destinados tanto a facilitar la marcha como a proteger del uso a la

suela. Los clavos miden generalmente una decena de milímetros de longitud y

tienen las cabezas de tres a cuatro milímetros de diámetro. Estaban clavados

en la suela exterior, cabeza abajo, generalmente sin orden, pero quizás

dispuestos para formar un motivo decorativo, procedimiento frecuente en los

ejemplares de Valkenburg. En Occidente, las caligae, equipadas con suelas

claveteadas son las más frecuentes. La mención de caligae militares sine clabo

(sic) en el Edicto de Diocleciano, valían 100 denarios el par, sin embargo, se

advierte que las caligae siempre militares no eran sistemáticamente

claveteadas. De ejemplares sin clavos se han hallado en los emplazamientos

militares romanos en Egipto.

Caliga donde se puede apreciar el claveteado

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Pero las caligae tenían el inconveniente de que los clavi caligares se

perdían con relativa facilidad, debido al uso, sobretodo durante las marchas de

las legiones, llegando a poder ser reconstruidos los itinerarios de los ejércitos

romanos, gracias a los rastros de clavos dejados durante su caminar. Por este

motivo se instituyó un derecho de reposición de clavos para los soldados, que

con el tiempo se tornó en una parte de su stipendum, se trata del clavarium, tal

y como nos narra Tácito en sus Historiarum III, 50,3:

“…los gritos sediciosos de los soldados que reclamaban el clavarium, -

es el nombre de una gratificación-.”

Existían igualmente las caligae de una sola suela. Este modelo más

simple era llevado en el interior de las casas; también había de tallas pequeñas

para los niños. Tal y como nos informan Dión Casio y Suetonio sobre el apodo

de Gayo César, más conocido como Calígula –que quiere decir “botitas”-:

“El niño Cayo fue llamado por ellos (los soldados) Calígula, porque

habiéndose criado durante tanto tiempo en el campamento, calzaba caligae en

vez de las sandalias que se usan en la ciudad”. (Dión Casio. Historia Romana.

LVII).

“Recibió el sobrenombre de Calígula por una broma castrense, ya que

era educado entre soldados y vestía su mismo uniforme…” (Suetonio. Caligula.

2, 9).

Los más antiguos ejemplos arqueológicos provienen de Comacchio: sus

navíos hundidos en época de Augusto han dado varios pares de caligae,

algunas claveteadas. Estos modelos presentan una red de tiras delgadas y un

sistema de fijación que no sube más allá del tobillo. En los yacimientos del siglo

I d.C. los zapatos llevan una red de correas más largas subiendo sobre el

tobillo, mejor adaptados al caminar: en Marsella, en Valkenburg y en

Castleford. Este tipo de calzado se hace extraño en la segunda mitad del siglo I

y no se le encuentra más en los niveles posteriores al 90 d.C., tanto en Europa

como en Egipto.

La aparición de las caligae ha sido atribuida con relación a la conquista

romana del norte de Europa; se ha imputado a las condiciones de vida difíciles

de un ejército bajo un clima frío y húmedo. En Egipto, podrían haber sido

introducidas por militares venidos de Occidente; se sabe, por ejemplo, que el

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ala Vocontiorum, partió reclutada en Voconces du Vaucluse, estaba

estacionada en Coptos.

Carbatina (καρβατίνη, καρπάτινον)

Zapato de campesino, hecho de un solo trozo de cuero, que sirve de

suela y probablemente elevado para proteger el talón y los dedos del pie, como

éstos de este modo atados por medio de cordones atados sobre el empeine y

envolviendo la parte baja de la pierna.

En la lengua griega, la palabra karbatiné, καρααηίνη, adjetivo

substantivado derivado de karbatinos, καραάηινος, que significa “hecho de piel”,

designa un zapato hecho de cuero basto, poco o mal curtido, y de concepción

rudimentaria. Las observaciones sobre la traducción de ciertos textos, autorizan

a una aproximación de este calzado muy rústico. Jenofonte (Anábasis 2.4-7)

cuenta como sus soldados confeccionaron sus zapatos con las pieles de

bueyes abatidos en el lugar: el frío endureció las suelas y las correas se

incrustaron en su carne.

Carbatinae reconstruidas.

Las karbatinai son igualmente citadas por Luciano como los zapatos de

ciertos pueblos como los hiperbóreos (Philopseudes 13), pueblo mítico del

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norte de Europa y los paflagonios (Alexander 39.20), habitantes del norte de

Galacia. Entre otros autores, esto es un zapato rústico llevado por las campiñas

(o por los campos). En las “Pastorales” (Daphnis et Chloe), Longo describe así

a un viejo pastor: “…un anciano llevando en los riñones una piel de cabra, en

los pies las sandalias de cuero -καρβάτιναι- en la espalda una alforja, y fuerte

viejo”.

Hesicio es más preciso puesto que habla de la karbatiné como de un

“zapato rústico de poco valor, que tiene una sola suela” o todavía del

karpatinon (καρπάηινον) “zapato rústico hecho de una sola piel” (Kappa 861).

La palabra karbatina es igualmente usada por Aristóteles (Hist. An. 2.2) y

designa las protecciones en cuero que envuelven las pezuñas de los

dromedarios, probablemente aquellas que estaban hundidas.

Patrón de carbatina

En la literatura latina, no existe ninguna mención de calzado de este

nombre; el término carpatinus es siempre usado en el siglo I a.C. como adjetivo

significando “de cuero basto” para designar los zapatos de una elaboración

más mediocre. En efecto, Catulo (97.4) califica de este modo ciertas sandalias,

crepidae.

“…possis culos et crepidas lingere carpatinas…” [Con la lengua que

tienes, podrías lamer los culos y las sandalias de pieles bastas.]

El término karbatiné o karbatina no se podría entonces aplicar más que a

los zapatos o sandalias rústicas, probablemente de aquéllas que llevan los

agricultores en las representaciones de los trabajos agrícolas. Encontramos en

efecto, este tipo de zapato sobre las representaciones iconográficas donde se

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halle una cuadrilla de personas trabajando en el campo, de campesinos y a

veces, de cazadores.

Esta denominación ha sido usada en la literatura especializada moderna

para designar a los calzados elaborados a partir de una sola pieza de cuero en

la cual se han recortado la suela y los agujeros destinados a formar las correas

de fijación. Los bordes estaban vueltos hacia el interior para cubrir en parte el

pie, el calzado estando atado con la ayuda de correas cruzadas sobre el

empeine y enrolladas en torno al tobillo y la pantorrilla. Este modelo fácilmente

identificable figura entre los hallazgos arqueológicos más frecuentes.

Hemos visto que el término, que existe en la lengua griega, designa en

la literatura arqueológica moderna un modelo conocido a partir de una sola

pieza de cuero en la que estaban recortados la suela y los bordes que cubrían

el pie. Este zapato fácil de fabricar ha sido adaptado al cambiar por la

adjunción de varias capas de suelas y la implantación de clavos, dando así

nacimiento a la caliga.

Carbatina reconstruida

Una fábrica de karbatinai de finales del siglo I, inicios del II d.C. ha sido

identificada en Maastrich (Bélgica), por el descubrimiento de recortes de cuero

y negativos de recortes. En Gran Bretaña los ejemplares fechados en el último

cuarto del siglo I d.C. se han hallado en Castleford, otros del siglo II en Londres

y en Bar Hill y en el continente, en Saalburg y en Welzheim. En estos sitios, en

los niveles de los primeros siglos de nuestra era, se encuentran modelos

fabricados posiblemente por los indígenas y caracterizados por los motivos

incisos sobre el cuero.

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La karbatiné era, así pues, llevada por los niños: dos ejemplares bien

conservados se han hallado en Vindolanda, que abrigaría una población mixta

y de niños.

Crepida, Crepidula (κρηπίς)

Este género de zapato se llevaba en Grecia y en Italia; formaba parte

esencial del vestido nacional de los griegos, pero en Roma, lo aceptaron como

una moda extranjera.

En Roma, es Plauto quien hace la primera mención de este calzado bajo

el nombre de crepidula, pero lo hace decir en su obra a una mujer extranjera

que las lleva.

Se sabe que la importación de modas griegas que invadió la vida privada

de los romanos desde el s. III a.C. no se completó sin resistencia y que la

mayoría de ciudadanos las reprobaron durante mucho tiempo como indignas

de la solemnidad nacional. Los enemigos de Publio Escipión Africano,

pendientes de su estado en Hispania, le reprocharon que se mostrara en

público con el pallium y con las crepidae, es decir, con un vestido que no tenía

nada de romano ni de militar, como Tácito lo recuerda en sus Annales:

“Sin embargo utilizó como pretexto el cuidado de la provincia; abriendo

los silos alivió los precios del grano, y siguió una conducta muy del agrado del

pueblo: iba sin escolta militar, calzado solamente con sandalias, y con un

atuendo similar al de los griegos, imitando a Escipión, de quien se cuenta que

hacía lo mismo en Sicilia en plena guerra púnica.” (op. cit. II, 59)

A mediados del s. I a.C., Cicerón estuvo obligado a justif icar a su cliente

Rabirio Póstumo el haber llevado el vestido griego.

El propio Tiberio llevó crepidae en durante su estancia en Nimes tal

como afirma Suetonio en Tiberio 13.1: ”Dejó de realizar también sus ejercicios

habituales de equitación y de esgrima y, renunciando al vestido de su patria, se

rebajó a usar el palio y las crépidas, y vivió de esta manera casi durante dos

años, siendo odiado y despreciado cada día más,…”

Y a Domiciano le criticaron por aparecer con crépidas y toga, o más bien

una clámide, como cuenta Suetonio: “Presidió el certamen calzado con

crepidas y vestido con una toga de púrpura al estilo griego,…”

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Según se desprende de los textos parece que llevar estos calzados se

consideraba de mal gusto vestir pues era vestir “a la griega” y como el vestir

implica un modo de vivir, todo indicaba que vivían “a la griega”*, es decir, sin

moderación* y con tendencia a la tiranía, sin respeto a las formas republicanas

–por más que se viviese bajo un principado- sin respeto a los mores, para un

personaje público renunciar a sus vestidos nacionales –la toga y el calceus-

significaba ser antipatriota, por lo que era atacado por sus enemigos políticos.

Vemos que numerosos zapatos pueden entrar en la categoría genérica

de las crepidae, las sandalias, soleae, los zapatos dichos, según moda,

karbatinai, formadas por una sola pieza de cuero, de los modelos de forma

imprecisa como las gallicae y las taurinae. Son, en efecto, de los zapatos que

dejan desnudo el dorso del pie, y poseen cordones redondos y no de tiras o

correas planas encerrando totalmente el pie, incluso el tobillo y las pantorrillas

como el calzado del grupo precedente. El modelo es, a menudo, representado

en la estatuaria griega.

Crepidae

*Vivir a la griega: Cf. Con el uso de Plauto en sus comedias, en Mostellaria, etc.

*Moderatio: Cf. Con el uso de Tácito de este término, sobretodo en Agricola.

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El texto de Aulo Gelio da la llave de la clasificación de los calcei

mencionados en el capítulo De caligis del “Edicto sobre los precios”. Este

término genérico designa a los zapatos equipados de un sistema de correas o

tiras planas. Los personajes con toga se hicieron representar con los calcei de

tiras enrollándose alrededor del tobillo y de las pantorrillas. El “Edicto sobre los

precios”, que es tardío, puede abastecer de las indicaciones sobre los

diferentes modelos, su forma o su modo de concepción. Vemos en efecto,

gracias a los descubrimientos arqueológicos, que las formas de los zapatos

han evolucionado poco entre el Alto Imperio y la Antigüedad tardía; los

términos definen los zapatos que han podido cambiar, las formas son, salvo

excepción, las mismas.

A pesar de las dificultades de conservación que encuentra todo material

orgánico, los zapatos o fragmentos de zapatos hallados en los yacimientos

arqueológicos pueden ser clasificados dentro de las grandes categorías

mencionadas en el texto del “Edicto sobre los precios”: zapatos cerrados o con

red de cordones, zapatos ligeros (de tipo sandalia) y botas. Dentro de estas

grandes clases, se encuentran numerosas variantes, cada par de zapatos, es

por principio, único, como todo en la producción artesanal. Así pues, en las

publicaciones, las denominaciones de zapatos de apariencias, con todo

semejantes varían según los autores. Esta falta de coherencia es el resultado

de una ausencia de tipología clara, consecuencia de la dificultad de hacer

corresponder las fuentes escritas con los objetos descubiertos y las

representaciones. Si ciertos modelos son bien conocidos, como las caligae o

las sandalias, soleae y crepidae, los otros son demasiados sucintamente

descritos en los textos para ser identificables con certeza. Las fuentes evocan

raramente la forma, sino más bien la calidad del cuero o la decoración.

Los errores de identificación constituyen pues, un riesgo permanente.

Con el fin de permanecer lo más objetivo posible, se dará una descripción de

los modelos de zapatos en dos partes. En la primera, estarán reunidas las

menciones encontradas en los textos; en la segunda, estará presente el corpus

de los objetos provenientes de lugares romanos, y se les clasificará entre las

cuatro familias citadas anteriormente: calzados ligeros, abiertos, cerrados y

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botas, pero sin proponer una identificación precisa, excepto por ciertas formas,

caligae, karbatinai, soleae, en las que la descripción dada por los textos es

suficientemente precisa.

Los campagi

La forma del calceus evoluciona durante el Imperio: la parte superior del

empeine se abre y es donde se fija el zapato al pie gracias a los sistemas de

atado que pasan sobre el cuello del pie. Esta evolución se produce del siglo II

d.C. y a partir del siglo III aparece un nuevo término para designar los calcei de

este tipo: se les llamó campagi. Es calzado de buena calidad que se encuentra

representado en los pies de los dignatarios en la iconografía tardía: el grupo de

los Tetrarcas de Venecia, por ejemplo.

Este calzado a piezas y de alta pantorrilla dejaba el cuello del pie y la

parte delantera de la pierna descubiertos, se anudaba con cordones que se

entrecruzaban sobre el pie para a continuación subir enrollándose alrededor del

tobillo y de la pantorrilla. Esta definición lo acerca a la karbatiné, la diferencia

reside en las técnicas de fabricación. Pues la karbatiné se confeccionaba con

una sola pieza mientras que el campagus se componía de varias piezas

ensambladas con esmero y tecnicismo. Además debía envolver el pie de

manera más confortable.

El campagus queda cercano al calceus del que deriva. ¿Se debe pensar

que la diferencia entre los dos modelos es solamente de tipo cronológico, la

palabra campagus aparece en los textos tardíos? Parece que no, pues en el

Campagi del grupo de los Tetrarcas de Venecia.

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Edicto de Diocleciano los dos términos aparecen conjuntamente. Además el

campagus designa un calzado militar: los campagi militares se clasifican en la

misma categoría que las caligae pero su valor es menor (los campagi valen 75

denarios frente a los 100 de las caligae).

El campagus quedará en la memoria del mundo romano como el calzado

del Emperador y su corte, incluso más allá del fin del Imperio de Occidente, en

la corte constantinopolitana, este calzado quedará como vínculo con la idea de

soberanía imperial sobre la oikumene, en las representaciones del Emperador

y de los cónsules –ya sean en marfiles o en mosaicos- aparecen los campagi

del mismo modo, la Iglesia también adoptará este calzado para su jerarquía

más alta, llegando a ser llevados por el propio Cristo y los santos en los

mosaicos de las basílicas de los siglos V al VIII.

También Carlomagno calzará unos campagi el día de su coronación en

Roma en el año 800.

La gallica

Especie de zapato llamado así porque era de origen galo; su uso se

difundió entre los romanos, según Aulo Gelio, “poco antes de la época de

Cicerón”, es decir, sin duda alguna, en el momento en el que se conquistó la

Narbonense; en 45 a.C. se la vio en los pies de Marco Antonio, quien se

encontraba entonces en esta provincia. Después fue adoptada en todo el

Imperio; al pasar a los países griegos, recibió el nombre de ηροτάς, que indica

un calzado ligero, propio de las carreras (ηρέτω); se encuentra también el

diminutivo gallicula (ηροτάδιον). He aquí, siguiendo los textos, los caracteres

distintivos de la gallica:

1º.- Entra dentro de la categoría de las sandalias, y consecuentemente,

deja al descubierto, como mínimo en gran parte, la parte superior del pie; se

fijaba con cordones o con correas de cuero delgadas y redondas; en una

palabra la gallica es asimilable a la solea; la semejanza entre estos dos

calzados es tal que las mismas dos palabras se consideran como sinónimos y

se usan indistintamente la una por la otra. Aulo Gelio explica así porqué se

puede, con el uso, confundirlas sin inexactitud:

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“…Porque todo calzado que no protege más que la planta del pie, deja el resto

desnudo y se sujeta con cordones, se ha llamado soleae…” Por otra parte

gallica se traduce algunas veces por ζανδάλιον.

2º.- Al principio, se encuentra que no era conveniente para un

ciudadano romano llevar la gallica, cuando salía a la calle vestido con la toga,

no se debía usurpar el lugar del calceus en la vestis forensis; Cicerón se

indigna que Antonio haya usado aparecer en público con las gallicae en sus

pies; estando entonces en la Galia, en la Narbonense; pero era magister

equitum de César, y como tal obligado, más aún que un simple ciudadano, de

observar las conveniencias. He aquí las palabras de Cicerón:

“De cuantas maldades pueden cometerse, no oí ni vi ninguna más

deshonrosa que la de que, siendo tú, general de la caballería, recorrieses con

galochas y túnica gala las colonias y los municipios de esa misma Galia…”

(Cic. Filip. II.76).

Siglos después vemos que la gallica queda como el calzado de los

pastores, los campesinos, los viajeros y los correos; como el báculo, es uno de

los atributos ordinarios de los primeros monjes, un indicio de su vida sencilla y

rústica. Sin embargo, se había relajado mucho de la severidad de los primeros

tiempos, y poco a poco se había habituado a ver a los ciudadanos romanos

llevar la gallica en lugar del calceus; bajo Adriano, un día de fiesta, los

senadores no creían deber vetar este calzado y se resistieron a una sesión de

declamación; era necesario que el profesor, que conocía mejor los usos del

pasado, le recordara la diatriba de Cicerón contra Antonio. En la fiesta anual

que celebraban los Arvales, su magister o presidente, que era a menudo el

emperador mismo, cambiaba, el segundo día, la toga y el calceus por el

ricinium y la solea o la gallica, cuando, la corona en la cabeza, subido en la

logia o palco del circo para dar la señal de los juegos. La sandalia que era el

calzado ordinario de los sacerdotes de Isis, se cita también bajo el nombre de

gallica.

Está claro, después de esto que precede, que este calzado no era una

variedad de la solea, no es menos cierto que debía distinguirse por algún

detalle, ya que para designarla se había probado la necesidad de introducir una

nueva palabra en la lengua. Pero, ¿en qué consiste esta diferencia? Es posible

que galocha, como se ha pensado, venga de gallica. La palabra francesa y

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española designa generalmente un calzado sin ataduras, con suelas de

madera, que se puede llevar asimismo por encima del zapato, y que es

sobretodo, usado en los países donde la tierra, a menudo, se empapa por las

lluvias. Falta reconocer que esta definición no corresponde perfectamente a

aquella que Aulo Gelio da de la gallica. Pero la forma de la galocha ha podido

ser modificada después de la Antigüedad, sin perder, sin embargo, su carácter

esencial; que la distingue de las sandalias más bastas, ésta está provista en el

extremo del pie, en el talón y sobre los bordes, de trozos de cuero rígidos, que

la mantienen en el lugar; son más o menos largos pero no afirman

completamente el pie al modo de un zapato o de un zueco. Tal debía ser el

aspecto de la gallica. Éste es el que Aulo Gelio parece indicar, cuando habla de

los calzados que dejan el dorso del pie, no precisamente desnudo, pero, prope

nudus. Se puede admitir, pues, que la gallica era una sandalia, que tenía más

que la solea romana, un reborde en piel, más o menos estrecho o dentado.

Gallicae

En el Edicto de Diocleciano el precio máximo de las sandalias y de las

gallicae se fija tanto para un solo zapato como para cada par. Estando el par en

los 80 denarios y el zapato suelto en 50 denarios, la diferencia de precios

implica que las suelas podían ser únicas o dobles, lo que implicaba la factura

de las suelas en cuero. Pero se incluye en el capítulo de las soleae y las

taurinae

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Cicerón en el texto ya citado (Philippicae 2.76), opone las gallicae que se

llevaban tradicionalmente con la capa, lacerna, a los calcei, zapatos del

ciudadano romano asociados con la toga. Hemos visto más arriba que el rhetor

Titius Castricius exhorta a sus alumnos a evitar subir por las calles de la ciudad

y “… vestirse un día de fiesta con túnicas y de capas, (lacernae), y calzados

con sandalias galas,(gallicae)” (Aulo Gelio, Noches Áticas, 13.22).

El texto autoriza una restauración aproximativa del modelo: el calzado

dejaba ver la parte superior del pie, pero esto no era, sin embargo, una

sandalia, pues el mismo pasaje de Aulo Gelio precisa “muchos de aquellos que

han entendido preguntarán por qué lo había calificado de soleati (con

sandalias) de las gentes que llevaban las gallicae y no de las soleae

(sandalias)”. El zapato está hecho de una suela montante, dejando el cuello del

pie desnudo y atado con la ayuda de correas redondas. El principio de

confección lo acerca al de la karbatinè, pero debía, sin embargo, diferir por

algunos detalles desconocidos. Como este modelo entra en el capítulo De

soleis del Edicto sobre los precios, su aspecto general se debe parecer a las

sandalias.

En los siglos VI y VII, la palabra se usaba para designar los calzados

usados por los campesinos, o los viajeros y según Isidoro de Sevilla (Origines

libri 24.3), se llevan indistintamente en uno u otro pie.

Las mulas

Esta palabra deriva, según el G.D.L.E., de la francesa mule, que

proviene de la latina mulleus. En la categoría de las sandalias se puede

clasificar igualmente las mulas, los zapatos ligeros sin cordón o correas de

fijación del zapato al pie. Los ejemplos, aunque raros, están suficientemente

bien conservados para que se pueda reconstruir su forma. Una mula hallada en

Londres y fechada a finales del siglo II o inicios del siglo III d.C. poseía una

banda de fijación decorada con incisiones y dejaba los dedos del pie libres.

Dada su ausencia de sistema de atado suponemos que serían usadas

sobretodo en espacios cerrados, donde el usuario se sintiese en la máxima

confianza y seguridad.

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Como curiosidad diremos que este tipo de calzado aún es usado por el

Romano Pontífice, como signo de su vinculación al Imperio Romano y a su

prestigio.

Las botas

Existen dos modelos de botas, los botines bajos cerrados por cordones y

las botas de cañas altas que ascendían. Es difícil designar estos diferentes

modelos en función de las antiguas denominaciones, pero su uso está definido

por los pasajes literarios que las asocian a la caza, a los trabajos del campo y a

la equitación. La arqueología ha descubierto pedazos de botas de caballeros

pero todavía no las botinas de piel, llevadas en invierno, los perones de

Juvenal.

Los perones

La bota, llamada en griego endromis, fue llamada por los latinos, pero;

era un calzado que subía hasta media pantorrilla o hasta la rodilla, lo llevaban

los caballeros, equites, y los cazadores. Juvenal, alabando los méritos del

trabajo de la tierra (Saturae 14.185-187), indica que los agricultores calzan los

perones, botas adaptadas, como las prendas de piel doble, a los fríos más

rudos.

“Nil vetitum fecisse volet quem non pudet alto per glaciem perone tegi,

qui summovet euros pellibus inversis…” [No tendrá la voluntad de no hacer

nada prohibido aquél que no se enrojece a punto de andar sobre el hielo

calzado de altas botas y quien afronta el cierzo bajo las pieles invertidas…

Perones reconstruidos

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Las sculponeae

La palabra sculponeae designa a los calzados de suela de madera. Su

etimología la relaciona a sculpere, esculpir (probablemente en la madera).

Algunos mosaicos y bajorrelieves hallados en las termas muestran zuecos de

este tipo, que se usaron para caminar sobre los suelos ardientes de pavimento

caliente. Sobre un bajorrelieve que representa un mercader, se puede ver

sobre un mismo escaparate de frascos de perfume (a menudo usado en las

termas) junto a estos zapatos. Una estatuilla de bronce muestra un aguador

calzado con sandalias de suela de madera.

Los yacimientos romanos aportan a menudo suelas hechas en una pieza

de madera tallada cuya correspondencia podrían ser las sculponeae.

Su técnica de fabricación era sencilla: una suela de madera que

presenta un talón y una banda en relieve a nivel de planta del pie, sobre la que

se ha clavado una cincha de cuero en la que suelen quedar solamente los

remaches o los clavos. Se pueden individualizar dos tipos: un primer grupo

comprende los modelos de tacones rectangulares, un segundo aquéllos de

tacones triangulares. Esta diferencia no parece atribuible a una evolución

cronológica.

Como hemos visto más arriba, estos zuecos parecen haber sido llevados

principalmente en las termas, pero algunos de estas suelas de madera pueden

corresponder a zuecos usados todavía por los campesinos en sus

desplazamientos por terrenos embarrados.

En la literatura, las sculponeae son de gruesas suelas, Plauto (Casina

2.393) habla de ellas en oposición al calzado ligero que son las soleae. Catón,

en el siglo II a.C. sugiere dar a los esclavos de las villae un par cada dos años

(Agri. 59) y recomienda comprarlas en Roma (Agri. 1351). En los dos textos, se

trata sobre los calzados bastos; se traduce generalmente la palabra por zueco,

o zueco de suelas de madera sobre as cuales se claveteaba probablemente las

correas de cuero, o a veces, piezas de tejido, lo ataba al pie haciéndose para

las bandas de cuero o tejido.

En el siglo I a.C. las sculponeae se llevaban en los campos: “dum in agro

studiosius ruror, aspicio Triptolemum sculponeatum tum bigas sequi cornutas”

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[mientras, lleno de actividad, trabajo el agro en la campiña, veo un Triptolemo

con sculponeae seguir una yunta con dos bestias cornudas] (Varrón, Saturae

Menipaeae.)

Otros zapatos, los coturnos, también con suelas de madera se

usaban sobretodo en el teatro. Tal y como se mofa Horacio de un actor con sus

coturnos: “…con qué estilo más desgarbado pisan sus zuecos los

escenarios…” (Hor. Epist. 2.1.174.453).

Las fuentes antiguas nos relatan que la actividad teatral no era muy

noble, pero los actores divertían a la plebs frumentaria, aunque todo aquel

ciudadano que se subía a los escenarios era desposeído de sus derechos –

menos Nerón-. Se da el caso de que el propio Augusto usaba coturnos para

parecer más alto de lo en realidad era.

Los socci

La etimología de soccus, cuya identificación es incierta, parece que era

un modelo totalmente cerrado, que se fijaba con la ayuda de lazos, como deja

entender un pasaje de Horacio: “… con el borceguí mal atado (non adstricto

socco), corta sobre las planchas” (Horacio, Epistulae 2.1.174).

Otro texto sin embargo, más tardío, del siglo VII, dice lo contrario que se

trata de zapatos que suben como las botas, “socci non ligantur sed tantum,

intromittuntur”, [los socci no se atan sino que se hace entrar] (Isidoro de Sevilla,

Origines 19.12.)

Un texto de Cicerón designa el soccus como un atributo de los hombres

de condición modesta. Publio Rutilio Rufo, un personaje de rango consular, se

disfraza para escapar de Mitridates dejando la toga, símbolo de su status, se

calza los socci y se viste un pallium, manto o vestimenta amplia de lana de

origen griego (consularis homo soccos habuit et pallium. [el hombre consular

tiene socci y palio] Pro C. Rabirio 10.27). Como el orador no conoció

seguramente el modelo preciso de zapato con el cual, cuarenta años antes,

Rutilio había conseguido huir, su uso del término soccus es significativo: en el

espíritu del público debía evocar inmediatamente un calzado bien barato.

Plinio describe el modelo como un zapato de casa del que una forma

particular, soccus muliebus, era llevado por las mujeres (H. N.- 37.6.17).

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Calígula, que se disfrazaba de mujer, se exhibía con socci decorados

con perlas. El texto menciona cuatro nombres diferentes de calzados indicando

claramente que se trata de tipos diferentes. Tal como cuenta Suetonio:

Siempre utilizó vestidos, calzados y prendas que no eran propias de un

romano y de un ciudadano, y ni siquiera de un varón o de un ser humano…

unas veces con crépidas o coturnos, otras con sandalias de escuchas (caligae

speculatoriae), y en alguna ocasión con borceguíes de mujer;…” (Caligula 52)

Las soleae

Las sandalias eran corrientemente llamadas soleae, y, a veces,

sandalium o crepida, dos palabras griegas latinizadas, la primera mención de

sandalion se remonta a Herodoto (2.91). Estas palabras tenían un significado

genérico, al menos durante los dos primeros siglos de nuestra era pues,

designaban en efecto, todo zapato de concepción simple, formado por una

suela, dejando el dorso del pie totalmente libre, y solamente mantenido por

algunos cordones redondos. El texto de Aulo Gelio citado más arriba precisa:

“…porque todo calzado que no protege más que la planta del pie, deja el

resto desnudo y se sujeta con cordones, se ha llamado soleae, y algunas veces

con el nombre griego de crepidulae….”

El término griego de crepides era usado a menudo. En el libro de

Suetonio sobre Calígula, el autor precisa que el emperador llevaba algunas

veces las crepides aunque no era conveniente por su rango, como se ha

mostrado arriba.

La sandalia era de los zapatos de descanso, llevadas sobretodo en

casa. Terencio los presenta como unos zapatos típicamente femeninos

(Terencio Eunuchus 1028). En una de sus Sátiras Menipeas, Varrón crea el

nombre de Chrysosandalos (el hombre de las sandalias de oro) para designar

el tipo propio del personaje opulento, artificial y afeminado “a la griega” que en

el final de la República se vio multiplicar en Roma (Sat. Men. 432). El término

hace referencia a las sandalias que presentan ornamentos y clavos de oro,

para quien era el culmen de la prodigalidad: Hagnon de Teos, lugarteniente de

Alejandro Magno, llevaba las sandalias con clavos de plata según Plutarco

(Alex. 40), de oro según Plinio (H.N. 33.50) y los soldados del ejército de

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Antioco habrían llevado las crepidae claveteadas con oro (Valerio Máximo 11.1,

Ext. 4).

Las taurinae

En la jerarquía de los precios del Edicto de Diocleciano, las soleae

forman la categoría inferior: un par de sandalias de una sola suela, designadas

bajo el término de taurinae, pues estaban confeccionadas con piel de toro, se

vendía a 30 denarios a inicios de siglo IV, o sea, cinco veces menos que un par

de calcei (Edict. Diocl. 9.15 y 16). Las taurinae lanatae, más que calzados

cerrados dobles de lana, podrían corresponder a sandalias en las que la parte

superior ha sido confeccionada con tejido, como mostramos.

Asombra que doscientos años más tarde, la dote de Germinia Lanuarilla,

hija de un rico propietario del sur de África en época vándala, tenga incluso un

par de taurinae relativamente costoso. Este texto es importante para

comprender la evolución de ciertos nombres de zapatos al hilo de la Historia.

Puede interrogarse en efecto si el término taurinae designa el mismo tipo de

calzado que era descrito en el Edicto de los precios. El contrato, fechado el 17

de septiembre de 493, atañe una dote que representa en total 12000 “hojas” de

plata, o sea, el equivalente de 750 olivos, cultivo principal de esta región

esteparia. Entre los objetos, se encuentra una dalmática (pieza de tejido de

lujo) valorada en 2000 “hojas”, las taurinae valen 150 “hojas” (o sea, alrededor

de nueve olivos), valor importante sacando otro lote, compuesto por soleae,

calci, vervinae (diversos tipos de calzados en cuero de carnero), así que un

telar, se estimaba por la suma alzada equivalente a 150 “hojas”.

Los descubrimientos arqueológicos de calzados romanos

La abundancia de los modelos, de las formas de la fabricación, de la

decoración, haciendo oficial la atribución de tal o cual objeto arqueológico, a

menudo mal conservado, a un tipo muy definido. El Edicto de Diocleciano

indica tres clases para los zapatos: la categoría De caligis que parece agrupar

los modelos de cordaje (caligae, calcei, campagi), las sandalias (gallicae), los

zapatos cerrados (socci). La presencia de las taurinae en dos categorías,

aquella de soleis, sandalias, y otra de soccis, muestra hasta qué punto la

determinación de un modelo es aleatoria. Por otra, esta clasificación no se

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puede aplicar al periodo correspondiente a la redacción del texto, inicios del

siglo IV.

Para evitar el riesgo de designar los objetos arqueológicos con una

palabra inadecuada, se han distribuido entre cinco familias según el método de

fabricación:

1.- Los zapatos cerrados a piezas representan el grupo más

diversificado y más complejo. Son hechos con numerosas piezas de cuero

ensambladas con o sin sistema de correas. Se puede tratar de zapatos de

buena calidad, como los calcei, de modelos más modestos, como algunos

socci o de zapatillas militares, los campagi, del que se ignora la forma exacta y

las eventuales variantes regionales.

2.- Los zapatos de bordes que suben incluyen las caligae o las

karbatinai. Su modo de fabricación permite identificarlos fácilmente: están

confeccionadas en una sola pieza de cuero en la que los lados eran recortados

para dejar los agujeros que se situarían sobre el pie para anudarlo con los

cordones. Hemos vistos que los textos las describen como los modelos usados

para la marcha y el trabajo en el campo para los trabajadores, los campesinos

o los soldados. Los gallicae podrían entrar en esta categoría, pero su aspecto

nos es desconocido.

3.- Las sandalias y los zapatos ligeros, soleae y crepidae estaban

formadas por una o más suelas sobre las que estaban cosidas algunas correas

de fijación.

4.- Los zuecos con suelas de madera.

5.- Las botas.

Los zapatos a piezas

Las formas varían con el tiempo, los zapatos de esta primera categoría

son los más difíciles de individualizar. Se puede intentar una clasificación en

función del sistema de cerramiento, tres modelos parecen llevados

corrientemente:

Los zapatos con el empeine cerrado sobre el cuello del pie con un

sistema de fijación sobe el tobillo.

Los zapatos con sistemas de atado sobre el cuello del pie.

Los zapatos con sistemas de atado dejando libre el cuello del pie.

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La palabra socci podría designar a los zapatos cerrados, los campagi de

los modelos en partes abiertas sobre el cuello del pie, mientras que los calcei

parecen haber llevado los cordones.

La forma, la calidad de los acabados y los sistemas de fijación de los

zapatos pueden cambiar de un modelo a otro, pero todos están compuestos

por muchas piezas de cuero ensambladas sobre una suela.

El lugar de Valkenburg (Países Bajos) ha dado un número importante de

fragmentos de calzados despedazados, suelas fundamentalmente; J.

Hoevenberg ha elegido una tipología detallada del ensamblaje de diversas

piezas.

Numerosos zapatos estaban claveteados. La implantación de clavos en

las suelas puede diseñar motivos, quizás símbolos cabalísticos o diseños

geométricos que permitiesen poder ser identificados por su propietario más

fácilmente.

En la mayoría de los casos, los clavos estaban clavados de forma

aleatoria. El claveteado de las suelas es particularmente frecuente en las

provincias del norte del Imperio y más raro en el Mediterráneo y en Oriente. Los

clavos facilitan la marcha por terrenos resbaladizos y ralentizan el uso de las

suelas, pero no eran tacos: los auténticos zapatos con tacos eran usados por

los montañeses para caminar por la nieve y sobe el hielo.

Los zapatos de empeine cerrado sin cordones

Los ejemplares que pueden ser clasificados en esta categoría son raros.

Se citan algunos hallados en un pecio de fines del siglo I a.C. en

Comacchio y otro proveniente de Portchester en Gran Bretaña. Este último,

datado en la primera mitad del siglo IV, difiere de los precedentes pues el

empeine no está compuesto por una sola pieza; el pie está ensartado en el

zapato que se ata por una atadura sobre el lado. Este zapato era llevado en las

calles, ya que se compartía con las suelas claveteadas.

Otros modelos de fabricación similar se han encontrado en Egipto, en los

fuertes romanos del desierto arábigo. En Antinoe, en el medio Egipto, los

zapatos de empeine cerrado y a piezas bajos están presentes en los niveles

del segundo tercio del siglo II d.C. al fin del siglo IV.

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Resumiendo las características: el calzado enteramente cerrado pero no

ascendiente, realizado en un cuero delgado pero de fábrica poco fina, a

menudo unido por costuras bastas. El corte asimétrico de las suelas indica que

cada pie es distinto: los ejemplares egipcios tienen una ligera combadura en los

niveles de la cara interna del pie, mientras que los objetos encontrados en

Britania presentan un corte asimétrico a nivel de los dedos del pie.

El empeine está a veces confeccionado con la ayuda de una sola pieza

de cuero en forma dentada y cosida sobre la suela, la parte trasera se remonta

ligeramente sobre el talón (ejemplares italianos y egipcios). El empeine y el

cuarto trasero del talón se montan sobre numerosas suelas, dos como mínimo,

la más fina en el interior, la más gruesa en el exterior. A veces, otras suelas

intermedias aumentan la comodidad del zapato.

El zapato se ataba con una ligadura localizada sobre el lado externo del

pie, a la altura del tobillo. Se enfila gracias a un agujero a la altura del empeine

perpendicular a la suela, sobre el borde externo del pie. En Egipto, los

ejemplares asocian a la ligadura lateral una delgada banda de cuero que parte

del borde exterior del zapato para bajar sobre el borde interno.

Otros modelos presentan formas similares pero realizadas con más

cuidado. Son confeccionados en cueros finos, de pequeños rumiantes, en el

que el color es más sombrío, casi negro; las costuras son más delicadas y

están decorados con motivos impresos o incisos. Puede ser que se trate en

estos modelos de los calcei, que serían zapatos de los notables. Son

enteramente cerrados en el empeine, se cubre la unión del pie con la base del

tobillo o de los ojetes del zapato, simples o quizás dobles, permitiendo fijarlo

con ayuda de un cordón.

Los zapatos con empeine cerrado y atado

El zapato con empeine cerrado y atado sobre el cuello del pie se difundió

por todo el Imperio y podría corresponder al calceus de los textos. En

Occidente se encuentra sobretodo un modelo cerrado por un sistema de atado

sobre la práctica totalidad del pie, los pasantes de los cordones eran largos y a

menudo, decorados. Los modelos completos son raros, pero algunos

ejemplares han sido descubiertos en los niveles de fines del siglo I o de inicios

del siglo II en Vindolanda y en Bar Hill. Llevan decoración sobre el empeine,

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bien incisiones, bien recortados formando motivos calados, hallados

principalmente en los contextos militares romanos, estos zapatos debían

llevarse por los soldados.

Según C. van Driel-Murray, esta forma está muy representada en los

primeros niveles del castra de Vindolanda (siglo I d.C. ex. – II in.) pero

desaparecida después. Las caligae y este calzado de empeine cerrado,

característicos de época hadriánea, serían reemplazados por los tipos de

empeine abierto bajo Antonino Pío. Otros modelos pueden derivar de esta

forma de base: se encuentran, en efecto, calzados en los que el empeine,

cosido a nivel de los ojetes, se ata sobre el cuello del pie y en la base del

tobillo. Provienen de contextos tantos occidentales como orientales: niveles del

siglo II en Egipto o del siglo III in. en Vindolanda.

Los zapatos de empeine abierto

Al lado de los zapatos cerrados con o sin sistema de atado, existen

modelos en los que la principal característica es dejar visible el cuerpo del pie y

presentar ribetes festoneados provistos de tirantes en los ojetes sirviendo de

atadura. Podría tratarse del campagus pero hemos visto más arriba que no

está claramente definido en los textos.

Este zapato parece aparecer en los yacimientos occidentales hacia

finales del siglo I d.C. En la metrópolis de Martres-de-Veyre (Puy-de-Dôme),

una inhumación masculina de finales del siglo I o de inicios del II .C. contenía

un zapato derecho, bien conservado, a piezas y con el empeine abierto. De los

fragmentos atribuibles a este tipo habrían sido hallados en los fuertes del Muro

de Adriano, Birdoswald y Carlisle (Gran Bretaña). Los soldados que

estacionados a lo largo del Muro de Antonino durante la segunda mitad del

siglo II d. C.: ejemplares de los fuertes de Bar Hill y de Hardknott. Los modelos

cercanos provienen de niveles del siglo II e inicios del III de lugares de

Liberchies en Bélgica, de Welzheim, de Saalburg de Zwammerdam.

Algunos zapatos llevaban decoraciones y ornamentos. El corte

sofisticado de algunos empeines produce un efecto decorativo, por ejemplo, en

Bar Hill y en Hardknott. La difusión geográfica de estos zapatos alcanza el

Desierto Arábigo.

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La forma del cuero, de carnero o de cabra, indica que la mayoría no

eran calzados de marcha o de trabajo pero sobretodo de gala. Algunos

modelos de suelas claveteadas (campagi militares) podrían quizá servir en la

marcha, como un ejemplar del siglo II d.C. proveniente del Desierto Arábigo.

Las técnicas de fabricación son semejantes a las de los calzados

cerrados, las piezas estaban, primero, cosidas sobre una suela interior, luego el

ensamblaje estaba recubierto por una suela exterior de talla ligeramente más

grande. A veces, la comodidad se aumentaba intercalando finas capas de

cuero entre las suelas interna y externa. En los modelos habituales, las tiras de

fijación quedaban independientes del calzado. Otro tipo de calzado con

empeine abierto admitía al contrario de las correas integradas en las piezas

laterales y de piezas posteriores, ligeramente ascendientes, que envolvían el

pie como una bota. Se encuentran en los contextos occidentales del Bajo

Imperio, en Saalburg (Alemania), en Londres en el siglo II d.C., en Portchester

(Gran Bretaña) en el siglo IV. De los modelos ligeramente diferentes se han

descubierto en las sepulturas fechadas entre 130 y 390 d.C. en Antinoé

(Egipto). La variedad de tallas indica que eran llevadas por hombres, mujeres y

niños.

Las sandalias

Las sandalias que dejan el pie desnudo son los calzados más frecuentes

en las regiones de clima templado o de calor, así son poco corrientes en

Europa septentrional: Las soleae son abundantes en los lugares de Oriente

Medio. En los fuertes del desierto oriental de Egipto (Crocolilópolis,

Maximianon, Didymoi), representan entre el 40 y el 70% de la totalidad de los

objetos del repertorio. El contraste es neto con Occidente, en el vicus de

Valkenburg, forman del 10 al 14% de los zapatos, pero alguna ha sido

descubierta en un fuerte vecino. Lo mismo pasa en Saalburg (10%), en

Zwammerdam (10%), en Bar Hill (1%). Sobre 7% en otros sitios de Alemania y

Holanda, el 9% de los zapatos solamente son sandalias (J. Hoevenberg).

Características generales

Para estos zapatos rústicos, las suelas y las fijaciones estaban

generalmente realizados en cueros de bovinos, pero las calidades varían:

algunas sandalias están fabricadas en cueros finos, otras en pieles no curtidas

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o habiendo conservado su pelo, las suelas están entonces unidas cara contra

cara. En Egipto, se llega a algunas que son confeccionadas con piel de

dromedario.

En algunos casos, las sandalias son cortadas en una sola pieza de

cuero, pero, en general, se abarcan al menos dos suelas. Las tiras del talón

son cosidas entre dos suelas y resaltan por los agujeros paralelos en la suela

interna o por los bordes. Una tira central se fija a la punta por una costura sobre

la suela interna o entre las dos suelas. Están atestiguados muchos modos de

fijación.

Las sandalias son corrientes en la Cueva de las Cartas de En Gedi en

Israel, en los fuertes del desierto arábigo y en los sepulcros de los habitantes

de Antinoé, en el segundo tercio del siglo II y el final del siglo IV d.C. Existen

asimismo, modelos para niños, concebidos según los principios de los adultos.

Otras sandalias más sofisticadas se asocian a las tiras que pasan entre

los dedos del pie, una pieza trasera, permitiendo una mejor sujeción en el

tobillo: las excavaciones del Mons Claudianus nos han dado un ejemplo. Este

modelo está atestiguado en Occidente: un zapato en el que la pieza trasera

compuesta de tiras decoradas.

A pesar de una cierta variedad de las formas e suelas y de métodos de

atado al pie, todos estos modelos están fabricados según el mismo principio. El

zapato comprende una o más suelas, a menudo, recortadas en una sola pieza

de un cuero grueso de 3 a 4 mm. de espesor. Las suelas estaban cosidas con

la ayuda de una ligadura de cuero, con puntos apretados dispuestos a un

centímetro del borde aproximadamente. De las costuras suplementarias

transversales o paralelas en sentido de la suela refuerzan a veces, el aspecto

de la unión.

Algunas sandalias recibieron los clavos cubriendo la cara externa de la

suela, pero no sirven a la unión de las suelas entre ellas. En Occidente, las

soleae están raramente claveteadas, cuando los zapatos cerrados y

claveteados son muy mayoritarios. Este hecho extraño se explica por el uso de

las sandalias que se llevaban durante el verano en el interior de las

habitaciones. Para estos dos usos, no era necesario clavetear las suelas. Por

otra puerta, las sandalias estaban entre los zapatos, las menos caras, el

claveteado habría subido el precio de coste y de venta.

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Las sandalias claveteadas cuentan generalmente con cuatro a cinco

suelas de cuero de un espesor de 3 a 4 mm. de media. Los clavos están

dispuestos bien de forma aleatoria, bien en líneas concéntricas desde el

exterior al interior de la suela. De un diámetro medio de 7 mm. y de una

longitud de 4 mm. aproximadamente, los clavos son clavados en la última

suela, y su punta está vuelta sobre la cara interna de la suela. Entre la suela

exterior y aquélla en contacto con el pie, se añade a veces, espesores de

cueros suplementarios (dos o tres según las sandalias) para aumentar la

comodidad y evitar la molestia ocasionada por los clavos.

La decoración

Algunas sandalias están decoradas, a veces geométricamente, otras

figuradamente. Estas marcas son aplicadas por punción, a menudo sin orden

sobre la parte interna de la suela, unas veces por el artesano, otras por el

propietario. Las razones enunciadas para explicar este fenómeno son variadas:

identificación de una sandalia fabricada por un zapatero reputado, necesidad

de marcas de propiedad, en los baños, por ejemplo.

Las marcas de zapateros sobre las suelas de las soleae llevan las

iniciales del artesano, esto hace suponer que algunos entre ellos habían

adquirido una fama suficiente para que le pareciese útil realizar su marca de

fábrica.

La datación

A pesar de una gran simplicidad de concepción, existen numerosas

variantes y se revela una evolución de los modelos caracterizada por un

alargamiento de la parte anterior de la suela a lo largo del siglo III.

De finales del siglo I d.C. hasta mediados del siglo II, las suelas

conservan una forma anatómica, recogiendo esquemáticamente el diseño de

los dedos del pie y del talón. De tales modelos se han hallado en las lagunas

de Comacchio (Valle Ponti, Italia) fechados a inicios del periodo augústeo. En

los niveles de inicios del siglo II del castra de Vindolanda, un zapato femenino,

elegante y decorado con elementos florales, lleva la marca del zapatero L.

Aebertius Thales; debió ser confeccionado para una persona de calidad, podría

tratarse de una dama de oficial. En la mayoría de los casos, la forma anatómica

se reduce a un recorte más pronunciado del dedo gordo, por ejemplo, en

Valkenburg o en los fuertes de Egipto.

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Otros modelos, más raros, adoptan las formas y los modos de fijación

diferentes: una sandalia de niño o de adolescente descubierta en una laguna

del puerto de Claudio en Ostia y fechada en los siglos III y IV d.C. presenta en

su punta un saliente que se ajusta sobre los dedos.

A partir de la segunda mitad del siglo II d.C., en la Galia y en Britania, la

forma de las suelas evoluciona: su extremo deviene ampliamente cuadrado y a

lo largo del siglo III, se ensancha. En Valkenburg, en los niveles del siglo II,

estos nuevos modelos se asocian a los de las suelas anatómicas. En Saint

Magnus House, en Londres, los niveles están fechados a finales del siglo II y

siglo III, las suelas en forma de espátula dominan, pero los modelos

anatómicos no son totalmente eliminados. La tendencia general es marcada

por un alargamiento progresivo de la parte delantera de la sandalia.

Las sandalias del Próximo Oriente

Los modelos de sandalias usadas en la parte oriental del Imperio no

presentan esta evolución. Las formas tradicionales persisten y se notan ciertas

particularidades: las suelas y las sujeciones están recortadas en una sola pieza

de cuero. Una sujeción de algunos centímetros de longitud (de 5 a 8 cm.

aproximadamente) se fija al agujero central a la altura del dedo gordo. Su

extremidad se perforaba para dejar pasar el cordón que pasaba sobre el cuello

del pie y que se sujetaba con los ojales practicados en dos apéndices situados

de una parte a otra del talón. Otro modelo presenta las correas largas y planas

dividiéndose en dos a la altura del cuello del pie y manteniéndose por un nudo

en un orificio situado en el centro de la parte anterior de la suela. Este nudo no

es visible más que en la cara externa de la suela. La suela, formada por una

sola pieza comprende las ataduras del talón, se corta en un cuero grueso. (4

mm de espesor como media). Algunos ejemplares comprenden dos suelas

superpuestas, pero ninguna claveteada. Cuando numerosos espesores de

cuero son ensamblados, las costuras periféricas, realizadas con una atadura de

cuero, se localizan a 1.5 – 2 cm. del borde. A veces, las costuras transversales,

con puntos largos, consolida la unión.

En Egipto, estos modelos de sandalia tienen un origen antiguo,

remontándose a la época faraónica durante la cual habían sido realizadas

quizás con hojas de palmera o papiro. La versión en cuero, atestiguada

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después del Nuevo Imperio como mínimo, seguramente se usó hasta el siglo III

d.C., pues se ha hallado frecuentemente en los fuertes del desierto oriental.

Las escenas que muestran a los zapateros confeccionando este tipo de soleae

son de tumbas de la XVIII dinastía (1552-1306 a.C.).

El modelo subsistió sin cambios hasta época romana, durante la cual

empiezan a aparecer algunas variantes. En los fuertes del desierto de Coptos,

la panoplia de las formas es variada. Se distinguen dos grupos de soleae, los

que siguen la tradición egipcia, con suela y ataduras recortadas en una sola

pieza de cuero y aquéllas que las ataduras son cosidas a la suela. Éstas

últimas están atestiguadas en el Mons Claudianus, en Antinoé y en la Cueva de

las Cartas de En Gedi (Israel).

Algunas sandalias tienen una forma general cuadrangular, la parte

anterior en particular, poseyendo dos orificios para la fijación de las correas

entre los dedos. Estas correas se cruzaban sobre el cuello del pie y pasaban

los nudos al nivel de los talones para luego ser atadas alrededor del tobillo.

Esta forma presenta una particularidad que la hace formar parte de algunos

calzados cerrados, no tiene una suela pensada para el pie izquierdo o el pie

derecho diferenciándose de las sandalias de los dos primeros modelos. Esta

característica es el resultado del modo de fijación de las correas de sujeción,

fijadas en dos trozos simétricos; de esta forma, pueden adaptarse a ambos

pies.

Los calzados extraordinarios: Los calzados del Emperador

Finalmente podríamos ilustrar un poco los calzados más preciosos, más

valiosos y más extraordinarios que se confeccionaban, son por supuesto los del

Emperador, aquellos fabricados con metales preciosos, con las más ricas

gemas, telas riquísimas y teñidos de los más costosos tintes.

Elio Lampridio en Historia Augusta Vida de Alejandro Severo, 4, 2 nos

dice que el Emperador “abolió del calzado y de las vestiduras las gemas de las

que había hecho uso Heliogábalo”.

Haciendo referencia en lo anterior a la Vida de Antonino Heliogábalo, 23,

4 nos describe lo siguiente: “…Llevaba gemas incluso en los zapatos, y

además decoradas con incisiones; lo que suscitaba la risa general: casi se

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podían notar las incisiones de artistas famosos en las gemas que tenía

engarzadas en los pies…”

Trebelio Polión en el mismo compendio nos relata en Vida de Galieno II,

16, 4: “…usaba para atar los zapatos, correas decoradas con gemas, mientras

llamaba los botines con cordones de red…”

Y el mismo autor en la Vida de Claudio II el Gótico, 17, 6 inventaría su

armario con: “…tres pares de calzados párticos sacados de nuestra provisión

personal…”

Conclusión

A lo largo del trabajo hemos intentado establecer una correlación entre

los distintos tipos de calzado y su adecuación, conforme a las modas, a los

distintos ámbitos de la vida diaria, de los romanos, su forma de ver lo que

consideraban correcto o reprochable a sus estadistas, los usos comunes

impuestos por el quehacer cotidiano de ciertos trabajos, los materiales y

técnicas en la confección de los calzados.

Hemos querido mostrar con palabras propias de los antiguos romanos,

con los actuales hallazgos arqueológicos y las modernas reconstrucciones,

cómo se veían a sí mismos, los romanos, cómo aseguraban su propio pie

aquellos que habían hecho del Mundo, su tierra patria.

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BIBLIOGRAFÍA

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