Trabajo social y la dinámica del capitalismo. Elizabete Mota 08
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La dinámica del capitalismo contemporáneo, la cuestión social y el trabajo social latinoamericano.
Ana Elizabete Mota€
RESUMEN
El objetivo de mi ponencia es tratar del movimiento del capitalismo contemporáneo y discutir las posibilida-des y los límites de adoptar el desarrollo social y territorial como opción política que fundamente y materiali -ce la principal estrategia de enfrentamiento de las desigualdades sociales contemporáneas en la América Lati -na. El contraste entre el pauperismo y el crecimiento vertiginoso de las riquezas en todo el mundo es prueba de que las conquistas civilizadoras y el progreso alcanzado con el desarrollo de la ciencia y de los nuevos mo -dos de vida se dieron con el concomitante empobrecimiento de los trabajadores. Los que viven del trabajo pa-saron a confrontarse con el desempleo estructural y la crisis del trabajo asalariado; el desmonte del estado, la supresión de derechos sociales y la fragmentación de las necesidades sociales de los trabajadores, transfor -mándolas en expresiones de cuestiones locales y regionales. Más que ajustes y prescripciones económicas lo que el nuevo capitalismo instala en el mundo es: 1) La redefinición de las bases de la economía-mundo a tra -vés de la restructuración productiva y de los cambios en el mundo del trabajo; 2) La ofensiva ideopolítica ne-cesaria a la construcción de la hegemonía del gran capital, evidenciando el surgimiento de un nuevo imperia-lismo y de una nueva fase del capitalismo, marcada por la acumulación por expoliación con predominio ren-tista. Es necesario tener claridad de que los mecanismos de enfrentamiento y superación de las desigualdades sociales deben ser considerados en dos dimensiones: 1) la que apunta al enfrentamiento a través de la lucha por la emancipación política –campo de los derechos, del acceso universal a las políticas sociales, del recono -cimiento público y civil de la condición del ciudadano, aunque en los marcos del orden establecido y que exi -ge la refundación del estado nacional y republicano; 2) la que vislumbra la superación de este orden, a través de la búsqueda por la emancipación humana de los pueblos, cuya estrategia puede ser la internacionalización de las luchas de los trabajadores. Es en este ambiente que están colocados los desafíos de la gestión del desa-rrollo, como un proceso que puede incidir inmediatamente en la mejoría de las condiciones de vida de la po-blación, pero concientes de que en el marco de la dinámica social capitalista tal proceso no supera su condi -ción reproductiva. Al trabajo social latinoamericano le cabe transformar su producción de conocimiento y su práctica en trincheras por la defensa estratégica de la emancipación política (campo de ejercicio de los dere-chos), sin perder de vista el proyecto de emancipación humana de todos los pueblos.
Comenzaré mi exposición haciendo dos referencias que considero fundamentales para el
tratamiento del tema de mi exposición sobre dinámicas sociales y gestión del desarrollo: la
primera, de orden metodológico, inspirada en el pensamiento marxiano –de que si la apa-
riencia y la esencia de los fenómenos coincidiesen toda la ciencia sería innecesaria; y la
otra, que trata del papel del sujeto de conocimiento, como son los trabajadores sociales y
las trabajadoras sociales: que es necesario conocer la realidad con el optimismo de la volun-
tad y el pesimismo de la razón.
Siguiendo el primer postulado metodológico, discutiré sobre las dinámicas sociales y la
gestión del desarrollo desde una perspectiva de totalidad social, la única que me ha permiti-
€ Doctora en Servicio Social; profesora titular de la Universidad Federal de Pernambuco; Presidenta de la Asociación Latinoamericana de Enseñaza e Investigación en Trabajo Social; bmota @ elo gi ca . com.br
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do pensar cualquier contexto social a partir de los movimientos de la economía (los modos
de organización de la producción material) de los procesos de reproducción de las relacio-
nes sociales de producción, encarnados en las instituciones, los valores, ideologías, modos
de vivir y pensar, y las esferas política, cultural y de la subjetividad que definen, en el siglo
XXI, las acciones del estado, de las clases sociales y del gran capital y sus organizaciones.
Para hacer esta ponencia voy a tratar inicialmente del movimiento del capitalismo contem-
poráneo y después discutiré sobre las posibilidades y los límites de adoptar el desarrollo so-
cial y territorial como opción política que fundamente y materialice la principal estrategia
de enfrentamiento de las desigualdades sociales contemporáneas en la América Latina.
Las iniciativas económicas y decisiones políticas que marcan al capitalismo contemporá-
neo dan cuenta de dos grandes mecanismos mundialmente existentes: las iniciativas globa-
les para la restauración de la dinámica de la acumulación, a partir de final de los años seten-
ta del siglo veinte, marcadas por la restructuración mundial de la producción, por la agresi-
vidad de la burguesía financiera transnacional y por la situación de las clases que “viven de
su trabajo” (Antunes, 1999).
No hay duda de que las condiciones de vida y trabajo de millones de personas que viven al
margen de la producción y del usufructo de la riqueza socialmente producida, son revelado-
ras de que la desigualdad social es inherente al desarrollo del capitalismo y de sus fuerzas
productivas.
Más que nunca, el contraste entre el pauperismo y el crecimiento vertiginoso de las rique-
zas es asustador. El mundo contemporáneo observa la dimensión de las desigualdades so-
ciales cuando apenas el 20% de la población mundial detenta el 82,7% del conjunto de la
renta y los más pobres, 60% de la población mundial, dividen entre sí sólo el 5,6% de la ri-
queza producida por el conjunto del planeta. Esto prueba que las conquistas civilizadoras y
el progreso alcanzado en todo el mundo con el desarrollo de la ciencia y de los nuevos mo-
dos de vida se dieron con el concomitante empobrecimiento de los trabajadores. En Colom-
bia, según la CEPAL, 66% de la población es pobre.
En el transcurso de este desarrollo histórico, se debe destacar que, en oposición al comunis-
mo primitivo, cuando la producción de bienes necesarios para la vida estaba basada en la
división sexual del trabajo, en la propiedad colectiva de la tierra, de los instrumentos de tra-
bajo y en el usufructo colectivo de los productos del trabajo, la producción capitalista se ba-
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sa en la socialización del trabajo y en la privatización de la riqueza producida. Al tiempo
que se instituye el trabajador asalariado y el patronato, también se produce el fenómeno de
la miseria, responsable por el surgimiento de la pobreza como cuestión social (Netto, 2006).
Es una cuestión social no porque se limite a ser expresión de las carencias básicas de los
hombres y las mujeres, sino porque estos mediante sus luchas sociales politizaron sus nece-
sidades y carencias transformando la desatención de sus necesidades individuales en una
cuestión pública y colectiva, requiriendo que las mismas fueron reconocidas por las clases
dominantes y el estado por medio de la legislación social y del trabajo y por las políticas
sociales.
Ya en el siglo XIX estaba la raíz de la cuestión que vendría a desafiar al siglo veintiuno: la
innegable tendencia a la exclusión del proceso de producción y del acceso a los bienes ma-
teriales y culturales socialmente producidos. Una superpoblación relativa a lo que algunos
vienen llamando de nueva pobreza, término con el que estoy en desacuerdo. En verdad, po-
demos observar nuevas manifestaciones del fenómeno de la pobreza, pero su núcleo real y
central –el movimiento que genera los sobrantes del capitalismo- se presenta con la misma
lógica de los años iníciales del surgimiento del capitalismo.
La consolidación de los derechos sociales y de los trabajadores y la oferta de servicios so-
ciales públicos fueron responsables del reconocimiento de la necesidad de protección social
de los trabajadores, propiciando el surgimiento de ideologías que defendían la posibilidad
de compatibilizar capitalismo, bienestar y democracia como en los países centrales con la
expansión de la seguridad en la posguerra. Pero en la periferia mundial no se asistió a este
proceso, y la modernización y el desarrollismo fueron medios de integración de esos países
al orden económico mundial que viene a ocurrir en los años setenta del siglo pasado, cuan-
do los países subdesarrollados se transformaron en campo de absorción de inversiones pro-
ductivas.
En ese periodo el estado asumió el papel de inductor del desarrollo económico, en detri-
mento de lo social, propiciando una base productiva integrada a las necesidades de los oli-
gopolios internacionales y dando origen al endeudamiento externo para costear su expan-
sión. Esta situación perduró hasta los años ochenta, cuando el mundo capitalista daba indi-
cios del surgimiento de una crisis de acumulación, obligando a los países desarrollados a
redefinir sus estrategias de producción de la riqueza.
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La relación entre el centro desarrollado y la periferia, evidenció las condiciones desiguales
bajo las cuales este proceso se realizó. Sin embargo, la integración de los países periféricos
al orden económico mundial a partir de los anos ochenta –en el marco del Consenso de
Washington- resultó en nueva subordinación a los imperativos del pensamiento neoliberal,
en la retroacción de las políticas públicas de protección social, con profunda regresión en el
ejercicio de los derechos y en otros modos de explotación económica. Este escenario, que
se expande en el siglo XXI, operó una ampliación de la pobreza en la periferia.
Los que viven del trabajo pasaron a confrontarse con cuestiones que afectan severamente su
modo de ser y de vivir: el desempleo estructural y la crisis del trabajo asalariado (informali-
zación, precarización); el desmontaje del incipiente estado de bienestar y la supresión de
derechos sociales (las reformas neoliberales) la fragmentación de las necesidades sociales,
transformándolas en expresiones de cuestiones locales y regionales y la regresión en la or-
ganización política de los trabajadores.
La restauración capitalista (más allá de la restructuración productiva) implicó tanto en la
restructuración de los mecanismos de acumulación como en la redefinición de mecanismos
ideopolíticos necesarios a la formación de nuevos y más eficientes consensos hegemónicos.
Orquestada por la ofensiva neoliberal, la acción social del estado se retrae, al tiempo que
pulveriza los medios de atención a las necesidades sociales de los trabajadores entre las or-
ganizaciones privadas mercantiles y no mercantiles, limitando la responsabilidad social del
estado a la seguridad pública, a la política fiscal y a la atención de aquellos imposibilitados
de tener renta y trabajo. No es por acaso que en tal momento reaparece la idea del desarro-
llo local y territorial a la cual me referiré más adelante.
Si en el periodo expansivo del capitalismo (años setenta del siglo veinte), el estado mediaba
la acumulación capitalista con intervención social, hoy él delega a la sociedad civil y sus
organizaciones denominadas oenegés la responsabilidad de encontrar formas “creativas” de
inclusión social y desarrollo depositando en la solidaridad social, en el voluntarismo perso-
nal y empresarial y en las políticas focales de combate a la pobreza las únicas posibilidades
de intervención social. De igual forma, transforma aquellos que fueron los pilares de sus-
tentación de los sistemas mundiales de protección social en servicios mercantiles y nego-
cios, ocasión en que destituye los usuarios de servicios sociales públicos y colectivos de la
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condición de sujetos de derechos, transformándolos en genéricos ciudadanos consumidores
través de los procesos de privatización e de las parecerías entre el sector público e privado.
Más que ajustes y prescripciones económicas lo que el nuevo capitalismo instala en el mun-
do es la construcción de una hegemonía plasmada en la difusión de culturas y valores de
una determinada clase: la de los que acumulan riqueza y poder a costa del trabajo de millo-
nes de hombres y mujeres por todo el mundo.
Los años que siguen a la década de los ochenta del siglo pasado en un doble movimiento:
1. La redefinición de las bases de la economía-mundo a través de la reestructuración
productiva y de los cambios en el mundo del trabajo;
2. Y la ofensiva ideopolítica necesaria a la construcción de la hegemonía del gran capi-
tal, evidenciando el surgimiento de un nuevo imperialismo y de una nueva fase del
capitalismo, marcada por la acumulación por expoliación y por predominio rentista
(Harvey, 2004; Dumenil, Petras 2002; Levy, 2004) que oculta el papel del trabajo en
la producción de la riqueza.
En el nuevo imperialismo (Harvey, 2004), la hegemonía viene siendo ejercida por Estados
Unidos, a través del uso de estrategias que combinan coerción y consenso, ejerciendo una
especie de gobierno mundial que al sitiar la ideología de sus opositores, afirman su ideolo-
gía como universal.
En oposición a la acumulación expansiva que marcó la primera mitad del siglo XX, lo que
está en proceso de consolidación es la acumulación por expoliación –que quiebra la econo-
mía local, crean nuevos nichos productivos, en busca de mano de obra barata y de nuevos
mercados, bajo el comando de los países ricos, través de la apertura forzada de mercados
productores y consumidores mediante presiones ejercidas por el FMI o la OMC y de las
más o menos 750 corporaciones empresariales existentes en el mundo.
Este proceso va desde patentar las investigaciones genéticas, pasando por la mercantiliza-
ción de la naturaleza a través del derecho de contaminar, hasta la privatización de bienes
públicos y la transformación de servicios sociales en negocios, como viene ocurriendo con
la salud, la seguridad social y la educación, así como la instalación de fábricas y la subcon-
tratación de empresas locales por medio del desplazamiento de la producción de las matri-
ces. También implica degradación del medio ambiente con el crecimiento de la industria de
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los desechables y con la producción de mercancías con obsolescencia programada, creando
una sociedad de basuras.
La mercantilización de la esfera de la reproducción también es uno de los nuevos signos de
esta fase actual y repercute en dos aspectos:
1. La expropiación y mercantilización de actividades domésticas y privadas no mercantiles
(alimentación, cuidados con hijos, cuidadores sociales, por ejemplo);
2. La superexplotación de las familias, particularmente de las mujeres, en los países peri-
féricos que, asumen como parte de sus actividades domésticas, un conjunto de trabajos
que deberían ser de responsabilidad pública y estatal.
También en el ámbito del trabajo hay cambios sustantivos, sea reditando antiguas formas de
trabajo como las de unidad, a domicilio, etc.; sea instituyendo nuevos procesos de trabajo,
externalizando y desterritorializando parte del ciclo productivo o construyendo nuevos mo-
dos de cooperación, donde se incluyen y se ajustan en un mismo proceso productivo, activi-
dades que implican altas tecnologías, superespecialización y precarización absoluta.
Son ejemplos la industria de confección de Medellín, con el crecimiento de las maquilas, o
las facções en el Brasil que producen para las grandes tiendas como C & A, Zara, Carre-
four, Macro, Wall Mart, etc., cuyo lucro es de la cadena comercial y no de los países donde
se realizan las ventas. También redefinen procesos en que la preservación del medio am-
biente y la producción socialmente responsable significa transferir de los países ricos para
los periféricos, trabajo sucio y precario.
Trátase de un proceso de superacumulación o sea, de la creación de nuevas oportunidades
de acumulación de riquezas, lo que ha requerido renovados modos de organización espacial
y de expansión geográfica, puesto que es imperativa para el proceso de globalización la su-
peración de las barreras espaciales, determinando otra división territorial del trabajo. Para
sobrevivir es preciso crear otros espacios para la acumulación. El desarrollo del capitalismo
en nuevas regiones es una necesidad para su sobrevivencia. Las nuevas regiones –como es
el caso de algunos países de América Latina, África y del este europeo- son campos de ab-
sorción de inversiones de capitales superacumulados de los países centrales. Sin duda crean
empleos, pero precarios y sin protección social.
El paisaje criado por el capitalismo en las ciudades muestra las contradicciones y la dinámi-
ca de este proceso: yo he visto el edificio de una antigua industria de confección de ropas
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en Medellín que tiene una escultura de un telar en la cubierta y que me han dicho esta cerra-
da y al mismo tiempo la construcción de un modernísimo centro tecnológico cerca el jardín
botánico. Es la dialéctica de la destrucción-construcción del espacio.
Estos cambios, mediados por el uso de nuevas tecnologías redimensionan las dimensiones
de tiempo, espacio y territorio también conviven con el crecimiento del desempleo y con
situaciones de pobreza, reditando –a pesar de las nuevas configuraciones- el crecimiento de
una población superflua, de inútiles para la producción capitalista, pero no para el consumo
–como comprueban los que reciben subsidios de los programas focales de transferencia de
renta- y que comúnmente son llamados de excluidos. Es la combinación de poderosos cam-
bios tecnológicos e movilidad geográfica del capital.
La ofensiva para asegurar la reproducción de este proceso pasa:
Por la reforma del estado (para obtener consentimiento subjetivo de los que integran la
clase trabajadora y que es político pero no se presenta así, configurando lo proceso de
pasivisación de las ideas e posiciones de las clases subalternas);
Por la redefinición de estrategias que deben ser formadoras de nuevas culturas y socia-
bilidad, imprescindibles a la formación de los consensos necesarios a la reproducción
de esta orden. Realmente, está en gestación una reforma social y moral que procura es-
tablecer nuevos pactos y consensos en la atención de las necesidades sociales sin rom-
per con la lógica de la acumulación y de la racionalidad del lucro.
Una de las estrategias de lo que se mencionó anteriormente, es la defensa del desarrollo re-
gional y local, considerado como instrumento de superación de las desigualdades, desde el
argumento de la autosustentabilidad, aliada a la construcción de relaciones locales autóno-
mas, marcadas por identidades y formas de solidaridad que alimentan la idea del desarrollo
regional.
Además de esto, las relaciones locales son consideradas como comunitarias y solidarias, di-
fundiendo la concepción de que forman una identidad asociativa y cooperativa. Se observan
también formas de despolitización de las acciones colectivas, que pasan a ser reconocidas
como formas de empoderamiento. Preguntamos: ¿empoderamiento de quién, para qué?
No se niega que hay situaciones en que las personas tienen más poder personal, todavía esto
no significa construcción de poder colectivo, ni mucho menos de autonomía. Sin embargo
un concepto construido por la ONU en los años sesenta del siglo veinte y resignificado por
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el BM en 2000, cuando defiende el llamado desarrollo con equidad. La tesis es que se pue-
de crecer económicamente en el capitalismo con justicia social y oportunidades para todos.
Es ante este panorama que quiero reflexionar sobre el concepto de gestión del desarrollo.
La perspectiva que subyace a esa propuesta es la del desarrollo territorial como locus de las
políticas de desarrollo postuladas por la FAO y el BM, presentada como alternativa a las
concepciones tradicionales de desarrollo económico por enfocar el desarrollo social como
prueba las definiciones del IDH que incluyen los indicadores de renta per cápita, escolari-
dad y expectativa de vida.
Con rigor, los abordajes acerca del desarrollo pueden ser mapeados en torno de la moderni-
zación económica y del desarrollo humano y social integral, en perspectiva más amplia. Sin
embargo, es forzoso decir que las políticas orientadas al desarrollo, particularmente en los
países de la periferia del sistema económico mundial se han orientado por la perspectiva
economicista, como equivalente del crecimiento económico y no lograron efectos en el sen-
tido de enfrentar el hambre, la miseria, el analfabetismo, la violencia, la degradación moral
o el agotamiento de los recursos naturales.
Es más, lo que predomina en el momento es la concepción del desarrollo calificado como
autosostenible (Foladori, 2001 y 2005) y local y que supuestamente rompería con las condi-
cionalidades económicas. No más una consecuencia del desarrollo económico, pero como
otro modelo que puede convertirse en una estrategia de enfrentamiento de la cuestión so-
cial, como lo postula la Comisión para el Desarrollo Sostenible de la ONU. Defienden la
implementación de las metas del milenio a través de la conformación de un ciclo eficaz de
desarrollo sostenible constituido por inversiones inteligentes, responsabilidad social de las
empresas, generación de empleos, aumento de la renta de la población local, del recaudo de
impuestos, generación de riqueza y protección de la biodiversidad.
En esa formulación surgen dos otros conceptos: el de capital humano (potencialidad) y el
capital social (organización social de determinadas localidades que dan impulso al desa-
rrollo). Fortalecidos por los llamados nuevos movimientos sociales como los ambientalis-
tas, feministas, antiglobalización y contra el hambre mundial, tanto el ecodesarrollo como
el desarrollo sostenible tienen por premisa la idea de que la atención de las necesidades
puede realizarse sin comprometer la dinámica de la producción de la riqueza global. Como
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se fuera posible atender a las necesidades humanas y sociales independientes de las de la
acumulación.
Ante esto indago sobre la posibilidad de que esta propuesta conviva con la permeabilidad y
las tendencias inmanentes al proceso de mundialización del capital y a la paradoja entre ne-
cesidades globales y necesidades locales. Si lo local se constituye en el espacio de articula-
ción e implementación de las acciones orientadas al desarrollo social, su sustentabilidad no
estaría garantizada ante las necesidades del gran capital ¿Puede una comunidad de peque-
ños productores de manufacturas, como es el caso de la industria de confecciones o aque-
llos que viven de la agricultura familiar enfrentar la gran empresa agrícola y de minería, así
como, la ampliación de megaproyectos con inversiones extranjeras externas como es el ca-
so de los pequeños plantadores frente a las corporaciones que van a producir alcohol eta-
nol?
Si el desarrollo social fuera sólo una modalidad de enfrentamiento temporal y emergencial
de la pobreza, tal vez a corto y mediano plazo traería beneficios para las poblaciones po-
bres, pero si fuera una estrategia para su superación, ciertamente entrarían en choque con la
lógica territorial capitalista. Basta pensar que ante cualquier incertidumbre política los capi-
tales se alejan de la periferia. ¿Para qué sirve el riesgo país? Para alertar los inversionistas
internacionales y someter las decisiones de Estado a los intereses económicos transnaciona-
les. Es en esta dirección que pregunto ¿en qué condiciones el desarrollo social puede enca-
rar la lógica destructiva del capital?
Pienso que es posible defender un desarrollo territorial como concepto empírico e instru-
mental vinculado al planteamiento de políticas públicas y mercado por la decisiva interven-
ción del estado. Siendo el territorio espacio de disputas y conflictos de clase. En este senti-
do, el desarrollo territorial es espacio de disputas políticas y de construcción democrática,
siendo imprescindible la construcción de una esfera pública y colectiva, con relativa auto-
nomía en relación con los intereses del capital. Es espacio de lucha social y de resistencia
organizada contra la concepción liberal que defiende lo local como independiente y apenas
requiriendo del capital social –empresas, oenegés, sociedad civil, etc. es sinónimo de des-
centralización del estado.
Pero es necesario tener conciencia de los límites de esa propuesta que tiene el mérito de
movilizar los movimientos sociales para resistir a la ofensiva capitalista y modificar la rela-
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ción de fuerzas actuales para enfrentar la desigualdad social; pero no significa la erradica-
ción de la pobreza y la desigualdad. Solamente la construcción de otra sociedad, basada en
el pleno desarrollo humano puede liberar política y humanamente a hombres y mujeres del
camino de la explotación. Y esto sólo será posible con la construcción de otra sociedad que
supere al capitalismo.
Al tiempo en que el proceso de mundialización consigue articular y juntar los capitales de
todas las partes del mundo, fragmenta las identidades y necesidades de aquellos que viven
de su trabajo. Razón por la cual es necesario construir interfaces con el movimiento de la
antiglobalización -anticapitalista y antimperialista- con destaque para la tensión entre lo
global y lo local, en una perspectiva critica, como la única forma de revertir el proceso so-
cial en curso.
Esto no es una tarea exclusiva de los trabajadores sociales y las trabajadoras sociales; toda-
vía tenemos la obligación y compromiso éticopolítico, cada cual desde su lugar y país, de
conocer críticamente este proceso. Es necesario tener claridad de que mecanismos de en-
frentamiento y superación de las desigualdades sociales deben ser considerados en dos di-
mensiones: 1) la que apunta para el enfrentamiento a través de la lucha por la emancipación
política –campo de los derechos, del acceso universal a las políticas sociales, del reconoci-
miento público y civil de la condición del ciudadano, aunque en los marcos del orden esta-
blecido e que exige la refundación de lo Estado nacional e republicano; 2) la que vislumbra
la superación de este orden, a través de la búsqueda por la emancipación humana de los
pueblos, cuya estrategia puede ser la internacionalización de las luchas de los trabajadores;.
Es en este ambiente que están colocados los desafíos de la gestión del desarrollo, como un
proceso que puede incidir inmediatamente en la mejoría de las condiciones de vida de la
población, pero conscientes de que en el marco de la dinámica social capitalista tal proceso
no supera su condición reproductiva. Al trabajo social latinoamericano le cabe transformar
su producción de conocimiento y su práctica en trincheras por la defensa estratégica de la
emancipación política (campo del ejercicio de los derechos), sin perder de vista el proyecto
de emancipación humana de todos los pueblos (campo de la libertad y superación del capi-
talismo).
Para esto es necesario estar atentos a las dinámicas sociales de la realidad –sus posibilida-
des y límites- sin abrir mano de la condición de profesionales críticos, formadores de cultu-
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ra y protagonistas de la construcción de una otra sociedad. Es al servicio de este propósito
que, desde mi punto de vista, deben colocarse los trabajadores sociales y las trabajadoras
sociales en todos los lugares del mundo.
Referencias Bibliográficas
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Antunes, Ricardo (Org., 2006), Riqueza e miséria do trabalho no brasil, Boitempo, São Paulo.
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Foladori, G.; Pierre, N. (2005), Sustentabilidad. Desacuerdos sobre el desarrollo sustentable, Universidad Autónoma de Zacatecas y Miguel Angel Porrúa, México.
Foladori, G. (2001), Limites do desenvolvimentismo sustentable, Editora Unicamp, São Paulo.
Harvey, David (1995), Condição pós-moderna, Loyola, São Paulo.
Harvey, David (2004), O Novo Imperialismo, Loyola, São Paulo.
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