Tratado de Los Tres Impostores

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(Moises,Jesucristo,Mahoma)

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  • de la introduccin: Juan Pedro Garca del Campo de la traduccin: Juan Pedro Garca del Campo y Jess Carmena Martnez de la presente edicin (diciembre, 2006): tierradenadie ediciones, S.L.

    imagen de portada: Natividad Salguero diseo y maqueta: tierradenadie ediciones, S.L.

    ISBN: 84-932873-7-7 Depsito legal: Imprime: Xiana

    Color Grfico

    TIERRADENADIE EDICIONES, S.L. CIEMPOZUELOS (MADRID)

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  • INTRODUCCIN

    EL TRATADO DE LOS TRES IMPOSTORES: UN PANFLETO LIBERTINO CONTRA EL INTEGRISMO

    Juan Pedro Garca del Campo El Tratado de los tres impostores fue durante mucho tiempo un estig- ma. Un estigma, adems, de existencia fantasmtica. Al menos1 desde el siglo XII pueden identificarse personajes a los que se acusa abierta o veladamente de haber escrito un texto anti-religioso que habra tenido por ttulo Tratado de los tres impostores o que habra presentado a los tres grandes fundadores de religiones (Moiss, Jesucristo, Mahoma) co- mo otros tantos impostores o protagonistas de un engao masivo a par- tir de la religin; de haberlo escrito o, al menos, de haber mantenido semejantes tesis. Estos textos, sin embargo, nunca se pusieron sobre la mesa como evi- dencia del crimen cometido. En algn caso s encontramos en esos personajes formulaciones que, de algn modo, pueden justificar la atri- bucin de posiciones cercanas a lo que constituira el contenido impo del texto que se les atribuye; en otros casos se trata de personajes cuya prctica poltica poco inclinada, por as decir, al sometimiento a las tesis que afirman la necesaria primaca de los poderes confesionales se opona a los intereses polticos (ya fueran coyunturales o de largo reco- rrido tendencial) de las autoridades de las diversas confesiones religio- sas; algunos otros, en fin, fueron simplemente reformadores religiosos o

    1.- En alguna ocasin se ha citado tambin a un personaje anterior: Gerberto de Auri- llac (995-1003) que fue papa con el nombre de Silvestre II; el motivo que se aduce es que segn se cuenta- tuvo maestros rabes. Sobre la cuestin de la tradicin rabe como origen de heterodoxia religiosa se dir algo ms adelante.

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  • polticos a los que, por serlo, se acusaba de impiedad. Pero la existencia del Tratado de los tres impostores cuya autora se les atribua no puede en ningn caso ser constatada. Durante mucho tiempo, adems, inte- lectuales de renombre afirmaron su inexistencia. La confluencia de estas dos circunstancias (la supuesta existencia de un texto y la evidencia de su no-presencia) ha sido profusamente puesta en evidencia en numerosas ocasiones. A modo de ejemplo baste citar el art- culo Liber de tribus impostoribus, sive tractatus de vanitate religionum (libro de los tres impostores o tratado de la vanidad de las religiones) que Prosper Marchand incluy en el volumen II de su Dictionnaire histori- que publicado en 1758 , en el que puede leerse cmo se le considera un libro quimrico, del que todo el mundo habla pero que nadie nunca ha visto y que, probablemente, slo debe su existencia o, mejor dicho, todo el ruido que desde hace tiempo hace ese ttulo a un pensamiento liberti- no e impo de Simon de Tournay, doctor en filosofa y en teologa en la universidad de Pars en el siglo XIII. Este texto de Marchand es ilustra- tivo no tanto por la atribucin de autora que realiza cuanto, precisamen- te, por la manera en que plantea eso que hemos considerado existencia fantasmtica del texto; importante asunto por cuanto pone de manifies- to la efectividad con que una existencia quimrica, el vaco de un texto inencontrable, puede generar y genera efectos. La singularidad de la cuestin de los impostores No nos interesa aqu determinar una autora ni esclarecer la efectividad material de la existencia de un texto sino, ms bien, recorrer su con- sistencia fantasmtica para, desde ese recorrido, situar y eso s tiene importancia el peso y la potencia de una cuestin temtica, de un asunto: el de la presencia incontestable de corrientes de pensamiento contrarias a la primaca de lo religioso en los asuntos polticos desde el momento mismo en que esa primaca fue construida como principal apuesta ideolgico-organizativa de las instancias del Orden. Corrientes de pensamiento que recorren la edad media, que se desarrollan en el perodo renacentista y que continan presentes en la poca de constitu- cin del mundo moderno; corrientes de pensamiento cuya pertinen- cia actual es, adems, igualmente incontestable.

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  • Con todo, aunque no es el de la autora el asunto que aqu nos interesa sino, precisamente, el del recorrido del pensamiento que se enfrenta a las apuestas de articulacin integrista del Orden poltico, para iniciar ese recorrido puede resultar interesante que nos detengamos en ese asunto de las atribuciones de autora y en los motivos que en su da las sustentaron.

    El citado Simon de Tournay (cuya vida se habra extendido durante la prctica totalidad del siglo XIII) es mencionado como posible autor del texto, por un lado por su posicin favorable a las tesis de Juan Escoto Erigena2 y, por otra parte, porque el dominico Toms de Cantimpr, muerto en 1263, le atribuye haber dicho que hay tres que por sus sec- tas y por sus dogmas pusieron el mundo bajo su yugo: Moiss, Jess y Mahoma. El primero atont al pueblo judo, Jesucristo a los cristianos y Mahoma a los gentiles. Para nuestro propsito, al margen de la veraci- dad de la acusacin formulada por Cantimpr, lo importante es caer en la cuenta de cul es el asunto que, explcitamente, se juega ya en ella: la afirmacin de que los tres fundadores pusieron a sus respectivos pue- blos bajo su yugo (subiugarunt, dice el latn original3) hace claramen- te referencia a la centralidad de una cuestin poltica.

    Y, como intentaremos mostrar, es esta centralidad poltica y no una simple pervivencia de elementos de heterodoxia religiosa el asunto ms importante en relacin con la cuestin de la triple impostura.

    Aunque pueda parecer inicialmente otra cosa, incluso la manera en que se juega la atribucin de autora a un personaje tan decisivo en la histo- ria del pensamiento como el propio Averroes, en ltimo trmino, va en esa misma direccin. En numerosas ocasiones se ha insistido en los or- genes rabes del atesmo filosfico europeo4 y adems es notorio que a

    2.- Juan Escoto Ergena vivi entre 810 y 877: tiempos del renacimiento carolingio:

    primera unificacin funcional de los poderes polticos y religiosos a partir de la idea de Imperio cristiano. Sus tesis, interpretadas como pantesmo a partir de su utiliza- cin de las gradaciones neoplatnicas, fueron condenadas en el Concilio de Pars de 1210. El papa Honorio III, en 1225, exigi que todas las copias de sus obras fueran llevadas a Roma para ser quemadas.

    3.- Cfr., Thomas Cantipratanus, Bonum Universale, de apibus, 1.2, c. 40 n. 5.

    4.- Esta tesis fue ya defendida por Ernest Renan en el siglo XIX (ver su Averroes y el ave-

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  • partir del siglo XIII el averrosmo fue en occidente casi un sinnimo de impiedad. Sin embargo, aunque el Tratado de los tres impostores fue tambin atribuido a Averroes, ello se debi ms a la influencia del pen- samiento cientfico y filosfico que toma asiento en el renacimiento cul- tural desplegado en el mundo rabe que en tesis que puedan encontrar- se en sus obras: Averroes muri en 1198 y su comentario de las obras aristotlicas se convirti casi inmediatamente en bandera de increduli- dad y materialismo. Averroes, ciertamente, aparece prcticamente en todas las listas de posibles autores del Tratado de los tres impostores y, segn el Dictionnaire historique et critique de P. Bayle, habra afirmado que hay tres religiones... una de las cuales es imposible, el cristianismo; otra, el judasmo, es una religin de nios; la tercera es una religin de puercos: el islamismo5; pero, dada la facilidad con la que Bayle cons- truye las referencias de su Diccionario, es difcil que alguien pretenda tomar esa referencia como verdad absoluta. Lo lgico es pensar que la presencia de Averroes en esos listados de posibles autores no tiene por motivo que realmente hiciera afirmacio-

    rrosmo, de 1852). En relacin con el asunto del Tratado de los tres impostores esta influencia rabe lleva a Raoul Vaneigem en el prefacio a su edicin de este texto del ao 2002, Pars, Payot, Lart de ne croire en rien suivi de Livre des trois imposteurs y tambin en La rsistenc au christianisme. Les hersies des origines au XVIIIeme si- cle, Paris, Fayard, 1993 a hablar de la importancia de Abu Tahir y de cuantos entre el siglo IX y X rechazaron en el mundo rabe la autoridad del profeta Mahoma: Abu Tahir no slo sera famoso por ser el responsable del asalto y saqueo de La Meca del ao 930 sino que, de algn modo, en esa prctica habra mantenido vivo un senti- miento de origen mandeo que hablara de un Jess-falso-profeta al que se opondra la figura de Juan Bautista. El mandesmo pervivi en el Islam durante varios siglos estre- chamente ligado a corrientes ismailitas y, segn Vaneigem, podra considerrsele un antecedente de las corrientes heterodoxas de cuya potencia el Tratado sera un claro ndice. Louis Massignon (la lgende De tribus impostoribus et ses origines islami- ques, in Revue dhistoire des Religions, LXXXII, julio de 1920, pp. 74-78) insista tam- bin en la importancia de Abu Tahir en el origen de las posiciones poltico-religiosas que se encuentran en el Tratado. Ms recientemente estas tesis han sido tambin uti- lizadas por Patrick Marcolini (Le De tribus impostoribus et les origines arabes de lat- heisme philosophique europeen, in Les cahiers de lATP, octubre, 2003).

    5.- Ver la nota H del artculo Averroes. Tambin en De erroribus philosophorum, de Egidio Romano, se le acusa de haber vituperado las tres religiones, afirmando que ninguna ley es verdadera aunque pueda ser til. Egidio Romano (1247-1316) es uno de los autores que, en materia poltica, sostiene la primaca absoluta del poder papal... incluso en cuestiones terrenales.

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  • nes expresas de ese tipo sino el modo en que es recibido en el mundo cristiano, sobre todo entre los siglos XIII y XIV: como el (re)formula- dor de unas tesis (intelecto-uno, eternidad del mundo, negacin de lo sobrenatural, los milagros o la inmortalidad del alma) incompatibles con la incuestionada afirmacin de la evidencia de los principios reli- giosos.

    En este sentido hay que entender la forma en que algunos autores han hablado de la influencia del averrosmo en las posiciones de un grupo de personajes a los que de manera colectiva o individualizada se ha atri- buido tambin la autora del texto del que hablamos: Federico II y/o los miembros de su crculo de consejeros; su secretario Pedro de Vias, Ubaldino o Miguel Scoto. Nos detendremos por un momento en este asunto barbarroja porque es en el que ms claramente puede enten- derse en mi opinin la singularidad del papel jugado por el Tratado de los tres impostores tanto durante la edad media como posteriormente. Sin negar la pertinencia de las tesis defendidas por Raoul Vaneigem (te- sis poco discutibles, por otra parte: insiste en que la polmica en torno al Tratado viene a mostrar y debe ser entendida como sntoma de la persistencia de una corriente de pensamiento antireligioso incluso durante la edad media, rompiendo as con el mito de un medievo absolutamente regido por la religin), el rodeo por el asunto barbarro- ja pondr en evidencia hasta qu punto son las cuestiones directamen- te relacionadas con el poder y la organizacin poltica (y no fundamen- talmente, por tanto, las de carcter ideolgico-religioso) las que articu- lan las diferentes posiciones en juego.

    Federico II Barbarroja (1194-1250) mantuvo una abierta disputa con el papado por el dominio efectivo de unos territorios muy concretos. Un asunto nada religioso y s absolutamente material6.

    6.- Y esa terrenalidad es lo realmente importante: por ella se le atribuye la autora del

    Tratado, y no porque en su corte pudiera estar rodeado de intelectuales rabes o porque admirase la cultura y los conocimientos cientficos desarrollados en tierras del Islam como se dice en alguna ocasin: tuvo consejeros rabes y admir al parecer el mundo rabe, ciertamente, pero no ms que Alfonso X el sabio (1221- 1284: que tambin aparece en algn listado de autores posibles del texto..., aunque tal aparicin no pasa de ser una ancdota).

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  • Durante el siglo XII, tras el cisma religioso y con el progresivo desarro- llo de la actividad ciudadana y el florecimiento de movimientos refor- mistas en su seno, el papado haba intentado mantener su influencia frente a la nobleza italiana y frente al emperador germnico. Un duro enfrentamiento con el emperador se evidenci en las guerras que reco- rrieron Italia desde el acceso al trono de Federico I (1152) hasta la paz de Venecia de 1177. Esos enfrentamientos y conspiraciones diversas se re- produjeron a la muerte de Federico en la cruzada contra Siria y persis- ten hasta prcticamente el final de siglo. Si durante ese tiempo el papa- do jug como un poder entre/contra otros poderes en la pugna por el control del territorio, tras 1198 se integra en ese enfrentamiento un ma- tiz totalmente novedoso a partir de las pretensiones de Inocencio III (que ocupar la sede papal hasta su muerte en 1216): el papa no es slo el sucesor de Pedro sino el representante de Cristo; por ello es la fuente de toda legitimidad y los soberanos deben recibir de l sus feudos y terri- torios. En un contexto en que, adems, se estn consolidando las mo- narquas como formas hereditarias de poder que empiezan a identificar su dominio como entidad territorial (prototipo de lo que sern poste- riormente las naciones), ese juego de sometimientos y legitimaciones se convierte en instrumento para la justificacin ideolgica de unas u otras posiciones, de unas u otras alianzas. Federico II llega inicialmente a hacerse con el imperio en 1209 por decisin de Inocencio III que, en la disputa a cuentas de la sucesin en el trono imperial, apoya inicialmen- te a Otn IV a cambio de ceder el control de determinados territorios papales y las prerrogativas que le correspondan por el Concordato de Worns. Inocencio opta posteriormente por el que ser Federico II por- que, a esas cesiones de Otn aade la renuncia al reino de Sicilia. Fe- derico es finalmente coronado emperador en 1220 tras ganarse con nue- vas cesiones de derechos los favores de los prncipes eclesisticos y, a partir de ese momento, toda su actividad poltica se dirige a recuperar las cesiones realizadas: en 1245 es excomulgado en el Concilio de Lyon, pero ya antes, en 1239, fue acusado por el papa Gregorio IX de haber declarado la idea blasfema de que Moiss, Jesucristo y Mahoma eran tres impostores que haban engaado a la humanidad. La carta7 con la que Gregorio IX reclama el muy terrenal apoyo de los poderes exis- 7.- Carta dirigida el 1 de julio de 1239 a los reyes y dignatarios eclesisticos de occiden-

    te (recogida como carta n 750 en los Monumenta Germaniae Historica, Epistolae

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  • tentes frente a las muy terrenales pretensiones de Federico II eviden- cia la profunda realidad fctica de aquella utilizacin poltica de lo reli- gioso de la que posteriormente y a ello volveremos Maquiavelo har la teora y que constituye uno de los nudos centrales del Tratado de los tres impostores. Y el argumento, como en el caso de la tesis maquiave- liana, fue inmediatamente integrado en lo que podramos considerar un recetario de maldades de la impiedad: el listado de acusaciones que presentan los diversos guardianes de la obediencia y la fe. Del mismo modo que una bruja deba ser acusada de participar en aquelarres... un hereje impuro y blasfemo tena que haber afirmado que tres impos- tores haban engaado al mundo. Moiss a los judos, Jess a los cris- tianos y Mahoma a los sarracenos8.

    Nadie discute ya no lo haremos nosotros, al menos la pervivencia medieval de un pensamiento alejado de los sometimientos religiosos. Pero el asunto de los tres impostores sobrepasa los lmites de esa evi- dencia. Si atendemos a la singularidad y especificidad que se atribuye a ese texto incluso en su fantasmtica existencia mtica, al modo en que se la hace jugar en la arena de la pugna poltico-religiosa (o teolgico-pol- tica por utilizar la expresin spinoziana), la cuestin de los tres impos- tores aparece inmediatamente como un artefacto generado para pro- ducir determinados efectos en el contexto, precisamente, de los prime- ros escarceos terico-prcticos en torno a la cuestin de la poltica y de su secularizacin: en el marco de las primeras rupturas con el someti- miento al papado, contra la teocracia pontificia o la teora de las dos espadas. El siglo XIII es, as, el que asiste a la aparicin de la leyenda del texto: desde entonces, el Tratado de los tres impostores se convierte al margen de su efectiva existencia en uno de los ms clebres libros her- ticos9.

    pontificum, t. , 1888, pp. 645-654), en la que se utiliza, en lugar de tribus impos- toribus la expresin tribus baratoribus.

    8.- Esa es la 3 de las 17 acusaciones que lanzaba contra Toms Scoto (espaol, apsta- ta dominico y apstata franciscano, segn Marcelino Menndez y Pelayo) el inqui- sidor lvaro Pelayo en su Collyrium contra haereses, de 1344.

    9.- J. G. Dreaper sealaba (Historia de los conflictos entre la religin y la ciencia, Madrid, 1876, p. 153) que en la edad media hubo dos clebres libros herticos: El evangelio eterno y De tribus impostoribus.

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  • Si la leyenda de la tesis abyecta existe al menos desde el siglo XII, la del texto malvado existe claramente desde el siglo XIII: uno de los ms cle- bres libros herticos, como acabamos de referir. Y sin embargo, el texto que podemos leer (en realidad, los textos que podemos leer, porque son varios) son del siglo XVII; alguno incluso del XVIII. Del mismo modo que empezbamos haciendo referencia a una larga lista de atribuciones de autora, podramos remitirnos a ella para insis- tir ahora en que desde el siglo XIII al XVIII se ha atribuido a diversos autores una aportacin al asunto de los tres impostores. As, en el siglo XIV a Bocaccio; en las primeras dcadas del XVI, a Pomponazzi y a Maquiavelo; tambin en esa primera mitad de siglo a Miguel Servet o a Pietro Aretino; en la segunda mitad del XVI a Gerolamo Cardano o a Giordano Bruno; en la primera mitad del XVII a Campanella o Vanini; en el tercer cuarto de ese siglo a Hobbes o a Spinoza... incluso se ha cita- do, en el XVIII, al propio barn dHolbach. Raoul Vaneigem ha hablado tambin de Herman de Rijswijck o de Jacques Gruet (ambos en la pri- mera mitad del XVI) y ha sealado cmo quiz podra tambin citar a autores de ese mismo perodo como Bernardino Ochino, tienne Dolet, Socino o Simon de Neufville. Pero de ninguno de esos autores puede citarse una referencia directa a la tesis central de los tres impostores. Ms all de algunas referencias claramente antireligiosas o anticristia- nas, ms all de algunos textos subidos de tono, en los personajes cita- dos y en sus obras no encontramos otra cosa que el choque ms o menos directo con las instancias del poder papal o de la ideologa del cristianis- mo triunfante: algo determinante si pensamos el Tratado de los tres impostores como un texto antirreligioso..., pero totalmente insuficiente si nos atenemos a la importancia de la especificidad de su tratamiento. Dicho de otro modo: entre los siglos XIV y XVII (incluso durante las pri- meras dcadas del XVIII) el estigma de los tres impostores fue utiliza- do como elemento de crtica a aquellos autores que se caracterizaron por mantener actitudes vitales o tericas contrarias en sentido amplio a la religin o a las apuestas ideolgicas en lo religioso realizadas desde diferentes instancias de poder (incluido el papado), pero las atribuciones de autora que se derivan de esa utilizacin no tienen ningn sustento razonable en el contraste con lo que aparece en sus textos: humanistas, poetas, formuladores de utopas poltico-organizativas, autores de

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  • obras con algn contenido religioso peculiar o individuos que tuvieron problemas con los tribunales de la Inquisicin y que pasaron tempora- das ms o menos largas en sus crceles; si se quiere, incluso, descredos y heterodoxos... pero no otra cosa. Las peculiaridades del Tratado de los tres impostores difcilmente pueden serles atribuidas.

    Ni siquiera en Maquiavelo o en Spinoza los autores en los que de ma- nera ms clara podramos identificar cercanas pueden encontrarse cosas determinantes para el establecimiento de una posible autora. Con todo como veremos inmediatamente en los dos, o en las tradiciones que se reivindican desde su nombre, podemos encontrar elementos que, de algn modo, reaparecen en el Tratado de los tres impostores en una combinacin determinada y que trabajados en una cierta perspec- tiva escptica hacen de l un texto en el que leer lo fundamental del libertinismo poltico.

    Cuales son las tesis del Tratado y en qu consiste su singularidad? Digmoslo de manera simple y resumida:

    1.- La nocin de Dios es utilizada sin que nadie haya establecido conceptualmente a qu pueda referirse (de otro modo: la nocin de Dios, tal como la utilizan las religiones, es una nocin vaca).

    2.- El miedo y la ignorancia son las causas que han llevado a los hombres a imaginar fuerzas ocultas o seres fantsticos a los que han llamado dioses.

    3.- Las diversas religiones inicialmente son ritualizaciones de una relacin con esas fuerzas ocultas en cuya virtud se conjuran los miedos individuales y colectivos.

    4.- Una vez establecidas as las religiones, algunos individuos en- contraron en ellas la manera de conseguir riqueza y poder. As surgen los diferentes sacerdotes y castas sacerdotales: imposto- res que aprovechan en beneficio propio el miedo y la ignorancia de los diferentes pueblos.

    5.- Las tres grandes religiones (el judasmo, el cristianismo, el islam) han sido fundadas y establecidas por los tres impostores ms grandes de la historia. Moiss, Jesucristo y Mahoma, con enga- os y estratagemas, han dado lugar a un discurso religioso y a unas instituciones religiosas... cuyo nico objetivo es la apropia-

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  • cin y el mantenimiento de la riqueza y del poder a travs del engao y de prcticas que generan la sumisin de los diferentes pueblos.

    En otras palabras: la religin entendida como construccin de una estructura discursiva y prctica asentada sobre la ignorancia, cuya fun- cin es exclusivamente poltica. Adems y en consecuencia, a partir de ese supuesto, rechazo en tanto que impostura y engao que mantie- ne subyugado al pueblo del valor-de-verdad de los discursos religio- sos y crtica de las prcticas y actuaciones polticas que se justifican en sus principios: defensa, pues, de la libertad de pensamiento y negacin de las fundamentaciones religiosas de las opciones polticas, esto es, cr- tica del integrismo (del integrismo hebreo, del integrismo cristiano y del integrismo islmico... porque los tres lo son por igual y en el mismo sen- tido). Sin duda, una articulacin terica y discursiva de aquella misma perspectiva que, al parecer, mantuviera Simon de Tournay en el siglo XIII: una perspectiva singular que mira a la religin desde una posicin que no se reduce a la consideracin de su veracidad o plausibilidad dis- cursiva, que no se limita a poner en juego lo que llamar una mirada religiosa, sino que toma la religin como objeto de reflexin desde la consideracin de su centralidad poltica. Y es aqu aqu y no en el terreno resbaladizo de las autoras donde nos encontramos con los dos pensadores a los que ms arriba hacamos re- ferencia: Maquiavelo y Spinoza. Y es aqu donde podemos rastrear las cercanas y las diferencias. Apertura (y lmites) de una poltica de la inmanencia Maquiavelo marc un punto de no-retorno en la consideracin de lo poltico, siendo uno de los primeros autores si no el primero que lo teoriza como un juego inmanente de fuerzas, es decir, como un espacio del que las fundamentaciones y las subordinaciones a algn absoluto (sea al derecho natural, sea al origen divino) son excluidas. De ello, sin duda, puede derivarse un cierto parentesco con las tesis del Tratado. Entre El principe y los anlisis de los Discursos sobre la primera dca- da de Tito Livio (obras escritas entre 1513-1519), Maquiavelo acomete,

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  • por primera vez en la historia, el anlisis de la forma en que se organiza el poder y, en este sentido, inaugura la ciencia de la poltica. En estos textos se desarrolla el anlisis del origen, funcionamiento y maneras de mantener las diversas formas de dominio, ya sean stas repblicas (Dis- cursos...) o principados (El prncipe) y, entre otros mritos, le corres- ponde el de haber utilizado por primera vez un trmino que har fortu- na, estado, que en su obra no es ms que el nombre de una situacin, de un estado de cosas, de una relacin en la que se sintetiza, vale decir, lo que hay10. La concepcin maquevialiana del Estado es el resultado de la constatacin de la paradjica situacin de la naciente burguesa de, al menos, la repblica florentina: la crisis poltica, las revueltas, las intri- gas, las guerras, ponen en cuestin el optimismo del crecimiento que anim los discursos humanistas y los cantos a la libertad absoluta durante el siglo XV y, con la constatacin de la nueva situacin, Maquia- velo opta por afirmar la necesidad de establecer (y mantener) un poder que ponga lmite a las disputas y al conflicto. Para Maquiavelo, que ha visto una Florencia convulsa entre el republicanismo de Savonarola y la conquista del poder por los Medici, la necesidad del Estado es como bastante despus lo ser tambin para el Hobbes del Leviathan, en un tiempo (1651) sacudido por la revolucin puritana una exigencia para la seguridad, e implica necesariamente acogerse a la proteccin del ms fuerte aceptando su poder y, en contrapartida, prestndole obediencia. La sociedad no es ya, por tanto, el resultado de una necesidad natural sino de una necesidad ineludible, y esa necesidad debe ser satisfecha mientras persistan las causas que la motivaron. La cuestin es que, como la sociedad es una necesidad ineludible, su existencia y su poten- cia debe ser garantizada por encima de todo: debe mantenerse a cual- quier precio el Estado; y de ello se ocupa la ciencia poltica en tanto que disea las tcnicas ms adecuadas para el mantenimiento del poder. Esto as, la tcnica o arte de la poltica debe centrarse en varios objetivos bsicos: en primer lugar, controlar los movimientos polticos internos, en segundo trmino controlar las fuerzas de las otras repblicas y, final- mente, sobre todo, controlar el carcter desestabilizador de las multitu- des, para lo que cabe hablar de dos mecanismos privilegiados: el desa- rrollo de una poltica de contencin que utilice y manipule el imaginario

    10.- El principe, I, de los principados: Tutti gli stati domini che hanno avuto e hanno

    imperio sopra gli homini sono stati e sono republiche o principati (el subrayado es mo).

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  • colectivo mediante un adecuado juego de castigos, premios y promesas, y la utilizacin de la religin como elemento de dominio poltico sobre el populacho. Dicho de otro modo, Maquiavelo articula un discurso sobre lo poltico que lo entiende como un juego inmanente de fuerzas al que cualquier otra consideracin (moral o religiosa en primer trmino) debe quedar subordinada; la religin, de facto, es entendida al margen de cualquier consideracin religiosa y es pensada slo desde su funciona- lidad poltica. Cabe, evidentemente, establecer lneas de cercana entre estas posicio- nes de Maquiavelo y las tesis centrales del Tratado de los tres imposto- res, pero slo y esto tiene su importancia porque comparten una mirada comn sobre la relacin entre la religin y la poltica: la religin como instrumento privilegiado para el mantenimiento del poder, como constitutiva del imaginario colectivo y, en ese sentido, como un elemen- to a tener en cuenta y a utilizar desde la perspectiva poltica. Esta mirada comn, sin embargo, no se prolonga en unas mismas consecuencias. En primer lugar porque en ningn pasaje de la obra de Maquiavelo puede leerse algo parecido a un anlisis del origen o de la esencia del discurso religioso y, en segundo trmino, porque lo que en el Tratado es crtica, en los textos de Maquiavelo es descripcin y anlisis que, adems, se prolonga en apuesta prctica. En Maquiavelo no hay una crtica a la religin ni una crtica a su uso poltico. Todo lo contrario. Cuando Maquiavelo analiza los principados eclesis- ticos, aquellos que tienen por gobernantes a altos cargos de la Iglesia, los entiende sin establecer ninguna diferencia entre ellos y cualesquiera otros salvo, quiz11, porque afirma que por ser eclesisticos, son ms estables que el resto de los principados haga lo que haga su prncipe; y cuando en los Discursos seala12 a partir del anlisis de las institucio- nes romanas que no ha habido ningn legislador que no recurriera a la palabra o voluntad de Dios para sostener sus posiciones, ello no le ha llevado a negar validez de ningn tipo a esas nuevas legislaciones sino, 11.- El prncipe, XI, de los principados eclesisticos.

    12.- Vanse los captulos 11 al 15 del Libro I de los Discursos sobre la primera dcada de Tito Livio.

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  • ms bien, a sealar que, precisamente, si las actuales repblicas cris- tianas no marchan bien es porque no siguen suficientemente los princi- pios de su fundador. No hay en Maquiavelo ninguna referencia a la im- postura ni de su obra se puede deducir un rechazo de los discursos reli- giosos: son presentados simplemente esa es la grandeza de Maquiave- lo y el motivo por el que su obra pas a formar parte de todos los lista- dos de prohibiciones atendiendo a su virtualidad poltica.

    Como indicbamos, cabe establecer tambin cercanas entre las tesis del Tratado de los tres impostores y las posiciones mantenidas por Baruch Spinoza13; cercanas que, en buena medida, ponen al margen las dis- tancias que constatamos entre las tesis del Tratado y las posiciones de Maquiavelo. En Spinoza s encontramos aunque esto lo matizaremos inmediatamente una crtica de la utilizacin de la religin en la pugna poltico-organizativa (ese es el objetivo explcito de una de sus principa- les obras, el Tratado teolgico-poltico) y, adems, por primera vez en la historia de la filosofa, una re-formulacin explcita de la nocin de divi- nidad que hace su pensamiento literalmente incompatible con cualquier confesionalidad religiosa. Desde una consideracin de la poltica que se reivindica a s misma continuadora de la apuesta terica iniciada por Maquiavelo, en Spinoza encontramos desarrollados , pues, elementos que estn tambin presentes en el Tratado de los tres impostores y que en la articulacin textual que ese Tratado realiza slo son explicables porque su escritura efectiva (independientemente de la leyenda que acompaa al ttulo desde el siglo XIII) es posterior a y deudora de la obra spinoziana.

    En el Libro I de la tica demostrada segn el orden geomtrico, Spino- za ha empezado estableciendo un conjunto de definiciones desde las que ha podido demostrar todo un conjunto de proposiciones de contenido crtico muy preciso; una de esas definiciones es la de Dios (un ser abso- lutamente infinito, esto es, una substancia que consta de infinitos atri- butos, cada uno de los cuales expresa una esencia eterna e infinita14), y

    13.- Spinoza es, quiz, el pensador al que de manera ms insistente se ha podido hacer la

    atribucin de autora del Tratado de los tres impostores: una de las primeras versio- nes impresas del mismo fue titulada precisamente Lesprit de Spinoza, y presentada como un resumen-compendio de la crtica de Spinoza a las confesiones religiosas.

    14.- tica, Libro I, def. VI.

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  • entre sus consecuencias encontramos una identificacin de Dios y la Substancia (o Dios y la Naturaleza en expresin clebre o Dios y la to- talidad de lo real...) desde la que puede decirse que quienes hablan de Dios desde una opcin religiosa y/o confesional... no saben de qu es- tn hablando y se empean, pese a ello, en alabarle. Slo partiendo de una definicin de la divinidad, slo concibiendo la divinidad como algo de lo que cabe conocimiento efectivo, tiene sentido abordar una crtica a la religin desde la afirmacin de esa ignorancia inicial y fundante. El Tratado de los tres impostores lo hace, y lo hace utilizando expresiones que casi literalmente15 podemos encontrar en la tica de Spinoza. Desde esa concepcin de la divinidad Spinoza construye un marco sig- nificante del que necesariamente queda excluido todo antropocentris- mo (y que se extiente a las consideraciones ticas, artsticas, polticas e incluso a la consideracin de la ciencia fsica y del conocimiento en gene- ral). Y partiendo de esa crtica a la antropologizacin del conocimiento, en el Tratado Teolgico-Poltico y en el Tratado Poltico aborda el an- lisis de las realidades polticas de una manera que no ha dejado de asom- brar a sus contemporneos. No es aqu de Spinoza de lo que debemos hablar. Baste a nuestros efec- tos sealar respecto de su intervencin en la teora poltica, en primer lugar, que adems de seguir situada como la de Maquiavelo en el mbito de la inmanencia explicativa, no slo puede entender la utilidad poltica de la religin sino que puede identificar los intereses polticos que se derivan de un uso de la religin frente a cualquier otro: en el con- texto de la Holanda de su poca, Spinoza identifica la alianza entre la confesin calvinista y los intereses de la casa de Orange para terminar mediante una revuelta con la repblica liberal gobernada por los her- manos de Witt. Esa confluencia de intereses es entendida por Spinoza como una amenaza contra la libertad (no slo de pensamiento) y contra ella lanza sus palabras: no slo mostrando su indignacin contra los ase- sinatos polticos justificados en nombre de la ortodoxia religiosa (ulti- 15.- Ms exactamente: en esa casi literalidad puede en ocasiones entenderse algo que

    es particularmente diferente, por cuanto cabe hacer una lectura desta de esos fragmentos y entender que lo que reivindican es una especia de religiosidad-natu- ral-no-confesional en una lnea muy cercana a las tesis mantenidas por los destas ingleses y franceses de principios del XVIII.

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  • mi barbarorum) sino tambin sealando que buena parte de las gue- rras y los actos de barbarie de la historia se han realizado en nombre de la religin. Pero en segundo trmino hay que decir16 que la crtica a esa utilizacin poltica de la religin no implica que para Spinoza el uso de la religin sea, en s mismo, un mal que deba ser evitado: ms an, Spino- za entiende que es inseparable de toda forma de sociedad un determi- nado imaginario comn sin el que la sociedad misma no tiene garanti- zada la pervivencia en el tiempo; para referirse a ese imaginario co- mn Spinoza llega a forjar un concepto: es lo teolgico-poltico que da ttulo al tratado que ms arriba citbamos; lo teolgico-poltico, tanto como decir en terminologa marxista y/o althusseriana, la ideologa.

    Ambas consideraciones (la crtica del uso integrista de lo teolgico-pol- tico y, al tiempo, la afirmacin de la presencia constitutiva y constitu- yente de lo teolgico-poltico en toda articulacin social) forman parte inseparable de la intervencin de Spinoza en el marco del anlisis de la poltica. Ahora bien: si en atencin a lo primero hay que decir que el Tra- tado de los tres impostores est en su lnea, en atencin a lo segundo debemos sealar una clara derivacin que, apartndose de la prolonga- cin inmanente del anlisis, conduce a un posicionamiento muy cerca- no al mantenido por algunos personajes del libertinismo terico del XVII francs y a una reivindicacin casi-ilustrada de la fundamenta- cin en la razn de las instancias y actuaciones del mbito poltico.

    El Tratado de los tres impostores, identificando la impostura de los fundadores, critica el uso poltico de la fundamentacin religiosa y, en ese sentido, se afirma como una crtica de las fundamentaciones que del ejercicio del poder vienen dndose a lo largo del siglo XVII y, por deri- vacin, de todo integrismo religioso. No es poca cosa: es mejor que nada. A falta de una profundizacin mayor en el anlisis inmanente de las rela- ciones que configuran en lo ideolgico como en lo prctico las formas de organizacin social y poltica del capitalismo integrado y de las for- mas en que sera posible cortocircuitar su funcionamiento (incluyendo la derivacin tardo-integrista en la que vivimos), tampoco sera poca

    16.- Para un mayor detalle y precisin me permito remitir a: Garca del Campo, Juan

    Pedro, Spinoza y el libertinismo poltico, en Anales del Seminario de Historia de la Filosofa, n 12, Madrid, 1995.

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  • cosa que la publicacin castellana de su traduccin sirviera para eso mismo en ste nuestro atribulado comienzo de siglo. El texto y su traduccin Aunque como hemos sealado desde el siglo XIII se viene hablando de su existencia de manera reiterada, el texto del Tratado de los tres impostores (al menos en las versiones que conocemos) no es anterior al ltimo tercio del siglo XVII. Siendo ste un asunto en curso de investigacin investigacin abierta... y no exenta de cierta polmica no entraremos aqu en el juego de las primicias o de las atribuciones de autora: un asunto erudito que, aqu donde no se pretende presentar edicin crtica alguna sino poner al alcance de los lectores en castellano un texto anteriormente no publica- do en este idioma, no ser abordado. Sin embargo, dado que en los ltimos aos se ha producido una cierta proliferacin de publicaciones no castellanas, cabe insistir de este texto, conviene hacer un breve resumen de la situacin... para evitar errores y malentendidos. Son varios los textos que circulan o han circulado bajo el ttulo de Tra- tado de los tres impostores17: bsicamente, uno cuyo original est es- crito en francs, y otro cuyo original est en latn. Ese es el motivo de que aqu publiquemos ambos escritos bajo el mismo ttulo. Segn ha mostrado Franoise Charles-Daubert, que ha cotejado ms de 70 manuscritos para la realizacin de la edicin crtica del Tratado18, desde finales de la dcada de 1670, aparecieron varios manuscritos de una obra que, mezclando elementos tomados claramente de Spinoza con otros que procedan de las obras de Hobbes y de algunos de los liber-

    17.- No hay tampoco que olvidar otros textos escritos al hilo del propio Tratado: baste

    sealar, a ttulo paradjico, el que se encuentra en la Biblioteca Nacional de Madrid con ese ttulo: se trata, en realidad, de una obra de Christian Kortholt (De tribus impostoribus magnis), publicada en Hamburgo en 1701, y que en realidad es un panfleto contra el panfleto, una defensa de la fe cristiana en contra de algunos supuestos autores del Tratado de los tres impostores: Herbert, Hobbes y Spinoza.

    18.- Le Trait des trois imposteurs et LEsprit de Spinosa. Philosophie clandestine entre 1678 y 1768. Textos presentados y editados por Franoise Charles-Daubert, Oxford, Voltaire Foundation, 1999.

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  • tinos franceses, circul en Holanda y Francia de manera ms o menos clandestina19. En su versin ms comn por utilizar la expresin de Charles-Daubert, y con el ttulo de LEsprit de Spinoza (lo que vino a justificar la identificacin de sus tesis con las spinozianas e incluso en algn caso la atribucin de autora), la obra, al parecer, circul amplia- mente y fue muy comentada en Holanda en la dcada de 1710.

    En 1719 y 1721 respectivamente fueron publicadas dos versiones dife- rentes de la obra. La edicin de 1719 conserva el ttulo de LEsprit de Spi- noza y fue publicada en La Haya; la de 1721 aparece con el ttulo Trait des trois imposteurs. Ambas ediciones son diferentes, y tienen diferen- te suerte: la edicin de 1719 incluye entre los captulos III y IV de la ver- sin ms comn una serie de textos que parecen claramente tomados de la Sagesse de Pierre Charron, y de las Trois vrits y las Considra- tions politiques sur les coups dtat de Gabriel Naud, adems de un capitulito sobre Numa Pompilio cuyo origen ser fcil ubicar a los lecto- res de Maquiavelo. Una vez publicada, esta versin de la obra pareci haberse perdido por cuanto no fue republicada ni comentada hasta que en la dcada de 1980 fue nuevamente aireada sobre todo por Silvia Berti. Esta versin fue publicada en Pars en 2000 por Max Milo (que edita y escribe la introduccin). En cuanto a la edicin de 1721 (publicada en Rotterdam, aunque con indicacin de haberlo sido en Franckfurt), viene a reproducir la versin ms comn del manuscrito que circul previa- mente. Esta edicin fue nuevamente publicada en numerosas ocasiones casi siempre copiando o traduciendo la versin de la edicin de La Haya de 1768: a fecha de hoy circula tanto en papel como en formato electr- nico en prcticamente todos los idiomas europeos... salvo los de la pe- nnsula ibrica. Nuestra traduccin se realiza a partir de una copia de un ejemplar de esta edicin de 1768, y corresponde al texto para cuya aper- tura hemos colocado el ttulo en su traduccin castellana.

    En cuanto al texto latn, la historia es un tanto diferente. Sin que ello suponga tampoco prejuzgar sobre su autora, parece que corresponde-

    19.- Pero el que fuera clandestina no justifica la circulacin manuscrita: esta obra como

    otras por ejemplo el Theophrastus Redivivus- circul manuscrita mientras resul- t rentable econmicamente... y pas a ser impresa cuando empez a ser rentable... sin por ello dejar de estar prohibida y de circular de manera clandestina.

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  • ra a un manuscrito de 1688 que se suele atribuir a Johann Joachim Mller que lo habra compuesto (al menos una parte, pues la otra la habra tomada de unas notas de su padres, Johan Mller, escritas mien- tras preparaba su Atheismus devictus -una apologa de la fe cristiana y ataque al atesmo, de 1672-). J. J. Mller habra escrito ese texto bien para satisfacer la curiosidad de su maestro J. Fr. Meyer, bien para res- ponder a las tesis que ste habra mantenido en el curso de una dispu- tatio mantenida en la universidad de Kiel el 3 de abril de 1688. El texto se habra publicado inicialmente en 1761 con traduccin alemana de Johan Cristian Edelmans (aunque con fecha supuesta de 1598), y pos- teriormente fue publicado en diversas fechas y con varias traducciones: en 1867 en latn con traduccin francesa, en 1904 en traduccin inglesa (acompaando a la traduccin del texto en francs de 1721), en 1926 con traduccin alemana de Jacob Presser... y en 1999 se public la edicin crtica con comentarios de Winfred Schrder y acompaada de la tra- duccin alemana de Edelmans hecha en 1761. En 2002, en la edicin preparada por Raoul Vaneigem para la editorial Payot, se recoge una traduccin francesa de este texto, realizada por Pierre Deshusses a par- tir del texto alemn de Presser. Tampoco haba, hasta la fecha, traduc- cin castellana. Nuestra traduccin, que presentamos encabezada por su ttulo en latn, se ha realizado a partir del texto latino que apareci publicado en la edicin de 1867. Como resultar evidente, es un texto inacabado y, en buena parte, esquemtico. Como hemos sealado, no tratamos aqu de ofrecer una edicin crtica, sino de ofrecer a los lectores en castellano unos textos de larga historia y de importantes efectos que, sin embargo, les estaban vedados en su idio- ma20. La traduccin la hemos cotejado con las versiones existentes en francs, ingls e italiano y, con las peculiaridades idiomticas propias, la encontramos bsicamente plausible. En todo caso, conviene decir que hemos privilegiado el ritmo y el sentido de la traduccin sobre la fideli- dad a la textualidad de los originales. Nos parece que eso permite un acceso ms vivo a unos textos que, no hay que olvidarlo, fueron conce- bidos como panfletos.

    20.- Cuando preparabamos el camino del libro a la imprenta hemos conocido la recient-

    sima publicacin de una traduccin castellana del texto de 1719, acompaado de la tra- duccin de la primera biografa de Spinoza. La edicin, de Diego Tatin, ha sido publi- cada por la editorial argentina Cuenco de Plata. Le damos la bienvenida.

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  • TRATADO DE LOS TRES IMPOSTORES

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  • CAPTUL

    O I DE

    DIOS 1.- Aunque todos los hombres desean conocer la verdad, hay muy pocos que gocen de ese privilegio: unos son incapaces de buscarla por s mismos, otros no quieren esforzarse en ello. No hay que extraarse, pues, si el mundo est lleno de opiniones vanas y rid- culas: la ignorancia es lo que ms fcilmente puede darles curso; es la nica fuente de las ideas falsas que hay sobre la divinidad, el alma, los espritus y casi todos los dems objetos propios de la reli- gin. La costumbre ha prevalecido; nos atenemos a los prejuicios del nacimiento y a propsito de las cosas ms esenciales nos rendi- mos ante personas interesadas que tienen por ley sostener con empecinamiento las opiniones recibidas y que no se atreven a reba- tirlas por miedo a destruirse a s mismos.

    2.- Lo que hace que el mal no tenga remedio es que, despus de haber establecido las falsas ideas que se tienen de Dios, no se deja nada de lado en el empeo de comprometer al pueblo a creerlas sin permitirle examinarlas; al contrario: se le carga de aversin hacia los filsofos o los verdaderos sabios por miedo a que la razn que ense- an le haga ver los errores en que est inmerso. Los partidarios de esos absurdos lo han conseguido hasta tal punto que es peligroso combatirles. A esos impostores les interesa demasiado que el pue- blo sea ignorante como para consentir que se le desengae. Por eso, uno est obligado a encubrir la verdad o a sacrificarse a la violencia extrema de los falsos sabios o de las almas bajas e interesadas.

    3.- Si el pueblo pudiera comprender en qu abismo le arroja la ignorancia, se sacudira enseguida el yugo de esos indignos con- ductores, porque es imposible dejar actuar a la razn sin que ella

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  • descubra la verdad. Esos impostores lo han entendido tan bien que, para evitar los buenos efectos que producira de manera infa- lible han procurado pintrnosla como un monstruo incapaz de ins- pirar ningn buen sentimiento y, aunque censuran en general a los que no son razonables, les desagradara enormemente que la ver- dad fuera escuchada. As vemos sin cesar cmo esos enemigos del buen sentido caen en continuas contradicciones y es difcil saber qu pretenden. Si es cierto que la recta razn es la nica luz que debe seguir el hombre y si el pueblo no es tan incapaz de razonar como intentan hacerle creer, es preciso que los que intentan ins- truirle se apliquen a rectificar sus falsos razonamientos y a destruir sus prejuicios; se ver entonces cmo sus ojos poco a poco se des- piertan y a su espritu convencerse de esta verdad: que Dios no es nada de lo que habitualmente imaginan.

    4.- Para lograrlo no hacen falta ni altas especulaciones ni penetrar mucho en los secretos de la naturaleza. Slo se necesita un poco de buen sentido para juzgar que Dios no es ni colrico ni envidioso, que la justicia y la misericordia son falsos ttulos que se le atribu- yen y que los profetas y los apstoles que hablan de ello no nos ensean ni su naturaleza ni su esencia.

    En efecto, para hablar sin disimulo y para decir la cosa como es no es preciso convenir que los Doctores no eran ni ms hbiles ni mejor instruidos que el resto de los hombres, que, lejos de ello, lo que dicen acerca de Dios es tan grosero que para creerlo hay que ser puro populacho? Aunque el asunto es bastante evidente por s mismo, vamos a hacerlo an ms claro examinando esta cuestin: hay algo que indique que los profetas y los apstoles son distintos al resto de los hombres?

    5.- Todo el mundo est de acuerdo en que por el nacimiento y las funciones ordinarias de la vida no haba nada que les distinguiera del resto de los hombres. Eran engendrados por hombres, nacan de las mujeres y conservaban su vida del mismo modo que nosotros. En lo que se refiere al espritu, hay quien pretende que Dios anima- ba bastante ms el de los profetas que el de los dems hombres, que se comunicaba con ellos de una forma totalmente particular: es algo

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  • que se cree tan de buena fe como si fuera asunto probado. Sin tener en cuenta que todos los hombres se parecen y que todos tienen el mismo origen, se dice que esos hombres han pertenecido a un tiem- po extraordinario y han sido escogidos por la divinidad para anun- ciar sus orculos. Pero, adems de que no tenan ni ms espritu que el vulgo ni el entendimiento ms perfecto qu hay en sus escritos que nos obligue a tener de ellos tan alta opinin? La mayor parte de las cosas que han dicho es tan oscura que es incomprensible y est tan desordenada que es fcil darse cuenta de que ni ellos la entend- an y de que no eran sino bribones ignorantes. Lo que ha originado la opinin que se tiene de ellos es la insolencia con la que se han jac- tado de que Dios les entreaba sin intermediacin de ningn tipo todo lo que ellos anunciaban al pueblo; creencia absurda y ridcula puesto que ellos mismos confesaban que Dios slo les hablaba en sueos. No hay nada que sea ms natural para los hombres que soar, por lo que hay que ser muy descarado, vano e insensato para decir que Dios habla con uno por esa va, y aqul que se lo cree debe ser muy crdulo y muy loco para tomar los sueos por orculos divi- nos. Aunque supusiramos por un momento que Dios se hace or por alguno mediante sueos, visiones o cualquier otro medio que se quiera imaginar, nadie estara obligado a crerselo porque lo diga un hombre que est sujeto a error e incluso al engao y a la impos- tura: vemos tambin que en la antigua Ley no se tena a los profetas tanta estima como se les tiene hoy. Cuando se estaba harto de su chchara, que a menudo slo pretenda sembrar la revuelta y des- viar al pueblo de la obediencia debida a los soberanos, se les haca callar con diversos suplicios: el mismo Jesucristo no escap al justo castigo que mereca; l no tena como Moiss un ejrcito preparado para defender sus opiniones1: aadid a ello que los profetas estaban tan acostumbrados a contradecirse los unos a los otros que entre cuatrocientos2 no haba ni uno slo verdadero. El objetivo de sus profecas, al igual que las leyes de los principales legisladores, era slo eternizar su memoria haciendo creer a los pueblos que ellos

    1.- Moiss hizo morir de una vez a 24.000 hombres por haberse opuesto a su Ley.

    2 .-Est escrito en el Libro primero de los Reyes, captulo 22, versculo 6 que Ajab, rey de Israel, consult a 400 Profetas que resultaron todos falsos a la vista de cmo se cumplieron sus Profecas.

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  • hablaban con Dios. Los ms finos polticos han actuado siempre de ese modo, aunque esa artimaa no siempre les ha funcionado a los que no tenan, como Moiss, el instrumento de poder que garanti- zara su seguridad.

    6.- Dicho esto, examinemos un poco la idea que los profetas han tenido de Dios. Si hay que creerles, Dios es un Ser puramente cor- poral: Miguel le ve sentado; Daniel, vestido de blanco y en la forma de un anciano; Ezequiel le ve como un fuego... y as para el Antiguo Testamento. En cuando al Nuevo, los discpulos de Jesucristo ima- ginaban verlo como una paloma, los apstoles como lenguas de fuego y san Pablo como una luz que le deslumbra y le ciega. En lo que toca a la contradiccin de sus sentimientos, Samuel3 crea que Dios no se arrepenta jams de lo que haba resuelto; por el contra- rio, Jeremas4 nos dice que Dios se arrepiente del bien que haba decidido hacer; Joel5 nos ensea que slo se arrepiente del mal que ha hecho a los hombres; Jeremas dice que no se arrepiente en abso- luto. El Gnesis6 nos ensea que el hombre es amo del pecado y que hacer el bien slo depende de l, pero san Pablo7 asegura que los hombres no tienen ningn poder sobre la concupiscencia sin una gracia totalmente particular de Dios, etc. Tales son las ideas falsas y contradictorias que esos pretendidos inspirados nos dan de Dios y que se quiere que nosotros aceptemos sin caer en que nos represen- tan la divinidad como un ser sensible, material y sujeto a todas las pasiones humanas. Despus de todo eso vienen a decirnos que Dios no tiene nada comn con la materia y que es un Ser incomprensible para nosotros. Yo deseara muy vivamente saber cmo puede hacer- se concordar todo eso, si es justo creer en contradicciones tan visi- bles y tan poco razonables y si, en fin, debe tenerse en consideracin el testimonio de hombres tan groseros como para imaginar, a pesar

    3..- Captulo 15, versculos 2 y 9.

    4.- Captulo 18, versculo 10.

    5.- Captulo 2, versculo 13.

    6.- Captulo 4, versculo 7.

    7.- Romanos, 15, 9, versculo 10.

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  • de los sermones de Moiss, que un becerro era su Dios! Pero sin detenernos en los ensueos de un pueblo educado en la servidum- bre y en el absurdo, decimos que la ignorancia ha producido la cre- encia en todas las imposturas y errores que reinan hoy entre noso- tros.

    CAPTULO II

    DE LAS RAZONES QUE HAN LLEVADO A LOS HOMBRES A FIGURARSE UN SER INVISIBLE AL QUE COMNMENTE SE LLAMA DIOS

    1.- Aquellos que ignoran las causas fsicas tienen un temor8 natu- ral que procede de la inquietud y de la duda en la que estn sobre si existe un Ser o una potencia que tenga el poder de daarles o de conservarles. De ah la propensin que tienen a suponer causas invisibles que no son sino los fantasmas de su imaginacin a los que invocan en la adversidad y alaban en la prosperidad. Final- mente hacen dioses de ellos, y este temor quimrico a las potencias invisibles es el origen de las religiones que cada cual forma a su modo. Aquellos que queran que el pueblo fuera contenido y rete- nido por semejantes ensueos han cultivado esa semilla de reli- gin, han hecho de ella una ley y, finalmente, han reducido a los pueblos a la obediencia ciega por terror a lo que pueda venir.

    8.- Caetera quae fieri in terris Caeloque tuentur / Mortales pavidis cum pendent

    mentibu saepe, / Et faciunt animos humilis formidine Divom / Depressosque premunt ad terram propterea quod / Ignorantia causarum conferre Deorum / Cogit ad imperium res & concedere regnum. / Quorum operum causas nulla ratione videre / I ossunt baec fieri Divino numine rentur. (Lucrecio, De rerum naturae, Libro VI, vs. 49 et ss.) [Nota del editor: la traduccin castellana de Eduardo Valenti (Madrid, CSIC, 1983, vol. II, pag. 136) -que, por otra parte, difiere en algn punto en la fijacin del texto latn- dice: ... y todo lo dems que los mortales ven suceder en la tierra y en el cielo - que a menudo tiene sus mentes suspensas de terror, les abate el nimo con el temor a los dioses, y los aplasta al suelo, pues la ignorancia de las causas hace atribuir a los dioses el imperio de la Naturaleza y concederles el reino. Pues de ningn modo pueden comprender las causas de tales efectos, y los creen obra de un poder divino.]

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  • 2.- Una vez encontrado el origen de los dioses, los hombres han credo que stos se les parecan y que, como ellos, haran todas las cosas con vistas a algn fin. As, dijeron y creyeron de forma un- nime que Dios lo ha hecho todo para el hombre y, recprocamente, que el hombre slo est hecho para Dios. Ese prejuicio es general, y cuando se piensa en la influencia que ha debido tener necesaria- mente sobre las costumbres y las opiniones de los hombres, se ve claramente que es de ah de donde han tomado pi para formarse las ideas falsas del bien y el mal, del mrito y el demrito, de la ala- banza y la humillacin, del orden y la confusin, de la belleza y la deformidad y de todas las cosas de ese tipo.

    3.- Cada cual debe estar de acuerdo en que todos los hombres es- tn en una profunda ignorancia al nacer y que lo nico que es para ellos natural es buscar lo que les es til y beneficioso: de ah pro- cede, 1, que se crea que para ser libre es suficiente sentir en uno mismo que se puede querer y desear sin preocuparse de las causas que disponen a querer y desear, puesto que no se conocen; 2, co- mo los hombres actan siempre para un fin que prefieren a cual- quier otro, slo tienen como objetivo conocer las causas finales de sus acciones y se imaginan que despus de eso ya nada les plantea dudas y, como encuentran en s mismos y fuera de ellos diversos medios para conseguir lo que se proponen, y en vista de que tie- nen, por ejemplo, ojos para ver, orejas para or, un sol para ilumi- narles, etc., han concluido que no hay nada en la naturaleza que no est hecho para ellos y de lo que no puedan disfrutar y dispo- ner; pero como saben que no son ellos los que han hecho todas las cosas han credo tener bastante fundamento para imaginar un ser supremo autor de todo; han pensado, en una palabra, que todo lo que existe era la obra de una o varias divinidades. Por otra parte, siendo desconocida para los hombres la naturaleza de los dioses que han admitido, la han considerado fijndose en s mismos, imaginndolos susceptibles de las mismas pasiones que ellos; y como las inclinaciones de los hombres son diferentes, cada cual ha rendido un culto a su divinidad segn su humor, pretendiendo ob- tener sus bendiciones y de ese modo disponer de la naturaleza pa- ra sus propios deseos.

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  • 4.- De ese modo el prejuicio se ha tornado en supersticin; ha arraigado de tal modo que las gentes ms burdas se han credo capaces de penetrar en las causas finales como si tuvieran de ellas un conocimiento total. As, en lugar de mostrar que la naturaleza no hace nada en vano, han credo que Dios y la naturaleza pensa- ban del mismo modo que los hombres. Como la experiencia ha mostrado que infinitas calamidades perturban la tranquilidad de la vida, como las tormentas, los terremotos, las enfermedades, el hambre, la sed, etc., atribuyen todos esos males a la clera celestial; creyeron a la divinidad irritada contra las ofensas de los hombres, que no han podido quitarse de la cabeza semejante quimera ni des- hacerse de esos prejuicios pese a los ejemplos diarios que demues- tran que los bienes y los males han sido siempre comunes tanto a los buenos como a los malos. Este error procede de que resulta ms fcil permanecer en la ignorancia natural que abolir un prejuicio recibido de hace tantos siglos y establecer algo que sea verosmil.

    5.- Este prejuicio les ha llevado a otro consistente en creer que los juicios de Dios eran incomprensibles y que, por esa razn, el cono- cimiento de la verdad escapaba a la capacidad del espritu huma- no; un error en el que an estaramos si las matemticas, la fsica y algunas otras ciencias no le hubieran destruido.

    6.- No hacen falta largos discursos para mostrar que la naturaleza no se propone ningn fin y que todas las causas finales son slo fic- ciones humanas. Basta con probar que esa doctrina niega a Dios las perfecciones que se le atribuyen. Eso es lo que vamos a mostrar.

    Si Dios acta por un fin, ya sea para l ya para otro, desea algo que no tiene y habr que convenir que hay un tiempo en el que Dios, no teniendo aquello por lo que acta, ha deseado tenerlo: eso con- vierte a Dios en un indigente. Pero para no omitir nada de cuanto pueda apoyar el razonamiento de cuantos tienen la opinin contra- ria, supongamos por ejemplo que una piedra que se desprende de un edificio cae sobre una persona y la mata; es preciso, dicen nues- tros ignorantes, que esa piedra haya cado con el propsito de matar a esa persona, pero eso slo ha podido pasar porque Dios lo ha que- rido. Si se les responde que es el viento el que ha causado la cada en

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  • el momento en que ese pobre infeliz pasaba, os preguntarn por qu pasaba precisamente en el momento en que el viento tiraba esa pie- dra. Replicadles que iba a cenar a casa de un amigo que le haba invitado y querrn saber por qu ese amigo le haba invitado en ese momento y no en cualquier otro; os harn as una infinidad de curiosas preguntas para remontarse de causa en causa y haceros confesar que la sola voluntad de Dios, que es el asilo de los ignoran- tes, es la causa primera de la cada de esa piedra. Del mismo modo, cuando miran la estructura del cuerpo humano caen en la admira- cin; y como ignoran las causas de unos efectos que les parecen tan maravillosos, concluyen que es un efecto sobrenatural en el que no pueden tener participacin las causas que nos son conocidas. De ah procede el que quien quiere examinar a fondo las obras de la crea- cin y penetrar en tanto que autntico sabio en sus causas naturales sin atenerse a los prejuicios formados por la ignorancia, pase por un impo o sea inmediatamente desacreditado por la malicia de aque- llos a los que el vulgo reconoce como los intrpretes de la naturale- za y de los dioses: esas almas mercenarias saben muy bien que la ig- norancia que mantiene al pueblo en el asombro es lo que les permi- te subsistir y lo que conserva su crdito.

    7.- Habindose imbuido por tanto los hombres de la ridcula opi- nin de que todo lo que ven est hecho para ellos, han hecho un asunto de religin el adaptarlo todo a s mismos y juzgar del valor de las cosas por el beneficio que se obtiene de ellas. Despus de eso han formado las nociones que les sirven para explicar la naturale- za de las cosas, para juzgar sobre el bien y el mal, sobre el orden y el desorden, sobre el calor y el fro, sobre la belleza y la fealdad, etc., que en el fondo no son lo que ellos imaginan: maestros en formar as sus ideas, se jactan de ser libres; se creen con derecho a decidir sobre la alabanza y la reprobacin, sobre el bien y el mal; han lla- mado bien a aquello que les beneficia y a lo que atae al culto divi- no y mal, por el contrario, lo que no conviene ni a lo uno ni a lo otro: y como los ignorantes no son capaces de juzgar sobre nada y slo tienen alguna idea de las cosas por la ayuda de la imaginacin que toman por juicio, nos dicen que no se conoce nada en la natu- raleza y se figuran un orden particular en el mundo. En fin, creen que las cosas estn bien o mal ordenadas segn les resulte fcil o

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  • difcil imaginarlas cuando los sentidos se las presentan; y como se para uno de buena gana en lo que menos fatiga el cerebro, se con- vence uno de que est bien fundado el preferir el orden a la confu- sin, como si el orden fuera otra cosa que un puro efecto de la ima- ginacin humana. As, decir que Dios lo ha hecho todo con orden es pretender que l ha creado el mundo de la manera ms fcil de ser concebida por la imaginacin humana, en favor de ella o, lo que en el fondo es lo mismo, que se conocen con certeza las relaciones y los fines de todo lo que existe, afirmacin demasiado absurda para que merezca ser refutada en serio.

    8.- En cuanto a las dems nociones, son simples efectos de la mis- ma imaginacin que no tienen nada de real y que son slo las dife- rentes afecciones o modos de los que esa facultad es susceptible: cuando, por ejemplo, los movimientos que los objetos imprimen en los nervios a travs de los ojos son agradables a los sentidos, se dice que esos objetos son bellos. Los olores son buenos o malos, los sabo- res dulces o amargos, lo que se toca es duro o blando, los sonidos bruscos o agradables, segn que los olores, los sabores y los sonidos golpeen o penetren en los sentidos. A partir de esas ideas encontra- mos gente que cree que a Dios le gusta la meloda del mismo modo que otros han credo que los movimientos celestes eran un concier- to armonioso; lo cual muestra suficientemente que cada uno se per- suade de que las cosas son como se las figura, o que el mundo es puramente imaginario. No es nada extrao, por tanto, que casi no haya dos hombres de la misma opinin y que incluso hay quien se vanagloria de poner todo en duda: porque, aunque los hombres ten- gan un mismo cuerpo y se parezcan todos en muchas cosas, difie- ren, sin embargo, en muchas otras; por eso lo que le parece bueno a uno es malo para otro, lo que a uno le gusta a otro le disgusta. De ah es fcil concluir que los sentimientos slo se diferencian en razn de la organizacin y de la diversidad de las coexistencias, que el razo- namiento cuenta poco en ello y, en fin, que las nociones de las cosas del mundo son slo un puro efecto de la imaginacin.

    9.- Es evidente, por tanto, que todas las razones de las que el co- mn de los hombres acostumbra a servirse cuando se pone a expli- car la naturaleza, son slo formas de imaginar que nada prueban

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  • menos que aquello que se pretende; dan nombres a esas ideas como si existieran en algn lugar distinto a un cerebro as preveni- do. No se les debera llamar seres sino puras quimeras. No hay nada ms fcil que refutar los argumentos fundados en esas nocio- nes; por ejemplo: si fuera cierto, se nos dice, que el universo pro- cede y es una consecuencia necesaria de la naturaleza divina, de dnde proceden las imperfecciones y los defectos que se ven en l? Esta objecin se refuta sin ninguna dificultad. Slo se podra juzgar de la perfeccin y de la imperfeccin de un ser si se conociera su naturaleza y esencia, y es extralimitarse creer que una cosa es ms o menos perfecta en funcin de que guste o disguste y de que sea til o intil a la naturaleza humana. Para cerrar la boca de los que preguntan por qu Dios no ha creado a todos los hombres buenos y felices basta con decir que todo es lo que es necesariamente y que en la naturaleza no hay nada imperfecto porque todo se sigue de la necesidad de las cosas.

    10.- Dicho esto, si se pregunta qu es Dios, respondo que esa pala- bra nos representa el ser universal en el que, por hablar como san Pablo, tenemos la vida, el movimiento y el ser. Esta nocin no tie- ne nada que sea indigno de Dios, porque si todo es en Dios todo se sigue necesariamente de su esencia y es preciso que sea tal como lo que contiene porque es incomprensible que seres totalmente mate- riales sean mantenidos y estn contenidos en un ser que no es. Esta opinin no es nueva. Tertuliano, uno de los mayores sabios que los cristianos hayan tenido, ha dicho contra Apelles que lo que no es cuerpo no es nada y contra Praxeas que toda sustancia es uncuer- po9 . Esta doctrina, adems, no fue condenada en los cuatro pri- meros concilios ecumnicos o generales10. 9.- Quis autem negabit Deum esse corpus, etsi Deus Spiritus? Spiritas etiam cor-

    poris sui generis, in sua effigie. TERTUL., Adv. Prax., cap. 7. [Nota del editor: Quin niega que Dios es un cuerpo afirmando, con todo, que es un espritu? El espritu es tambin en cierto modo cuerpo, su imagen].

    10.- Esos cuatro primeros Concilios son: 1, el de Nicea en 325 bajo Constantino y el Papa Silvestre; 2 el de Constantinopla en 381 bajo Graciano, Valentiniano y Teodosio y el Papa Dmaso I; 3 el de feso en 431 bajo Teodosio el joven y Valentiniano y el Papa Celestino; 4 el de Calcedonia en 451 bajo Valentiniano y Marciano y el Papa Len I.

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  • 11.- Estas ideas son claras y simples y las nicas que sobre Dios podra formarse un buen espritu. Sin embargo, hay pocos que se contenten con semejante simplicidad. El populacho acostumbrado a los placeres de los sentidos pide un Dios que se parezca a los reyes de la tierra. Esa pompa, ese esplendor que les rodea, le deslumbra de tal modo que quitarles la idea de un Dios parecido a esos reyes sera como quitarles la esperanza de ir despus de la muerte a engrosar las filas de los cortesanos celestes para gozar con ellos de los mismos placeres que se disfrutan en la corte de los reyes; como privar al hombre del nico consuelo que le impide desesperarse por las miserias de la vida. Se dice que es preciso un Dios justo y vengador que castigue y premie; se quiere un Dios susceptible de todas las pasiones humanas: se le atribuyen pies, manos, ojos y orejas y, sin embargo, se pretende que un Dios as constituido no tenga nada de material. Se dice que el hombre es su obra maestra e incluso su imagen, pero no se quiere que la copia sea semejante al original. En fin, el Dios del pueblo de hoy est sujeto a bastantes formas ms que el Jpiter de los paganos. Lo ms extrao es que cuanto ms choquen y se contradigan esas nociones con el buen sentido ms las reverencia el vulgo, porque obstinadamente cree lo que los Profetas han dicho al respecto aunque estos visionarios slo fueran entre los hebreos lo que los augures y los adivinos fueron entre los paganos. Se consulta la Biblia como si Dios y la naturale- za se explicasen en ella de manera particular, aunque ese libro no sea ms que una reunin de fragmentos cosidos al gusto de los rabinos que segn su fantasa han decidido lo que deba ser apro- bado o rechazado en funcin de lo que encontraran conforme u opuesto a la ley de Moises11.

    Tal es la malicia y la estupidez de los hombres. Pasan su vida discutiendo y persisten en el respeto a un libro en el que casi no hay ms orden que en el Corn de Mahoma, un libro, digo, que nadie entiende de tan oscuro y mal concebido como es; un libro que slo sirve para fomentar las divisiones. Los judos y los cristianos pre-

    11.- El Talmud dice que los Rabinos deliberaron si haba que eliminar el Libro de los

    Proverbios y el Eclesiasts de entre los cannicos. Los dejaron porque en ellos se habla elogiosamente de Moiss y de su Ley. Las Profecas de Ezequiel habran sido suprimidas del Catlogo si cierto cannigo no se hubiera puesto a conciliar- las con la misma Ley.

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  • fieren consultar ese galimatas que escuchar la ley natural que Dios, es decir la naturaleza, en tanto que es el principio de todas las cosas, ha escrito en el corazn de los hombres. Todas las dems leyes no son sino ficciones humanas y puras ilusiones puestas de actualidad no por los demonios o malos espritus que slo existen en la imaginacin sino por la poltica de los prncipes y los sacer- dotes. Los primeros han pretendido as dar ms peso a su autori- dad, los segundos han querido enriquecerse con el despacho de una infinidad de quimeras que venden caras a los ignorantes.

    Todas las dems leyes que han sucedido a las de Moiss, es decir las leyes de los cristianos, slo se apoyan en esta Biblia cuyo original no aparece, que contiene cosas sobrenaturales e imposi- bles, que habla de recompensas y castigos para las acciones buenas o malas, pero slo para la otra vida por miedo a que la trampa sea descubierta porque nunca pase nada de eso. As, el pueblo, fluc- tuante entre la esperanza y el temor, es mantenido en su deber por la opinin que tiene de que Dios slo ha hecho a los hombres para hacerlos eternamente felices o desdichados. Eso es lo que ha dado lugar a una infinidad de religiones.

    CAPTULO III

    LO QUE SIGNIFICA LA RELIGIN: CMO Y POR QU SE HA INTRODUCIDO EN EL MUNDO

    UN NMERO TAN GRANDE DE ELLAS

    1.- Antes de que la religin fuera introducida en el mundo, slo se estaba obligado a seguir la ley natural, es decir, a conformarse a la recta razn. Ese nico instinto era el vnculo al que los hombres estaban sujetos; y ese vnculo, aunque es muy simple, les una de tal modo que las divisiones eran raras. Pero cuando el miedo les hizo suponer que hay dioses y potencias invisibles, elevaron altares a esos seres imaginarios y, sacudindose el yugo de la naturaleza y de la razn, se ligaron por varias ceremonias y por un culto supers- ticioso a los vanos fantasmas de la imaginacin. Es de ah de donde deriva la religin, que tanto ruido hace en el mundo. Habiendo

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  • admitido los hombres potencias invisibles con poder absoluto sobre ellos, las adoraron para ablandarlas y adems imaginaron que la naturaleza era un ser subordinado a esas potencias. A partir de ah se la figuraron como una masa inerte o como una esclava que slo acta siguiendo las rdenes de esas potencias. Desde que esa falsa idea golpe su espritu, slo tuvieron desprecio por la naturaleza y respeto para esos pretendidos seres a los que llamaron dioses. De ah procede la ignorancia en la que tantos pueblos estn sumergidos; ignorancia de la que los autnticos sabios les podran sacar, por muy profundo que sea el abismo, si su afn no estuviera atravesado por los que guan a esos ciegos y que viven slo aprove- chando sus imposturas.

    Pero aunque parezca haber muy pocas posibilidades de xito en esta empresa, no hay que abandonar el partido de la verdad; aun- que slo fuera en consideracin de los que padecen los sntomas de ese mal, se necesita que un alma generosa diga las cosas como son. La verdad, sea del tipo que sea, no puede nunca perjudicar, mien- tras que el error, por muy inocente e incluso til que parezca, a la larga debe tener necesariamente efectos muy funestos.

    2.- El temor que ha dado origen a los dioses ha hecho tambin la religin; y desde que los hombres se han metido en la cabeza que hay ngeles invisibles que son la causa de su buena o mala suerte, han renunciado al buen sentido y a la razn y han tomado sus qui- meras por otras tantas divinidades que se ocuparan de su com- portamiento. As, tras haber forjado dioses, quisieron saber cul era su naturaleza y, imaginando que debera ser de la misma subs- tancia que el alma, que crean parecida a los fantasmas que apare- cen en el espejo o durante el sueo, creyeron que sus dioses eran substancias reales, pero tan tenues y tan sutiles que, para distin- guirlas de los cuerpos, las llamaron espritus, pese a que esos cuer- pos y esos espritus no son, efectivamente, ms que una misma cosa y slo se diferencian en la cantidad, puesto que ser espritu o ser incorporal es algo incomprensible: el motivo es que todo esp- ritu tiene una figura que le es propia12 y se encuentra circunscrito

    12.- Ved el pasaje de Tertuliano citado, pargrafo 10, cap. II.

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  • a cierto lugar, es decir que tiene lmites y que, en consecuencia, es un cuerpo por muy sutil que se le suponga13.

    3.- Los ignorantes, es decir la mayor parte de los hombres, habiendo establecido de este modo la naturaleza de la substancia de sus dioses, trataron tambin de descubrir por qu medio esos agentes invisibles producan sus efectos; pero no pudiendo conseguirlo a causa de su ignorancia, creyeron sus conjeturas juzgando ciegamente sobre el porvenir en funcin del pasado: como si del hecho de que algo haya sucedido en otra ocasin de tal manera se pudiera concluir razona- blemente que suceder o que debe llegar constantemente de la misma forma; sobre todo cuando las circunstancias y todas las causas que influyen necesariamente en los sucesos y las acciones humanas deter- minando su naturaleza y su actualidad son diversos. Consideraron, pues, el pasado, y conjeturaron bien o mal para el futuro segn hubie- ra resultado bien o mal la misma empresa en otras circunstancias. Por eso, como Phermion se deshizo de los lacedemonios en la batalla de Naupacto, tras su muerte los atenienses eligieron otro general del mismo nombre; como Anibal sucumbi ante las armas de Escipin el Africano, por este xito los romanos enviaron a la misma provincia a otro Escipin contra Csar, lo que no sirvi ni a los atenienses ni a los romanos: as, tras dos o tres ejemplos, varias naciones han atribuido a los lugares, a los objetos y a los nombres sus buenas o malas fortu- nas; otros se han servido de ciertas palabras que llaman encanta- mientos y las han credo tan eficaces que se imaginaron hacer hablar a los rboles con ellas, convertir un trozo de pan en un hombre o en un Dios y metamorfosear cuanto apareciera ante ellos14.

    4.- Estando establecido de este modo el imperio de las potencias invisibles, los hombres las reverenciaron en primer lugar como sus soberanos, es decir, mediante signos de sumisin y de respeto,

    13.- Ved Hobbes, Leviathan, de homine, cap. 12, pp. 56, 57, 58. [Nota del editor: en castellana, pp. 209 y ss. de Leviathan, edicin preparada por C. Moya y A. Esco- hotado para la Editora Nacional, Madrid, 1983. La misma referencia vale para las

    notas siguientes].

    14.- Hobbes, ibidem, cap. 12, pp. 56 y 57.

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  • como los presentes, las plegarias, etc. Digo en primer lugar porque en ese encuentro la naturaleza no ensea a usar sacrificios san- grientos: stos han sido instituidos nicamente para la subsisten- cia de los sacrificadores y de los ministros destinados al servicio de esos dioses imaginarios.

    5.- Ese germen de Religin (quiero decir: el temor y la esperanza) fecundado por las pasiones y las opiniones de los hombres, ha pro- ducido este gran nmero de extravagantes creencias que son la causa de tantos males y tantas revoluciones que suceden en los Estados. Los honores y las grandes rentas que han atribuido al sacerdocio o a los ministros de los dioses, han favorecido la ambi- cin y la avaricia de esos hombres astutos que han sabido sacar provecho de la estupidez de los pueblos; stos han cado tan pro- fundamente en su trampa que sin darse cuenta se han acostum- brado a lisonjear la mentira y a odiar la verdad.

    6.- Establecida la mentira y prendados los ambiciosos del dulzor de ser elevados por encima de sus semejantes, intentaron stos adqui- rir reputacin fingiendo ser los amigos de los dioses invisibles que el vulgo tema. Para lograrlo mejor, cada uno los pint a su modo y se permiti multiplicarlos tanto que se encontraban a cada paso.

    7.- La materia informe del mundo fue llamada dios Caos. Del mismo modo se hizo un dios del Cielo, de la Tierra, del Mar, del Fuego, de los Vientos y de los Planetas. Se hizo el mismo honor a los hombres y a las mujeres; los pjaros, los reptiles, el cocodrilo, el buey, el perro, el cordero, la serpiente y el cerdo, en una palabra, todos los tipos de ani- males y plantas fueron adorados. Cada ro, cada fuente, lleva el nom- bre de un Dios, cada casa tiene el suyo, cada hombre tiene su propio genio. En fin, bajo la tierra y sobre ella todo est lleno de dioses, esp- ritus, sombras y demonios. No era suficiente con fingir divinidades en tantos lugares imaginables; hubieran credo ofender al tiempo, el da, la noche, la concordia, el amor, la paz, la victoria, la contencin, el embotamiento, el honor, la virtud, la fiebre y la salud, hubieran cre- do, digo, agraviar a tales divinidades que se consideraban siempre lis- tas a caer sobre la cabeza de los hombres si no se les hubieran levan-

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  • tado templos y altares. Inmediatamente se les ocurri adorar a su genio, al que algunos invocaron con el nombre de Musas; otros adora- ron su propia ignorancia llamndola Fortuna. Santificaron sus desen- frenos con el nombre de Cupido, su clera con el de Furias, sus partes naturales con el nombre de Priapo; en una palabra, no hubo nada a lo que no dieran el nombre de un dios o de un demonio15.

    8.- Siendo los fundadores de las religiones conscientes de que la base de sus imposturas era la ignorancia de los pueblos, se les ocu- rri mantenerlos en ella por la adoracin de las imgenes en las que fingan que habitaban los dioses; eso hizo caer sobre sus sacerdo- tes una lluvia de oro y de beneficios, que se miraron como cosas santas porque fueron destinadas al uso de los ministros sagrados, y nadie tuvo la temeridad ni la audacia de pretenderlas ni tocarlas siquiera. Para equivocar mejor al pueblo, los sacerdotes se preten- dieron profetas, adivinos, inspirados capaces de penetrar el futuro; se vanagloriaban de tener relacin con los dioses y, como es natu- ral querer conocer el propio destino, esos impostores no dejaron de lado una circunstancia tan ventajosa para sus deseos. Unos se esta- blecieron en Delos, otros en Delfos y en otros lugares en los que, con ambiguos orculos, respondieron a las preguntas que se les hacan: incluso las mujeres intervinieron; los romanos recurran a los Libros de las sibilas en las grandes calamidades. Los locos pasa- ron por inspirados. Los que fingan tener una relacin familiar con los muertos eran llamados nigromantes, otros pretendan conocer el futuro por el vuelo de los pjaros o por las entraas de los ani- males. En fin, los ojos, las manos, el rostro, un objeto extraordina- rio, todo les pareca de buen o mal augurio; hasta tal punto es cier- to que la ignorancia recibe la impresin que se desea cuando se ha encontrado el secreto para prevalerse de ella16.

    9.- Los ambiciosos, que han sido siempre grandes maestros en el arte de engaar, han seguido ese camino cuando han establecido 15.- Hobbes, ibidem, cap. 12, pag. 58.

    16.- Hobbes, ibidem, cap. 12, pp 58 y 59.

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  • leyes; y, para obligar al pueblo a someterse voluntariamente, le han persuadido de que las haban recibido de un dios o de un diosa.

    Sea lo que fuere de esta multitud de divinidades, aquellos entre los que han sido adoradas, a los que han llamado paganos, no ten- an un sistema general de religin. Cada repblica, cada estado, cada ciudad y cada particular, tenan sus ritos propios y pensaban de la divinidad en su fantasa. Pero despus se han levantado legis- ladores ms prfidos que los primeros, que han empleado medios ms estudiados y ms seguros al establecer leyes, cultos, ceremo- nias adecuadas para alimentar el fanatismo que queran establecer.

    Entre un gran nmero de ellos, Asia ha visto nacer a tres que se han distinguido tanto por las leyes y los cultos que han instituido como por la idea que han dado de la divinidad y por la forma en que se han dedicado a propagar esa idea y a hacer sus leyes sagradas. Moiss fuel el ms antiguo. Despus vino Jesucristo, que trabaj sobre su plan y conserv el fondo de sus leyes aboliendo el resto. Mahoma, que es el ltimo en aparecer en escena, ha sacado de am- bas religiones elementos con los que componer la suya e inmedia- tamente se ha declarado enemigo de las dos. Veamos los caracteres de los tres legisladores; examinemos su conducta para ver a partir de ellas quienes tienen razn, si aquellos que les reverencian como hombres divinos o los que les consideran prfidos e impostores.

    10.- De Moiss.

    El clebre Moiss, nieto de un gran mago17 segn dice Martn Jus- tino, tuvo todo a su favor para convertirse en lo que lleg a ser. Todos saben que los hebreos, de los que se hizo jefe, eran una nacin de pastores que el rey Faran Osiris I recibi en su pas en consideracin a los servicios que haba recibido de uno de ellos en la poca de una gran hambruna: le dio ciertas tierras en el oriente de Egipto en una regin frtil en pastos y, en consecuencia, buena para alimentar a sus rebaos. Durante cerca de doscientos aos se

    17.- No hay que entender esta palabra en la acepcin vulgar, pues quien dice mago entre gente razonable entiende por ello un hombre capaz, un hbil charlatn, un sutil prestidigitador cuyo arte consiste en la sutilidad y la destreza, y no en algn tipo de pacto con el diablo, como cree el vulgo.

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  • multiplicaron considerablemente, ya sea porque al ser considera- dos extranjeros no se les obligaba a servir en el ejrcito ya porque por los privilegios que Osiris les haba concedido muchos naturales del pas se unieron a ellos o porque, en fin, algunos grupos de ra- bes se les haban unido en calidad de hermanos porque era de la misma raza. Sea como fuere, se multiplicaron de una forma tan sorprendente que no pudiendo ya mantenerse en la regin de Gos- sen se expandieron por todo Egipto y le dieron al Faran un justo motivo para temer que no seran capaces de realizar ciertas accio- nes peligrosas en caso de que Egipto fuera atacado (como entonces suceda con frecuencia) por sus habituales enemigos los etopes; as, una razn de estado oblig a ese prncipe a quitarles sus privi- legios y a buscar los medios para debilitarlos y dominarlos.

    El Faran Orus, apodado Busiris por su crueldad, que sucedi a Memnon, sigui su plan en relacin con los hebreos y, queriendo eternizar su memoria por la ereccin de pirmides y la construc- cin de la ciudad de Thebas, conden a los hebreos al trabajo de los ladrillos para cuya formacin era muy adecuadas las tierras de su pas. Durante esta servidumbre fue cuando naci el clebre Moiss, el mismo ao en que el rey orden que se arrojaran al Nilo todos los nios varones de los hebreos al no encontrar medio ms segu- ro de hacer perecer a ese pueblo primitivo de extranjeros. As, Moi- ss estuvo expuesto a perecer en las aguas en un cesto recubierto de brea que su madre puso entre los juncos al borde del ro. El azar hizo que Thermutis, hija del Faran Orus, fuera a pasear por ese lugar y que al or los gritos de ese nio, la compasin tan conna- tural a su sexo le inspirase el deseo de salvarle. Muerto Orus le su- cedi Thermutis y, al serle presentado Moiss, le hizo dar una edu- cacin como la que poda recibir el hijo de la reina de una nacin que era entonces la ms sabia y educada del universo. En una pala- bra, decir que fue educado en todas las ciencias de los egipcios es decirlo todo; y es presentarnos a Moiss como el ms grande pol- tico, el ms sabio naturalista y el mago ms famoso de su tiempo: adems, es claro que fue admitido en la orden de los sacerdotes, que eran en Egipto lo que los druidas entre los galos. Los que no saben cul era entonces el gobierno de Egipto quiz no se molesta- rn por enterarse de que, habiendo terminado sus famosas dinas- tas y dependiendo todo el pas de un solo soberano, estaba enton-

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  • ces dividido en varias regiones no demasiado extensas. Se llamaba monarcas a los gobernadores de esas regiones y ordinariamente esos gobernadores pertenecan a la poderosa orden de los sacerdo- tes, que posean casi un tercio de Egipto. El rey nombraba esas monarquas; y si creemos a los autores que han escrito sobre Moi- ss, comparando lo que han dicho con lo que ha escrito Moiss mismo se llegar a la conclusin de que era monarca de la regin de Gossen y que deba ese puesto a Thermutis, a quien deba tam- bin la vida. Ese es el que Moiss fue en Egipto, donde tuvo todo el tiempo y los medios para estudiar las costumbres de los egipcios y de los de su propia nacin, sus pasiones dominantes y sus inclina- ciones, conocimientos de los que despus se sirvi para excitar la revolucin de la que fue motor.

    Habiendo muerto Thermutis, su sucesor renov la persecucin contra los hebreos, y Moiss, apartado del favor del que haba vivi- do, temi no poder justificar algunos homicidios que haba come- tido; as decidi huir: se retir a Arabia, que linda con Egipto. El azar le condujo a la casa de un jefe de alguna tribu del pas y los ser- vicios que prest y las habilidades que su dueo crey percibir en l le merecieron sus favores y una de sus hijas en matrimonio. Hay aqu que remarcar que Moiss era tan mal judo y que por aquellas fechas conoca tan poco al temible Dios que despus imagin, que despos a una idlatra y que no pens en circuncidar a sus hijos.

    En los desiertos de esa Arabia, cuidando los rebaos de su sue- gro y de su cuado, es donde concibi el deseo de vengarse de la in- justicia que el rey de Egipto le haba infligido, llevando al interior de esos estados la turbacin y la sedicin. Se vanagloriaba de po- derlo conseguir fcilmente; tanto por su talento como por la dispo- sicin en que saba que encontrara a los de su nacin, ya irritados contra el gobierno por los malos tratos que se les haca padecer. Por la historia de esta revolucin que nos ha dejado o, al menos, que nos ha dejado el autor de los libros que se atribuyen a Moiss, pare- ce que su suegro Jethro participaba en el complot, as como su her- mano Aaron y su hermana Mara, que haba permanecido en Egip- to y con la que sin duda haba mantenido correspondencia.

    Sea como fuere, por su ejecucin se ve que haba preparado un vasto plan, como buen poltico, y que supo aplicar contra Egipto toda la ciencia que haba aprendido, me refiero a su pretendida

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  • magia: algo en lo que era ms sutil y ms hbil que todos los que en la corte del Faran tenan esas destrezas por oficio.

    Por sus pretendidos prodigios gan la confianza de los de su nacin, a los que hizo sublevarse y a los que se unieron los revoltosos y descontentos egipcios, etopes y rabes. En fin, alabando el poder de su divinidad, las frecuentes entrevistas que mantena con ella, y hacindola intervenir en todas las medidas que tomaba con los jefes de la revuelta, les convenci hasta tal punto que le siguieron hasta seiscientos mil hombres combatientes, sin las mujeres y nios, a tra- vs de los desiertos de Arabia, todos cuyos recovecos conoca. Des- pus de seis das de marcha en una penosa retirada, orden a los que le seguan consagrar el sptimo a su Dios mediante un reposo pbli- co para hacerles creer que Dios le favoreca, que aprobaba su domi- nacin, y para que nadie tuviera la audacia de contradecirle.

    Nunca hubo un pueblo ms ignorante que los hebreos, ni ms crdulo por tanto. Para convencerse de esa profunda ignorancia slo hace falta recordar en qu situacin estaba ese pueblo en Egip- to cuando Moiss le hizo rebelarse; era odiado por los egipcios por su profesin de pastoreo, perseguido por el soberano y empleado en los trabajos ms viles. Entre semejante populacho no fue muy difcil para Moiss hacer valer sus talentos. Les hizo creer que su Dios (al que a veces se refera simplemente como a un ngel), el Dios de sus padres,