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Trayectorias de dolor y resistencia XXXI Despertar la conciencia y construir la

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Trayectorias de dolor y resistencia

XXXI

Despertar la conciencia y construir la

Trayectoria de vida

“La barca se nos dio vuelta”

Relato de una mujer afrodescendiente y de cultura judía que pierde a su

esposo e hijo en una masacre perpetrada por paramilitares en el Sur de

Bolívar

Con ellos [sus hijos], la relación desde que murió

mi esposo ha sido muy dura. Ellos nunca han

recibido una asistencia psicológica. Ellos nunca

van a la Alcaldía, ellos nunca van a una reunión,

dicen, ‘no, mi mamá está loca, mi mamá se volvió

loca desde que mataron a mi papá, mi mamá

está loca, mi mamá está loca’. Y, de pronto, sí.

En julio de 1956, cuando su padre está cerca de los cincuenta años de edad

y su madre ronda los treinta y dos, nace ella: una mujer afrodescendiente, de

creencias judías, antioqueña, animosa de causas sociales, solidaria con los

ancianos y portadora de un liderazgo que ha venido descubriendo hasta hace

pocos años con la penosa pérdida de su esposo e hijo en una de las tantas

acciones de sevicia perpetrada por paramilitares al mando de alias “Macaco” en el

Sur de Bolívar en el año 2005.

Hoy por hoy trata de hacerse a una vivienda en una zona de invasión, vive

sola, sin mucho dinero; su hijo menor apenas va saliendo de una adicción al

alcohol, ocasionada, según ella, por la misma muerte de su padre: “Él desde que

mataron al papá, él se entregó fue a tomar y a tomar. La vida de él, para estar

tranquilo era tomando trago”; practicar la cultura judía no siempre es fácil por el

déficit de recursos y aunque lidera una asociación de víctimas reconoce que

todavía tiene que hacer una labor consigo misma: “primero tengo que hacer una

labor conmigo... tengo que hacer una labor conmigo porque... mi corazón todavía

está muy herido, muy herido, mi corazón... Yo hago el esfuerzo lo más que pueda

para estar como bien con la gente, pero hay momentos que yo... y eso que pensé

que yo no iba a poder hablar con ustedes”. No obstante, no siempre fue así.

El Kínder y otros recuerdos de infancia

Es la mayor entre seis hermanos. Su padre, un antioqueño dedicado a las

fincas y al comercio, y su madre, una guajira con importantes conexiones

familiares en Maicao, le garantizan a ella y sus hermanos una comodidad

suficiente. Reconoce que aunque ellos esperan un hijo y no una hija, la miman y

consienten a tal grado que incluso la dejan tomar tetero hasta la edad de los

catorce años.

Ingresa al kínder y al Colegio de las Hermanas Teresitas un poco antes de lo

previsto, según ella, por su precoz manera de hablar y aprender:

[...] yo nací fue hablando. Mi madre dice que yo a los nueve meses ya hablaba.

Entonces, como yo era tan hablona y tan avispada, a los cuatro años me

metieron en un kínder... en esa época los niños no podían entrar a hacer primero

hasta que no tenían ocho años cumplidos. Si no tenían ocho años cumplidos no

entraban a hacer primerito... Mi mamá llegó y dio mi nombre y la monjita muy

tranquilamente fue poniendo mi nombre y todo, cuando ya, ¿la edad?... Seis

años. ‘Ay, no, no, no podemos, no podemos, porque la niña no tiene los años’.

Dijo mi mamá, ‘Pero qué problema si la niña sabe leer, sabe escribir, sabe sumar,

sabe restar, sabe dividir... Y había un sacerdote ahí. Entonces, ese reverendo le

dijo a la monja, a la madrecita... ‘Pero qué problemas va a tener con la niña, si la

niña sabe leer. Mire como lee lindo y todo. No va a tener problema con ella’...

Entonces, me recibieron. Y era de las mejores. Ellas no tenían problema

conmigo. El único problema que tenían era que cuando quería ir al baño... tenían

que llevarme, porque sola no iba al baño”.

De esta época de infancia recuerda mucho a su padre: “un hombre muy

honorable, muy serio, la palabra para él... mejor dicho, primero la palabra”. No

conoce muy bien cómo él y su madre se vincularon; sabe que él sostuvo una

relación anterior de la cual han quedado dos hijas, mayores que ella, claro está,

pero no cuenta más. A su madre, por otro lado, la recuerda como “una mujer muy

dedicada al hogar, muy hacendosa” y de cuya genética ella heredó sus rasgos

afrodescendientes. A propósito, recuerda el día que su papá la reprende por

criticar el color de piel de su mamá:

[...] yo, un día, cometí un error y le dije a mi papá, le dije (porque mi abuelita era

blanca, mona, y mi abuelito, el esposo de mi abuelita, era negrito. Pues por eso

nosotros somos afrodescendientes. Entonces, mi mamá salió morena. Y mi papá,

pues era blanco), entonces, yo un día le dije a mi papá, le dije, ‘Papi, usted por

qué se casó con mi mamá, si mi mamá es morena y usted es blanco. Se hubiera

casado con una blanca y yo fuera una reina de belleza’. Entonces, mi papá me

dijo, ‘Ay, no, cómo dice eso [nombre de entrevistada], por Dios.... Ay no, usted

cómo dice eso, no diga eso de su mamá, su mamá es una mujer muy buena,

venga le explico. Es que su mamá es una mujer hacendosa, su mamá es una

mujer que yo nunca tengo que decirle que mire, juiciosa’. Entonces, me enseñó a

ver las cualidades lindas de mi mamá. Entonces, yo, ‘ah, bueno’, entonces, le

pedí perdón a mi mamá, ya no volví a decir eso más.

Es en ese papel de consejero como ella mejor lo recuerda. En otra situación

trata de enseñarles, a ella y sus hermanos, los comportamientos correspondientes

a un hombre y a una mujer. Señala:

Nos enseñó a que la mujer no le fallaba al hombre. Que porque sal no había. La

sal se da, y eso quiero que a ustedes les quede muy recalcado: sobretodo, los

caballeros... ellos también tienen su parte, pero, nosotras de aprender la de

nosotras. Mi papá nos sentaba a las tres mujeres y nos decía: ‘sal no hay. La sal

es que la mujer se porte mal con el hombre. Si la mujer se la juega al hombre, el

hombre nunca consigue nada. Siempre le va mal. Todo negocio que hace le va

mal’. Eso nos decía a nosotras las mujeres. A los caballeros, los hermanos, los

llamaba y les decía: ‘A ustedes les quiero enseñar algo. Los hombres nunca

levantan la mano para pegarle a una dama, a una mujer. Ni siquiera en la

situación de que ustedes lleguen de un viaje y la encuentren acostada con otro

hombre. Arreglen sus maletas y se van. Y si ellas no los dejan sacar sus maletas,

se van sin la ropa... Ese el único motivo para irse, pero no para pegarle. Los

caballeros siempre tratan a las damas como -él decía-, como un pétalo de rosa’.

Sí, ya se les saca la silla, se les abre la puerta, todos esos buenos modales que

habían antes que ahora se han perdido.

Cuando se le pregunta por su mamá, evoca el papel fundamental que las

mujeres cumplen en la preservación de la cultura judía. Dice:

Mire, nuestra madre es la que lleva las riendas… en Jerusalén hay matriarcado.

No como en Santander, la mujer manda porque la mujer es la que cría los hijos.

La mujer es la que pasa todo lo que se sabe, la mujer se lo transmite a los hijos.

Entonces, la madre le enseña a uno... un niño está formado a los cinco años. Un

niño tiene toda su personalidad formada a los cinco años. Todos los reyes,

Salomón, todos, a los cinco años. Cuando Moshe que lo cogió la hija del

Faraón... a los cinco años ya estaba formado. A los cinco años ya, desde que

están en el vientre, a los cinco años que te leen la Torah que te dicen, ‘no comas

esto, aquí dice no comas esto, esto no lo hacemos’.

Es también en esta primera parte de su vida cuando ella tiene el primer

contacto con el que va a ser su esposo, para aquel entonces un adolescente de

quince años de edad, vecino y novio de una prima de ella. Ella, por otro lado,

apenas cumple los ocho.

El matrimonio y los años buenos

En la cultura hebrea, según indica la entrevistada, los niños y niñas alcanzan

la mayoría de edad cuando cumplen trece años. Tal acontecimiento es celebrado

por la familia de los infantes y la comunidad judía local en una fiesta denominada

el Mitzvah. Al parecer, es alrededor de esta edad cuando ella establece contactos

más cercanos con su futuro esposo y es en una de esas fiestas, precisamente,

cuando recibe las primeras demostraciones de interés por parte de él, si bien no

directamente, sí por medio de un tercero.

[...] si tú entras a la familia judía y conoces a la chica que es judía y ella te

agrada, entonces, tú se lo comentas a un familiar de ella. Al papá o a la mamá...

más que todo los hombres siempre se allegan a comentárselo a los hombres. Y

uno, a las mujeres, ‘Ese chico está interesante’. Y los varones se lo comentan

entonces... Pero, en este caso fue más que todo él a mi tío. Porque yo no, yo no

estaba como pendiente de él. Entonces, mi tío me dijo, ‘Él es buen muchacho,

trabajador y esto...’ Entonces, fuimos haciendo... porque primero se necesita

tener una amistad. Cuando tú eres novio, no conoces a la persona, ni la persona

te conoce a ti. Cuando hay una amistad, hay una sinceridad. Se conoce a fondo

todo. Tú le dices a ella qué no te gusta, ella te dice qué no le gusta. Todo, todo,

todo y tú la conoces. Pero, cuando hay noviazgo se finge.

Pero si su tío estaba de acuerdo, su mamá no; al final, esta contradicción

termina resolviéndola su padre.

Por ciertos motivos de ciertas cosas, mi mamá no quería. Más que todo por lo

económico. Porque mi mamá decía que de pronto él me ponía a sufrir, que él no

me quería. A veces, las madres como que no quieren encontrar un hombre

bueno para uno. Pero mi papá decía ‘No, no hay problema porque igual puede

ser la hija del presidente y si él no es rico, pues se les ayuda. Entonces, vamos a

darle una finca a él para que trabaje’.

Así, casaron cuando ella tiene diecisiete y él veinticuatro. No obstante, a ella

nunca le gusta que su esposo sea empleado de su papá y lo motiva, después de

dos años de casados y de dos hijos, a que prueben suerte en la Guajira como

comerciantes. Una vez instalados allí les va muy bien. Trabajan doce años en

Maicao y cinco años en Venezuela, al cabo de los cuales vuelven a Antioquia,

donde montan una “juguería”1 y él se enrola por un tiempo en el negocio de las

maderas; posteriormente, más por iniciativa de él que de ella, compran una finca

en una vereda del Sur de Bolívar. Ella lo narra así:

[...] me casé, tenía diecisiete años. Estaba bastante joven. Mi esposo tenía 24

años. Empezamos trabajando y de pronto un día yo le dije a mi esposo: ‘Mi amor

no quiero que usted le trabaje a nadie sino que se independice’. Entonces él me

dijo, ‘entonces qué vamos a hacer’. Yo le dije, ‘Bueno, lo que vamos a hacer es

que vienen unos primos de Maicao y allá con poquita plata compramos mucha

mercancía, venezolana o de Taiwán que traen, allá hay mucho comercio’.

Entonces, él me dijo, ‘Ay, si usted me dice eso, entonces, lo vamos a hacer’. Yo

le dije, ‘Claro, lo vamos a hacer, porque no quiero que usted le trabaje a nadie

sino que salgamos adelante por nuestra propia cuenta y que nosotros mismos

seamos independientes y nos mandemos’. Entonces mi esposo reunió

trescientos mil pesos. Con trescientos mil pesos vino una prima y ella le contó

todavía más maravillas de lo que yo le había contado y él vio que la cosa y dijo,

‘Bueno, entonces, nos vamos’. Yo le dije, ‘No, váyase usted primero para allá

para la Guajira, cuando ya usted esté organizado, entonces, yo me voy’. Porque

como los acomodados eran mis padres y los de él no. Él de la edad de doce años

le tocaba trabajar para mantener a la mamá y a los hermanitos. Entonces, pero

muy trabajador, muy humilde... Entonces, ya se fue para Maicao y empezó a

trabajar y ya cuando yo me fui ya yo tenía los dos niños pequeños. La niña que la

tenía mi mamá y el niño que yo me llevé. Y empezamos allá, a trabajar y nos fue

súper bien. Entonces, de pronto, unos compadres de nosotros me llamaron a mí

para que yo hiciera un inventario en un almacén... entonces, cuando me llamaron

para que hiciera ese inventario, mi esposo me dijo, ‘Y por qué te llamaron para

que hicieras ese inventario’. Y dije, ‘No, porque saben que yo soy honrada y que

no les voy a robar’, que no sé qué, pensé yo y yo le comenté eso a mi esposo.

Después de que hicimos el inventario y todo salió bien, entonces, nos dejaron el

almacén a nosotros. Para que nosotros lo libráramos. Ellos se fueron para

1 La entrevistada se refiere a la venta de jugos y ensaladas de frutas.

Panamá. Nos dejaron ese almacén. Nosotros libramos ese almacén trabajando.

Mi esposo y yo, y luego montamos otro almacén... Ya yo quise venirme para

[nombre de pueblo]. Mi esposo terminó todos los negocios allá y quiso invertir en

tener una finca propia.

Estos deseos de tener una finca propia llevan a su esposo al Sur de Bolívar.

En realidad en Antioquia no pueden comprar porque el narcotráfico ha valorizado

las tierras a cuantías impresionantes. Por lo demás, allí, en el Sur de Bolívar, su

esposo encuentra lo que quiere: una finca grande, con buenas quebradas, de

potencial maderero, en la que puede ver la montaña y además estar cerca de su

mamá. No obstante, casi la totalidad de tiempo que él está en esta finca, alrededor

de veinte años, ella está en Cali. Situaciones relacionadas con el auge paramilitar

en la zona hacen que, a los dos años de estar allí, y después del nacimiento de

uno de sus últimos hijos, decidan que es mejor que ella y los niños estén en la

capital vallecaucana. Sin embargo, a pesar de la distancia se frecuentan: él va a

Cali o ella viajaba a la finca. Con todo, ella considera que ésta es una época

buena, pues el trabajo de su esposo hace que nunca les faltara nada.

[...] pues la vida mía buena, ¿no? Seguía buena. Porque cuando hay dinero, uno

no se queja de nada. Entonces, él [su esposo] a mí me aportaba dos millones de

pesos. Me mandaba mensuales. Los niños vivían bien. Económicamente,

vivíamos bien. Era más que… cuando mi esposo llegaba un camión y bajaba el

mercado, las vecinas me decían, ‘doña Amparo va a montar tienda’. Decía, ‘No,

no voy a montar tienda. Mi esposo trae un mercado así. Él es exagerado para

mercar y trae así el mercado’. Yo fui una mujer muy afortunada. Que la vida me

ha puesto a mirar la otra cara de la moneda, de pronto para bien, ¿no? Yo a

veces, no sé si eso me lo pienso como por darme de pronto un respiro, un

ánimo... Pero yo, una mujer tan afortunada que nunca ni siquiera tuve que decirle

a mi esposo cómpreme un interior porque él me compraba todo a mí. Todo, todo,

todo me lo tenía. Él compraba por docenas de interiores para sus hijos. Nosotros

teníamos todo. Vivíamos bien. Vivíamos en Cali por la [dirección omitida]”

En el Sur de Bolívar: “la otra cara de la moneda”

Su esposo es asesinado en el 2005 junto con aproximadamente quince

personas más; sin embargo, su interacción con los grupos armados se viene

dando desde muchos años atrás e involucra otros miembros de la familia. La

complejidad del conflicto armado colombiano, causada entre otros factores por la

extendida duración en el tiempo y el entrecruzamiento de todo tipo de

motivaciones, ha hecho que en el seno de una misma familia haya tanto víctimas

como victimarios. Este el caso de nuestra entrevistada. A pesar de que algunas

veces esta doble situación traba lazos de cooperación que permiten poner en

sobre aviso a miembros de la familia amenazados por grupos armados, dándole

tiempo para la huida o el escondite, lo cierto es que la gran mayoría de veces los

resultados son catastróficos, fratricidas, desgarrando no solo los afectos, sino el

tejido social al interior de la familia. A su esposo no lo asesinan antes,

precisamente, porque miembros de su familia extensa, que pertenecen a grupos

paramilitares, le avisan cuando el peligro es inminente; él, una vez enterado, se

marcha inmediatamente. Así sucede dos veces, no obstante, en la tercera

oportunidad no cree: “él decía que no, que ya no, que qué le iban a hacer eso, que

sabían que él no estaba en nada, que él no, no creía”.

Tampoco cree cuando el muchacho, que pasa gente de una orilla de la

quebrada a la otra, en canoas impulsadas por canaletes, corre a decirle a todos

los del asentamiento que se vayan porque vienen los paramilitares.

[...] un muchacho nos contó que habían llegado, al otro lado de la quebrada, los

paramilitares. Con pañoletas amarradas y así con una ropa pintada. Entonces,

que le dijeron que les pasara canoas, para que los pasaran al otro lado.

Entonces, el muchacho dizque se quedó mirando y vio que eran paramilitares.

Entonces, dijo, ‘Bueno, bueno, ya les voy a pasar la canoa, voy allí por el

canalete, ya voy con el canalete’. Entonces, él se subió corriendo y dijo, ‘Don

[nombre omitido], están los paramilitares del otro lado, vámonos, vámonos’.

Entonces, le dijo, ‘No, quién dijo que esa gente va a venir por ahí’. ‘Sí, están ahí’.

Total que el muchacho no esperó y a los que creyeron del pueblito, se fueron,

huyendo. Los que no creyeron se quedaron.

Y es que no tiene razones para creer que quieran asesinarlo, pues él

siempre ha sido un hombre correcto, generoso y preocupado por la comunidad. En

la región donde está asentado se convierte en un líder comunitario, dado que el

sorprendente crecimiento de la población, a raíz de los hallazgos de oro que en la

década de 1980 ha convocado a un número significativo de pequeños mineros,

trae consigo nuevas necesidades y problemas. Dada esta confluencia de personal,

combina sus actividades agropecuarias con quehaceres comerciales y monta,

junto a una compraventa de oro, un almacén donde ofrece artículos de primera

necesidad, ropa, electrodomésticos, entre otras mercancías. Sin duda le va muy

bien. Sin embargo, según relata su esposa, la preocupación por la gente lo lleva

un poco más allá y hace llegar al poblado a una enfermera y a una profesora y por

último, cuando dona una parte de su tierra para que se construyan algunas casas

y germine un nuevo pueblo, construye un centro de salud y un colegio. Su esposa

afirma: “Entonces, mi esposo en vista de que ya había tanta gente, él vino y dio un

pedazo de tierra, allá, en la tierra de él. Hicieron un pueblo, así, en el centro una

cancha y, alrededor, los negocios y la gente fue tomando, fue haciendo sus

casas”.

Esta no es, sin embargo, una actitud nueva en él. Cuando viven en Maicao,

junto con su esposa, llevan a cabo una labor similar con los reclusos de la cárcel.

Mi esposo tenía un corazón demasiado bueno. Él me mandaba a mí a llevar a la

cárcel, a los que no mira la gente, porque la familia cuando pasa un año, se

cansa, se aburre, no los van a visitar, ‘Vaya a la cárcel y cuente cuántos presos

hay. Vaya, mire, hable con el director de la cárcel, para que le dé permiso para

entrar’; hacíamos las vueltas con la cosa de que siempre en la familia había

abogados y eso para que el director me diera a mí un permiso especial y yo ir...

Los sábados yo iba a la cárcel a llevarle a los presos bolsas de leche, lechita

klim, café, máquinas de afeitarse, desodorante, llevarles lo que la gente no les

lleva. A llevarles comida. Matar una vaca. Hacerles un arroz de pollo. Una comida

que allá no se las dan... Iba mi hermano o iba alguien conmigo. Y tocaba piano...

yo siempre les daba a saber que era mi esposo... yo iba, pero que era mi esposo

el que les mandaba todo eso a ellos.

No obstante, un hecho acaecido también en Maicao, parece señalar que

estas “buenas obras” superan el mero sentimiento caritativo. Su esposa señala lo

siguiente:

[...] cuando nosotros llegamos a Maicao, llegó unos primos míos, siendo

militantes del MOIR. Cuando eso era del MOIR, de la fila UNO, sí del UNO [Unión

Nacional Obrera]... Entonces, en ese tiempo, eso era peligrosísimo decir que eso

era... Igual como ahora, mejor dicho. Entonces, mi esposo era muy apasionado,

porque eso él era así de un corazón como dedicado a todo eso. Entonces, allá en

colegios, reunían por la noche a los jóvenes y él les enseñaba. Entonces, yo para

no estar como muy incluida, yo me quedaba en la puerta mirando que la policía

no viniera, mientras ellos les daban clase [risas]... eso es en Maicao. Allá saqué

yo la cédula. Porque había que votar y entonces, necesitábamos sumar votos y

venían los muchachos de Bogotá a visitarnos y a darnos instrucciones. Pero el

más metido en el cuento era mi esposo. Porque, la verdad, yo he tomado las

riendas en esto ahora. Pero, él sí me enseñaba mucho y él me decía, ‘las cosas

no pueden seguir así. Las cosas tienen que mirarse de otro modo porque... o

sea, si miramos, si miramos, el primer revolucionario fue Joshua. Porque Joshua

quería cambiar, que todos estuviéramos iguales’. Entonces, cuando tú miras que

quieres que sean las cosas como equilibradas, no, ya está mal... Y a pesar de

que nosotros tuvimos... mi esposo tuvo dinero, porque yo lo puedo decir, lo tuve

desde que nací, yo nací en una cuna que había dinero. Pero mi esposo, con sus

esfuerzos, con su trabajo, pues consiguió dinero. Mi esposo tenía un corazón

demasiado bueno.

Esta inclinación en pro de la transformación social es la que hace que

paramilitares de alias “Macaco” lo tilden de auxiliador de la guerrilla, sospecha que

parece ampliarse con su cargo de presidente de la Junta de Acción Comunal. Una

niña, hija de él con otra señora que no es su esposa, y que está escondida en el

momento que lo torturan, según cuenta la entrevistada, señala cómo lo asesinan:

Los que no creyeron se quedaron. Pero, la niña, hija de mi marido con la otra

muchacha, se escondió, la niñita se escondió y ella nos contaba a nosotros, que

ellos lo habían cogido a interrogarlo, ‘que a dónde estaban los guerrilleros, que a

dónde estaban los guerrilleros, que les dijera, que...’. Él dice que no, que él no

sabía... Entonces, cuando ya, empezaron a hacerles disparos y él no se moría,

entonces, ahí fue cuando uno de ellos dijo, ‘no, es que él está asegurado’, dijo

uno de los paramilitares. Entonces, le pegaron un tiro en la frente. Ahí sí él cayó.

Entonces, con unas varillas le sacaron los sesos.

Pero este desenlace solo es corolario de algo que viene sucediendo desde

que ellos están en Antioquia, solo que nunca piensan que algún día les tocaría a

ellos. Ella narra así ese comienzo:

[...] todo funcionaba normal. Hasta que él ya empezó a ver que... pues no

solamente él lo veía, todos nosotros veíamos que torturaban a la gente. Pero

como no sabíamos en verdad qué era lo que pasaba. Porque primero, empezó

que, de que se pagaba una vacuna, una cuota para unos señores que les

decíamos los ‘guachimanes’, ellos eran como vigilantes que cuidaban el

ganado... ya después apareció ese Castaño, entonces, ya fue cuando ya empezó

que dizque… era el terror todo mundo. Las fincas. Mi papá tenía una finca que se

la compraron pero a medias. Le dieron la primera cuota y después esos señores

se perdieron. Eso fue antes del 85 y por eso nosotros no fuimos... esa finca no la

hemos podido meter para que nos la restauren. Bueno, empezaron de que... la

gente se la llevaba y la torturaban. Con motosierra. Y por el río veíamos pasar y

nosotros, ‘Ay que con una motosierra lo cortaron’, ‘no, que porque son

marihuaneros’, ‘no, que porque...' y bueno... que les cortaban los... que les

sacaban los ojos, les cortaban la lengua, les cortaban el pene, que los

crucificaban, que los ponían a donde había, cómo se llama, hormigas... bueno,

no, eso era como el trauma, el temor. Entre los grandes escuchaba uno todo eso.

Una vez, mataron a un muchacho muy allegado a la casa. Lo torturaron.

Horriblemente. Él hacía, cómo se llama, artesanías. Hacía artesanías y las

vendía. El muchachito, la mamá se había dejado con el papá y él veía por la

mamá, mi papá le tenía mucho cariño y se llamaba [nombre omitido]. Cuando lo

mataron, en esa forma tan horrible como lo mataron, que le sacaron los ojos, que

le sacaron las uñas, que lo torturaron tan horriblemente, mi papá dijo, ‘No, esto

sucede, esto sigue así yo no soy capaz de soportar de ver esta cosa tan terrible’.

Todos nos quedamos muy aterrorizados. Ahí fue cuando mi marido dijo que nos

llevaba para Cali por temor a que fuera a pasarnos algo a nosotros o a los niños.

Afortunadamente, nos fuimos. Porque ahí empezó la situación más dura. Por

esas oficinas de la AUC. Entonces, ya aparentemente, no reclutaban niños, pero

era un reclutamiento, tener una oficina porque una persona que necesita trabajar

o el muchacho, termina el bachillerato o termina de pagar el servicio militar y se

viene a trabajar. Les daban un celular, un revólver y una moto y se ganaban el

mínimo... La cosa pasaba así, pero como habemos personas que, en realidad, yo

no sé si es que estamos tan, tan, como tan alejados de los demás o de saber en

verdad qué es lo que está pasando o nos lo maquillan... pasaba todo eso, algo

que pasaba en el pueblo que sí la gente comentaba y decíamos, ‘bueno, pero tan

raro’, ‘se fue la luz’ y al momentico mataban... Ya llegaba la luz, ya habían

matado... Dice uno, pero qué es esto, pero qué pasa... De todas formas era... uno

decía, ‘no, pero como nosotros somos una familia que no matamos, no robamos,

no hacemos... a nosotros no nos va a llegar eso, a nosotros nunca nos va a

pasar eso’.

En la zona también operan estructuras guerrilleras que la narradora no

identifica con exactitud. Éstas, al igual que los grupos paramilitares, extorsionan a

su esposo por medio del cobro de las denominadas “vacunas”. No obstante, a

pesar de estas exacciones, la entrevistada diferencia claramente un grupo

armado de otro. Dice:

A mi esposo le cobraban vacuna los paramilitares y la guerrilla. Entonces,

también estaba cansado de eso. Aunque yo de la guerrilla a los paramilitares

prefiero la guerrilla.... por ejemplo, yo llegué a ver que la guerrilla hacía reuniones

en los pueblos. Y venían y le ponían las quejas a ellos de cualquier situación.

Entonces, ellos iban y investigaban. ‘Nos dijeron que esto y esto y usted y esto,

¿eso es verdad?’. O le decían, ‘Bueno, ya sabemos que usted roba o atraca o le

pega a la mujer’, bueno, en fin, las quejas que sea, ‘le damos tanto tiempo para

que cambie o para que se vaya’. Los paramilitares, no. Los paramilitares venían

y... si yo le decía, ‘Mire, el señor me debe una plata y no me quiere pagar’. Ese

ya lo cogían y lo mataban. Entonces, qué es mejor una advertencia, ¿cierto? O

sea, encuentro yo cuando escucho la palabra que dicen por la televisión

"terroristas", encuentro más terroristas al que de una va y le hace una cosa tan

despiadada. Porque yo, primeramente, si soy Ley, si soy quien sea, yo, como

madre, con hijos que tengo y viene un hijo y me dice, ‘Mamá, aquel me hizo esto’,

yo primero tengo que investigar quién fue el que buscó, quién fue el que hizo,

porque no me queda bien de ningún lado, que sea yo, sea la Ley, sea mi hijo,

actuar así, sin primero mirar.

Pero la tragedia no termina en el 2005. Junto a su esposo, los paramilitares

matan también a uno de sus hijos, un niño especial, que lo acompaña en ese

momento. Ni el cuerpo de su esposo, ni el de su hijo, los ha podido rescatar, ella

afirma que están enterrados en una de las tres fosas que los paramilitares hicieron

para depositar los muertos. Unos hermanos de su esposo entierran un palo de

guanábana en la fosa donde están enterrados él y el niño, como una marca para

luego ir a sacarlos. En el 2009, cuando dos de ellos vuelven a la finca a ver que

pueden rescatar, la desdicha se tornó monstruosa: personas que pertenecen a un

grupo sin identificar los asesinan. Los hechos suceden en la misma finca donde

cuatro años han dado muerte a su hermano y sobrino. Nadie puede imaginar que

las cosas terminen peor, pero una de las esposas de estas nuevas víctimas, que

se encuentra en estado de embarazo, y que presencia cómo asesinan a su

marido, muere a causa del choque emocional que le produce el hecho. La criatura

pueden salvarla y es entregada a un familiar para su cuidado. Como si no fuera ya

mucho, un hermano de ella que se dedicó por un tiempo a la política es

secuestrado y un cuñado, que pertenece a los paramilitares, es asesinado por el

ejército, en lo que ella considera un acto de doblez, pues sostiene la idea de que

el Ejército y los paramilitares son lo mismo: “¡Los mismos del Ejército eran

paracos!”, dice con firmeza cuando se le pregunta si el Ejército patrulla por las

zonas donde los paramilitares cometen estas atrocidades.

Los desenlaces

Después de ese día de 2005 todo se derrumba. Su familia se fracciona.

Llegan cartas amenazando a toda la familia. Ella se separa de sus hijos y se va

para Cali sola. Tarda cuatro años en volver con ellos. Su mamá enferma a causa

de la preocupación. Uno de sus hijos cae en el alcoholismo. Ella se vuelve

neurótica, “loca”, le decían sus hijos. Su odio se radicaliza a tal punto que quiere

matar a todos. Fijémonos como ella misma lo relata:

Siente uno más odio, más rencor por todos lados, por todos los ciudadanos.

Porque la verdad, la verdad a mí se me está pasando el odio que tenía. Yo

odiaba a todo mundo. Es que ustedes no me conocieron cuando era tan odiosa.

Ay, era así, una gata. Y quería coger una metralleta y matar a todo mundo.

Porque, a ver, yo tuve una época en que, primero, quería dormir, dormir, dormir y

morirme. O sea, ya mataron a mi esposo, ya paré todo en vida, ya que me

muera, que me muera, que me muera. Entonces, por mi hijo, también porque mi

hijo, Dios mío, yo sí me muero… Esa parte la superé. Pero después vino otra

parte en que a todo el que veía quería matarlo. Yo creo que los empleados

públicos me odiaban a mí también como los odiaba yo. Yo los detestaba a todos,

a todos, yo quería matarlos, yo quería llegar a una oficina y peliar con todo y que

me cogieran y me llevaran a la cárcel. Yo lo intentaba... ¡Ay! Yo era insoportable,

yo tengo un día de estos, en un acto público, que pedirle perdón a todo mundo.

Eso yo insultaba al alcalde, yo insultaba al personero, yo insultaba a todo mundo.

A todo mundo lo insultaba. Y de verdad, yo quería coger una metralleta y matarlo

a todos... Coger una metralleta y matarlos, di, di, di, di, di, di... para que me lleven

a una cárcel... Eso no, no hay palabra, no hay palabra.

Aunadas a estas secuelas emocionales y de salud están las directamente

relacionadas con la sobrevivencia material. El dinero le es ahora más escaso y

más difícil de conseguir. Las reparaciones administrativas por parte del Estado son

insuficientes. Tiene cierta esperanza en la Ley de restitución de tierras, aunque

manifiesta bastante desconfianza; a ese “cementerio”, como ella denomina a la

finca de su esposo, no quiere volver, además, “cuentan que a los que les han

entregado tierra, que de allá los traen muertos en ataúdes”, señala a propósito de

la citada Ley.

Otro tanto hay que agregar con respecto al trato que ella percibe de la

sociedad; de algún modo siente que su entorno la estigmatiza por su viudez:

Es el pan de cada día de muchas mujeres viudas. Tener que volvernos

agresivas, peliar, peliar… porque a veces la misma sociedad piensa que las

mujeres que quedamos viudas nos podemos ganar la comida durmiendo con los

hombres. De pronto a mí me ha pasado... Yo sé que a otras también les ha

pasado “doña [nombre omitido] usted está muy buena, usted sufre porque quiere”

y no es así. Si mi esposo no se hubiera muerto sino que se hubiera ido con otra,

yo no lo sentiría. Porque él mismo habría tomado la decisión de irse con otra, era

algo que él habría querido hacer. Pero a mi esposo, a mi esposo lo mataron”.

Al Estado colombiano le reclama algo similar, pues le critica la pretensión de

reparar a las viudas con las meras indemnizaciones económicas y olvidar la parte

afectiva:

[...] quiero que ustedes de verdad, con el corazón, ustedes sí recalquen mucho y

hagan ver de que a las viudas que habemos por la violencia... El gobierno tiene

una deuda tan grande con nosotros que ni con pensión que nos dé, porque a la

reparación... ¿cuál puede ser la reparación? Después de que yo coja una copa,

este vaso y lo quiebre yo lo puedo querer volver a pegar pero no va a quedar

igual. Nunca me va a quedar igual. Entonces, la reparación, en algunas cosas se

puede hacer reparación, en otras no... En un dinero que le den a uno, sí, eso

acomoda ciertas cosas. Pero en lo afectivo, en lo sentimental. Yo creo que no.

Ahí no hay una reparación.

Sin duda estas reivindicaciones en pro de las viudas son parte de esa cultura

judía que tanto la determina. Como ella misma lo afirma, las viudas son muy

veneradas dentro la comunidad judía, y junto con los huérfanos son sujetos de

gran consideración y estima. No obstante, en la tradición judía el ejercicio del

liderazgo público es una función preponderantemente masculina y la figura del

hombre denota por sí sola autoridad; la mujer, en cambio, es valorada por su

sabiduría, que se ve reflejada en la crianza y formación de los hijos. Estas

consideraciones han hecho que la comunidad judía local, a la cual ella pertenece,

no haya podido ayudarla más, pues ella se desempeña de manera decidida como

líder de una asociación comunitaria en el municipio donde reside y eso, de algún

modo, está mal visto por los líderes religiosos de su comunidad:

Ellos a mí me han dicho que estoy haciendo mal cuando yo estoy metida en todo

esto [se refiere a su liderazgo comunitario]. Pero de igual forma yo todavía no he

sentido en mi corazón de alejarme, aunque me he alejado un poquito porque

ellos dicen que estudie más Torah, para que yo los pueda ayudar a ellos pero de

otra forma, recibiendo de pronto recurso de ellos... Pero no es tan fácil así que el

que no trae las raíces lo haga.

Las ideas frente al conflicto colombiano

A pesar de tener una historia de tanta aflicción y dolor, ella ha sabido

reponerse. El recuerdo de su esposo, como un hombre que servía a la comunidad

y que dio su vida por ayudar, le ha servido de inspiración y fortaleza. Ha sido en

memoria de él, que ella, como quien quiere continuar un legado, ha venido

organizando una asociación de personas que de algún modo han sufrido también

la marginación social.

[...] en recuerdo de lo que él me decía a mí, que había que ayudar a la gente más

desprotegida, a los campesinos, a la gente ignorante, a la gente que de pronto

por situaciones de la vida nunca habían podido ir a un colegio, a una escuela; a

esa gente que no sabían entender sus derechos, a ellos había que ayudarles,

porque cómo les quitaban sus tierras, cómo les quitaban el fruto de su trabajo,

porque sacaban su trabajo y no valía nada y luego los que lo compraban eran

quienes lo vendían a buen precio [….] Entonces, en vista de eso fue que yo tomé

la decisión. La tomé y la tengo todavía hasta el día que se acaben mis días.

No obstante, todo ha sido tan devastador y complicado que ella, al igual que

millones de víctimas en Colombia, no sabe explicar por qué le pasa lo que le pasa,

ni tampoco por qué el conflicto armado persiste. Ante esta ausencia de

explicaciones sólidas, las víctimas han tenido que asirse de lo que tienen a la

mano: así, la religiosidad y los razonamientos del común, por ejemplo, se han

vuelto para la gran mayoría de casos, los elementos de interpretación a partir de

los cuales las personas le dan sentido a los diferentes sucesos de violencia que

han marcado sus vidas. Esta es la situación de la narradora de esta trayectoria de

vida. Cuando se le pregunta el porqué del conflicto colombiano esto es lo que

responde:

¿Por qué se da esto? Esto se da, primeramente, para mí, para ustedes y para los

que nos escuchen, porque nos hemos olvidado de los mandatos, estatutos y

ordenanzas de Hashem. Cuando el pueblo cayó en ese problema de que hubo

ese holocausto, ellos sabían de qué era porque ellos sabían que se habían

alejado del Eterno. Porque ya no guardaban Shabat, porque ya no guardaban los

mandatos del Eterno. Y por eso el Eterno prometió de que si nosotros nos

alejábamos de Él, si nosotros no teníamos pendiente celebrar sus fiestas, que

son cuatro fiestas en el año, de estar cumpliendo lo que él nos dejó, él mandaría

pestes, mandaría gente peores que un león con garras de león, para que llegaran

a hacernos daño. Y porque está muy cercana la venida de Hashem. Es que no

estamos en 2014. En el calendario griego romano, estamos en el 2014. Pero en

el calendario hebreo estamos en el 5777. Y cada seis mil años, el Eterno hace

una limpieza y purificación de la tierra. Estamos repitiendo la época de Noah.

Con todo lo que hemos expuesto aquí, ¿quién osaría volver a reír? o ¿quién

podría soñar con un mejor futuro? Aunque parezca inverosímil ella lo hace. A

pesar de que la “barca se le dio vuelta”, ella está otra vez sacándola a flote. Sus

sueños siempre están en función de ayudarle a la gente, sin importar si se lo

agradecen. Con todas las limitantes trata de ser estricta con las costumbres

judías. Es sobria. Ha vivido más de cincuenta años pero no los aparenta. Sonríe

de manera continua de tal modo que es difícil imaginarla con la amargura que dice

que carga en los años posteriores al asesinato de su esposo y de su hijo. Sin

duda, las víctimas en Colombia, que se caracterizan en general por la tenacidad,

el coraje, la lucha y la resistencia, demuestran que este país tiene gente muy

capaz de hacer de esta sociedad algo mejor.