Tres cuentos breves

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La brujita Dulce Pequeño Hans y los frijoles mágicos El violín de Illich, el niño violinista y el ángel

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La brujita Dulce

Pequeño Hans y los frijoles mágicos

El violín de Illich, el niño violinista y el ángel

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La Brujita Dulce

Había una vez una brujita muy especial, porque era una brujita buena, pero no tenía ni idea de cómo ser buena.Desde pequeñita había aguantado las regañinas de las brujas, que le decían que tenía que ser mala como todas, y había sufrido mucho porque no quería serlo. Todos sus hechizos eran un fracaso, y además, no encontraba nadie que quisiera enseñarle a ser buena, así que casi siempre estaba triste.Un día se enteró de que las brujas viejas planeaban hechizar una gran montaña y convertirla en volcán para arrasar un pequeño pueblo. La brujita buena pensó en evitar aquella maldad, pero no sabía cómo y en cuanto se acercó al pueblo tratando de avisar a la gente, todos se echaron a la calle y la ahuyentaron tirando piedras al grito de "¡¡largo de aquí, bruja!!". La brujita huyó del lugar corriendo, y se sentó a llorar junto al camino.Al poco llegaron unos niños, que al verla llorar trataron de consolarla. Ella les contó que era una bruja buena, pero que no sabía cómo serlo, y que todo el mundo la trataba mal. Entonces los niños le contaron que ser bueno era muy fácil, que lo único que había que hacer era ayudar a los demás y hacer cosas por ellos.- ¿Y qué puedo hacer por vosotros?- dijo la bruja.- ¡Podías darnos unos caramelos!, le dijeron alegres.La bruja se apenó mucho, porque no llevaba caramelos y no sabía ningún hechizo, pero los niños no le dieron importancia, y enseguida se fueron jugando. La brujita, animada, volvió a su cueva dispuesta a ayudar a todo el mundo, pero cuando iba de camino encontró a las brujas viejas hechizando la montaña, que ya se había convertido en un enorme volcán y empezaba a escupir fuego. Quería evitarlo, pero no sabía cómo, y entonces le vinieron a la cabeza un montón de palabras mágicas, y cuando quiso darse cuenta, el fuego se convirtió en caramelos, y la montaña escupía una gran lluvia de caramelos y dulces que cayó sobre el pueblo.Así fue como la brujita aprendió a ser buena, deseando de verdad ayudar a los demás.Los niños se dieron cuenta de que aquello había sido gracias a ella, se lo contaron a todo el mundo, y a partir de aquel día nadie más en el pueblo la consideró una bruja mala. Se hizo amiga de todo el mundo ayudando siempre a todos, y en recuerdo de su primer hechizo, desde entonces la llamaron La Brujita Dulce.

Pedro Pablo Sacristán

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Pequeño Hans y los frijoles mágicos

Había una vez un terrible ogro que le robó a un mercader todo su dinero. Cuando el mercader murió, su viuda y su hijo, el pequeño Hans, quedaron muy pobres. Cierto día, la mamá del pequeño Hans le ordenó que llevara su única vaca al mercado, y que tratara de que le dieran por ella la mayor cantidad de dinero posible. El pequeño Hans obedeció y, en el camino, se encontró con un extraño viejito de acento irlandés y una larga barba blanca. El anciano llevaba en una bolsita de cuero amarrada a su cinturón, unas cuantas semillas de colores. El viejito le ofreció las semillas de frijol a cambio de la vaca, diciéndole que eran semillas mágicas. Al pequeño Hans le pareció una buena oferta y aceptó.

El pequeño Hans regresó a casa con las semillas mágicas en su mano. “¡Mamá, mira! Son semillas mágicas”, exclamó el pequeño Hans. “Muy bien. Pequeño Hans. ¿Y qué has hecho con nuestra hermosa vaca?”, preguntó su mamá. El pequeño Hans contestó: “La cambié por estas maravillosas semillas”. Su mamá se enojó muchísimo, y tiró las semillas por la ventana. “¡Qué tonto eres! Cambiar nuestra linda vaca por unas semillas sin valor. Hoy no tendremos nada para cenar”, dijo muy triste y disgustada la mamá del pequeño Hans.

A la mañana siguiente, cuando el pequeño Hans despertó, con asombro descubrió, junto a la ventana de la casita, una enorme planta de guisantes. Pensó que las semillas sí eran mágicas y, de inmediato, quiso investigar qué tan alta era aquella planta. Así, el pequeño Hans empezó a escalar con gran facilidad.

El pequeño Hans ascendió poco a poco, hasta casi tocar las altas nubes. Ahí pudo observar un gigantesco y viejo castillo. El pequeño Hans creía que todo era un sueño. En la puerta del castillo, el pequeño Hans se encontró a una mujer gigantesca, a quien le dijo: “Señora, mi nombre es Hans, vengo desde lejos y tengo hambre. ¿Puede darme algo de comer?” “¿Comer?”, gritó ella.

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“Vete si quieres seguir con vida. Este es el castillo de un malvado gigante que si te encuentra te comerá”, añadió la enorme mujer. Sin embargo, al ver que el pequeño Hans estaba muy delgado y que parecía tener mucha hambre, la mujer lo llevó a la cocina y rápidamente le dio de comer. En seguida se oyeron unos pasos que parecían truenos. “Grr..., Grr...”, gruñó el ogro. “Huele a carne humana. ¡Quién anda por aquí!”, añadió con enojo. “Es el cerdito que cociné para ti”, respondió la señora, mientras escondía al pequeño Hans debajo de la mesa.

Cuando el gigante terminó de comer con gran voracidad, le pidió a la señora que le llevara su hermosa gallina. “¡Gallina, pon un huevo de oro puro!”, ordenó el gigante, y la gallina de inmediato obedeció. Entonces, pidió que le llevaran su bolsa de monedas doradas y, con gran avaricia, se puso a contarlas varias veces, una por una. En seguida pidió su arpa mágica, que podía, por sí misma, tocar bellísima música. Satisfecho con sus maravillosos tesoros, el gigante empezó a tomar mucho vino y, finalmente, se quedó profundamente dormido. “Ahora, Han”, dijo la anciana señora. Y añadió: “Ven rápidamente. Toma los tesoros, porque ellos pertenecieron a tu padre, a quien el ogro mató. Yo intenté detenerlo pero no pude hacer nada, es un ogro muy malo y terrible. Lleva los tesoros con tu madre y que sean felices.”

El pequeño Hans agradeció a la señora por tal revelación y tomó la bolsa con las monedas doradas y la gallina de los huevos de oro sin que el gigante despertara. Pero cuando tomó el arpa mágica, ésta sonó y despertó al gigante. El pequeño Hans corrió cuanto pudo, hasta alcanzar la enredadera de guisantes mágicos. Pero el ogro se acercaba cada vez más a él, como un veloz trueno enfurecido.

El pequeño Hans empezó a descender rápidamente, tan aprisa como le era posible. El gigante seguía persiguiéndolo, cada vez más cerca de él. Cuando el pequeño Hans llegó a tierra, gritó en seguida: “¡Mamá, mamá, rápido, tráeme el hacha!”, y el pequeño Hans, que ya no parecía tan pequeño de lo valiente que era, cortó en seguida la planta mágica. El gigante cayó a tierra desde las alturas provocando un estruendo terrible y murió instantáneamente. El pequeño Hans y su mamá, con los tesoros de la familia recobrados, nunca más pasaron tristezas y fueron felices para siempre.

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El violín de Yllich, el niño violinista y el ángel

En un país remoto, vivía un niño llamado Illych. Este niño amaba la música, y le pidió a su padre que le compre un violín. Su padre, un trabajador del campo, pensó que era un estudio demasiado complicado, y sin futuro. Ellos debían hacer cosas más prácticas, como aprender oficios, y no estudiar un instrumento musical que no le daría ningún beneficio económico en un futuro. 

"Sé que es una empresa inútil, pero Illych es un hijo tan bueno, tan sensible.Me ayuda a trabajar, estudia...En fin...Haré un sacrificio y le compraré el violín que tanto anhela. Además, el sonido de violín es tan bello..." 

Fue al pueblo, y compró el mejor violín que encontró. Lo había construido un Luthier que vivía en otra ciudad, ya que su amigo, dueño de la tienda de artículos musicales, se lo recomendó. Esa noche, llegó el padre de Illych, con una gran emoción, escondiendo el regalo. Quería dejárselo al lado de su cama, y así, cuando despertara, se llevase la gran sorpresa.El niño, no advirtió nada, aunque descubrió en su padre, un brillo especial en la mirada.A la mañana siguiente, cuando Illych se despertó, en un envoltorio azul, con un gran lazo encontró su ansiado y amado violín.El niño corrió a los brazos de sus padres, porque sabía el gran sacrificio que para ellos representaba. Y se prometió estudiar mucho para retribuirles ese esfuerzo. Comenzó a estudiar ese mismo día. El viejo profesor de un pueblo vecino, sería su maestro. Primero, los pasos primordiales: aprendió cómo se tomaba el arco, cómo era la posición correcta de los brazos, y los primeros sonidos. Su profesor, era un hombre muy exigente, de ceño adusto, y a Illych, le infundía cierto temor. El maestro no veía en el niño posibilidades de llegar a ser aunque más no sea, un ejecutante regular. Pasaron los meses, y el niño, no tocaba bien el violín, a

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pesar de sus esfuerzos. Cada clase era reñido por su profesor, ya que no veía los frutos de su enseñanza. Su sonido era desafinado, poco seguro, y eso lo exasperaba más. 

“El violín, jovencito, no es para ti.No tienes condiciones suficientes. Si estudias, y rindes tan mal en tus clases, no sirves para violinista. Si no estudias, tampoco vale la pena que sigas haciendo el sacrificio de intentarlo". 

Illych sintió como si el techo de la habitación le hubiese caído encima. Todos sus sueños, la ilusión de sus padres, el empeño económico de ellos, para conseguirle su amado violín...todo.... estaba perdido...Pero una energía desconocida, le nació, y le dijo al Maestro: 

"Sólo le pido que me siga dando clases un tiempo más, quiero intentarlo con todas mi fuerzas. ¡Sólo déme unos meses más...! ¡Por favor...!" 

El Profesor, haciendo una mueca de indiferencia, aceptó la propuesta. Illych salió del Conservatorio, llorando, mientras apretaba su violín contra el corazón. Pero siguió estudiando ese día, y otro, y otro. Y en cada uno, cuanto más estudiaba, parecía que peor interpretaba. Y ya las personas del pueblo, se reían a escondidas, cuando lo veían pasar rumbo a sus clases. 

"Dejó de ayudar a su padre en el campo, para no arruinar sus "manos de violinista..." y su sonido no es, sino, parecido al mal canto de un grillo... ¡Ja, Ja!"

Sus vecinos comentaban que les resultaba insoportable oír sus prácticas diarias. Un día, llegaron grandes profesores del extranjero, que estaban buscando alumnos con talento para la interpretación musical, y así, darles becas de estudio en un importantísimo conservatorio de una gran capital.Llegó el día del gran examen, y con mucha emoción, Illych, se presentó.  Tocó todas las obras que le exigieron, y cuando terminó con ellas, los profesores, se miraron entre sí, y con gesto adusto, le dijeron: "Suficiente". Esperó muy nervioso el resultado, pero grande fue su desilusión, cuando le comunicaron que no había pasado la prueba. No alcanzó a demostrar, no sólo que carecía del talento suficiente, sino que era un pésimo ejecutante. Principiante, pero ejecutante al fin. Su padre, al llegar a casa, le habló. Serio, aunque en forma cariñosa: 

"Hijo mío, ya ves, te hemos comprado el violín, que aunque yo no estaba de acuerdo, lo hemos hecho igual. Te enviamos al Maestro, para que tomes tus clases. Pero tú no eres capaz de llegar a sacar un buen sonido. Y tus dedos se mueven con dificultad, inseguros. No es lo tuyo, y debes convencerte. No te sientas mal, porque cada uno tiene habilidades para diferentes cosas, y tú no la tienes, es evidente, para ser violinista. Piénsalo, y no lo tomes como una vergüenza." Illych, como toda respuesta, tomó su violín, y se fue, corriendo, al borde de un arroyo cercano. 

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Allí, se puso a llorar amargamente, mientras se decía:  

“¡Pero no es posible! Siento el sonido en mi alma, amo este instrumento musical, pero lo que intento hacer, no lo puedo llevar a mis manos.Yo me he visto en sueños interpretando obras maravillosas, de Paganini, de Tchaikowsky, Vivaldi, Bach, Beethoven. ¿Cómo es que no puedo cumplir mi sueño?" 

De pronto, vio que un gran resplandor aparecía desde el arroyo. Era una luz inmensa, que despedía pequeños arco iris. Cuando esa luz, se acercó, más y más a él, distinguió un ángel.Quedó azorado, y no podía creer lo que estaba viendo. El ángel, le colocó una mano en su rostro, lo acarició, y le dijo: 

“Tú eres un gran violinista, que está dentro tuyo. Escondido por un gran miedo, y desconfianza en ti mismo. Siempre estoy a tu lado, aunque nunca me veas. Pero me he hecho visible para ti, y así, hacerte saber que no fue una casualidad que le pidas a tu padre que te compre tu violín, ni inútil que él te lo comprara. Nosotros, sabemos que eres un gran artista. Y vales mucho. Tienes un Don, que Dios te ha concedido, y sólo falta que creas más en él, que en las palabras de personas que no han sabido hacerlo brotar hacia tus manos.El error está en su ignorancia, no en tus capacidades." 

En ese momento, dejó de tener noción del paisaje que lo rodeaba. Sólo existían él y el ángel, lleno de luz.Illych, vio que la imagen iba perdiéndose dentro de la luz, y ésta, de a poco, se fue diluyendo.Dentro de sí, se mezclaba el asombro, la alegría, la emoción, y no sabía si había sido un sueño, pero que fue hermoso, no lo dudó. Abrió la caja de su violín, lo tomó en sus manos, suavemente, y comenzó a tocar. Sin preguntarse si lo hacía mal o bien, simplemente dejaba que lo que sentía, fluyese, naturalmente, sin tensiones. Y se olvidó de todo, en ese momento sólo existían la música de su violín, y él. Mientras, un automóvil que pasaba por la carretera cercana, llevaba a los profesores, que se dirigían al transporte que los dejaría de vuelta, en su país. Iban conversando sobre sus experiencias en el pueblo, pero, lejanamente primero, más nítido después, oyeron un sonido maravilloso, profundo y dulce que envolvía el bosque. Asombrados, se detuvieron al costado de la carretera y se fueron acercando al lugar de donde provenía esa hermosa música. Cuando vieron la pequeña figura de Illych, como poseído de un ensueño, que interpretaba con una gran seguridad. No los había visto, ensimismado en su elevación espiritual. Uno de ellos, se acercó al niño, sin querer interrumpirlo. Se sentó sobre un tronco de árbol caído, y se quedó escuchando hasta que Illych dio el sonido final. Entonces, se acercó al joven, y le preguntó:  “¿Cómo es que cuando has dado el examen, has tocado tan mal, y ahora has sacado un sonido brillante, pero dulcísimo, con una perfecta técnica, y un sentimiento muy grande?" 

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Illych, con gran serenidad, le respondió:   “Simplemente, supe que debía creer en mí, y no clasificarme con los ojos de los demás. Sólo toqué como lo hice en mis sueños. Éste soy yo, no quien usted conoció hace unas horas". 

Detrás del profesor, en el cielo, Illych vio un resplandeciente guiño de luz.