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Estudios Turísticos, n.° 115 (1992), pp. 45-54 Instituto de Estudios Turísticos D.G. de Política Turística TURISMO, PERCEPCIÓN DEL PAISAJE Y PLANIFICACIÓN DEL TERRITORIO Joan Nogué i Font * Resumen: La percepción del paisaje es un campo de estudio amplio, pluridisciplinar y complejo, pero vital para una adecuada planificación y ordenación territorial, especialmente en un área tan sensible al paisaje como es la turística. El artículo incide desde el campo de la geografía humana en el análisis de los procesos de percepción individual y colectiva del paisaje y en la valoración estética del mismo, y considera que ambos aspectos son fundamentales en todo proceso de intervención sobre el territorio. Palabras clave: Percepción, Paisaje, Turismo, Planificación del territorio. Abstract: The perception of the landscape is a broad, multidisciplinary. complex field of study, but one which is vital for syste- matic landscape planning. This is especially true with regard to tourism, which is particularly sensitive to landscape considerations. Both the article's analysis from the point of view of human geography, and the process by which the individual and the collective group perceive and engage in an aesthetic evaluation of the landscape, are of fundamental importance to any interaction with the landscape. Key words: Perception, Landscape, Tourism, Urban and Regional Planning. 1. INTRODUCCIÓN En un artículo publicado en esta misma revista (Nogué, 1989) definíamos genérica- mente al paisaje como el aspecto visible y perceptible del espacio. Decíamos ahí que la mayor parte de acepciones del término paisaje implicaban la existencia de un obser- vador, de alguien (el turista, por ejemplo) que contemplara y analizara esa porción del espacio desde un punto de vista determina- do. Si aceptamos esta definición, debemos afrontar, sin lugar a dudas, el tema de la percepción del paisaje. Se trata de un tema complejo, sobre el que se ha escrito muchísimo y desde diver- sas disciplinas, como la geografía, la arqui- tectura del paisaje, la antropología y la psi- cología, entre otras. En este artículo vamos a centrarnos únicamente en algunos de los aspectos más relevantes del tema, destacan- do en lo posible aquellos ejemplos que pue- dan tener cierta traslación al mundo del tu- rismo y de las relaciones de éste con el pai- saje. Dejaremos de lado todo el amplio aba- nico de implicaciones que el tema tiene para la arquitectura del paisaje, puesto que ello debería ser objeto de otro estudio. * Joan Nogué i Font es Catedrático de Geografía Humana de la Universidad de Girona. Ha publicado varios libros sobre las re- laciones entre la sociedad y el paisaje, tema en el que se especializó en la Universidad de Wisconsin (Madison. USA). Las opiniones que aparecen en este artículo sirvieron de base para la elaboración de una parte del Informe sobre el paisaje natural en ¡a oferta turística. Análisis de la experiencia comparada y estrategia para la protección y revalorización de los paisajes españoles, encargado por la Secretaría General de Turismo a un equipo de investigadores dirigido por Juan Cals (Universidad Autónoma de Barcelona). 45

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Estudios Turísticos, n.° 115 (1992), pp. 45-54Instituto de Estudios TurísticosD.G. de Política Turística

TURISMO, PERCEPCIÓN DEL PAISAJE Y PLANIFICACIÓN DELTERRITORIO

Joan Nogué i Font *

Resumen: La percepción del paisaje es un campo de estudio amplio, pluridisciplinar y complejo, pero vital para una adecuadaplanificación y ordenación territorial, especialmente en un área tan sensible al paisaje como es la turística. El artículo incide desdeel campo de la geografía humana en el análisis de los procesos de percepción individual y colectiva del paisaje y en la valoraciónestética del mismo, y considera que ambos aspectos son fundamentales en todo proceso de intervención sobre el territorio.Palabras clave: Percepción, Paisaje, Turismo, Planificación del territorio.

Abstract: The perception of the landscape is a broad, multidisciplinary. complex field of study, but one which is vital for syste-matic landscape planning. This is especially true with regard to tourism, which is particularly sensitive to landscape considerations.Both the article's analysis from the point of view of human geography, and the process by which the individual and the collectivegroup perceive and engage in an aesthetic evaluation of the landscape, are of fundamental importance to any interaction with thelandscape. Key words: Perception, Landscape, Tourism, Urban and Regional Planning.

1. INTRODUCCIÓN

En un artículo publicado en esta mismarevista (Nogué, 1989) definíamos genérica-mente al paisaje como el aspecto visible yperceptible del espacio. Decíamos ahí quela mayor parte de acepciones del términopaisaje implicaban la existencia de un obser-vador, de alguien (el turista, por ejemplo)que contemplara y analizara esa porción delespacio desde un punto de vista determina-do. Si aceptamos esta definición, debemosafrontar, sin lugar a dudas, el tema de lapercepción del paisaje.

Se trata de un tema complejo, sobre elque se ha escrito muchísimo y desde diver-sas disciplinas, como la geografía, la arqui-tectura del paisaje, la antropología y la psi-cología, entre otras. En este artículo vamosa centrarnos únicamente en algunos de losaspectos más relevantes del tema, destacan-do en lo posible aquellos ejemplos que pue-dan tener cierta traslación al mundo del tu-rismo y de las relaciones de éste con el pai-saje. Dejaremos de lado todo el amplio aba-nico de implicaciones que el tema tiene parala arquitectura del paisaje, puesto que ellodebería ser objeto de otro estudio.

* Joan Nogué i Font es Catedrático de Geografía Humana de la Universidad de Girona. Ha publicado varios libros sobre las re-laciones entre la sociedad y el paisaje, tema en el que se especializó en la Universidad de Wisconsin (Madison. USA).Las opiniones que aparecen en este artículo sirvieron de base para la elaboración de una parte del Informe sobre el paisaje naturalen ¡a oferta turística. Análisis de la experiencia comparada y estrategia para la protección y revalorización de los paisajes españoles,encargado por la Secretaría General de Turismo a un equipo de investigadores dirigido por Juan Cals (Universidad Autónoma deBarcelona).

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Vamos a dividir las páginas que siguen entres partes. La primera nos introducirá en elconcepto de percepción, concebida en estecaso como acto individual; la segunda partehará referencia a la existencia de una per-cepción colectiva del paisaje; en la terceraparte prestaremos una especial atención aun aspecto directamente relacionado con lapercepción del paisaje: su evaluación es-tética.

2. LA PERCEPCIÓN

La percepción es algo bastante más com-plejo que un simple mecanismo de captaciónvisual del mundo que nos rodea. En todoproceso de percepción entran en juego,como mínimo, tres fases estrechamente in-terrelacionadas, aunque claramente diferen-ciables: la experiencia sensorial, la cogni-ción y la evaluación o preferencia (Punter,1982). La primera se refiere al papel denuestros sentidos en la captación del entor-no; la cognición comprende todo el conjun-to de procesos a través de los cuales estruc-turamos la información que reciben nuestrossensores; la percepción comprende, final-mente, una fase evaluativa, referida a nues-tras actitudes y preferencias en relación conlo aprehendido y estructurado previamente.La evaluación estética será, precisamente, elobjeto de la última parte de este artículo.

Antes que nada, la percepción exige,como es obvio, una aprehensión sensorialdel entorno, del paisaje en nuestro caso.Hay que insistir, en este sentido, que nues-tra relación sensorial con el paisaje es glo-bal y no sólo visual. El paisaje no es sólo

algo visible, sino que, como construcción denuestra actividad sensorial, está hecho tam-bién de ruidos, sonidos, olores, de multitudde impresiones sensoriales cargadas de uncontenido espacial y temporal. Es cierto, sinembargo, que en el campo concreto de lapercepción del paisaje la visión tiene un pa-pel predominante, en el que no entraremosen detalle en estas páginas.

Percibir el paisaje es, ante todo, un actoindividual y fisiológico, que, como tal, esta-blece ya de entrada diferencias entre los in-dividuos, puesto que es difícil encontrar dospersonas con exactamente las mismas carac-terísticas visuales. Esta singularidad biológi-ca se acompaña de una singularidad psíqui-ca, diferente también en cada individuo.Nuestros recuerdos, nuestras experiencias,nuestros lazos sentimentales y afectivos contal o cual paisaje tiñen sin duda nuestra per-cepción del mismo. Los paisajes de la infan-cia y de la adolescencia o los paisajes liga-dos a experiencias personales diversas estánsiempre presentes en nuestro inconsciente einfluyen en nuestra percepción. Las reaccio-nes de cada individuo ante las modificacio-nes sufridas por el paisaje pueden variar mu-chísimo, en función de la familiaridad conese paisaje o del grado de conocimiento quetenga del mismo. Incluso en un mismo indi-viduo, la percepción del paisaje puede va-riar en gran manera según la edad o el es-tado de ánimo.

La percepción del paisaje está influencia-da, por tanto, por las propias característicasfisiológicas del ser humano, por su carácter ypersonalidad y también por las representa-ciones colectivas (sociales y culturales) que

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los grupos humanos se hacen de su entorno.Este conjunto de factores constituye un «fil-tro perceptivo» que tiene un papel decisivoen la formación de imágenes del medio real,imágenes que, a su vez, influyen directa-mente en nuestra evaluación del paisaje yen nuestro posterior comportamiento am-biental. De la existencia de esa percepcióncolectiva vamos a ocuparnos inmediatamen-te.

3. LA PERCEPCIÓN COLECTIVA DELPAISAJE

La percepción del paisaje está fuertemen-te influenciada por la cultura —en el senti-do más amplio del término—. Cada cultura—y también una misma cultura en diferen-tes períodos históricos— crea sus propios ar-quetipos paisajísticos, sus símbolos, sus pe-culiares interpretaciones ante el paisaje engeneral y ante determinados elementos sig-nificativos del mismo. A su vez, en esa mis-ma cultura se darán diversas lecturas del pai-saje en función de los diferentes grupos so-ciales existentes. Vamos, por tanto, a anali-zar esa percepción colectiva del paisaje des-de las perspectivas cultural y social.

3.1. Cultura y paisaje simbólico

Cualquier elemento del paisaje, un lago oun bosque, por ejemplo, tiene una realidad,una espacialidad y una temporalidad objeti-vas, propias e independientes de la miradadel observador. Ahora bien, una vez perci-bidos por el individuo y codificados a travésde toda una serie de filtros personales y cul-

turales, aquel lago y aquel bosque se im-pregnan de significados y valores; se con-vierten en símbolos, sin por ello dejar de serlo que son.

Si para la cultura burguesa europea del si-glo XIX los lagos nórdicos desprendían ter-nura, permamencia o pureza, para la mismacultura del siglo XX representan tranquili-dad, equilibrio ecológico o contaminación.El bosque, por poner otro caso, es uno delos elementos del paisaje más cargados desimbología y, por tanto, una buena ocasiónpara acceder al universo inconsciente y co-lectivo de los símbolos y de los mitos: leyen-das, cuentos fantásticos, gnomos, historiasde brujos y de brujas encuentran aún hoyen el bosque su medio ideal. Todo ello comoreflejo de una época —no muy lejana en al-gunas áreas rurales— en la que el bosqueera el símbolo más clarividente de la «natu-raleza salvaje».

El paisaje puede interpretarse como undinámico código de símbolos que nos hablade la cultura de su pasado, de su presente yquizá de la de su futuro. La legibilidad se-miótica del paisaje, esto es el grado de des-codificación de los símbolos, puede ser máso menos compleja, pero en cualquier casoestá ligada a la cultura que los produce. Apesar de la casi perfecta geometría de la ma-yoría de las ciudades norteamericanas, don-de aparentemente es difícil perderse, al ciu-dadano europeo le resulta difícil orientarsey «situarse» en ellas, y no porque ello sea di-fícil, sino sencillamente porque no reconocela estructura urbana a la que está habitua-do; no «encuentra» los símbolos de su cul-tura urbana (la catedral, la plaza). Y vice-

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versa: el americano medio se siente topográ-fica e históricamente perdido en las ciuda-des europeas, donde los barrios antiguos—por mucha admiración que le despier-ten— le parecerán sórdidos laberintos ydonde todos los monumentos anteriores alsiglo XVIII se le escaparán de su escala cro-nológica (Rimbert, 1973). De la misma ma-nera, para la mayoría de los occidentales—europeos y norteamericanos, en estecaso—, sean o no sean creyentes y ya vivanen el campo o en la ciudad, la imagen delpueblo con su campanario tiene unas con-notaciones que en nada se parecen a las quepuedan sentir los musulmanes o los budis-tas al percibir esa misma imagen.

Nos encontramos en el tema que nos ocu-pa con un aspecto que debería ser tenidomucho más en cuenta cuando se habla delfenómeno turístico. Nuestra percepción delos paisajes de otras culturas y/o de otros lu-gares se halla hoy fuertemente perturbadapor lo que Brunet (1974) califica de «per-cepciones e informaciones sustituidas», estoes pseudoimágenes del lugar que provienen,de los estereotipos creados y difundidos porla televisión, el cine y la publicidad. La ima-gen estereotipada, difundida por los mass-media, tiene tal poder de penetración y deimpacto, que puede llegar incluso a reem-plazar la propia observación personal (siésta se produce) o, cuando menos, a forzaral individuo —al turista, mejor dicho— aadaptar esa observación personal al estereo-tipo previamente «consumido». Estas imá-genes, difundidas internacionalmente, estánen la base de numerosos clichés existentesrespecto a lugares mal conocidos o visitadossuperficialmente, como la mayoría de los

centros vacacionales pensados para un turis-mo de masas. Son imágenes cuyo simplismollega a rozar la falsedad y cuyas consecuen-cias son a la larga bastante más negativas delo que pueda parecer a simple vista.

Vivimos en un mundo controlado por elpoder de la imagen y de las grandes agen-cias publicitarias y de la información, y hayque ser conscientes de ello. El turismo,como cualquier otra actividad económica yfenómeno sociocultural, está plenamente in-tegrado en ese gran circuito de la informa-ción y no hay que olvidar que la imagen másfrecuentemente utilizada para difundir undeterminado centro turístico es, precisa-mente, su paisaje1. La mayoría de esas imá-genes son, sin embargo, pseudoimágenes,pseudopaisajes, como hemos comentado enel párrafo anterior. Pero no tiene por quéser así. Una acertada planificación de la ac-tividad turística debería esforzarse en impul-sar un nuevo tipo de descripción del lugar—guías turísticas, si se quiere—, que dieraorigen a imágenes paisajísticas más varia-das, reales y culturalmente más atrayentes,como sugiere Peter T. Newby (1981).

3.2. La percepción social del paisaje

Una gran parte de los estudios sobre per-cepción del paisaje se centra en averiguarcómo y por qué el paisaje es percibido deforma tan diferente según el nivel de instruc-ción, el lugar de residencia habitual, la pro-fesión y otras muchas características socia-les. Existen sin duda diferencias de percep-ción según el grupo social al que se perte-nece2, a pesar de que a nivel individual cada

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persona pueda reaccionar a su manera anteel paisaje. Conocer de antemano la percep-ción que cada grupo social tiene de un pai-saje determinado es algo extremadamenteútil en todo proceso de planificación terri-torial, y más cuando se trata de áreas turís-ticas. Sin embargo, pocas veces se recurre aesa información, quizá por considerarla,equivocadamente, superflua o marginal.

Neuray (1982) ha estudiado a fondo la di-ferente percepción que del paisaje rural tie-nen los grupos sociales urbanos y los rura-les. Destacan entre los primeros los campe-sinos, sensibles ante el paisaje que les ro-dea, aunque para ellos la tierra es ante todoun factor de producción que les permite ga-narse la vida. Ellos mejor que nadie cono-cen los ritmos y el funcionamiento de la na-turaleza, porque su trabajo está íntimamen-te unido a ella. Ese conocimiento se aplica-rá, sin embargo, a aumentar la productivi-dad de su trabajo y a simplificarlo en la me-dida de lo posible, aunque ello pueda repre-sentar una agresión estética a los ojos de los«urbanos». Estos, por su parte, tienen unavisión del espacio rural bastante diferente dela de los primeros. No distinguen demasia-do entre paisaje rural y paisaje natural. Elcampo es sinónimo de aire puro y de tran-quilidad y cualquier elemento (maquinariaagrícola pesada, industria) que venga a per-turbar esa supuesta condición —casi idíli-ca— es visto como una agresión contra unpaisaje que se querría intacto o, cuando me-nos, poco transformado. Los urbanos apre-cian sobre todo lo pintoresco y lo rústico (losviejos edificios, los antiguos caminos) e ig-noran a menudo los imperativos y las durascondiciones del trabajo agrícola.

Obviamente, los dos grupos sociales queacabamos de ver no son de ninguna manerahomogéneos. Mormont (1978) observa en-tre los urbanos dos contrastadas actitudes enrelación con el paisaje rural, que relacionaestrechamente —quizá de una forma algosuperficial— con diferentes clases sociales.Según él, los miembros de las clases popu-lares perciben el paisaje como una suma delugares pintorescos (cascadas, curiosas for-maciones rocosas) que satisfacen una con-cepción algo simplista, monolítica y pocoreal de la naturaleza; por el contrario, losmiembros de clases más adineradas y cultasven en el paisaje una composición armónicade un conjunto de elementos donde se mez-clan la naturaleza, la arquitectura tradicio-nal y los mismos habitantes del lugar.

Existen multitud de grupos sociales y, portanto, multitud de percepciones y de com-portamientos en relación con el paisaje. Enalgunos casos y en algunas áreas geográficaslas diferencias de percepción son de matiz,e incluso un mismo individuo puede formarparte de varios grupos a la vez; en otros, lasdiferencias son muy contrastadas. Este últi-mo sería el caso —y sólo por poner un ejem-plo— de la Garrotxa, una comarca del Pre-pirineo catalán que disfruta de un paisaje ca-racterístico y ciertamente peculiar. En esazona existen marcadas diferencias de per-cepción y de reacción ante el paisaje entre,como mínimo, cinco grupos, bastante nume-rosos en la región: veraneantes, excursionis-tas, pintores paisajistas, neorrurales y cam-pesinos (Nogué, 1985). Para los prime/os, elpaisaje de la Garrotxa es un verdadero «pai-saje-espectáculo», mientras que para los se-gundos se convierte en un paisaje ancestral,

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impregnado de símbolos históricos y de va-lores morales. Los pintores paisajistas, porsu parte, componen sus obras al aire libreinspirándose, paradójicamente, en un paisa-je rural idílico hoy inexistente, puesto queprescinden de todo elemento moderno(tractores, granjas, carreteras asfaltadas, co-ches, etcétera), componiendo telas cargadasde tópicos y de estereotipos que emulan loscreados hace más de un siglo por la famosaEscuela Paisajista de Olot y que, comercial-mente, siguen teniendo un éxito sorpren-dente. Para los neorrurales, el paisaje de laGarrotxa ofrece los ingredientes necesariospara intentar poner en práctica su utopíarústica, mientras que para los campesinos elpaisaje continúa siendo en gran parte elefecto-más visible de una dilatada historiade delicado equilibrio entre el trabajo hu-mano y la naturaleza.

Por su gran heterogeneidad, se hace difí-cil calificar a los turistas como grupo social.Existen, sin embargo, ciertas característicascomunes que sí nos permiten considerarloscomo tal, al menos en lo referente al temaque nos ocupa. La mayoría de los turistasactuales reacciona de forma parecida haciael lugar que se visita. A diferencia de otrosgrupos sociales, como los inmigrantes, losturistas difícilmente sufren lo que conoce-mos por «shock cultural», esto es el recono-cimiento de la incapacidad de nuestras es-tructuras mentales habituales para interpre-tar el nuevo entorno y para superar las di-ficultades que éste presenta al recién llega-do (Duncan, 1978). Esa sensación pocas ve-ces se dará, en primer lugar porque las di-ficultades a salvar serán eliminadas por la in-dustria turística y, en segundo lugar, porque

en la mayoría de los casos el turista estable-ce una relación totalmente superficial con elnuevo entorno. No se ve obligado a convi-vir cotidianamente con los esquemas de re-ferencia que rigen en el nuevo asentamien-to, ni conoce su lengua, ni sus costumbres.Sus estructuras mentales y sus categorías depercepción —sus símbolos paisajísticos—apenas se verán trastocados por las nuevasexperiencias vividas; las diferencias que ob-serve serán analizadas e interpretadas des-de sus habituales estructuras y categorías.

4. LA VALORACIÓN ESTÉTICA DELPAISAJE

4.1. Paisaje y estética

La evaluación o valoración estética delpaisaje es hoy uno de los temas más deba-tidos dentro del ámbito más general de lapercepción del paisaje, como han puesto derelieve, entre otros, Appleton (1980), Pun-ter (1982), Sanear (1985) y Cats-Barit &Gibson (1986). Todo ello como resultado dela cada vez mayor consideración que lascuestiones de orden estético están teniendoen los trabajos de planificación y ordenacióndel territorio y en los proyectos de diseñoambiental. Desgraciadamente, en nuestropaís hay aún pocas experiencias remarcablesen este sentido, a pesar de la importanciadel sector turístico, donde el elemento esté-tico —ya sea referido al paisaje o a un biende consumo cualquiera— llega a ser deter-minante y actúa como elemento decisorio enmuchos casos.

El problema de la valoración estética delpaisaje va unido, de hecho, al de la valora-

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ción estética en general. Hablar de estéticaimplica, de alguna manera, hablar de las di-ferentes valoraciones, preferencias y gustospor el paisaje, ya que es evidente que noexiste una Estética en mayúscula, sino queésta varía en función de la sensibilidad per-sonal, de la influencia de los mass-media(Campo y Francés, 1982) o de la época his-tórica en la que se vive.

En este sentido, David Lowenthal (1978),en un interesante trabajo en el que se pro-pone resolver la dificultad que representa lavaloración de los paisajes según su calidadestética, demuestra que los valores estéticosdel paisaje no son innatos, ni mucho menoseternos. Lowenthal demuestra que el apre-cio por los paisajes abruptos, difíciles y hos-tiles, como la montaña o las zonas pantano-sas, es relativamente reciente. La montaña,hasta el siglo XVIII aún temida y evitada,se pone de moda en el siglo XIX, como re-sultado de la aparición de una estética de lograndioso, de lo sublime (ahora nace el al-pinismo) e incluso de lo terrorífico (el mo-vimiento romántico se deleita con los paisa-jes emboscados, nublados, fúnebres, noc-turnos). A finales del siglo XVIII comien-zan a aparecer libros sobre excursionismo ysobre la montaña, como el de Ramón deCarbonniéres, que en 1792 publica su pri-mer libro de viajes sobre los Pirineos, o elde Horace-Bénédict de Saussure sobre losAlpes. No deja de ser significativo que, jus-tamente ahora, el Mont-Blanc, conocido po-pularmente como «la montaña maldita», ad-quiera su actual denominación (Nogué,1985). Según Barthes (1957), vivimos aúnbajo el influjo de esta estética del paisaje de-cimonónica, una estética que ha impregna-

do a fondo las grandes guías turísticas denuestro tiempo, como las guías Michelín:

«La Guía Azul concibe el paisaje desdeun punto de vista pintoresco. Es pintorescotodo aquello que es accidentado. He aquí lapromoción burguesa de la montaña, el vie-jo mito alpestre que Gide asociaba a la mo-ral helvético-protestante y que ha funciona-do siempre como un mito bastardo del na-turismo y del puritanismo (regeneración porel aire puro, ideas morales en las grandes ci-mas, la ascensión como civismo). Raramen-te aparece la llanura en ese espectáculo es-tético promovido por la Guía Azul» (Bart-hes, 1957, p. 136).

Eugenio Turri (1979) retrocede tambiénal siglo pasado en su búsqueda de los oríge-nes del mito de la «bella Italia». Para la ricaburguesía industrial de las ciudades del nor-te de Europa, Italia representaba una refe-rencia histórico-artístico-paisajística de pri-mer orden. A la secular tradición de pere-grinaje religioso y cultural se añade ahora eldescubrimiento del mundo alpestre y delpaisaje volcánico, el gusto por un clima me-diterráneo soleado y la búsqueda de unmundo rural arcaico, como reacción a los yapreocupantes efectos del urbanismo indus-trial europeo. La aparición de la fotografíay de las postales de paisajes acaban de com-pletar la imagen burguesa de un paisaje pic-tórico y sublime3, que tan poco tiene quever con el paisaje real, duramente conquis-tado y trabajado por el ser humano. En losdos últimos siglos, por tanto, la valoraciónestética de paisajes tan diversos como lamontaña, el desierto, los paisajes mediterrá-neos o el brezal danés —cuyo cambio de

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apreciación ha sido estudiado a fondo porOlwig (1984)— ha cambiado radicalmente.

Valorar estéticamente un paisaje implica,de alguna forma, establecer una compara-ción, unas categorías: unos paisajes nos pa-recerán bellos en detrimento de otros queno nos lo parecerán tanto. ¿Qué es —pode-mos preguntarnos— un paisaje bello? Aquílas respuestas son múltiples. Para González(1981, p. 246), las preferencias estéticas pordeterminados paisajes no son más que «unasreacciones instintivas al carácter simbólicode determinados elementos de la escena»[del paisaje]. Para Rochefort (1974), elconcepto de belleza irá en función del baga-je personal y profesional de cada individuo.Para Lowenthal y Prince (1965), existe unaestrecha conexión entre la belleza de un pai-saje y las imágenes idealizadas y los tópicospaisajísticos que una cultura produce y di-funde, tal como ambos autores muestranpara el caso inglés. Un paisaje bucólico, pin-toresco, ordenado, humanizado, verde ycon bosques caducifolios conforma el idealde belleza paisajística para la mayoría de losingleses. Este ideal de paisaje bello, casiconcebido como una vieja antigüedad, tie-ne en este ejemplo concreto enormes con-notaciones de orden patriótico y nacionalis-ta, cuyo análisis deberemos dejar para otraocasión.

4.2. Métodos de evaluación estética elpaisaje

Como hemos dicho más arriba, la evalua-ción estética del paisaje tiene una gran im-portancia en los estudios de ordenación del

territorio y de diseño ambiental, entre otrosmotivos porque de ella depende, en muchoscasos, la restauración, conservación o elimi-nación de un determinado paisaje. Ante undilema semejante, el investigador cuentacon varios métodos de evaluación de dichopaisaje, que podemos dividir en tres gran-des grupos: métodos de evaluación indepen-dientes de los usuarios (a cargo, por tanto,de técnicos especializados), métodos de eva-luación basados en las preferencias del pú-blico y métodos de evaluación que intentancombinar los dos casos anteriores de unaforma más o menos equilibrada. En los tresmétodos es habitual el uso de técnicas diver-sas, como la observación directa a través deltrabajo de campo, la fotografía, o la consul-ta de fuentes históricas, literarias y do-cumentales.

La fotografía ha sido uno de los instru-mentos que se han utilizado más a menudopara la obtención de datos sobre la aprecia-ción estética del paisaje (Fines, 1968), a pe-sar de que Carlson (1977), entre otros, hademostrado que los resultados sobre la va-loración estética del paisaje varían conside-rablemente según se utilice la observacióndel paisaje real o la observación de fotogra-fías. Existen diferencias evidentes en lo re-ferente a la amplitud del campo visual, alencuadre o a la apreciación de las distanciasy de los tamaños, diferencias que puedencondicionar los resultados finales e inclusoconducir a soluciones opuestas. Con todo,la fotografía continúa siendo una de las téc-nicas más habituales de evaluación estéticadel paisaje. Así, por ejemplo, Brush y Sha-fer (1975) se sirvieron de ella para deducirpreferencias estéticas muy concretas, como

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la presencia o ausencia de bosques, agua,cultivos; la predilección o no por paisajesmuy abiertos y de gran profundidad de cam-po; la predilección por paisajes con estruc-turas muy definidas o muy irregulares, etcé-tera. Las personas entrevistadas debían cla-sificar las fotografías distribuidas según suspreferencias. Posteriormente, las imágenesseleccionadas por el público se colocabanbajo una cuadrícula que permitía cuantificarcon precisión la superficie de aquellos com-ponentes del paisaje más valorados.

Existen claramente dos posturas diver-gentes en relación a la conveniencia o no deconsiderar las preferencias estéticas de losusuarios. Martin (1988) se inclina por unatotal participación de los habitantes del lu-gar, mejorando considerablemente los mé-todos de evaluación de preferencias usadoshasta el momento. Rodenas (1975) y Zube(1976), en cambio, defienden de manera es-pecial las propuestas de valoración dirigidasexclusivamente a los especialistas. En esamisma dirección se orientan los «sitólogos»,cuyo punto de vista merece ser expuesto conun poco más de detalle.

La denominada Sitología (Faye et al.,1974) plantea las bases para un análisis delos valores estéticos del paisaje a partir delos cuales poder planificar posibles transfor-maciones del mismo sin alterar la armoníaexistente. Los sitólogos parten de las leyesperceptivas de la teoría de la Gestalt paradescubrir la organización natural de las for-mas, texturas y colores, es decir su estruc-tura subyacente. Es esa estructura global laque, según ellos, posibilita la emoción esté-tica. Los sitólogos agrupan las diversas es-

tructuras paisajísticas existentes en variosmodelos, a cada uno de los cuales le corres-ponde un tipo u otro de construcción. Lossitólogos, por tanto, deducen los valores es-téticos del paisaje y la normativa de cons-trucción adecuada al respecto desde una su-puesta observación «objetiva» por parte deun grupo de especialistas, de profesionalesdel diseño ambiental, a los que Beguin(1982) ha calificado, un poco irónicamente,de «restauradores del paisaje». Lacoste(1977), por su parte, duda de esa objetivi-dad, acusándolos de buscar la estructura yla armonía del paisaje desde un solo puntode vista y no desde el conjunto del mismo.

La percepción del paisaje es, en definiti-va, un campo de estudio amplio, pluridisci-plinar y complejo, pero vital para una ade-cuada planificación y ordenación territorial,especialmente en un área tan sensible al pai-saje como es la turística. La comprensión delos procesos de percepción individual y co-lectiva del paisaje es fundamental en todoproceso de intervención sobre el territorio.

Notas

1 Existen infinidad de ejemplos al respecto, así como de es-tudios que analizan este hecho. Véase, por poner sólo uncaso, los trabajos «La campagne. produit publicitaire» (pp.30-34). «Le paysage, un regard programmé» (pp. 44-47) o«Au Club Méditerranée, le paysage tranquillisant» (pp.48-53) en la publicación editada por el Centre Georges Pom-pidou (1981). Véase también la obra de Epstein (1981).2 Estos grupos sociales no se corresponden necesariamentecon las clases sociales tradicionales.3 Los álbumes de fotografía de la colección Atraverso Vita-lia, del Touring Club Italiano, no faltaban nunca en las es-tanterías de los hogares burgueses del norte de Italia.

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