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$: un estudio de la esencia del “trumpismo” E...de la esencia del“trumpismo” 043-054 PEDRO FRANCISCO RAMOS_MAQUETA 2 26/03/20 12:33 Página 43 44 ABRIL / JUNIO 2020 el doble fracaso$
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¿Qué rasgos distinguen al“americanismo”?, ¿cuáles son los orígenesde esa clase baja blanca históricamenteolvidada y defensora de unos ‘valoresprimordiales americanos’ con los queTrump supo conectar en 2016?, ¿son susantecedentes políticos solo republicanos?Este ensayo trata de desentrañar estascuestiones.

E l populismo no es un fenó-meno nuevo en Estados Uni-dos. Si por algo se ha caracte-

rizado su sistema político desde susinicios ha sido por la pugna entre elpopulismo democrático y el elitismorepublicano. Más recientemente, elpopulismo se ha beneficiado por laconvergencia de tres circunstanciasmuy concretas: en primer lugar, por el de-rrumbe del último proyecto conservador, con

PEDRO FRANCISCORAMOS JOSA

Doctor en paz yseguridad internacional

(IUGM). Ensayista políticoy profesor en varias

universidades. Miembrodel Centro de Seguridad

Internacional de laUniversidad Francisco de

Vitoria

America First: un estudio de la esencia del “trumpismo”

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el doble fracaso de la invasión de Irak y del con-servadurismo compasivo de la AdministraciónBush; en segundo lugar, por las devastadorasconsecuencias derivadas de la crisis económicade 2008, que se llevó por delante el apoyo deamplias capas de la población a la globaliza-ción; y por último, por la deriva progresista dela Administración Obama, que vació el centropolítico al responder el Partido Republicanocon posturas cada vez más intolerantes. Hastaaquí las causas eventuales de la victoria del“trumpismo”, y que nos ofrecen solo una ima-gen parcial del alcance de su Presidencia. Paraentender en su conjunto lo que supone la lle-gada de Trump al poder, se hace necesario unanálisis de lo que es realmente el “america-nismo” que lleva por bandera, de los orígeneshistóricos de la clase socialque forma el núcleo de sus in-condicionales y de los antece-dentes políticos de ese Ame-rica First que ha popularizado.

AMERICANISMO

El “americanismo” va másallá del patriotismo; en reali-dad, es el nacionalismo esta-dounidense convertido en elprincipio vector del PartidoRepublicano con la victoriade Donald J. Trump y que sueslogan de campaña resumíaa la perfección: Make AmericaGreat Again. Para sus seguido-res, se trata de abandonar elconservadurismo como prin-cipio central de su movi-miento y, guiados por un ver-dadero nacionalismo, superarel monopolio bipartidista afavor del partido que de-

vuelva el poder al pueblo (Savage 2016, pp.301 y 313). El objetivo de sus líderes es borrarla frontera entre la opinión pública y la polí-tica pública a través de tres dimensiones bási-cas: la identidad estadounidense, la políticadoméstica y la política exterior.

La identidad estadounidense

El primer punto a tratar de la dimensión iden-titaria debe ser sin duda el de la inmigración,al haber tenido un papel tan destacado en lavictoria electoral de Trump. Como indicaKauffman (1995, p. 40), el desagrado de la ma-yoría de quienes se oponen a la inmigraciónen Estados Unidos tiene su raíz no tanto ensentimientos de superioridad racial como enla creencia de que aquella transformará las for-mas culturales autóctonas. A diferencia decuestiones como el crimen violento, la drogo-dependencia o el déficit presupuestario, haypocos asuntos en los que la opinión entre de-mócratas y republicanos esté tan separadacomo en el de la inmigración. Según una en-cuesta realizada en 2018 por el Pew ReasearchCenter, solo el 19% de los demócratas consi-dera la inmigración ilegal como un gran pro-blema para el país, mientras que esa cifra au-menta a un 75% en las filas republicanas.

Por tanto, la cuestión de la seguridad de lasfronteras es crucial para los partidarios delamericanismo, precisamente para proteger laidentidad estadounidense de la contamina-ción exterior, algo que captó a la perfecciónTrump desde el inicio de las primarias republi-canas, y que se convirtió en uno de los tram-polines que finalmente le alzarían hasta laCasa Blanca. Para Savage (2016, p. 163), loselementos esenciales de la identidad estadou-nidense serían el cristianismo como religiónpredominante, el inglés como idioma princi-

Para losamericanistastodo estaríarelacionado:inmigración,ataques al estilode vida, guerrasculturales ycreación de ungran Estadointervencionistaconducirían a lasupresión de larepúblicademocráticacreada por losPadresFundadores



AMERICA FIRST: UN ESTUDIO DE LA ESENCIA DEL “TRUMPISMO” / PEDRO FRANCISCO RAMOS JOSA

pal y los valores estadounidenses como culturaprevalente. Esos valores son lo que caracteri-zan el American way of life, cuya defensa tienetanto que ver con el rechazo a la inmigraciónpor parte de los defensores del americanismo.Algo que Rush Limbaugh ya venía denun-ciando desde 1992 (p. 207), al concebir elmulticulturalismo como una forma de atacarel estilo de vida estadounidense. En esencia,para los partidarios del americanismo lo queestá en juego es sencillamente la superviven-cia de los Estados Unidos predominantementeblancos, donde la balcanización habría susti-tuido a la asimilación y el conflicto a la armo-nía de antaño (Levin 2009, p. 160). Pero al-gunos van más allá, y denuncian que lo queestá realmente tras la política de inmigracióndel Partido Demócrata no es otra cosa que elcambio de modelo político-social de EstadosUnidos, con el objetivo final de demoler labase judeo-cristiana de la sociedad estadouni-dense a favor de un proyecto progresista (Lim-baugh 1992, p. 281 y Savage 2016, p. 281).

Como se aprecia, los partidarios del ame-ricanismo no solo ven en la inmigración unaamenaza a la identidad estadounidense ba-sada en el estilo de vida americano, sino quela conciben como parte de un plan progre-sista para alterar el orden vigente en EstadosUnidos. Un orden que el Partido Demócrataestaría atacando a través de una agenda do-méstica basada en las guerras culturales y elestatismo, los dos asuntos más preocupantesen materia de política interior para los defen-sores del americanismo.

Política interior

La concepción de la década de 1960 como elinicio del ataque progresista a los valores tra-dicionales en Estados Unidos se encuentra en

La cuestión de la seguridad de lasfronteras es crucial para lospartidarios del americanismo,precisamente para proteger laidentidad estadounidense de lacontaminación exterior, algo quecaptó a la perfección Trump



todos los defensores del americanismo. ParaGoldbergh (2009, pp. 165 y 197) el movi-miento de la nueva izquierda iniciado en la dé-cada de 1960 buscaba redefinir la política y lanaturaleza humana bajo el antiamericanismoy el odio a la cultura occidental. Un cambioimpulsado desde las universidades por autorescomo Theodor Adorno, Herbert Marcuse oMichel Foucault, quienes en ausencia de luchade clases se habrían apoyado en el multicultu-ralismo y la diversidad para instalar un relati-vismo moral que debilitase las instituciones so-ciales tradicionales, atacando así todas lasnormas y costumbres preponderantes hasta lafecha (Breitbart, 2012, p. 121).

Sin esta interpretación de lo ocurrido en ladécada de 1960, no se puede entender la opo-sición de los americanistas atodo lo que tenga que ver conlos cambios introducidos en lasociedad estadounidense apartir de entonces, desde laspolíticas de género a las racia-les. Pero como señala Breit-bart (2012, p. 132), el conser-vadurismo habría renunciadoa librar la batalla cultural fa-voreciendo así al progresismo,una deficiencia que los ame-ricanistas habrían estado tra-tando de solventar desde hacedécadas, intentando ganar lasguerras culturales para elbando conservador, con deba-tes que van desde el aborto alfeminismo, pasando por la de-fensa de los derechos de losanimales o la defensa del me-dioambiente, y sin olvidarsede la lucha de grupos minori-

tarios basados en la identidad sexual, racial, ode cualquier otro tipo. Para los defensores delamericanismo, el objetivo principal de los pro-gresistas al promover su agenda social no seríaotro que el de aumentar la injerencia estatal encada esfera de la vida privada de la ciudadanía,sobre todo mediante la extensión del Estadodel bienestar a través de una creciente legisla-ción. Bien al contrario, la invocación del Es-tado mínimo es para los americanistas uno delos puntos principales de su agenda domésticay la mejor garantía para recuperar la libertadperdida con el crecimiento estatal. Y no es algonuevo, la puesta en marcha del New Deal enla década de 1930 ya había alzado la voz de losamericanistas a favor del Estado mínimo, y enla década de 1960 sucedió lo mismo con laGran Sociedad de L.B. Johnson, que conti-nuaba la labor del New Deal. De hecho, paraLimbaugh (1992, p. 148), la batalla ideológicamás importante en Estados Unidos se libraríaentre quienes creen que debe ser el gobierno elprincipal dispensador de beneficios en la socie-dad y quienes defienden que ese lugar debe serocupado por el sector privado.

De ese modo, esos debates culturales setransformaron en las elecciones de 2016 endos visiones completamente opuestas, la De-mócrata de Hillary Clinton y la Republicanade Donald Trump. Para los americanistastodo estaría relacionado: la inmigración, losataques al estilo de vida estadounidense, lasguerras culturales y la creación de un gran Es-tado intervencionista; pues en conjunto con-ducirían a la supresión de la república demo-crática creada por los Padres Fundadores parasustituirla por un nuevo régimen totalitariode corte socialista. Con tal fin, los progresis-tas no solo se valdrían de la política internay de la agenda identitaria, también lo harían

La desconfianzahacia lasinstitucionesinternacionalesse debe a que losamericanistas lasconciben comouna vía parasubvertir el ordenrepublicanoestadounidense,ya que losprogresistas sevaldrían de ellaspara haceravanzar suagenda políticadoméstica




más antigua y longeva en la historia de Esta-dos Unidos, tan solo superada por el interna-cionalismo tras la victoria aliada en la II Guerra Mundial, y sobre todo con la acep-tación del liderazgo occidental durante laGuerra Fría (Josa, 25, p. 162). En contraste,el rechazo al mesianismo global es lo queconduce a los americanistas a criticar el man-tenimiento de la Alianza Atlántica, pues loque Estados Unidos debería encarar de unavez por todas es el desmantelamiento del Es-tado de Guerra Fría heredado tras décadas deenfrentamiento con la URSS. La descon-fianza hacia las instituciones internacionalesse debe a que los americanistas las concibencomo una vía para subvertir el orden republi-cano estadounidense, ya que los progresistasse valdrían de ellas para hacer avanzar suagenda política doméstica. Por eso mismo,declaraciones como las de Trump criticandola Alianza Atlántica o la ONU calaron tanbien entre sus seguidores, pues eran justo lo

mediante una política exterior que beneficia-ría exclusivamente sus planes de domina-ción, y que a continuación veremos cómodescriben e interpretan los americanistas.

Política exterior

Como indica Kauffman (1995, p. 16), los ame-ricanistas son “esos estadounidenses que creenque la política de defensa de los Estados Uni-dos debe ser solo eso –la defensa contra lasamenazas inmediatas a nuestro territorio–. Esosignifica en la práctica una oposición (1) al im-perialismo (...), (2) a las guerras o intervencio-nes en nombre de principios internacionalis-tas... o bajo el mando de entidades globales y(3) a las instituciones o tratados que transfie-ran la soberanía estadounidense a cuerpos in-ternacionales o multinacionales”.

Conviene tener en cuenta que el unilate-ralismo, sobre todo en su versión aislacio-nista, ha sido la tradición de política exterior

Lo que losamericanistasdefienden no esuna vuelta alaislacionismo, sinola recuperacióndel unilateralismoen detrimento delmultilateralismocomo principalestrategia depolítica exterior yde defensa de lanación


que venían demandando desus representantes desdehace décadas, es decir, elabandono del internaciona-lismo a favor de una políticadonde Estados Unidos fuesela única prioridad. Lo que losamericanistas defienden noes una vuelta al aislacio-nismo, sino la recuperacióndel unilateralismo en detri-mento del multilateralismocomo principal estrategia depolítica exterior y de defensade la nación; algo que, porotro lado, los líderes políticosestadounidenses llevan ha-ciendo con mayor o menorintensidad desde el final dela Guerra Fría (Josa, 2015, p.299). La única diferencia re-side en que Trump no ha tenido reparos enasumirlo sin tapujos ni disimulos.

Bajo el americanismo, no solo el interna-cionalismo es atacado, también el ultralibe-


ralismo económico que, con sus externaliza-ciones y políticas de empleo, tanto ha perju-dicado a las clases medias y bajas de EstadosUnidos, reclamando sus seguidores una eco-nomía también de corte nacionalista, quepara ojos externos es puro proteccionismo.Una economía nacionalista que Pat Bucha-nan adelantaba bajo un programa america-nista en 1991, en su discurso de candidaturaa las primarias republicanas, y adelantándosemás de veinte años a Trump, aseguraba quedevolvería a casa los puestos de trabajo esta-dounidenses (Buchanan, 1991). Pues, segúnlos americanistas, la soberanía nacional deberecuperarse también en el terreno econó-mico, y Trump, al atacar la externalización ylos acuerdos tipo NAFTA, habría conectadocon los recelos de tantos votantes frustradosy perjudicados por la globalización econó-mica, incluso del bando demócrata.

AMERICANISMO Y WHITE TRASH

La clase baja blanca no es algo reciente, existedesde el nacimiento de la nación y por tantoes posible trazar un recorrido histórico de esaclase social tan vilipendiada en Estados Unidos

La clase bajablanca no es algoreciente, existedesde elnacimiento de lanación y portanto es posibletrazar unrecorridohistórico de esaclase social tanvilipendiada enEstados Unidosque se conocecomo “basurablanca”




dales de la clase política de la Costa Este quehabía dominado la escena política hasta el mo-mento. De hecho, la irrupción de Jackson aña-dió a la ecuación democrática estadounidensela dimensión de clase de la que había carecidohasta entonces, por eso mismo, su candidaturatransformó la política democrática estadouni-dense (Isenberg, 2017, p. 127). Nada sorpren-dente, si tenemos en cuenta que, desde lamisma independencia, los habitantes de lafrontera fueron quienes más se habían opuestoal nuevo orden constitucional sancionado en1787, e incluso llegaron a crear su propio es-tado independiente, el efímero estado de Fran-klin (Woodard, 2011, p. 189).

De ese modo, los habitantes de la fronteradesarrollaron una cultura propia, que estima-ban era la de la América real, pero que muchosobservadores encontraban desagradable. Afin-cados en zonas rurales y pobres, desconfiabande los partidos políticos, viéndolos como sim-ples cárteles de poderosos intereses dispuestosa imponer su moral sobre el resto de la nacióna través de la acción gubernamental (Woo-dard, 2011: 193). En cualquier caso, no seríahasta después de la Guerra Civil que los habi-tantes de la frontera del Medio Oeste se unie-ron a la coalición denominada Dixie, en claraoposición a la dominante clase política del Li-toral Noreste, cuando el espíritu libertario dela frontera chocaría con el proyecto de Recons-trucción del Norte sobre el vencido Sur, con-virtiendo a los habitantes de Apalachia en ex-tranjeros dentro de su propio país (Goad, 1997,p. 89), generalmente dependientes de los pla-nes de ayuda federales. La crisis económica ini-ciada en 1929 añadió aún mayores dosis dedramatismo a su situación, y la llegada a laCasa Blanca de F.D. Roosevelt lo cambiaríatodo. Si en 1934 se cerró oficialmente la fron-

que se conoce como “basura blanca”, y quecomprende grupos tan famosos como los red-neck o los hillbilly. Hacia 1800, un quinto de lapoblación estadounidense se había desplazadoa la frontera, entre los montes Apalaches y elMississippi. Como indica Isenberg (2017,p.105), para muchos, esos emigrantes pobresrepresentaban el equivalente norteamericanode la clase social más empobrecida y despre-ciada de Gran Bretaña, los vagabundos, y cuyasposibilidades de movilidad social eran igual-mente inexistentes en América. Es más, paraentonces, ya se les asociaba con cinco rasgosnegativos que les han acompañado hasta elpresente, a saber: residencias vulgares, un vo-cabulario fanfarrón, desconfianza hacia la ci-vilización y la gente de la ciudad, un amor ins-tintivo a la libertad y unas pautas degeneradasde reproducción.

Esa misma clase fue la queaupó a Andrew Jackson a lapresidencia en 1828, trashaber ganado también el votopopular en las elecciones de1824, convirtiéndose en elprimer Presidente de la na-ción que había nacido en elOeste, en Tennessee. Dehecho, el habitante de lafrontera, “para las décadas de1830 y 1840 se convirtió enun símbolo de la política par-tidista, celebrado como unicónico hombre común quellegó a equipararse a la demo-cracia jacksoniana” (Isenberg,2017, p. 111). Es más, elatractivo de Jackson se basabaprecisamente en sus rudas ma-neras, tan alejadas de los mo-

Los habitantes de la fronteradesarrollaron unacultura propia,que estimabanera la de laAmérica real,pero que muchosobservadoresencontrabandesagradable.Afincados enzonas rurales ypobres,desconfiaban delos partidospolíticos



berg, 2017, p. 239). Precisamente, esas forta-lezas de exclusión mantuvieron intactos los va-lores y la cosmovisión de los emigrados, quelejos de asimilar los principios del Norte, vie-ron en la preservación de su identidad la únicadefensa a su alcance, expandiendo de ese modoel radio de acción de su influencia política.

Si el movimiento de los derechos civileshabía movilizado el poder federal para des-mantelar el querido sistema de castas racialdel Sur, hasta el punto de ser denominadocomo la Segunda Reconstrucción, la revolu-ción cultural de la década de 1960 tuvo unimpacto no menos significativo, pues suagenda era totalmente contraria a todo loque representaba el Gran Sur y muchas par-tes de Apalachia. Su respuesta fue exacerbarsus referencias evangélicas para resistir elcambio social propuesto por los reformistas,una tendencia que se ha extendido hasta elpresente, en la medida en que las guerras cul-turales que resurgieron en la década de 1990,y que continúan mediatizando el debate po-lítico interno en este principio de milenio,cuando parece estar dándose una repeticióndel enfrentamiento entre el Norte reformistay el Sur tradicionalista, que opondría el crea-cionismo, la oración en las escuelas, la absti-nencia sexual, la prohibición del aborto o losderechos de los estados a las libertades civi-les, la libertad sexual, el feminismo, los dere-chos de los homosexuales o la protección delmedioambiente (Woodard, 2011: 281).

LOS PREDECESORES DEL “TRUMPISMO”

Si algo denota el repaso de la semblanza deesa “basura blanca” es que “la fuerza ideoló-gica más profunda tras el trumpismo está en-raizada en la historia” (Dionne, 2016, p. 2).

tera, el New Deal transformó por entero elpapel del Gobierno Federal a escala nacional,y uno de sus objetivos fue mejorar la situaciónde esas clases bajas sin empleo ni tierras quetrabajar que poblaban el Sur, y Apalachia enparticular. La Gran Sociedad de L.B. Johnsonintentaría hacer lo mismo tres décadas después,con dos objetivos principales, la poblaciónnegra pobre y urbana y la gente de las monta-ñas de Apalachia (Isenberg, 2017, p. 262).

Para entonces, su éxodo había comenzadoy más de dos millones de sus miembros habíandejado sus reductos sureños en busca de trabajoen los centros industriales de la automoción yminero-metalúrgicos de ciudades como Balti-more, St. Louis, Detroit, Chicago o Cincin-nati. Fue entonces cuando la emigración delSur evidenció las diferencias de clase entre la

propia población blanca,transformando a la segrega-ción en un asunto mucho máscomplejo que un simpleasunto racial (Isenberg, 2017,p.236). De hecho, la oposi-ción por parte de las clasesbajas blancas del Sur y deApalachia a los cambios so-ciales producidos por la revo-lución cultural de la décadade 1960 guarda una estrecharelación con su situación eco-nómica y de exclusión social,pues dichos cambios fueronimpulsados por los mismosque perpetuaban la estratifica-ción social de las clases bajas,convirtiendo a los suburbiosen fortalezas de estatus socialpara mantener alejadas a lasindeseables clases bajas (Isen-

La oposición por parte de lasclases bajasblancas del Sur yde Apalachia alos cambiossocialesproducidos por larevolucióncultural de ladécada de 1960guarda unaestrecha relacióncon su situacióneconómica y deexclusión social


Como veremos en el presente apartado,Trump no ha sido el primero en apelar a lasclases blancas empobrecidas, ni siquiera elúnico en triunfar al hacerlo, tan solo es el úl-timo y más estridente representante de unacorriente política despreciada hasta el pre-sente por las élites políticas y periodísticas deEstados Unidos.

Ya se ha descrito cómo Andrew Jacksonllegó a la Casa Blanca denunciando el eli-tismo de una clase política alejada de su pue-blo, con un estilo que recuerda mucho al uti-lizado en el presente por Donald Trump. Elpopulismo democrático de Jackson fue con-tinuado, entre otros, por James Vardaman,gobernador de Mississippi en la primera dé-cada del siglo XX, gracias al populismoblanco y a políticas racistas que le garantiza-ron el apoyo en las primeras elecciones lle-vadas a cabo por el sistema de primarias (an-teriormente, el Partido Demócrata habíarechazado su candidatura en dos ocasiones).Apodado el ‘jefe blanco’, para Vardaman lademocracia pertenecía al pueblo, quien teníael derecho a expresarse de cualquier forma,sin importar lo maleducado que fuese. Vién-dose como el defensor de los blancos pobres,abrazó de forma dramática la identidad de la“basura blanca”, exacerbando intencionada-mente los resentimientos de clase (Isenberg,2017, p. 189).

Más tarde, en 1920, el senador HiramJohnson, de California, lanzaría una campañabasada en la defensa del americanismo, enclara contraposición al internacionalismo delpresidente Woodrow Wilson. Un internacio-nalismo que también fue atacado tras la II Guerra Mundial incluso por uno de sus ma-yores defensores, el senador Fulbright, quien



asimismo no dudó en unirse al Manifiesto su-reño en contra de la decisión del Tribunal Su-premo de acabar con el segregacionismo en lasescuelas (Kauffman, 1995, pp. 109 y 150). Esmás, Fulbright anticipó el realineamiento po-lítico más importante en la década de 1960, elviraje del Sur desde las filas demócratas a lasrepublicanas, consolidado completamente bajola presidencia de Richard M. Nixon. La famosamayoría silenciosa de Nixon se basaba en con-ducir a los segregacionistas partidarios de Ge-orge Wallace al Partido Republicano, con laintención de crear una alianza conservadoraperdurable entre los católicos urbanos y losblancos del Sur sobre líneas ideológicas. Perola victoria de Nixon no fue completa, su virajea la derecha supuso una guerra interna entrelos republicanos más conservadores y los másprogresistas, “y finalmente, muchos republica-nos progresistas se rindieron y cambiaron departido o se retiraron de la política (...) de igualmodo que los demócratas del Sur se mudaron

Fuente: Flickr.com/photos/gerrydincher


al Partido Republicano, losrepublicanos del Norte res-pondieron del mismo modo”(Dionne, 2016, pp. 76 y 77).

La división interna repu-blicana se evidenció en el en-frentamiento entre Gerald R.Ford y Ronald W. Reagan,que acabó facilitando la victo-ria al demócrata Jimmy Car-ter, el último de los presiden-tes demócratas en lograr unamayoría de condados, merceda su atractivo de clase entrelos blancos y afroamericanoscon menos ingresos. En todocaso, ese idilio duró menos deun mandato, y en 1980 Rea-gan consiguió una incontesta-ble victoria gracias a la urdim-bre de una nueva coaliciónbasada en los tradicionales va-lores familiares del trabajo, el vecindario, la pazy la libertad. De ese modo, logró el apoyo de loque en su día había constituido la columna ver-tebral de la mayoría demócrata del New Deal,trasvase que se conoció como los demócratasde Reagan (Dionne, 2016: 81). Así, la desafec-ción hacia la injerencia gubernativa llevó a mi-llones de trabajadores del Cinturón del Óxidoa votar por Reagan, y mantuvo a los republica-nos en el poder bajo su sucesor, G.W. Bush. Entodo caso, la coalición de Reagan se desintegróen 1986, y para 1992 estaba completamentedestruida, propiciando la victoria del demó-crata William J. Clinton.

Curiosamente, sería el demócrata L. Dou-glas Wilder el primer gran político de la décadade 1990 en basar su campaña en el America


First, lo que le sirvió para convertirse en el pri-mer gobernador afroamericano de EstadosUnidos. Pero los votantes no estaban aún pre-parados para una agenda denominada PutAmerica First, y eligieron al centrista Bill Clin-ton en su lugar en las primarias demócratas. Detodos modos, sería en las filas republicanasdonde el americanismo tendría mayor caladoa lo largo de la última década del siglo XX, an-ticipando en gran medida los puntos clave dela victoria de Donald Trump en 2016. Lo quedemócratas como Wilder y republicanos comoPat Buchanan o independientes como RossPerot encarnaron fue el renacimiento de la de-mocracia de base, alimentada por millones deestadounidenses que viven en comunidades ru-rales (Kauffman, 1995, p. 180). Así, Bucha-nan, que logró tres millones de votos en las pri-marias republicanas de 1992, fue el mayorrepresentante del americanismo en las filasconservadoras. Para él, una vez finalizada laGuerra Fría, había que forjar un patriotismo denuevo cuño que antepusiese los intereses na-cionales en cualquier tipo de negociación ex-terior (Buchanan, 1991). Buchanan pretendióde ese modo captar el apoyo de todo el electo-rado presentándose como el abanderado de laclase media de ambos partidos, e incluso sinafiliación política, criticando a una maquinariapartidista osificada y muy alejada de la ciuda-danía. De hecho, Buchanan no dudó en pre-sentarse en clara contraposición al presidenteG.W. Bush, confrontando nacionalismo a glo-balismo y el sueño de alcanzar la paz universala la promesa de recuperar la vieja república,pues de lo que se trataba era de colocar a Esta-dos Unidos en primer lugar (Buchanan, 1991).

Ese mismo año de 1992, Ross Perot se pre-sentó como candidato independiente a Presi-dente por el Partido Reformista, y usando un

Trump no ha sidoel primero enapelar a las clasesblancasempobrecidas,tan solo es elúltimo y másestridenterepresentante deuna corrientepolíticadespreciadahasta el presentepor las élitespolíticas yperiodísticas deEstados Unidos


lenguaje antiestablishment, se apoyó en la di-mensión económica del americanismo, argu-mentando que Estados Unidos debía dejaratrás la organización de Guerra Fría para re-construir la base laboral e industrial del país,pues debía recuperar el orgullo del “Made inthe USA” (Perot, 1992). Perot intentó captu-rar el malestar popular logrando más de 19 mi-llones de votos, que no se tradujeron en votoselectorales al no imponerse en ningún estado.Como señala Kauffman (1995: 228), el dis-curso de Perot sedujo a los votantes que for-man ese grupo denominado MARs, Middle-American Radicals, integrado por quienes sesienten amenazados por la combinación de lasélites económicas y el favoritismo guberna-mental hacia todo tipo de minorías. AunquePerot fracasó a la hora de superar la inercia bi-partidista, su iniciativa independiente certi-ficó un cambio significativo en la política es-tadounidense, la pérdida demócrata de votosentre las clases medias y trabajadoras blancas,ratificando el trasvase de la base demócrata dela era del New Deal a una nueva coaliciónconservadora (Dionne, 2016: 117).

Como indica Kauffman (1995: 205), Wil-der, Buchanan o Perot demostraban que el mo-



mento populista había llegado a Estados Uni-dos, pero las élites políticas republicanas o de-mócratas no apelarían directamente a ese elec-torado durante el resto del siglo XX, y tampocolo harían a comienzos del XXI. En el seno con-servador, movimientos como el Contrato conAmérica y el surgimiento del Tea Party fueronseñales de lo que estaba por venir en 2016;sobre todo este último que, anclado dentro delPartido Republicano bajo la imagen de una in-surgencia contra sus propios dirigentes, pro-vocó una redefinición del conservadurismo,demostrando que la rabia entre los conserva-dores de base y la clase trabajadora republicanano había desaparecido. Y, contra todo pronós-tico, Donald J. Trump emergió como el impro-bable campeón de ambos grupos (Dionne,2016, pp. 401, 448 y 414).

CONCLUSIONES

Como se desprende del análisis del recorridohistórico del populismo americanista, la vic-toria de Donald J. Trump no es un fenómenoaislado en la historia de Estados Unidos. Másbien, el éxito de Trump es consecuencia delconstante realineamiento político que expe-rimenta Estados Unidos en cada ciclo elec-toral, de la rabia acumulada por ampliascapas de la sociedad estadounidense hacia suclase política y de la radicalización del debateinterno en torno a asuntos culturales que vie-nen marcando la agenda política domésticaestadounidense desde la década de 1960. Y elprotagonismo de esa white trash analizada a lolargo del presente trabajo ha sido relevanteen los tres casos.

La única novedad que ha supuesto Trumpal respecto es que triunfó allí donde Buchanany Perot habían fracasado, es decir, alcanzó lavictoria haciendo de esa white trash olvidada


por la clase dirigente el cen-tro de su coalición de votan-tes, algo que no sucedía anivel nacional desde AndrewJackson. Presentándose comoun insurgente dentro de lasfilas republicanas, lo que elmovimiento Trump delata enel seno conservador, y por ex-tensión en el conjunto de lasociedad estadounidense, esla profundidad del descon-tento popular hacia una clasepolítica que considera le hadesilusionado y traicionado.Pero la rabia que hizo ganar aTrump no solo se expresacontra las clases dirigentes,sino contra todo el proyectoprogresista de transformacióncultural. Como vimos en elanálisis del americanismo, laoposición de los sectores más

conservadores a la revolución cultural iniciadaen 1960 fue decisiva para entender la muta-ción política que supuso el fin del consenso li-beral del New Deal. Es más, la clave de su vic-toria radica en haber ganado para la causarepublicana a esos MARs de la Gran Apala-chia integrados ahora como elemento centralde su coalición electoral y que, de movilizarlesde nuevo, pueden otorgarle la reelección.


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Perot, Ross (1 de octubre de 1992). Announce-ment of Candidacy. Disponible enhttps://www.c-span.org/video/?32880-1/ross-perot-presidential-campaign-announcement

Savage, Michael (2016). Government Zero. NoBorders, No Language, No Culture. NewYork: Center Street.

Woodard, Colin (2011). American Nations. AHistory of the Eleven Rival Regional Culturesof North America. New York: Penguin Books.

PALABRAS CLAVEEE. UU. • Americanismo • Trump • Populismo • Elitismo

• Demócratas • Republicanos • Inmigración • Aislacionismo

• Multilateralismo • Unilateralismo • Nacionalismo

• Internacionalismo • American Way of Life • America First

• Andrew Jackson

Trump triunfó allídonde Buchanany Perot habíanfracasado.Alcanzó lavictoria haciendode esa whitetrash olvidadapor la clasedirigente elcentro de sucoalición devotantes, algoque no sucedía anivel nacionaldesde AndrewJackson


http://www.4president.org/speeches/buchanan1992announcement.htm

https://www.c-span.org/video/?32880-1/ross-perot-presidential-campaign-announcement

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