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1 UNIVERSIDAD ABIERTA INTERAMERICANA FACULTAD DE INVESTIGACIÓN Y DESARROLLO EDUCATIVO “Un estudio sobre la Infancia: el niño moderno y el niño posmoderno. Sus repercusiones en el discurso pedagógico” Titulo a obtener: Prof. Superior y Universitario Alumna: Gallieni, Yanina Belén Carrera: PROFESORADO UNIVERSITARIO

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UNIVERSIDAD ABIERTA INTERAMERICANA

FACULTAD DE INVESTIGACIÓN Y DESARROLLO EDUCATIVO

“Un estudio sobre la Infancia: el niño moderno y el niño posmoderno.

Sus repercusiones en el discurso pedagógico”

Titulo a obtener: Prof. Superior y Universitario

Alumna: Gallieni, Yanina Belén

Carrera: PROFESORADO UNIVERSITARIO

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Agradecimientos

Destaco especialmente el apoyo de la Profesora Irene Macera por su acompañamiento

en este proceso de construcción durante más de un año, brindándome sus valiosas

opiniones y sugerencias.

Agradezco también a mi familia, principalmente a mi esposo Maximiliano por su apoyo

y a Leila por sus aportes de material bibliográfico; así como a mis compañeros del

Profesorado, quienes sostuvieron las angustias que este “transcurrir” puede ocasionar.

Y en especial, a mi hijo Bautista, que desde mi vientre, camina mis pasos en pos de este

objetivo.

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“Un estudio sobre la Infancia: el niño moderno y el niño

posmoderno. Sus repercusiones en el discurso

pedagógico”

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Índice

Resumen ........................................................................................................................................ 5

Introducción .................................................................................................................................. 6

Capítulo 1: ¿Qué decimos cuando decimos infancia? .................................................................. 8

El surgimiento de una nueva sensibilidad hacia los niños ............................................ 9

El interés en el estudio del niño ................................................................................... 10

El niño para el Psicoanálisis ........................................................................................ 13

El niño y la posmodernidad ......................................................................................... 14

Resumen del capitulo .................................................................................................. 17

Capitulo 2: Escuela Tradicional vs. Escuela Nueva.................................................................... 18

La Escuela Tradicional ................................................................................................ 18

La Escuela Nueva ........................................................................................................ 21

Resumen del capitulo .................................................................................................. 24

Capitulo 3: El sujeto-niño posmoderno ...................................................................................... 25

Algunas consideraciones sobre “educar” .................................................................... 30

Resumen del capitulo .................................................................................................. 32

Conclusiones ............................................................................................................................... 33

Bibliografía ................................................................................................................................. 35

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Resumen

El presente trabajo es un recorrido por las condiciones históricas y sociales que

posibilitaron el surgimiento de la infancia como una etapa distinta a la adultez y cómo

este acontecimiento, a su vez, sustentó la creación de la escuela moderna y el discurso

pedagógico. Se considerará también la visión psicoanalítica de la niñez.

Advertiremos también qué sucede con la escuela y la infancia en las circunstancias

actuales que vivimos: la caída de la Modernidad y el auge de los medios de

comunicación y la tecnología.

Nuestro objetivo es conocer de qué modo la evolución del concepto infancia determina

el discurso pedagógico y por ende las practicas escolares.

Palabras clave: infancia- niño- infans- discurso pedagógico- escuela- modernidad-

posmodernidad.

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Introducción

Las primeras experiencias al frente de un aula nos enfrentan con pensamientos,

emociones, recuerdos; una mixtura de sensaciones en las cuales las imágenes de uno

mismo como alumno, como docente o futuro docente generan interrogantes en relación

al alumno en tanto sujeto. El recorrido de un alumno comienza temprano en la vida,

comienza en la niñez, lo cual nos lleva a preguntarnos acerca de esta etapa, y si ésta es

considerada de la misma forma actualmente que años atrás, si la misma se ve

modificada por las circunstancias históricas y sociales. Nos preguntamos también sobre

el surgimiento del discurso pedagógico, entendiendo que la condición para ello es la

afirmación del niño en tanto sujeto con características que le son propias, diferente al

adulto.

Este recorrido histórico de teorías que consideramos nodales en el tema a tratar, contará

con el enfoque acerca de la infancia que nos aporta el Psicoanálisis.

Entendemos que la evolución del significado de determinados conceptos es

determinada, en cierta forma, por las prácticas sociales que configuran al mismo. En

este caso, nos referimos a los conceptos infancia y niñez, concebidos tales como

sinónimos. Por lo tanto, nuestro fin será identificar y comprender de qué manera sus

modificaciones a través del tiempo se evidencian en el discurso pedagógico, y por lo

tanto, en las prácticas áulicas, condicionando ambos. Se analizará el discurso

pedagógico en función de los postulados teóricos de distintas escuelas (escuela

tradicional, escuela nueva) y dos de los que consideramos sus representantes.

Para lograr lo mencionado, se abordarán los conceptos desde las perspectivas

pedagógica (infancia en situación escolar) y psicológica, puntualmente desde el

Psicoanálisis, entendiendo un quiebre el momento en el cual el niño es considerado

sujeto psíquico, con deseos, sentimientos y derechos. El punto de partida es el

surgimiento del concepto “infancia” en la Modernidad, en Europa, arribando a la

problemática planteada en la Posmodernidad: el niño-alumno en tanto consumidor,

inmerso en la era tecnológica. El recorrido tomará en cuenta también acontecimientos

de nuestro país en relación a lo pedagógico. Entendemos que a partir de la construcción

del “niño” es posible la cimentación teórica del “alumno” y la producción pedagógica

(Narodowski, 1994) y que la modificación que sufren estos conceptos (infancia-niñez)

con el paso del tiempo producen a su vez efectos en los niños en tanto alumnos.

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El recorrido tendrá presente el carácter de las instituciones y sus particularidades, así

como la “caída” de las mismas en la Posmodernidad.

En el primer capítulo estudiaremos las condiciones que entendemos configuran el

surgimiento de la infancia en la Modernidad y sus cambios en la Posmodernidad.

Conoceremos los postulados de un representante de la Didáctica, Comenius; y un

representante de la Pedagogía, Rousseau. Por otra parte, como mencionamos

anteriormente, tendremos presente la postura psicoanalítica acerca del tema que nos

ocupa. Veremos cómo estos aportes posibilitan la escolarización masiva de la infancia y

la promoción del niño como objeto de estudio. Se retomarán los aportes del

Psicoanálisis en el capítulo 3, y también se planteará el escenario posmoderno en el cual

habitan los niños hoy, así como algunas consideraciones sobre la tarea de educar.

En el capitulo siguiente nos ocuparemos de demarcar las diferencias entre la escuela

tradicional y la escuela nueva, ambas situadas en la Modernidad aunque con notables

variantes en la concepción de niño y por lo tanto en el concepto de alumno que impera

en cada tradición.

En el final de nuestro recorrido arribaremos a conclusiones en relación a la evolución de

los conceptos infancia y niñez, y por lo tanto alumno en relación con las condiciones

históricas y sociales imperantes.

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Capítulo 1: ¿Qué decimos cuando decimos infancia?

Según la Convención sobre los Derechos del Niño (Asamblea general de las Naciones

Unidas, 1989) la infancia es definida como un espacio separado de la edad adulta,

reconociendo que lo que resulta correcto para los adultos no lo es para los niños. Niños

y niñas son titulares de sus propios derechos, son protagonistas de su propio desarrollo.

La infancia no es solo el tiempo que transcurre entre el nacimiento y la vida adulta, sino

una época para jugar, asistir a la escuela y ser protegidos de la violencia y la

explotación. Ahora bien, esta definición es el resultado de ciertas transformaciones en

las condiciones sociales y culturales, como veremos a continuación.

La infancia, en el sentido que le otorgamos en la actualidad, nace en la Modernidad, en

los siglos XVI y XVII, en Europa. Su nacimiento es producto de una invención socio-

cultural, que la constituye como lo opuesto a la madurez (Satriano, 2008).

El “sentimiento de infancia” (Ariès, 1993) es un concepto propio de la Modernidad. La

significación de “ser niño” fue consustancial, al menos en Europa, a la transformación

ocurrida en la “familia nuclear” y a la consolidación de la monogamia como institución

social obligatoria. El origen de este sentimiento es ubicado por el mencionado autor en

el siglo XIII, con las modificaciones del tráfico comercial y la producción mercantil,

aumentando progresivamente a partir del siglo XV. Hasta entonces, los niños eran

considerados “adultos en miniatura”, compartiendo las actividades propias de los

mayores. Es a partir del reconocimiento de que los niños tienen necesidades y

características propias, diferentes a los adultos que comienza la promoción de ciertas

prácticas sociales tales como la conservación de los hijos, la vigilancia de la crianza, los

contratos de aprendizaje y la escuela obligatoria, entre otros. Y, por este mismo

reconocimiento, se emprende la exclusión de otras prácticas tales como el sexo, el

trabajo remunerado, el consumo de alcohol, y la participación política (Espitia Vázquez,

2006).

El nacimiento de la infancia implicará la necesidad de la medición cronológica,

elemento observable y cuantificable en función de lo cual los esfuerzos didácticos

determinarán lo normal y lo patológico, lo correcto y lo incorrecto (Narodowski, 1994).

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La niñez no es una categoría universal o determinada por la biología, sino una

construcción social que podemos delimitar a partir de los siguientes acontecimientos:

El surgimiento de una nueva sensibilidad hacia los niños

El interés en el estudio del niño

Nos detendremos más adelante en este último punto, ya que los aportes teóricos

significaron importantes corolarios al motivar distintos movimientos o escuelas

pedagógicas orientadas según el objeto de estudio (maduración, aspectos psicológicos,

entre otros).

Cabe destacar, que si bien por cuestiones de ordenamiento se establecen ciertos

acontecimientos históricos, se trata de una lenta e irregular transformación de las

actitudes y discursos frente a la infancia.

El surgimiento de una nueva sensibilidad hacia los niños

En la Modernidad, el niño comienza a ser percibido como

“un ser inacabado, carente y por tanto individualizado,

producto de un recorte que reconoce en él una necesidad de

resguardo y de protección” (op. cit.)

Esto produce una transformación en el cuerpo infantil. Al comenzar a diferenciarse de

los adultos, surge la idea de un cuerpo que debe ser cuidado, protegido y amado. El niño

es un ser dependiente de los adultos. Cambia la actitud de los mayores frente a la niñez,

surgiendo la conciencia de la importancia del cuidado frente a la enfermedad infantil,

por ejemplo. Inevitablemente, esto tiene a su vez, consecuencias en la organización de

la familia.

Surge el “amor maternal”, equiparando su función a la actividad docente femenina. De

esta manera, se vislumbra la alianza entre familia moderna y escuela. Es a partir de este

“acuerdo tácito” que puede vislumbrarse la escolarización masiva, ya que se reconoce a

la escuela como la institución legítima encargada de la transmisión de saber y cultura.

La asimetría niño-adulto surgida a partir del reconocimiento del niño como ser

incompleto es reforzada desde la institución escolar por la asimetría alumno-docente. El

pasaje de la niñez de la familia a la escuela implica el surgimiento de un nuevo sentido

histórico y social de dicha institución. Nacerán los discursos normativos en relación a

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las condiciones de permanencia de los niños en la escuela, la dinámica de la misma, el

tratamiento hacia los infantes; comienza a normativizarse el discurso pedagógico. Esto

nos lleva al siguiente punto: la demarcación de los límites de la niñez y sus

características (Narodowski, 1994).

El interés en el estudio del niño

Narodowski (1994) destaca en este sentido, los aportes de Rousseau, al delinear la

infancia desde la característica de su “educabilidad”. El niño tiene desde esta postura,

una capacidad natural de ser formado. La infancia es objeto de estudio, pero para

Rousseau, sus límites no son el resultado de acciones discursivas sino naturales,

inherentes a su ser.

“La naturaleza quiere que los niños sean niños antes de ser

hombres” (Rousseau, 2000).

Al nombrar la infancia se crea un punto de partida para la pedagogía; la infancia debe

ser estudiada. Y si la misma es propia de la naturaleza humana, anterior a la adultez,

Rousseau se pregunta de qué modo la acción educativa puede o debe ejercerse sin

contrariar lo natural. De este modo arribamos al concepto rousseauniano de “educación

negativa”. ¿Qué se supone con este concepto? Se supone una acción que no perturbe lo

natural, una acción que sea tan natural como la situación del objeto en cuestión.

Entendemos entonces, que la mala educación será aquella que no respeta la condición

natural de la infancia, aquella que no admite la singularidad de la niñez:

“La infancia tiene maneras de ver, de pensar, de sentir que le

son propias” (op. cit.)

Ahora bien, hasta el momento, siguiendo a Rousseau, podemos precisar que la niñez es

un estado natural, anterior a la adultez, pero ¿existen otras características que la

diferencien de la adultez? Narodowski (1994) aclara que las definiciones que

encontramos en Émile son definiciones por la negativa. El niño es un no-adulto, carente

de razón. La infancia sería un camino que parte de la no-razón (adulta) a la razón adulta.

Como contracara a la falta de razón adulta, cabe aclarar que el niño posee una capacidad

con gran significancia: la capacidad de aprendizaje.

Retomando la cuestión de la falta de razón junto a la incapacidad del niño de

comportarse en forma autónoma, arribamos a la necesidad de una protección específica

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por parte del adulto y de la necesidad de su ley, la ley del adulto. De este modo,

Rousseau reafirma el “sentimiento de infancia” planteado por Áries: la infancia debe ser

amada y protegida, es pura necesidad y capacidad innata de alcanzar logros superiores,

el ser adulto.

Por esta dependencia del niño, surge el deseo epistemológico, la voluntad o el deseo de

saber acerca del cuerpo infantil. Es fundamental conocer lo que se va a proteger y

educar de modo de que la acción educativa se piense de acuerdo a lo que es propio de la

infancia, excluyendo lo perjudicial y antinatural para la niñez. Es fundamental conocer

el cuerpo infantil, ya que necesita ser controlado, protegido, objetivado.

Un siglo antes del nacimiento de Émile, Comenius daba a luz su obra Didáctica Magna.

La misma contiene los cimientos del discurso actual sobre la escolaridad, sus preceptos

y métodos. Sin embargo, a diferencia de Rousseau, Comenius no demuestra un interés

teórico por la infancia, no profundiza en este concepto, concibiendo por lo tanto una

niñez radicalmente distinta a la trabajada hasta el momento.

Para Comenius, la infancia es un estadío inevitable en la trayectoria hasta la plenitud,

hacia la adultez. Teniendo en cuenta que para el autor la finalidad expresada en la

Didáctica Magna es procurar “el orden en todo”, incluso en el enseñar y en el aprender,

la infancia es una conclusión del razonamiento, una vez ordenados los pasos

secuenciales hacia la plenitud. Sería el paso inicial, el más simple. A su vez, la niñez

supone una mayor capacidad para aprender debido a que no hay nada aprendido.

“la infancia en Comenius está dada por la necesidad de todo

ordenamiento gradual de poner un punto de partida simple y

carente, a partir del cual se erige la completitud deseada”

(Narodowski, 1994)

Es importante aclarar, que en Comenius, la infancia no es específicamente humana, sino

que la misma es inferible en especies no humanas, inclusive inanimadas (árboles,

animales). En éstas, también se necesita una etapa inicial: la infancia; por lo tanto la

niñez implica una necesidad orgánica, no social.

El ser infantil es una inferencia en el proceso de secuenciación y gradación respecto del

punto de llegada.

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La infancia comeniana no es su objeto de estudio, como sí lo es para Rousseau, sino que

es el método su objeto analítico, es la acción sobre la niñez. La reflexión cae sobre los

procedimientos, siendo la infancia una consecuencia, un elemento neutro, por lo cual no

es posible establecer una diferenciación entre niño y adulto. No se destaca la

importancia de la necesidad de cuidados y protección hacia los niños, lo cual sí es

recalcado en Rousseau, por ser justamente su teoría producto de las condiciones

modernas que posibilitaron este reconocimiento. Para Comenius el niño no necesita ser

amado sino conducido gradualmente a la cima del conocimiento.

El discurso pedagógico moderno constituye una infancia escolar, esto quiere decir que

la población es infantilizada en la institución escuela ejerciendo una relación de poder

(op. cit.). El adulto ejerce un poder sobre el niño, tornándolo heterónomo y dependiente.

Ahora bien, dentro de la pedagogía podemos vislumbrar posiciones diferenciadas.

Consideramos que Comenius produjo los lineamientos de la llamada escuela

tradicional, manteniendo a la infancia no pedagogizada, mientras que Rousseau es uno

de los representantes de la escuela nueva.

Si el niño no es concebido como sujeto pedagógico, si el interés teórico no está centrado

en él, la mirada del proceso enseñanza-aprendizaje está puesta en el método y no en el

alumno, en el cuerpo infantil. El método, fundamentado en la simultaneidad,

gradualidad y universalidad, y en el “ideal pansofico”, se encuentra respaldado en un

fuerte interés normalizador, homogeneizador.

El esfuerzo de Comenius es didáctico, lo cual nos da la pauta, como mencionábamos,

que el elemento central no es el niño, sino el método, el modo en el cual el maestro,

componente neutro puede y debe aplicarlo. Un solo maestro enseña a un grupo, a todos

al mismo tiempo. La evaluación no es tenida en cuenta, ya que, si el método se aplica

correctamente, los resultados son los esperados. La vigilancia no se destina al alumno

sino sobre la acción del maestro y el correcto modo de transmisión de los saberes. La

institución escuela es eficaz para el afianzamiento de la alianza escuela-familia y la

distribución de los saberes a la población infantil mediante la simultaneidad sistémica.

En oposición a los preceptos de Comenius, Rousseau plantea que el proceso educativo

debe partir del entendimiento de la naturaleza del niño, sus intereses y características.

Reconoce que la aprehensión del mundo que lo rodea debe lograrse a partir de la

observación y la interacción con juegos. El niño conoce a partir de sus sentidos y no de

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libros o explicaciones. La educación, sus contenidos y objetivos, deben ser acordes a los

intereses y motivaciones del niño según su etapa de desarrollo.

Sosteníamos más arriba que Rousseau enarbola los preceptos de la “Escuela Nueva”.

Movimiento iniciado a fines del siglo XIX, también llamado “escuela activa”, que busca

modificar lo siguiente de la escuela tradicional: pasividad, intelectualismo,

magistrocentrismo… y sobre todo, precisar nuevos roles a los participantes del proceso

educativo. Se debe tratar a cada niño según sus aptitudes, ya que el aprendizaje no

puede ser efectivo si su punto de partida no es un interés o necesidad del niño. La

relación de poder- sumisión que regía la relación maestro-alumno en la escuela

tradicional muta a una relación vincular marcada por el afecto. El maestro es auxiliar y

no elemento central. Él mismo concede el poder a los alumnos de modo que los mismos

puedan “autogobernarse”. Hay un cambio en los contenidos: la naturaleza, los

acontecimientos, la vida del mundo reemplazarán las lecciones proporcionadas por el

libro. Esta modificación en los contenidos acarrea un cambio en el modo de

transmisión, en el método; se introducen actividades libres que fomenten la

imaginación, la iniciativa y la creatividad (Cerezo Huerta, 2007).

El niño para el Psicoanálisis

Desde el Psicoanálisis entendemos que la intervención de un Otro en la infancia es

fundamental para la constitución del sujeto. El niño depende de él y es éste el encargado

de significar las necesidades y demandas del pequeño infans. El Otro introduce al

pequeño en el lenguaje, en la cultura; sin esta intervención el niño quedaría por fuera de

la categoría subjetiva. Vemos como la relación con los adultos es asimétrica y necesaria.

Asimetría que debe reproducirse en la escuela, aunque no desde el autoritarismo sino

desde el amparo y la protección (Zelmanovich, 2002).

Debemos interrogarnos, qué sucede con esta asimetría cuando las condiciones actuales

nos presentan nuevamente a un niño simétrico al adulto, no en el sentido anterior a la

Modernidad, cuando el niño no era concebido como un sujeto con sentimientos e

intereses propios, sino, cuando son sus actitudes las similares a las de los adultos,

desafiando la autoridad. La frontera que se instaló en la Modernidad para resguardar a la

niñez de las responsabilidades del mundo adulto, se tornaron difusas, trayendo

consecuencias en la institución escolar.

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El niño y la posmodernidad

Corea y Lewcowicz (1999) sostienen que presenciamos el agotamiento de las

instituciones que dieron a luz la infancia moderna. Su producción institucional en

términos tradicionales es hoy prácticamente imposible. La diferencia simbólica entre

niños y adultos no puede erigirse ya que el consumo generalizado produce nuevas

subjetividades: el niño deja de ser concebido como el hombre o la mujer del mañana,

siendo, como consumidor, sujeto en la actualidad. Desaparece la latencia que

representaba la infancia. Las diferencias no tienen que ver con etapas de la vida sino con

estar incluido o excluido del sistema de consumo.

“La niñez es un invento moderno: es el resultado histórico de un

conjunto de prácticas promovidas desde el Estado burgués que,

a su vez, lo sustentaron… De modo que no hay infancia si no es

por la intervención práctica de un numeroso conjunto de

instituciones modernas de resguardo, tutela y asistencia de la

niñez. En consecuencia, cuando esas instituciones tambalean, la

producción de la infancia se ve amenazada.” (op. cit.)

La escuela, representa una de las instituciones fundamentales para la separación de los

adultos y los niños, al igual que la familia, piezas claves de la Modernidad. Ahora bien,

al sufrir alteraciones las mencionadas instituciones, varía el estatuto de la niñez. Los

autores consideran que dichas mutaciones tienen sus raíces en lo que produjo el

acelerado desarrollo del consumo y la tecnología en la cultura.

Veíamos cómo las prácticas promovidas desde el Estado sostenían la niñez, prácticas

filantrópicas, médicas, escolares, entre otras. Si ese vínculo entre las instituciones de la

infancia y el Estado se diluye, nos preguntamos qué sucede con la infancia en sentido

moderno.

¿Es la solución una posición política que restaure las funciones que parecen haberse

agotado? Los autores sostienen la existencia de dos obstáculos con los cuales deben

lidiar las instituciones.

“El primero tiene que ver con las condiciones de su emergencia

histórica, y es que el haberse encontrado en sus orígenes

cobijadas por el Estado les impide pensar un funcionamiento

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político por fuera del dispositivo estatal. Esto es lo que da lugar

a las posiciones políticas restauradoras…. El segundo

obstáculo tiene que ver con la dificultad para percibir su propia

naturaleza instituyente… Si las instituciones no se perciben en

una posición activa produciendo infancia, entonces sí quedan

relegadas a ser meramente agentes estatales de resguardo y

asistencia. Esta perspectiva… las condena hoy a la misma

agonía histórica en que se encuentra el Estado de bienestar; y

las coloca políticamente en posición de víctimas de las políticas

estatales”. (op. cit.)

Ahora bien, retomemos el papel que juegan los medios masivos de comunicación como

quienes fomentan el consumo y la subjetividad del consumidor. El hecho de la

existencia de publicidad dirigida al niño-consumidor tiene efectos culturales relativos a

la variación de la infancia. Cae la idea del niño obediente, frágil y dócil, sostén del

modelo educativo, ya que como consumidor el niño es capaz y debe ocupar un lugar de

igual a igual con los adultos (op. cit.) Nuevamente, desaparecen las diferencias entre la

infancia y la adultez. El juguete, objeto que pertenecía al universo infantil, se convierte

en objeto de consumo, objeto del mercado. El universo de la infancia se fusiona con el

universo del consumo.

En la posmodernidad, las prácticas que gestaban la infancia, que instituían sus

distinciones, se agotan. La inocencia, la necesidad de cuidado, la fragilidad, la carencia

de saber ya no sostienen al niño. El consumo, que equipara el niño al adulto, no solo no

instituye esa diferenciación, no produce infancia sino que instituye otras cuestiones:

habilita el acceso del infante a los medios, como actores, modelos, además de

consumidores (op. cit.)

Por otra parte, los medios masivos, se han apropiado de lo que anteriormente producían

instituciones como la escuela y la familia: el saber. Los medios detentan la potestad

sobre el conocimiento. ¿Qué sucede entonces con la institución escuela y con el niño

como alumno? En la Modernidad, la tarea educativa estaba orientada hacia el futuro, el

mañana. Educar para el progreso. Hoy el manual escolar es reemplazado por los

fascículos por entregas del diario (op. cit.) La difusión de los valores está a cargo del

discurso mediático. El mercado no distingue edades, siendo los suplementos

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informativos dirigidos a toda la familia. En caso de distinguir las edades, solo la hace

como una variable del consumo. Por lo tanto, el niño es consumidor y no alumno.

“Significaciones como la fragilidad y la debilidad de la infancia

adquieren su sentido histórico ligadas a las prácticas de

protección y formación de los niños ejercidas desde la

institución escolar en función de la política de representación

del Estado… La significación práctica actual de democracia…

posmoderna, tiene como fundamento otra subjetividad: el

consumidor. Las prácticas propias de este nuevo individuo son

el consumo y la opinión” (op. cit.)

Antes, presenciábamos la postergación; hoy, la temporalidad del instante.

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Resumen del capitulo

Infancia para Comenius

No es específicamente humana.

Es un punto de partida simple y carente.

No es objeto de estudio, sino que el objeto de estudio es la acción sobre la niñez.

Es considerada un elemento neutro, por lo cual no puede diferenciarse de la

adultez.

No se destaca la importancia de amar y cuidar al niño.

Lo importante es conducir gradualmente al infante a la cima del conocimiento.

Infancia para Rousseau

El niño es percibido como un ser inacabado y carente.

Es específicamente humana.

Es objeto de estudio.

Se debe respetar la condición natural de la misma.

Posee capacidad de aprendizaje; la meta es la razón adulta.

Necesita protección por parte del adulto.

Infancia para el Psicoanálisis

Son fundamentales los cuidados de Otro para la constitución subjetiva del

infans.

El lenguaje es esencial para la introducción del niño en la cultura.

La asimetría entre niño y adulto es necesaria desde el cuidado y protección del

segundo hacia el primero.

Infancia para la Posmodernidad

Desaparece la asimetría entre niño y adulto igualados ambos por su condición de

consumidores y por el discurso mediático.

Cambia la percepción de la necesidad de cuidados y protección hacia los niños.

Fuente: producción propia.

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Capitulo 2: Escuela Tradicional vs. Escuela Nueva

Como vimos en el capitulo anterior, consideramos que hay una diferencia que atraviesa

y determina los lineamientos teóricos de ambas escuelas; nos referimos a la concepción

de niño y de infancia.

La Escuela Tradicional

En la Modernidad, partiendo de una concepción de infancia “incompleta”, etapa

educable por excelencia, surge el alumno como sujeto pedagógico. Educar es completar,

completar al niño para llegar a la adultez. Si el niño es un ser incompleto, no existe otra

posibilidad para la relación docente-alumno que la asimetría. Esta asimetría se

disolvería en el transcurso del proceso educativo, con la transmisión de conocimientos,

de los saberes escolares.

Por otra parte, es interesante destacar que, además de la función de educar, la escuela

moderna es un dispositivo disciplinario. Los niños no son enviados a la escuela solo

para aprender sino para dominar sus impulsos, para aprender a comportarse, hacer lo

que se les ordena y permanecer tranquilos (Pineau, 2001).

Entonces, la escuela es la institución encargada de la difusión de la cultura válida y la

instancia de disciplinamiento social que facilite el desarrollo y el progreso ordenado de

la humanidad. Claramente notamos el tinte positivista en estos objetivos escolares.

Siguiendo esta línea, entendemos por qué todos aquellos contenidos que no pueden

demostrar su “cientificidad” son desestimados en la escuela moderna (por ejemplo “la

experiencia práctica”).

Al predominar el cientificismo, la pedagogía es reducida a la biología, siendo todo

problema educativo, un problema del alumno, de su constitución física y biológica. Las

posibilidades de aprender de cada sujeto por lo tanto, estarían determinadas por lo físico

(raza, genes, anatomía, etc.). De esta manera, podría predecirse quiénes alcanzarían los

objetivos escolares y quiénes no. Se postula una “receta”: un método aplicado de forma

adecuada permitiría alcanzar los objetivos deseados a los individuos preparados

biológicamente para tal fin (op.cit.). Vemos de qué manera la voluntad, las intenciones

de los sujetos- alumnos no son tenidas en cuenta. El proceso de enseñanza y aprendizaje

se planifica independientemente de las voluntades de los niños.

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En el aula tradicional se aplicaba un método de enseñanza simultáneo y gradual. El

tiempo estaba organizado, al igual que el espacio y los cuerpos de los niños. Se

privilegiaban los procesos intelectuales, buscando formar las mentes de los niños, para

lo cual era fundamental inmovilizar los cuerpos indóciles. Vemos de qué manera se

mantienen vigentes los postulados de Comenius mencionados en el capitulo anterior.

A modo de resumen de lo planteado hasta el momento, seguimos a Pineau (2001), quien

establece tres postulados que deberían cumplirse para el logro del aprendizaje:

Alumno pasivo y vacío (reductible a lo biológico). Se apunta a controlar su

cuerpo y formar su mente.

Docente basado en “el” método, a modo de “robot enseñante”.

Saberes científicos.

Creemos pertinente considerar la definición de “educación” que nos ofrece Emile

Durkheim:

“La educación es la acción ejercida por las generaciones

adultas sobre las que todavía no están maduras para la vida

social. Tiene por objeto suscitar y desarrollar en el niño ciertos

números de estados físicos, intelectuales y morales, que exigen

de él la sociedad política en su conjunto y el medio especial al

que está particularmente destinado” (Durkheim, 1984)

Luego, el mencionado autor, coloca como garante de la educación al Estado, en tanto

garante del bienestar general.

Vemos de qué manera se refuerza en la definición citada la asimetría entre niño y

adulto, entre alumno y docente, incluyendo también el aspecto social.

¿Qué postulados enarbola la escuela tradicional entonces?

La escuela tradicional significa ante todo orden y método. La confianza en el método es

tal que Comenius afirma que si tal es aplicado correctamente es imposible no obtener

buenos resultados (Palacios, 2010). Quien emplea el método es el docente, organizando

el conocimiento y marcando el camino que deben seguir sus alumnos. El método de

enseñanza es aplicado minuciosamente y de la misma forma para todos los niños. Se

organiza no solo el conocimiento, sino también la clase y la vida colectiva en general.

La repetición cobra un papel muy importante en la escuela.

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Podemos vislumbrar que los niños son considerados iguales entre sí, no teniendo en

cuenta sus particularidades a la hora de aprender y también cómo se colocan en primer

plano los procesos mentales (repetición, lectura, memorización) por sobre el cuerpo

infantil.

El niño en la escuela tradicional aprende a seguir la voluntad de otros, los adultos, los

docentes, aprenden a obedecer. Por lo tanto, la disciplina y el castigo son

fundamentales.

El objetivo de la escuela tradicional es ordenar y regular, no solo el comportamiento

sino la inteligencia de los niños. Las normas y reglas de esta escuela apuntan a la

renuncia de las tendencias y voluntades personales.

Toda teoría sobre la escuela, toda concepción acerca de la misma, implica, por un lado,

ciertas condiciones sociales que posibiliten y sustenten su surgimiento y permanencia; y

por otro lado, la teoría debe responder algunas preguntas:

¿Qué tipo de ser humano se pretende formar?

¿Qué debe impulsar el proceso educativo?

¿Cuáles son los métodos con los cuales se alcanzaría la mayor eficacia?

Las respuestas a estas preguntas implican definir el concepto de ser humano que se

persigue y qué experiencias educativas permitirían alcanzar dicha meta.

Entendemos que la escuela tradicional respaldada por el positivismo y con un método

basado en el orden y la disciplina tiene como meta que el niño se supedite al adulto,

relegando sus intereses. Se apunta a la conformación de cuerpos dóciles.

El modelo a seguir es el del docente, siendo él la autoridad y los alumnos receptores

pasivos, por lo que el método de enseñanza es el académico, verbalista.

Esto implica un desconocimiento de la infancia como una época con intereses y

características propias, pero sobre todo conlleva una concepción sobre la niñez

incompleta y carente.

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La Escuela Nueva

La escuela nueva o activa postula nuevas respuestas a las preguntas mencionadas más

arriba. Este movimiento viene a interrogar los postulados positivistas de la educación y

principalmente conlleva una nueva concepción de infancia.

El método se corre del centro de la escena, siendo el desarrollo del niño el eje de la

educación. El maestro también es desplazado, pasando a ser un guía o auxiliar de la

expresión libre y espontánea de los infantes.

Como mencionamos en el capitulo anterior, Rousseau es considerado el pionero de este

modelo en el cual lo que importa es el desarrollo espontáneo del niño en un ambiente

natural y el desarrollo de sus potencialidades mientras crece hasta convertirse en un

adulto. Vemos cómo esta palabra “mientras” marca una gran diferencia: se le da valor a

la infancia en sí misma siendo el desarrollo del niño la meta de la educación y no el

convertirse en adulto.

Estamos en condiciones de responder las preguntas anteriores: el proceso educativo

apunta al desarrollo de las potencialidades del niño, por lo tanto se pretende formar un

ser humano con capacidad de raciocinio, intereses propios y con una posición activa

ante el conocimiento. Para conseguir esto, el método debe estar signado por los

intereses de los pequeños, estando el docente ubicado en el papel de auxiliar o guía.

Más bien, podríamos decir que la escuela nueva no se rige por un método ni una técnica

sino que es una actitud.

“Las escuelas nuevas no tienen método, y si tienen alguno es el

de la naturaleza. No se le da un carácter al niño, se le permite

adquirir uno; asimismo no se hacen entrar nociones en la

cabeza del niño, se le coloca en condiciones de poderlas

conquistar. Así, las escuelas nuevas no son establecimientos

donde se aplica un sistema preconcebido, son medios ambientes

donde todo se halla combinado para que el niño crezca”

(Ferriere, citado por Palacios, 2010)

Es importante destacar el valor otorgado a las individualidades, respetando el proceso

de cada alumno, aunque se trabaje en grupo. La escuela debe adaptarse al niño y a sus

necesidades, y no al revés. Las ideas abstractas pasan a segundo plano, siendo la razón

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despertada por hechos concretos y el contacto con la realidad. Se incrementan los

trabajos manuales, a través de lo lúdico.

No hay imposiciones, se fomenta el aprendizaje de la libertad y se tiende a que el niño

se conduzca por sí mismo. Se le enseña al niño que puede elegir.

En relación a la escuela tradicional habíamos mencionado que la pedagogía se tornaba

biológica, ahora bien, en la escuela nueva, la pedagogía de “psicologiza”, se

psicologizan los métodos y la adaptación de la escuela al niño, centrándose en los

intereses espontáneos del niño potenciando su libertad y autonomía, así como su

actividad, en contraposición a la receptividad planteada por los métodos tradicionales

(op. cit.)

Ahora bien, ¿qué podemos decir de las condiciones históricas y sociales? No debemos

dejar pasar los aportes del Psicoanálisis, con sus contribuciones acerca del niño, las

enseñanzas de la psicología del desarrollo estableciendo nexos entre el aprendizaje y la

motivación, y ciertos movimientos sociales progresistas de principios del siglo XX que

aportaron a la fundación de esta escuela. Los pedagogos progresistas vieron en la

escuela un instrumento de liberación del hombre y una herramienta de progreso social.

Las investigaciones acerca del niño y su desarrollo son trascendentales para la acción

educativa de esta corriente, principalmente por lo que mencionamos anteriormente en

relación a la concepción de infancia: la misma no es un estado efímero y de preparación,

sino una etapa con funcionalidad, leyes propias, necesidades particulares y con una

finalidad en sí misma (op. cit.) La educación por lo tanto no mira al futuro sino que

aspira a que el niño viva su infancia feliz y plenamente; la escuela deja de ser una

preparación para la vida sino la vida misma durante la infancia.

“La naturaleza infantil debe ser respetada… no hay aprendizaje

efectivo que no parta de alguna necesidad o interés del niño…”

(op. cit.)

Nos interesa para el cierre de este capítulo tomar a Silvia Finoccio, y su trabajo acerca

de la escuela en la historia de nuestro país; puntualmente en su estudio por

publicaciones dirigidas a maestros y docentes. En la revista “La Obra” en 1921,

podemos apreciar de qué manera se expresaba el pasaje del positivismo hacia una nueva

pedagogía que refuerce el papel del alumno, declarando a la escuela vigente hasta el

momento “anquilosada y formal”.

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“El niño debe aprender a trabajar jugando entre caricias y

sonrisas, entre pájaros y flores; cuando la escuela le resulte

más divertida que el hogar, mezclando los juegos a la

producción de cosas útiles, amará el trabajo, lo deseará, y al fin

estará satisfecho viendo salir de sus manos cosas estimadas,

como espontánea retribución de las enseñanzas recibidas”

(Ingenieros, 1921)

En este párrafo podemos apreciar cómo comienzan a tenerse en cuenta los sentimientos

del alumno. Se fomentaba una producción desde la estima y el deseo del niño, y sobre

todo, un clima de trabajo ameno y agradable. Si es necesario aclarar estas cuestiones,

entendemos que es un refuerzo a la diferenciación del niño y el adulto, entendiendo al

primero como un sujeto con sentimientos e intereses propios.

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Resumen del capitulo

Escuela Tradicional

La educación “completa” al niño.

La relación alumno-docente es asimétrica.

El alumno es “pasivo”.

Es una instancia de disciplinamiento social.

Es la encargada de la transmisión de contenidos validados científicamente.

Se aplica un método sistemático y gradual, de manera igualitaria a todos los

alumnos.

Se privilegian los procesos intelectuales.

Escuela Nueva

El desarrollo del niño en un ambiente natural es el eje de la educación.

El docente es guía o auxiliar.

Se privilegia el desarrollo de las potencialidades del infante.

Sus intereses y características individuales son tenidas en cuenta.

Se fomenta la libertad y la autonomía.

Lo lúdico juega un papel predominante en el aprendizaje.

Se privilegian los trabajos manuales.

Fuente: producción propia

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Capitulo 3: El sujeto-niño posmoderno

Recordemos aquello que sosteníamos al principio de nuestro recorrido: consideramos el

concepto Infancia como una construcción histórica, y por lo tanto, atravesado por el

discurso social y cultural en un tiempo y espacio determinado. En función de esto,

seguimos el planteo de Lewkowicz (2003) en el cual establece que la infancia es una

institución que, durante la Modernidad, es producida, a su vez, por dos instituciones ejes

que la consolidan: la familia y la escuela. Entonces, un niño es tal por ser “hijo” y por

ser “alumno”.

Ahora bien, si entendemos que las condiciones socio culturales actuales, a partir del

desarrollo del consumo y la tecnología han generado cambios en las instituciones

familia y escuela, produciendo un agotamiento de las mismas, las mismas dejarían de

ser capaces de “producir” infancia, o al menos, producirían “otra” infancia.

El niño moderno era un futuro ciudadano, y por lo tanto un adulto en potencia; el niño

posmoderno es consumidor, re-estructurando así los lugares de niño y adulto.

Nos interesa desentrañar los hilos de este tejido posmoderno, en el cual se inserta la

escuela y por lo tanto el niño, para preguntarnos por la función de esta institución, así

como por la constitución subjetiva de la infancia.

Freud ha manifestado su interés por lo social en numerosos escritos, por lo que, desde

nuestra postura psicoanalítica, no podemos ignorar que la constitución subjetiva no

queda al margen de la cultura.

Mencionemos algunas cuestiones cotidianas de modo tal que nos permitan figurarnos

estas condiciones culturales en las cuales se estructuran nuestros niños:

- nuevos modelos de familia diferentes al “convencional”, lo cual a su vez implica

modificación en las funciones de cada integrante de estas familias,

- padres pasando muchas horas fuera del hogar,

- la inseguridad que muchas veces impide el juego de los pequeños en la vía pública y el

intercambio con sus pares,

- el uso de las nuevas tecnologías por parte de los niños,

-y, principalmente, una sociedad que exige logros y rendimiento.

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¿Cuáles son las posibilidades de la escuela en este contexto? ¿Cómo se concibe la

naturaleza infantil?

Vimos anteriormente que la escuela tradicional, a la que consideramos representante de

la sociedad moderna, es el producto de ciertas condiciones históricas y sociales, así

como el resultado de decisiones políticas y de necesidades de los sujetos populares

(Caruso y Dussel, 1995). En este contexto, debemos mencionar la instalación de

“… una serie de ídolos indiscutibles que no podían ser

criticados dentro del espacio escolar, cuya estabilidad se

fundaba en sustraerse, ponerse al margen del poder y sus

relaciones, y en cimentar un discurso escolar vinculado a la

pureza de la niñez, los maestros, las instituciones y sus saberes.

Por ídolos entendía Francis Bacon (1561-1626) una serie de

representaciones incuestionables y que obturaban la producción

de otros conocimientos” (op. cit.)

Estos ídolos, cumplían la función de neutralidad, función no ingenua, ya que, siguiendo

a los mencionados autores consideramos que la escuela no puede ser un lugar neutral en

tanto institución productora de subjetividad. Creemos que el conocimiento, las

instituciones educativas y el vínculo pedagógico son sedes de poder, muy alejados de la

objetividad y neutralidad; entendiendo el poder como una relación social.

Es por esta razón, que consideramos un quiebre en la historia educativa el surgimiento

de la Escuela Nueva, ya que, alejándose de los planteos del Positivismo, vela por una

relación activa y crítica con y hacia los conocimientos.

En relación a las instituciones educativas y al vínculo pedagógico, los trataremos en

conjunto ya que el escenario del mencionado lazo, es justamente, una institución

educativa. Las instituciones están atravesadas por normas y delimitación de funciones

de sus actores, así como el vínculo entre docente y alumno viene signado por decisiones

teóricas y políticas del todo alejadas de la neutralidad.

Ahora bien, nos preguntamos de qué modo se legitima el poder. Sociólogos marxistas

como Althusser (1984) afirman que la legitimidad es resultado de la dominación

ideológica llevada adelante por el Estado capitalista a través de los denominados

“aparatos ideológicos del Estado”, entre ellos la escuela. Estos aparatos sutilmente, nos

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“convencen” que el orden actual es justo y el único posible. La dominación ideológica

era posibilitada por la dominación económica.

Tras estas puntualizaciones, volvamos a la escuela tradicional, que sostenía una

producción de sujetos a través de la acción del poder. Esto quiere decir: sujetos

obedientes, creyentes de las ciencias.

Entonces, nos preguntamos nuevamente por las condiciones de producción de

subjetividad que puede sostener la escuela en las circunstancias de existencia actuales.

Nos referimos al contexto social detallado al principio de este capítulo, nos referimos a

un nuevo orden social en el cual ya no podemos comparar el funcionamiento escolar a

la fábrica, ya que el mundo industrial, a partir de los avances tecnológicos, dejó de ser el

ordenador de los sujetos sociales (Caruso y Dussel 1995).

Las críticas al pensamiento y la sociedad modernas han configurado el movimiento

teórico y cultural señalado como posmodernidad. La modernidad aspiraba al progreso

siguiendo el camino de la razón, basándose en el papel normativo de las instituciones.

En la posmodernidad entendemos que estas instituciones pierden solidez, dejando de ser

el progreso una promesa, un punto de llegada. Podríamos hablar de pesimismo

pedagógico, se ha perdido la confianza en la escuela (op. cit.).

Retomemos los aportes de Freud. Mencionábamos que el sujeto se constituye como tal

inmerso en la cultura. Con el descubrimiento del Inconsciente se pone en duda la

concepción cartesiana del Sujeto. En el Malestar en la cultura (1927), el creador del

Psicoanálisis afirma que el Yo es una fachada, continuación de un ser anímico

inconsciente, luego denominado Ello. Es en lo irracional, en el sin sentido donde

encontramos los indicios que nos permiten abordar el Sujeto; en todo aquello que

escapa al pensar consciente. Por lo tanto, el aparato psíquico está fragmentado, el sujeto

está escindido. Esta constitución es posible por la entrada en la cultura, por la acción del

lenguaje sobre el infans, lo que siempre dejará un resto, una carencia que nunca podrá

ser satisfecha pero que al mismo tiempo posibilitará el surgimiento del deseo.

Entonces, si el sujeto esta escindido, no podemos sostener una concepción sobre la

escuela y la educación en las cuales el infante sea asimilado a una tabula rasa y por lo

tanto, se mantenga con él, en tanto alumno, una relación de exterioridad. A su vez, es de

suma importancia, pensar la escuela tras el planteo recién realizado, siendo ésta el

primer sistema de iniciación del niño a la cultura y a la vida social. La escuela es

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aquella instancia que contribuye al desprendimiento del niño de sus padres. Ahora bien,

esto es posible si la escuela y el aprendizaje, a partir del encuentro con el niño,

posibilitan la emergencia de su nombre y brindan un espacio donde el alumno pueda ser

reconocido por otros (Morelli, 2006).

Habíamos dicho en un capítulo anterior que una de las condiciones para el

establecimiento en la Modernidad de la escuela fue la alianza entre ésta y la familia,

ante la ruptura de este consenso, cada institución se encuentra en situación de soledad.

Por lo tanto, al margen que entendamos que familia y escuela tienen funciones distintas

y claramente delimitadas, es menester el surgimiento de un nuevo lazo entre ellas que

posibilite la construcción de la escuela con otra identidad. Una identidad que posibilite

un aprendizaje lúdico, desde la historia de cada niño (op.cit.).

“El sujeto es una construcción explicativa de la constitución de

redes de experiencias en los individuos y en los grupos. Tales

redes tienen una cualidad: no son permanentes, ni definitivas y

las experiencias que podían ser positivas pueden ser

consideradas posteriormente como negativas y viceversa”

(Caruso y Dussel, 1995).

A partir de esta definición, deducimos la importancia de pensar a todos los actores del

sistema educativo como sujetos. La experiencia escolar también contribuye a la

construcción de los mismos.

“Caídos los mitos que construyeron la infancia, el niño ya no

sólo es futuro, sino también presente; estas dimensiones

temporales interactúan en un juego de alternancias, el niño

puede –ahora- ir construyendo un modo de participación activa

en la institución escolar. Se trata de una participación

vinculada a la ética y a la política” (Morelli, 2006).

El considerar a los actores del sistema educativos como sujetos, con participación ética

y política, nos permite apartarnos de la definición “sujeto pedagógico”, definición que

oculta la acción política y constructora de subjetividad que consideramos tiene la

escuela y las instituciones en general. Entonces, la función de la escuela no es fundar

sujetos pedagógicos sino pedagogizar sujetos sociales y políticos (Bixio, 2006).

Optamos entonces, al igual que la autora recién citada, hablar de sujetos escolarizados,

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ya que el discurso pedagógico opera como mediador en el proceso de constitución

subjetiva.

“El niño en edad escolar es un sujeto político que no espera

pasivamente ser reconocido como tal… permanentemente actúa,

interpreta e interpela a las instituciones. Así, una de las

condiciones para garantizar la calidad del proceso educativo,

está dada por la posibilidad que la escuela brinda para la

participación del niño en la vida político-institucional… El

desconocimiento de la calidad de sujeto político… limita no solo

su participación en la vida institucional, sino también su

participación en los procesos de enseñanza-aprendizaje, y

ambas limitaciones expresan uno de los motivos por los que el

régimen escolar no puede modificar su ancestral

autoritarismo…” (op.cit.)

Las funciones de la escuela que consideramos hasta el momento son: formar parte del

proceso primario de socialización y constitución subjetiva, así como transmitir

conocimientos culturales. Ahora bien, la escuela también engendra y reproduce un lazo

social entre los sujetos que le es específico. Este lazo se encuentra en relación dialéctica

con el discurso dominante de cada época, existiendo una correspondencia entre el ideal

que pregona el sistema educativo y los ideales de ese momento histórico determinado

(Ferreti, 2006). En la actualidad, los ideales escolares, entre los que aún circulan la

igualación y construcción de identidades nacionales, y ciertas promesas superadoras de

la modernidad, ya no encuentran comunión con el discurso predominante.

“La escuela de estos tiempos no cuenta con un ideal donde se

puedan conjugar los ideales en que la masa se identifica y esto

es lo que posibilita el acto. Este ideal se construye a partir de la

posibilidad dialéctica, de lo que demanda como ideal el

discurso que ordena el lazo social.

Lo inasible no entra en el circuito de lo que se puede compartir

con el otro, es lo que imposibilita la constitución de la masa,

unida en relación a un ideal. El efecto entonces que se produce,

es la masificación sin posibilidad de lazo” (op. cit.)

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Los alumnos posmodernos circulan en instituciones sin representaciones que las

sostengan; nos referimos a la familia y la escuela. Sin dudas, esto genera efectos en su

constitución subjetiva.

Entonces, por un lado, tenemos instituciones tambaleantes que no pueden ofrecer los

ideales que aseguren el lazo social necesario para el proceso de subjetivación, pero por

otro lado, desde el lugar de cada actor del sistema educativo, sabemos que, otorgándole

al niño el estatuto de sujeto político, esto quiere decir, escuchando su voz e inquietudes,

el proceso enseñanza- aprendizaje, y el de socialización fundamentalmente, pueden

verse facilitados.

Existe una gran diferencia entonces entre el niño moderno y el posmoderno. El primero,

estaba “contenido” en una escuela que se disponía a formarlo como ciudadano en el

futuro, desconociendo su carácter político en el aquí y ahora. Una escuela sólida, en

consonancia con una sociedad que aspiraba al progreso. El segundo, asiste a una escuela

que no encuentra consonancia entre sus aspiraciones y los tiempos posmodernos,

líquidos, fluctuantes, vertiginosos; pero a la vez, lo considera como un sujeto con

derechos y deberes, y no solo como una promesa.

He aquí el escenario del niño posmoderno.

Algunas consideraciones sobre “educar”

En “Análisis terminable o interminable”, Freud (1937) afirma la existencia de tres

profesiones imposibles: psicoanalizar, gobernar y educar. En estas tres tareas, podemos

tener la certeza de que obtendremos resultados insatisfactorios. Millot (1982) señala tres

puntos en común entre las mismas: las tres se apuntalan

“… en el poder que un hombre puede ejercer sobre otro merced

a la palabra, y las tres encuentran el límite de su acción, en

última instancia, en el hecho de que al inconsciente no se lo

somete porque el que nos somete es el inconsciente mismo.”

(op. cit.)

La imposibilidad podemos pensarla del siguiente modo: no todo es educable, no todo es

analizable ni todo es gobernable, ya que siempre quedará un resto, nunca lo que

hagamos en tanto sujetos será totalmente satisfactorio, siempre habrá una incompletud,

una falta, necesaria y motor del deseo y la obra humanos. La imposibilidad estipula un

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límite que abre al mismo tiempo las condiciones de posibilidad. Si no confiáramos en

estas condiciones de posibilidad, nos dominaría la impotencia. La impotencia es el

contrario de la omnipotencia, y, a su vez, la omnipotencia es “… sostener a ultranza

ideales sin interrogarlos ni criticarlos. Es importante diferenciar lo posible y lo

imposible en una práctica, de aquello que impotentiza” (Wolcowicz, 2006).

Siguiendo a Mannoni (1972), entendemos que plantear la educación como imposible

nos posibilita reflexionar sobre un ideal de educación, el cual se organiza en torno a una

carencia, ya que el ideal de la educación, se supedita a un ideal formulado desde el

comienzo, que debe ser alcanzado sin ninguna crítica. Esto mismo observamos en los

pedagogos de la Modernidad, quienes plantean que la educación es el medio por

excelencia para adaptar a los sujetos a una sociedad ideal.

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Resumen del capitulo

El niño moderno

Es un futuro ciudadano.

Es un adulto en potencia.

En tanto alumno, es considerado “sujeto pedagógico”.

Es “contenido” por la escuela y otras instituciones.

El niño posmoderno

“Es” en el presente.

Es un consumidor.

En tanto alumno, es/debería ser considerado “sujeto político”.

Debe buscar los ideales identificatorios que no le son ofrecidos por las

instituciones.

“El educar”

Desde el Psicoanálisis es considerada una tarea “imposible” en tanto su límite es

el funcionamiento del Inconsciente.

Es ejercida mediante la acción de la palabra de un sujeto sobre otro/s.

La imposibilidad abre condiciones de posibilidad: a partir de la carencia,

interroga los ideales, los critica y reformula.

Fuente: producción propia

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Conclusiones

A lo largo de nuestro recorrido conocimos de qué modo “surgió” el concepto infancia

determinado por ciertos hechos históricos y sociales. Al momento del nacimiento de la

infancia, la misma suponía una carencia que la hacía destinataria de cuidados y

protección por parte de los adultos, diferenciando ambas etapas. Este hecho, a su vez,

determinó las condiciones para el surgimiento de la escuela moderna, como aquella

institución encargada de disolver la asimetría entre niño y adulto, conduciendo al

primero hacia la razón adulta.

Sin embargo, comprobamos que distintas posturas teóricas acerca de la infancia en un

mismo contexto histórico, se representan en prácticas áulicas completamente diversas.

Nos referimos a los postulados de la Escuela Tradicional, por un lado, y la Escuela

Nueva por el otro.

Por otro lado, creemos fundamental remarcar los aportes del Psicoanálisis en relación al

niño, ya que a partir de los mismos, podemos re significar la “asimetría” entre niño y

adulto, motor de la escuela moderna, pero desde otro lugar. Con esto queremos decir,

que sostenemos necesaria una asimetría entre ambas etapas en tanto la misma no sea

soportada desde el autoritarismo, o desde la concepción del niño como “tabula rasa”.

La asimetría es necesaria para la constitución subjetiva del cachorro humano a partir de

las acciones específicas de Otro que ya se encuentra inmerso en la cultura, un adulto.

La carencia constitutiva de los niños nos dan un margen para trabajar, pensando en

nuestra tarea como futuros educadores, siempre que la misma sea un motor para el

cuestionamiento de lo establecido, pero, fundamentalmente, poder reconocer en ese

niño, a un sujeto, que si bien se encuentra en proceso, no es un recipiente vacío. Es un

sujeto capaz de sostener una participación activa, en tanto sujeto político, con intereses,

deseos, miedos y motivaciones.

Inclusive en esta época donde se plantea la ineficacia de la escuela en tanto institución

tambaleante, época en la cual el discurso mediático posee más fuerza o prestigio que los

saberes culturales, creemos que la tarea de educar es posible, primero en cuanto

interrogue estas cuestiones, como recién planteamos, pero, principalmente, cuando los

actores que participan del proceso de enseñanza-aprendizaje, puedan reconocerse a sí

mismos y a otros como sujetos activos.

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Por lo tanto, si bien las condiciones históricas y sociales influyen en el surgimiento o

evolución de determinados conceptos, los actores sociales no están determinados por

dichas condiciones, sino que, pueden desde su participación posibilitar la creación de

nuevos escenarios que nos abran posibilidades promisorias.

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