Un iceberg bajo el agua
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Un iceberg bajo el agua Ing. Josué Fumero D. Director de Innovación,
Ministerio de Ciencia y Tecnología. Costa Rica
Domingo 04 setiembre, 2011
Hace unos días atrás fui invitado a compartir en un
congreso sobre innovación empresarial algunas
reflexiones en torno al tema: “la innovación como
herramienta para mejorar la competitividad”.
Esta participación me obligó a reflexionar sobre la
relación que existe entre algunos términos que
usamos con mucha frecuencia: calidad de vida,
crecimiento económico, competitividad,
productividad e innovación. Para dar inicio a la
reflexión, me hice la pregunta: ¿qué busca la
gente?
Sin mucha dificultad concluí que el deseo de todos
y todas es calidad de vida, entendido como “el
grado de satisfacción de nuestras necesidades”.
Todos deseamos un salario competitivo, carreteras
en buen estado, un sistema de salud eficiente y
buena educación para nuestros hijos, por ejemplo.
Eso es calidad de vida.
Me hice la siguiente pregunta: ¿cómo alcanzarlo?,
es decir, ¿cuáles son esos factores que hacen
posible tener altos niveles en ese indicador? Si la
punta del iceberg fuera “calidad de vida”,
entonces, ¿qué hay bajo el agua?
Para responder esa interrogante, me planteé el
supuesto que calidad de vida es proporcional al
ingreso per cápita de un país, es decir, mientras
más alto es el ingreso de sus habitantes, a mejor
nivel de vida pueden aspirar.
Si la premisa es cierta, entonces la siguiente
afirmación también lo es: lograremos mayores
niveles de calidad de vida, en tanto que
mantengamos un crecimiento económico
sostenible en el tiempo.
Ahora, medimos el crecimiento económico de una
nación mediante el aumento de la producción total
de ese país con el paso del tiempo. Aquí entra en
escena aquella conocida fórmula que describe el
crecimiento económico como la suma de: la
acumulación de los factores (cantidad), más el
crecimiento de la productividad (calidad).
Entendemos productividad como la “capacidad de
producción por unidad de trabajo”, y existe
consenso en que es esta la causa principal del
crecimiento económico, pues determina las tasas
de retorno de las inversiones de una economía. En
otras palabras: alcanzaremos un crecimiento
económico sostenible, siempre que nuestro tejido
empresarial sea altamente productivo.
Ahora es el turno de relacionar la productividad
con algo más. Aparece entonces el término
competitividad, que la OEA define como: “conjunto
de condiciones económicas, sociales, ambientales
e institucionales que permiten la participación
sostenible de las empresas (incluyendo pymes) en
los mercados nacionales e internacionales y
permiten una mejora calidad de vida para toda la
población”. En otras palabras: si lo que buscamos
es economías más productivas, necesitamos países
más competitivos.
Resumiendo: la calidad de vida se alcanza al
experimentar un crecimiento económico sostenible
en el tiempo, que a su vez es producto de un
tejido empresarial altamente productivo, que se
logra solo en condiciones de alta competitividad.
Pero, ¿qué hace más competitivos a los países?
El consenso de los expertos es que “la
competitividad de un país, es la suma de la
competitividad de todas las firmas dentro de sus
fronteras”, en otras palabras, la ecuación nos lleva
de vuelta a nuestras pymes.
Entonces ¿cómo mejoramos la competitividad de
nuestras empresas?, es decir: ¿cómo logramos
que tengan una participación más frecuente y
exitosa en los mercados nacionales e
internacionales?
La respuesta es clara: a través de lo que el
Canadian Board of Advisors describe como
“proceso a través del cual se obtiene beneficio
económico de la creación, difusión y
transformación del conocimiento, para producir
nuevos o significativamente mejorados productos,
servicios o (u) procesos que use la sociedad”. Es
decir, a través de la innovación.