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PLIEGO UN PÁRROCO RENOVADO PARA UNA PARROQUIA EVANGELIZADORA JOSé SAN JOSé PRISCO Decano de la Facultad de Derecho Canónico Universidad Pontificia de Salamanca 2.836. 16-22 de febrero de 2013 ¿Qué modelo de párroco se necesita para que la parroquia de hoy siga ocupando un lugar central en la llamada “nueva evangelización”? La escasez creciente de vocaciones sacerdotales y la dificultad para atender comunidades parroquiales con estructuras y estilos del pasado hacen aflorar el desánimo, el cansancio, la burocratización, el funcionalismo… Estas páginas ofrecen algunas pistas que le ayudarán al presbítero a replantearse el significado de la parroquia en el contexto actual y su función en ella como pastor y guía de la comunidad, de tal modo que pueda afrontar los nuevos y urgentes desafíos que se le presentan sin un desgaste innecesario y contraproducente.

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PLIEGO

UN PÁRROCO RENOVADO PARA UNA PARROQUIA EVANGELIZADORA

José san José Prisco

Decano de la Facultad de Derecho canónicoUniversidad Pontificia de salamanca

2.836. 16-22 de febrero de 2013

¿Qué modelo de párroco se necesita para que la parroquia de hoy siga ocupando un lugar central en la llamada “nueva evangelización”? La escasez

creciente de vocaciones sacerdotales y la dificultad para atender comunidades parroquiales con estructuras y estilos del pasado hacen aflorar el desánimo, el cansancio, la burocratización, el funcionalismo… Estas páginas ofrecen algunas pistas que le ayudarán al presbítero a replantearse el significado

de la parroquia en el contexto actual y su función en ella como pastor y guía de la comunidad, de tal modo que pueda afrontar los nuevos y urgentes

desafíos que se le presentan sin un desgaste innecesario y contraproducente.

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Pastor y guía de la comunidadatiende más a la gestión que al cuidado pastoral. Por desgracia, en algunas circunstancias, el presbítero puede sentirse oprimido por un cúmulo de estructuras que considera innecesarias, y en otras ocasiones será una inadecuada comprensión del servicio de gobierno de la parroquia la que dificulte la vivencia gozosa del ministerio pastoral. a pesar de todo, la experiencia nos dice que la gran mayoría de los sacerdotes, correspondiendo a la solicitud de sus obispos, afronta positivamente los desafíos y consigue vivir en plenitud y con alegría su ser de pastores al servicio de la comunidad, siendo muy generosos en el desempeño de sus funciones.

algunas de estas dificultades podrían salvarse con un replanteamiento de lo que significa la parroquia en las circunstancias actuales y la función que el presbítero, pastor y guía de la comunidad parroquial, debe desarrollar en ella para afrontar los nuevos retos sin un desgaste innecesario o contraproducente. nuestra intención es delinear algunos de esos aspectos que creemos más urgentes, otros muchos más ampliamente desarrollados los pueden encontrar en el libro Derecho parroquial, guía canónica y pastoral, publicado recientemente por Ediciones sígueme. Para ello, comenzaremos por una descripción de lo que es la parroquia y abordaremos luego la misión del pastor al frente de ella.

LA PARROQUIA COMO UNIDAD PASTORAL DE PRIMER ORDEN

a pesar de las voces en contra, la parroquia sigue teniendo hoy una misión importante como cauce activo y evangelizador de la iglesia, por la cual esta puede llegar a los hombres y mujeres concretos. La parroquia es como una realización en pequeño del misterio de la iglesia, que otorga la posibilidad de tomar conciencia de la pertenencia

activa al Pueblo de Dios, como señaló el concilio Vaticano ii (sc 42 y aa 30) y nos han recordado los obispos reunidos en el sínodo: “La parroquia sigue siendo la principal presencia de la iglesia en los barrios, el lugar y el instrumento de la vida cristiana, que es capaz de ofrecer oportunidades para el diálogo entre los hombres, para escuchar y anunciar la Palabra de Dios, para la catequesis orgánica, para la formación en la caridad, de la oración, la adoración y alegres celebraciones eucarísticas” (Proposición 26).

Una valoración muy acorde con la definición que de ella hace el código de Derecho canónico: “La parroquia es una determinada comunidad de fieles constituida de modo estable en la iglesia particular, cuya cura

En el contexto del año de la fe, y atendiendo a la sugerencia de los Padres en el sínodo sobre la nueva

Evangelización celebrado el pasado mes de octubre en roma, resulta muy oportuno volver a repensar qué tipo de gobierno, qué modelo de párroco se necesita para que la parroquia del presente siga ocupando un lugar central en la llamada “nueva evangelización”. Es un tema que día a día se está revelando de mayor trascendencia, en gran medida por la dramática situación de la escasez creciente de vocaciones sacerdotales y, en consecuencia, por la dificultad cada vez mayor para atender las comunidades parroquiales con las estructuras y, sobre todo, con los estilos heredados del pasado.

El sacerdote, por su configuración sacramental con cristo cabeza y pastor, está llamado a ser pastor según el corazón de cristo, testimonio de la ternura de la salvación. De modo muy particular, el párroco, por el oficio tan relevante que desempeña, ha recibido este encargo de la iglesia que confía en él, en su fidelidad diaria al ministerio pastoral, en su empeño de velar por la parroquia encargada a su guía.

En esta tarea, el párroco se encuentra con no pocas dificultades, tanto pastorales como de fatiga interior y física, no siempre compensada con los necesarios períodos de retiro espiritual y de justo descanso. De esas dificultades se derivan los desánimos que pueden llevar al aislamiento, a la depresión o a un activismo que termina por dispersar. Una respuesta prolongada a situaciones de estrés emocional e interpersonal deriva irremediablemente en fatiga crónica y en ineficacia, en la pérdida de la capacidad de disfrutar de la belleza propia del ministerio. Es el llamado síndrome de desgaste profesional o burnout, que cada vez es más frecuente entre los sacerdotes.

a esto se unen peligros como la burocratización, el funcionalismo o una planificación mal entendida, que

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pastoral, bajo la autoridad del obispo diocesano, se encomienda a un párroco como su pastor propio” (cic 515). no es principalmente una estructura, un territorio, un edificio, sino que es “la familia de Dios, una fraternidad animada por el Espíritu de unidad”, “una casa de familia fraterna y acogedora”, la “comunidad de los fieles” convocada por la Palabra de Dios y los sacramentos; es la iglesia que se encuentra entre las casas de los hombres, profundamente injertada en la sociedad humana e íntimamente solidaria con sus aspiraciones y dramas (chL 26-27).

se trata de una institución eclesial insustituible, pero, a la vez, insuficiente: insustituible, porque es a través de ella como la inmensa mayoría de la gente entra en contacto con la iglesia; insuficiente, porque no es capaz por sí sola de realizar toda la misión evangelizadora, si no es en comunión con la iglesia particular y articulada

adecuadamente en el arciprestazgo y la zona pastoral y contando con las nuevas realidades eclesiales. Es una comunidad de fieles, aunque no la única; está llamada a hacer florecer la comunión de los diversos ministerios y carismas, oficios y funciones, a la vez que puede revitalizarse y potenciarse con los movimientos apostólicos y las pequeñas comunidades.

La parroquia es, así, la imagen de la iglesia universal en su visibilidad local, y pretende ser para todos los cristianos la comunidad de referencia. Por supuesto, no es una estructura esencial de la iglesia, aunque sea vista como la realización más concreta de ella en un lugar, sino una estructura derivada, dependiente de factores históricos y sociológicos. no olvidemos que no son las parroquias las que hacen la diócesis, sino al revés, la diócesis la que hace las parroquias. En todo caso, es innegable que la parroquia es una unidad pastoral de primer orden: presidida por un

presbítero que asiste al obispo como colaborador, es una realización legítima de la iglesia.

Y esto porque en la parroquia están presentes los elementos esenciales de la iglesia de cristo: el anuncio de la Palabra de Dios, la celebración de la Eucaristía y los demás sacramentos, el servicio de la caridad, la comunión del Espíritu santo, la oración, etc. La parroquia es verdaderamente iglesia: comunidad de fe, de celebración, de caridad y de presencia misionera en la sociedad y en el mundo (Po 5-6; aG 15; LG 28; aa 30 y sc 42).

EL OFICIO DEL PÁRROCO EN UNA PARROQUIA RENOVADA

El impulso pastoral surgido del concilio Vaticano ii ha dado lugar a múltiples iniciativas de renovación de la parroquia donde se destaca como una constante el papel fundamental de los laicos como sujetos activos del proceso renovador. En la medida en que los laicos han sido consultados, incorporados y capacitados para el trabajo pastoral, la parroquia y el propio párroco han visto favorecida y facilitada su labor. En general, estas experiencias de renovación han venido precedidas de procesos largos de estudio, reflexión y planificación; no han surgido espontáneamente, sino que han requerido el tiempo y la dedicación de muchas personas. Un gran paso hacia la renovación, pero insuficiente si no unimos a él una disposición adecuada de quien está llamado a capitanear el proceso de cambio: el propio párroco. Estamos hablando, evidentemente, de un proceso de conversión-renovación permanente que intensifique la identidad del párroco como pastor al servicio del Pueblo de Dios, enviado por la iglesia a una misión que no es suya, administrador de unos bienes preciosos que no le pertenecen.

así, hablar de una “parroquia renovada” conlleva necesariamente hablar de un “párroco renovado”. no nos referimos a una renovación a la carta, dirigida por las corrientes de moda o llevada de la mano de cualquier

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El párroco servidor de la Iglesia “comunión”

como acabamos de ver, el primer fin de la iglesia es ser el sacramento de la unión íntima de los hombres con Dios. De este modo, los creyentes que responden a la Palabra de Dios y se hacen miembros del cuerpo de cristo quedan estrechamente unidos a cristo y entre sí. Esta unidad del cuerpo no destruye la diversidad de los miembros, pues “es el mismo Espíritu el que, según su riqueza y las necesidades de los ministerios, distribuye sus diversos dones para el bien de la iglesia” (Catecismo 791). La diversidad no es contraria a la comunión, sino su condición necesaria de existencia.

La parroquia entendida desde este principio está llamada a convertirse en signo evidente de comunión eclesial, no solo ad intra, lo que supone la integración de personas y grupos con sensibilidades distintas, sino también ad extra, saliendo a la búsqueda de los hermanos que están alejados de la comunidad o a los que no han oído hablar de Jesús. cada una de las pequeñas comunidades que conforman la parroquia no pueden vivir cerradas sobre sí mismas, sino que tienen que abrirse a la vida general de la parroquia, de la unidad pastoral, del arciprestazgo, de la zona pastoral y de la diócesis, ocupando su lugar en un proyecto supra-parroquial de acción apostólica misionera que trasciende los intereses particulares de un grupo.

◼ La integración de las nuevas realidades eclesiales

seguramente, uno de los puntos que pueden causar conflicto es la

El párroco, como primer discípulo de la comunidad, debe ser consciente de que si no hay un nexo existencial entre aquello que quiere transmitir y lo que él mismo ha experimentado, un nexo entre la verdad anunciada y la experiencia vivida, su testimonio no será totalmente verdadero y perderá eficacia pastoral. así, él en primera persona está llamado a vivir en actitud permanente de escucha de la Palabra de Dios, a dar importancia a los momentos fecundos de silencio y contemplación, a priorizar la vida interior como único origen del dinamismo pastoral. En definitiva, se trata de trabajar cada día en la conversión a la propia identidad sacerdotal, a aquello que es y que en cada instante debe llegar a ser, manifestándolo sin complejos delante de los demás, siendo testimonio vivo de esa búsqueda de la santidad que nace de la condición de discípulo de Jesús.

Es importante, entonces, que el sacerdocio sea entendido y vivido carismáticamente: el sacerdote, y muy especialmente el párroco, tiene el deber de ser un “pneumático”, un homo spiritualis, un hombre suscitado, estimulado, inspirado por el Espíritu santo. En la preocupación por el mantenimiento de las estructuras se puede caer en el error de poner en primer plano el “hacer”, reduciendo las exigencias espirituales, lo que finalmente volvería irreconocibles el sentido mismo del sacerdocio y la fe. El párroco está llamado a permanecer fiel más allá de sus inicios, a no caer lentamente en la rutina, pero, sobre todo, a volverse cada día más un verdadero hombre del Espíritu.

ideología, una visión a-teológica y puramente sociológica del ministerio del párroco, sino de una renovación que responda al ser mismo de la iglesia, donde se enraíza la parroquia como expresión humilde pero necesaria. Una iglesia que es, ante todo, como dice el concilio Vaticano ii, “misterio”, “comunión” y “misión”; misterio de comunión encarnado en comunidades históricas y concretas, abierto siempre a la misión; misterio de comunión en tensión misionera.

El párroco servidor de la Iglesia “misterio”

La iglesia es “misterio” porque en ella se realiza el plan divino de la salvación para la humanidad, a saber, el misterio del reino de Dios revelado en la palabra y en la misma existencia de cristo; “su estructura está totalmente ordenada a la santidad de los miembros de cristo. Y la santidad se aprecia en función del gran Misterio en el que la Esposa responde, con el don del amor, al don del Esposo” (Catecismo 774).

La perspectiva desde la que debe plantearse el camino y el fundamento de toda programación pastoral en la parroquia consiste en ayudar a descubrir en las comunidades la dimensión mistérica de la fe y la universalidad de la llamada cristiana a la santidad, anunciar que la santidad constituye el objetivo de la existencia de todo cristiano.

Por esto mismo, una de las tareas pastorales más relevante es la de conducir a los fieles hacia una experiencia personal de encuentro con cristo, a través de una sólida vida interior, sobre el fundamento de los principios de la doctrina cristiana, tal y como han sido vividos y enseñados por los santos. Este aspecto debería ser privilegiado en los planes pastorales de la parroquia, diseñando una verdadera pastoral de la santidad que implique una auténtica pedagogía de la oración, una renovada, persuasiva y eficaz catequesis sobre la importancia de la Eucaristía –en la celebración y en la adoración–, una invitación a la práctica frecuente del sacramento de la reconciliación y de la dirección espiritual, el fomento de la devoción mariana o la imitación de los santos…

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integración de las nuevas realidades eclesiales –movimientos, asociaciones o comunidades– en la pastoral de la parroquia. somos conscientes de la dificultad que ello supone, pero de ningún modo sería lícito pretender que todo deba insertarse en una determinada organización de la unidad que coincide con un solo modo de ver la realidad. no se puede apoyar un concepto de comunión en el cual el valor pastoral supremo sea evitar los conflictos, y la paz interna sea obtenida al precio de la renuncia a la totalidad del testimonio. no sería lícito que se diera una cierta actitud de superioridad intelectual por la que se tache de fundamentalismo otras formas de acercamiento cándido a la Palabra de Dios, se minusvaloren las manifestaciones de la religiosidad popular o se tache de infantil una espiritualidad concreta y no se permita más que un modo de creer.

◼ La participación corresponsable de la Vida Consagrada

En esta misma línea, conviene señalar la importancia de la participación de la Vida consagrada en el proyecto pastoral de la parroquia. son numerosos los ambientes de la ciudad donde los consagrados hacen presente el Evangelio, y es considerable el número de comunidades parroquiales que se ven favorecidas por su participación en acciones pastorales específicas. Y no solo la vida activa; también las comunidades de vida contemplativa son una riqueza para la vida de la parroquia y un apoyo eficaz para los agentes de evangelización, pues su presencia es memoria de la iglesia que nos remite a nuestra vocación definitiva en el reino.

◼ El párroco como moderador y dinamizador de la comunión

son, efectivamente, muchas personas e instituciones las que configuran la dinámica de la pastoral parroquial, y el párroco está llamado, por su oficio, a coordinar y capitanear todas las iniciativas, entendiendo la autoridad de gobierno que la iglesia le ha confiado como un servicio a la comunidad. La participación tanto de hombres como de mujeres es el punto clave de un buen gobierno. Esta participación puede ser directa o bien a través de representantes, pero en todo caso deberá estar informada y bien organizada. En la parroquia hay muchos actores y, por lo tanto, muchos puntos de vista. El buen gobierno requiere mediación entre las diferentes opiniones, para alcanzar un amplio consenso en lo que concierne a los mayores intereses del conjunto de la comunidad y establecer cómo se puede llegar a realizarlos. Pero también exige un liderazgo firme del párroco, que no puede renunciar a su responsabilidad de decidir en aquellos aspectos que se le han confiado a su cuidado (cic 528-538) y de los que deberá rendir cuentas.

no olvidemos que en la parroquia, además de las estructuras internas (asambleas, consejos, grupos, comunidades…), se han de considerar como estructuras de gobierno las relacionadas con las zonas pastorales (arciprestazgo, vicaría, unidad pastoral) y con la misma diócesis (organismos de la curia diocesana). Entre los agentes, además del protagonismo del párroco como pastor propio, están los demás agentes pastorales (otros sacerdotes que colaboran con él, los

diáconos permanentes, los laicos, los consagrados), los encargados de coordinar estructuras supraparroquiales (arciprestes o vicarios), los delegados y secretarios de los diferentes departamentos de la curia y, finalmente, el obispo, como responsable último de toda la pastoral diocesana.

En este sentido, hay que señalar la importancia de las unidades pastorales que se están constituyendo en numerosas diócesis. se trata de la unión operativa de varias parroquias vecinas que, manteniendo su identidad de comunidad cristiana, actúan en una total y recíproca integración pastoral con el fin de garantizar una mejor formación y un más completo testimonio de vida en un centro de convergencia natural, dando así significado pleno a la presencia de uno o varios presbíteros, corresponsables de las parroquias que constituyen la unidad. Estas unidades han de ser promovidas, configuradas y reconocidas institucionalmente por el obispo como pastor propio de la diócesis (cic 374 §2).

En la mayoría de los casos, la creación de estas unidades pastorales ayudará muy positivamente a que las comunidades más pequeñas, más empobrecidas en personas y recursos, puedan adquirir la condición de comunidades vivas al interaccionar con otras comunidades vecinas. será siempre el obispo quien deba discernir, pues a él le corresponde aunar todas las fuerzas de los diversos agentes pastorales, la participación de todos los fieles, para hacer posible que todos juntos puedan recorrer el camino de la fe y de la misión (PG 44; as 216).

◼ El buen gobierno, clave para la construcción de la comunión

El buen gobierno, durante el proceso de la toma de decisiones, tiene en cuenta todas estas estructuras y agentes, considera a las minorías y sus peticiones, privilegia la voz de los más desfavorecidos y no se preocupa solo de atajar los problemas del presente, sino que trabaja también por las necesidades futuras. Es un nuevo estilo de gobierno, distinto del modelo de control jerárquico absoluto, donde el sacerdote lo es todo en todo; pero también de una falsa concepción democrática, donde

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asociaciones, a través de su capilaridad en la vida social, pueden ofrecer más fácilmente un primer anuncio de Jesucristo. Y después del primer anuncio, un itinerario de re-iniciación cristiana de adultos.

Experiencias a nivel diocesano que son ya una realidad, como el denominado atrio de los Gentiles, pueden encontrar su ámbito natural de expresión en la parroquia. se trata, a través de ellas, de propiciar el encuentro y el diálogo, de crear un espacio de expresión para quienes no creen y para los que se hacen preguntas sobre su fe, una ventana abierta al mundo, a la cultura contemporánea y a las voces que en estos ámbitos resuenan.

◼ Una parroquia con una opción preferencial por los más vulnerables

así, la parroquia servirá a la vida concreta de las personas, sobre todo al crecimiento de los muchachos y de los jóvenes, a la dignidad de la mujer y de su vocación, y la difícil atención a las familias, recordando que el misterio santo de Dios reúne todas las personas en cada implicación de su existencia. La parroquia misionera hace de la familia un lugar privilegiado para su acción, descubriéndose ella misma familia de familias, y considera la familia no solo como destinataria de su atención, sino como verdadero y propio recurso de caminos y de propuestas pastorales. Es necesario potenciar

indiferentismo y el sincretismo. será preocupación del párroco conseguir que los distintos agentes presentes en la parroquia ofrezcan su específica contribución a la vida misionera de esta.

◼ Una parroquia de puertas abiertasLa parroquia ha de mantener

la capacidad de ofrecer a todos la posibilidad para acercarse a la fe, para crecer en ella y testificarla en las condiciones de vida normales. El primer compromiso es hacer de la parroquia una casa de puertas abiertas (en sentido literal también), que permita y facilite el encuentro del hombre con Dios, donde se pueda acudir para rezar y para adorar, donde se facilite al acceso al sacramento de la confesión y al acompañamiento espiritual, donde se pueda acudir con confianza al sacerdote siempre disponible y reconocible entre la gente. incrementar esta dimensión de acogida cordial y gratuita en la comunidad parroquial es condición necesaria para un renovado primer anuncio de la fe.

◼ Una parroquia que promueve el diálogo fe-cultura

no deben faltar tampoco iniciativas de propuesta del mensaje cristiano que hagan despertar el diálogo de la fe con la cultura y el diálogo entre las religiones, la cooperación para el bien de cada hombre y para la paz. En este punto, los movimientos, comunidades y

el sacerdote es uno más entre todos y donde quedan disueltas todas las responsabilidades.

La clave está, entonces, en que el párroco asuma, como encargado de la conducción de la comunidad, la eclesiología de comunión propuesta por el concilio Vaticano ii: la comunión encarna y manifiesta la esencia misma del misterio de la iglesia y nos invita a hacer de la parroquia casa y escuela de la comunión. El párroco se convierte, así, en el primer agente de la comunión parroquial, como señala muy acertadamente el código (cic 529 § 2). Por eso, antes de programar iniciativas concretas, urge promover una espiritualidad de la comunión, proponiéndola como principio educativo en todos los ámbitos de formación –a través de la predicación y de la catequesis o preparándola ya desde la formación de los futuros sacerdotes–. Una eclesiología que acerque al sacerdote la vocación de los laicos y de los consagrados, que le ayude a valorar positivamente todas las vocaciones y carismas, de modo que los incorpore naturalmente a las tareas parroquiales (nMi 42-43).

El párroco servidor de la Iglesia “misión”

“La iglesia, enviada por Dios a las gentes para ser ‘sacramento universal de salvación’, por exigencia íntima de su misma catolicidad, obedeciendo al mandato de su Fundador se esfuerza por anunciar el Evangelio a todos los hombres”. El mandato misionero del señor tiene su fuente última en el amor eterno de la santísima Trinidad: “La iglesia peregrinante es, por su propia naturaleza, misionera, puesto que tiene su origen en la misión del Hijo y la misión del Espíritu santo según el plan de Dios Padre” (aG 1-2).

El empeño ardientemente misionero a favor de la evangelización tiene una especial prioridad para la iglesia, y por consiguiente para la pastoral parroquial, dentro del contexto de la globalización, que provoca una nueva y cambiante situación de los pueblos y culturas, que genera una sociedad marcada por el pluralismo cultural, religioso y étnico, y parcialmente caracterizada por el relativismo, el

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algunas propuestas particularmente significativas, como son la preparación al matrimonio y a la familia, la espera y el nacimiento de los hijos, la búsqueda de catequesis y de los sacramentos para los hijos, los momentos de dificultad o el acompañamiento de los matrimonios en situaciones irregulares.

La parroquia será tanto más capaz de redefinir la propia tarea misionera en su territorio cuanto más sepa proyectarse en el horizonte del mundo, sin delegar solamente a alguno la responsabilidad de la evangelización, con una gran implicación social en los problemas del entorno, trabajando en favor de los más pobres y vulnerables, donde la celebración litúrgica sea reflejo del compromiso de toda la comunidad en la tarea evangelizadora, que no solo presta servicios –nunca tan necesarios como ahora en estos tiempos de crisis–, sino que además acompaña a las personas.

◼ Una parroquia que invierte en futuroQue la parroquia llegue a ser

comunidad misionera es, en gran parte, responsabilidad del párroco y de los presbíteros que colaboran con él, presidiendo, convocando, coordinando. Ellos son los primeros animadores y promotores de la comunidad; por eso, a ellos corresponde equilibrar y mantener las descentralización y la articulación, impulsando y acompañando los consejos parroquiales, promoviendo la formación y participación corresponsable de los laicos, tomando conciencia clara de que el sujeto de la evangelización es la comunidad, de la que el párroco nunca debe sentirse dueño, sino miembro. solamente con un laicado corresponsable la comunidad puede hacerse efectivamente misionera. La atención y la formación del laicado representan un urgente empeño para ejecutar en la óptica de la pastoral integrada, invirtiendo para ello los recursos materiales y humanos que sean de justicia (cic 231).

El párroco servidor de la EucaristíaEl concilio une, además, la noción de

comunión y misión a la Eucaristía que, por obra del Espíritu santo, lleva a la comunión con cristo y con la Trinidad. De esta comunión, por la cual los fieles participan de la vida divina, fluye una

relación entre todos los miembros de la iglesia y entre todas las iglesias. sin Eucaristía no hay iglesia, no hay Misión. Esta es “fuente y cumbre de la vida y Misión de la iglesia” (LG 7-8 y 13; sc 10 y 47).

El párroco, en consecuencia, ha de ser el hombre de la Eucaristía. El código nos recuerda en varios momentos la centralidad del sacrificio eucarístico en la espiritualidad, vida y ministerio de los sacerdotes, recomendando vivamente la celebración diaria de la misa, instando a los sacerdotes a que se preparen para ello con la mejor de las disposiciones (cic 904 y 909), pues es la fuente de donde nace y en la que se alimenta la caridad pastoral.

La dimensión comunitaria de la celebración dominical destaca particularmente a nivel pastoral: entre las numerosas actividades que desarrolla una parroquia, ninguna es tan vital o formativa para la comunidad como la celebración dominical del día del señor y de su Eucaristía. Por eso, es necesario trabajar para que florezca el sentido de comunidad, sobre todo en la celebración común de la misa dominical, en la asamblea parroquial, cuyo pastor hace las veces del obispo.

Hay que reforzar, por tanto, como centro de la vida de la parroquia, el día del señor y, en él, la celebración de la Eucaristía, corazón del domingo. no se puede desconocer que la misa dominical es la actividad que más gente congrega y con la que más se identifica a la actividad parroquial. Esta realidad exige que se mejoren las celebraciones, que sean menos frías, que haya una buena acogida, que se promueva la

participación de los distintos agentes y grupos pastorales en la preparación de la misa (cic 899).

se trata de recuperar el sentido religioso del domingo, ofreciendo a los fieles una experiencia comunitaria de calidad, una celebración realmente bien preparada, con cantos apropiados, con una homilía meditada concienzudamente, en la que se vea reflejada la riqueza ministerial de la comunidad, que invite a la participación festiva, que congregue a toda la familia porque está pensada para todos, que abra a la trascendencia, contra la absolutización del trabajo y la reducción de la festividad a pura diversión.

como es un momento privilegiado para el encuentro de todos los fieles, les permite experimentar lo que es más profundamente común para todos, más allá de las orientaciones espirituales específicas que legítimamente puedan. Por esto, en el domingo, día de la asamblea, no se han de fomentar las misas de los grupos pequeños o particulares; no solo para evitar que a las asambleas parroquiales les falte el necesario ministerio de los sacerdotes, sino con el fin de salvaguardar y promover plenamente la unidad de la comunidad eclesial (EM 26 y chL 30).

no debemos olvidar que la celebración litúrgica constituye, en cierto sentido, un “asomarse del cielo sobre la tierra”, como nos ha recordado Benedicto XVI. La belleza es un elemento constitutivo de la liturgia, ya que es un atributo de Dios mismo y de su revelación. consciente de todo esto, el párroco como responsable primero (cic 528 §2), ha de poner gran atención para que la

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variedad de fuentes de información que de otra manera le estarían ocultas, conocerá mejor su parroquia y podrá servirla mejor. Evidentemente, esto supone, en el párroco y en los demás agentes pastorales, una actitud de apertura y disponibilidad para un aprendizaje continuo, más interactivo.

La relación fluida entre el pastor y la comunidad facilitará la definición de problemas, la toma de decisiones y su ejecución. El hecho de decidir no pasará ya solo por la acción aislada del párroco o de un grupo elitista relativamente homogéneo, sino por la adopción de formas de coordinación a distintos niveles, promoviendo la corresponsabilidad de todos.

La renovación en perspectiva misionera no reduce el papel de presidencia del presbítero, pero exige que se ejercite en el sentido evangélico del servicio, en el reconocimiento y en la valoración de todos, haciendo crecer la corresponsabilidad. solamente con criterios más amplios se puede pensar en una redistribución del clero, imaginando la presencia en el territorio de un presbiterio, por lo menos en cada unidad pastoral, donde se dé cabida a la diversidad de ministerios y carismas. así, será posible realizar también una valoración de las competencias, un ahorro de los recursos y un reequilibrio de cargas de trabajo.

considerando la gran potencialidad evangelizadora de la parroquia, no parece que haya necesidad de sustituirla por otras instituciones pastorales, sino que la tarea consistirá más bien en la renovación espiritual de los agentes, comenzando por los sacerdotes responsables, y de la acción evangelizadora, que se sostiene significativamente sobre la base de entender el gobierno de una manera nueva.

La meta a alcanzar es transformar la parroquia en una casa-escuela-familia de discípulos, en la cual todos viven y se alimentan de la misma mesa eucarística y de la misma Palabra de vida; donde todos tienen la corresponsabilidad evangélica y atención por todos y cada uno de los que viven en ese territorio parroquial; todos, renovados por el Espíritu, ofrecen a los que todavía no conocen a cristo diversos y variados modos de acercarse a él.

esencial en la persecución del interés común. El nuevo estilo de gobierno de la parroquia no implica el fin o el declive de la autoridad del párroco, ya que su oficio sigue siendo crucial como colaborador del obispo, pastor propio de la diócesis, en la conducción del Pueblo de Dios, como oficio referencial que garantiza la eclesialidad de la acción pastoral y el discernimiento de las iniciativas comunes, como vínculo visible de comunión.

La renovación de la parroquia exige actitudes nuevas en los párrocos y en los sacerdotes que están al servicio de ella. La primera exigencia es que el párroco sea un auténtico discípulo de Jesucristo, porque solo un sacerdote enamorado del señor puede renovar una parroquia. Pero, al mismo tiempo, debe ser un ardoroso misionero que vive el constante anhelo de buscar a los alejados y no se contenta con el mantenimiento de lo recibido.

significa, asimismo, cambiar la estructura de trabajo, que ha de configurarse “en red”, involucrando a la mayor cantidad posible de agentes y delegando responsabilidades, lo que sin duda fomentará la eficacia en la tarea evangelizadora, con propuestas más creativas y de vanguardia. El párroco tendrá, así, un mayor acceso a una

liturgia resplandezca según su propia naturaleza (Sacramentum Caritatis 35). La belleza se debe manifestar también a través de los pequeños detalles: la limpieza del templo, los ornamentos y utensilios, las imágenes, la música y la dignidad de las mismas ceremonias. El respeto a las normas establecidas para la celebración expresa el amor y la fidelidad a la fe de la iglesia, al tesoro de la gracia que custodia y transmite (cic 846). celebrar con gusto (mucho más que las innovaciones y las adaptaciones subjetivas) evangeliza de forma duradera y eficaz.

UN NUEVO ESTILO DE PÁRROCO PARA UNA PARROQUIA EVANGELIZADORA

El sacerdote, como hemos venido señalando, ha dejado de tener el monopolio sobre los conocimientos y sobre los recursos necesarios para gobernar: ahora encontramos en las comunidades cristianas otros fieles que han adquirido una buena preparación básica y que están capacitados para desempeñar muy adecuadamente diversos oficios y ministerios. Prescindir de ellos sería empobrecer la parroquia, desvirtuando su naturaleza como reflejo concreto de la comunión eclesial.

Los cambios sociales y la participación de los ciudadanos en la sociedad civil han creado una mentalidad que se trasvasa naturalmente a las comunidades parroquiales. Los fieles más vinculados a la iglesia demandan con frecuencia una mayor participación en la vida de la parroquia y manifiestan su rechazo a formas de gobierno autoritarias en las que su opinión no es tenida en cuenta; en no pocos casos, son rechazadas iniciativas de los fieles porque no han nacido de la voluntad del párroco o porque no coinciden con sus criterios pastorales, aunque tengan la aprobación de la iglesia; manifiestan una comprensible resistencia a cambios que no han sido suficientemente explicados o justificados.

En cualquier caso, todos estos factores mencionados no deben interpretarse necesariamente en clave de debilidad de la autoridad del párroco en la parroquia, ya que este sigue siendo un vehículo

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