Una Disciplina Poliedrica

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Una disciplina poliédrica Por Mario Bunge (para La Nación) MONTREAL.- La arquitectura es una de las profesiones más admiradas. Tanto es así, que más de un chofer de taxi me ha confiado con orgullo que ostenta un diploma de arquitecto. Pese a que la arquitectura es una disciplina prestigiosa, no hay consenso en lo que respecta a su naturaleza. En efecto, cada vez que le pregunto a un arquitecto qué es la arquitectura, recibo una respuesta diferente. El arquitecto-artista me responde que la arquitectura es un arte. El arquitecto-ingeniero, que es una técnica. El arquitecto-artesano, que es una artesanía. El urbanista, que es una herramienta de reforma social. El paisajista, que es un medio para transformar terrenos en jardines. Y el arquitecto-legista, que es una técnica para dirimir conflictos de medianeras. ¿Por qué no podrá ser la arquitectura todas estas cosas a la vez: arte, técnica, artesanía, medio de acción social, herramienta para hermosear el paisaje y auxiliar del derecho? Profesionales del consejo Siendo la arquitectura una actividad polifacética, cada arquitecto puede elegir el costado que más le guste, o que mayor beneficio le reporte. Será raro el que pueda o quiera abarcar todas las facetas. Lo mismo ocurre con la medicina, el derecho y otras profesiones liberales. Todas ellas son poliédricas, y es difícil que una sola persona domine todos los lados. De aquí que, cuando la obra es grande, se imponga la formación de un equipo multidisciplinario. Curiosamente, los arquitectos tienen algo en común con los sacerdotes y los políticos. Este punto común es que todos ellos creen saber cómo deberíamos vivir los demás. Todos ellos nos revelan cuáles son nuestras aspiraciones y cuáles los medios para satisfacerlas. Ellos saben mejor que nosotros mismos lo que nos conviene. Son profesionales del consejo y de la admonición. Los demás somos meros aficionados al oficio de vivir. Es como la diferencia entre futbolista profesional e hincha. Por añadidura, todos estos profesionales nos pasan la cuenta por los consejos que nos dan. En justicia nosotros deberíamos cobrarles por escuchar sus consejos, sobre todo cuando son malos. O cuando, siendo buenos, no se ajustan a nuestro presupuesto. Soñar y hacer soñar A propósito, pese a haber estado íntimamente ligado a esta noble profesión durante muchos años, aún no he sabido de ningún caso de coincidencia entre presupuesto de arquitecto y presupuesto de cliente. Habitualmente, los clientes son más ambiciosos que los proveedores. Aquí es al revés, al menos en el caso de los buenos arquitectos. Se explica: un cliente recurre a los servicios de un arquitecto para resolver algún problema. Este pedido pone en marcha la imaginación del (buen) arquitecto, que se pone a soñar. Pero el sueño del arquitecto puede ser la pesadilla de su cliente. Este ya no tiene un problema sino dos. Esta discrepancia entre arquitecto y cliente explica en parte el que los más grandes arquitectos hayan sido los que menos obras han realizado. La otra parte de la explicación es que son excesivamente originales para los gustos del cliente medio, que es bastante filisteo. El buen arquitecto tiene sueños faraónicos, pero rara vez encuentra el faraón dispuesto a financiarle sus proyectos. Basten dos ejemplos: el francés Etienne-Louis Boullée, en el siglo XVIII, y el argentino Amancio Williams dos siglos más tarde. Para saber qué diseñaron hay que estudiar sus planos, no los pocos edificios que llegaron a construir. El arquitecto del montón no tropieza con las dificultades que presenta la discrepancia entre el ideal y la realidad: él se ajusta sin chistar a las exigencias del cliente y a las limitaciones del constructor. El resultado es que sus diseños llegan a convertirse en edificios olvidables.

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"La arquitectura es una de las profesiones mas admiradas. Tanto es asi, que mas de un chofer de taxi me ha confiado con orgullo que ostenta un diploma de arquitecto"Este libro aborda la profesion de la arquitectura desde la discunsion de entre Mario Bunge y Jorge Sarquis.

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Una disciplina poliédrica Por Mario Bunge (para La Nación) MONTREAL.- La arquitectura es una de las profesiones más admiradas. Tanto es así, que más de un chofer de taxi me ha confiado con orgullo que ostenta un diploma de arquitecto. Pese a que la arquitectura es una disciplina prestigiosa, no hay consenso en lo que respecta a su naturaleza. En efecto, cada vez que le pregunto a un arquitecto qué es la arquitectura, recibo una respuesta diferente. El arquitecto-artista me responde que la arquitectura es un arte. El arquitecto-ingeniero, que es una técnica. El arquitecto-artesano, que es una artesanía. El urbanista, que es una herramienta de reforma social. El paisajista, que es un medio para transformar terrenos en jardines. Y el arquitecto-legista, que es una técnica para dirimir conflictos de medianeras. ¿Por qué no podrá ser la arquitectura todas estas cosas a la vez: arte, técnica, artesanía, medio de acción social, herramienta para hermosear el paisaje y auxiliar del derecho? Profesionales del consejo Siendo la arquitectura una actividad polifacética, cada arquitecto puede elegir el costado que más le guste, o que mayor beneficio le reporte. Será raro el que pueda o quiera abarcar todas las facetas. Lo mismo ocurre con la medicina, el derecho y otras profesiones liberales. Todas ellas son poliédricas, y es difícil que una sola persona domine todos los lados. De aquí que, cuando la obra es grande, se imponga la formación de un equipo multidisciplinario. Curiosamente, los arquitectos tienen algo en común con los sacerdotes y los políticos. Este punto común es que todos ellos creen saber cómo deberíamos vivir los demás. Todos ellos nos revelan cuáles son nuestras aspiraciones y cuáles los medios para satisfacerlas. Ellos saben mejor que nosotros mismos lo que nos conviene. Son profesionales del consejo y de la admonición. Los demás somos meros aficionados al oficio de vivir. Es como la diferencia entre futbolista profesional e hincha. Por añadidura, todos estos profesionales nos pasan la cuenta por los consejos que nos dan. En justicia nosotros deberíamos cobrarles por escuchar sus consejos, sobre todo cuando son malos. O cuando, siendo buenos, no se ajustan a nuestro presupuesto. Soñar y hacer soñar A propósito, pese a haber estado íntimamente ligado a esta noble profesión durante muchos años, aún no he sabido de ningún caso de coincidencia entre presupuesto de arquitecto y presupuesto de cliente. Habitualmente, los clientes son más ambiciosos que los proveedores. Aquí es al revés, al menos en el caso de los buenos arquitectos. Se explica: un cliente recurre a los servicios de un arquitecto para resolver algún problema. Este pedido pone en marcha la imaginación del (buen) arquitecto, que se pone a soñar. Pero el sueño del arquitecto puede ser la pesadilla de su cliente. Este ya no tiene un problema sino dos. Esta discrepancia entre arquitecto y cliente explica en parte el que los más grandes arquitectos hayan sido los que menos obras han realizado. La otra parte de la explicación es que son excesivamente originales para los gustos del cliente medio, que es bastante filisteo. El buen arquitecto tiene sueños faraónicos, pero rara vez encuentra el faraón dispuesto a financiarle sus proyectos. Basten dos ejemplos: el francés Etienne-Louis Boullée, en el siglo XVIII, y el argentino Amancio Williams dos siglos más tarde. Para saber qué diseñaron hay que estudiar sus planos, no los pocos edificios que llegaron a construir. El arquitecto del montón no tropieza con las dificultades que presenta la discrepancia entre el ideal y la realidad: él se ajusta sin chistar a las exigencias del cliente y a las limitaciones del constructor. El resultado es que sus diseños llegan a convertirse en edificios olvidables.

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Hoy, el buen arquitecto puede hacer lo que le guste, y encima ganarse la vida, sin subirse a un andamio. Puede lograrlo trabajando como profesor de arquitectura. Algunos de los diseños (o disueños) del arquitecto académico serán publicados en revistas, y hasta es posible que se publiquen libros enteros con sus fantasías arquitectónicas. Algunos de estos libros serán leídos con provecho por estudiantes de arquitectura. Otros libros de este tipo inducirán al error de diseñar edificios inútiles o incluso inconstruibles. Ejemplo de actualidad: la anárquica arquitectura deconstruccionista, que es como decir ciencia anticientífica. En realidad, no es necesario ser buen arquitecto para ser publicado. Algunos arquitectos se ganan la vida publicando libros de recetas para hacer casas para distintos gustos y presupuestos. Estos son de los que no sufren porque, en lugar de vivir para la arquitectura, viven del interés popular por la arquitectura. No sueñan, pero al menos hacen soñar a muchos aspirantes a la vivienda propia. No todos los arquitectos creen que sus clientes deben obedecerlos. Hay arquitectos razonables, que comprenden que el cliente no es sólo un alumno ignorante del oficio de vivir, sino también el que paga sus honorarios. Un arquitecto que, además de bueno, sea razonable no tiene por qué pasarse del presupuesto fijado por el cliente. Al contrario. Puede sugerir una explotación más racional del espacio y una distribución más racional del presupuesto. Tiempos poco propicios Por ejemplo, el arquitecto puede eliminar ambientes y corredores innecesarios, y agregar en cambio instalaciones que disminuyan el costo de mantenimiento y las labores domésticas. Además, el buen arquitecto dejará algo de valor perdurable y contribuirá a mejorar el estilo de vida del cliente y el aspecto del barrio. Ni el arte ni la técnica separados pueden tanto como combinados. Desgraciadamente, los tiempos que corren no son propicios para la arquitectura. Quienes pueden pagarse arquitectos no necesitan casas nuevas porque han dejado de procrear. Quienes tienen muchos hijos no pueden pagarse viviendas propias. Y quienes gestionan obras públicas suelen consultar a constructores antes que a arquitectos. ¿Qué recomiendan hacer las sociedades profesionales de arquitectos para resolver este problema? ¿Y qué están haciendo para contribuir a crear en el público una conciencia arquitectónica (y cívica) como la que tuvieron los antiguos griegos?

RESPUESTA AL PROFESOR MARIO BUNGE Por Jorge A. Sarquis / Centro POIESIS – FADU UBA He leído su artículo en la Nación del domingo 23 de Agosto de 1991, y me gustaría

sumarme a un debate al que invita en la nota, –por no decir provoca- de un modo indirecto. No tanto para convencerlo a Ud. de lo que creo son errores que contiene la misma, sino para que los arquitectos reflexionemos sobre la imagen que tenemos frente a la sociedad. En definitiva tomarlo a Ud.como emergente y a sus opiniones como representativas de un sector que posee un imaginario social sobre los arquitectos, hoy vigente en muchos paises del mundo.

El que taxistas, domadores de leones, y hasta los mismos leones sean arquitectos ya

forman parte del folklore local. Son como los chistes de gallegos aquí y de argentinos en el exterior. Algo de cierto tienen, pero ya son poco originales y hasta aburridos por lo reiterativo y carente de originalidad.

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El valor de una disciplina varias veces milenaria, (mucho más que la ciencia experimental y mucho mejor que la filosofía, en palabras de Valery, en su maravilloso “Eupalinos”, cuando hace dialogar en su pluma a Fedro y Sócrates) no se mide por su fracaso en una sociedad neoliberal que deja huecos muchos mas profundos y graves que los que provoca la arquitectura y que otras prácticas, como la científica, colabora muchas veces en empeorar.

Hay suficiente argumentación sobre los perjuicios que provoca una razón (y una

ciencia) instrumental preocupada por los medios y ciega a los fines, que no necesito exponer, porque de sus daños ya dieron buena cuenta la escuela de Francfort (Adorno, Benjamin, Horkheimer, …) y algunos de sus seguidores como Habermas y Wellmer, a quienes recomiendo para el tema; pero si por caso despreciara Ud. a estos pensadores por “zurdos”, puede hacerlo con “conservadores” que ostentan el vicio de pensar con libertad, como Nietesche, Heidegger, en su tiempo, Trias, Azúa, Gadamer y así siguiendo en la actualidad.

No quisiera asumir una defensa corporativa de la arquitectura en las tres vertientes, que

la componen: la formación, la investigación y la profesión. Tienen sus culpas y sus virtudes, ya les hemos dedicado investigaciones y escritos desde nuestro Centro. Pero me resulta curioso que Ud. nunca haya formulado criticas a un hacer científico –al que pertenece- que degrada el medio ambiente, y se encuentra cuestionado por sus promesas de cinco siglos, (por contar solo los tiempos de la ciencia experimental), de progreso sostenido hacia un futuro de gloria, que ya nadie puede sostener con un mínimo grado de sensatez, sinceridad y conocimiento del desarrollo del mundo.

Es conocida la preocupación de muchos científicos honestos que se encuentran

alarmados por el escaso nivel de originalidad y creatividad que ostentan los innumerables trabajos de investigación de la instituciones burocráticas que toman a la investigación como empresas, tal como lo despliega Heidegger, en “La Epoca de la Imagen del Mundo”, y de ello no menciona Ud. nada, siendo un campo que debe conocer muy bien.

Es cierto que los arquitectos tienen algo en común con los sacerdotes y los políticos y

creo que también con los filósofos y los científicos, -para completar la triada vitruviana-. Disciplinas de las que ahora pienso gracias a su articulo tal vez, que hemos heredado los delirios de grandeza, ya que no se caracterizan precisamente por su modestia sobre como debe vivir la humanidad, los arboles, las piedras y el cosmos, en todos los tiempos y en todos los lugares.

De alguna manera veo que ha abandonado Ud. su cruzada contra el psicoanálisis, un

síntoma de aburrimiento o de innovación tal vez? Si me permite le puedo sugerir, a partir de ahora puede Ud. arremeter contra abogados, contadores, médicos, disciplinas poco exploradas por su “inquieto talento” y en la que se encuentran cientos de practicantes poliédricos, triédricos y hasta cúbicos.

Veamos ahora los puntos en los que creo, acierta: comenzaré por la práctica

profesional, la parte mas concreta y atravesada por las innumerables dimensiones de la realidad: “escaso ajuste entre presupuesto inicial y costo final de la obra” (no voy a dar el golpe bajo de pedir cuentas por las diferencias entre promesas y hallazgos en las costosas investigaciones de los grandes centros de investigación.). Es cierto hay desfasaje, pero tenga en cuenta que se trata todavía de un producto en gran medida artesanal, diferente a un objeto industrial. Perdón por los ejemplos paradigmáticos, pero ¿No se le podrían achacar atrasos y sobrecostos a Miguel Ángel por entregar fuera de fecha la capilla Sixtina? o a Leonardo que

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estuvo cuatro años para pintar un simple retrato de solo 70 por 90 cm. que encima no se reconoce de quien es. Y qué decir de los conocidos casos de Mozart y Beethoven!.

Pero estos desajustes ocurren en muchas otras disciplinas –que no viven en la

dimensión de la teoría sino en la de los hechos- y si no pruebe de contratar abogados, contadores, médicos, por no decir plomeros, carpinteros, etc. y perderá Ud. rápidamente la ilusión de perfección que exige para los arquitectos. Es cierto también que poseemos muchas veces sueños faraónicos, (Boulle, Williams) pero de ello no se deduce que por eso no han hecho nada. Esto tiene mas que ver con los aspectos innovadores de sus propuestas.

Es cierto también que cuando alguien consigue, el ajuste que pide, infiere que la obra

es fácilmente olvidable. Se equivoca Ud.! hay infinidad de obras en la historia de la arquitectura que cumplieron con el presupuesto y resultaron magnificas. Además, se queda Ud. corto, Le Corbusier, Mies Van Der Roe, Alvar Alto, Alvaro Siza, Stirling, Koolhaas, Moneo, estaban y están preocupados por la Arquitectura como práctica social ocupada de hacer ciudad, donde vive gente a la que postulamos se debe comprometer en el trabajo conjunto.

Decía Loos, que no debía confundirse arquitectura (arte de construir con arte) con la

mera edilicia constructora. No vamos a negar que existe y es mucha la contaminación mediática, alguna gente suele preferir casas de estilo Tudor, hoteles Luis XV, y oficinas con espacios del año 2200. Se trata de huir del presente, hacia atrás o hacia adelante, para no habitar este presente complejo y caótico, del que la ciencia no está exenta de responsabilidad. Tanto como cualquiera de las otras practicas sociales. ¿Pero no ocurre lo mismo con la televisión, el cine, la música, etc.?

Las disciplinas están en crisis, A.Giddens lo señala claramente cuando habla de su

pérdida de confiabilidad. He remarcado el caso particular de los arquitectos, donde no sólo en los presupuestos está el desacuerdo, lo está en las cadenas del sentido, en la relación teoría - práctica, formación - profesión, etc.etc.

Mi estimado profesor, son lógicas diferentes, y Ud. más que nadie debería saberlo, no

se trata de ciencias naturales, son artes fácticas productoras de arte-factos, no son documentos teóricos, ni actos éticos, sino producciones poiéticas como las llamó el magnifico estagirita.

Esta bien que lo prudente es el sano equilibrio entre las tres, porque en cada una están

las otras. Como pedía Adorno para la fantasía arquitectónica: “construir formas y espacios significativos, mediante ciertos materiales y técnicas constructivas, para cumplir con las finalidades encomendadas por la sociedad”. Pero la cuestión es el cómo, nada sencillo en estos tiempos. Todos estamos preocupados y los que practican la docencia y la Investigacion como quien suscribe y muchos otros en iguales condiciones de precariedad presupuestaria, lo hacen por simple pasión a una disciplina que necesita de quien suba a los andamios y de quien la enseñe e investigue.

En fin, son algunas ideas que surgen sin mayores meditaciones, me gustaría que otros

colegas, abunden y le permitan a Ud. ver otra cara del asunto que tal vez no conocía cuando escribió su articulo.

Atentamente.

Jorge Sarquis

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Buenos Aires. Septiembre 1991.

Arquitecto, Docente Investigador, Director del Centro POIESIS de la FADU UBA.