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UNIDAD
11 DISUASIÓN NUCLEAR
Y ESTRATEGIA POLÍTICO-MILITAR
38. Acerca de la naturaleza de la guerra
KARL VON CLAUSEWITZ
iQUÉ ES LA GUERRA?
1. Introducción
Nos proponemos analizar, primeramente, los elementos particulares de nuestra materia; enseguida, cada rama o parte y, por último, el todo y todas sus relaciones; es decir, avanzar de lo simple a lo complejo. Pero es necesario que comencemos con un vistazo sobre la naturaleza de ese todo, pues resulta especialmente necesario que, para el análisis de cualquiera de las partes, se tenga constantemente presente la relación de éstas con la totalidad.
2. Definición
No tendríamos que abordar ninguna de las oscuras definiciones de la guerra empleadas por los publicistas. Debemos apegarnos al elemento de la cosa misma, al duelo. La guerra no es
Tomado de 011 War, Libro 1, Capítulo 1, de la traducción realizJda por ). ). Graham en 1874 , publicada nuevamente en Londres en 1909.
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sino un duelo a gran escala. Si concibiéramos como una sola unidad el incontable número de duelos que componen una guerra, haríamos mejor en suponer a dos luchadores: cada uno de ellos lucha por someter al otro a su voluntad mediante la fuerza física; cada uno se afana por derrotar a su adversario y dejarlo, así, incapacitado para ofrecer mayor resistencia.
La guerra es, por tanto, un acto de violencia encaminado a obligar a nuestro oponente a cumplir nuestra voluntad.
La violencia se arma a sí misma con los inventos del arte y de la ciencia, a fin de luchar contra la violencia. Restricciones autoimpuestas casi imperceptibles y apenas dignas de mencionarse, así como usos calificados del Derecho Internacional, todo esto lo acompaña, sin deteriorar -en lo esencial- su poder. La violencia, es decir, la fuerza física (puesto que no existe fuerza moral sin los conceptos de Estado y Ley) constituye, por tanto, el medio; la forzosa sumisión del enemigo a nuestra voluntad es el objetivo último. A fin de lograr totalmente dicho objetivo, el enemigo debe ser desarmado. Y, así, el desarme se convierte -en teoría- en el objetivo inmediato de las hostilidaues. Toma el
lugar del objetivo final, y lo hace a un lado, como algo que podemos eliminar de nuestros cálculos.
3. Uso extremo de la fuerza
Ahora, los filántropos pueden imaginar fácilmente que hay un método expedito para desarmar y vencer al enemigo sin causar gran derramamiento de sangre, y sentir que ésta es la adecuada tendencia del arte de la guerra. No obstante lo plausible que esto pueda parecer, representa un error que debe ser extirpado, ya que en situaciones tan graves como una guerra, los errores que proceden de un espíritu de benevolencia son los peores. Cuando el empleo del poder físico, a niveles extremos, por ningún medio excluye la cooperación de la inteligencia, es lógico pensar que aquel que usa la fuerza despiadadamente, sin referencia alguna a la matanza implicada, debe obtener la superioridad si su adversario emplea menos vigor en su aplicación de la fuerza. El primero, entonces, dicta las leyes a este último, y ambos proceden hasta extremos en los cuales las únicas limitaciones son las impuestas por el grado de fuerza de contraataque de cada facción.
Ésta es la forma en que el asunto debe considerarse, y no hay razón (incluso , hacerlo iría en contra del propio interés) para desviarnos de la consideración de la verdadera naturaleza del asunto porque el horror de sus elementos provoque repugnancia ...
Así pues, si vemos que las naciones civilizadas no condenan a muerte a sus prisioneros, ni devastan ciudades o países, ello es porque la inteligencia ejerce una influencia mayor en su modo de llevar la guerra, y les ha enseñado medios más eficaces de aplicar la fuerza que esos rudísimos actos de mero instinto. La invención de la pólvora y el constante avance en cuanto a mejoras en la construcción de armas de fuego son pruebas suficientes de que la tendencia a destruir al adversario, misma que yace en el fondo de la concepción de la guerra, de ninguna manera cambia ni se modifica a través del progreso de la civilización.
Por tanto, repetimos nuestra proposición: la guerra es un acto de violencia llevada a sus má-
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ximos extremos. Cuando una facción dicta la ley a la otra, surge allí una suerte de acción recíproca que, lógicamente, debe conducir a un punto extremo. 1 Esta es la primera acción recíproca y, además, el primer punto extremo con que nos encontramos.
4. El propósito, desarmar al enemigo
Ya hemos dicho que el objetivo de toda acción de guerra es desarmar al enemigo, y ahora tendríamos que demostrar que esto, teóricamente al menos, resulta indispensable.
Si vamos a hacer que nuestro oponente se doblegue a nuestra voluntad, debemos colocarlo en una situación que le resulte más opresiva que el propio sacrificio que exigimos. Pero las desventajas de esta posición no deben, desde luego, ser de naturaleza transitoria, al menos en apariencia; de otro modo, el enemigo, en vez de ceder, se mantendría firme ante la perspectiva de mejoría. En dicha posición, cada cambio producido por la continuidad de la guerra tendría que ser, sin duda, un cambio hacia 10 peor. La condición más crítica en que una facción beligerante puede ser colocada es la de quedar completamente desarmada ...
... Mientras el enemigo no haya sido derrotado, él puede derrotarme a mí, por tanto, yo ya no seré mi propio amo, pues él habrá de imponerme leyes, como yo hice con él. Esta es, pues, la segunda acción recíproca, y conduce a un segundo punto extremo.
5. Ejecución máxima del poder
Si deseamos derrotar al enemigo, debemos adecuar nuestros esfuerzos en relación a su poder de resistencia. Esto se expresa mediante el producto de dos factores que no pueden ser separados, a saber: la suma de medios disponibles y la fuerza de voluntad. La suma de medios disponibles puede calcularse en una medida, pues depende (aunque o completamente) de nú-
I Con esto, Clausewitz indica que no hay límite para el uso ele la fuerza. -ED.
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meros. Pero la fuerza volitiva es más difícil de determinar, y sólo puede calcularse hasta cierto punto por la fuerza de los motivos. Cuando hemos obtenido en esta forma una aproximación al grado de poderío contra el que se va a luchar, podemos entonces realizar una revisión de nuestros propios medios, e incrementarlos a fin de obtener preponderancia o, en caso de que no contemos con los recursos para realizar esto, hacer lo que se pueda aumentando nuestros medios tanto como sea posible. Pero el adversario hará lo mismo; por tanto, hay un nuevo y mutuo acrecentamiento que, en puro concepto, debe generar un esfuerzo fresco dirigido hacia un punto extremo. Este es el tercer caso de acción recíproca, y el tercer punto extremo que encontramos.
6. Modificación de la realidad
Al razonar así, en abstracto, la mente no puede detenerse antes de llegar a un punto extremo, dado que est~ obligada a manejar un extremo; un conflicto de fuerzas abandonadas a sí mismas, que no obedecen a otras leyes sino a las propias leyes internas. Si tuviéramos que deducir de puro concepto de la guerra un punto absoluto para la finalidad que nos propondremos y los medios que aplicaremos, esta constante acción recíproca nos involucraría en los extremos, lo que no sería más que un juego de ideas producidas por una casi invisible sucesión de sutilezas lógicas ... Pero todo adquiere una forma distinta cuando pasamos de las abstracciones a la realidad ...
7. Jamás la guerra es un acto aislado
En relación con el primer punto, ninguno de los dos oponentes es una persona abstracta para el otro, ni siquiera en cuanto al factor en la suma de resistencia que no depende de cosas objetivas, esto es, la voluntad. Dicha voluntad no es una cantidad enteramente desconocida sino que indica lo que será mañana, a través d~ lo que es hoy. La guerra no estalla en forma demasiado súbita, ni en un momento alcanza su máxima expresión; así, cada uno de los dos oponemes puede formarse una opinión del otro, en
gran medida, a partir de lo que es y lo que hace, en vez de establecer un juicio de acuerdo con lo que, estrictamente hablando, debería ser y hacer ... Así pues, tales deficiencias con influencia en ambos bandos, llegan a c~nstituir un principio modificador.
8. La guerra no consiste en un único golpe instantáneo
El segundo punto da lugar a las siguientes consideraciones:
Si la guerra culminara en una solución única o en varias soluciones simultáneas, entonce¿ -naturalmente- todos los preparativos para la misma tendrían a lo extremo, ya que una omisión de ninguna manera podría enmendarse. Lo máximo, entonces, con que el mundo de la realidad podría proveernos como guía serían los preparativos del enemigo, hasta donde nos resulten conocidos. Todo el resto caería en el terreno de lo abstracto. Pero si el resultado se compone de varios actos sucesivos, entonces el que precede con todas sus fases puede tomarse, naturalmente, como una medida de lo que habrá de seguir, y en esta forma el mundo de la realidad toma nuevamente el lugar de lo abstracto, y modifica el esfuerzo dirigido hacia el punto extremo ...
.' . .la posibilidad de ganar un resultado postenor hace que los hombres se refugien en tales expectativas, debido a la repugnancia que para la mente humana representa realizar esfuerzos excesiv?s. Así, las fuerzas no se concentran y las medidas no se emprenden en la primera decisión con la energía que, de otro modo, tendría que. emplearse. Cualquier cosa que un beligerante omite en razón de su debilidad, se convierte para.el otro en t~rreno realmente objetivo para limitar sus propiOS esfuerzos y así, nuevamente, a través de esta acción recíproca, las tendencias extremas son abatidas hasta el nivel de esfuerzos de escala limitada.
9. En la guerra, los resultados nunca son absolutos
Finalmente, incluso la decisión última de una guerra total nunca debe tomarse como algo ab-
soluto. La nación conquistada sólo ve en su derrota un mal pasajero, que puede repararse luego de algún tiempo por medio de combinaciones de orden político. ¿En qué grado debe esto modificar el grado de tensión y el vigor de los esfuerzos desarrollados? La respuesta es obvia.
10. Las probabilidades de vida real toman el lugar de los conceptos de lo extremo y lo absoluto
En esta forma, el acto total de la guerra sale de la rigurosa ley de las fuerzas ejercidas al máximo. Si el punto extremo no tiene ya que temerse ni tiene tampoco que buscarse, queda pues al razonamiento determinar los límites de los esfuerzos que se realizarán en lugar de aquél, lo cual sólo puede hacerse con base en los datos proporcionados por los hechos del mundo real, mediante las leyes de la probabilidad. Una vez que las partes beligerantes no son ya meros conceptos, sino estados y gobiernos individuales, y que la guerra no constituye un ideal, sino un procedimiento substancial preciso, entonces la realidad suministrará los datos para calcular las cantidades desconocidas que es necesario hallar.
Con base en el carácter, las medidas y la situación del adversario, así como en las relaciones que lo rodean, cada bando extraerá sus conclusiones mediante la ley de probabilidades, en lo que se refiere a los propósitos del otro, y actuará al respecto.
11. El objetivo político reaparece ahora
Aquí, la cuestión que habíamos dejado a un lado surge nuevamente a consideración (véase el número 2); nos referimos al objetivo político de la guerra. La ley de lo extremo, el propósito de desarmar al adversario, de derrocarlo, hasta ahora y en cierto grado ha usurpado el lugar de esta finalidad u objetivo. A medida que esta ley pierde su fuerza, el obletivo político debe emerger nuevamente. Si la consideración total es un cálculo de probabilidades basado en personas y relaciones específicas, entonces el objetivo político, siendo el motivo original, debe
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constituir un factor esencial del producto. Entre menor sea el sacrificio que exigimos de nuestro oponente, más insignificantes puede esperarse que resulten los medios de resistencia que éste empleará. Pero a menor grado de preparación de su parte, menor será también la que nosotros requiramos. Además, entre menor sea nuestro objetivo político, menos valor le concederemos y, sin duda, más fácilmente nos veremos inducidos a renunciar al mismo.
Así, pues, el objetivo político, como motivo original de la guerra, será el parámetro para determinar tanto la meta de la fuerza militar como el grado de esfuerzos que debamos realizar. Y esto no puede ser por sí mismo, sino en relación con ambas naciones beligerantes, ya que estamos interesados en realidades y no en meras abstracciones. Un mismo objetivo político puede producir efectos totalmente diferentes sobre pueblos distintos; incluso, sobre la misma gente, pero en épocas diferentes; ...
23. La guerra es siempre un medio grave encaminado a un objetivo grave (y ésta, su definición más específica)
. .. La guerra de una comunidad -de naciones enteras, y en particular, de naciones civilizadas- se inicia invariablemente a partir de una condición política, y es provocada por un motivo político. Se trata, pues, de un acto político. Ahora que, si se tratara de una perfecta, desenfrenada y absoluta expresión de fuerza, según pudiéramos deducirlo del mero concepto, entonces en el momento en que es provocada por la política, pasaría al plano correspondiente, y como algo muy independiente de la política, se colocaría aparte, y sólo seguiría sus propias leyes, justamente como lo hace una mina que, en el momento de la explosión no puede ser guiada en otra dirección que no sea aquélla en que se le ha programado mediante los arreglos preparatorios. Así es como hasta la fecha se le ha percibido, siempre que un deseo de armonía entre la política y la conducción de la guerra han inducido a realizar diferenciaciones teóricas de este tipo. Sin emhargo. esto no es así, y la idea resulta completamente falsa. La
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guerra en el mundo de la realidad, según lo hemos visto ya, no constituye en algo extremo que se gasta en una sola descarga. Es la operación de fuerzas que no se desarrollan por completo en una misma forma y una misma medida, sino que en alguna ocasión se expanden lo suficiente como para vencer la resistencia opuesta por la inercia o la fricción, en tanto que en otro momento resultan demasiado débiles para producir algún efecto. Por tanto, la guerra es, en cierta medida, una pulsación de fuerza violenta más o menos vehemente que, en consecuencia, realiza sus descargas y agota sus poderes más o menos rápidamente; en otras palabras: que conduce con menor o mayor rapidez hacia la meta, pero retardándose siempre lo suficiente para admitir la influencia que se ejerza sobre ella durante su curso, imprimiéndole así esta o aquella dirección para, en pocas palabras sujetarse a la voluntad de una inteligencia-guía. Ahora, si reflexionamos que la guerra tiene su raíz en un objetivo político, entonces -naturalmenteeste motivo original que provocó su existencia debería también continuar siendo la primera y más alta consideración de su conducta. Con todo, el objetivo político no es un legislador despótico en la materia: debe adaptarse a la naturaleza de los medios y, pese a que los cambios en estos últimos pueden implicar modificaciones en el objetivo político, éste retiene siempre el derecho prioritario en cuanto a consideración. La política, por tanto, va entretejida con la acción bélica total, y debe ejercer allí una con tinua influencia: tanto como lo permita la naturaleza de las fuerzas liberadas por la propia guerra.
24. La guerra es una mera continuación de la política por otros medios
Hemos visto, pues, que la guerra no constituye un mero acto político, sino también un verdadero instrumento político, una continuación del comercio político, una realización de la política por otros medios. Todo aquello más allá de esto que le es estrictamente peculiar a la guerra se relaciona de modo simple con la especial naturaleza de los medios que aquélla emplea. Que las tendencias y propósitos de la política no
resulten incompatibles con estos medios es lo que pueden demandar el arte de la guerra en general y el comandante en cada caso particular; exigenCia que en realidad no es insignificante. Pero, no obstante el vigor con que pudiera influir en los propósitos políticos en casos particulares, debe -pese a todo- verse sólo como una modificación de los mismos, ya que el propósito político es el objetivo, y la guerra el medio. Y los medios deben siempre incluir en nuestra concepción el objetivo.
25. Diversidad de la naturaleza de las guerras
Entre mayor y más poderoso sea el motivo de una guerra, en mayor grado afectará a la existencia total de un pueblo. A mayor violncia en la conmoción que la precede, más se aproximará la guerra a su forma abstracta, mucho más encaminada estará a la destrucción del enemigo, en mayor grado coincidirán los fines políticos y los militares, y la guerra parecerá más de índole militar que política. Pero a motivos y tensiones más débiles, mucho menos coincidente será también la dirección de los elementos militares -es decir, la fuerza- con la dirección que señale el elemento político. Así, entre más deba desviarse la guerra de su dirección natural , más divergentes serán el objetivo político y los propósitos de una guerra ideal, y ésta parecerá convertirse en una guerra política . . .
27. Influencia de esta opinión sobre la correcta comprensión de la historia militar y sobre los fundamentos de la teoría
Vemos, pues, que -en primer lugar- en ninguna circunstanCia la guerra debe concebirse como un fenómeno independiente, sino como un instrumento político. Y es sólo al adoptar esta perspectiva como podemos evitar encontrarnos en oposición a toda la historia militar. Este es el único medio de abrir el gran libro y hacerlo inteligible. En segundo lugar, esta perspectiva nos muestra cómo las guerras deben diferir en carácter, de acuerdo con la naturaleza de los motivos y las circunstancias de las que proceden . . .
39. Los tres tipos de disuasión
HERMAN KAHN , 1 , '
DISUASiÓN TIPO I (DISUASiÓN CONTRA UN ATAQUE DIRECTO)
Cabe subrayar la importancia de distinguir tres t.!Q9.s de-ºis_uasión. El primero de ellos es: la disuasión tipo 1, o disuasión contra un ataque directo.
Hoy en día, la mayoría de los expertos convienen en que se impone lograr que este tipo de disuasión funcione, y argumentan que sencillamente no podemos hacer frente a la posibilidad de un fracaso. Jamás el éxito o el fracaso en materia de prevención han planteado riesgos tan elevados. Pese a que la perspectiva extrema de que la disuasión lo es todo y que la mitigación es causa perdida se antoja un tanto cuestionable, es evidente que la disuasión tipo 1 debe tener prioridad absoluta.
Condensado de "The Nature and Feasibility of War and Deterrence" ("La naturaleza y factibilidad de la guerra y la disuasión") . Herman Kahn, en Walter Hahn y John Neff, editores, American Strategy in the Nuc(ear Age (Garden City, N.Y .: Anchor, 1960), pp. 225-229, 233-237. Reimpreso con autorización del autor.
Por costumbre, toda discusión que se suscita en torno a la capacidad de los Estados uriídós para refrenar un' a'fáqtie directo suele cotejar el , inventado de preataque de las fuerzas rusas -es decir, el número de aeroplanos, misiles, divisiones armadas y submarinos con que ambas naciones cuentan se somete a una comparación directa . Se trata de un método de la Primera y la Segunda Guerras Mundiales.
Sin embargo, las cifras realmenté esenciales estriban en los cálculos del daño que las fuerzas vengadoras pueden infligir despues de ser atacadas. La tarea de evaluación debe timar en cuenta que los rusos podrían asestar el golpe en el momento y con las tácticas que ellos elijan. Dado el caso, nosotros contraatacamos con una fuerza dañada y, probablemente, no coordinada, misma que debe conducir sus operativos en una atmósfera de posataque. Los rusos pueden valerse de amenazas de chantaje para intimidar nuestra reacción. La defensiva rusa se encuentra en total estado de alerta. Si su ataque ha sido precedido por un periodo de tensión, se deduce que sus fuerzas de defensa activas han sido incrementadas, y que sus ciudades por lo menos han sido parcialmente evacuadas. Cualquiera de los
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términos en cursivas puede ser trascendente, pero casi a todos ellos se les suele ignorar en la mayoría de las discusiones relacionadas con la disuasión tipo I.
El primer paso de este cálculo -análisis de los efectos que causaría el ataque ruso en la capacidad de contestación de los EE. UU.- depende esencialmente de las tácticas y capacidades desarrolladas por el enemigo. Generalmente, el problema de la advertencia resulta altamente prioritario. Los análisis realizados en torno al efecto que produciría el primer ataque enemigo suelen ignorar la parte más importante del problema, al suponer que los mensajes de advertencia cumplirán fielmente con su cometido y que nuestras fuerzas despegarán y se enfilarán hacia sus objetivos. De hecho, en ausencia de una advertencia eficaz, el desgaste en las fuerzas terrestres puede ser mucho mayor que en las fuerzas aéreas. El enemigo puede no sólo valerse de tácticas que mermen nuestros sistemas de advertencia, sino incluso emprender otro tipo de acciones que contrarrestren nuestras medidas de defensa, tales como interferir en nuestras disposiCiones de mando y control. Por ende, al evaluar las capacidades enemigas, no sólo es importante la observación de las tácticas empleadas en el pasado, o de aquello que las conjeturas generalizadas pudieran inducirnos a esperar, sino también la consideración meticulosa de cualquier otro tipo de táctica que un enemigo audaz pudiera emplear. . .
La segunda parte del cálculo -las consecuencias de una falta de coordinación entre las fuerzas supervivientes en los EE.UU.- depende en gran medida de nuestras tácticas, así como de la flexibilidad de nuestros planes. Si, por ejemplo, se asigna a nuestra fuerza ofensiva un amplio sistema de objetivos, de modo tal que se disemine ligeramente, y si además, en razón de un prolongado o exitoso ataque ruso, Rusia logra destruir la mayoría de nuestras fuerzas, cabe la posibilidad de que numerosos objetivos rusos importantes salgan libres de todo ataque. Pero si, por el contrario, con el fin de evitar lo anterior duplicamos o triplicamos la asignación a objetivos
importantes, es posible que nosotros inflijamos una destrucción excesiva a la mayoría de éstos, particularmente si los soviéticos no han logrado llevar a cabo un ataque exitoso. Tanto por ésta como por otras razones, sería prudente evaluar los daños y, posteriormente, asignar nuevos objetivos a las fuerzas supervivientes. La factibilidad de esto depende principalmente de la oportunidad con que sobrevenga el ataque, de la naturaleza del proceso de asignación de objetivos, así como de nuestra capacidad de evaluciación mando y control en la fase posterior al ataque ...
Otro punto que puede ser de gran importancia es el siguiente: los modernos armamentos nucleares son tan poderosos que, aun cuando no destruyan su objetivo, pueden transformar el ambiente al grado de provocar la inoperabilidad de las armas de contraataque. Entre los diversos efectos de los armamentos nucleares se destacan las descargas en ráfaga, la radiación térmica y la electromagnética, el impacto contra la corteza terrestre, la acumulación de desechos radiactivos, polvaredas y radiación ionizadora -cada uno de los cuales puede efectuar a los seres humanos, a los equipos, a la propagación de señales electromagnéticas, etc., etc. Podría decirse que el problema que plantea operar en un ambiente de posataque cuando se ha entrenado en un ambiente de paz es similar al de entrenar en la zona del Ecuador para posteriormente trasladar una parte considerable pero incompleta (es decir, un sistema dañado) a la región del Ártico, y esperar que ese equipo fragmentado funcione eficientemente desde la primera vez que se le someta a prueba. Esto resulta altamente improbable desde el momento en que, como suele suceder, el sistema intacto escasamente funciona en el Ecuador (es decir, en tiempos de paz).
Además de atacar al sistema, el enemigo puede intentar un ataque contra nuestro poder de determinación. Imaginemos, por ejemplo, que poseemos un sistema Polaris puro, invulnerable a todo ataque extremo y simultáneo por parte del enemigo (invulnerable por suposición, mas no
por análisis), y que a pesar de eso el enemigo empieza a destruir uno a uno nuestros submarinos activos. Ahora supongamos que un presidente norteamericano recibe la advertencia de que, si iniciamos una guerra extrema de represalia, los soviéticos podrían destruir y de hecho lo harían, a todos los norteamericanos por las limitaciones de nuestra ofensiva y de nuestras defensas activas y pasivas. Si, en tal caso, el presidente se permite unos segundos para reconsiderar el problema, resulta obvio que no podrá desencadenar este tipo de guerra incluso frente a tal provocación.
Uno de los elementos fundamentales y, no obstante, frecuentemente ignorado del cálculo de contraataque es el efecto de las medidas rusas de defensa civil. En rara ocasión se otorga a los rusos el crédido de incluso los más modestos preparativos de defensa civil. Casi nunca se somete a un análisis realista una alternativa mucho más razonable que podría aplicarse a muchas de las situaciones: que, en un momento dado, los rusos pudiesen evacuar sus problaciones citadinas hacia lugares que les brindaran protección ya existente o improvisable contra ataques aéreos. Si los rusos adoptaron medidas para evacuar sus ciudades, decrecería impresionantemente la vulnerabilidad de su población.
Asimismo, los soviéticos están conscientes de que pueden absorber una cantidad fabulosa de daños económicos, y retrasar su desarrollo previsto sólo por un periodo breve. De hecho, realizaron una faena semejante después de la Segunda Guerra Mundial; sin embargo, lo que resulta aún más asombroso es que hayan librado una guerra después de que los alemanes destruyeron la mayor parte de su poderío militar existente yocuparon un area que incluía aproximadamente al 40 por ciento de la población soviética de la preguerra -al 40 por ciento más industrializado.
Las dificultades que plantea la Disuasión tipo 1 surgen, principalmente, porque la nación disuasora debe ser la segunda en atacar. A tales dificultades, se agregan la vertiginosa velocida con que se transforma la tecnología de guerra y la dificultad que tiene el defensor para reaccionar con rapidez y suficiencia a todo cambio que se registra en la ofensiva ...
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DISUASiÓN TIPO 11 (DISUASiÓN DE PROVOCACiÓN EXTREMA)
A la disuasión tipo JI de los UU.EE. corresponde un cálculo diametralmente opuesto. pese a que sigue siendo un cálculo de índole soviética (sólo que esta vez se trata de un cálculo soviético en torno a un cálculo norteamericano). La definición de la disuasión tipo 11 dicta el empleo de amenazas estratégicas con el fin de disuadir a un enemigo de emprender actos de provocación extrema distintos de un ataque directo contra el territorio de los Estados Unidos. El estratega soviético se cuestiona: si realizo este movimiento de provocación extrema, ¿nos atacarán los norteamericanos? La posibilidad de que los soviéticos pongan en marcha la provocación contemplada será determinada en gran medida por sus estimaciones del cálculo norteamericano con respecto a lo que sucedería si los papeles se invirtieran. Es decir, de lo que sucedería si los norteamericanos atacaran y dañaran seriamente la fuerza aérea estratégica rusa, y los rusos contraatacaran sin coordinación alguna en las fauces de una defensiva aérea de los EE.UU. alertada y, probablemente, contra una población norteamericana debidamente evacuada? Si tal posibilidad resulta creíble para los soviéticos, debe serlo porque ellos reconocen el probable fracaso de su propia disuasión tipo 1. Si Khrushche v es un seguidor convencido de la teoría de la balanza del terror, y no considera que su disuasión tipo 1 puede fallar, entonces es probable que lleve a cabo el acto de provocación extrema.
Cabe destacar la importancia de tomar conciencia de que la operación de la disuasión tipo 11 implicará la posibilidad de que los Estados Unidos obtengan el primer ataque estratégico, o algún tipo de movimientos contemporizador, como la evacuación. Son muchos los que hablan de la importancia de poseer una defensa civil y aérea adecuada como respaldo de nuestra política exterior. No obstante, todo cálculo que se hace al evaluar la ejecuación de un programa de defensa aérea y civil propuesto presupone invariablemente un ataque sorpresivo por parte de los soviéticos -para dificultar aún
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más el problema-, un ataque sorpresivo dirigido principalmente contra la población civil. Tal suposición se antoja innecesariamente pesimista. Probablemente, los cálculos en los que uno considere un primer ataque norteamericano en represalia a una provocadón soviética sean de mayor importancia al tratar de evaluar el papel que desempeñan la ofensiva y la defensiva en la alteración de ciertos aspectos importantes de la política exterior.
Bajo esta suposición, aun cuando contáramos con un programa de defensa no militar de características moderadas, sería probable que su puesta en marcha resultara impresionante tanto para los soviéticos como para la mayoría de los europeos . . Por ejemplo, se habrá reducido en gran medida el problema crucial de recibir la advertencia adecuada, al menos a juicio de los rusos. También es probable que piensen que poseemos mayor libertad que la que realmente tendremos. Los soviéticos pueden creer que no nos preocupa la posibilidad de que ellos reciban advertencia estratégica o táctica prematura. Esto podría ser así, pese a que en la práctica real un ataque de ese tipo implicaría el considerable riesgo de que los soviéticos recibieran alguna advertencia. Toda planificación tendría que ser moderada por una sensata toma de conciencia de que cualquier revelación o error podría provocar un ataque ruso por derecho de prioridad.
La posibilidad de aumentar nuestra defensa activa y pasiva cobra especial importancia. Es decir, en vez de atacar a los rusos si éstos realizan un acto de provocación extrema, quizá prefiriéramos evacuar nuestra población civil a los refugios atómicos "reforzar" nuestra defensiva y ofensiva aérea, y entonces declarar a los rusos que nos hemos colocado en una posición mucho más poderosa para dar inicio a las hostilidades. Después de lograr esa posición en la cual un ataque de represalia ruso infligiría mucho menor daño que una catástrofe total, los rusos contarían exclusivamente con tres amplias clases de alternativas:
l . Dar inicio a cierto tipo de ataque. 2. Prolongar la crisis , aun cuando ello propiciara una
mayor credibilidad de un ataque de nuestra parte si continúa la provocación en contra nuestra.
3. Ceder o llegar a un acuerdo satisfactorio para dar fin a la crisis.
Ojalá efectivamente los soviéticos se decidieran al final por la tercera alternativa, dado que nuestra disuasión tipo 1 restaría todo atractivo a la primera alternativa, y nuestra disuasión tipo 11 actuaría de igual manera por lo que respecta a la segunda.
DISUASiÓN TIPO 111 (DISUASiÓN DE PROVOCACiÓN MODERADA)
La disuasión tipo III podría calificarse de "disuasión de ojo por ojo" . Se refiere a aquellos actos que se refrenan en función de que el agresor potencial teme que el defensor u otros adopten en consecuencia acciones limitadas, tanto de índde militar como no militar, lo cual restaría todo beneficio a la agresión.
La amenaza más obvia que podríamos agrupar bajo la categoría de disuasión tipo III sería la capacidad de librar una guerra limitada de cualquier especie. Dado lo intrincado del tema y la brevedad de espacio, no procederé a analizar esta capacidad particular de la disuasión tipo III -aunque si sería importante y necesario hacerlo. En lugar de esto, tomaré en consideración algunas de las estratagemas no militares que se nos ofrecen ...
¿Qué es lo que disuade a los rusos de una serie de Coreas y de Indochinas? Probablemente no sea tanto el temor a un ataque directo de los EE.UU., con sus fuerzas actuales, como la probabilidad de que los Estados Unidos y sus aliados incrementen enormemente tanto su poderío militar como su resolución ante crisis de tal magnitud. Es factible aumentar el efecto disuasor de dicha posibilidad mediante la realización de preparativos explícitos, de modo tal que podamos maximizar nuestras fuerzas instantáneamente cada vez que el bando contrario nos provoque. Por ejemplo, en junio de 1950, los Estados Unidos se vieron involucrados en un gran debate para decidir si el presupuesto de defensa debería ascender a catorce, o quince o dieciséis mil millones de dólares. Al mismo tiempo se presentó
el asunto de Corea. El Congreso se apresuró a autorizar la suma de sesenta mil millones de dólares, ¡se cuadruplicó la cifra inicial!
No importa cuáles hayan sido los triunfos que la causa comunista lograra en Corea; la citada autorización representa una contundente derrota militar para los soviéticos. No obstante, transcurrieron casi tres años antes de que dicha autorización se tradujera plenamente en incremento de gastos y el poderío militar correspondiente. Fs muy valioso poder incrementar nuestros gastos en el rubro de defensa, pero dicha capacidad suele aumentar su valor si las autorizaciones del Congreso se pueden traducir en poderío militar dentro del lapso de un año, aproximadamente. Si los rusos cobran conciencia de .que el deterioro en el ámbito de las relaciones internacionales nos impulsará a adoptar un programa de choque, quizá no estén tan dispuestos a permitir que se deterioren las relaciones internacionales. El problema es el siguiente: ¿contaríamos con el tiempo necesario para poner en marcha un programa útil? Después de todo, la postura militar básica (incluidas las instalaciones) debe ser de la especie adecuada si se ha de posibilitar su expansión, dentro del lapso aproximado de un año, a un grado tal que le permita estar preparada para librar una guerra y, a la vez, tener la capacidad de refrenarla. Probablemente, nuestra postura actual (1960) diste mucho de las condiciones idóneas para alcanzar ese nivel.
Si este tipo de preparativos fuera, al menos, moderadamente oneroso y muy explícito, los rusos considerarían creíble que los Estados Unidos pudieran iniciar y llevar a cabo un programa de tales dimensiones, si los primeros actuaran de manera provocativa, incluso, digamos, en la escala de una Corea, o menor aún. Bajo esas circunstancias, los rusos se enfrentarían a las tres alternativas siguientes:
l . Podrían atacar a los Estados Unidos antes de que el aumento de poderío llegara demasiado lejos. Esta alternativa no sería nada atractiva, sobre todo porque la acumulación progresiva de fuerzas seguramente se acompañaría de un estado de alerta reforzada y otras medidas tendientes a disminuir
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la vulnerabilidad del SAC (Mando Estratégico de las Fuerzas Aéreas).
2. Podrían tratar de equipar el programa de los EE.UU. Esto resultaría demasiado oneroso.
3. Podrían conformarse con una posición de inferioridad. Tal aceptación sería irrefutable y seria, dado que en esos momentos los Estados Unidos contarían con la capacidad de "librar la guerra" y de "disuadir la guerra" simultáneamente.
En cada uno de los casos, se incrementarían tanto los costos como los riesgos de su provocación, por lo que podría darse la situación de que los soviéticos sopesaran esos costos y riesgos extras antes de intentar cualquier tipo de provocación. Si ni bajo tales condiciones se les pudiese disuadir, podríamos emprender el programa de choque. Entonces no encontraríamos en posición de corregir los resultados de su provocación pasada o, por lo menos, de disuadirlos en el futuro de sacar provecho de dichos resultados.
Sería especialmente valioso contar con planes creíbles y explícitos tendientes a instituir programas de choque para aumentar las capacidades de defensa civil y de guerra limitada. Al parecer, resulta particularmente factible mantener bases de movilización, no costosas yeficacez, para ambas categorías, además de que la instauración de un programa de choque demostraría fehacientemente tanto a los rusos como a nuestros aliados y a los neutrales que entraríamos en guerra, dentro de un nivel adecuado, a la luz de una nueva provocación.
He aquí una de las amenazas p(incipales que podríamos dirigir expresamente a los rusos. Si, por otra parte, no cobramos conciencia de la amenaza que ellos representan, si considerarnos que el duplicar el presupuesto implicaría realmente una bancarrota inmediata u otra catástrofe de índole fmanciera, entonces los rusos tendrán la posibilidad de ofrecernos alternativas que, finalmente, redundará en su victoria dentro de los ámbitps diplomático, político y de política exte-
. rior. Es fundamental que comprendamos nuestro propio poderío, pero también nuestras posibles debilidades.
40. Problemas que plantea la guerra limitada
tlENRY A. KISSINGER
En esta era nuclear, quizá el problema básico que plantea la estrategia radica en la forma de establecer una relación entre una política de disuasión y una estrategia para librar una guerra en caso de que aquélla fracase. Desde laperspectiva del impacto que ejercería en los actos del agresor, es posible igualar la disuasión máXima a la amenaza de capacidad máxima de destrucción. Desde el punto de vista del estado de preparación· de una potencia para resistir una agresión, la estrategia óptima es aquella que le permita lograr sus objetivos a un costo mínimo. La tentación que emana de la doctrina estratégica estriba en tratar de amalgamar las ventajas de cada uno de loscutsos de acción: alcanzar la disuasión máxima pero con un riesgo mínimo.
No obstante, desde que nuestro monopolio atómico llegó a su término, este esfuerzo se ha
Condensado de Nuclear Weapons and Foreign Policy. Henry A. Kissinger, pp. 114-125, 139-144. Copyright © 1957,1958, Council on Foreign Relations, lnc. Publicado por Doubleday Anchcr Books para el Consejo de Relaciones Exteriores. Reimpreso con autorización del Consejo de Relaciones Exteriores.
visto obstaculizado por la imposibilidad de amalgamar máxima capacidad destructiva con riesgo limitado. A medida que se han magnificado el horror y nuestras capacidades destructivas, ha decrecido proporcionalmente la certeza de que alguna vez se les ponga en práctica. Bajo tales circunstancias, se produce la disuasión no sólo por una relación física, sino también por otra de índole psicológica: la disuasión alcanza su clímax cuando el poderío militar se asocia con la disposición a emplearlo. Se logra cuando la disposición de uno de los bandos en cuanto a correr riesgo con relación al otro es elevada; resulta efectiva en un grado mínimo cuando escasea la disposición a correr riesgos, no importa cuán poderosa sea la capaCidad militar. Por ende, ya no es posible seguir hablando acerca de superioridad militar en el vacío. ¿Qué puede significar estar "a la cabeza" de la carrera nuclear, si cada bando cuenta ya. con los medios suficientes para destruir la substancia nacional del otro? ¿Dónde estriba la importancia estratégica de incrementar la destructividad del arsenal nuclear, cuando la inmensa mayoría de los actuales sistemas de armamento tiende ya en estos momentos a paralizar la voluntad?
Problemas que plantea la guerra limitada 355
Habida cue'1ta del poderío de los armamentos modernos, cualquier nación que dependa de una guerra extrema como su principal medio de disuasión se impone a sí misma un temible obstáculo psicológico. La decisión más angustiosa a la que puede enfrentarse un estadista radica en desatar o no una guerra total; el cúmulo de pw;iones propiciará la vacilación, en ausencia de un ataque directo que amenace la existencia de la nación. El estadista verá confirmadas sus dudas por la firme convicción de que, en tanto que su fuerza vengativa permanezca intacta, ningún cambio en la balanza territorial tendrá una importancia decisiva. En consecuencia, tanto el horror como el poderío de los armamentos modernos tienden a paralizar la toma de acción: el primer elemento, en razón de que reducirá por mucho el número de problemas por los que valga la pena contender; el segundo, porque provocará que muchas de las querellas parezcan fuera de propósito ante la ecuación estratégica total. Por ende, de manera casi inevitale, la ecuación psicológica operará en contra del bando que únicamente pueda apartarse de una situación mediante la amenaza de una guerra extrema. ¿Quién puede estar seguro de que, ante la catástrofe de una guerra total, incluso valga la pena arriesgar al continente europeo -piedra angular de nuestra seguridad desde tiempos remotos?
A medida que se agiganta el poderío de los armamentos modernos, la amenaza de una guerra total pierde su credibilidad y, en consecuencia, su eficacia en .el ámbito político . ..
¿Cuál es la doctrina estratégica que nos ofrece mayores probabilidades de evitar el dilema de vernos obligados a elegir entre una guerra tOlal y una pérdida gradual de posiciones; entre el bíblico Armagedón y una derrota sin guerra? ¿Acaso en este periodo nuclear se erige la guerra limitada en un instrumento político concebible? En este punto, se impone un análisis preciso del significado de "guerra limitada" . ..
Una guerra limitada ... se libra en razón de objetivos políticos específicos que, por su mera existencia, tienden a fincar una relación erúre la fuerza empleada y la meta a alcanzar. Refleja la tentativa de modificar la determinación del
contrario, no de reducirla a cenizas, de modo tal que las condiciones que se impongan parezcan más atractivas que una resistencia continua; pugnar por metas específicas y no por la aniquilación total.
La guerra limitada plantea dificultades especiales a las fuerzas armadas. Resulta sencillo, hasta cierto punto, planificar una guerra total, dado que sus límites los fijan las consideraciones militares e incluso la capacidad militar. ..
Entre más proyectos trace el cuerpo militar sobre la base de aplastar al enemigo, aun dentro de un área limitada, más se resistirá elliderazgo político ante los riesgos de emprender cualquier acción militar. Entre mayor sea la medida en que se conciba a una guerra limitada como una guerra total "en pequeño", mayor será el grado en que produzca inhibiciones semejantes a aquellas que genera el concepto de represalia masiva. El requisito para una política de guerra limitada consiste en reintroducir el elemento político en nuestro concepto de contienda bélica, y en descartar esa noción que dicta que la política llega a su fin cuando la guerra estalla, o que la guerra puede acariciar objetivos distintos de los que se haya planteado la políti-ca nacional. .
¿Hasta qué punto puede abrigar la era nuclear a una política de objetivos intermedios? ¿Acaso siguen en vigencia aquellos factores que, en el pasado, propiciaron una diplomacia deObjeti vos limitados y una política militar de guerras limitadas?
Durante los periodos de esplendor de la diplomacia de gabinete europea, entre el Tratado de Westfalia y la Revolución Francesa, así como entre el Congreso de Viena y el estallido de la Primera Guerra Mundial, las guerras eran limitadas por la existencia de Un marco político que engendraba la aceptación general de uria política de riesgos limitados . ..
Hoy en día, tal como hemos observado, carecemos tanto de relaciones estables de poder como de un oroen político legítimo en cuyos estatutos convengan todas las grandes potencias. Tales deficiencias , empero, pueden verse compensadas por un tercer factor : el temor a una confrontación termonuclear. Nunca han
356 Disuasión nuclear y estrategia político-militar
sido tan obvias las consecuencias de una guerra total; jamás han parecido las ganancias tan insignificantes en comparación con los sacrificios . . .
La conducción de una guerra limitada exige dos requisitos: una doctrina y la capacidad. Mientras consideremos a la guerra limitada como una aberración del caso "puro" de la guerra total, no estaremos en condiciones de asir las oportunidades que ofrece . . .
Una doctrina relativa a la guerra limitada tendrá la obligación de descartar cualquier vana ilusión acerca de lo que se podrá lograr al ponerla en práctica. La guerra limitada no es un substituto barato de la represalia masiva. Por el contrario, debe fundamentarse en una toma de conciencia de que, al haber terminado nuestro monopolio atómico, ya no es posible imponer una rendición incondicional a un costo aceptable.
El propósito de la guerra limitada es infligir graves pérdidas, o en plantear riesgos al enemigo, que sobrepasen toda proporción con los objetivos en disputa. A mayor moderación en el objetivo, menor probabilidad de violencia en la guerra. Sin embargo, esto no significa que los operativos militares no puedan ir más allá del territorio o del objetivo en disputa; de hecho, uno de los medios para incrementar la disposición del enemigo para llegar a un acuerdo consiste en privarlo de algo que sólo pueda recuperar mediante un tratado de paz. No obstante, el resultado de una guerra limitada no puede depender exclusivamente de consideraciones militares; éste refleja la capacidad para conjuntar objetivos políticos y militares de manera armónica. Indudablemente, la tentativa de reducir al enemigo hasta la impotencia, desembocaría en una guerra total.
Sin embargo, no se debe confundir una doctrina estratégica que deponga la imposición de una rendición incondicional con la aceptación de un estancamiento de hostilidades. La noción que aduce que no existen términos medios entre la rendición incondicional y el statu quo ante resulta excesivamente mecánica. Sin duda, la restauración del statu quo ante suele representar la solución más sencilla, aunque no es
la única factible . Tanto lá psicología como la experiencia refutan el trillado argumento de que ningún bando aceptará la derrota -aunque sea limitada- sin antes agotar el último reducto de su arsenal. Parece insensato el tratar de salvarse de una derrota limitada provocando el cataclismo que implicaría una guerra total, especialmente si esta guerra total conlleva la amenaza de una calamidad que rebasaría en dimensiQnes gigantescas cualquier sufrimiento que acarreara una derrota limitada. Simplemente no hay lógica alguna en que un bando que se resiste a perder una guerra limitada pueda extraer el menor beneficio de una guerra total. ..
Por ende, existen tres razones para el desarrollo de una estrategia de guerra limitada. Primera: la guerra limitada representa el único medio disponible para evitar que el bloque soviético -a un costo razonable- invada las zonas periféricas de Eurasia. Segunda: una amplia gama de capacidades militares puede marcar la diferencia entre derrota y victoria, incluso en una guerra total. Tercera y final: las manifestaciones intermedias de nuestro poderío ofrecen la mejor oportunidad de provocar cambios estratégicos favorables para nuestro bando . ..
La guerra limitada no es una mera cuestión de fuerzas militares y de doctrinas adecuadas. De hecho, impone severas exigencias en cuanto a la disciplina y la sutileza del liderazgo político, así como a la confianza que la sociedad cifre en éste. Desde la perspectiva psicológica, la guerra limitada plantea un problema mucho más complejo que la guerra total. En esta última, no habrá más alternativa que la rendición o la resistencia incompetente contra una amenaza a la existencia nacional. Indudablemente, los factores psicológicos determinarán en gran medida la disposición relativa a involucrarse en una conflagración total; el bando más dispuesto a correr riesgos puede ganar una ventaja contundente en la tarea diplomática. No obstante, una vez que se toma irremediablemente la decisión de combatir, la capacidad física de una nación para conducir la guerra será el factor que realmente determine el resultado final.
Por el contrario, en una guerra limitada la ecuación psicológica será de crucial importan-
Problemas que plantea la guerra limitada 357 .. '~ r ;:t::
cia, no sólo en el aspecto de decidir el ingreso al estado de guerra, sino en todo el transcurso de las operaciones militares. Una guerra limitada entre grandes potencias puede conservar dimensiones limitadas únicamente en función de una elección consciente de los protagonistas. Cada uno de los bandos cuenta con el poder fisico para ensanchar esas dimensiones, y en la medida en que cada uno de ellos esté dispuesto a incrementar su compromiso dentro de la conflagración, en lugar de aceptar un estancamiento o una derrota, la guerra cobrará gradualmente proporciones magnas. El freno que mantiene a una guerra dentro de un margen limitado es de índole psicológica: las consecuencias de una victoria limitada, o de una derrota limitada o de un estancamiento -es decir, los tres posibles resultados de una guerra limitada- deben parecer preferibles a las consecuencias de una guerra total.
En el marco de una guerra limitada, las alternativas son mucho más variadas que en un conflicto total, y su naturaleza presenta mayor ambigüedad. La victoria no ofrece ninguna solución final, y la derrota no comporta la severidad de una catástrofe nacional. El bando que se encuentra en la posición más ventajosa es aquel que está más dispuesto a arriesgarse en una guerra total, o aquel que puede convencer a su oponente de su mayor disposición a afrontar tal riesgo. Incluso en el caso de que la disposición de ambos bandos a encarar riesgos sea igual al principio, la ecuación psicológica registrará cambios continuos, dependiendo del curso de los operativos militares. Dado que el temor a desencadenar un holocausto termonuclear provoca la limitación del conflicto, paradójicamente, la ecuación psicológica se transforma constantemente pero en dirección contraria al bando que parece llevar la ventaja. Entre mayor sea la transformación que procure, mayor será la probabilidad de que su oponente amenace con desencadenar una guerra total. En cuanto más se aproxime el perdedor de una guerra limitada a las consecuencias que tendría que padecer por una derrota en una guerra total, menos se contendrá de recurrir a medidas extremas.
Simúltaneamente, el bando victorioso puede mostrarse cada vez más renuente a someter a
prueba la disposición del contrario a recurrir a una guerra total. Entre más ventajosa se 'torne ' su posición, mayor seguridad experimentará y menor será su disposición a aceptar los riesgos de una conflagración total. Entre más precaria sea la posición del bando en desventaja, mayor será la probabilidad de que incremente su compromiso hasta alcanzar dimensiones de guerra total. En consecuencia, el éxito en las guerras limitadas exige que el oponente sea persuadido de que la supervivencia nacional no corre riesgo alguno, y de que es posible llegar a un acuerdo bajo términos razonables. De otro modo, el resultado consistirá seguramente en una de dos alternativas probables: estancamiento o guerra total.
Si uno de los oponentes atribuye enorme importancia a una área en disputa -o se considera que se la atribuye-, éste poseerá una clara ventaja psicológica en una guerra limitada. Tal fue el caso de China en Corea. Se puede considerar que algunas zonas revisten importancia tan extrema para uno de los contendientes que éstas se verán protegidas por la creencia -por parte del oponente- de que cualquier ataque dirigido contra ellas provocará una guerra general. La defensa local no ofrecerá una protección tan eficaz para dichas áreas como la balanza estratégica global. Hasta la actualidad, tal ha sido el caso de Europa Occidental con relación a los Estados Unidos, o de los países-satélite con respecto a la U .R.S.S. No obstante, a medida que la guerra total imponga perspectivas cada vez más ominosas, la balanza estratégica global ofrecerá una protección cada vez menos adecuada para las zonas amenazadas, puesto que cada vez serán menos las regiones que merezcan la pena de correr tal riesgo. A medida que se comprendan mejor las implicaciones de una guerra total con armamento moderno, la seguridad de una gran cantidad de regiones dependerá crecientemente de la capacidad para emprender la acción a nivel local. Así, la guerra limitada se convertirá en una prueba de la determinación de las partes contendientes, en un calibrador de la importancia que atribuyen a los asuntos en disputa. Si una de las partes atribuye mucha mayor importancia a una zona o a un problema, y se encuentra
358 Disuasión nuclear y estrategia político-militar
dispuesta a pagar un precio más elevado, y si además cuenta con la capacidad para librar una guerra limitada, entonces cuenta con una amplia probabilidad de lograr un cambio favorable en la ecuación estratégica.
La clave de una política exitosa de guerra limitada radica en mantener el desafío contra el oponente -sea diplomático o militar- un paso antes de traspasar ese umbral que puede desencadenar una guerra total. Entre mayor sea el riesgo con respecto al desafío, menor será la probabilidad de una respuesta de dimensiones totales. Entre más se aproxime el desafío a los riesgos que implica una guerra total, más difícil resultará limitar el conflicto. Por tanto, una política de guerra limitada presupone tres condiciones: la capacidad de generar presiones distintas de la amenaza de una guerra total; la habilidad para crear un clima donde no se considere que cualquier problema puede poner en riesgo la supervivencia; y la capacidad necesaria para conservar el control de li opinión pública en caso de que surjan desacuerdos sobre la posibilidad o no de que la supervivencia nacional se encuentre amenazada. La primera condición depende, en gran medida, de la flexibilidad de nuestra política militar; la segunda, de la sutileza de nuestra diplomacia; la tercera, por su parte, reflejará la valentía de nuestro liderazgo .. .
Nuestra amplia trayectoria de invulnerabilidad nos ha acostumbrado a considerar la guerra más en términos del daño que podemos infligir que de las pérdidas que podemos sufrir. Es necesario crear conciencia entre el pueblo norteamericano de que, con el fin de nuestro monopolio atómico, la guerra total ha dejado de ser un instrumento político, salvo como un último recurso; y de que, en la mayoría de los asuntos que probablemente engendren disputas, Questra única alternativa consiste en la estrategia de una guerra limitada, o en la inercia
total. Sería trágico que nuestro gobierno se viese despojado de la libertad de acción, en razón de la ignorancia del público acerca de las consecuencias de una decisión de la que se arrepentiría si estuviera consciente de todas sus implicaciones. Esto resulta cada vez más cierto, dado que esa misma ignorancia que yace en el trasfondo de la exigencia de soluciones radicales -todo o nada- bien podría producir pánico si, inesperadamente, nuestro pueblo tuviera que enfrentarse a las consecuencias de una guerra total. Por el contrario, un pueblo que ha cobrado plena conciencia de los peligros que lo rodean, y que se siente psicológicamente protegido por un programa de defensa civil adecuado, se encontrará mejor preparado para respaldar una política nacional más flexible .
No importa cuál sea el aspecto de nuestra problemática estratégica que sometamos a consideración -mitigar los horrores de la guerra, crear un espectro de capacidades para ofrecer resistencia a posibles desafíos soviéticos-, invariablemente debemos reconocer la importancia de desarrollar una estrategia que abrigue la posibilidad de una guerra limitada. La creación de un estado de preparación para la guerra limitada no se debe considerar como un asunto de elección, sino de necesidad. Se deriva de la imposibilidad de amalgamar tanto fuerza máxima como disposición máxima a actuar. . .
Incluso entre las grandes potencias será difícil poner en práctica la estrategia planteada en este capítulo. Esta presupone una capacidad militar verdaderamente graduada. Da por sentada una diplomacia que sea capaz de evitar que cada conflicto se considere como el preludio de un desastre final. Además, precisa de un temple firme. Sólo podemos lograr que funcione una estrategia de guerra limitada si despejamos absolutamente toda duda en cuanto a nuestra disposición y capacidad para hacer frente a un holocausto.
41. El cálculo de la disuasión
BRUCE M. RUSSETT
ESTUDIO COMPARATIVO DE LA DISUASiÓN
Uno de los problemas persistentes al que han tenido que enfrentarse los estrategas políticos y militares norteamericanos ha sido la interrogante de cómo defender "terceras áreas" . ¿Cómo puede proceder una gran potencia para realizar unatenlativa creíble de defensa en favor de un
; aliado menos poderoso, contra el ataque de otra gran potencia? No basta simplemente hacer una promesa explícita de defender a un aliado, sea que dicha promesa quede asentada en un tratado formal o en una declaración unilateral. Son incontables los casos en que los "juramentos solemnes" fueron olvidados en los momentos de crisis. Por otra parte, en más de una ocasión una gran potencia ha tomado las armas para defender una nación con la cual poseía vínculos con-
Reimpreso a partir de " The Calculus oC Deterrence", de Bruce M. Russett,journal of ConfUet Resolution 7/2 (junio de 1963), pp. 97-109 Copyright © 1963, Universidad de Mlchlgan, con autorización de Sage Publications, Inc., y del autor. Notas al calce suprimidas.
siderablemente menos valederos que los que se fmcan mediante un compromiso formal.
Algunos analistas como Herman Kahn sostienen que el factor determinante radica en la naturaleza de la balanza estratégica global. Para dar credibilidad a una promesa de defender terceras áreas, el defensor debe poseer una superioridad estratégica total; es decir, debe contar con la capacidad de atacar el suelo patrio del atacante, sin que ello signifique un daño inaceptable para sí a cambio (Kahn, 1960). Por supuesto, el análisis precedente implica una estrategia que amenaza con ejercer represalias -incluso para un ataque local- directamente en el territorio nacional de la gran potencia antagonista. Los defensores de la estrategia de guerra limitada refutan que, en ausencia de una preclara superioridad estratégica, la capacidad para librar una guerra de índole local puede disuadir al ataque de manera eficaz.
Otros escritores -entre los que destaca Thomas C. Schelling-, han sugerido que la credibilidad de la amenaza propia puede ser considerablemente aumentada mediante actos unilaterales que incrementen lac¡ pérdidas del defensor si este no cumple su promesa (Schelling, 1960). Uno
359
360 Disuasión nuclear y estrategia político-militar
de los ejemplos que mejor ilustran este concepto es la decisión que adoptó Chiang Kai-shek en 1958 en cuanto a estacionar casi la mitad de sus efectivos militares en Quemoy y Matsu. Aunque Qichas islas poseían una importancia intrínseca dudosa, la presencia de tan nutrido contingente en las mismas virtualmente impidió que Chiang, o su aliado norteamericano, abandonaran las islas bajo el fuego.
Todas estas explicaciones tienden a resaltar preponderantemente el elemento militar, cuando en realidad se trata de una situación política de complejidad extrema. Existen, empero, numerosos procedimientos no militares mediante los cuales uno puede fortalecer el compromiso propio hacia un área en particular. Un gobierno puede hacer de esto un asunto de prestigio ante su electorado. Una nación puede incluso aumentar deliberadamente su dependencia económica de los suministros de cierta área, con el fin de reafirmar la credibilidad de su promesa de defensa hacia la misma. La obra clásica de W. W. Kaufmann identificó los elementos de la credibilidad: las capacidades de una potencia, los costos que puede infligir al emplear dichas capacidades, y sus intenciones, tal y como las percibe el enemigo. Al evaluar las intenciones del defensor, el presunto atacante revisará sus acciones del pasado, sus pronunciamientos actuales y el estado que presenta su opinión pública (Kaufmann, 1956, pp. 12-38).
La formulación de Kaufmann resulta más conveniente que otras, más sencillas, que otorgan un énfasis casi exclusivo a los factores militares; no obstante, es necesario redondearla y detallarla. Uno debe analizar en especial los costos potenciales que tendría que erogar la potencia defensora si ésta no cumple sus compromisos. Además, toda proposición acerca de los factores que determinan la credibilidad de una amenaza dada deben ser verificados sistemáticamente sobre una base comparativa. En varias ocasiones, por ejemplo, el agresor ha hecho caso omiso de las amenazas de una gran potencia "defensora" de entrar en guerra por proteger a una pequeña nación "peón", aun cuando la defensora poseía tanto la superioridad estratégica como la capacidad de librar con éxito una guerra local.
La anexión de Austria por parte de Hitler en 1938 representa exactamente este tipo de caso; un caso en que, por otra parte, el agresor hizo sus cálculos correctos.
En el presente documento, analizaremos todos los casos que se han registrado en el transcurso de las últimas tres décadas, donde una gran potencia "atacante" amenazó patentemente a otra "peón" con la fuerza militar y donde el defensor, antes de la crisis, ya había dado señales de su intención de proteger al peón o había firmado un compromiso a tiempo para prevenir el ataque en ciernes. Se puede o no creer en una amenaza; puede tratarse de un alarde o de una amenaza sincera. A menudo, el propio defensor no puede sentirse muy seguro de su reacción, sino hasta que la crisis se presenta realmente. Exploraremos el tema de lo que da credibilidad a una amenaza, mediante la indagación de las que en el pasado han sido dignas de crédito o t1agrantemente ignoradas. La disuasión exitosa -se define como aquella instancia en la que se evita o se repele un ataque contra el peón, sin que ello provoque conflicto entre las fuerzas atacantes y las unidades regulares de combate de la gran potencia" defensora" . (En la definición de "unidades regulares de combate" no se incluye la participaCión estrictamente limitada de unos cuantos asesores militares.) Bajo esta formulación, debemos ignorar aquellas instancias que probablemente son las más exitosas de todas- es decir, donde se disuade al atacante de realizar cualquier tipo de amenaza abierta en contra del peón. No obstante, debemos dejar a un lado este tipo de casos por que son demasiado numerosos como para examinarlos en detalle, porque resultaría sumamente difícil distinguir los elementos en la mayoría de los casos. ¿Quién, por ejemplo, fue el "atacante" real? ¿Fue disuadido por un acto del defensor, o por mera indiferencia? Estas interrogantes nos inducirían a un exceso especulativo, a expensas del detallado y meticuloso análisis de cada uno de los casos.
La disuasión fracasa cuando el atacante decide que la amenaza del defensor probablemente no se llevará a cabo. En este sentido, representa el mismo fracaso si el defensor realmente tiene
la intención de combatir, pero no sabe comunicar dicha intención al atacante, o si sólo está fanfarroneando. Posteriormente plantearemos, desde la perspectiva del agresor, cuáles son las amenazas que se deben recibir con seriedad. En este punto, nos limitaremos a examinar casos pasados de intento de disuasión, con el fin de descubrir cuáles son los elementos que generalmente se asocian con una amenaza digna de crédito (o que por lo menos no es ignorada con la suficiente confianza para que el agresor actúe con base en tal menosprecio) y, por ende, cuáles son las medidas que un defensor debe adoptar para hacer que su oponente de mayor credibilidad a sus amenazas. En la tabla 11.1 se proporciona una lista de los casos a tomar en consideración.
Por supuesto, dichos casos no resultan comparables en todos los aspectos . Especialmente en los casos de disuasión exitosa, las causas son complejas y no fácilmente identificables. Pese a todo, una comparación sistemática -emprendida con cautela- puede arrojar ciertas ideas que escaparían al énfasis en la exclusividad histórica de cada caso.
La disuasión en décadas recientes
En primer lugar, podemos descartar -en calidad de erróneos- algunos argumentos frecuentes acerca de la credibilidad de la disuasión. Se suele decir que una gran potencia sólo incurrirá en guerra para proteger una posición "importante", y no para defender cierta zona de dimensiones o de población relativamente insignificantes. Tal como se verá en líneas posteriores, esto es cierto en un sentido casi tautológico -si en el rubro de "importante" incluimos el empantamiemo del prestigio del defensor ante la suerte que habrá de correr el peón, la importancia simbólica de dicho peón puede agrandarse ante los ojos de otros aliados, y se pueden atribuir al peón valores estratégicos o políticos en particular. Sin embargo, si se adjudica la categoría de "importante" a cualquier factor objetivamente mensurable, como la población relativa o el Producto Interno Bruto, dicha aseveración pierde toda validez.
El cálculo de la disuasión 361
Según lo demuestra la tabla 11.1, en todos nuestros casos de disuasión eficaz -Irán, Turquía, Berlín, Egipto, Quemoy y Matsu y Cubala población del peón se encontraba muy por debajo de lS por ciento, y su P .l.B. representaba menos deiS por ciento del total de P.l.B. del defensor principal, en comparación. (Gran Bretaña no era el principal protector de Irán.) Ahora, en cinco de los once casos donde no se disuadió al atacante, el territorio en cuestión representó más del 20 por ciento de la población del defensor (Etiopía, Checoslovaquia durante la crisis de los Sudetes y, nuevamente en 1939, Polonia y Rumania). En 1939, Polonia constituía la presea más valiosa de todas; sin embargo, es posible que Hitler no haya tenido una convicción plena de que tanto Gran Bretaña como Francia entrarían en guerra como objeto de salvarla. Tampoco puede uno descubrir cualquier importancia estratégica o industrial en particular que ostente el peón únicamente en casos de triunfo. Austria y los dos casos de Checoslovaquia cumplieron con los criterios expuestos y, no obstante, fueron invadidas; además, los Estados Unidos no contemplaron la posibilidad de que la China Comunista combatiera en pro de Corea del Norte, pese a su obvia importancia estratégica .
Asimismo, resulta claro que no se trata sencillamente de que el defensor emita una promesa formal de proteger al peón. Sólo en un caso de triunfo se presentó algo que se podría describir como un compromiso nítido e indudable previo a la crisis real (Berlín). En los demás, dicho compromiso fue un tanto ambiguo (Irán, Cuba y Quemoy y Matsu) o no se realizó hasta que la crisis ya llevaba un buen tiempo (Turquía y Egipto). El principal compromiso de precrisis de los Estados Unidos hacia Irán fue el comunicado de los Tres Grandes emitido desde Teherán en 1943 (redactado en su mayor parte por la delegación norteamericana), en el cual se garantizaba a los iraníes "independencia, soberanía e integridad territorial" . Gran Bretaña era aliada de Irán, pero los soviéticos reconocieron que cualquier tipo de resistencia efectiva contra sus planes tendría que provenir de los Estados Unidos, y no de una Inglaterra exhausta. En julio
,I
362 Disuasión nuclear y estrategia político-militar
TABLA 11.1 Dimensiones (Población y Producto Interno Bruto) del peón en comparación con las del (de los defensores (es)
Peón
Irán (1946)
Turquía (1947) Berlín (1948)
Egipto (1956) Quemoy-Matsu
(1954-1955) (1958) Cuba (1961)
Etiopía (1935)
Austria (1938)
Checoslovaquia (1938)
Albania (1939) Checoslovaquia (1939)
Rumania (1940) Guatemala (1954)
Hungría (1956)
Poloniab (1939)
Corea del Sur (1950)
Defensor(es)
Estados Unidos Gran Bretaña Estados Unidos Estados Unidos Gran Bretaña Francia Unión Soviética Estados Unidos
Unión Soviética
Agresor(es)
ÉXITO
Unión Soviética
Unión Soviética Unión Soviética
Gran Bretaña - Francia China Comunista
Estados Unidos (apoyo a los rebeldes)
FRACASO - PÉRDIDA DEL PEÓN
Gran Bretaña Italia Francia Gran Bretaña Alemania Francia Italia Gran Bretaña Alemania Francia Gran Bretaña Italia Gran Bretaña Alemania Francia Gran Bretaña Unión Soviética Unión Soviética Estados Unidos
(apoyo a los rebeldes) Estados Unidos Unión Soviétic:l
FRACASO - NO SE EVITÓ LA GUERRA
Gran Bretaña Francia Estados Unidos
Alemania
Corea del Norte (1950) China Comunista
Corea del Norte (apoyada por China y por la Unión Soviética
Estados Unidos
Población del peón como
porcentaje de la población del defensor
12 37 13
1.5 4 5
12 a
3
28 31 14 16 16 30 34
2 23 26 33
1.6
6
73 82 14
2
P./. B. del peón como porcentaje
del P.I. B. del defensor
a
4 1.7 a
3 3 2 a
1.5
1.8 2 7 8
17 14 16
a
11 12 11
a
1.0
25 29
a
3
" Menos del 1 por ciento h Probablernente no se debe considerar al caso polaco como un fracaso rotundo, dado que Hitler pudo haber contado con que Gran Bretaña y Francia combatirían y estaba preparado para hacer frente a las consecuencias . A . J. P. Taylor expone una n:rsión radical en torno al argumento que presupone que Hitler esperaba que Polonia y/o Gran Bretaña y Francia se rindieran (Taylor, 1961). Fuentes: Población Naciones ¡ ' nidas (Naciont's Unidas, 1949, pp. 98-105; N:lciones Unidas, 1962, pp. 126-~ 7). P.I.D.: :'\onon t;insburg (Ginshurg, 1962, p . \(,). Los datos de P.I.D. son aproximados y, en ocasiones, cálcu los someros.
de 1960, Khrushchev advirtió que la Unión Soviética ejercería represalias con misiles si los Estados Unidos atacaban a Cuba; no obstante, esto se calificó posteriormente de "mero simbolismo", y quedó indefinido e! contenido exacto de la represalia soviética. Ni e! Congreso ni el Presidente han declarado jamás las circunstancias exactas bajo las cuales nuestras garantías formales a Taiwán se aplicarían a las islas de mar adentro.
Sin embargo, en por lo menos seis casos, el agresor ha preferido ignorar un compromiso explícito y públicamente reconocido que exige que el defensor proteja al peón. Gran Bretaña, Francia e Italia estaban comprometidas con Austria mediante un tratado; Francia con Checoslovaquia en 1938 por tratado; Francia por tratado y Gran Bretaña por acuerdo ejecutivo con Checoslovaquia en 1939; Gran Bretaña por acuerdo ejecutivo con Rumania; Gran Bretaña y Francia por tratado con Polonia, y China por declaración pública con Corea de! Norte. En tres casos más, se registro por lo menos un compromiso ambiguo, por parte del" defensor", que podría haberse interpretado en forma más rigurosa. Mediante un tratado en 1906, Gran Bretaña, Francia e Italia juraron "cooperar para mantener la integridad de Etiopía"; Gran Bretaña e Italia convinieron en 1938 "preservar e! statu qua en el Mediterráneo" (incluida Albania) y, en la década de 1950, los funcionarios norteamericanos hicieron ciertas declaraciones acerca de "liberar" a los satélites que fueron trágicamente sobreestimados en Hungría. Entre la lista de fracasos, de hecho, sólo Guatemala y probablemente Corea de! Sur carecían de toda indicación verbal respecto a la voluntad de combatir por parte de sus "protectores" . (En estos casos, los defensores demostraron principalmente su interés mediante e! envío de armas a los peones antes del ataque.) El analista que en su análisis se limitara a los casos presentes se vería obligado a llegar a la conclusión de que una nación menor poseía el mismo grado de seguridad con o sin una garantía explícita. Al menos, dichas garantías existieron en menos casos de éxito (uno en seis) que fracaso (seis de once).
El cálculo de la disuasión 363
Cabe analizar asimismo la proposición que aduce que la disuasión no resulta creíble a menos que e! defensor posea una superioridad estratégica contundente; es decir, a menos que pueda infligir al agresor un daño mucho mayor que el que pudiera recibir a cambio. Es cierto que la disuasión éxitosa de un ataque se asocia frecuentemente con la superioridad estratégica; no obstante, la Unión Soviética detentaba cuando mucho igualdad estratégica con los Estados Unidos al suscitarse e! problema de Bahía de Cochinos. Pese a que Rusia poseía una clara superioridad por encima de Gran Bretaña y de Francia cuando amenazó, en 1956, con lanzar un ataque con cohetes contra estos países, resulta por demás evidente que carecía de una fuerza creíble de primer ataque para emplearla contra su aliado norteamericano.
Por otra parte, en al menos cinco casos en que el agresor no fue disuadido, es notorio que el defensor contaba definitivamente con la capacidad de vencer. en cualquier gran conflicto que hubiera podido desarrollarse (en los casos de Etiopía, Austria, Checoslovaquia en 1938, Albania y Corea del Sur); en dos casos más (Checoslovaquia en 1939 y Hungría), e! defensor poseía al menos una ventaja marginal. (El análisis post hoc de los documentos pertinentes, indica que con mayor frecuencia era e! agresor quien percibía dicha superioridad -y no el defensor -, y pese a todo acometía su empresa con la esperanza de que e! defensor no la empleara. Hitler reconoció fehacientemente la fortaleza de sus oponentes, y sin embargo desestimó su determinación de emplearla.)
Aún menos necesario resulta que el defensor cuente con la capacidad de ganar una guerra local limitada. De entre todos los casos de victoria, sólo en Egipto pudo e! defensor sostener en forma plausible la capacidad de luchar hasta provocar una retirada a nivel local. En las demás instancias, e! defensor no podía aspirar a lograr la igualdad sin un esfuerzo prolongado y sostenido, y la superioridad local parecía fuera de todo alcance. Por lo menos en dos fracasos, los defensores -quizá de manera individual
364 Disuasión nuclear y estrategia político-militar
y seguramente en coalición- gozaban de superioridad local (Etiopía y Austria), yen otros cuatro (Checoslovaquia en 1938, Albania, y los casos de Corea), los defensores mostraron una casi igualdad con sus presuntos antagonistas .
Ahora, si estos dos tipos de capacidades -locales y estratégicas- se analizan en conjunto, surge la probabilidad de que un defensor no presente una clara inferioridad en ambas, e incluso que aspire a refrenar al agresor. Pese a que la Unión Soviética no podía ni soñar en un enfrentamiento con los Estados Unidos en una guerra limitada en el Caribe, por lo menos en 1961 sus capacidades nucleares estratégicas parecían estar casi a la par con las norteamericanas. Asimismo, aunque Rusia era inferior a Gran Bretaña-Francia-Estados Unidos en el nivel estratégico, crecieron las probabilidades de que los soviéticos pudieran al menos equiparar sus esfuerzos en una guerra local por el territorio egipcio. La victoria precisa como mínimo de una igualdad aparente en uno u otro nivel (esto difícilmente puede sorprendernos); no obstante, al recordar que incluso la superioridad en ambos niveles se ha ascociado frecuentemente con el fracaso, extraemos algo de mayor significación. La superioridad, en cualquier nivel, no es una condición de éxito. La igualdad en un nivel como mínimo es una condición necesaria, pero de ninguna manera suficiente. Los factores puramente militares, típicos de la concepción tradicional, no revisten de credibilidad a las amenazas por sí solos.
Tampoco -como se ha sugerido en algunas ocasiones- el tipo de sistema político en cuestión ostenta gran importancia, aunque ciertamente marca alguna diferencia. Frecuentemente, se dice, un poder dictatorial puede amenazar de manera mucho más convincente que una democracia, dado que la dictadura puede controlar sus propios medios de comunicación y mostrar un frente aparentemente unido. Las democracias, por el contrario, no tienen la capacidad de suprimir fácilmente las voces de disensión que aclaman que el peón "no vale los huesos de un solo granadero" . Ahora bien, no se debe exagerar la importancia de este argumento -en cuatro de nuestros casos exitosos de di-
suasión participó una democracia que se defendía de una dictadura. Sin embargo, en todos estos casos, la democracia poseía superioridad estratégica, en tanto que las otras dos victorias, anotadas por una dictadura, se registraron en el mejor de los casos bajo condiciones de igualdad estratégica para el defensor. Además, en los once fracasos , con excepción de dos (Corea del Norte y Guatemala), el defensor fue un país demócrata. Por ende, el control que ejerce una potencia totalitaria sobre la expresión de opinión de sus ciudadanos pueden conferirle cierto grado de ventaja, cuando no una ventaja contundente - especialmente bajo condiciones tales en que la posición estratégica del defensor es relativamente débil .
INTERDEPENDENCIA Y CREDIBILIDAD
Una vez descartadas algunas de estas hipótesis, podemos proceder a examinar otro renglón de debate: la credibilidad de la disuasión depende de la interdependencia económica, política y militar entre peón y defensor. Siempre que existan vínculos visibles de cooperación militar, de integración política pasada o presente, o de comercio, será mucho más probable que el agresor ceda a las amenazas del defensor -o si no cede, cabrá el inminente riesgo de que entre en guerra con el defensor.
Cooperación militar
En cada caso de éxito, el defensor apoyó al peón con asistencia militar, traducida en armas y asesores. En uno de estos casos (Berlín), por supuesto, los defensores contaban con tropas estacionadas en el territorio del peón. El vínculo militar con Irán fue hasta cierto punto tenue, dado que Irán no recibió embarques de equipo militar norteamericano sino hasta que cedió la crisis de 1946. Sin embargo, en esa época se encontraba estacionada en ese país una misión militar norteamericana, y 30,000 soldados norteamericanos habían permanecido en suelo iraní hasta el fin de 1945 (Kirk, 1952, p. 150), Así, Norteamérica había ofrecido una señal tangible,
aunque modesta, de su interés por Irán. No obstante, sólo en cinco de los once fracasos se registraron embarques importantes de armamento al peón. Francia extendió cuantiosos créditos militares a Polonia, y Gran Bretaña margó un reducido crédito (veinte millones de dólares) a Rumania. Los norteamericanos y los chinos enviaron tanto armas como asesores a sus protegidos coreanos. Los soviéticos despacharon armamento ligero a Guatemala, pero ningún asesor, y no dieron tampoco la menor señal explícita de un intento de intervención en cualquier movimiento en contra del gobierno guatemalteco por parte de los Estados Unidos. Una misión militar francesa estuvo estacionada en Praga antes y durante el transcurso de las dos crisis checoslovacas, pero nunca se envió una cantidad importante de equipo f~ancés (en parte por la alta calidad de la industria checoslovaca de armamento). En ninguno de los demás fracasos se regisró ningún tipo de interdependencia militar tangible . Es posible que un nivel moderado de cooperación militar no siempre basta para lograr una disuasión eficaz, pero de hecho se trata de un factor eSencial.
Interdependencia política
He aquí una condición valiosa, si no esencial. Cuatro de los casos de disuasión exitosa incluyen alguna clase de vínculo político reciente o actual además de cualquier alianza actual. Las tropas occidentales se encontraban estacionadas en Berlín, y las tres potencias occidentales participaron en el gobierno de la ciudad mediante convenio internacional. Estados Unidos V la China Nacionalista habían sido aliados en' un conflicto bélico reciente. Turquía se había aliado con los Tres Grandes hacia el ocaso de la Segunda Guerra Mundial. Irán había experimentado la ocupación por parte de tropas británicas hasta principios de 1946, y de tropas norteamericanas hasta fines de 1945. Por lo que respecta a los fracasos, sólo cuatro de once peones tenían algún tipo de vínculo anterior significativo con un defensor. Gran Bretaña y Rumania fueron aliadas en la Primera Guerra Mundial , del mismo modo que lo fueron la l) .R.S:S. y
El cálculo de la disuasión 365
Guatemala en la Segunda Guerra Mundial. Obviamente, ninguno de estos lazos eran estrechos en absoluto. Los otros dos, sin embargo, estaban marcados por vínculos casi férreos . Las fuerzas de los Estados Unidos ocuparon Corea después de la Segunda Guerra Mundial, y el gobierno de la República de Corea se convirtió en protegido norteamericano. La China comunista poseía estrechos vínculos partidarios e ideológicos con el régimen de Corea del Norte; además, cabe recordar que unas cuantas décadas antes, Corea había estado sujeta a la soberanía china.
Interdependencia económica
Procederemos con base en una medida aproximada, pero a la vez sencilla y objetiva, de interdependencia económica. En 1954, todos los países del mundo, que no fueran los Estados Unidos, importaban un total de sesenta y cinco mil millones de dólares en mercancías, 16 por ciento de los cuales procedían de los Estados Unidos. Sin embargo un 35 por ciento del total de las importaciones de Corea del Sur correspondía a productos norteamericanos -cifra muy superior al promedio mundial. He aquí la medida que nos guiará: ¿el peón importa del defensor en proporciones muy superiores al promedio o, viceversa, el defensor importa del peón en proporciones muy superiores al promedio? Repito, se trata de una medida aproximada. No nos señala, por ejemplo, si el defensor depende del peón en cuanto al suministro de una materia prima vital. Sin embargo, existen pocas áreas de importancia económica crucial en este sentido -casi contadas las mercancías se pueden obtener de más de un país, aunque no siempre al mismo precio-; además, la atención a vínculos comerciales globales nos da una medida general del estado económico de un país en otro. En ninguno de los casos donde esta prueba no demuestra interdependencia económica general hay pruebas de que el defensor dependiera enormemente del peón en cuanto al suministro de un producto en particular.
En cinco de seis casos de disuasión exitosa, el peón recibía un índice desmesuradamente elevado de sus importaciones de parte del defensor, ()
366 Disuasión nuclear y estrategia político-militar
viceversa. En el caso restante, la economía iraní se encontraba férreamente vinculada con la británica, cuando no con la norteamericana, pero sólo en tres de los once fracasos se registró interdependencia entre peón y defensor. Austria sostenía nexos comerciales superiores al promedio con Italia, pero no con Francia y Gran Bretaña, que eran las otras dos partes comprometidas -por tratado- en la preservación de su integridad. También los dos regímenes coreanos presentaban elevados índices de intercambio comercial con sus defensores. La interdependencia económica puede resultar virtualmente esencial para la disuasión exitosa.
INTENCIONES ADIVINATORIAS
También, podemos examinar brevemente el tema desde la perspectiva del agresor. Si la amenaza planteada por el defensor no es confrontada por un desafío, es posible que jamás se sepa si en realidad expresa la intención de combatir, o si sólo se trata de un alarde. Es probable que ni siquiera el propio defensor lo sepa hasta que se suscitan las circunstancias reales. No obstante, podemos analizar los once casos en que la disuasión no tuvo la credibilidad necesaria para evitar el ataque. Anteriormente, preguntamos cuál era el elemento que establecía la diferencia entre los casos en que el agresor ejerció presión y aquéllos en que optó por refrenar sus ambiciones. Ahora, ¿ qué es lo que distingue aquellos casos en que el defensor realmente entró en guerra de aquéllos en que no lo hizo?
Las "dimensiones''', tampoco en este caso -y como se indicó previamente- son un factor crucial. Polonia, país por el cual Gran Bretaña y Francia incursionaron en la acción bélica, representaba una pre"sea altamente codiciable; sin embargo, ni Corea dd Norte ni Corea del Sur representaban una proporción importante de la población o del P.LB. de su defensor. De los ocho casos enlos que se desenmascaró con éxito al defensor fanfarrón, cuatro de los peones (Etiopí;l, Checoslovaquia en ambas ocasiones y
Rumania) representaban más del 20 por ciento de la población del defensor, y cuatro (Austria, Checoslovaquia en ambas ocasiones y Rumania) más del 5 por ciento de su P.LB. En proporción, los peones "codiciables" eran objeto con mayor frecuencia de "alardes" que de intenciones serias. Tampoco hay necesariamente un compromiso explícito en aquellos casos que desembocan en conflicto bélico. Este tipo de compromiso existía en lo que respecta a Polonia Corea del Norte; Corea del Sur, por su parte, constituye una obvia excepción. Además, había un compromiso explicíto en la mitad de los "alardes" (Austria, Checoslvaquia en ambas ocasiones, y Rumania) y, por lo que respecta a otros tres casos (Etiopía, Albania y Hungría), había un compromiso incierto y dudoso.
En ninguno de los casos parece ha ter ejercido un efecto contundente el estado de la balanza militar. En cuatro "alardes" por lo menos (Etiopía, Austria, Checoslovaquia en 1938 y Albania),los defensores detentaban una marcada superioridad global y, en otros dos (Checoslovaquia en 1939 y Hungría) poseían por lo menos una superioridad marginal. Gran Bretaña y Francia, pese a su desfavorable posición militar, combatieron por Polonia en 1939. A pesar de las peroratas "envalentonadas" de los chinos, quizá realmente se habrían hecho pocas ilusiones en cuanto a su posición de haber contrarrestado los Estados Unidos su incursión en Corea del Norte con todo su poderío convencional y nuclear. En ninguno de los casos combatió un defensor, contó éste con la capacidad de lograr una victoria local rápida y relativamente desahogada . Sin embargo, en los dos casos en que el defensor probablemente contaba con la capacidad necesaria para hacerlo (Etopía y Austria), éste no la empleó. Tampoco parece importar mucho el sistema político del defensor. Los chinos combatieron en aras de defender a Corea del Norte, pero las dictaduras no hicieron nada por proteger a Austria y a Guatemala.
No obstante, los lazos de interdependencia -económica, política y militar- cobran especial importancia. En cada uno de los casos en
que el defensor incursionó en la guerra, él ya había provisto anteriormente de armas y de asesores militares al peón. Sólo cuatro de los ocho "alardes" estuvieron marcados por cualquiera de estas actividades, y ninguno por un grado considerable de ambas. Las dos Coreas tenían notables vínculos políticos previos con sus eventuales defensores, pero sólo dos de los casos de "alarde", (Rumania y Guatemala) estuvieron revestidos de algún vestigio de alianzas previas. También los dos estados coreanos poseían estrechos nexos económicos con sus defensores, pero de los siete casos de "alarde", sólo Italia-Austria tenía un vínculo de fuerza similar. Nuevamente, es la naturaleza de la relación defensor-peón-y no los atributos de cada parte por separadola que se erige en principal reveladora del acontecimiento.
Debemos tener absoluta claridad en cuanto a la naturaleza de estos vínculos. Por supuesto, nadie -salvo el marxista más empedernidoaseguraría que los Estados Unidos ingresaron a la Guerra de Corea con el fin de proteger sus inversiones e intereses económicos. Los Estados Unidos entraron en guerra con el fin de proteger a un estado con el que habían logrado una gran identificación. Su compromiso económico
. con Corea era relativamente fuerte, y su prestigio como gobierno corría el grave riesgo de quedar en entredicho. Los Estados Unidos habían ocupado el terrirorio y restablecido el orden luego del desplome japonés; habían inst:dado y apoyado un gobierno casi democrático; además, habían entrenado, organizado y equipado al ejército. El hecho de no defender a este país ante un ataque manifiesto habría mermado peligrosamente el prestigio norteamericano, además . de la confianza que otros gobiernos cifraban en el apoyo de los Estados Unidos. El gobierno norteamericano, pese a no haber realizado promesa alguna de defender a Corea (incluso había declar;Jdo que no la defendería en una conflagración general Este· Oeste), no pudo desligarse de la suerte que correría la península coreana. Es decir, pese a la ausencia de promesas norteamericanas, la "presencia" norteamericana de hecho garantizó su protección.
El cálculo de la disuasión 367
REVESTIR DE CREDIBILIDAD A LA DISUASiÓN .
Ahora se torna aparente la razón por la cual la disuasión no depende de ninguna manera de la simple declaración pública de una "solemne promesa", ni únicamente de los medios físicos pafa librar una guerra, sea limitada o general. La decisión de un defensor en cuanto a proseguir con una política "firme" que comporte el riesgo de guerra dependerá de los cálculos que realice en cuanto al valor y a la probabilidad de diversos resultados. Si ha de aplicar mano firme, las perspectivas de ganancia con una pol1tica firme exitosa deben ser mucho mayores, al sopesar la probabilidad de éxito y ya descontados los costos y probabilidades de guerra, que las pérdidas que implicaría una retirada. El agresor, por su parte, determinará si ha de emprender su ataque en gran medida con base en su propia estimación de los cálculos del defensor. Si considera que existe un elevado índlce de probabilidades de que el defensor combata, sólo atacará si las perspectivas de beneficios al hacerlo parecen enormes.
Los medios físicos de combate disponibles para ambos bandos distan mucho de ser irrelevantes, puesto que de ellos dependerán las posiciones de cada bando en caso de que estalle la guerra. El compromisodeurt defensor carecerá de credibilidad ' si su situaCión militar es marcadamente inferior a la de su enemigo. Sin embargo, ni ia superlorida.dpteclara le ofrecerá garantía alguna de qUe' su opoIlente se refrenará si al parecer'el defenso'r:t~~he rela,tivamente poco que perder con un ' ~ ap~ciguamieI1tO" . En la época de)a crisis a.usiriaÚ, Nevil,k ChamberlaiQ estaba convendd{j)nó)~olQ pe qti~ el apaciguarrÚento contab~ , c911; '1lt;;¡spf<?b,abilidades de éxito, sino también, 'd<;;gll,e de registrarse un posible fracaso las perspecJj"as de pérdidas no serían avasalladoras. D~ . .rronera particular, no considerólos efectos que e1.apaciguamiento tendría
. en las demás promesas emitidas por Gran Breraña en cuanto a defender a naciones menores . Hacia el otoño de 1939, sin embargo, se tornó
368 Disuasión nuclear y estrategia político-militar
evidente que un mayor apaciguamiento sólo alentaría a Hitler a seguir haciendo caso omiso de las amenazas británicas de ingresar en el combate, algo provocado por la inacción británica en el caso de Austria. . Bajo tales circunstancias, el éxito de la ame
naza planteada por el defensor depende enormemente de los nexos tangibles e intangibles que priven entre él y el peón. Si otros factores presentan una posición de igualdad, el agresor considerará mayor el riesgo de una respuesta militar por parte del defensor, entre más nutrida sea la cantidad de vínculos militares, políticos y económicos que existan entre peón y defensor. Son escasas las probabilidades de que un agresor mida estos nexos -por ejemplo lazos comerciales- del mismo modo en que los hemos bosquejado aquí, pero también resulta altamente improbable que sea insensible a su existencia.
En efecto, el fortalecimiento de estos nexos representa una estrategia para elevar la credibilidad de la disuasión, pues aumenta la pérdida que uno sufriría a! no cumplir una promesa. Esto ilustra la razón por la cual la promesa norteamericana de defender la Europa Occidental -incluso con armamento nuclear de ser necesario- resulta tan creíble pese a la ausencia de una abrumadora superioridad estratégica por parte de los Estados Unidos. Por su puesto, la Europa Occidental tiene una importancia extrema por su población numerosa y técnicamente entrenada, así como por su capacidad industria!. Pero es especialmente importante para los Estados Unidos, por el alto grado de integración política y militar que se ha alcanzado en la zona del Atlántico Norte . . ..
La interdependencia, por supuesto, no ofrece la menor garantía de que·la amenaza de un defensor tendrá credibilidad. Se han dado algunos casos en los que el agresor prefirió ignorar una amenaza, a pesar de existir una interáependencia relativamente estrecha. No obstante, si uno realmente desea proteger una zona, es muy difícil revestir tal intención de credibilidad si no hay nexos de alguna índole entre defensor y peón. Si los Estados Unidos desean proteger a un país, será prudente que" demuestren", e incluso
que incrementen, su interés en la independencia de dicho país .. .
Los índices particulares de integración económica, militar y política que aquí se emplean, revisten menor importancia como elementos aislados que como indicadores de un tipo más amplio de integración política y cultural, de aquello a lo que K. W. Deutsch denomina simpatía y lealtad recíprocas, "sentimiento mutuo", confianza y consideración de una para otro (Deutsch, 1954, pp. 33-64). Tales nexos de identificación mutua impulsan -y a su vez son alentados porel establecimiento de vínculos de comunicación y de atención. La atención mutua en los medios de comunicación masiva, el intercambio de personas (inmigrantes, turistas, estudiantes, etc.) y las actividades comerciales, todos estos factores, aportan su contribución. En algunas de estas áreas el contacto mutuo -por ejemplo el intercambio de personas- tiende a promover contactos de otros tipos, y suele propiciar simpatías recíprocas y preocupación por el bienestar del otro. Dicho proceso no funciona de manera infalible, pero sí funciona con frecuencia. Además, estas simpatías mutuas suelen ser esenciales para el crecimiento de un elevado nivel de intercambio comercial, especialmente entre naciones económicamente desarrolladas, más que entre naciones que guardan una relación esencialmente colonial entre sí.
Además de la pérdida de prestigio y de bienes tangibles, existe otro medio por el cual un defensor puede perder si no cumple con su promesa. Los neoyorquinos, por ejemplo, sacrificarían su amor propio si no defendieran a los californianos de un ataque externo; algo de ese mismo sentimiento se aplica, aunque en menor grado, en lo que respecta a la actitud de los neoyorquinos hacia los británicos. Pese a su esencia difusa e intangible, este tipo de relación no deja por ello de ser contundentemente real, y en ocasiones el conocimiento de la misma refrena al agresor.
Dentro de un proceso de refuerzo mutuo, la comunicación y la atención producen -y a su vez son producidas por- una integración política y cultural. El apéndi(:e de este documento demuestra el grado en que se encuentran corre-
lacio nadas las interdependencias económica, militar y política. Todo esto suscita la sempiterna pregunta: ¿qué fue primero, el huevo o la gallina? En tal situación de "retroalimentación", no existe respuesta sencilla; en ocasiones el comercio sigue a la bandera; en otras, la bandera sigue al comercio ... (Russett, 1963, capítulo 4). Sin embargo, y hasta cierto punto, existe cierta independencia, por lo que la correlación dista mucho de ser perfecta. A partir de los datos disponibles, uno no puede identificar un 60-lo factor que sea esencial para la disuasión. No obstante, a medida que crece la presencia de estos faclores, se reafirma aún más la interdependencia mutua, agravándose así los riesgos que corre el agresor si insiste en presionar.
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370 Disuasión nuclear y estrategia político-militar
APÉNDICES Presencia o ausencia de d iversos facto res que supuestamente hacen crerbles las amenazas de l disuasor
EL AGRESOR SE ABSTIENE EL AGRESOR PRESIONA
El defensor El defensor no combate combate
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Peón 20% + de la x x x x x población del defensor
Peón 5% + del P.I.B. del x x x x x defensor
Compromiso formal previo x x x x x x x a la crisis
Defensor posee superioridad x x x x x x x x x estratégica
Defensor posee superioridad x x local
Defensor es una dictadura x x x x Cooperación militar x x x x x x x x x x x x x
peón defensor Interdependencia política x x x x x x x x
peón defensor Interdependencia económica x x x x x x x peón defensor
Clave: x Factor presente ? Ambiguo o dudoso • Factor presente para un defensor
42. La brecha que separa a la teoría de la disuasión, de la política de la disuasión
ALEXANDER L. GEORGE y RICHARD SMOKE
En gran proporción, la Parte Uno del presente estudio gira alrededor del tema de que la teoría contemporánea, deductivista y abstracta de la disuasión es inadecuada para la aplicación política, pese a haberse ofrecido en una forma normativa y prescriptiva. Los once casos que hemos examinado señalan el tipo de complejidades que surgen cuando los Estados Unidos realizan verdaderos intentos de disuasión; complejidades que, en muchos aspectos, no son abordados por la teoría abstracta de la disuasión.
Indudablemente, los teóricos de la disuasión siempre han reconocido que: como cualquier otra teoría, la suya -también- simplifica la realidad. Sin embargo, esto no basta para detenerse en tal advertencia. Además, hay la obligación -reconocida por la mayoría de teóricos de la disuasión- de ir más allá e identificar los aspectos del fenómeno de la disuasión, en ámbitos de la vida real, que pueden ser decisivos en los
Reimpreso a partir de Deterrence in American Foreign Policy. Alexander L. George y Richard Smoke (Nueva York, Columbia University Press, 1974), pp. 503-508, Reimpreso con autorización del editor. Notas al calce, suprimidas .
resultados y que no se incluyen en las premisas simplificadoras de tal teoría, en su presente forma. Esta difícil labor, una de las más necesarias desde que la teoría de la disuasión ha ofrecido pautas a seguir en la creación de política a exterior, no se ha realizado en forma satisfactoria. Al mismo tiempo, debe reconocerse que las prudentes y exitosas aplicaciones de la estrategia de disuasión a las situaciones de la vida real son altamente problemáticas sin una clara y precisa comprensión de aquellas complejidades que la teoría simplifica o pasa por alto.
No es sorprendente, así, que las suposiciones simplificadoras de la teoría prescriptiva de la disuasión hayan restringido gravemente la pertinencia y utilidad de ésta, en la creación de política exterior. La incapacidad de los teóricos de la disuasión para realizar un adecuado análisis de la brecha que hay entre las suposiciones de su teoría y las complejidades de la conducta de disuasión en la vida real, necesariamente ha dejado esa importante labor en manos de quienes elaboran la política. Abandonados a sus propios recursos, los norteamericanos que trazan la política han llenado esta brecha lo mejor que pudieron, muy a su manera; y a menudo,
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372 Disuasión nuclear y estrategia político-militar
los resultados han sido desafortunados. Por otra parte, la estrategia de disuasión, según la aplican quienes hacen la política, ofrece únicamente un laxo parecido con la original, abstracta y sólo desarrollada en parte teoría de la disuasión. De aquí que ni los éxitos ni las fallas de la estrategia de disuasión en la política exterior norteamericana puedan atribuirse a la influencia de la teoría formal de la disuasión, que ha carecido del nivel de detalle requerido por una teoría de política pertinente y que, por tal razón, haya logrado sólo una modesta influencia.
Como teoría prescriptiva, la de la disuasión permanece incompleta e insatisfactoria. Cada vez se ha hecho más obvio que las afirmaciones iniciales de esta teoría únicamente bosquejan un punto de partida, y que el desarrollo y ei refinamiento necesarios brillan por su ausencia. Resulta instructivo reflexionar más acerca de esta experiencia y lo que ella implica en relación con los propósitos de desarrollar una teoría para los diferentes aspectos de la política internacional. ..
Permítase nos recordar brevemente siete hipótesis simplificadoras de la teoría de la disuasión .. .
Hipótesis 1: Cada lado de la situación de disuasión constituye un actor unitario y propositivo. (Este supuesto pasa por alto el hecho de que la conducta política de los gobiernos se ve afectada por la dinámica de la conducta organizacional y por la política gubernamental interna.)
Hipótesis 2: La teoría general de la disuasión puede resultar útil para quienes hacen la política, incluso aunque no defina el campo de acción o pertinencia de la estrategia de disuasión como un instrumento de política eAterior.
Hipótesis 3: La teoría general de la disuasión puede resultar útil para quienes hacen la política, incluso aunque no defina el campo de acción o pertinencia de la estrategia de disuasión como un instrumento de política exterior.
Hipótesis 4: La mayor amenaza para los intereses de la potencia que asume su propia defensa reside en la capacidad de sus oponentes para lanzar ataques militares.
Hipótesis 5: Los compromisos de la disuasión son siempre un mero asunto de "esto o
aquello"; por ejemplo, la potencia que asume su propia defensa se compromete o no se compromete; y si lo hace, entonces el compromiso es firme, inequívoco, absoluto y de duración indefinida.
Hipótesis 6: La potencia que disuade puede apoyarse en amenazas para persuadir al oponente de que no altere el status qua.
Hipótesis 7: La labor crítica y problemática en sí de la estrategia de disuasión estriba en lograr credibilidad respecto al compromiso.
Las hipótesis de la teoría prescriptiva de la disuasión han tenido que ser, muy a menudo, desechadas o modificadas, al diagnosticarse situaciones específicas, por parte de aquellos que hacen la política. Unos cuantos ejemplos serán suficientes para indicarnos la escasa o engañosa calidad de la teoría formal de la disuasión para hacer los diagnósticos de situación necesarios en la elaboración de la política. En contra de la hi pótesis 2 de la lista, en la Parte Dos advertimos sobre la dificultad crónica que los políticos norteamericanos experimentaron al tratar de calcular en qué forma el oponente medía los riesgos de sus propias opciones. En los tres casos de Berlín, en la Guerra de Corea y en la crisis cubana de misiles, los norteamericanos que trazan la política quedaron sorprendidos por la acción emprendida por el oponente. En cada caso, los funcionarios de los Estados Unidos habían pensado que el oponente no actuaría como lo hizo, ya que hacerlo implicaba graves riesgos. De hecho, razones para creer que en cada uno de estos casos el oponente observó su propia iniciativa como una estrategia de escaso riesgo, y con la cual creía poder controlar y evitar riesgos no deseados, de mayor magnitud. Es evidente que para realizar los diagnósticos que evalúen las situaciones, quien elabora la política no puede trabajar sobre la hipótesis de que todos los actores operan con el mismo tipo de "racionalidad". Más bien, quien hace la política nec,esita modelos teóricos que determinen mejor la forma en que determinados oponentes se comportan en situaciones de conflicto,
Respecto a la hipótesis 3, nuestros estudios de casos sugieren, por lo contrario, que el campo de acción y la pertinencia de la estrategia de
La brecha que separa a la teoría de la disuasión 373
disuasión en la política exterior deben definirse estricta y cuidadosamente. Nuestras historias de casos de la Doctrina Eisenhower para el Oriente Medio y la intervención de China Comunista en Corea ilustran los riesgos de la confianza excesiva por parte de los Estados Unidos en la estrategia de disuasÍón. El compromiso de refrenamiento bélico representado por la Doctrina Eisenhower incrementó -de modo paradójico- la inestabilidad política interna en algunos países de Oriente Medio a los cuales estaba destinada a ayudar. Nuestro estudio sobre la intervención China en Corea destaca el hecho de que la estrategia de disuasión no puede ser substituto confiable de una política exterior sensata, ni puede emplearse, como lo hicieron Truman y Acheson en ese caso, para evitar las consecuencias de un .error de política exterior peligrosamente provocativo. Sólo el oportuno abandono de aquella política que trataba de unificar a Corea por medio de la fuerza pudo haber reducido -de modo confiable- el peligro de la guerra con China Comunista, al cambia.r o reducir substancialmente las motivaciones de ésta para intervenir.
A mayor-abundamiento, la política norteamericana de contención durante la Guerra Fría sufrió gravemente de una falla para definir los límites del campo de acción y la pertinencia de la estrategia de disuasión. Aunque, lógicamente, la contención requería en algún grado del empleo de la estrategia de disuasión, la necesidad de un uso selectivo y analítico del refrenamiento para apoyar la contención dio lugar a un rígido intento de excluir pérdidas de cualquier territorio, incluso de las islas mar afuera, que se hallan a corta distancia de la China continental. La deformación de la contención condujo a una proliferación de compromisos por parte de EE.UU. respecto a la disuasión, a través de todo el mundo. Y, según había de quejarse George Kennan, llevó también a una "militarización" de la propia contención. Como señalamos en nuestro relato de la crisis del Estrecho de Taiwan [o Formosa], de 1954 a 1955, el esfuerzo realizado por los norteamericanos para extender la contención desde Europa hasta Asia, convocó serios y nuevos riesgos, a causa
de la diferente estructura de la s~tuación, . que resultaba peligrosamente huidiza y.no claramente definida, como lo estaba Europa, en cuanto a una aplicación clásica y defensiva de la estrategia de disuasión. Como la guerra civil China permanecía sin solución, el esfuerzo de los norteamericanos por emplear la estrategia de disuasión en favor del régimen nacionalista en Taiwan dio como resultado una confusión entre contención y "liberación", incrementándose así las tensiones, y llamando a la crisis.
Finalmente, según lo destaca nuestro relato de la crisis cubana de misiles, los riesgos y las consecuencias adversas de tan desmedida confianza, por ambas partes, en la estrategia de disuasión y el poderío estratégico durante la Guerra Fría, para lograr una amplia gama de objetivos de política exterior, contribuyeron a generar la más peligrosa confrontación de las dos superpotencias nucleares.
En contraste con la hipótesis 5, respecto a la característica de "esto o aquello" de los compromisos, nuestros estudios de casos indican que quienes estructuran la política necesitan de una comprensión más profunda de la naturaleza de los compromisos para poder expf<rsar los suyos propios con mayor eficacia y ofrecer un mejor diagnóstico de aquellos que otros actores sellan por su parte . ..
Por lo que toca a la hipótesis 6, que trata sobre la función central de las amenazas en la estrategia de disuasión, sostenemos -por el contrario- que quien traza la política quedaría mejor servido, en cuanto a la conducción de la política exterior, por una teoría de influencia más amplia. Habrá de tomaren cuenta una variedad de medios políticos para reducir, reencauzar, adaptar, disuadir o frustar aquellos desafíos a diferentes clases de intereses, y no sólo las amenazas de disuasión. La necesidad de sancionar mediante amenazas no puede ser juzgada adecuadamente por quien hace la política basándose para ello en una teoría prescriptiva que se limita a indicar 4ué amenazas habrán, probablemente, de requerirse para disuadir la intrusión en los intereses de uno. Un creador de políticas que diagnostica situaciones conflictivas sólo desde el ángulo de cómo hacer un uso
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más efectivo de las amenazas descubrirá que éstas a menudo son irrelevantes o disfuncionales. Esta inoperancia de las amenazas de disuasión se hizo evidente en las crisis de Oriente Medio, en 1957-1958. Algunas de las consecuencias nocivas de tales amenazas surgen en la crisis de Berlín de 1961; luego de que ésta concluyó, el presidente Kennedy se preguntaba si alguna de las iniciativas que él había emprendido para comunicar resolución no habían -de pasoagravado la crisis al forzar a Khrushchev a emprender acciones similares.
Además, en ciertas situaciones, las amenazas pueden resultar provocativas. Aquéllas lanzadas por los Estados Unidos y sus aliados, en 1941, para disuadir a Japón de intentar más instrusiones en contra de los países asiáticos resultaron -todas- demasiado p'otentes y creíbles para los líderes japoneses. Estos decidieron que no les quedaba más opción que la de recurrir a una estrategia aún más ambiciosa, y atacar a los Estados Unidos. Pero el hecho de que las amenazas de disuasión en contra de un oponente altamente motivado sean en ocasiones ineficaces, o puedan presentar efecto de rebote, nos impide llegar a la conclusión de que resultarán más efectivas si se dirigen a un oponente cauto que se limite a opciones de escaso riesgo o de riesgo controlado. En el caso de Quemoy yen la crisis de misiles de Cuba, las amenazas no disuadieron las estrategias controladas de bajo riesgo con las que los oponentes estaban comprometidos.
Quien estructura la política e invariablemente se apoya en amenazas para disuadir la intromi-
sión ajena en contra de sus intereses probablemente, en algunas situaciones, pague un alto precio por éxitos temporales de refrenamiento, los cuales en realidad no qabrán de eliminar las fuentes del conflicto. Nosotros llamamos la atención sobre este punto en nuestros relatos de las crisis del Estrecho de Taiwan y de Quemoy, de 1954-1955 y 1958. Un triunfo disuasivo de esta especie, reditúa tiempo a los esfuerzos por reestructurar la situación, una vez que la crisis cede, a fin de diluir su potencial de conflicto. El no saber utilizar un éxito temporal de disuasión para alterar la situación invita a una repetición de la crisis en el futuro, tal vez bajo nuevas circunstancias, en que el recurso de la estrategia de disuasión puede, incluso, resultar más costoso e ineficaz.
Así, desde una perspectiva más amplia en torno a las relaciones internacionales, las crisis controladas del tipo de las que ocurrieron en los casos de Berlín y del Estrecho de Taiwan a menudo tienen una función catalítica para producir cambios indispensables si se desea evitar -a la larga- una guerra. Aunque la disuasión puede ser necesaria para eludir los peligros del "apaciguamiento" bajo presión, en tales crisis un éxito de disuasión creará peligros de otro tipo, si es que anima a la potencia que está realizando su propia defensa a pasar por alto otros acercamientos políticos (en el siguiente periodo, ya fuera de la crisis) para dar con soluciones más viables y mutuamente aceptables en el conflicto de intereses.