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V Pregón de JuventudPontificia, Real y Venerable Hermandad y Cofradía de

Nuestro Padre Jesús Caído y Nuestra Señora del Mayor Dolor en su Soledad

Manuel Santos Gómez

CUARESMA 201823 de febrero de 2018 - Convento de San José

Al Grupo Joven de la Hermandad de Jesús Caído, especialmente a los que se fijaron en mí y me regalan su amistad.

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V PREGÓN DE JUVENTUD CUARESMA 2018

hermanos recen las catorce estaciones del Vía Crucis, camino doloroso que Álvaro de Córdo-ba introdujo en Occidente en esta bendita ciudad. Apenas menos de un mes para la Semana de Dios, para nuestra Semana Santa. Treinta días para que el azahar y el incienso perfumen la metamorfosis que año tras año Córdoba manifiesta antes de vestirse de una nueva primavera. Aromas que, embriagando nuestros sentidos, inundarán la milenaria ciudad, haciendo que despierte ese rincón de la memoria tejido de fe y de sueños desde nuestra más tierna infancia, para darnos la certeza de que la primavera, resurrección de la vida, toca un año más a nuestras puertas.

Treinta días, solo eso.Solo eso nos separade la revirá precisa

en el sitio predilecto.

Del sueño que soñamosy a la vez nos quita el sueño.

De la trasera de ese palioen el lugar del recuerdo.

Quizá otra gente, otra marcha,otro momento;

pero ha quedado en la memoriaaunque por ella pase el tiempo.

Treinta días, solo esopara el danzar de las bambalinas

sobre los varales enhiestos.Para la explosión de los claveles,

rosas y lirios abiertos,ofreciendo sus perfumes

al Señor, que va muriendo.

Treinta días, un momentopara el brillo de las canastillas

de los pasos de misterio.Para el discurrir de los cortejos

penitentes, nazarenos:túnicas, capas y colas,

blanco, morado y negro,áspero cinturón de esparto,

tiniebla, ruán, silencio.

Tan solo treinta días. Apenas cuatro semanas nos alejan del momento en el que Jesús Caído abandone por unas horas el convento de San Cayetano para que sus

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V PREGÓN DE JUVENTUDCUARESMA 2018

Treinta días, solo esopara que tomen nuestras calles

cuadrillas de costaleros,monaguillos repeinados,engominados cabellos,dalmáticas, cornetas,

marchas, tambor, saeterosque cantan a nuestros cristos

sus Padres Nuestros flamencos.

Treinta lunas, solo esopara que pétalos de mil flores

caigan desde los cielos,acariciando los mantosbordados de terciopelo,para morir finalmente

tapizando nuestros suelos.

Treinta días, solo esopara que nuestras benditas imágenes

salgan desde sus templos,para enseñar a rezar al que nunca

las visita en ellos.

Comienza a sonar la saetilla de “Saeta Cordobesa”.

Treinta días de emociones,treinta días de recuerdos,treinta días quedan solo

para pasear al Dios Eterno,que se hizo carne humana

y nos redimió en un madero.Para entronizar a nuestra Madre

en sus palios, sus joyeros,cincuenta cuentas su rosario,

y seda fina su pañuelo.

Treinta días, solo esopara que la Catedral contemple

la fe de nuestro pueblo.Para que todas las hermandades

formen un único cuerpo,que con diferentes caminoscoincidan en el epicentro.

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Corazón emocionado,oraciones, salves y credos,Treinta días quedan solo,para lo efímero y lo bello.

¡Córdoba, despierta, niña!¡Levántate de tu sueño!,

¡Que estamos ya en la Cuaresma!,¡Atenta, llega tu tiempo!

En apenas cuatro semanasserás vivo Evangelio

¡Cuando la pasión alcancesA tener entre tus dedos!

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Con la venia de la Virgen del Carmen, divina priora, flor y hermosura del Carmelo, a cuya protección maternal me acojo esta noche.

Comunidad de Padres Carmelitas Descalzos de este Convento de San José.Hermano Mayor y Junta de Gobierno de la Pontificia, Real, Venerable e Ilustre Hermandad y Cofradía de Nuestro Padre Jesús Caído y Nuestra Señora del Mayor Dolor en su Soledad. Grupo Joven de esta querida hermandad.

Junta de Gobierno y Grupo Joven de la Real, Muy Ilustre, Antigua, Centenaria y Venerable Archicofradía de Nuestra Señora del Carmen Coronada, Milagroso Niño Jesús de Praga y Santa Teresa de Jesús.

Hermano Mayor de la Ilustre y Venerable Hermandad y Cofradía de Nazarenos de Nuestro Padre Jesús de las Penas y María Santísima de la Esperanza.

Jóvenes cofrades de esta ciudad de Córdoba que habéis querido estar aquí hoy, somos el pre-sente y futuro de esta hermosa manera de vivir la fe en Cristo y su Madre que son las herman-dades y cofradías. Especialmente, muchas gracias a mi familia de la Juventud de la Esperanza, gracias por vuestras muestras de cariño y apoyo constantes. Gracias por ser auténticos hijos de la Esperanza.

Cofrades, familiares y amigos. Gracias a todos por haber querido acompañarme esta tarde. Que Dios os lo pague a todos.

Especialmente gracias a ti, Fernando, por esas palabras inmerecidas para describirme. Sabes tan bien como yo que podría ser este tu sitio para hablar de tu amor hacia el Caído y la Sole-dad, y que lo harías mucho mejor que este indigno pregonero. Muchas gracias por tu amistad. Y recuerda, “A tiempos recios, amigos fuertes de Dios”.

Grupo Joven de esta querida hermandad, gracias a vosotros por encargarme tan alta tarea. Gracias por haberme dejado hacer mi particular ofrenda a las imágenes a las que rezáis todos los días. Gracias por haberme permitido aprender a querer a Jesús Caído y a su Madre de la Soledad a través de vuestras palabras y vuestro corazón.

Pregonar es publicar en voz alta un hecho para que sea conocido por todos. Y vosotros, jóve-nes del Caído, me encargáis a mí que anuncie hoy a toda Córdoba como Dios cae por amor. ¡Ahí es nada! Me habéis dejado hacer mi particular ofrenda a las imágenes a las que rezáis to-dos los días. Me habéis permitido aprender a querer a Jesús Caído y a su Madre de la Soledad a través de vuestras palabras y vuestro corazón.

Me encargasteis que narrara como el Señor sale de nuevo cada tarde de Jueves Santo buscan-do aquellos corazones caídos y levantando a tanta gente con la fuerza de su mirada. Como la Madre de la Soledad llora sin consuelo la mayor de las injusticias. Me pedisteis que hiciera pregón una parte de la historia de Córdoba que se hace cofradía cada Jueves Santo, que pro-clamase que los rezos que un día el barrio de Santa Marina y el antiguo Matadero comenza-ron a dirigir a vuestra benditas imágenes, más de 250 años después siguen vivos en los ojos

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cansados del Caído, entre los capirotes enlutados del cortejo de San Cayetano. Y me lo pe-disteis a mí, que nunca he tenido el honor de portar sobre mi pecho el corazón traspasado de vuestra medalla. A mí, que busca en el dulce llanto de una Virgen niña la protección maternal que vosotros encontráis en los profundos ojos de la Señora de la Soledad. Y el pregonero solo puede pediros hoy lo que tantas veces habréis hecho en la intimidad de vuestras oraciones, en vuestras visitas privadas en la capilla del convento. “No os pido más que lo miréis”.

Me pidieron, Señor, que pregonaratu caída bajo el peso del madero,

tu grandeza, aun humillado, Nazareno,tu flaqueza y tu sangre derramada.

Me pidieron, Señor, que te cantara,que reflejara con poesía los tormentosde tu Madre Soledad, de sus lamentos

su corazón traspasado, mil espadas.

Me pidieron, Señor, que yo contarala gloria del jueves más esperado,

Jueves de fe, Sagrarios velados,tarde de luz que torna en Madrugada.

Me pidieron, Señor, que recrearatu valiente perfil, faz imponente

que dibuja en el rostro de tu gentela tristeza y el dolor en sus miradas.

Me pediste Señor, siendo de verdeque sintiera una vez púrpura y negro,

que escribiese tu pregón, la voz del puebloque te reza aún camino de la muerte.

Me pidieron, Señor, y no he cumplidoel encargo de mejorar lo presente.

¡Y es que no hay mejor pregón, Caído,que mirar tus ojos y que verte!

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Solo queda sitio para la verdad en los ojos de Jesús Caído. La verdad de un Dios que ama a sus Hijos, y dobla la rodilla por ellos.

La historia de la Hermandad del Caído es historia viva de una Córdoba cristiana que siempre ha reconocido, aunque algunos hoy quieran demostrar lo contrario, que su Dios es aquel hu-milde Nazareno que murió en una cruz hace ya dos mil años.

La historia de la Hermandad del Caído es convento y es Carmelo, pero sobre todo es nobleza de los corazones sencillos de un pueblo que generación tras generación ha encontrado en Jesús Caído el Padre que le ayudaba a levantarse en los momentos más difíciles. El Caído es torería, son los vecinos del antiguo Matadero faenando en el Coso de los Tejares. Son los piconeros de Santa Marina arrodillados ante el Señor que se arrodilla para mostrarse aún más humano. El Caído es historia y realidad, es pasado y es futuro hecho colegio, toda una hermandad que se viste de nazareno la tarde del Jueves Santo.

Son las cinco de la tarde, y como Lorca, Córdoba llora por la suerte del mejor de sus toreros. Son las cinco de la tarde y la cruz de guía, caoba y plata, se torna en cruz de pasión. Tras ella la cofradía, morado y negro, comienza a bajar la cuesta del Carmelo cordobés que ese día se transforma en Monte Calvario y calle de la Amargura. Son las cinco de la tarde y Córdoba espera, un año más, a su Cristo Caído.

Son las cinco de la tarde,la hora de los toreros;

se anuncia faena grandeen el coso del Carmelo.

Son las cinco de la tarde,tarde taurina y de tercios;

va a salir a torearel mejor de los toreros.

Lleva espinos por montera,su traje de luces, terciopelo,pesada cruz es su muleta,

morado iris el albero.

Son las cinco de la tarde,la hora de los toreros;cuando sale mi Señor,

Córdoba se ha vuelto ruedo.Mi Torero varea a la salida,banderillas de sufrimientos;

aunque tiene buena cuadrilla,torea solo mi Torero.

No hay capotes, no hay un ole,la plaza se vuelve duelo,la marcha es pasodoble,las cornetas, su lamento.

Mi Torero está cansado,parece que pierde el juego,

mas aunque cae varias veces,consigue vencer el suelo.Por estoque su palabra,

por espada el pecho abiertoÉl no se rinde, aunque caiga

a pesar de su tormento.

Sin embargo, en Santa Marinavencerá mi Cristo, el Torero,

cuando vuelva de nuevo a la vidaresucitando después de muerto.

Por eso Córdoba sabe,que no habrá mejor torero

que el Divino Caído,¡Gloria al Señor del Carmelo!

Hay pocas tardes tan luminosas como la del Jueves Santo. Luz que sin embargo, ese día irra-dian aún más los hermanos de Jesús Caído camino de San Cayetano. La paciencia todo lo alcanza y el tiempo vuelve a detenerse cuando Jesús Caído, pecho descamisado, avanza con valentía hacia Santa Marina mientras el viento comienza a acariciar la ondulada melena del Señor, peinada con esmero por esas hermanos anónimos que tanto bien hacen a nuestras co-fradías sin buscar protagonismo.

Avanza la tarde inexorable y Dios derrama su paleta de colores en el lienzo de la cuesta del convento, dibujando con la luz de la tarde el bello instante de la salida del personalísimo palio de la Virgen del Mayor Dolor en su Soledad. Azul purísima el cielo, amarillo la fachada y su espadaña, verde y blanco los naranjos florecidos, morado y negro los hábitos de raso. Por la Virgen de la Soledad no pasa el tiempo. Por eso, cuando el Sol poniente de la tarde del Jueves Santo comienza a acariciar el negro terciopelo de sus bambalinas, Córdoba revive aquellos Jueves Santos en blanco y negro en los que la centenaria cofradía, aristocrática y popular, conventual y de la torería, ya ocupaba su lugar privilegiado en el alma de nuestra ciudad. Cuando sale la Señora, todo vuelve a cumplirse. Vuelve a ser Jueves Santo en San Cayetano. Vuelve a sonar “Soledad en Jueves Santo”.

Comienza a sonar “Soledad en Jueves Santo”. Se lee en el tema de la marcha.

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La cuesta, un año más, es pétreo escenario de la candencia de las bambalinas del paso de palio cuando comienzan su melodiosa mecida al ritmo de la marcha. Los naranjos, delirio de azahares, ofrecen un año más su perfume a la Señora. Es Jueves Santo en el compás del con-vento. La Virgen del Carmen sobre cincelada media luna preside junto al llamador costalero la delantera de la Joya de la cofradía.

Los cirios, encendidos, comienzan a llorar lágrimas de cera al compás del dulce vaivén de la cuidada arquitectura del palio que cobija a la Madre de Dios. Seis lágrimas enmarcan el bello rostro de la Virgen Dolorosa, mientras el fugaz instante de tenerla frente a frente acaba ante el luto de su manto, cuando la saeta se abre paso entre la multitud:

“Aunque te digan Mayor Dolory sea tu llanto el más amargo,para Córdoba siempre serás,

Soledad, el Jueves Santo.”

Arranca el fuerte de bajos de la marcha.

La cofradía de Jesús Caído da una lección a Córdoba en el solemne discurrir de su estación de penitencia. Sin estridencias. Clásica. Conservando la esencia de la Semana Santa de otros tiempos.

La primavera, que en las cada vez más largas tardes de Cuaresma nos ha regalado los primeros perfumes de azahar. Se afana en terminar de florecer las buganvillas y los geranios del barrio de Santa Marina cuando Jesús Caído avanza entre las cornetas y tambores que rasgan el aire por la plaza de la vieja collación.

El Caído se enfrenta decidido a su historia en las calles de su barrio. Es allí cuando se identifica con la Córdoba secular, con la memoria de esta ciudad milenaria. El nazareno de San Caye-tano se encuentra dentro de sus devociones más arraigadas y más profundas; las que han sido objeto del fervor y cariño de todos los cordobeses porque durante siglos han intercedido por todos los que se han acercado a sus plantas, aquellas que han hecho a Córdoba ser Córdoba, y que por desgracia hoy en día son a veces tratadas tan injustamente por todos.

Jesús Caído forma parte de la misma Córdoba celestial de la Virgen de los Dolores, de los San-tos Mártires y de nuestro angélico Custodio. De la Córdoba de los viernes en el Rescatado y los miércoles en San Pancracio. De la que empieza sus septiembres con la Virgen de la Fuensanta y los acaba rendida ante el perfume de los nardos de la Virgen del Socorro en la plaza de la Corredera. De la Córdoba de Manolete, de Góngora, de Julio Romero, de la Córdoba a la que cantara Pablo García Baena: la Córdoba eterna, la que se hace cortejo aristocrático en Jesús Nazareno y explosión popular detrás de sus vírgenes niñas.

Jesús Caído es devoción profunda, es Báez hecho melodías añejas con saetillas cordobesas por todo su recorrido.

Y así, Córdoba quiere a su Señor Caído cuando revira frente a San Andrés, cuando la cofradía hace de la calle la Feria la calle de la Amargura de la Jerusalén cordobesa, cuando escoltado por hileras de naranjos se dibuja un cortejo de otros tiempos. Córdoba cae con el Caído bajo la Puerta del Puente, entre los arcos milenarios de la Catedral y Córdoba llora al Caído cuan-do de vuelta por su barrio, refleja su perfil en barroco juego de luces en las encaladas fachadas que se revestirán de flores y macetas en apenas unas semanas.

El Caído es Córdoba y Córdoba es el Caído el Jueves Santo.

Comienza a sonar la marcha “Jesús Caído”.

En la saetilla se lee lo siguiente:

“Sabes bien, Jesús, que no es tu bellezalo que busca tu perfil a cada instante.

No es, Señor, no es tu semblantelo que busca tu ciudad cuando te reza.

No es tampoco, mi Dios, la gran proezade caer bajo la cruz tan elegante,ni tampoco es tu mano excelsa

lo que lleva a toda Córdoba a llorarte.”

En el trío se lee lo siguiente:

“Es tu palabra, Caído, delicadeza,remedio infinito a nuestros males.

Es tu verdad, Señor, es tu grandeza,es tu amor, lo que hace que resbales.

Por eso, no es que Córdoba te quiera,es que Tú eres su Dios y ella lo sabe,

y se rinde ante ti en primavera,cuando paseas, Caído, por sus calles.”

Concluye la marcha.


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La ufana luz del Jueves Santo ha dejado la ciudad. Es ahora la Luna de Nissan la que alumbra la noche cofrade por antonomasia. Es Madrugada del Viernes Santo y el castizo cortejo del Caído ya vuelve de recogida.

La noche es llanto. Llora Santa Marina. Llora también la Malmuerta. Llora la estatua del torero. Llanto hiriente, Córdoba clama al Cielo: Señor, ¿por qué lo has abandonado? Sin embargo, es la Soledad la que más llora esa noche. La Soledad nunca cambia el negro de su vestido, pues negro es su dolor. Nunca abandona el luto por su Hijo, siempre que nos acer-quemos a contemplar su semblante compungido, e intentemos secar con nuestras oraciones las seis lágrimas que discurren por la pureza infinita de sus mejillas, la Soledad siempre vestirá de negro.

La Soledad escucha, la Soledad comprende, la Soledad comparte los dolores de cuantos acu-den a Ella en cualquier momento. Ella es la llena de Amargura. La que sigue llorando incluso cuando, arropada por los cientos de hermanos que la esperan en las postrimerías de aquel es-perado Jueves Santo, se dispone a poner punto y final un año más a la estación de penitencia. Pero su Dolor es de Madre, y solo una Madre puede comprender su amargo llanto.

La Virgen de la Soledadllora de vuelta apenada.

Siempre guarda negro luto,siempre dolor en su alma.Suspira por su Hijo Caído,suspiran las rosas blancas,

suspira su bello encajetraspasado por una espada.

La Virgen de la Soledad,al llorar su pena amarga,va recordando esos días

cuando al Pequeño abrazaba.Recuerda sus dulces besos,

recuerda con añoranzaarropándolo de noche

para que no se resfriara.Recuerda y por eso lloraacunándolo en su casa.Y cuando llegaba julio,

recuerda las dulces nanasdurmiendo a su Carmelitaentre escapularios de plata.


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Aun se acuerda cuando el Niñoen la cuesta jugueteaba,

mientras Ella siempre atentasus palabras meditaba.

No se olvida de aquel día,las angustias que pasara,

Cuando cayó, correteandoal suelo, su prenda amada.

Lloraba el Divino Infantemientras la Virgen lo curaba,

con maternal delicadezasus lágrimas le secaba.

Con sus primorosas manoslavó su capita blanca,

el marrón del escapularioy su túnica bordada.

Por eso la Virgen los juevesllora lágrimas saladas,

porque su Niño cae de nuevoy Ella no puede hacer nada.

Cuando vuelve por la cuesta,ya entrada la madrugada,

recuerda aquella caídadel Pequeño acongojada.

Pero ahora, el Niño ha crecido,no corretea, no canta,

ahora el peso del maderotiene su rodilla doblada.

No puede arreglar su túnica,que ya no es marrón, es malva,

y los besos en la frente,son ahora espinas doradas.

Sus pequeños zapatitossus divinos pies no guardan,sino que heridos y descalzos,se pueblan de cortes y llagas.

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¡Ay que Dolor hay en la noche!Cuando Ella, desconsolada,

Ve a su Hijo Caído,y su sangre derramada.

Por eso en San Cayetano,la Soledad siempre llora, no para,

porque si es Carmen benditoen el julio de su infancia;

no puede más que llorarloal llegar Semana Santa.

Si el Jueves Santo es la fecha más esperada para los cofrades de Jesús Caído, su historia se ha construido y se construye día a día en la intimidad de su capilla. Es allí donde Jesús Caído y la Virgen de la Soledad esperan la visita de su particular reguero de devotos durante todo el año, aquellos que los tienen como confidentes y como interlocutores del diálogo con Dios que es su vida. Y es allí, desde su retablo, desde donde Jesús Caído proyecta su mirada a quien se acerca.¿Quién puede aguantar la mirada a Jesús Caído? ¿Quién puede no bajarla ante el rostro del Dios derrotado por nuestras culpas? ¿Quién ha podido permanecer impasible ante los ojos del Nazareno de San Cayetano, sin evitar que penetren directos al corazón, que nos hagan cuestionarnos por la complicidad de nuestros silencios en su caída?

Decidme ¿es posible? ¿Es posible aguantar la mirada al Nazareno que mira cansado mientras que su mano difícilmente sujeta el madero que se convertirá en el trono salvador?

Solo quien descubre el amor que ha hecho que doble la rodilla contra el suelo, es capaz de mirar a los ojos a Jesús Caído.

Y precisamente, es esa mirada que lanza el Señor a todos los que alguna vez han querido refle-jarse en sus ojos, el inicio de mil historias de de fe y de amor que han entrelazado el destino de Córdoba con su Nazareno arrodillado. Es ese encuentro el que tuvieron los místicos fundado-res del Carmelo Descalzo antes de iniciar su misión. Fueron los ojos del Caído los que vio un día San Juan de la Cruz en su oratorio. Los mismos que Santa Teresa buscaba en su “muero porque no muero”. Aquellos que llevaron a gentes humildes de corazón a fundar una cofradía en el Convento extramuros de San José.

Miradlo hoy conmigo, dejemos que sea nuestro corazón el que hable ante la majestad de su presencia, dirijámonos a Él, como Él nos enseñó:

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Padre Nuestro, Jesús Caído,tu Nombre sea por todos santificado,

que en Córdoba lo es y siempre ha sidode todos, Jesús mío, el más amado.

Tú, que desde el Cielo nos proteges,en el trono de caoba de tu paso,

la luz de nuestra fe más resplandeceal mirarnos con tu rostro tan sagrado.

Que trabajemos por tu reino nos encargas,mas nosotros que somos pobre humanos,

te pedimos que nos venga concedido,por tu gracia y tu bondad desde lo alto.

Que se cumplan tus deseos Señor mío,en el Cielo y en la Tierra por Ti creados;reblandece nuestro ser que es engreído

cuando se resiste a escuchar tus mandatos.

Que no nos falte ningún día el alimentoni el pan del amor que has entregado;

que no haya en el mundo más hambrientospor culpa de mirar hacia otro lado.

Perdona, Señor, todas las culpasque hacen que el madero sea pesado;

que perdone, no ponga yo excusasi Tú fuiste capaz de perdonarnos.

Que en la oscura tentación nunca caigamos.Líbranos del mal, siempre contigocaminemos agarrados de tu mano.

Padre nuestro, Jesús Caído.

Amen.

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Llega el momento de disculparme, Señor. Bien sabes que en esta oración hecha letra podía haber hablado de tu estampa de regreso por Santa Marina, rizado pelo, túnica de Lagartijo y fachada fernandina, fotografía que fiel a la cita de la historia permites que se repita año tras año. Templo desde cuyo interior, Córdoba ya espera el triunfante desenlace de tu Pasión.

Podría haber versado sobre tu primera visita al templo mayor después de tantos años, en aquel 14 de Septiembre que quedará para los anales de la Córdoba cofrade, germen que fue de la juventud que día tras día se afana en mantener vivo el legado de tu hermandad. O de la delicia para el buen cofrade que es el transcurso del palio de la Virgen del Mayor Dolor en su Soledad, nunca sola ese día, cuando la candelería consumida y la Luna de Nissán iluminan su paso entre las encaladas paredes del Callejón de Conde Priego. O del angelito cirineo que ocupa el mejor puesto en todo el cortejo, pues observa la emoción hecha lágrimas que dejas tras tu paso. Podría, Jesús Caído, haber hablado de tantas cosas… de aquellos Santos Entierros de esa Cór-doba decimonónica, de la chiquillería del colegio carmelita que ese día se cubre el hábito de la centenaria cofradía, de aquel 2015 de aniversario y fiesta en que la noche de Septiembre quiso revestirse de Jueves Santo, aquel día en que la Soledad miró al corazón de un amigo que quizá había perdido la fe en el transcurso de la vida. De lo que se os echó de menos a Ti y a tu Madre cuando marchasteis para subsanar las pequeñas heridas que el tiempo deja en vuestras tallas…

Pero antes de acabar, tengo que cumplir, Señor, el encargo de aquella tarde.

El pregonero, fiel a su mala costumbre de dejarlo todo para última hora, se dirigía convencido a San Cayetano cuando arreciaba el frío del invierno y tan solo quedaban unas pocas semanas para el Miércoles que inicia el camino de penitencia hacia la Pascua.

Recuerda que tuvo que reunir la valentía suficiente para ponerse a las plantas del elegante Nazareno, que tiene las piedras del suelo como único apoyo en su camino. Él me estaba espe-rando, lo notaba en su gesto portentoso.

- Manuel, te llevo esperando hace días. ¿Te ha ocurrido algo?

No había reproche en sus palabras. Era la voz que tantas veces había escuchado, aunque no había reja alguna que me separara de Él. Su mirada mostraba la misma fuerza que el rostro cabizbajo del Cristo maniatado dispuesto a cargar con el madero. Parecía que estuviera en casa.

- Nada, Señor, es culpa mía no haber buscado un rato para acercarme antes. Todo lo que diga son excusas. Verás, venía porque necesito saber qué ves desde arriba cada Jueves Santo.

- Muchas cosas. Muchos más caídos de lo que pudieras imaginarte. Caídos de carne y hueso que esperan mi mano a través de las vuestras. Veo muchos corazones, pero no todos consiguen verme a mí.

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- ¿Cómo puede ser eso? Todos vamos a verte esa tarde.

- Sí, Manuel. No todos consiguen verme en Semana Santa. Algunos discuten la autoría de mi talla y las bondades de mi mirada. Sin embargo, no dejan que mis ojos lleguen a su co-razón. Otros comentan la música que detrás mía va sonando, los andares tan elegantes de mi cuadrilla o la riqueza de los bordados de mi túnica... Apenas puedo saludarlos, no me gusta interrumpir, confieso que no entiendo mucho de esas cosas. Hay otros que alaban el porte de mi cofradía, centenaria, pero apenas me dejan que les hable como tú lo estás haciendo.

- Debe ser duro, Señor, pero bien sabes que cualquiera daría lo que fuese por ser el Ciri-neo que no llevas. Córdoba te quiere.

- Y yo a ella, Manuel. A todos y cada uno. Incluso los que no saben de mi existencia. Es verdad que el Jueves Santo no, pero ya tengo a muchos cirineos que me hacen la cruz menos pesada día a día. Tú también puedes serlo si quieres.

- ¿Cómo? ¿Yo? Sería todo un privilegio, Señor.

- Es sencillo, ayúdame a levantar a cuantos caídos te encuentres en tu día. Sé más gene-roso con ellos, dales tu tiempo, tu cariño, date entero por ellos. Ser mi Cirineo no es más que ser el Cirineo de tanta gente que no puede cargar con su cruz día tras día. Recuerda que yo estoy en ellos.

- Señor, ahora me siento un poco culpable. Me siento culpable de verte así, sin fuerzas con una cruz que es pesada por mi culpa.

- No te equivoques, Manuel. No olvides que después de la caída, hay que levantarse, hay que seguir hasta el final. No te sientas culpable, todo te lo he perdonado antes siquiera que te dieras cuenta de tu error.

- Hijo mío, ayuda al muchacho que necesita un poco de inspiración. ¿No vas a hacer nada por él?

Era la misma voz que tantas veces había escuchado. No había rostro de niña esta vez, no iba vestida de blanco, su manto de verde. No portaba cetro ni vara de alcaldesa. Pero aun así, dis-tinguí la voz celeste que siempre había estado a mi lado. Era la Madre. Ahí había estado todo el este tiempo, callada, prudente. No quería ningún protagonismo. La Virgen de la Soledad guarda ese espíritu de María de Nazaret, humilde, sencilla, sin querer nunca eclipsar la figura de su hijo, pero atenta a nuestras necesidades, como aquel día en Caná. Quodcumque dixerit vobis, facite. Haced lo que Él os diga.

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- Ella es así constantemente. Pero si me lo pide Ella, ¿cómo le voy a decir que no? ¿Qué necesitabas?

- Fuerza para ser tu cirineo. ¿Quieres que le diga algo a tus jóvenes? Son ellos los que han querido que sean así las cosas.

- Diles que los quiero, a todos. Que los echo de menos cuando llevan tiempo sin visitar-me. Mi Madre también. Incluso a veces se lo hemos comentado a los frailes para que se lo digan directamente. Son todos muy especiales para mí, desde el que lleva unido a mi cofradía desde el mismo día de su nacimiento hasta el que vino más tarde. El que me reza directamente y el que le cuenta todo a mi Madre para que luego me lo diga a mí. Son su ojito derecho en la cofradía. Pídeles que me ofrezcan sus manos, necesito muchas para poder levantarme. Que nunca se olviden que yo soy el Camino, la Verdad y la Vida. Y recuerda, fui yo el que te eligió antes.

- Gracias Señor. Gracias por tanto. Hasta pronto, Padre.

- Hasta pronto, Manuel.

Y hoy, cuando apenas quedan cuatro semanas para que el gastado pabilo de la Cuaresma en-cienda el cirio de la nueva Semana Santa por estrenar, en el Viernes de los Dolores y de los vía crucis en la ciudad, el Caído nos pide de nuevo las manos, nos pide de nuevo ser los cirineos de esos otros cristos caídos que se encuentran de aquí para allá, sin ser por nadie auxiliados.

Aquella tarde, el divino Nazarenome quiso mandar con este encargo;que quiere a sus jóvenes entregados,que sean viva voz de su Evangelio,

que nuestro calor y nuestras manos prestemosllevándolas a todo aquel desamparado,

a aquel que por la vida maltratado,cae mil veces, vaga sin sueños.

Y hoy, ante Ti, nos comprometemos,Jesús Caído, mi Dios humano,

a besar si hiciere falta nuestro suelocomo Tú nos lo enseñas cada año.

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¡Jóvenes cofrades, compañeros!Unamos entre todos nuestros brazos,

seamos los pequeños cirineoslevantando a los más necesitados.

El Caído nos invita en este tiempoa que unamos de una vez nuestras manos,

trabajando por traer aquí su Reino,el Reino donde todos seamos hermanos.

Por eso, buen Jesús, tu pregonero,quiere proclamar hoy con sus labios

que Tú eres su Padre, su modelo,y su mejor decisión el ser cristiano

¡Gloria a Dios que está en los cielos!¡Gloria a Cristo, su Hijo amado!

¡Gloria a Jesús el Nazarenoque es Caído en San Cayetano!

¡Gloria el Espíritu Divino!¡Gloria y por siempre la alabanzaa la Virgen, a su Hija predilecta,que es mi Madre y mi Esperanza!

HE DICHO

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