Versiones de caperucita roja

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[VERSIONES DE CAPERUCITA ROJA] EL CUENTO 1 VERSIONES DE CAPERUCITA ROJA VERSIÓN 1. Caperucita roja (versión hermanos Grimm) Érase una vez una pequeña y dulce coquetuela, a la que todo el mundo quería, con sólo verla una vez; pero quien más la quería era su abuela, que ya no sabía ni qué regalarle. En cierta ocasión le regaló una caperuza de terciopelo rojo, y como le sentaba tan bien y la niña no quería ponerse otra cosa, todos la llamaron de ahí en adelante Caperucita Roja. Un buen día la madre le dijo: - Mira Caperucita Roja, aquí tienes un trozo de torta y una botella de vino para llevar a la abuela, pues está enferma y débil, y esto la reanimará. Arréglate antes de que empiece el calor, y cuando te marches, anda con cuidado y no te apartes del camino: no vaya a ser que te caigas, se rompa la botella y la abuela se quede sin nada. Y cuando llegues a su casa, no te olvides de darle los buenos días, y no te pongas a hurguetear por cada rincón. - Lo haré todo muy bien, seguro - asintió Caperucita Roja, besando a su madre. La abuela vivía lejos, en el bosque, a media hora de la aldea. Cuando Caperucita Roja llegó al bosque, salió a su encuentro el lobo, pero la niña no sabía qué clase de fiera maligna era y no se asustó. - ¡Buenos días, Caperucita Roja! - la saludó el lobo. - ¡Buenos días, lobo! - ¿A dónde vas tan temprano, Caperucita Roja? -dijo el lobo. - A ver a la abuela. - ¿Qué llevas en tu canastillo? - Torta y vino; ayer estuvimos haciendo pasteles en el horno; la abuela está enferma y débil y necesita algo bueno para fortalecerse. - Dime, Caperucita Roja, ¿dónde vive tu abuela? - Hay que caminar todavía un buen cuarto de hora por el bosque; su casa se encuentra bajo las tres grandes encinas; están también los avellanos; pero eso, ya lo sabrás -dijo Caperucita Roja. El lobo pensó: "Esta joven y delicada cosita será un suculento bocado, y mucho más apetitoso que la vieja. Has de comportarte con astucia si quieres atrapar y tragar a las dos". Entonces acompañó un rato a la niña y luego le dijo:

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[VERSIONES DE CAPERUCITA ROJA] EL CUENTO

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VERSIONES DE CAPERUCITA ROJA

VERSIÓN 1.

Caperucita roja (versión hermanos Grimm)

Érase una vez una pequeña y dulce coquetuela, a la que todo el mundo quería,

con sólo verla una vez; pero quien más la quería era su abuela, que ya no sabía

ni qué regalarle. En cierta ocasión le regaló una caperuza de terciopelo rojo, y

como le sentaba tan bien y la niña no quería ponerse otra cosa, todos la

llamaron de ahí en adelante Caperucita Roja.

Un buen día la madre le dijo:

- Mira Caperucita Roja, aquí tienes un trozo de torta y una botella de vino para

llevar a la abuela, pues está enferma y débil, y esto la reanimará. Arréglate antes

de que empiece el calor, y cuando te marches, anda con cuidado y no te apartes

del camino: no vaya a ser que te caigas, se rompa la botella y la abuela se quede

sin nada. Y cuando llegues a su casa, no te olvides de darle los buenos días, y no

te pongas a hurguetear por cada rincón.

- Lo haré todo muy bien, seguro - asintió Caperucita Roja, besando a su madre.

La abuela vivía lejos, en el bosque, a media hora de la aldea. Cuando Caperucita

Roja llegó al bosque, salió a su encuentro el lobo, pero la niña no sabía qué

clase de fiera maligna era y no se asustó.

- ¡Buenos días, Caperucita Roja! - la saludó el lobo.

- ¡Buenos días, lobo!

- ¿A dónde vas tan temprano, Caperucita Roja? -dijo el lobo.

- A ver a la abuela.

- ¿Qué llevas en tu canastillo?

- Torta y vino; ayer estuvimos haciendo pasteles en el horno; la abuela está

enferma y débil y necesita algo bueno para fortalecerse.

- Dime, Caperucita Roja, ¿dónde vive tu abuela?

- Hay que caminar todavía un buen cuarto de hora por el bosque; su casa se

encuentra bajo las tres grandes encinas; están también los avellanos; pero eso,

ya lo sabrás -dijo Caperucita Roja.

El lobo pensó: "Esta joven y delicada cosita será un suculento bocado, y mucho

más apetitoso que la vieja. Has de comportarte con astucia si quieres atrapar y

tragar a las dos". Entonces acompañó un rato a la niña y luego le dijo:

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- Caperucita Roja, mira esas hermosas flores que te rodean; sí, pues, ¿por qué

no miras a tu alrededor?; me parece que no estás escuchando el melodioso

canto de los pajarillos, ¿no es verdad? Andas ensimismada como si fueras a la

escuela, ¡y es tan divertido corretear por el bosque!

Caperucita Roja abrió mucho los ojos, y al ver cómo los rayos del sol danzaban,

por aquí y por allá, a través de los árboles, y cuántas preciosas flores había,

pensó: "Si llevo a la abuela un ramo de flores frescas se alegrará; y como es tan

temprano llegaré a tiempo". Y apartándose del camino se adentró en el bosque

en busca de flores. Y en cuanto había cortado una, pensaba que más allá habría

otra más bonita y, buscándola, se internaba cada vez más en el bosque. Pero el

lobo se marchó directamente a casa de la abuela y golpeó a la puerta.

- ¿Quién es?

- Soy Caperucita Roja, que te trae torta y vino; ábreme.

- No tienes más que girar el picaporte - gritó la abuela-; yo estoy muy débil y no

puedo levantarme.

El lobo giró el picaporte, la puerta se abrió de par en par, y sin pronunciar una

sola palabra, fue derecho a la cama donde yacía la abuela y se la tragó.

Entonces, se puso las ropas de la abuela, se colocó la gorra de dormir de la

abuela, cerró las cortinas, y se metió en la cama de la abuela.

Caperucita Roja se había dedicado entretanto a buscar flores, y cogió tantas que

ya no podía llevar ni una más; entonces se acordó de nuevo de la abuela y se

encaminó a su casa. Se asombró al encontrar la puerta abierta y, al entrar en el

cuarto, todo le pareció tan extraño que pensó: ¡Oh, Dios mío, qué miedo siento

hoy y cuánto me alegraba siempre que veía a la abuela!". Y dijo:

- Buenos días, abuela.

Pero no obtuvo respuesta. Entonces se acercó a la cama, y volvió a abrir las

cortinas; allí yacía la abuela, con la gorra de dormir bien calada en la cabeza, y

un aspecto extraño.

- Oh, abuela, ¡qué orejas tan grandes tienes!

- Para así, poder oírte mejor.

- Oh, abuela, ¡qué ojos tan grandes tienes!

- Para así, poder verte mejor.

- Oh, abuela, ¡qué manos tan grandes tienes!

- Para así, poder cogerte mejor.

- Oh, abuela, ¡qué boca tan grandes y tan horrible tienes!

- Para comerte mejor.

No había terminado de decir esto el lobo, cuando saltó fuera de la cama y

devoró a la pobre Caperucita Roja.

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Cuando el lobo hubo saciado su voraz apetito, se metió de nuevo en la cama y

comenzó a dar sonoros ronquidos.

Acertó a pasar el cazador por delante de la casa, y pensó: "¡Cómo ronca la

anciana!; debo entrar a mirar, no vaya a ser que le pase algo". Entonces, entró a

la alcoba, y al acercarse a la cama, vio tumbado en ella al lobo.

- Mira dónde vengo a encontrarte, viejo pecador! –dijo-; hace tiempo que te

busco.

Entonces le apuntó con su escopeta, pero de pronto se le ocurrió que el lobo

podía haberse comido a la anciana y que tal vez podría salvarla todavía. Así es

que no disparó sino que cogió unas tijeras y comenzó a abrir la barriga del lobo.

Al dar un par de cortes, vio relucir la roja caperuza; dio otros cortes más y saltó

la niña diciend :

- ¡Ay, qué susto he pasado, qué oscuro estaba en el vientre del lobo!

Y después salió la vieja abuela, también viva aunque casi sin respiración.

Caperucita Roja trajo inmediatamente grandes piedras y llenó la barriga del

lobo con ellas. Y cuando el lobo despertó, quiso dar un salto y salir corriendo,

pero el peso de las piedras le hizo caer, se estrelló contra el suelo y se mató.

Los tres estaban contentos. El cazador le arrancó la piel al lobo y se la llevó a

casa. La abuela se comió la torta y se bebió el vino que Caperucita Roja había

traído y Caperucita Roja pensó: "Nunca más me apartaré del camino y adentraré

en el bosque cuando mi madre me lo haya pedido."

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[VERSIONES DE CAPERUCITA ROJA] EL CUENTO

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VERSIÓN 2.

Caperucita roja (versión de Lief Fearn)

El bosque era mi hogar. Yo vivía allí y lo cuidaba, intentando mantenerlo limpio

y arreglado. Entonces una mañana soleada, mientras yo estaba recogiendo

basura dejada por algún excursionista, oí unos pasos. Me escondí detrás de un

árbol y vi una muchacha más bien fea que venía por el camino con un cesto. La

niña me pareció sospechosa por la forma tan curiosa en que iba vestida, todo

de rojo y con la cabeza cubierta por una capucha, como si no quisiera que nadie

supiese quién era. Naturalmente, la detuve para averiguar algo. Le pregunté

quién era, adónde iba, de dónde venía y todo eso. Me contó, cantando y

bailando, una historia sobre su abuela, a la que, según dijo, iba a ver con un

cesto de comida. En principio parecía una persona honrada, pero estaba en mi

bosque y la verdad es que tenía un aspecto sospechoso con su extraño

atuendo; así que decidí enseñarle lo serio que es cruzar el bosque haciendo

cabriolas, disfrazada y sin avisar previamente.

Dejé a la niña seguir su camino, pero yo corrí a casa de la abuela. Cuando le

expliqué mi problema, la buena señora convino en que su nieta necesitaba una

lección. Estuvo de acuerdo en esconderse hasta que yo la llamase, y se metió

debajo de la cama. Cuando la niña llegó, la invité a pasar al dormitorio, donde

yo estaba acostado y vestido como la abuela. Ella entró, toda sonrosada, y dijo

algo desagradable sobre mis grandes orejas. Como ya me han insultado otras

veces así, lo tomé lo mejor que puede, y le dije que mis grandes orejas me

ayudaban a oír mejor. Lo que quería decirle es que la apreciaba y quería prestar

mucha atención a lo que estaba diciendo; pero a continuación me dirige otra

burla sobre mis ojos saltones. Pueden hacerse una idea de cómo estaba

empezando a ponerme la niñita, en apariencia tan educadita paro luego tan

desagradable. De todas formas seguí con mi política de poner la otra mejilla y le

dije que mis grandes ojos servían para verla mejor. Pero su siguiente insulto de

verdad que me llegó al alma. Ya saben el problema que tengo con mis dientes

salidos; bueno, pues la niña me soltó una broma muy insultante sobre ellos. Sé

que debería haberme controlado, pero lo cierto es que salté de la cama y le

gruñí diciendo que mis dientes me servirían para comerla mejor.

Bueno, hablando en serio, todo el mundo sabe que ningún lobo se comería

jamás a ninguna niñita, pero la muy estúpida se puso a correr por toda la casa

chillando, y yo detrás para tranquilizarla. Me había quitado ya las ropas de la

abuela, pero esto sólo empeoró las cosas. Y de pronto la puerta se derrumbó

con estrépito y apareció un enorme leñador con su hacha. Le miré y me di

cuenta de que me había metido en un buen lío, de forma que salté por la

ventana que estaba abierta.

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[VERSIONES DE CAPERUCITA ROJA] EL CUENTO

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Ojalá la cosa hubiera terminado así.

Pero la tiparraca de la abuela nunca contó la otra versión de la historia, y

enseguida se corrió la voz de que soy un tipo malo y agresivo. Todos

empezaron a evitarme. No sé qué habrá sido de la niñita con su estrambótica

caperuza roja, lo que sí sé es que yo no he vuelto a vivir feliz después de

encontrarme con ella.

VERSIÓN 3.

Caperucita roja (versión de Lino Evgueni Coria Mendoza)

-Resumiendo entonces, señora – dijo con voz firme pero educada el

comandante Perrault mientras quitaba la envoltura a la torta de jamón con

huevo -, usted afirma que su hija, Rebeca González Arévalo, alias Caperucita

Roja, salió de su casa el sábado 27 de junio entre las ocho treinta y las nueve de

la mañana, argumentando que iba a visitar a su abuela, la señora María de Jesús

Sánchez viuda de Arévalo. Su hija, dice usted, iba con su abuela porque esta

última tenía problemas de salud. ¿Estoy en lo correcto?

La interrogada tenía la mirada extraviada, los ojos a punto de estallar en

lágrimas. El comandante le dio un trago a su café, vació el resto en el bote de

basura pegado a su escritorio, se acercó a la señora y, previendo lo inevitable, le

extendió un pañuelo desechable.

- ¿Recuerda algo más? ¿Algo inusual, tal vez?

- Ella... ella llevaba una canastita con panecillos y... – el llanto no la dejó

terminar. Se limpió las lágrimas, primero con el pañuelo desechable y después

con el delantal que traía puesto.

Perrault anotó en su libreta: “La madre no está implicada en este crimen. Es

inocente.” Estaba seguro de ello. Años de experiencia le habían enseñado que

todas las madres son buenas y puras. Son las madrastras de las que hay que

cuidarse. Sonó el teléfono: habían capturado a José Guadalupe Ortiz Zavala,

alias El Leñador. Caminó hacia el perchero, tomó el abrigo de la señora y se lo

entregó diciéndole que se fuera a su casa a descansar.

- ¿Y mi hija? ¿¡Qué pasará con mi hija!? – gritó la angustiada mujer aunque ya

nadie la escuchaba.

El comandante recorría con prisa el pasillo angosto color verde hospital y

entraba a un cuarto casi totalmente oscuro. Un hombrecillo narigón de traje

café claro terminaba de golpear a otro hombre, más fuerte y grande pero

esposado.

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- Ya confesó, jefe. Él mató al lobo.

- Gracias Collodi, déjanos solos.

El hombrecillo obedeció y cerró la puerta. Perrault se acercó al sujeto. Debajo de

tanta sangre se adivinaba una barba espesa y una camisa de franela a cuadros.

Lo miró serenamente, le quitó las esposas y le dio un cono de papel con agua

tibia.

- Cuéntame. ¿Por qué lo hiciste?

El hombre bebió apresuradamente, tiró el cono al suelo y se limpió con sus

manos llenas de callos la sangre que aún quedaba en su cara. Contó una

historia similar a la que había narrado horas antes Caperucita Roja: cerca de las

doce veinte de ese 27 de junio se habían escuchado unos gritos provenientes

de la residencia de la viuda de Arévalo. El señor Ortiz, alias El Leñador y de oficio

leñador, deforestaba (después se supo, clandestinamente) cerca de ese lugar

cuando escuchó una desesperada llamada de auxilio. Inmediatamente se dirigió

a la casa de la viuda, llamó a la puerta y al nadie responder decidió derribarla

con el hacha que utiliza para hacer su trabajo. Al entrar a la vivienda encontró

en el suelo a la menor de edad, Rebeca González, quien estaba a punto de ser

devorada por un lobo con gorra de dormir y camisón rosa. Sin pensarlo dos

veces, temiendo por la vida de la menor, el señor Ortiz perforó con el hacha la

garganta de quien en vida fuera conocido como El Lobo Feroz, famoso travesti

de la localidad, quien murió casi al instante. Posteriormente, la menor le informó

al señor Ortiz que en el estómago del occiso se encontraba la señora María de

Jesús Sánchez viuda de Arévalo. El Leñador abrió el cadáver de la bestia con

mucho cuidado y encontró, para su sorpresa, a la abuela de la niña aún con

vida.

- Entonces – decía Perrault al tiempo que sonreía con sarcasmo -, desde tu

punto de vista, no eres un asesino, sino un héroe.

- No sé si soy un héroe, pero gracias a mí esa niña y su abuela están con vida.

- La niña está con vida. La anciana falleció esta mañana. Lo peor es que murió

sin haber hecho su declaración. Ahora no sabremos cómo y por qué el lobo

entró a esa casa. Tampoco estaremos seguros si realmente esta señora vivió

unas horas dentro del animal.

El comandante sirvió más agua tibia en otro cono de papel y lo entregó al

leñador. El hombre bebió y fue esposado de nuevo. Perrault se dirigió hacia la

puerta y antes de salir tuvo tiempo de responder a una duda del capturado:

- Disculpe oficial, ¿de qué murió la anciana?

- Se le atoró en la tráquea un panecillo.

En una banca del pasillo estaba Collodi. Le informó a su jefe que habían

confirmado la existencia de dos caminos a la casa de la abuela: uno largo y otro

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corto. Al menos eso era cierto. El comandante se tranquilizó un poco, parecía

que esta niña, Caperucita Roja, estaba diciendo la verdad. La experiencia que el

comandante tenía interrogando a menores de edad le había indicado que no

siempre debe de creerse lo que las criaturas dicen, hay ocasiones en que son

capaces de cualquier cosa. Meses atrás, por ejemplo, una niña de buena familia

había realizado actividades vandálicas en una casa en medio del bosque, donde

vivía una familia de osos. Si una jovencita proveniente de una familia adinerada

podía hacer tales desastres, qué no sería capaz de concebir una niña sin padre,

de escasos recursos y educada en una primaria pública. Sin embargo, lo que

había dicho la niña concordaba con las versiones de la madre y el leñador: las

horas, los acontecimientos, los implicados. Todo encajaba perfectamente. Sólo

faltaba una pieza en este rompecabezas: si el lobo quería comerse a Caperucita

Roja, ¿por qué no lo había hecho cuando estaban solos en medio del bosque?

¿Por qué no estranguló a la niña ahí mismo? ¿Para qué toda esa complicación

del camino largo y el camino corto y el camisón de la abuelita? Perrault sólo

estaba seguro de una cosa: su cerebro funcionaría mejor después de comer otra

torta de jamón con huevo.