Vidal,R. El Otro Como Enemigo

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Nómadas Universidad Complutense de Madrid [email protected] ISSN: 1578-6730 ESPAÑA 2004 Rafael Vidal Jiménez EL "OTRO" COMO ENEMIGO. IDENTIDAD Y REACCIÓN EN LA NUEVA "CULTURA GLOBAL DEL MIEDO" Nómadas, enero-junio, número 009 Universidad Complutense de Madrid Madrid, España

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  • Nmadas Universidad Complutense de [email protected]: 1578-6730 ESPAA

    2004 Rafael Vidal Jimnez

    EL "OTRO" COMO ENEMIGO. IDENTIDAD Y REACCIN EN LA NUEVA "CULTURA GLOBAL DEL MIEDO"

    Nmadas, enero-junio, nmero 009 Universidad Complutense de Madrid

    Madrid, Espaa

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    El "otro" como enemigo: Identidad y reaccin en la nueva "cultura global del miedo"

    [Rafael Vidal Jimenez]

    RESUMEN.- Como expresin de la dimensin ms reaccionaria del llamado proceso de "globalizacin", la intensificacin creciente de los flujos transfronterizos de capital financiero, mercancas, personas y smbolos de cualquier clase que lo caracteriza representa, ante todo, una redefinicin en red de las formas de dominacin y de los esquemas de exclusin propios de la contemporaneidad. En ese sentido, la nueva estimulacin meditica de la amenaza tercermundista, en general, e islmica, en particular, en forma de un "simulacro" legitimador de la supuesta superioridad moral de "Occidente", representa un llamamiento a la construccin esencialista e insolidaria de una identidades replegadas sobre s mismas en el plano del "eterno" conflicto hobbesiano de todos contra todos. Desde un enfoque sistmico-relacional-comunicacional, ello permitira detectar una especie de combinacin sinrgica de los factores COMUNICACIN-CONSUMISMO-MIEDO como conversin de las vctimas de la dominacin, explotacin y exclusin neocapitalista informacional en fuente de activacin y legitimacin retroalimentadora del sistema. En suma, cualquier intento de reflexin sobre Europa como encrucijada fecunda de culturas debe pasar por una intensa labor deconstructiva del papel que su compleja y heterognea poblacin juega en dicho proceso. Todo ello, para buscar alternativas mediadoras proclives a la "inter" o, ms bien, a la "transculturalidad", esto es, a la conformacin dinmica, flexible y plural de una "ipseidad" basada en el reconocimiento dialgico de las diferencias que la constituyen "interna" y "externamente" (1).

    Los intentos de elaboracin por parte de nuestras lites polticas, econmicas, mediticas y educativas de un discurso sobre la existencia de una presunta "identidad supranacional europea" remite a un complejo proceso de negociacin cultural que pone en juego nuevas formas de organizacin disciplinada de la subjetividad, es decir, nuevos modos de objetivacin social de las relaciones del individuo consigo mismo, con los dems y con la verdad (2). Este proceso, cuyas directrices fundamentales voy a tratar de delinear aqu, est orientado, pues, hacia el afianzamiento de la cobertura ideolgica de las nuevas prcticas de dominacin, explotacin y exclusin del nuevo capitalismo transterritorial de redes. Mientras los gobiernos de Estados Unidos, Gran Bretaa, Espaa, etc., continan sembrando de terror, de muerte y de sangre esas tierras cuyas gentes han cometido el imperdonable "crimen" de ser diferentes, hemos de plantearnos los trminos de esa "ontologa crtica de nosotros mismos" a la que, en mi opinin, debe encaminarse hoy la reflexin social. En ese sentido, siempre que asumamos las exigencias de lo que Ulrich Beck ha llamado "modernidad reflexiva" (3), la preocupacin principal debe estar en el anlisis deconstructivo de los efectos de consenso social y legitimacin poltica que se pretenden derivar, hoy da, del nuevo discurso, crecientemente generalizado, del "otro" no-blanco y no-occidental como enemigo. De hecho, en el contexto de una democracia cansada, desilusionada, traicionada a s misma, los viejos discursos de la Libertad, la Igualdad y el Bienestar estn dando paso a la casi exclusiva preocupacin por la Seguridad y la Vigilancia como las nuevas promesas de un proceso histrico universal retrado, ideolgicamente replegado sobre s mismo (4).

    No es mi intencin realizar en este momento el anlisis pormenorizado de la multitud de factores que determinan de manera global el fenmeno al que aludo. Ello requiere otro espacio. Pero, sin embargo, pienso que es posible concretar algunos aspectos que deben guiar esos estudios de ms alcance investigador. Quiero aclarar que este fenmeno no es nuevo en la historia. Tan slo est adoptando una modulacin concreta dentro de un contexto socio-histrico singular. Encajando estructuralmente en ese "miedo a la libertad" que Erich Fromm no slo atribuy a las sociedades totalitarias, sino, tambin, a las democrticas (Fromm, 1986), la activacin del miedo que la construccin del "otro" como enemigo y, por tanto, como amenaza conlleva siempre ha constituido una fuente primordial de autoridad.

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    As que, sobre todo en momentos como los actuales, marcados por el patente dficit de confianza colectiva que sufren las instituciones y valores democrticos, las imgenes de enemigo que los medios construyen -mediante la canalizacin negociada de esa figuras "arquetpicas" fuertemente asentadas en el inconsciente de la colectividad a las que se dirigen- poseen una fenomenal fuerza integradora, crean por s mismas consenso social all donde no lo hay.

    Para el citado Beck, las imgenes del enemigo permiten prescindir de la democracia con el consentimiento de la misma democracia, puesto que la modernidad se ha asentado en determinadas formas militares de autolegitimacin poltica: en consecuencia, milicia, caso de guerra, etc., no son slo trminos geoestratgicos y de poltica exterior; buscan tambin una forma de organizacin de la sociedad en el interior, no militar pero conforme a lo militar, en todos sus elementos: produccin, trabajo, derecho, ciencia, poltica interior, opinin pblica. En otras palabras, todas las democracias son democracias demediadas militarmente. El consenso militarista limita el consenso democrtico, y a la inversa: la democracia establecida asume la disponibilidad para caso de guerra (Beck, 2000: 159). En efecto, podran venirnos en este instante a la cabeza los numerosos estudios en lo que Noam Chomsky ha mostrado, en el contexto de la "Guerra Fra", la directa conexin, con toda la fuerza legitimadora que ello supone en nombre de la "seguridad nacional" y la "paz internacional", entre la construccin artificial de la amenaza sovitica una amenaza situada, como l mismo propone, entre la realidad y la fantasa-, por un lado, y el desarrollo de ese "complejo industrial-militar" sobre el que se ha apoyado la hegemona de Estados Unidos, por otro (Chomsky, 1992) (5).

    Como seala Chomsky, el final de la guerra fra exigi tambin nuevos mecanismos para justificar el sistema del Pentgono (Chomsky, 1996: 93). Pero, hay mucho ms. Hoy, la supervivencia de la falsa identidad democrtica-liberal ligada, dicho sea de paso, a las falsas promesas del falso paraso consumista informacional- est conectada al desarrollo de lo que, frente al "imperialismo" tradicional, Hardt y Negri han definido como "Imperio". Ya no se trata del predominio de unos poderes institucionales cuyo objetivo sea la instauracin de una jerarqua inter-nacional dotada de centro. Aunque en ese nuevo "Imperio" los gobiernos de Estados Unidos y de sus adlteres europeos sigan jugando un papel relevante, ahora prevalece, ms que nada, la instauracin de una especfica forma de ejercicio transfronterizo del poder a escala global en la que participan, de manera asimtrica y diferencial, una multiplicidad casi incontenible de actores de naturaleza muy diversa: poltica, empresarial, meditica, etc. En sntesis, el Imperio no slo maneja un territorio y una poblacin, sino que tambin crea al mundo que habita. No slo regula las interacciones humanas, sino que tambin busca, directamente, regir sobre la naturaleza humana. El objeto de su mando es la vida social en su totalidad, y por esto el Imperio presenta la forma paradigmtica del biopoder. Finalmente, aunque la prctica del Imperio est continuamente baada en sangre, el concepto de Imperio est siempre dedicado a la paz- una paz perpetua y universal, fuera de la historia (Hardt y Negri, 2003: 6-7).

    Por tanto, nos enfrentamos a un poder-disciplina total que emerge, en su propia lgica autoconservadora, del desarrollo de unas determinadas prcticas combinatorias de los elementos inestables que conforman el sistema. Como sugiere Manuel Castells, hoy conviene hablar ms del "poder de los flujos" globalizadores que de los mismos "flujos de poder" (Castells, 1997). Y es ah, repito, donde hemos de situar el potencial subyugador de ese miedo activado en el predominio de unos patrones de conducta que cristalizan en una "inseguridad fabricada" proclive al encerramiento en la crcel de una identidad esencializada, y al aislamiento recproco consecuente. Estamos ante el lamentable triunfo de una cultura de las pistolas, del cerrojo y de la cmaras de vigilancia, de una multicultura de egocentrismo y etnocentrismo, de estrechez de miras, de desconfianza, de envidia []: una multicultura de delimitaciones activas y de intolerancia ignorante (6). Nos situamos, en definitiva, ante una multicultura de las "guerras preventivas" y los "conflictos asimtricos", de esos nuevos conflictos que, como mxima expresin del absoluto control tecnocrtico-desfuturizador sobre el tiempo que define al nuevo infocapitalismo global, hacen creer a sus lites hegemnicas como en la pelcula Minority Report de Steven Spielberg- en la posibilidad no slo de prevenir los crmenes, sino de castigarlos antes de que stos se produzcan (7).

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    Desde la cada del muro de Berln en noviembre de 1989, Occidente se encuentra perdido en la bsqueda orwelliana de un enemigo comn desde el que sea posible la re-elaboracin reactiva del "nosotros" frente al "ellos", un "ellos" que tiende a identificarse con las propias vctimas de siglos de esclavitud y dominacin: el llamado Tercer Mundo. Beck recalca que, en el contexto internacional surgido desde el fin de la Guerra Fra, el enemigo ha perdido en concrecin y ha ganado en movilidad, en dispersin. Predomina, pues, la imagen del enemigo temporal e indefinido [Beck, 2000] (8). Pero, en la prctica, desde el conflicto del Golfo de 1990-1991 hasta las nuevas aventuras militares emprendidas tras el 11 de septiembre (Afganistn, Irak), parece quedar claro que la amenaza predominante se sita en la esfera tercermundista del islamismo, sobre todo, all donde, de paso, existen unos intereses estratgicos que conviene defender (9). As que, en un mundo-espectculo en el que cualquier forma de resistencia ante el poder adopta unilateralmente la condicin de "terrorismo", en un mundo-simulacro en el que se "democratiza" asesinando e integrando, es decir, imponiendo lo propio como universal, en un mundo en el que nosotros "prevenimos", "intervenimos", "reconstruimos", "pacificamos" y, en un caso extremo, nos vemos obligados a tomar "medidas de represalia", mientras ellos "matan", "traicionan", "violan", "invaden", "destruyen", "perpetran atentados", etc., estamos a punto de completar la pgina ms negra de la historia del "racismo" como sistema tradicional de dominio econmico-social, poltico y cultural de la poblacin de Occidente sobre la del resto del mundo.

    Anclado a nivel ideolgico en las tesis complementarias del "fin de la historia" como fin de las alternativas ideolgicas al Mercado y a la Democracia liberal (Fukuyama, 1992), de un lado, y el "choque de civilizaciones" como reivindicacin del derecho del Occidente blanco y patriarcal a enfrentarse a todas aquellas civilizaciones que atentan contra su presunta identidad cultural (Huntington, 1997), este nuevo "racismo sin razas" penetrando capilarmente todas los mbitos de la interaccin humana- asume, en realidad, la forma del "etnicismo". Como ha puesto de manifiesto Teun A. van Dijk, se trata del establecimiento de jerarquas culturales de grupo tendentes a la implantacin de unos procesos de categorizacin y diferenciacin que comportan aspectos muy distintos de naturaleza geogrfica, fisiolgica, cultural, social, y cognitiva (van Dijk, 2003). Involucrado en la construccin y reproduccin de las relaciones globales de poder que atraviesan en direccin transversal los lmites de ese "adentro" y ese "afuera" identitario individualista-utilitario-consumista, el nuevo "etnicismo" viene a ser una confirmacin de la tesis gramsciana de la identificacin del poder con la "hegemona" cultural, es decir, con lo que Carlos Frade, haciendo historia de la imposicin de la primaca moral del capitalismo, entiende como un autntico "logopoder".

    Frade habla de un poder de apropiacin, manipulacin y gestin de las palabras, los smbolos y los significados desde el que se fue construyendo una visin del mundo afn al capitalismo conforme a la cual la expansin de ste apareca tan estrechamente asociadas a las ideas de paz, civilizacin, humanidad, democracia y progreso que cualquier dificultad en su avance tenda a ser confinada a los reinos de la barbarie, la anarqua y las tinieblas reinos cuya manifestacin concreta el imaginario social no tena ni tienen dificultades en identificar con las sociedades contemporneas primitivas o tercermundistas, o bien con la edad media y el feudalismo (Frade, 2002: 10). El mismo autor identifica este proceso con una paulatina subordinacin de la esfera poltica a la econmica, toda vez que sta se separa de lo moral al adoptar un carcter normativo propio. En ese sentido, la nueva naturaleza de los conflictos en el capitalismo global contrasta con el significado tradicional que la guerra y el enemigo poseen en el marco de lo especficamente poltico. Ante la posible condena social de la guerra hoy estamos comprobando que, cuando se produce, su repercusin no es, a pesar de todo, demasiado importante-, la implementacin de la lgica capitalista como criterio de demarcacin de lo que es y no es til a ese instrumentalismo omnmodo permite, en efecto, la puesta en prctica de una enorme variedad de intervenciones no consideras oficialmente como de guerra: sanciones econmicas, expediciones de castigo, fijacin de zonas de exclusin, misiones de paz, bombardeos preventivos y el resto de formas de guerra que matan,

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    aterrorizan y devastan masivamente las poblaciones civiles y sus entornos de vida (Frade, 2002: 10) (10).

    Pero lo importante es que la estimulacin meditica de la amenaza tercermundista, en general, e islmica, en particular, en forma de un "simulacro" legitimador de la supuesta superioridad moral de "Occidente", representa un llamamiento a la construccin esencialista e insolidaria de una identidades replegadas sobre s mismas en el plano del "eterno" conflicto hobbesiano de todos contra todos. Y ello no responde sino a una recuperacin "subpoltica", es decir, post-estatal y "globalista", del modelo de agrupacin poltica basado en la distincin amigo-enemigo. ste, remitiendo a los vnculos de proteccin-obediencia sobre los que gravita el Estado ideal soado por Hobbes en su Leviathan, ha sufrido importantes desarrollos tericos posteriores en autores como Carl Schmitt. Hacia 1932, en El concepto de lo poltico, Schmitt limita la existencia y el grado de cohesin de una comunidad poltica a esa capacidad de definir un "otro", un "extrao", un "enemigo". Ello est en la base de la posibilidad real y del sentido de la guerra hasta el punto de que, como el mismo reconoce, los conceptos de amigo, enemigo y lucha adquieren su sentido real por el hecho de que estn y se mantienen en conexin con la posibilidad real de matar fsicamente. La guerra procede de la enemistad, ya que sta es una negacin ptica de un ser distinto. La guerra no es sino la realidad extrema de la enemistad. No necesita ser nada cotidiano ni normal, ni hace falta sentirlo como algo ideal o deseable, pero tiene desde luego que estar dado como posibilidad efectiva si es que el concepto del enemigo ha de tener algn sentido (Schmitt, 2002: 63) (11).

    No podemos olvidar que Schmitt, crtico de los principios legitimadores del Estado liberal-burgus y, a la vez, fuente inspiradora de ese odio nacionalsocialista hacia el "otro", el cual cristalizara en la vergonzosa transformacin del "vecino" judo, primero, en "extrao" y, despus, en "enemigo", se desenvolvi en el terreno del "derecho europeo de gentes" (12). Se pronunci, pues, en el contexto terico-jurdico de un derecho internacional entre Estados soberanos, entre unidades polticas organizadas y fuertemente territorializadas, sujetas a un reconocimiento mutuo, y a una reglamentacin especfica de las condiciones de guerra, paz y neutralidad, as como de los estatus de combatiente y no combatiente, de aliado y adversario, etc. Sin embargo, lo decisivo es que, en mi opinin, y a tenor de las categoras diferenciadoras a las que remiten los referentes ideolgicos del nuevo globalismo informacional el "choque de civilizaciones", por ejemplo-, estamos asistiendo a una subsuncin del resto de esferas asociativas humanas bajo el dominio "poltico" transnacional de una lgica econmica global asentada en una agrupacin mundial amigo-enemigo. En consecuencia, la soberana transterritorial y atemporal del "Imperio" reside, justamente, en eso, en los efectos auto-correctores y retroalimentadores de una constante tensin organizada entre lo propio consumista y lo ajeno no-consumista. Por consiguiente, urge considerar el modo en que los medios de comunicacin social -y los modelos cognitivos cerrados y simplificados que proyectan en todas las esferas cotidianas de la interaccin social- juegan un papel excepcional a la hora de canalizar el mutuo reforzamiento de la adhesin insolidaria al modo de vida consumista, de una parte, y el miedo al "otro", de otra, dentro del proceso recursivo y hologrfico de autorreproduccin material y simblica del sistema (13).

    Como seala Vctor Silva, los medios de comunicacin, fundamentalmente la televisin, se han apoderado de los debates pblicos, monopolizando los temas de discusin y banalizando los hechos, convirtiendo, por ejemplo, el debate sobre la inmigracin, en un conjunto de imgenes etnocntricas e intentando replantear binariamente la discusin en la lgica nosotros contra ellos (Silva, 2003: 132). As es. En esta sociedad en la que, ms que mirar nosotros los medios, son ellos los que nos miran y vigilan en una cada vez ms pobre existencia cotidiana (Baudrillard, 1984), en esta "sociedad del espectculo" marcada por la absoluta autonomizacin y ubicuidad de unos signos desprovistos de cualquier referente prctico-discursivo, lo que opera, ms que un "logopoder", es un iconopoder global, el iconopoder de la banalizacin general de la experiencia del s mismo (14). Por tanto, los perros guardianes del

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    orden econmico establecido, -ese brazo ideolgico de la mundializacin (Ramonet, 2003b: 7) que se corresponde con los medios de comunicacin social- parecen inducirnos, casi de manera irremediable, a la reductora, asfixiante y disciplinante construccin de los "estereotipos" de "uno mismo" y del "otro". En el marco de las instrucciones-planos de vida que los "mass media" nos trasmiten, en la esfera de esos modelos de interiorizacin disciplinaria de una libertad de accin vigilada, esa economa simblica del s mismo y del otro a la que se refieren los estereotipos constituye un poder absoluto autoconsistente.

    Esas construcciones simplificadas, esas "sobregeneralizaciones" etnocentristas de las imgenes del "otro", no siempre conscientes e intencionadas eso son los estereotipos-, representan, en realidad, una relaciones de poder que determinan asimtricamente los lmites de pensamiento, discurso y accin moral de los sujetos implicados. Para Miquel Rodrigo Alsina, los estereotipos ayudan a producir un cierto orden simblico en el plano de la irreductible complejidad del universo social, justifican el desigual reparto de los privilegios y diferencias sociales, marcan fronteras en trminos de superioridad del grupo propio sobre el "otro", y, en suma, suponen la atribucin a los individuos particulares de las supuestas caractersticas de su cultura (Rodrigo Alsina, 1999: 83). Es ms, los estereotipos, afines a un "pensamiento monocultural" coherente con un paradigma cognitivo de la simplicidad, operan ocultando y minimizando la pluralidad constitutiva de los grupos humanos que los elaboran, al mismo tiempo que contribuyen a acentuar, de forma artificiosa, las diferencias intergrupales, una vez que estn son objetivadas metafsicamente, esencializadas, remitidas al universo mtico-religioso de la eterna repeticin de lo idntico estudiado por Mircea Eliade (Eliade, 1994).

    La nueva "cultura global del miedo" soslaya la multiplicidad inherente a lo cultural como compleja red de significados entretejida "inter", o, mejor, trans-subjetivamente en la incesante bsqueda de sentido (15), entendido ste -en su acepcin no-trascendente- como la identificacin simblica que realizan los actores sociales del objetivo de su accin (Castells, 1998). Se asienta, pues, en una concepcin reactiva de la identidad personal y cultural que ignora, de entrada, la aportacin hermenutica del "otro" en la constitucin mestiza del s mismo. Como tambin recoge Rodrigo Alsina, reseando un estudio de Shohat y Stam, el eurocentrismo engulle, se apropia de la produccin cultural de los no-europeos, negando dicha aportacin en el mismo acto "antropofgico" de esa apropiacin puesta al servicio de la autoglorificacin de lo propio (Rodrigo Alsina, 1999) (16). Ello, en resumen, para levantar siempre esas barreras fsicas y mentales en las que se traduce el desenvolvimientro reactivo de una identidad fuertemente territorializada. Como argumenta Garca Canclini, la narrativa sobre la incomensurabilidad ideolgica sigue conservando vigencia y reinventando fronteras que deben examinarse como parte de la globalizacin (Garca Canclini, 2001: 99). En el escenario de lo que percibo como un nuevo apartheid global, y, desde su complementariedad con los muros icnicos del "espectculo", cmo hemos de interpretar si no esa gran muralla que separa Mxico de Estados Unidos, construida, dicho sea de paso, segn la informacin ofrecida por el citado Garca Canclini, con las planchas de acero que la aviacin Norteamrica utiliz como pistas de aterrizaje en el desierto durante la Guerra del Golfo de 1991? Cmo asumir el carcter de valladar infranqueable e impermeable en el que se ha convertido el Estrecho de Gibraltar tras dicha guerra, lo cual, como indica Rafael Valencia, puede representar de hecho ya lo est siendo- un peligroso traslado del muro de Berln al Mediterrneo (Valencia, 1994)? Cmo habremos, en suma, de digerir ese "muro de la vergenza" levantado, para aislar, para separar econmica, social, culturalmente los territorios palestinos de Cisjordania, por una Israel cuyo predominio poltico-militar en la regin de Oriente Medio constituye una pieza clave en el entramado "imperial" de la satanizacin y destruccin occidental del "Otro"?

    Lo importante es que, en este despliegue funcional-estratgico del "etnicismo", no slo est en juego el dominio ejercido por un pueblo sobre otros. Estudios como el ya citado de van Dijk, sugieren que la prctica con fines ideolgicos -esto es, legitimadores de la autoridad conferida

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    Pero, en la prctica, la identidad se define y redefine, una y otra vez, en interaccin con otras sociedades (Garca Canclini, 2001: 85), la identidad puede concebirse como una relacin transpersonal y transcultural entre el "yo" y el "otro" puesto que no hay identidad sin el "otro" (Rodrigo Alsina, 1999: 55), la identidad, en tanto conformacin dinmica de un yo-otro situado siempre en las fronteras, en los lmites, en los intersticios, en el "plexo", en el "entre" complejo y emplazado de un adentro-fuera abierto y dialgico, puede perfectamente asumirse, en conclusin, como "ipseidad", como intrusin liberadora de la "meta-categora" del "otro" en la realizacin de un s-mismo

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    a unas lites determinadas- de este tipo de discurso de dominio social y cognitivo sobre los "otros" contribuye, sobre todo, a reforzar las mismas estructuras de dominacin existentes en el seno del grupo blanco y occidental hegemnico. Es esto por lo que he estado tratando de extender mi anlisis crtico a la conformacin del consenso tnico sobre la legitimidad del grupo de dominio blanco dentro del propio grupo dominante (van Dijk, 2003: 45). Y es ello por lo que nuestra reflexin final debera ir encaminada hacia una seria valoracin del modelo de identidad que se est colocando sobre el tapete del consenso social en torno a la idea de la llamada "construccin europea". Hemos de plantearnos, pues, cmo vamos a pensar desde ahora el problema de la identidad en la nueva Europa postmoderna de la diversidad multicultural.

    Si seguimos afrontando la cuestin identitaria en trminos metafsicos, esencialistas y reactivos, est claro que convendr ello coincide con propuestas como las de Garca Canclini- disociar las cuestiones relativas a "lo cultural" como espacio relacional de las diferencias o, ms bien, de esa "diffrance" en la que, conjugndose heterogeneidades mltiples, lo hbrido no es un dato suplementario sino la posibilidad de desterrar las maneras binarias de pensar la diferencia (Silva, 2003: 146), de un lado, y la identidad como refugio local de una autoafirmacin excluyente, de otro.

    (17). En mundo en el que, en realidad, todos somos "extraos" de nosotros mismos, en un mundo en el que el ser humano no es el dueo de la ntima certeza de existir sobre el mundo del s-mismo (Ricoeur, 2001: 329), no parece quedar otra alternativa constructiva y emancipadora que la recreacin positiva de nuestro sustancial entramado transcultural. De modo que habremos de "universalizar" recalco el entrecomillado- desde la nica ley moral del dilogo, desde la asuncin complementaria de lo comn y diferente en el plano de un multiculturalismo de la resistencia, de un multiculturalismo del lmite, de un multiculturalismo fronterizo y dialgico que convierta la fecunda apertura a la aportacin del "otro" en una proyeccin cooperativa de mltiples lneas de fuga deleuzianas con respecto a los diagramas normalizadores de ese "Imperio" tecnocrtico del rechazo y del odio autodestructivo del otro-enemigo. Como resalta Charles Taylor desde un "multiculturalismo liberal" lleno de buenas intenciones, pero quiz insuficiente, el falso reconocimiento del "otro" produce en ste una nefasta "autoimagen despectiva" de s mismo (Taylor, 2001). A mi entender, ello constituye la fuente misma de reproduccin de ese odio que el sistema retroalimenta a la hora de hacer crebles esas imgenes-simulacro de enemigo confeccionadas con el producto de las mismas dominaciones, explotaciones y exclusiones de los "otros". Pero no lo olvidemos- ello tiene su contrapartida disciplinaria. El que domina, explota y excluye al "otro" desde una determinada construccin social de las diferencias culturales, de gnero, etc., al mismo tiempo que est dispuesto en convertir en cualquier instante a ese "otro" en "enemigo" como alimento de su propia insignificancia, est enclavado en unas estructuras relacionales de sumisin concretas que afectan a su autonoma como sujeto. El sujeto racista como individuo "inautntico" en el sentido heideggeriano de una acomodacin a lo comn por el simple hecho de ser comn- es, ante todo, un sujeto dctil, amoldable y moldeable, absolutamente propenso a la pasiva experimentacin de la sujecin a un modelo nunca cuestionado y sacralizado de unos intereses, en verdad, ajenos: los intereses de las lites que saben sacar provecho material y simblico de su acrtica actitud con respecto a cualquier representacin "espectacular" de la autoridad (18).

    El director norteamericano Martin Scorsese, criado en el "gueto italiano" de Manhattan, invitaba, en su reciente pelcula Guns of New York, a una mirada casi benevolente hacia esa

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    brutal violencia sobre la que se edific la ciudad neoyorquina y se construy, por extensin, la nacin americana. En una clara metfora del multiculturalismo de gueto -de ese multiculturalismo conservador basado en la exclusin y separacin jerarquizada sobre las que pivotan esas falsas relaciones transidentitarias "cristalizadas" simblicamente en la bandera de barras y estrellas-, Scorsese recrea la historia del crecimiento de esa ciudad -y de esa nacin- sobre el campo de batalla de una lucha sin fin entre "nativos" y "extranjeros". Recordemos la secuencia final. Sobre ese escenario ensangrentado del combate siempre inacabado del hombre contra el hombre, una sucesin rpida de imgenes representa el progresivo levantamiento de ese paisaje de rascacielos, de ese enjambre de altas torres arquitectnicas con el que se nos quiere decir, que, en el fondo, "ha valido y vale la pena", que "en eso consiste la grandeza de esa gran nacin", que "del odio y la destruccin del "otro" tambin surge el progreso...".

    Pero, qu progreso ms dbil e inconsistente! Reflexionemos para que ese multiculturalismo de gueto y de "accin afirmativa" que hoy rige en EE.UU. no se convierta nunca en el gran referente, en el espejo en el que habra de mirarse lo que, por el contrario, debe ser una autntica con-vivencia transcultural europea. Espero que, as, comprendamos pronto el porqu de esa cada igualmente rpida y contundente, el porqu de ese estruendoso y "espectacular" derrumbamiento de unas torres erigidas sobre los cimientos del miedo y de la construccin del "otro" como extrao y como enemigo.

    BIBLIOGRAFA

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    mandato histrico universal (Vidal, 2003). (5) Con el concepto de "complejo industrial-militar", Chomsky pretende dar cuenta de una especie de Estado de Bienestar para los poderosos basado en una ideologa de la "seguridad nacional", al servicio del control de la poblacin, acorde con las prescripciones generales del NSC 68, documento del Consejo de Seguridad Nacional que, en abril de 1950, recogera las lneas maestras de la filosofa poltica de la Guerra Fra: la consideracin de sta como una autntica guerra que, poniendo en juego la supervivencia misma del llamado "mundo libre", exigira, ante todo, sacrificio y disciplina social. En sntesis, se trata de un mecanismo institucional identificado con un sistema de gestin industrial estatal-empresarial encaminado al sostenimiento del sector de la alta tecnologa (industria electrnica, aeroespacial, etc.), derivando el esfuerzo de los contribuyentes hacia la investigacin y el desarrollo en detrimento de otros servicios sociales (sanidad, educacin, etc.), y hacia la configuracin de un mercado estable, con la consiguiente implicacin directa del sector privado a la hora de recoger los beneficios obtenidos (Chomsky, 1992). (6) El texto entrecomillado se corresponde con una cita de R. Hitzler recogida en Beck, 2000: 143. (7) Del paralelismo entre el referido film de Spielberg y las nuevas formas de "vigilancia total" que conforman esta nueva cultura del miedo tambin se encarga Ignacio Ramonet aludiendo a las nuevas leyes de control surgidas tras la gran coartada del tristemente clebre 11 de septiembre: nuevos controles autorizados por la ley Patriot Act interfieren en la vida privada, el secreto de la correspondencia y la libertad de informacin. Ya no se exige una autorizacin para las escuchas telefnicas. Los investigadores pueden acceder a las informaciones personales de los ciudadanos sin orden de registro. As, el FBI actualmente exige a las bibliotecas que le proporcionen las listas de libros y sitios de Internet que consultan sus abonados para trazar un "perfil intelectual" de cada lector (Ramonet, 2003a: 1). Para reforzar esa idea que apunto acerca de la anulacin desfuturizadora del tiempo como modo de control social absoluto, quiz convenga reproducir la declaracin textual de John L. Petersen, presidente del Arlington Institute reproducida en este mismo artculo junto a otra en la que justifica la prdida de la vida privada en favor de una mayor seguridad: "Vamos a poder anticipar el futuro gracias a la interconexin de todas las informaciones que les conciernan. Maana vamos a saber todo sobre ustedes" (Ramonet, 2003a: 1). (8) En la misma lnea, Ramonet hablaba en 1997 de ese enemigo que ha dejado de ser unvoco, de ese "monstruo de mil caras" que puede adoptar mltiples apariencias: la explosin demogrfica, la droga, las mafias, los fanatismos tnicos, el crimen organizado, el fundamentalismo islmico, el efecto invernadero, las grandes migraciones, etc. (Ramonet, 1997). (9) Para reforzar esta tesis, Chomsky suele echar mano del primer informe que, con posterioridad a la Guerra Fra, redefina las lneas maestras de la poltica internacional estadounidense. En marzo de 1990, este informe estratgico conclua que el poder militar estadounidense deba centrarse en el tercer mundo, siendo el principal objetivo el Oriente Medio, donde las "amenazas a nuestros interesesno podan dejarse a las puertas del Kremlin". Por fin se puede reconocer los hechos tras dcadas de engaos, una vez el pretexto sovitico perdiera su eficacia. Debemos desarrollar contina Chomsky reproduciendo la postura americana-todava ms la capacidad de nuestras fuerzas de avance, contrarrevolucionarias y para los conflictos de baja intensidad [] En resumen, se trata como siempre de negocios, adems de las modalidades de control de la poblacin y de estrategia militar: en el primer mbito, un giro hacia la realidad a la hora de identificar al enemigo; en el segundo, cambios tcticos (Chomsky, 1996: 93-94). (10) Para Frade, la utopa de la paz mundial capitalista unida a la supuesta superacin liberal de lo poltico constituye el principal soporte de ese "logopoder" en cuyo nombre no slo se condena la guerra, sino que se proclama su abolicin y se denigra a la poltica, a la que se identifica con la guerra por oposicin a la pacfica economa. Nada tiene de extrao contina el autor-, en este contexto ideolgico, que los adversarios dejen de llamarse enemigos y se criminalicen como perturbadores de la paz, extremistas y seres irracionales que, no por causalidad, suelen coincidir con los pobres y los inmigrantes, as como con los Estados ricos en recursos energticos que ofrecen resistencia (Frade, 2002: 10). Como vemos, en contraste relativo con la tesis de la "modernidad demediada militarmente" estudiada por Ulrich Beck, Frade dirige su anlisis crtico a la teora del capitalismo pacifista elaborada por Comte, Schumpeter para resaltar que la conquista pacfica de los mercados mundiales est por

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    encima de cualquier otra conquista (Beck, 2003: 156). (11) Hay que dejar claro que Carl Schmitt reivindica la autonoma de lo pblico-estatal-poltico slo en tanto en cuanto representa, a diferencia del resto de esferas de la vida social, esa esencial agrupacin amigo-enemigo. Segn esto, todo antagonismo u oposicin religiosa, moral econmica, tnica o de cualquier clase se transforma en oposicin poltica en cuanto gana la fuerza suficiente como para agrupar de un modo efectivo a los hombres en amigos y enemigos (Schmitt, 2002: 67). (12) Para un acercamiento al fenmeno sociolgico de la conversin de los vecinos en extraos y enemigos, consultar Beck, 2000. En referencia al "extrao" como lo excluido segn los estereotipos de un determinado orden social, y centrndose en la experiencia sufrida por el pueblo judo en la Alemania nazi, Beck hace hincapi en la elemental ambigedad de un concepto basado en una combinacin simblica de la cercana y la distancia: los extraos son unos vecinos de los que se dice (ste es el quid de la cuestin): stos no son como nosotros! La categora de extrao, por tanto, representa una doble provocacin: son de aqu, pero no respetan los estereotipos que los que aqu han formado y cultivan de s mismos (Beck, 2000: 131). (13) Hacia ello apuntan las conclusiones de mi estudio antes referido (Vidal, 2003). (14) Como argumenta Guy Debord, el "espectculo" se asienta en una fundamental "banalizacin" al concentrar la imagen de un posible papel que desempear la estrella- en el plano de la misma representacin espectacular del hombre. De este modo: el representante del espectculo unificado (la estrella del espectculo) es lo contrario del individuo, el enemigo del individuo tanto para s mismo como para los dems. Al desplazarse hacia el espectculo como modelo de identificacin, el individuo ha renunciado a toda cualidad autnoma para identificarse con la ley general de la obediencia al curso establecido de las cosas en cuanto tal (Debord, 2002: 65). (15) Esta es la perspectiva desde la que Clifford Geertz articula su antropologa fenomenolgica de corte comprensivo-interpretativo-descriptivo. Lejos de ser una realidad objetiva frente a los que se sitan los individuos de una sociedad, lejos de ser una conducta previamente estructurada o una estructura de la mente, o las dos cosas a la vez, lo cultural adquiere en la obra de este autor el carcter emergente de esa "urdimbre" de significados a travs de las cual los agentes sociales dan cuenta de lo que son en su relacin con los dems (Geertz, 2001). (16) Utilizo la metfora antropofgica para recalcar el modo en que las culturas no se alimentan sino del propio encuentro intercultural aunque este no est siempre determinado por una apertura positiva al "otro". Por consiguiente, tengo que destacar los esfuerzos realizados por el investigador chileno Rodrigo Browne a la hora de trasladar ese enfoque "antropofgico" tribal a distintos niveles de conformacin relacional de la cultura contempornea postmoderna: el nivel bsico de la intertextualidad; el segundo nivel del consumo iconofgico publicitario; y el tercer y ltimo nivel de la "indigestin icnica", de la patologa iconoadictiva que hace referencia al poder sojuzgador de las imgenes creadas por nuestros discursos -podramos decir- "espectaculares" (Browne, 2002-2003). Es as cmo el mismo autor se hace cargo de la deuda contrada con la ya citada "sociedad del espectculo" de Guy Debord (Debord, 2002). (17) Para una aproximacin a este fenmeno dialgico de la permanente tensin entre una "identidad-idem" y una "identidad-ipse", consultar Ricoeur, 2001. En lo que atae al concepto de "plexo", dentro del papel fundamental que juega en la "Teora del Emplazamiento" como lugar dinmico de entrecruzamiento de mltiples agenciamientos, y flujos relacionales de direccin, sentido e intensidad variable, consultar Vzquez Medel, 2003. (18) Esta es la lnea seguida en el anlisis del proceso de "fasticizacin" de las clases medias que hiciera Wilhem Reich en el contexto del ascenso al poder del nazismo alemn (Reich, 1980).