Viejas historias de taberna, por Torzai

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Viejas historias de taberna. Cantaba aquella vieja canción, transmitida por el viento y el silencio, de un viejo hombre ya perdido en el tiempo, que de su vida perdió la ilusión. Cantaba aquella vieja canción, escrita en los libros con letras de oro, de un valiente aventurero cuya afición, era enfrentarse a los miedos de otros. Era fiera su espada y mordaz su visión, afilada la palabra que de sus labios nacía, enfrentarse a miles sin pensarlo podía, y volver a casa para la reflexión. Pero pasó el tiempo y todo se marchitó su espada se quebró y cayó en el olvido su fuerza, como pétalos ante una brisa se desvaneció y sin pensarlo, ya todo lo había perdido... Y a día de hoy... Un profundo llanto se repite cada noche, en las entrañas de alguna sórdida posada, una súplica, una pregunta... un “Por qué” no me llevaste, cuando aún sostenía mi espada. Sus viejos dedos se detuvieron, temblorosos y temerosos, como si no quisiesen dañar el laúd que sostenía en sus manos. Entonces el viejo Karmson alzó su mirada hasta cruzarla con la mía y pude verlo, ese hombre del que habla la canción eran sin duda aquel que agonizaba en sus ojos. Quise responder o protestar, pero me interrumpió con su voz maldecida por el tiempo. - Por eso no debes jamás convertirte en aventurero. Luchas por una causa que nunca termina, no te dejarás abrazar por la muerte mientras tu deber se mantenga firme, pero cuando quieres darte cuenta no puedes ni sostener una espada y la causa sigue y sigue... Es entonces cuando te preguntas, ¿ha valido la pena? Te gusta creer que sí pero jamás te libras de la duda. Anda, déjate de tonterías de aventureros y tráeme otra cerveza, tanta canción me ha dejado la boca seca.- Llevó la mano al broche de su capa. Un reluciente broche de oro que tenía grabado un arpa acunada por las puntas de una luna y me lo ofreció, añadiendo.- Aquí tienes, dale esto al tabernero. Con ello, pagarás la bebida que te he pedido. Esto ya no significa nada para mí. Desde que lo conocí hace ya 7 años siempre había portado ese broche, siempre lo protegía orgulloso. Podían cambiar los ropajes, o el capote pero ese pequeño y áureo amigo siempre estaba allí, vigilante. Le habré preguntado cientos de veces que significaba pero sus respuestas siempre eran esquivas. Aquel pequeño emblema me había traído más curiosidad que el mayor de los tesoros que pudiesen nombrar sus historias. A veces, alguna noche que me adentré a hurtadillas en su habitación le oía susurrar pequeñas plegarías a ese dorado compañero, pero por su aspecto, diría que jamás fueron escuchadas.

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Viejas historias de taberna.

Cantaba aquella vieja canción,

transmitida por el viento y el silencio,

de un viejo hombre ya perdido en el tiempo,

que de su vida perdió la ilusión.

Cantaba aquella vieja canción,

escrita en los libros con letras de oro,

de un valiente aventurero cuya afición,

era enfrentarse a los miedos de otros.

Era fiera su espada y mordaz su visión,

afilada la palabra que de sus labios nacía,

enfrentarse a miles sin pensarlo podía,

y volver a casa para la reflexión.

Pero pasó el tiempo y todo se marchitó

su espada se quebró y cayó en el olvido

su fuerza, como pétalos ante una brisa se desvaneció

y sin pensarlo, ya todo lo había perdido...

Y a día de hoy...

Un profundo llanto se repite cada noche,

en las entrañas de alguna sórdida posada,

una súplica, una pregunta...

un “Por qué” no me llevaste, cuando aún sostenía mi espada.

Sus viejos dedos se detuvieron, temblorosos y temerosos, como si no quisiesen dañar el laúd que

sostenía en sus manos. Entonces el viejo Karmson alzó su mirada hasta cruzarla con la mía y pude

verlo, ese hombre del que habla la canción eran sin duda aquel que agonizaba en sus ojos. Quise

responder o protestar, pero me interrumpió con su voz maldecida por el tiempo.

- Por eso no debes jamás convertirte en aventurero. Luchas por una causa que nunca termina, no te

dejarás abrazar por la muerte mientras tu deber se mantenga firme, pero cuando quieres darte cuenta

no puedes ni sostener una espada y la causa sigue y sigue... Es entonces cuando te preguntas, ¿ha

valido la pena? Te gusta creer que sí pero jamás te libras de la duda. Anda, déjate de tonterías de

aventureros y tráeme otra cerveza, tanta canción me ha dejado la boca seca.- Llevó la mano al

broche de su capa. Un reluciente broche de oro que tenía grabado un arpa acunada por las puntas de

una luna y me lo ofreció, añadiendo.- Aquí tienes, dale esto al tabernero. Con ello, pagarás la bebida

que te he pedido. Esto ya no significa nada para mí.

Desde que lo conocí hace ya 7 años siempre había portado ese broche, siempre lo protegía orgulloso.

Podían cambiar los ropajes, o el capote pero ese pequeño y áureo amigo siempre estaba allí,

vigilante. Le habré preguntado cientos de veces que significaba pero sus respuestas siempre eran

esquivas. Aquel pequeño emblema me había traído más curiosidad que el mayor de los tesoros que

pudiesen nombrar sus historias. A veces, alguna noche que me adentré a hurtadillas en su habitación

le oía susurrar pequeñas plegarías a ese dorado compañero, pero por su aspecto, diría que jamás

fueron escuchadas.

Caminé hacia la barra, perdido en mis pensamientos observando aún aquel pequeño broche cuando

el tabernero de la “Garganta Ardiente” me sobresaltó, haciéndome salir de mis pensamientos.

- ¿Qué quieres, jovencito? ¿Ese viejo cascarrabias quiere otra bebida? Terminará borracho y hace

días que no paga su cuenta. No puedo servirle otra.- No sé por qué lo hice, pero cuando quise darme

cuenta dejaba caer el broche de oro en el bolsillo de mi chaqueta y descolgaba mi tintineante bolsa

de monedas- Aquí tiene, todo lo que le debe. Y la última bebida que pidió.- El tabernero me miró,

suspicaz pero tras encogerse levemente de hombros respondió a mis palabras trayéndome la cerveza

que le había pedido y desvió sus asuntos a cosas más importantes.

Regresé junto al viejo Karmson, algo incómodo con la bebida entre manos. No dejaba de clavarme

una mirada seria y severa, más sería que ninguna de las que me había dirigido hasta ahora, pero,

¿por qué? Tomó su cerveza y se incorporó sin mediar palabra hasta cruzar el umbral de la puerta

que daba al exterior, sin despedirse siquiera. Sin duda estaba molesto, pero en la inocente balada

que tenía por vida no alcancé a comprender por qué.

Aún...