Vinçen Miles

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Relato corto

Transcript of Vinçen Miles

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Me llamo Vinçen Miles, y les voy relatar un hecho insólito que me sucedió

hace ya algún tiempo. No tengo ni idea de por qué no lo he contado antes, simplemente

no había necesidad, supongo. Tampoco tengo idea de por qué lo cuento ahora, pero esta

es la historia.

Era un día frío y gris de enero. Me refugiaba en un soportal esperando la

inminente lluvia, esperanzado con protegerme usando aquellas bastas columnas de

piedra de las rachas de viento heladas, cuando una de las personas que paseaban por la

calle volvió a increparme sobre mi manera de tocar.

- Váyase a su casa con ese ruido a molestar a su madre, enfermo!!

La gente era incomprensible; si tocabas en la calle una melodía te trataban de

pordiosero; si les cobrabas cincuenta euros por ir a verte tocar al más famoso club de

música de la ciudad, te aplaudían con todas sus ganas, incluso besarían la tierra que

pisaras. Pero a mi no me importaba, eran las diez de la mañana, el frío helaba cada uno

de mis cabellos y el jazz calentaba mis manos agarradas a mi viejo saxo, el primero que

tuve, el que siempre me acompañó.

Me gustaba ir ahí, a tocar a la intemperie y que la música fuera directamente

del instrumento a los oídos de la gente sin pasar por sintetizadores, máquinas y demás

ordenadores que hacían, arreglaban y componían la música que prácticamente se

escuchaba en todos sitios. Se que no tenía por qué hacerlo, tenía mi propia orquesta y

componía música para la películas más exitosas que se exhibían por todo el mundo, no

tenía por qué aguantar a la gente ni a sus insultos, pero me encantaba llevar la música a

la calle además, esa mañana el ensayo con la orquesta se había retrasado y había

cancelado mi reunión con Albert Flauvert, un engreído y fracasado director de cine que

se empeñaba en triunfar en la gran pantalla haciendo películas de fantasía propias de un

enfermo mental. A mi no me importaban sus películas; el chaval no tenía ni idea de

música ni de cine, pero pagaba puntualmente y me dejaba más o menos tranquilo el

resto del tiempo, podía componer para lo que realmente me interesaba y él seguía

gastando la fortuna que heredó de su padre. Era patético, pero no me importaba en

absoluto.

La lluvia caía fuerte y ni si quiera me había dado cuenta. Miré el reloj y

llevaba una hora y cuarto tocando sin parar. El jazz tenía eso; me sumergía en mis

propios pensamientos y me sacaba de la realidad, me ayudaba a inspirarme para las

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composiciones. Guardé el saxo en su funda y me encaminé hacia el auditorio donde

teníamos el ensayo. Cuando llegué la orquesta estaba lista, sólo faltaba yo, y nada más

entrar me informaron que el director de la película quería hablar conmigo. Era para

decirme que esta o aquella parte no le gustaba, que volviera a cambiarla, y yo tuve que

volver a explicarle que una película épica como la que estaba haciendo requería una

música con elementos épicos, que inspiraran lucha, triunfo y satisfacción por el logro

conseguido. Colgué el teléfono y dejé ese tema para más tarde. Me subí al estrado y

comencé con el ensayo; nada de importancia, algunos pequeños arreglos aquí y allá y el

tema principal del héroe estaba terminado.

Cuando llegué a casa por la noche sólo me apetecía descansar. Hans, mi viejo

mayordomo, me tenía todo preparado como de costumbre a la hora de la cena. Todo

perfecto, como siempre.

- Hola Hans, qué tal el día?

- Muy bien, señor. Y el suyo?

- No ha estado mal, pero ha sido agotador. Terminamos las variaciones del

tema del héroe, por fin! Espero que el director no le ponga pegas, está empezando a

cansarme.

- Me alegro por usted, señor. Por cierto, le llamó el señor Forhall. Le dije que

no sabía a qué hora vendría y que lo llamaría en cuanto llegase, parecía algo inquieto.

John Forhall Saints era mi agente y colaborador, aunque nos conocíamos ya

de tantos años que éramos viejos amigos. Realmente era mi único amigo. Él se

encargaba de la parte más pública y social de mi trabajo, digamos que me despejaba el

camino para que yo sólo me dedicara a componer y componer.

- Está bien, voy a llamarlo a ver qué quiere.

- De acuerdo. Pero le aconsejo señor, que no se retrase mucho, la cena se

enfría a una velocidad imparable.

- Ja, ja, ja!! -me encantaba el humor tan inglés con el que Hans siempre se

refería a la comida. A veces me encontraba el menú de la cena con los nombres más

variopintos que os podáis imaginar- Está bien Hans, intentaré no tardar mucho.

Fui a mi despacho, descolgué el auricular y pulsé el primer botón de la

memoria del teléfono inalámbrico; John.

- Vinçen?

- Vaya!, si que tenías prisa por hablar conmigo. Qué sucede, viejo amigo?

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- Verás, esta mañana tuve una visita de lo más extraña. Se presentaron en mi

oficina unos tipos serios, de negro, una burda imitación de agentes de la gestapo. Se

identificaron como personal del ejército.

- Del ejército? -dije yo sorprendido.

- Si, si, los militares, el ministerio de defensa.

- Y para qué quería verte a ti el ejército? No terminaste la mili o algo así?

- La cosa no tiene gracia, porque en realidad a quien buscaban era a ti.

Me quedé parado. No sabía qué pensar. Intentaba dar con una respuesta para

explicarme por qué el ejército me estaba buscando.

- Y qué querían?

- Sencillamente querían encargarte un trabajo, que les hicieras unas

composiciones.

- Bueno, eso me tranquiliza más. Había llegado a pensar que el viejo que me

insulta por las mañanas había pasado de la policía y había ido directamente a

denunciarme a la marina.

- No sigas por ahí, no tiene tanta gracia como parece. Si los hubieras visto se

te hubiera cortado el desayuno como a mi. Todo esto tiene una pinta muy rara.

- Vamos John, lo más probable es que quieran que les componga un himno o

algo por el estilo. No hay de qué preocuparse.

- Bueno, tu no te preocupes si no quieres, pero a mi no me huele nada bien.

- Tranquilo amigo. Concierta una entrevista y veremos qué quieren.

- Bueno, ahora si que te vas a reír porque no habrá entrevista. Me dijeron que

te advirtiera que en cualquier momento aparecerían por tu casa para hablar contigo.

- En mi casa!!? Pero tú estás loco? Cómo se te ha ocurrido darles mi

dirección?

- Qué querías que hiciera? Es el ejército, no un grupo de fans descontrolados.

- Bueno, ya está hecho. Te dejo, que Hans me espera para cenar.

- Está bien, pero estate preparado, pueden aparecer en cualquier momento por

ahí. Parece que el tema les corría bastante prisa.

- De acuerdo. Venga, te dejo. Ya hablamos.

Colgué el teléfono y bajé rápido hasta el salón donde tenía la cena. Estaba

cabreado; John sabía perfectamente que no podía dar mi dirección a nadie, ni a

productoras ni a directores ni a nadie, ni si quiera a mi ex-mujer. Para eso estaba él, para

concertar citas y vernos lo más alejados de allí, de mi hogar, de mi refugio.

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Hans llegó con el postré y enseguida notó mi cabreo.

- Está todo bien, señor?

- Más o menos.

Seguí comiendo y Hans no hizo más preguntas. Se retiró y yo intenté terminar

mi plato, aunque me fue imposible. Lo intenté con el postre pero nada, no conseguía

tragar.

Me levanté de la mesa, me despedí de Hans y subí cabizbajo hasta mi

habitación. Sería casi media noche.

Realmente no estaba cabreado con John. Llevábamos de socios un montón de

años y nunca había habido ningún problema, todo había salido bien, pero al principio de

todo dejé muy claro que mi casa era sólo mía, y que nadie debía saber dónde estaba. De

esta manera, el hecho tremendamente insólito de que el ministerio de defensa fuera a

verlo para ponerse en contacto conmigo carecía de importancia.

No habrían pasado ni dos horas desde que me acosté cuando Hans llamaba a

mi puerta.

- Hans, eres tú? – pregunté somnoliento.

- Disculpe que le moleste a estas horas señor, pero abajo hay unos señores que

quieren verlo.

- Pero mira qué hora es!! Diles que llamen a John y que les de hora para una

cita, que los veré lo antes posible.

- Ya se lo dije señor, pero al parecer ya han hablado con el señor Forhall y le

advirtieron que vendrían en cualquier momento.

- Está bien, diles que bajaré enseguida.

Eran los militares; parecía increíble, pero el ejército estaba en mi casa a las…,

no sabía ni la hora que era. Me levanté, me puse una ligera bata de raso y bajé

tranquilamente hasta la habitación del piano.

Y allí estaban. Eran como me los había descrito John, unos tipos altos y serios

que efectivamente habrían pasado por agentes de la gestapo.

- Buenas noches señor Miles, disculpe que le molestemos a estas horas tan

poco apropiadas, pero nos gustaría hablar con usted.

Si los dos tipos eran serios, el que se dirigió a mi era el más serio de los dos.

Hablaba con autoridad y propiedad, debía ser el de más rango.

- Está bien, siéntense. Les rogaría que fueran breves, pues mañana tengo un

duro día de trabajo.

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- Lo entendemos, señor Miles, pero el hecho que nos trae hasta aquí debe ser

debatido en un lugar más apropiado, por eso le invitamos a que nos acompañe a una de

nuestras oficinas.

- A estas horas? Agradezco la invitación, pero no creo que sea el momento de

salir de casa con dos tipos a los que ni si quiera conozco. Les ruego se pongan en

contacto con mi agente y que les de hora para una entrevista. -me dispuse a darme la

vuelta e irme, pero el tono del agente cambió de súbito.

- Señor Miles, el motivo por el que hemos venido a su casa a molestarlo a

estas horas es alto secreto. El superior que quiere verlo se encuentra en nuestras oficinas

a la espera de que se reúna con él. Ahí disponemos de todo el material y los recursos

necesarios para informale del trabajo que nos gustaría que realizase. Como ve, se trata

de una cuestión de vital importancia. A todos nos gustaría estar durmiendo, créalo.

La cosa parecía más seria de lo que me había imaginado. Los tipos cumplían

órdenes y a mí todo esto me tenía bastante inquieto. Cuanto antes terminara mejor.

- De acuerdo. Esperen que me vista y les acompañaré.

- Perfecto señor Miles, le esperamos.

Subí las escaleras sin darme demasiada prisa. Llegué a mi habitación y me

vestí con algo cómodo. No sabía dónde me llevaban ni el tiempo que iba a tardar en

volver, no creo que les importara si vestía de chaqueta o no.

Tras bajar, los agentes me acompañaron a un coche que esperaba en la puerta

y nos pusimos en marcha. El coche era diferente a cualquier otro que hubiera visto

antes. Por fuera parecía un coche normal y corriente, pero por dentro era como el coche

de un espía aunque claro, todo parecía sacado de una película de espionaje, sobre todo

los tipos, que se sentaron a mi lado dentro del habitáculo y no pronunciaron palabra en

todo el trayecto. Me percaté que los cristales no permitían ver el exterior, así que no

tenía ni idea a dónde me llevaban; podíamos estar perfectamente dando vueltas a la

casa.

Al cabo de unos treinta y cinco minutos aproximadamente el coche se detuvo,

los agente bajaron y me ayudaron a salir. Me encontré de repente en una especie de

garaje o hangar pintado de blanco y tapizado de azulejos, más bien parecía la sala de

operaciones de un hospital. Me indicaron el camino hacia donde tenía que dirigirme y

me puse en marcha. Todo me era extrañamente familiar, se parecía quizá a alguna

película para la que había compuesto su música. Llegué a una puerta pequeña y uno de

los agentes pulsó un botón, se abrió y pasamos al interior de un ascensor. En ese

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momento imaginé bajando metros y metros hasta un bunker subterráneo como había

visto en tantas películas; en lugar de ello se abrió a mis espaldas otra puerta y la

atravesamos para dirigirnos a una habitación situada al fondo del pasillo.

- Espere aquí señor Miles, mi superior llegará en breves momentos.

- De acuerdo -dije yo echando un vistazo rápido al lugar.

Parecía una habitación confortable, con una robusta mesa de madera maciza,

amplios sillones y una pequeña estantería muy bien labrada. Había cuadros de la guerra

civil y de maquinaria militar colocados por todos sitios.

Estaba observando detenidamente las caras de una de las fotografías cuando la

puerta se abrió de repente. Entró un hombre pequeño, más bien rechoncho, de esos que

inspiran confianza nada más verlos. Sin embargo, su rostro era inescrutable,

impenetrable, sería la pareja perfecta en una partida de póquer.

- Encantado de conocerle en persona, señor Miles -me dijo extendiendo su

mano- Soy el teniente Shore. Le ruego me disculpe por las horas en las que se está

produciendo esta reunión, pero tiene que ser así lamentablemente, a mi también me han

sacado de la cama.

- Lo entiendo, pero explíqueme que es lo que quieren de mí. Esta situación se

está volviendo cada vez más rara. No se para qué me necesita el ejército.

- Se lo explicaré inmediatamente. Por favor, póngase cómodo - me indicó que

me sentara en el amplio sillón de piel y él hizo lo mismo en la butaca contigua- Le

apetece tomar algo, un té, café?

- Café por favor, expresso si puede ser.

- Naturalmente, un momento - se levantó, pulsó un botón que había junto a la

puerta por donde habíamos entrado y dio las órdenes- Café expresso para el señor y un

martini bianco con hielo -En menos de un minuto teníamos nuestras bebidas sobre la

mesa.

- Verá señor Miles. Imagino que no tengo que advertirle que lo que aquí se

hable esta noche será mantenido en secreto, no es cierto?

- Si, bueno, lo imagino. Ya me han comentado algo antes de sacarme de casa.

- Efectivamente. Todo lo que voy a contarle es vital para la seguridad del país,

así que le agradecería no comentara nada con nadie. Si se lo cuenta a alguien o

simplemente lo intenta, lo sabremos. En ese caso actuaremos de la manera pertinente y

créame, no le gustaría saber los detalles. Pero bueno, si usted no dice nada no volverá a

saber de nosotros, no tendrá de qué preocuparse.

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- Creo que no vamos a llevarnos bien. Aun no me ha contado de qué va todo

esto y ya me está amenazando. Termine cuanto antes.

- Está bien. Señor Miles, el ministerio de defensa quiere que trabaje para

nosotros en un proyecto de alto secreto. Le voy a ser sincero: estamos a punto de entrar

en guerra.

- En guerra? Pero qué me está contando?

- Si las negociaciones con el ministro de defensa fracasan la semana que

viene, en menos de un mes estaremos metidos hasta el cuello en lo que puede ser la

antesala de la tercera guerra mundial.

- Pero esto es una broma?

- No es ninguna broma señor Miles. El ejército lleva meses preparado y

entraremos en combate en cuanto nos den la orden –hizo una pausa, como si intentara

recordar un discurso muy bien memorizado-. Como sabrá, las guerras han cambiado,

han evolucionado. Hemos pasado de espadas, a fusiles de asalto de alta precisión; de

catapultas que lanzan piedras, a misiles teledirigidos a miles de kilómetros; enemigos

invisibles, ataques sin necesidad de personas.

- Si, se como son las guerras.

- No, no sabe cómo son, porque la cosa no termina ahí. La guerra ya no

consiste en matar soldados y acabar con el enemigo. La cuestión no es acabar con él

eliminándolo, sino producirle el máximo de bajas posibles. Si un soldado muere

pondrán a otro, pero si le haces daño, lo hieres y no muere, invertirán lo que sea para

mantenerlo vivo. Medicamentos, transporte, alimentos, lo que sea para sanarlo y que

vuelva a la guerra, y todo eso cuesta recursos. Imagínese lo que harán con decenas, con

miles de soldados. Todo está calculado señor Miles, todo. Cada uno de los céntimos que

se invertirá en cada soldado, la repercusión que tendrá en la población, en el país entero,

lo sabemos todo. Si un país se queda sin recursos se destruye un doscientos por cien

más rápido que dejando caer una bomba atómica. Las armas del siglo veintiuno ya no

van a acabar con la gente, van a dañarlas; armas químicas, biológicas, ese es el futuro de

la guerra señor Miles, hacer que el enemigo consuma rápidamente sus recursos y que no

se pueda recuperar.

- Está bien, son muy listos. Ahora dígame qué pinta un músico como yo en

medio de una guerra como la suya.

- Conoce los estudios de Pietrov?

- Si, leí algo sobre eso hace algunos años.

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- Si recuerda, Pietrov descubrió que cierto tipo de música puesta al feto antes

de su nacimiento influía en el desarrollo del cerebro, haciendo que esos niños y niñas

fueran aventajados, digámoslo así, con respectos a sus iguales. Eran más inteligentes,

más capaces, más activos que el resto de los niños.

- Si, lo recuerdo, pero no le di mucha importancia al estudio. Me pareció uno

más de tantos disparatados que hay.

- Craso error señor Miles, el mismo que tuvo el resto del mundo. Sin embargo,

nosotros seguimos investigando, y descubrimos que no era la música de este o aquel

compositor la que los hacía más aventajados, sino las longitudes de onda empleadas en

las canciones, eran éstas las que tenían la propiedad de cambiar la composición

estructural del cerebro.

“Después de nuestro descubrimiento seguimos investigando, y encontramos el

mismo efecto, pero al contrario: cierto tipo de longitudes de onda destruían las células,

pero no cualquier célula, destruían las neuronas. Los animales del laboratorio se volvían

locos, se mordían unos a otros y acababan matándose”.

Se produjo un silencio. El teniente Shore me miraba como esperando a que yo

dijera algo, pero sinceramente no sabía qué decir. Todo lo que me contaba era

tremendamente cruel, no sabía qué esperaba que le respondiera.

- Está bien señor Miles, le echaré una mano. El trabajo que queremos que nos

haga es que componga una canción que fusione esas longitudes de onda de tal modo que

parezcan parte de la canción. Si acepta, recibirá un cheque por valor de ciento cincuenta

millones de euros, libres de impuestos.

Todo esto era inaudito. No me podía creer lo que estaba escuchando y mi ira

comenzaba a crecer dentro de mí tan rápido como ardía un barril de pólvora.

- Vamos a ver si lo he entendido. Me está pidiendo que haga una canción para

que la gente se mate entre sí?

- Efectivamente. Insertaremos esa canción en su radio, en sus discos, en la

tele, en cualquier sitio donde pueda ser escuchada. Cuando la gente empiece a volverse

loca, el gobierno intentará detener esa pandemia y utilizaran todos los recursos posibles

a su alcance. Se quedará sin nada, sin recursos, y acabarán destruyéndose a sí mismos.

Señor Miles, nosotros no seremos los que ataquen primero. Esta guerra no puede

producirse!! El país enemigo cuenta con tantos aliados, que con que sólo explotemos un

petardo en una de sus calles tendremos a trece países metiéndonos metralla hasta debajo

de los ojos, no se da cuenta!! Es por el bien de nuestro país!!

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- Teniente, lléveme a mi casa!!, y por supuesto que no comentaré esto a nadie,

es lo más abominable que he oído en mi vida!!. Sabe, llevo casi treinta años

componiendo música, poniendo notas a la vida, haciendo que la gente se emocione

cuando escuche una melodía o vea unas imágenes acompañadas de sonido, de vida, se

da cuenta!! Vida!! No se cómo se les pasó por la cabeza pensar que cedería a un acto tan

atroz.

El calor me asfixiaba, la tensión en la habitación era tan fuerte que estoy

seguro que me habría pegado un tiro si se le hubiera pasado por la cabeza.

Nos mirábamos fijamente, sin parpadear. Mi rostro se volvió tan frío e

inescrutable como el suyo, y sólo pensaba en salir de ahí, en irme a casa y ver que todo

había sido una pesadilla que terminaría por la mañana.

- Como quiera señor Miles -dijo alisando un poco su ropa. Sacó de uno de los

bolsillos un pañuelo y se secó el sudor que le bañaba la frente - Los agentes que le han

traído le acompañarán a casa. Sentimos las molestias que le hemos causado. Recuerde,

no hable de esto con nadie o lo sabremos.

- No se preocupe, no se me ocurriría. Sólo espero que no encuentren a nadie

dispuesto a realizar sus planes.

- Tranquilo señor Miles, siempre hay alguien.

Llegaron los agentes y me indicaron que comenzara a andar. Miré hacia atrás

y vi cómo el teniente esbozaba una sonrisa. Me parecía un demonio.

Llegamos al hangar y nos metimos en el coche. Mi mente estaba bloqueada

dándole vueltas una y otra vez a lo que acababa de pasar. Ahora sabía de sus macabros

planes, conocía lo que pretendían hacer y me producía escalofríos. De repente tuve la

sensación de que estaba en peligro. Lo sabía todo, y en cualquier momento estos tipos

podían detener el coche, hacer que me bajara y pegarme un tiro en mitad de la frente y

dejar mi cadáver ahí, en alguna parte de cualquier sitio. Esto me produjo más

escalofríos. Sólo deseaba llegar a casa y que todo terminara.

A pesar de que han pasado unos cuantos años, aun recuerdo vívidamente aquel

hecho que me marcó para siempre. Por supuesto no hablé con nadie del asunto, y

cuando Jhon me preguntó qué querían los militares le dije que si, que querían un himno

nuevo, pero que pagaban muy poco y tenía otras cosas más importantes que hacer.

Desde ese día me no volví a tocar en la calle. Pasaron los días y apareció la noticia de

que un país entero había entrado en guerra civil y no se conocían bien las causas que la

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habían originado. La gente se mataba entre ellos y poco a poco el país iba quedando

destruido. El teniente tenía razón, encontraron a alguien que les hizo el trabajo, alguien

que no merece llamarse músico.