Walter Benjamin. Memoria
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Universidad de ChileFacultad de Filosofía y HumanidadesCentro de Estudios Culturales LatinoamericanosSeminario: Experiencia y memoria en los escritos de Walter BenjaminProf. Horst Nitschack
Una lectura de los Fragmentos sobre la historia desde la crítica cultural
Eduardo Vergara Torres
I.
En las Tesis sobre el concepto de historia confluyen muchos de los temas que atraviesan
este seminario. En cierto sentido, toda la obra de Benjamin puede ser leída desde la
perspectiva de las Tesis…, porque desde aquí opera lo que en El narrador vimos que era la
sanción de la muerte: el sentido que adviene siempre de manera póstuma. Tal vez el
conjunto de la obra de Benjamin adquiera un sentido particular vista desde este momento
culmine.
Las Tesis… fueron compuestas entre fines de 1939 y comienzos de 1940. Como señala
Bolivar Echeverría, las reflexiones Sobre el concepto de historia constituyen un “armazón
teórico destinado a sustentar esa historia crítica de la génesis de la sociedad moderna en la
que [Benjamin] intentaba trabajar desde hacía años”. En ellas se percibe “la sensación
coyuntural de derrota y de indignación que prevalecía entre todos los antifascistas
consecuentes después del Tratado de Munich (1938) y el Pacto Germano-Soviético
(1939)”. En este sentido, las Tesis… se plantean como una crítica de los fundamentos de los
discursos comunista y socialista contemporáneos, del “marxismo vulgar” que había hecho
suya la ideología mecánica y conformista del progreso. Y su intención fundamental es
articular un discurso alternativo que sea eficaz en el enfrentamiento con el fascismo.
Quisiera partir contraponiendo dos perspectivas, una la de Marx y otra la de las Tesis…,
para dar pie a una reflexión sobre el estatuto del pasado y los modos de aproximación al
pasado en el pensamiento de Benjamin. La sesión anterior pudimos ver, a propósito del
trabajo sobre Baudelaire, cómo Benjamin plantea una política de la memoria, memoria que
aparece no como un almacenamiento dado, sino como producto de un trabajo de
dimensiones políticas –quizás ético-políticas– que habría de articularse con la revolución. Y
desde ese punto, me gustaría mostrar cómo cierta crítica ha productivizado los
planteamientos de Benjamin en torno a la Historia para leer la producción cultural
contemporánea, al menos en el Chile postdictadura
La primera cita está tomada El dieciocho brumario de Luis Bonaparte. Dice:
“La revolución social del siglo XIX no puede sacar su poesía del pasado, sino
solamente del porvenir. No puede comenzar su propia tarea antes de despojarse de
toda veneración supersticiosa del pasado. Las anteriores revoluciones necesitaban
remontarse a los recuerdos de la historia universal para aturdirse acerca de su propio
contenido. La revolución del siglo XIX debe dejar que los muertos entierren a sus
muertos, para cobrar consciencia de su propio contenido.”
(K. Marx, El dieciocho brumario de Luis Bonaparte, I)
Es un pasaje sorprendente para nosotros como lectores de las Tesis… Para Marx, el pasado
aparece como una carga –una “pesadilla que oprime el cerebro de los vivos”– de la que el
proletariado del siglo XIX debe librarse si espera cobrar consciencia del verdadero
contenido de la revolución que está llamado a realizar. En El dieciocho brumario abundan
los ejemplos de esas revoluciones pasadas cuyo recuerdo es necesario dejar atrás para
realizar la presente. En cierto sentido, Marx está planteando que la articulación entre
pasado y revolución arroja un saldo negativo, que la revolución proletaria se haría en
nombre del porvenir, de espaldas al pasado.
En las Tesis…, Benjamin ofrece una visión absolutamente contraria a la planteada por el
Marx de El dieciocho brumario… Allí Benjamin escribe:
“El sujeto del conocimiento histórico es la misma clase oprimida que lucha. En
Marx aparece como la última [clase] esclavizada, como la clase vengadora, que
lleva a su fin la obra de la liberación en nombre de las generaciones de los
derrotados. [La socialdemocracia] se complació en asignarle a la clase trabajadora el
papel de redentora de las generaciones futuras. Y así le cercenó el nervio de su
mejor fuerza. La clase desaprendió en esta escuela tanto el odio como la voluntad de
sacrificio. Pues ambos se nutren de la imagen de los antepasados esclavizados, y no
del ideal de los nietos liberados.”
Es la doceava tesis. Benjamin se apoya en Marx, pero el texto del propio Marx lo
desautoriza explícitamente. En su lectura de las Tesis… Michael Löwy había observado ya
este desencuentro entre Marx y Benjamin al comprender el rol de las revoluciones pasadas
–de su recuerdo– en la narrativa de las presentes. Comentando la tesis XIV, Löwy observa:
“La intuición profunda de Benjamin sobre la presencia explosiva de los momentos
emancipadores del pasado en la cultura revolucionaria del presente era justa: [Tanto
en la revolución de 1871 como en la de octubre de 1917] el levantamiento
revolucionario realizó un ‘salto de tigre hacia el pasado’, un salto dialéctico bajo el
cielo abierto de la historia” (Löwy 142)
Lejos de resolver este impasse, lo que interesa es discutir el estatuto del pasado en
Benjamin a la luz de esta contraposición, porque Benjamin discutía no tanto con Marx
como con el llamado “marxismo vulgar” de los partidos comunistas y socialdemócratas
que, hacia la fecha de redacción de las Tesis…, no solo habían abandonado el proyecto de la
revolución, sino que además habían pactado con el fascismo ante las puertas de la guerra.
Por eso la reflexión de Benjamin tiene ese carácter de urgencia, de alerta ante el peligro.
Por eso concibe la revolución y el socialismo no como el objetivo de una marcha
inexorable, sino como un freno de emergencia ante la inminencia de la catástrofe.
Quisiera indagar en esto tomando como base la lectura que la crítica chilena Nelly Richard
hace del conocido documental de Patricio Guzmán, La batalla de Chile. Veremos que
varios de los elementos presentes en las Tesis… se ponen en juego en la apuesta fílmica de
P. Guzmán, que elabora de forma particular los materiales del pasado reciente para ofrecer
una imagen que conserva la potencia revolucionaria de la experiencia de la Unidad Popular.
II.
En el 2010, ad portas de los 40 años del golpe en Chile Nelly Richard publicó el volumen
titulado Crítica de la memoria, en el que reunía una serie de ensayos cuyo hilo conductor
era el desafío de abordar críticamente las prácticas y narrativas que, en torno a la memoria
de la dictadura, han operado en Chile durante los últimos veinte años.
Uno de los artículos recogidos allí estaba dedicado a analizar las narrativas de dos
propuestas absolutamente contrarias: la del archivo fotográfico del diario El Mercurio, por
una parte, y la del documental La batalla de Chile, de Patricio Guzmán. Tal vez la
comparación fuese ya ociosa pues sus resultados se hacen ver antes de empezar el análisis y
cualquiera puede deducirlos fácilmente. Pero lo que quiero destacar aquí no es tanto el
resultado de esa comparación como la lectura que hace Nelly Richard del particular
montaje de la película de Guzmán.
Como sabemos, La batalla de Chile se filmó entre 1972 y 1973, pero el proceso de edición
y montaje se realizó en el exilio y abarcó un período de 6 años. La primera parte, La
insurrección de la burguesía, apareció en 1975. La segunda, El golpe de Estado, en 1976.
Y la última, El poder popular, se estrenó recién en 1979.
Lo primero que salta a la vista en el montaje final del documental es su ruptura con el
tiempo cronológico. La primera parte muestra los antecedentes directos de lo que será, en la
segunda parte, el golpe de estado, ubicado en el centro de la trilogía. Pero El poder popular,
que corresponde cronológicamente a los primeros años de la Unidad Popular, se ubica en el
último término. El poder popular reemplaza a El golpe de Estado como cierre de la serie
fílmica. ¿Cómo se puede leer este gesto de Patricio Guzmán?
Para Nelly Richard, lo que hace la película es subvertir la temporalidad con miras a una
activación del potencial crítico –o eventualmente, el potencial revolucionario– de las
imágenes, evitando que la sujeción al tiempo cronológico las vacíe de ese contenido al
incorporarlas en una temporalidad –en términos benjaminianos– “homogénea y vacía”. Eso
transformaría al documental como gesto estético en un mero documento de una historia ya
clausurada. Nelly Richard explica:
“Guzmán no dejó que el final dramáticamente conclusivo de El golpe de Estado
tuviera la última palabra de una narración consumada desde el punto de vista
histórico. El cineasta rediseña el trayecto entre lo filmado y lo editado,
desordenando la línea de un tiempo histórico cuya secuencia se creía irreversible
[…] desafiando así cualquier representación lineal de una historia acabada de una
vez y para siempre” (172).
En este sentido, lo que hace el montaje de La batalla de Chile es darnos a oír los ecos de
voces pasadas de las que Benjamin habla en la segunda tesis. Y más aun, me parece que lo
que hay en el documental es una puesta en juego de lo que, en ese mismo lugar, Benjamin
llamó “débil fuerza mesiánica”.
La débil fuerza mesiánica es la posibilidad que se nos da de actualizar el potencial
revolucionario de un pasado que quedó trunco, pero que sigue reverberando en el presente.
“La diferencia del presente de la cual puede brotar el futuro –escribe Pablo
Oyarzún– es la fisura que el pasado pendiente inscribe en el presente. Que el pasado
permanece pendiente, esto es lo decisivo en la concepción benjaminiana. El pasado
sensu stricto es el pasado trunco, aquél que no puede –que no pudo– realizarse en su
presente. Pero precisamente lo trunco del pasado es el índice de su tensión hacia la
redención.” (23)
Lo que hace La batalla de Chile al interpolar los tiempos, al hacer saltar –usando otra
expresión de Benjamin– el continuum de la Historia, es mostrarnos la chance de subvertir la
narración histórica y hacer justicia a ese pasado trunco. Ese quiebre de la sintaxis de la
historia altera la relación entre pasado, presente y futuro, y permite una representación del
pasado que no se deja derrotar por la facticidad del 11 de septiembre. Modifica la
cronología para hacer surgir ese pasado como presente, como proceso aun en marcha, y
como presente abierto a una futura redención.
No es que el documental ejerza esa fuerza mesiánica; lo que hace La batalla de Chile es
devolvernos como un espejo la imagen de nuestra generación en tanto poseedora de esa
fuerza.
Poco más adelante, en la sexta tesis, Benjamin escribe:
“Articular históricamente el pasado no significa conocerlo ‘como verdaderamente
ha sido’. Significa apoderarse de un recuerdo tal como éste relampaguea en un
instante de peligro. […] En cada época ha de hacerse el intento de ganarle de nuevo
la tradición al conformismo que está a punto de avasallarla […] Sólo tiene el don de
encender en el pasado la chispa de la esperanza aquel historiador que esté
traspasado por la [idea de que] tampoco los muertos estarán a salvo del enemigo
cuando éste venza. Y este enemigo no ha cesado de vencer.” (Tesis VI)
En otros términos, el pasado, tal como la memoria, no es una superficie lisa en la que los
acontecimientos se inscriben como una serie homogénea; es más bien la escena de una
lucha incansable, y el materialismo histórico hace suya esa lucha, disputando a los
vencedores de siempre la inscripción de los acontecimientos en la historia. Es en este
sentido que hablábamos en la sesión anterior de una política de la memoria: el pasado y la
memoria como terrenos en permanente disputa.
La narrativa “intempestiva” de La batalla de Chile realiza estéticamente la tarea que
Benjamin atribuyó en la tesis VII al materialista histórico: “pasarle a la historia el cepillo a
contrapelo”. Y esa direccionalidad a contrapelo se muestra de dos maneras: primero,
contando una historia desde la perspectiva de los oprimidos, desde abajo hacia arriba;
segundo, quitándole al golpe de Estado el poder de clausurar la narrativa histórica como
una especie de fatalidad, y dejando así abierta la posibilidad de una redención futura para
esas voces que claman desde el pasado.