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Solamente una voz SOLAMENTE UNA VOZ Seudónimo : Garraza

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Solamente una voz

SOLAMENTE UNA VOZ  

Seudónimo : Garraza

Txema Gonzalez ©

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Sin abrir los ojos sentía el vaivén en el interior de mi cabeza. Poco a poco fue remitiendo la marejada que bullía ahí dentro, pero el mareo inicial dio paso a un espantoso dolor de cabeza. La resaca se había convertido en mi compañera inseparable en los últimos meses.

“...escuché el resondo de los bandoneones bajo el emparrado de mi patio oscuro, y en la pobre pieza de mis buenos viejos, cantó la tristeza su canción de invierno..."

Las notas nostálgicas del viejo tango brotaban del DVD.

Treinta y cinco años, un título universitario máss un MBA por la Saint Louis University; alto, algo desgarbado, con la palidez como compañera, la barba de la desidia, de algunos días más que la de la moda y unos ojos profundos, de mirada ahora enfebrecida, enfermo de soledad.  Hasta hace unos meses, yo era un brillante joven ejecutivo que disfrutaba de una vida de trabajo satisfactorio y de los placeres complementarios. Pero ahora, ¿qué quedaba de todo eso?; nada. La anarquía en mi comportamiento duraba ya casi seis meses; ese debía ser el tiempo suficiente para convertir a un “tiburón”  en un desocupado pre alcohólico. Todo comenzó con el portazo y la salida de ella de mi casa; de repente desapareció el sentido que había dado a lo que creía sería mi nueva vida, en un instante, como el que separa la luz de la oscuridad.

- Yo, Edorta Asenjo juro que te amaré eternamente..., hasta que el Alzheimer nos separe.

- Eres un cielo Edortxu. ¡Me encanta que me prometas cosas!

Su risa desparramada me inundaba de fantasías hechas realidad. Había conocido a Mai en la presentación de una campaña de promoción que mi empresa había encargado a una compañía que contaba con sus servicios como modelo publicitaria. La velada acabó

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acompañando a Maitane Iglesias a su apartamento, amaneciendo ya un sábado de primavera. Durante unos meses fuimos una pareja feliz. Para mí la vida había tomado un rumbo definitivo, con aquel amor que había penetrado en mi interior sin remedio. Lo sentía así y sólo pensaba ya en el futuro con Mai, que ahora se estaba especializando en doblaje y modelo de voz; con el tiempo no tendría que viajar tanto, nuestras vidas podrían centrarse más en un entorno de familia y de hijos.

Ni siquiera logré darme cuenta realmente de cómo ella se iba enfriando en nuestra relación. Aquél domingo -siempre los domingos por la tarde con su carga de sombras y melancolía-, ella me lo dijo, con suavidad, sencillamente, como ella sabía decir y hacer las cosas importantes. Escuché aquellas frases, como puñales: -Esto dura demasiado-,… -ya sabes que a mí me encanta relacionarme, conoces a alguien que empieza a gustarte más-,…, -como no soporto engañarte, lo mejor es olvidar nuestro compromiso-,… -es probable que me arrepienta, porque seguro que tan cielo como tú no encontraré a nadie- El toque final, supuestamente de estímulo y autocomplacencia, me acabó de rematar.

Me duché y afeité aquel rostro desmejorado. Los meses de naufragio desde que se produjo la marcha de Mai se habían traducido en una depresión inicial, que me impidió ir a trabajar unas semanas, y el tomarme después un permiso sin sueldo, alegando problemas personales. Ahora debía intentar, al menos, centrarme en el trabajo, volver a recuperar mi lugar anterior.

Al salir a la calle, instintivamente eché mano en busca de un cigarro; había vuelto a fumar tras la ruptura. Vi que no tenía y entré en la cafetería cercana a casa a comprar un paquete. Eché las monedas en la máquina expendedora y, de repente, sin sonido de trompetas pero como una marcha triunfal para mis oídos, escuché una voz familiar.

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Tardé unos instantes en darme cuenta de que aquel timbre de voz, que no podía olvidar, procedía de la máquina de tabaco.

- Gracias por su adquisición, recoja su paquete y qué disfrute. ¡Hasta pronto!  

Aquella máquina expendedora incorporaba un mensaje de voz real, que en este caso era la de Mai. Debí quedarme ensimismado un buen rato hasta que otro cliente me interrumpió –barkatu! -. Me hice a un lado y, enseguida, volví a escuchar su voz. Sentado en la barra pedí un café, durante un buen rato me dediqué a escuchar la voz de Mai, cuando otros clientes sacaban tabaco. Miré el reloj, el tiempo se había evaporado en un instante; dejé apresuradamente la cafetería para dirigirme a la oficina.

MI rostro solo debía reflejar amargura cuando salí del despacho del director. Acababa de ser despedido, abandonaba la empresa tras haber firmado un "finiquito" con una indemnización del doble de lo que me correspondía legalmente, además de recibir una carta certificando mi marcha voluntaria y el gran nivel técnico y humano que atesoraba.

Asumí el despido como una cruel derrota. Ante esa situación, mi mente y comportamiento se centraron obsesivamente en la imagen del pasado, en Mai. Ella me hablaba desde aquella máquina cuando yo lo deseaba. La búsqueda de su voz se convirtió en mi quehacer principal. Cuando supe que unos grandes almacenes emitían los mensajes de "oportunidades en la última planta" y campañas de productos con su voz, me convertí en un asiduo a ellos. Tenía grabados muchos anuncios publicitarios de radio y televisión y, sobre todo, tenía mi rincón preferido, el lugar donde la descubrí en la máquina de tabaco.

Aquella mañana de enero entré en la cafetería, dirigiéndome a la máquina, como hacía siempre; deposité las monedas, cerré los ojos,

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pero los abrí bruscamente cuando escuché una voz diferente, la de otra mujer. Reparé entonces que la máquina era distinta a la habitual, sintiendo un nudo en la garganta, unos deseos de gritar que a duras penas logré refrenar. Me dirigí a la chica de la barra, que siempre me atendía con cariño y una agradable sonrisa seductora . Con irritación incontrolada le solté bruscamente:

- ¿Dónde está la otra máquina de tabaco? ¿Por qué la habéis cambiado?

- De eso se encarga la distribuidora. Ésta es igual en precios y marcas.  

¿Cómo iba a ser igual si tenía otra voz? Salí a la calle y cogí un taxi dándole la dirección de la placa que llevaba la máquina al taxista: "DISTRIBUSA"

Los transportistas de DISTRIBUSA salieron de casa de Edorta todavía sorprendidos de haber colocado una máquina de tabaco en una vivienda.

Eché las monedas ilusionado. Aquel día y los siguientes apenas salí de casa, como quien revive un romance. Unos días después, eran las ocho de la tarde, el timbre de la puerta me sorprendió. Abrí y me saludó el rostro conocido y sonriente de una chica joven.

- ¡Hola!, soy Ainhoa la camarera de la cafetería de abajo, ya me conoces ¿no? Venía a traerte la chaqueta. El otro día te la dejaste al irte a toda prisa y, al no aparecer en varios días, he preguntado dónde vivías. ¡Toma!, aquí la tienes.

Apenas balbucí unas palabras de agradecimiento. La chica seguía mirándome sin hacer ademán de marcharse. Me sorprendí a sí mismo al decirle:

- ¿Quieres pasar?

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Ella asintió; sin dejar de sonreír pasó a mi lado observando la casa curiosamente

- ¡Qué piso tan alegre tienes! Se ve que te gustan las plantas. ¡Está muy chulo!

Le ofrecí una cerveza. No parecía tener problemas para hablar sobre cualquier cosa, pasaba de un tema a otro sin apenas pausa alguna. De repente, se quedó mirándome a los ojos, dejó pasar un instante y me dijo:

- La verdad es que tenía mucha curiosidad por ti. Te he venido viendo en la cafetería, siempre sólo, mirando a la máquina de tabaco. Quizás te parezca atrevida pero es que me apetecía un montón estar contigo.

Debí abrir la boca para contestar, pero no supe qué decir. Ella continuó:

- Lo que te quiero decir es que cuando una persona te gusta y encima no se entera ni de que existes, pues al final te gusta cada día más, ¿no?

Yo la escuchaba embobado, por primera vez en los últimos tiempos mi interés se centraba en otra persona que no fuera Mai. Me escuché a si mismo decir:

- Ainhoa, ¿qué te parece si nos vamos a cenar juntos ahora mismo?

- ¡Claro que sí! Encantada. Así quizás me cuentes tus penas.

El autobús del aeropuerto nos dejó junto a la escalerilla del avión destino a Santo Domingo, con los demás viajeros del vuelo. Ainhoa apretaba mi brazo cuando nos acomodamos en nuestros asientos y el

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auxiliar de vuelo nos obsequió con la mejor de sus sonrisas más unos periódicos para escoger.

- ¿Tú crees que se notará que vamos como de luna de miel? Qué tonta soy, qué simplezas digo. ¡Es qué estoy tan contenta!

Estaba radiante y yo también. Había conseguido enderezar mi vida y, un año después de conocerla, aquella noche que apareció en casa con la chaqueta, había comenzado a trabajar como administrativo de una pequeña empresa; nos habíamos convertido en pareja y vivíamos juntos en mi apartamento. Poco después, un auxiliar de vuelo se situó en el pasillo, dispuesto a indicar las instrucciones de seguridad habituales, con un chaleco salvavidas en la mano.

Por los altavoces del avión una voz comenzó a escucharse:

"Siguiendo instrucciones internacionales de seguridad, de aviación civil, les informamos que este aparato consta de...”

Recuerdo como si fuera ahora mismo que unas gotas de sudor frío comenzaron a poblar mi frente, quedándome inmóvil, con la vista perdida en el horizonte a través de la ventanilla, mientras las voces de ambas, la de Ainhoa a mi lado y la de Mai por los altavoces, me reclamaban con sus distintos mensajes.

FIN ~

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