xv la relatividad del bien y el mal

8
xv. La relatividad del bien y el mal 1. El bien y el mal: conceptos que surgen en un mundo en formación La armonización, esa actividad creadora que impregna el universo, es la fuente primaria de la moralidad, así como de la vida y todas sus otras manifestaciones, incluyendo la sociedad, el conocimiento y el arte. A este principio cons- tructivo le debemos todo el orden y armonía que revela el universo. La moralidad es, sobre todo, el esfuerzo por ordenar los constituyentes del mundo en un sistema armónico que excluya el conflicto y la discordia pero que admita el con- traste, el cual eleva el sentimiento y enfatiza el sentido. Este proceso empezó en nuestro plane- ta mucho antes del advenimiento de animales ra- cionales capaces de usar la deliberación, la pre- visión y la elección inteligente para hacer avan- zar este objetivo. La ética concierne únicamente a esa parte del proceso en que estas cualidades mentales se despliegan, pues esas son las carac- terísticas distintivas de la moralidad en el senti- do estricto del término. Pero la moralidad, defi- nida así, sólo es una fase tardía de un movimien- to que empezó en nuestro planeta antes de que surgiera la vida y antes de que ganara ímpetu con la evolución de los seres organizados. El mundo entero está activado por un principio mo- ral, sin el cual nuestros esfuerzos por promover la armonía serían improductivos. La vida estuvo desde el principio asociada con una intensificación de la armonización --el principio moral- dado que surgió a partir de una integración íntima de elementos heterogéneos que ya existían en la Tierra inerte. Pero esta ínti- ma integración vital de elementos y procesos fue factible sólo en pequeñas unidades estrictamen- te aisladas del mundo circundante. La separa- ción de estas entidades vivas u organismos, que pronto llegaron a competir entre sí por espacio y fuentes de energía, introdujo un tipo de conflic- to que había estado ausente de la Tierra sin vida. La bondad superior de la vida con respecto a la materia inorgánica, trajo mucho mal al mundo. De modo que en cada criatura reconocemos no sólo bondad sino también una limitación de la bondad, a la cual llamamos "mal". La esencia del problema moral es cómo expandir el sistema de relaciones armónicas echando atrás el mar- gen de conflicto. Así, el esfuerzo moral es un fenómeno de un mundo en proceso de formación. En el caos extremo, si pudiera uno imaginar tal condición, no podría haber ni bien ni mal, pues éstos surgen únicamente con referencia a un orden definido, y especialmente uno que genere propósitos e inte- reses, los cuales, tal como los conocemos, son propiedades de seres con cierto grado de cohe- rencia y organización. Si una mente inteligente con propósitos determinados pudiera de alguna manera surgir en medio del caos, no encontraría ningún soporte para sus propósitos, e incluso su existencia sería momentánea. La inteligencia só- lo puede existir en un ambiente con algún grado de orden, y los propósitos difícilmente pueden realizarse en ausencia total de soportes externos. De allí que el juicio de un ser tal -mientras sen- tía su brillo momentáneo de consciencia en me- dio del caos y antes de expirar- hubiera sido que su mundo era totalmente malvado, pues en Rev. Filosofía Univ. Costa Rica, XXXVIII (95-96), 223-230, 2000

Transcript of xv la relatividad del bien y el mal

Page 1: xv la relatividad del bien y el mal

xv. La relatividad del bien y el mal

1. El bien y el mal: conceptos quesurgen en un mundo en formación

La armonización, esa actividad creadoraque impregna el universo, es la fuente primariade la moralidad, así como de la vida y todas susotras manifestaciones, incluyendo la sociedad,el conocimiento y el arte. A este principio cons-tructivo le debemos todo el orden y armonía querevela el universo. La moralidad es, sobre todo,el esfuerzo por ordenar los constituyentes delmundo en un sistema armónico que excluya elconflicto y la discordia pero que admita el con-traste, el cual eleva el sentimiento y enfatiza elsentido. Este proceso empezó en nuestro plane-ta mucho antes del advenimiento de animales ra-cionales capaces de usar la deliberación, la pre-visión y la elección inteligente para hacer avan-zar este objetivo. La ética concierne únicamentea esa parte del proceso en que estas cualidadesmentales se despliegan, pues esas son las carac-terísticas distintivas de la moralidad en el senti-do estricto del término. Pero la moralidad, defi-nida así, sólo es una fase tardía de un movimien-to que empezó en nuestro planeta antes de quesurgiera la vida y antes de que ganara ímpetucon la evolución de los seres organizados. Elmundo entero está activado por un principio mo-ral, sin el cual nuestros esfuerzos por promoverla armonía serían improductivos.

La vida estuvo desde el principio asociadacon una intensificación de la armonización --elprincipio moral- dado que surgió a partir de unaintegración íntima de elementos heterogéneosque ya existían en la Tierra inerte. Pero esta ínti-

ma integración vital de elementos y procesos fuefactible sólo en pequeñas unidades estrictamen-te aisladas del mundo circundante. La separa-ción de estas entidades vivas u organismos, quepronto llegaron a competir entre sí por espacio yfuentes de energía, introdujo un tipo de conflic-to que había estado ausente de la Tierra sin vida.La bondad superior de la vida con respecto a lamateria inorgánica, trajo mucho mal al mundo.De modo que en cada criatura reconocemos nosólo bondad sino también una limitación de labondad, a la cual llamamos "mal". La esenciadel problema moral es cómo expandir el sistemade relaciones armónicas echando atrás el mar-gen de conflicto.

Así, el esfuerzo moral es un fenómeno deun mundo en proceso de formación. En el caosextremo, si pudiera uno imaginar tal condición,no podría haber ni bien ni mal, pues éstos surgenúnicamente con referencia a un orden definido, yespecialmente uno que genere propósitos e inte-reses, los cuales, tal como los conocemos, sonpropiedades de seres con cierto grado de cohe-rencia y organización. Si una mente inteligentecon propósitos determinados pudiera de algunamanera surgir en medio del caos, no encontraríaningún soporte para sus propósitos, e incluso suexistencia sería momentánea. La inteligencia só-lo puede existir en un ambiente con algún gradode orden, y los propósitos difícilmente puedenrealizarse en ausencia total de soportes externos.De allí que el juicio de un ser tal -mientras sen-tía su brillo momentáneo de consciencia en me-dio del caos y antes de expirar- hubiera sidoque su mundo era totalmente malvado, pues en

Rev. Filosofía Univ. Costa Rica, XXXVIII (95-96), 223-230, 2000

Page 2: xv la relatividad del bien y el mal

224 ALEXANDER F. SKUTCH

todas partes vio discordia y en ninguna armonía yorden. Pero el mal mismo sería extinguido juntocon su propósito, que allí no podría sustentarse.No puede haber, por lo tanto, un mal absoluto;pues el mal sólo puede reconocerse por su con-traste con algún orden de bondad, cuya existenciaes incompatible con una discordia ilimitada. Peroel caos extremo sería lo que quedaría si se extin-guiera toda bondad. Al aumentar el mal, el mun-do se mueve hacia el caos; pero si el desorden lle-gara a ser total, no habría ni bien ni mal.

Lo opuesto del caos sería un mundo im-pregnado hasta su último átomo o electrón poruna armonía y un orden perfectos, en el cual nin-gún propósito se viera frustrado, ninguna espe-ranza irreal izada, y donde en ningún lugar persis-tiera la oposición o el conflicto. En un mundo tal,no reconoceríamos mal alguno; pero con la desa-parición de la discordia, seguramente tambiénperderíamos el concepto de su opuesto, la bon-dad -a no ser que lo retuviéramos como una dé-bil memoria de una fase anterior del proceso delmundo--. Con la resolución del último conflicto,la mitigación del último dolor, el desfallecimien-to del último motivo para el mejoramiento, el es-fuerzo moral se desvanecería en su propia reali-zación. La moralidad siempre se interesa por laelección entre el peor y el mejor camino, o entreel mejor y el óptimo; y donde todo fuera perfec-to ya no habría más elecciones. Es dudoso que laconcordia perfecta sea compatible con la vida, lacual, del lado fisiológico, es un proceso de ajus-te continuo. Con toda certeza, vivir tal como loconocemos perdería algo de su sabor en ese plá-cido cielo. Sin embargo, tal como supusieronPlatón y Plotino, las inteligencias pueden existirpara contemplar y encontrar deleite ante el pano-rama de la perfección estática infinita.

Nos ha llegado a parecer que el esfuerzomoral pertenece a un mundo en transición, en lu-cha, en una etapa intermedia entre el desorden to-tal y la perfección acabada. "Bueno" y "malo" -tal como debemos aplicar estos adjetivos a lascosas y situaciones que nos rodean- son térmi-nos relativos que no designan ni una armonía niuna discordia absolutas, sino que significan, res-pectivamente, un paso adelante hacia la perfec-ción y un retroceso hacia el caos. El esfuerzo mo-

ral pertenece a un mundo que contiene entidadesque todavía no han sido armonizadas en un pa-trón comprehensivo. Las entidades mismas sur-gieron en maneras que se nos hacen oscuras y enmucho fuera de nuestro control. Pero el procesode armonización está, en algunos puntos, sujeto anuestra influencia; y en el ejercicio de esta habi-lidad podemos --de una manera modesta- coo-perar con la energía creadora en la conversión dela discordia en orden. El esfuerzo moral es elcampo en que los seres humanos pueden más efi-cazmente contribuir con el proceso de creación.

2. La bondad de las cosas vivientes

La primacía de la obligación moral por pre-servar la vida en todas sus formas surge del he-cho de que el ser viviente más insignificante re-presenta un logro de la armonización más alládel alcance de nuestras habilidades creadoras.La mera presencia de la vida no sólo señala ha-cia la existencia de la armonía o la bondad en to-das las criaturas; asimismo, cierta medida debondad es revelada por todas las actividades delos seres vivos, incluso las de aquellos que con-sideramos los más malvados; pues ningún orga-nismo puede moverse o actuar si no es por esacoordinación armónica entre sus complejas par-tes, lo cual es una manifestación de la bondad.Más aún, es posible reconocer elementos de mo-ralidad, en el sentido convencional del término,incluso en la conducta de los más réprobos cri-minales. Podemos tomar como ejemplo el ladrónque difiere su entrada a una tienda hasta que unpolicía se haya alejado. Negarse gratificacionesinmediatas por ventajas más comprehensivas oduraderas en el futuro, es una expresión de pru-dencia, una de las virtudes morales ampliamentereconocidas. El ladrón difiere la realización desu deseo de poseer los bienes presentes en laventana de la tienda para incrementar la probabi-lidad de escapar con ellos y poder disfrutarlos;mientras que una persona totalmente corrupta oinmoral realizaría sus impulsos inmediata y de-sinhibidamente, actuando sin consideración al-guna por las consecuencias y sin pensar por unmomento en su futuro.

Page 3: xv la relatividad del bien y el mal

LA RELATIVIDAD DEL BIEN Y EL MAL 225

Por más reprensible que sea su desinteréspor los derechos y sentimientos de los otros, elladrón desea preservar de la interferencia de losguardianes de la ley la armonía que ha logradoinfundirle a su pobre y desordenada vida. Quizápretende compartir su botín con algún compin-che, o usar sus ganancias ilícitas para comprar-le alimentos y vestidos a su familia. Con estoprueba que puede establecer, al menos por unmomento, relaciones amigables con alguna otrapersona, o con unas pocas, incluso si es incapazde adecuarse a la más amplia armonía de la so-ciedad. El endurecido forajido que duranteaños aterroriza un distrito y desafía a una fuer-za policial bien organizada no puede estar total-mente desprovisto de moralidad; pues su modode vida difícilmente sería posible sin una pe-queña porción de previsión, prudencia, consis-tencia, y la habilidad de soportar incomodida-des y privaciones voluntarias para poder alcan-zar un objetivo deseado, todas las cuales soncualidades de alguna importancia moral. Sinembargo, incluso si sus principios éticos soncompletamente egoístas, no logrará lo que bus-ca; pues la vida social ofrece muchas ventajasy variadas fuentes de placer que el solitariomalhechor no puede experimentar y probable-mente ni siquiera puede imaginar.

Mientras que en provecho de la precisióncientífica debemos admitir el hecho -sin dudadesagradable para todos cuyos ideales son ele-vados y puros- de que incluso aquellos quecometen los crímenes más horribles no siempreestán completamente desprovistos de morali-dad y bondad, de la misma manera debemos re-conocer límites en la bondad de las personasque reverenciamos como más nobles y mejores.Así como una conducta absolutamente malvadano presentaría coordinación de ninguna clase yningún interés incluso por el propio futuro in-mediato, una conducta absolutamente buena nocausaría dolor ni pérdidas a ningún ser de nin-gún tipo, a cualquier distancia que esté delagente. Maldad extrema quiere decir desordentotal; bondad perfecta significa armonía univer-sal. Ambas son incompatibles con el manteni-miento de la vida animal, que surge a partir delorden y la armonía y que, sin embargo, tal co-

mo la conocemos en este planeta, implica con-flictos en los que otros seres se ven frustrados,perjudicados o destruidos. El comportamientode la mayoría de seres vivientes, desde los or-ganismos unicelulares más simples hasta el hu-mano de ideales éticos más exaltados, parececaer en algún lugar entre los dos polos de mal-dad extrema y bondad perfecta. Este caráctermixto de las personas y cosas con las que debe-mos tratar es una fuente de infinito desconcier-to y de muchos apuros. ¡Cuánto no simplifica-ría nuestro trato hacia ellas si pudiéramos clasi-ficarlas como totalmente buenas o extremada-mente malas! ¡Y cuánto más cómodos nos sen-tiríamos si estuviéramos seguros de no tener na-da en común con quienes nos llenan de unaaversión inefable!

Espontáneamente designamos como "bue-no" todo lo que haga progresar nuestros propó-sitos, que incremente nuestro sentimiento de se-guridad, o que nos dé placer. Muy a menudo ol-vidamos que esta valoración carece de validezabsoluta, y que es relativa a intereses y puntosde vista particulares. El mismo acto que nosbrinda satisfacción o placer puede causarle do-lor o pérdidas a otro ser, el cual calificaría como"malvada" la misma cosa que nosotros llama-mos "buena". Un tercero, viendo imparcialmen-te el asunto, encontraría difícil decidir cuál deestas dos caracterizaciones opuestas del mismoevento es más válida. Aquello que sea total o ab-solutamente bueno no causaría dolor ni angustiaen ninguna parte, de modo que no podría haberjuicio alguno que contradijera a aquel que lo lla-mó "bueno". En el mundo real, de incontablesintereses en conflicto o delicadamente equilibra-dos, es difícil señalar algún suceso que no causeinfelicidad o pérdidas a algún ser en alguna par-te. Por lo tanto, tal como los usamos en el hablacotidiana, "bueno" y "malo" son términos rela-tivos, carentes de validez absoluta. Esto no quie-re decir, sin embargo, que sean términos equiva-lentes o sin significado, pues frecuentemente de-notan diferencias cuantitativas. La ética, comola matemática, trata sobre el más y el menos; pe-ro, desafortunadamente, es incapaz de asignarvalores numéricos precisos a los elementos conlos que trata.

Page 4: xv la relatividad del bien y el mal

226 ALEXANDER F. SKUTCH

3. Intentos de separar absolutamentea la humanidad

La historia de las culturas humanas revelala gradual sustitución de unos patrones de con-ducta y unos ideales morales por otros de ma-yor amplitud y más elevada visión. Si analiza-mos algunos conceptos morales en expansión,descubrimos que comparados con los preceden-tes todos son loables, pero en muchos aspectosson deplorables si los comparamos con los queles siguieron. El hombre primitivo tuvo un có-digo de moral doble: con los miembros de supropio clan o tribu practicó la "ley de la amis-tad", y con el resto del mundo una ley opuesta"de enemistad". Aparentemente hubo un tiempoen el que los hombres cultivaron relacionesamistosas sólo con aquellos que reconocían alverlos y podían llamar por su nombre. Granparte de la conducta que hoy condenamos comoincorrecta, fue correcta a los ojos de nuestrosancestros salvajes.

Aunque Aristóteles, cuyos conceptos mo-rales han tenido tanta influencia sobre todo elpensamiento ético posterior de Occidente, engeneral había avanzado mucho más allá de lasnociones primitivas, sus escritos revelan rastrosinconfundibles de su persistencia. Un rasgomuy común de las razas primitivas es conside-rarse intrínsecamente superiores a otros pue-blos. Esta concepción frecuentemente la expre-saban en el nombre que se daban a sí mismos:Ario, por ejemplo, significa "noble"; y Bantusignifica "hombre sobre los hombres". Este or-gullo de raza era todavía muy fuerte en Aristó-teles, quien sostuvo que los pueblos "bárba-ros", menos espiritosos que los helenos, esta-ban naturalmente destinados a ser sus esclavos,así como los animales de diversos tipos fueroncreados para servir a la humanidad según susdistintas capacidades. Si los bárbaros se resis-tían a la servidumbre a la cual estaban natural-mente destinados, era correcto hacerles la gue-rra y esclavizarlos por la fuerza l. En los escri-tos morales de Aristóteles se dedica mayoratención a la amistad que a los afectos domés-ticos; y esto, creo yo, revela que la sociedadgriega en tiempos de Aristóteles estaba más

cerca que la nuestra del estado primitivo, en elcual los clubes masculinos tenían prioridad so-bre el hogar y la familia, y los vínculos entreguerreros y amigos eran más sagrados que en-tre marido y esposa. El hombre "magnánimo"de Aristóteles gastaba pródigamente su dineropara ganar honor y prestigio, caminaba con unpaso lento y soberbio, hablaba con una voz pro-funda y uniforme, se tomaba muy pocas cosasen serio y no era probable que pudiera ser apu-rado, y era majestuoso con personas de altorango y modesto con aquellos de rangos infe-riores-. Esta actitud y este uso de la riqueza pa-ra adquirir status les son familiares al estudio-so de las sociedades tribales, y serían condena-das por cualquier moralista imbuido en las tra-diciones éticamente más avanzadas del estoi-cismo o el cristianismo.

Las actitudes ancestrales son extremada-mente difíciles de superar, y ninguna ha acecha-do más inflexiblemente en la mente humanaque aquella que hace distinciones absolutas en-tre la tribu, raza o culto propio y todo el restode la humanidad. Aunque el cristianismo susti-tuyó la soberbia por el ideal de humildad, no tu-vo del todo éxito en liberarse del hábito primi-tivo de separar toda la humanidad en dos gru-pos opuestos, diferentes en naturaleza y desti-no. Realizó, sin embargo, un avance importan-te: ser miembro del grupo elegido no estaba de-terminado por el nacimiento natural -comoentre los judíos y otros pueblos anteriores- si-no por el "segundo nacimiento" del bautismo.De modo que todos los que estuvieran dispues-tos a renunciar a sus costumbres irregeneradasy abrazaran la doctrina cristiana podían ser ad-mitidos en la congregación, y si subsecuente-mente mantenían cierto patrón de conducta, po-dían alcanzar una bienaventuranza eterna. To-dos los que permanecieran fuera de la congre-gación, o los que hubieran entrado desde el na-cimiento o por elección posterior y no mantu-vieran la rectitud de comportamiento, estabancondenados a un sufrimiento eterno. Por un la-do, la bienaventuranza eterna, fuera inmediatao tras un intervalo finito de purificación en elpurgatorio; y por otro lado el tormento eterno:es difícil concebir una separación más absoluta

Page 5: xv la relatividad del bien y el mal

LA RELATIVIDAD DEL BIEN Y EL MAL 227

de los individuos. Ninguna tribu primitiva hizojamás una distinción más absoluta entre la gente"buena" y la gente "mala".

Una separación tan radical de la humanidadpodía justificarse, sobre bases naturales, sólo sialgunos eran totalmente buenos y otros absoluta-mente malos. Pero todo animal, humano o no,cae en alguna parte entre estos dos extremos. Sertotalmente malo implica un grado de desorgani-zación y de desarmonía con el ambiente social ynatural, incompatible con vivir y actuar; ser total-mente bueno significa comportarse de forma talque no se provoque en ninguna parte dolor o pér-dida alguna a ningún ser sensible; y esto, de nue-vo, es incompatible con las necesidades de la vi-da animal. Las dificultades de la concepción or-todoxa cristiana fueron reconocidas por Oríge-nes, Duns Scoto y otros de los primeros filósofoseclesiásticos que combatieron la doctrina de laseparación absoluta de las almas. Ellos creíanque todos los humanos, incluso los "malvados",serían eventualmente purificados y alcanzarían lasalvación. Pero estas enmiendas al credo estable-cido fueron marcadas como herejías por los po-deres dominantes de la Iglesia.

En Oriente, sin embargo, estas nocionesmás liberales habían sido favorecidas desde hacíamucho. Los sabios indios repudiaban las nocio-nes de distinciones absolutas entre las personas,tanto como rechazaban la idea de una diferenciaabsoluta entre el ser humano y otras formas devida. Ellos consideraban que todos los seres vi-vos son semejantes en origen y destino, y que to-dos contienen un elemento de bondad que asegu-ra su salvación definitiva. Una máxima budistadice que, al final, quizá después de muchas reen-camaciones, toda criatura sensible llegará a sermerecedora de la bienaventuranza. En la tradi-ción Mahayana, el alma liberada puede volunta-riamente posponer su entrada en el Nirvana, so-portando vidas posteriores de dolorosas penaspara poder guiar a otros seres por el difícil cami-no que lleva hasta la liberación definitiva. Anali-zar las implicaciones teológicas y metafísicas deestas posiciones opuestas trasciende las fronterasde la ética; sin embargo, están basadas en inter-pretaciones del bien y el mal que es pertinenteconsiderar.

4. El relativismo moraly su trascendencia

Así como es impreciso caracterizar a los in-dividuos como totalmente malos o buenos, tam-bién es peligroso clasificar las costumbres y lasreglas morales como absolutamente correctas oincorrectas. El creciente reconocimiento de estaverdad es quizá el resultado inevitable de ese es-tudio comparativo de las costumbres de las innu-merables razas de la humanidad que fue iniciadopor Herodoto, y que durante el último siglo haavanzado a un ritmo acelerado>, Una continua in-vestigación ha hecho evidente que prácticamentetodas las formas de conducta humana, en algúnlugar o momento, han sido consideradas correc-tas, mientras que por alguna otra raza, o en otraépoca, han sido marcadas como incorrectas.

En consecuencia, parece que los modos decomportamiento no son absolutamente buenos omalos, sino que pueden clasificarse así sólo conreferencia a algún código o cuerpo de costumbrescuya aceptación está lejos de ser universal. Estaobservación ha producido muchas confusiones.Dado que es posible citar precedentes de casicualquier acto al que pueda ser llevado un hom-bre por sus indisciplinados impulsos, hay unatendencia 'entre los jóvenes inmaduros y los re-beldes a encontrar en este hecho apoyo moral pa-ra sus aberrantes desviaciones de las reglas queprevalecen en sus comunidades. Quienes sigueneste argumento olvidan que las costumbres decualquier sociedad, salvaje o civilizada, deben al-canzar cierta coherencia para que la sociedadpueda sobrevivir, y que la aceptación de cual-quier práctica particular depende de su consisten-cia con el cuerpo total de costumbres al que per-tenece. Las mismas consideraciones que hacenque una práctica se considere correcta en un con-texto social pueden condenarla en un contextodistinto. Todo esto se sigue claramente de la dis-cusión sobre lo correcto y lo incorrecto realizadaen el Capítulo XI.

La segunda falacia del relativismo éticopuede causar más confusión, pues ha sido mante-nida por pensadores cuidadosos y maduros. Serefiere a la tendencia a considerar como igual-mente dignos de respeto todos los patrones de

Page 6: xv la relatividad del bien y el mal

228 ALEXANDER F. SKUTCH

cultura que han demostrado su capacidad desobrevivir. Un cuerpo de costumbres que du-rante muchas generaciones ha proveído estabi-lidad y cierta prosperidad a un pueblo difícil-mente puede carecer de mérito; y a primeravista es difícil ver cómo podemos adscribirlemayor valor a los mores de una cultura queexitosamente ha calmado las tormentas de suexistencia, que a costumbres muy diferentesque hayan satisfecho igualmente bien las nece-sidades de un pueblo distinto. La concepcióndel relativismo ético ha surgido en parte de unacreciente desconfianza hacia nuestra propia ci-vilización, que en años recientes ha fracasadoen damos paz y contento, y en parte de unanostálgica añoranza -que crece, en mucho,por este mismo fracaso- de las costumbresmás simples de pueblos extraños, que frecuen-temente parecen más felices que nosotros.Cuando menos, a favor de la doctrina del rela-tivismo moral podemos decir que ha liberadonuestras mentes del hábito de medir todas lasculturas según la nuestra, y de condenar todolo que diverge de la tradición en la que nos to-có nacer. Nos ha despertado a la posibilidad deencontrar valores humanos fundamentales bajovestiduras estrafalarias.

Existen dos maneras en las que el valor deun patrón de cultura puede compararse con otro.Podemos juzgarlos únicamente según sus rela-ciones internas, o según su alcance o relacionesexternas. El primer método involucraría la eva-luación del grado de armonía o de la cantidad defricción entre los miembros de una sociedad, yde su felicidad. Los etnólogos han reportado va-riaciones en los grados de concordia entre diver-sos pueblos. Así por ejemplo, en el libro de RuthBenedict Patterns of Culture, se nos da la ima-gen de cooperación armónica y mutua buena vo-luntad entre los Zuni de Nuevo México; deaprensión, odio y desconfianza entre los habitan-tes de la Isla de Dobu, en la costa de Nueva Gui-nea. Las diferencias entre estas dos razas son,sin embargo, cuantitativas en lugar de absolutas,pues la discordia no está completamente ausenteen ninguna comunidad humana, y ninguna so-ciedad es posible sin una medida de cooperaciónentre sus miembros.

Sería peligroso intentar asignarle un valornumérico a la armonía o discordia entre los miem-bros de una sociedad. Culturas diferentes han sidoestudiadas por diferentes observadores, y sin du-da un factor altamente subjetivo participa en susapreciaciones. Incluso más difícil de medir es lafelicidad de un pueblo, que posiblemente no esmás que la suma de la felicidad de los individuosque la componen; y la felicidad de un individuo esnotoriamente difícil de evaluar. Algunas razas dehecho nos impresionan porque parecen más ale-gres que otras. Pero la jovialidad de una raza y lamelancolía de otra pueden estar causadas por untemperamento innato o por el clima y no por lascostumbres y la estructura social. El temperamen-to innato puede ser de hecho más influyente endeterminar las costumbres de lo que éstas influ-yen en la determinación del tono afectivo del pue-blo. Sin embargo, luego de haber tenido debida-mente en cuenta estas dificultades, uno difícil-mente puede evitar la impresión de que los códi-gos e instituciones morales de ciertas sociedadesproducen personas más felices o más nobles quelos códigos e instituciones de otras sociedades.

El método para estimar el valor de un pa-trón de cultura por su alcance en el tiempo y enel espacio y sus relaciones externas, es más pro-metedor, pues aquí tratamos con rasgos objetivosfácilmente observables. ¿Cuáles son las relacio-nes de la sociedad en cuestión con otras comuni-dades humanas, con otras formas de vida, con latierra y las aguas que hacen posible toda vida?Medidos por este estándar, los espartanos, cuyaforma de gobierno era tan altamente admirada enla antigüedad, son una muestra pobre. La aristo-cracia militar vivía sólo para oprimir cruelmentey pervertir deliberadamente a los Helots, quienesformaban una gran parte de la población total deLacedemonia, y casi constantemente estaban enguerra con los estados vecinos. A pesar de la bri-llantez intelectual y artística de Atenas y de otrasciudades, en general las ciudades griegas sufrían,en distintos grados, estos mismos defectos: encasa, una numerosa clase esclava y de libertos es-taba excluida de los beneficios de la ciudadanía;entre los múltiples y pequeños estados, conflictoscontinuos, que eventualmente conducían a su rui-na. Por más que admiremos los logros de los

Page 7: xv la relatividad del bien y el mal

LA RELATIVIDAD DEL BIEN Y EL MAL

griegos, reconocemos en su civilización gravesdefectos que no deberíamos desear imitar.

Los grandes estados modernos han supera-do dos de los sobresalientes defectos de la socie-dad griega. Al menos legalmente han admitidoque toda la población adulta (excluyendo a loscriminales) participe de las ventajas de la ciuda-danía; y han sido capaces de unificar y consoli-dar amplias áreas de terreno y grandes masas depersonas, de modo que las ciudades que en elmundo helénico hubieran sido unidades políticasindependientes en altercados constantes, son enel mundo moderno partes pacíficamente coope-radoras de un único sistema político. Pero estasegunda ventaja se ve contrarrestada por el hechode que los grandes países modernos no son máscapaces de cohabitar en paz de lo que eran los pe-queños estados de la antigüedad. Las guerras,aunque menos numerosas, han crecido en magni-tud y destructividad en proporción con el creci-miento de las naciones que las libran; de modoque es sumamente dudoso que, en este aspecto,podamos reclamar una superioridad neta sobrelas ciudades-estado de la antigüedad. Aunque laesclavitud ha sido abolida en prácticamente to-dos los países modernos, en casi todos ellos hayevidentes y crueles contrastes entre las condicio-nes de vida y las oportunidades educacionales delos individuos; al mismo tiempo, una severacompetencia económica produce rencores en ca-sa y hace que una paz duradera entre las nacionessea muy difícil de alcanzar.

El acoplamiento armónico de los humanoscon la tierra que los sustenta no es menos impor-tante para su existencia y felicidad que las rela-ciones entre ellos mismos. Al estimar el valor deuna cultura no puede omitirse del cálculo su acti-tud con respecto a la Tierra y sus aguas. Ciuda-des y culturas enteras, como los mesopotámicosy los antiguos mayas, parecen haber decaído por-que no quisieron, o no pudieron, tratar con el cui-dado y respeto debidos la tierra que los sustenta-ba. Es probable que las nuevas naciones seanmás negligentes que las antiguas en este aspecto;cuando un país se hace populoso y empieza a cul-tivar sus reservas de tierra, declinará si no tratasus campos con mayor afecto. En el siglo XX losEstados Unidos de América estaban en una etapa

229

de transición entre la insensata explotación de unpaís nuevo y la cuidadosa labranza de uno viejoque, como China, ha aprendido cómo perdurar.

En nada difieren las culturas humanas másradicalmente que en su actitud hacia otras formasde vida. En muchas tierras casi todas las criatu-ras no humanas son objeto de explotación, ya seamatándolas por deporte o por alimento, o tortu-rándolas o mutilándolas al ritmo de los caprichosde la gente. En otros lugares, todas las formas devida son sagradas, y deben ser tratadas con res-peto. Las religiones de la India han hecho losmayores progresos en esta dirección; pero inclu-so donde los principios admitidos son los mis-mos, la forma en que las personas realmente tra-tan a otros animales está fuertemente influidapor la densidad de la población y la severidad dela lucha por llenar todos los estómagos. En la In-dia superpoblada, donde se originó, la doctrinadel ahimsa -la no violencia hacia todas las co-sas- no podía en tiempos recientes ser tan fiel-mente seguida como en Burma, donde fue im-portada y firmemente implantada por los misio-neros budistas.

En The Soul o/ a People, dándonos unaimagen fascinante de la vida burmesa hacia fina-les del siglo XIX, H. Fielding confirmó las con-secuencias morales de largo alcance de esta acti-tud hacia otras formas de vida. Escribió: "Nadiepuede dudar que esta amabilidad y compasiónhacia los animales tiene resultados de muy largoalcance. Si usted es amable con los animales, us-ted lo será, también, con sus congéneres huma-nos. Es realmente lo mismo, el mismo sentimien-to en ambos casos. Si que usted sea de una posi-ción superior respecto de los animales justificaraque los torture, también así sería con los huma-nos. Si usted está en una mejor posición que otrapersona, si es más rico, más fuerte, de mayor ran-go, eso justificaría --como ocurre a menudo ennuestras mentes- que la maltratáramos y la me-nospreciáramos. El desdén es nuestro sentimien-to innato hacia todo lo que consideramos inferiora nosotros; el del burmés es la compasión. Pode-mos encontrar este espíritu en todas las accionesde su vida cotidiana, en su trato con los otros, ensus pensamientos, en su habla. 'Usted es muyfuerte, ¿acaso no tiene compasión por aquel que

Page 8: xv la relatividad del bien y el mal

230 ALEXANDER F. SKUTCH

es débil, que ha sido tentado, que ha caído?' ¡Concuánta frecuencia he escuchado esto de los labiosde un burrnés! ¡Con cuánta frecuencia lo he vis-to actuar en consecuencia! A ellos les parece elcorolario necesario de la fortaleza que el hombrefuerte deba ser simpático y amable. Ser desdeño-sos, vengativos, desconsiderados, les parece unaconfesión inconsciente de debilidad ... y así suactitud hacia los animales es sólo un ejemplo dela actitud que practican entre ellos. Que un ani-mal o una persona sea inferior o más débil queusted es el más fuerte llamado que pueden hacer-le a su humanidad, y su cortesía y consideraciónhacia él es la prueba más clara de su propia supe-rioridad. De modo que en sus tratos con los ani-males el budista se considera a sí mismo, consul-ta su propia dignidad, su propia fortaleza, y esamable y compasivo con ellos por la grandeza desu propio corazón. Nada es más hermoso que lascostumbres del burrnés con sus niños, y sus bes-tias, con todos los que sean inferiores a él."4 Elanterior es el testimonio de un magistrado britá-nico que disfrutó de excelentes oportunidades deintimar con esta gente. Esperemos que las condi-ciones en Burrna no se hayan deteriorado mayor-mente luego del contacto prolongado con la civi-lización occidental y con el comunismo chino.

Aunque ningún patrón de cultura, con surespectivo código moral, es perfecto y sin tacha,y ninguno totalmente equivocado, es todavía po-sible reconocer más valor en unos que en otros,pues, aunque se queden cortos, se acercan más alideal de una armonía completamente abarcadora.Incluso cuando se tienen debidamente en cuentalas adaptaciones de las costumbres y los concep-tos morales a los diversos ordenamientos econó-micos -<:omo la recolección de alimentos o laagricultura o la industria mecanizada- y las

condiciones locales particulares --el árido de-sierto, el álgido ártico, el tibio y húmedo bosquetropical- podemos detectar en ciertas culturasrasgos específicos de valor universal, y señalaren otras rasgos que serían deplorables en cual-quier ambiente.

Aparte de sus adaptaciones ecológicas yeconómicas, las cuales son temporales y locales,las culturas mantienen conceptos morales que songenerales y duraderos. Ninguna cultura, que yosepa, ha tenido éxito mezclando en un patrón co-herente todos los valores morales más elevados,así como ninguna ha conocido la fortuna de ex-cluir todos los rasgos cuestionables. Por lo tanto,no parece haber una cultura que podamos alabarincondicionalmente, ni una que podamos conde-nar sin reservas. Para alcanzar una moralidad másadecuada, debemos elegir aquí y rechazar allá. Pe-ro antes de que podamos mejorar inteligentemen-te nuestros estándares éticos es necesario recono-cer que, aunque ninguna cultura ha alcanzado lameta de una bondad perfecta, algunas han cons-truido una armonía más amplia e incluyente queotras, lo cual provee una base cuantitativa parapreferirlas y para cultivar lo que es mejor en ellas.

Notas

1. Política, Libro 1.2. Ética a Nicámaco, Libro IV. Espero que estos

comentarios no impidan que algún lector estudie losescritos morales de Aristóteles, pues hay en ellos mu-chas intuiciones de valor perenne.

3. Cuán profundamente apreciaba el "padre de laHistoria" el hecho del relativismo moral está demos-trado por una anécdota en el Libro I1I, 38.

4. H. Fielding. The Soul of a People. London:Macmillan and Co., 1898, pp. 275-276.