Y esta lluvia que no para
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Transcript of Y esta lluvia que no para
consigna
rechazo cualquier automatismo,
cualquier pérdida de la conciencia,
cualquier maquinación que trate
de apartar al espíritu de su vigilia…
josé revueltas
B
orrar es nuestra manera de regresar en el tiempo.
Cuando apenas ha sido escrita, la idea advier-
te que puede salir a la calle con mejores ropas o
reencarnar con su desnudez más sincera. Enton-
ces borramos, para volver al principio, para darle una segun-
da oportunidad de existencia a esos rasgos hechos de palabras
(único semblante que importa cuando se intenta fraguar una
presencia a través de la escritura). Por algo los editores hablan
del borrador, es decir, del texto que no ha llegado a ser defini-
tivo. Por algo también ciertos escritores juzgan provisionales
todos sus trabajos, aun los que ya han sido leídos por genera-
ciones. En la escritura nada es irrevocable y la letra impresa
tan sólo brinda la ilusión de lo fijo y lo intacto.
Cuando por voluntad propia borramos una parte o la totalidad
de lo escrito, en cierta forma adelantamos el juicio del tiempo
y quizá de los lectores. Reconocemos el error y deseamos en-
mendarlo, advertimos la falta de empeño y decidimos reen-
cauzar el esfuerzo con más y mejores elementos. Admitimos
[4]
[5]
incluso la inutilidad del empeño. Al juicio crítico sigue la bo-
rradura y la persistencia en la lucha por escribir de veras. Tal
vez el genuino ejercicio de escribir comienza entonces, cuando
los trazos se desvanecen por la acción lateral de la goma sobre
el papel o cuando las grafías se pierden de vista en la pantalla.
Borramos para volver a pensar, para abrirle un espacio limpio
a la memoria, para que el deseo no se aleje de sí mismo.
La antología que comienza tres páginas adelante no es por
tanto el resultado de un taller sino el punto de partida de quie-
nes tienen en sus manos la oportunidad de escribir literaria-
mente. Sus trabajos muestran que una misma anécdota, un
solo motivo o una película (en este caso de Jim Jarmusch) pue-
den ramificarse en innumerables realizaciones literarias, cada
una independiente y legítima. Sus poemas confirman que los
recursos de las vanguardias no son propiedad de unos cuantos
autores, sino flujo constante de posibilidades para articular
forma y sentido. Cada quien ha revisado con mayor o menor
empeño y cada quien ha corregido tanto como ha juzgado ne-
cesario. Queda en su fuero interno reconocer hasta dónde lo-
graron su deseo de convertir una sucesión de palabras en relato
o poema. A ese juicio crítico seguirá el de quienes brinden su
tiempo para sopesar lo escrito. De las lectoras y lectores no pe-
dimos, pues, un trato amable, sino una mente despejada que
nos diga si vamos bien o nos conviene borrar de nuevo.
josé manuel mateo
9
el perro
Piensas que la lluvia es ácido que desintegra tu piel. Buscas
dónde guarecerte. No encuentras refugio alguno. Entre las
personas, atropellas y eres atropellado.
El tráfico aumenta la cólera de aquellos que, como tú, desgra-
ciadamente, se encontraban afuera cuando comenzó el diluvio
citadino.
En la esquina un perro escurre agua y mugre. Lo envidias al
verlo tan contento bajo la lluvia.
Hace algunas horas la ciudad semejaba un desierto. Enton-
ces era impensable que una lluvia tan abundante cayera, aun
cuando todos lo desearan.
Buscas un taxi, pero todos están ocupados. Aunque los autos
no avanzan mucho, parecen mejor opción que la intemperie.
Decides avanzar unas calles arriba en busca de una avenida
despejada y con algún taxi disponible. Al fin encuentras uno,
haces la parada, se detiene y entras al auto empapado, como
el perro que viste hace unos momentos. De manera automá-
tica saludas al chofer, le indicas a dónde quieres ir. Arranca
el auto.
A medio camino imaginas que estás en tu cama, cómodo y
seco. Dos cuadras antes de llegar a casa, el taxista pierde el
control del auto. Has muerto y no lo puedes creer: como el pe-
rro de la esquina esta mojado y sucio.
Carlos Reyes Torres
10
un filete y la vida real
Piensas que la lluvia arreciará, miras el pavimento mojado y
brillante, se te ocurre buscar un refugio, lo más cercano posi-
ble, pero, mala suerte, no encuentras ninguno, así que te deci-
des por apretar el paso y caminar a lo largo de la avenida para
llegar a tu casa.
Aunque la lluvia parece amainar, ya estás bastante empapado.
Te faltan dos cuadras para llegar a casa y agradeces que por lo
menos no haya viento; sin embargo te has puesto de mal hu-
mor: la ropa pesa más de lo normal y el cabello está hecho una
sopa.
Una mujer te mira, camina hacia ti y parece que te habla, la ves
mover los labios rápidamente. No puedes escucharla, el ruido
de los autos te lo impide; te preguntas si la conoces. No, nunca
antes la habías visto. Ya está cerca de ti y tú la tiras de a loca,
aunque no dejas de notar que se ve muy guapa con el cabello
suelto, negro, escurrido. Corres para atravesar la avenida y no
hacerle caso a la mujer, lo único que quieres es llegar a casa
cuanto antes. Esquivas los primeros autos que pasan rugiendo
cerca de ti y casi al llegar a la otra acera un auto te alcanza. No
fue un golpe importante.
Un hombre te pregunta si estás bien, mientras sigues en el
suelo, aturdido. Eres incapaz de responder, buscas con la mi-
rada a la mujer; es inútil, ya estás rodeado de curiosos que no
te dejan mirar más allá del pequeño círculo que han formado
a tu alrededor. Logras levantarte haciendo grandes esfuerzos.
—Estoy bien —le dices al hombre que antes te había pregunta-
do, luego miras a todos y vuelves a decir que estás bien. —Espe-
re al menos que llegue la ambulancia —dice una señora gorda
11
enfundada en un impermeable amarillo. —No, está todo bien
—exclamas, y sigues tu camino. Todos permanecen atentos a tu
andar, Después, poco a poco, los curiosos comienzan a disper-
sarse, cambian impresiones y le cuentan lo que ha sucedido a
quienes llegaron tarde para presenciar los hechos.
Caminas un tanto adolorido, pero fuera de eso de veras te
sientes bien; has tenido suerte de que no pasara a mayores el
accidente y das gracias a la fortuna. De pronto, te percatas de
que alguien te sigue, vuelves la mirada hacia atrás y descubres
que es la misma mujer de la que huías antes. Ahora si la ob-
servas con cuidado, es realmente guapa y lleva un libro en la
mano derecha. Aminoras el ritmo del paso para que la mujer
pueda alcanzarte sin mucho esfuerzo. Cuando llega a tu lado
quiere saber si te encuentras bien; tú contestas que sí. —Me
alegro —agrega ella. Por un momento se hace un silencio entre
los dos.
—¿Has leído la Biblia? —pregunta ella de repente.
—Francamente no —respondes.
—Te invito a que lo hagas.
—Si, quizá lo haga esta tarde —comentas con burla. Luego ella
te habla de Jesús, que había sido crucificado para salvarte.
Se te ocurre que si esto fuera un cuento o una telenovela cual-
quiera, invitarías a la predicadora a pasar a tu casa para secarse
el cabello y tomar un café bien caliente y ella aceptaría. En-
tonces le hablarías de que tu color favorito es el rojo y ella te
explicaría que cuando pequeña le gustaba el rosa pero después
prefirió el azul. Te quejarías de tu trabajo, comentarías que muy
pronto piensas dejarlo por uno mejor. En fin, terminarías di-
ciéndole una frase cursi y ella te creería un poeta, de esos que
abundan en la calle.
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Pero como esto es la vida real, te molesta su voz que suena
como pito; es guapa pero de una voz espantosa. Por eso, cuando
te pregunta si quieres que te lea un pasaje de la Biblia, tú con-
testas que no: pierde su tiempo contigo. Y como es la vida real,
ella no insiste, se aleja, se detiene frente a la puerta de una casa
y toca el timbre.
Llegas a tu casa. Pones a descongelar un filete de pescado.
Tomas del librero una novela policiaca. La historia te atrapa,
empiezas la quinta página cuando tocan a tu puerta. Abres y un
muchacho con uniforme de una empresa de pizzas está parado
frente a ti.
—Su pizza, señor.
—Yo no pedí ninguna pizza.
—Pero…
Cierras la puerta con enfado. El muchacho toca insistente-
mente, pero decides no hacerle caso y echas un ojo al filete que
sigue congelado en un plato, sobre la mesa.
José Alberto Navarrete Lezama
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lluvia seca
¿Piensas que la lluvia es seca y podría lastimarte?
Sabes que no es así, sin embargo, la evitas al caminar durante
los días de tormenta.
¿Acaso has notado que te mira el tipo de la esquina?
Sí, se burla de tus zapatos mojados; no se da cuenta de que él
también está empapado, aunque de él escurra una lluvia seca.
Sigues caminando, te topas con una criatura sonriente, esqui-
vas su mirada, avanzas por la avenida, donde corren presurosos
ríos de tinta imborrable.
En la esquina miras hacia atrás y observas a la criatura son-
riente; ves que alegre va brincando, esquivando los charcos ya
formados, mientras tanto, tu escapas entre la gente, gente que
te empuja, empapada de prejuicios y etiquetas, su lluvia seca.
Esa lluvia te moja hasta los zapatos.
María Elena Arévalo Rangel
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renée
Renée espera sentada en la cafetería; su café está perfecto, pues
ya le ha puesto leche y azúcar. Le da un sorbo, toma un cigarro
de la cajetilla y le da una calada, en eso, tú, mesero de nombre
olvidado, te acercas a ella.
— ¿Señorita le sirvo más café? —preguntas.
— No, ¿qué has hecho? Ya tenía el color y la temperatura ade-
cuada.
— Lo siento, en verdad lo siento.
Ella, indignada, tiene que preparar su café otra vez, le da un
sorbo justo antes de probar otra vez su cigarrillo; mientras tan-
to, hojea una revista.
Te acercas otra vez; apenado por tu error intentas sonreírle,
pero ella desvía la mirada y tú sientes miedo. No era una revis-
ta. Ella hojea un catálogo de armas de fuego.
— Lo siento —le dices con voz apagada.
Pobrecito, te alejas de Renée desconcertado. Ella continúa
hojeando su catálogo, bebe su café y fuma otro cigarrillo. Tú,
mesero de nombre olvidado, te desesperas e intentas arreglar
tu error conversando con la mujer. Eres un iluso, ella no cono-
ce a ninguna Gloria, tienes que irte de allí.
—¿Sabe? Café y cigarrillos no es un buen almuerzo —insistes.
— No se preocupe, éste no es mi almuerzo.
¡Ay¡ Para colmo, la has ofendido con tus comentarios, tú solo
esperas que ella no regrese a matarte cuando finalmente haya
comprado un arma de fuego.
Mauricio Anaya Rosillo
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enmudecencia
—¿Qué dices?
—Nada.
—¿Entonces?
—No dije.
—¿Nada?
—No.
—¿Qué cuentan?
—Nada.
—Pregunto…
—¿Qué cosa?
—Si escuche…
— Yo los escuche.
—¿A mí?
—A los dos.
Óscar Arriaga Olguín
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ficción x
El sonido inundó mi oído: una voz me hizo despertar. Abrí un ojo
sin percibir imagen alguna; el segundo recibió toda la luz. Junto
a la cama, del lado izquierdo, una máquina mostraba coordena-
das y números; al parecer se trataba de mis signos vitales.
Varios electrodos están unidos a mi mano, a mi nariz, a mi pe-
cho. Recuerdo entonces el accidente, por eso estoy aquí. Dos
personas se acercan charlando, usan batas y aparatos extraños.
—El experimento está terminado —dijo uno de los sujetos
apuntándome con el índice—. Anote la fecha y hora —ordenó.
Los aparatos alertaron a los sujetos y ambos observaron que
yo había recuperado la conciencia. —El proyecto 2301188 está
reaccionando —dijo uno. Retiré los electrodos de mi cuerpo,
me levanté de la cama y salí de la habitación por un pasillo es-
trecho con múltiples puertas en cada pared.
Con horror vi que dos hombres de vestiduras negras me se-
guían. Empujé una puerta, atravesé el umbral y la atranqué con
una silla. En la habitaciónsólo había una cama. Vi otra puerta y
al abrirla me encontré en un baño. Alguien acababa de salir; un
periódico en el piso y un rastrillo en el lavabo así lo indicaban.
Sin duda se trataba de un periódico, aunque no se parecía en
nada a los que yo recordaba. 25 de febrero de 2090. Ésa era la
fecha. Levanté la mirada y me vi en el espejo del baño. Toqué mi
rostro, pero ése no era yo. ¿Quién era entonces? No sé que me
ha pasado, pero lo voy a descubrir.
continuará…
Óscar Arriaga Olguín
17
un día con sol
Desperté y al ver que el sol iluminaba mi habitación pensé que
sería un gran día. Salí de casa con rumbo a la escuela, cuando
de pronto y sin saber cómo, grises nubes ocultaron el sol; unos
minutos después comenzó a llover. Sin importar el inesperado
cambio de clima seguí caminando; después de todo, la lluvia me
refrescaba el ánimo. Al cruzar una calle me tropecé y caí en un
charco. Me puse de pie enseguida, como si nada hubiera pasa-
do, pero entonces vi a un tipo que, sin por lo menos disimular,
se reía de mí, como si él no se encontrara en las mismas con-
diciones: completamente mojado. Continúe mi camino; junto
a mí pasó una linda chica que al mirarme se detuvo, sintién-
dome avergonzado y antes de que ella lograra articular palabra
comencé a correr, escuche su voz a la distancia. Me detuve y
mientras volteaba un automóvil me atropelló.
Desperté en un cuarto de hospital. Como en la mañana an-
terior el sol iluminaba el espacio. Di media vuelta en la cama y
entonces la vi: allí, a mi lado estaba esa linda chica. Sin lugar a
dudas, éste sería un gran día.
Pamela Ortega Rodríguez
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sueño de café
Eran las 2 p.m. en punto y Renée no sabía qué hacer. Nervio-
sa, encendía su cigarro en el área de fumadores del coffee shop
mientras esperaba a que se colocaran todas las estatuillas do-
radas y se extendiera la kilométrica alfombra roja. ¿Quién ca-
rajos iba a sospechar de ella? ¿Acaso eso no pasa también en
tnt? Nadie, ni su sombra, podría saber sus planes. Ansiosa y
hojeando su catálogo, indispensable para toda mujer de armas
tomar, repasaba el plan una y otra vez: “avanzar lentamente y
actuar como la verdadera”.
La cafetería estaba casi sola, únicamente unos cuantos clientes
se encontraban sentados cerca de ella: una pareja al fondo y dos
mujeres cerca de la puerta del establecimiento. El ambiente
dentro del Sogni di caffè era tranquilo, los grandes hits de Paul
Personne sonaban seductores en la rocola. Renée se servía una
taza de café más cuándo al ritmo de Disparue entraron como
marabunta varios hombres vestidos de negro formando una
valla humana para que Alfred Molina se deslizará entre aquel
camino de centinelas. Por la reacción de la jefa de meseras, ya
estaban esperándolo con una mesa reservada en la zona vip.
Entretenida con el espectáculo, Renée dio un sorbo a su segun-
da taza de café. “Si que hay variedad en este cafecito, pseudo
italiano con su blues francés y sus actores importados”, se dijo
mientras el recinto comenzó a llenarse de estrellitas artificiales
y de achichincles que cerraban la retaguardia de aquellos seres
de un mundo peliculeramente hollywoodense.
Comenzó a escuchar la plática de todos, el bullicio fue en au-
mento. Bien podía estar escuchando la conversación de rza,
gza y Bill Murray o la charla, tipo la hora del té inglesa, acerca
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de quién ganó más premios en el festival de Cannes y en los re-
cientes SAG Awards que sostenían Molina y Steve Coogan. En
aquel rincón que antes ocupara la pareja de tórtolos —los que de
seguro tenían a Paul sonando— se encontraba ahora un grupo
de rock alternativo y los que seguramente pusieron a sonar a
The Strokes con su mejor indie.
Eran ya las 4:30 pm y su decimoquinta taza de café se había
enfriado. Todas las estatuillas habían sido colocadas, la alfom-
bra carmesí resplandecía con su característico brillo de tela de
treinta mil euros el metro. De la horda de estrellas hollywoo-
denses y músicos extravagantes sólo quedaban unos cuantos.
Renée decidió abandonar la cafetería y poner en marcha su
plan de usurpación que hasta el momento no parecía estar en
práctica. Pero antes de salir dos tipos altos ataviados de negro
la detuvieron. Asustada y sin saber qué hacer comenzó a bal-
bucear, hasta que una voz gruesa que reconoció al instante, le
dijo: —Renée, qué sorpresa encontrarte aquí; por cierto, llamé
a Lauren hace media hora. Dijo que no podía participar en el
proyecto, así que ahora es todo tuyo. Qué suerte encontrarte
aquí antes de la ceremonia.
Ella no contestó, Alfred y Steven la miraban con una enorme
sonrisa, aún no era la hora del tradicional desfile por la red car-
pet y su plan ya era todo un éxito, sólo tenía que hacer una cosa
más y todo iría de maravilla: impedir a toda costa que la verda-
dera Renée Zellweger se escapara de su cautiverio y frustrara
su sueño de recorrer aquella tan soñada alfombra. Sí, fue una
excelente idea entrar al Sogni di caffè.
Teresa de Jesús Ramos Rivera
20
lluvia sólida
Mientras caminaba por la avenida Carranza, rumbo a mi re-
unión masónica, mi zapato derecho experimentó un contacto
extraño. Sin duda había dado un mal paso: mi rostro se contrajo
de dolor y, con enfado, comprobé que mi cuerpo no había sabi-
do fijarse en dónde convenía pisar. Fue en el cruce de Carran-
za y Avanzada donde pasó la desgracia. Mi zapato izquierdo se
incrustó en una de las alcantarillas gigantes que el municipio
instaló recientemente. Tal parece que incluso cuando hacen
algo bien no prevén las consecuencias de sus decisiones. Cada
alcantarilla, en esta avenida, es del tamaño de la calle, con ren-
dijas de casi veinte centímetros, donde cabe perfectamente la
punta de un zapato y, por ende, puede producirse un accidente
vial. Precisamente como ocurrió conmigo: todo mi cuerpo se
inclinó hacia el frente y la mochila contribuyó bastante para
darle impulso a la atroz caída.
“Esto no es gracioso”, pensé instantáneamente cuando vi que
un tipo se burlaba de mí. El sujeto, que parecía esperar el bus que
va en dirección al centro, se dignó a acercarse. Era uno de esos
días en donde casi nadie sale de su hogar, excepto quienes tra-
bajan. El hombre me ofreció ayuda pero la rehúse: —Estoy bien,
gracias; sólo mi ropa, al igual que la tuya, está más mojada.
No dije nada más y el tipo se fue. Decidí volver a mi casa, de-
cisión que sin duda habría de resultar perjudicial porque justo
ese día iría a la reunión una de las personas más importantes de
San Luis Potosí a quien le hubiera podido pedir una beca para
mi viaje a Uruguay.
Al bajar del taxi, vi a mi vecina, que también iba llegando en
taxi a su casa. No estaba tan mojada como yo, pero, por su ma-
21
nera de mirarme, parece que se percató de que yo me había caí-
do. La lluvia aún no había menguado, por eso cuando presentí
que me iba a dirigir la palabra, agaché la cabeza para evitar la
conversación. Mientras los taxis avanzaban y mi vecina abría la
puerta de su casa, no supe cómo pasó, un Jetta me aventó hacia
un poste de luz, a unos metros de donde estaba mi vecina.
Realmente no recuerdo del todo lo que pasó, sólo empecé a
escuchar gritos ensordecedores y después sólo un susurro.
—Mamá, yo sólo quería invitarlo a la casa, para que se secara,
pero por vergüenza no lo llamé a tiempo. ¿Por qué pasó esto?
—No lo mires, no fue culpa tuya, ya estará con su papá.
Dejé de escuchar del todo. Comencé a entrar en una obscuri-
dad tremenda y, al instante, observé una de las luces más bellas
que jamás, nadie, ha visto. Era una luz pequeña pero tan inten-
sa que aun cuando alguien quisiera apagarla sólo conseguiría
encenderla aún más.
Steek Absalón Martínez Torres
22
una historia corta
Una mujer está sentada en la mesa de un café. Enciende un ci-
garrillo, hojea una revista, agrega unas cucharadas de azúcar a
su taza y mira por la ventana próxima. Es de mañana y el sol
tímidamente empieza a iluminar el establecimiento.
La mujer es delgada, viste una blusa que deja al descubierto
sus hombros, falda corta, mallas y zapatos de tacón alto. Hay
una expresión de seriedad en su rostro, lleva los ojos delinea-
dos y su nariz es algo afilada. Se concentra en la revista, aunque
a veces desvía la mirada hacia la calle o recorre con la vista el
negocio.
Un mesero se acerca a la mujer, le ofrece más café y un sánd-
wich. Ella contesta que no quiere café ni sándwiches. Él la ob-
serva como si la reconociera.
—Disculpa, ¿tú eres Gloria?
—Sí. ¿Cómo sabes mi nombre?
—Porque te he soñado.
—¿Y si tú también eres parte de un sueño?
—Eso no puede ser. ¿Cuándo se ha visto?
—Está bien. Yo sólo decía.
El mesero se retira, atiende a un cliente que acaba de entrar:
un hombre con traje blanco. Después de un rato regresa a don-
de la muchacha.
—¿Más café?
—No, gracias.
—Pero, ¿cómo está eso de que soy parte de un sueño?
—Sí, claro, puede ser, no me preguntes cómo.
23
Gloria despierta, toma un baño, se viste y sale a la calle sin
rumbo fijo. Ernesto se prepara para salir a su trabajo, está em-
pleado de mesero en un café. Rogelio se viste con un traje blan-
co y decide tomar el desayuno; tiene el tiempo suficiente para
ello y luego dirigirse a su empleo. Mientras bebe su taza de café
trata de recordar lo que ha soñado, pero le es imposible.
José Alberto Navarrete Lezama
27
suena
suenaresuenares
suenasuenaresuenasuena
resuenaasuenasuenaresuenaa
suenasuenaresuenaasueanare
suenasuenaresuenasuena
suenaresuenares
suena
sonaja
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sonaja
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María del Rocío Flores Quistán
28
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Teresa de Jesús Ramos Rivera
29
Es
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Revólver
Tú y yo somos los muertos, la carroña de esas aves
He venido darte muerte
a
Me han enviado
cobardes
los
Diana Alicia Almaguer López
30
Vivir creer soñar amarodiar reír
Confusión LA MENTE DEL SER HUMANO LA COMPONEN
SIEMPRE SE COMPONE DE PALABRAS pasióndesilusión coraje
Pensar gritar olvidar
recordar ocultar
Alejandra Cázares
31
Lo
… .. que
….. … escurre
... en
mis
… oídos
… son
jugos
de
tu
olvido.
Óscar Orlando Hernández Tristán
32
1. 2 la
Poca boca toca la loca
loca la toca
toca boca la
loca boca
1.1 La sonaja Suena Asuena Resuena
Suena asuena resuena la sonaja
Asuena resuena la sonaja suena
Resuena la sonaja suena asuena
María del Rocío Flores Quistán
33
C O N R R N O C
E S E N T I I T N E S E
M I E N T O S I I S O T N E I M
N S E N T I M I I M I T N E S N
E N T O M I E N N E I M O T N E
T O M I E N T T N E I M O T
O S I N S E N N E S N I S O
T I M I N N E I M I T
T O M I I M O T
E N N E
TO
M I E N T O
S I N R E M O R D
I M I E N T O M I
E N T O S I N
S E N T I M
I E N
María Elena Arévalo Rangel
34
sin-toma
La sensibilidad cubre mi cabeza como la ociosidad plantea mis dudas acarreamos la zozobra de las nochespara emigrar hacia tus palabras sin sentido.Pavorosa corrosión de lamentos lúdicos que siempre jugando con tus lágrimas secan sueño en sueño tus poros antes letras.
Óscar Orlando Hernández Tristán
35
duda
Si tan sólo un momento volviera,
aunque se marchara después,
¡cuántas cosas de amor le dijera!
Con mi llanto bañaría sus pies…
Dime, luna, si esta noche
con tus rayos lo puedes ver.
Dime, lucero del alba,
si su espíritu me ha sido fiel.
Samara Gordoa Díaz
36
edades
Edad tardía,
edad temprana,
años que pasan.
Años que van y vienen.
Tiempo recorrido,
reloj descompuesto.
Tardía edad.
Correr de los días,
desacompasado tiempo.
Temprana edad.
Añoranza dulce
detenida en un suspiro.
Años van. Años vienen.
Tiempos que perduran.
Descompás
de la vida.
Teresa de Jesús Ramos Rivera
37
diecinueve
Los 19 años son más conocidos como los casi 20.
Décadas incompletas.
Así como incompleta es la idea de lo que seguirá.
La nostalgia abruma a una infancia que se queda atrás.
Sólo en los recuerdos estará ese niño que tienes que dejar
pasar.
Y aviva las ilusiones de una etapa que no tardará en comenzar.
A los 19 años uno vive confundido y ansioso.
A la puerta de una nueva etapa a la que no se sabe si se quiere
o no llegar.
Pamela Ortega Rodríguez
38
sola con la poesía
La poesía es oír cantar a los ángeles cuando entran al infierno.
Es ir a pedir paz y amor cuando estás tras rejas.
Es el llanto desconsolado del asesino cuando es liberado.
Es el grito descabellado de una doncella, la dulce sonrisa de
una tormenta.
Es dejar de amar y ceder ante el demonio de tu felicidad.
La poesía es la filosofía de un loco enamorado.
Es la religión de un chiflado excéntrico que vaga en busca de
amor.
Es el par de zapatos mojados por una lluvia seca.
Es estar en el paraíso aun cuando estás en un campo de
concentración.
Es quitar las notas del refrigerador y por fin respirar.
María Elena Arévalo Rangel
39
busco y no hallo
Busco y no hallo
fractura tan ácida
un habla tan expuesta
sólo aquí contradice al lector
nunca hubo un abrazo
para las palabras del aprendiz
lo concreto no encuentro
busco verso a favor
acero y no hueso
palabras ni más ni menos
que nunca hubo…
sólo aquí
Mauricio Anaya Rosillo
40
manifiesto
La poesía es una avenida azul, un joven con el caminar
sombrío, la vagabunda mente que busca anclar al
menos una neurona.
Es la voz amarga, rebelde, pagana y suicida. Es la lengua
con piel de cascabel.
Es el grito imprudente de los amantes en medio de la
noche estrellada.
Es el canto alegre de protesta. Es el CANTO.
Es el dedo índice apuntando hacia la mancha roja en la
pared blanca.
Es el silencio sepulcral en esta ciudad-caos.
La poesía son los ojos del mendigo y su hedor de siglos.
La poesía son los pies enlodados del niño famélico, y
su cara manchada de tizne. La poesía es hija de la
tiznada.
Es la sonrisa esquiza, el llanto infinito, la desilusión
instantánea de mirar al ser amado con otro amor.
Como un bebé, la poesía nace libre, es el hombre quien le
pone grilletes.
La poesía es la mierda más pura. La mierda-diamante.
La poesía no existe sin la vida, más aun, la vida no existe
sin la poesía.
Carlos Reyes Torres
41
la comida: ellos y nosotros
Qué sería de nosotros sin la comida
No sentiríamos ese placer del bocado
Aquellos pasteles de chocolate
O el delicioso bufé de los restaurantes
No comeríamos aquella carne
Aquellos dulces de colores
Que de niños degustábamos
Sin que importara otra cosa
En resumidas cuentas: es así que sin comida
Enfermaríamos, moriríamos, nos comeríamos,
Qué sería de ellos con la comida
Ellos sentirían el placer del bocado
Y de su estómago lleno a reventar
Probarían los más apetitosos manjares
Aquellos bufés, dulces, pasteles
No pensarían jamás en el hambre
No morirían, no enfermarían
Si todos tuviésemos comida
Gilberto Jasso Padrón
42
manifiesto
Con palabras en desorden
Creen escribir un mundo ordenado.
Aves de rapiña con sentimientos despechados
Le escriben al amor, encantados.
Desdeño a quien escribe con palabras de poco alcance,
Al que vive confiado en que la rima es el arte.
Escriben para que no les entiendan,
Creyendo que entenderás todo.
Escriben incoherencias para que sentencies
Que en esos balbuceos está el origen del todo.
Malditos aquellos que se hacen llamar eruditos
Porque nadie los entiende.
Total, para hacer un pinche poema, sé incoherente, da igual.
A mí la poesía me es indiferente.
Michel Enrique Hernández Macías
43
silencio
Shshshshshshshshshshshshshs
¿Te callas?
Shshshshshshshshshshshshshs
Cállate
Shshshshshshshshshshshshshs
¡Cállate!
Shshshshshshshshshshshshshs
Puuum Ahhhhhh!!!!!!!
Adriana del Carmen Zavala Alonso
índice
4 Consigna
9 El perro
10 Un filete y la vida real
13 Lluvia seca
14 Renée
15 Enmudecencia
16 Ficción x
17 Un día con sol
18 Sueño de café
20 Lluvia sólida
22 Una historia corta
27 Suena…
28 Es una forma…
29 Revólver…
30 Vivir…
31 Lo que…
32 1.2
33 Con resentimiento
34 Sin-toma
35 Duda
36 Edades
37 Diecinueve
38 Sola con la poesía
39 Busco y no hallo
40 Manifiesto
41 La comida: ellos y nosotros
42 Manifiesto
43 Silencio
© obranegra [por las características editoriales]
edición y diseño: josé manuel mateo
la ilustración de portada se basa
en una fotografía de josef koudelka
(sin título, francia, 1987).
obranegra 2012
cordillera central 361 casa c
lomas cuarta sección
78216, san luis potosí, s.l.p., méxico
y esta lluvia que no parareúne poemas y relatos escritos entre
enero y mayo de 2012, en el taller de creación
literaria que forma parte del plan de estudios
de la licenciatura en lengua y literaturas
hispanoamericanas, de la coordinación de ciencias
sociales y humanidades de la universidad autónoma
de san luis potosí. en el taller participaron
estudiantes de letras y de antropología.
en la composición se empleó
la familia filosofía en 11.5 / 16.5 puntos
junio de 2012.