Yuksekova, la tierra de los Apocu (2/2)

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Mundua GARA 2015 9 28 astelehena 27 y el doctor no pudo salvar su vida», relata Dara con un tono crispado. HRW ha denun- ciado la obstrucción a la atención sanitaria en Kurdistán norte y el temor de los ciuda- danos a acudir a los hospitales. «Es peligroso porque te pueden acusar de ser del PKK», confirma Sabri. Madres de la paz A sus 28 años, Dara ha visto demasiados jó- venes kurdos inertes, lánguidos por las heri- das, muertos por las balas turcas. Besno ha- brá visto aún más en sus seis décadas. Entre sus manos yació su hijo, el que fue guerrille- ro y ahora es mártir. «La guerra es un error que ya conocemos, por eso tiene que volver la paz», repite. Ella es una de las «madres de la paz», un movimiento prokurdo de madres que reco- rren ciudades de Anatolia para detener la es- cabechina bélica. «Tengo un sobrino en el servicio militar obligatorio, ¿cree alguien que será capaz de matar a sus hermanos? (…) Erdogan dice que es musulmán, entonces, ¿por qué está matando a nuestros hijos?», se pregunta con una tierna sonrisa mientras discute con otras madres kurdas. Besno lleva el velo blanco que tradicional- mente utilizaban las mujeres casadas. Hoy algunas optan por el color lila, o por la va- riedad de alegres tonos que caracterizan al pueblo kurdo. Sabri es de piel tostada y ojos claros. Tiene cuatro hermanos, una cifra in- ferior a la costumbre kurda, en donde era normal concebir una decena de vástagos. Hoy, el desarrollo educativo está creando un Kurdistán mixto, cambiante, en donde lo único estable es la guerra, que ahí sigue. Las edades de los hermanos de Sabri –22, 20, 16 y 14 años– comprenden el abanico de quienes conforman el Movimiento de la Ju- ventud Revolucionaria y Patriota (YDG-H), las milicias urbanas kurdas que defienden los autogobiernos en Kurdistán norte. Dice que ninguno de ellos lucha en las calles de Yüksekova, aunque reconoce que la autode- fensa es a veces la única alternativa. «Las ar- mas son nuestra última opción, pero a veces hay que tomar decisiones que no nos gus- tan. Yo soy pacífico, pero es obligatorio lu- char por nuestros derechos», reitera mien- tras varios compañeros de trabajo se unen a la conversación. Estas milicias urbanas suponen una evo- lución en la táctica del PKK. Durante los años 80 y 90, el movimiento kurdo marxis- ta se levantó principalmente en las áreas ru- rales. Muchos de los campesinos desplaza- dos se asentaron en las ciudades que hoy son el núcleo de la resistencia. Sus hijos, que vivieron u oyeron los traumas familiares, conforman el músculo que ahora desquicia al Estado turco. De los diez barrios de Yükse- kova, el YDG-H controla tres: Orman, Kisla y Cumhuriyet. Francotiradores Una lona de plástico marca el inicio del te- rritorio controlado por el pueblo en Cumhu- riyet. El tanque de un camión cisterna es la primera barrera. Detrás, los sacos de tierra, los ladrillos apilados, las zanjas, los barriles llenos de material combustible, los agujeros de las balas. Parece un trampa insalvable pa- ra los militares turcos sin derramar ríos de sangre. Por eso utilizan los francotiradores. En Silopi, otra de las plazas calientes en Kurdistán norte, los miembros del YDG-H explican que el control de los distritos no se- ría posible sin el apoyo incondicional del pueblo. Durante el día, los militantes des- cansan mientras el pueblo avisa de las im- probables incursiones de los militares. Cuando la noche llega, algunos ciudadanos ayudan a reforzar las barreras mientras el YDG-H se expande por los barrios aún sin li- berar o ataca a los militares. Así, calle a calle, con el apoyo del pueblo, amplían sus domi- nios. «Cuando la noche llega todo se cierra y la gente se va a su casa. La vida se para en Kur- distán norte», lamenta Besno, quien recuer- da a Naciye Teyze, una cómica actriz de pu- blicidad turca. Decenas de áreas en Yükse- kova viven desde hace dos meses bajo los toques de queda esporádicos. La ciudad también, el último hace dos semanas. Sabri reconoce que «cuando había paz se vivía muy bien». Hoy la situación es dife- rente. La guerra retumba de nuevo en las montañas kurdas y los sonidos de las balas ya no cuentan historias de bodas y fiestas, de esperanza y creación. Ahora explican la muerte y la venganza, la costumbre que nadie quiere en Kurdistán. hutsa hutsa hutsa Arriba, Besno, segunda por la izquierda, es una de la madres kurdas que luchan por la paz en Kurdistán. Abajo, un miembro de la milicia urbana YDG-H en la ciudad de Silopi. Miguel FERNÁNDEZ IBÁÑEZ

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En la región, el principal núcleo de poder del PKK, sus habitantes se declaran seguidores de Öcalan y apoyan la autonomía democrática defendida por la milicias urbanas YDG-H. (Publicado en el diario GARA)

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MunduaGARA 2015 9 28 astelehena 27

y el doctor no pudo salvar su vida», relataDara con un tono crispado. HRW ha denun-ciado la obstrucción a la atención sanitariaen Kurdistán norte y el temor de los ciuda-danos a acudir a los hospitales. «Es peligrosoporque te pueden acusar de ser del PKK»,confirma Sabri.

Madres de la paz

A sus 28 años, Dara ha visto demasiados jó-venes kurdos inertes, lánguidos por las heri-das, muertos por las balas turcas. Besno ha-brá visto aún más en sus seis décadas. Entresus manos yació su hijo, el que fue guerrille-ro y ahora es mártir. «La guerra es un errorque ya conocemos, por eso tiene que volverla paz», repite. Ella es una de las «madres de la paz», un

movimiento prokurdo de madres que reco-rren ciudades de Anatolia para detener la es-cabechina bélica. «Tengo un sobrino en elservicio militar obligatorio, ¿cree alguienque será capaz de matar a sus hermanos? (…)Erdogan dice que es musulmán, entonces,¿por qué está matando a nuestros hijos?», sepregunta con una tierna sonrisa mientrasdiscute con otras madres kurdas. Besno lleva el velo blanco que tradicional-

mente utilizaban las mujeres casadas. Hoyalgunas optan por el color lila, o por la va-riedad de alegres tonos que caracterizan alpueblo kurdo. Sabri es de piel tostada y ojosclaros. Tiene cuatro hermanos, una cifra in-ferior a la costumbre kurda, en donde eranormal concebir una decena de vástagos.Hoy, el desarrollo educativo está creando unKurdistán mixto, cambiante, en donde loúnico estable es la guerra, que ahí sigue.Las edades de los hermanos de Sabri –22,

20, 16 y 14 años– comprenden el abanico dequienes conforman el Movimiento de la Ju-ventud Revolucionaria y Patriota (YDG-H),las milicias urbanas kurdas que defiendenlos autogobiernos en Kurdistán norte. Diceque ninguno de ellos lucha en las calles deYüksekova, aunque reconoce que la autode-fensa es a veces la única alternativa. «Las ar-mas son nuestra última opción, pero a veceshay que tomar decisiones que no nos gus-tan. Yo soy pacífico, pero es obligatorio lu-char por nuestros derechos», reitera mien-tras varios compañeros de trabajo se unen ala conversación.Estas milicias urbanas suponen una evo-

lución en la táctica del PKK. Durante losaños 80 y 90, el movimiento kurdo marxis-ta se levantó principalmente en las áreas ru-rales. Muchos de los campesinos desplaza-dos se asentaron en las ciudades que hoyson el núcleo de la resistencia. Sus hijos, quevivieron u oyeron los traumas familiares,conforman el músculo que ahora desquiciaal Estado turco. De los diez barrios de Yükse-kova, el YDG-H controla tres: Orman, Kisla yCumhuriyet.

Francotiradores

Una lona de plástico marca el inicio del te-rritorio controlado por el pueblo en Cumhu-riyet. El tanque de un camión cisterna es laprimera barrera. Detrás, los sacos de tierra,los ladrillos apilados, las zanjas, los barrilesllenos de material combustible, los agujerosde las balas. Parece un trampa insalvable pa-ra los militares turcos sin derramar ríos desangre. Por eso utilizan los francotiradores.En Silopi, otra de las plazas calientes en

Kurdistán norte, los miembros del YDG-Hexplican que el control de los distritos no se-

ría posible sin el apoyo incondicional delpueblo. Durante el día, los militantes des-cansan mientras el pueblo avisa de las im-probables incursiones de los militares.Cuando la noche llega, algunos ciudadanosayudan a reforzar las barreras mientras elYDG-H se expande por los barrios aún sin li-berar o ataca a los militares. Así, calle a calle,con el apoyo del pueblo, amplían sus domi-nios.«Cuando la noche llega todo se cierra y la

gente se va a su casa. La vida se para en Kur-distán norte», lamenta Besno, quien recuer-

da a Naciye Teyze, una cómica actriz de pu-blicidad turca. Decenas de áreas en Yükse-kova viven desde hace dos meses bajo lostoques de queda esporádicos. La ciudadtambién, el último hace dos semanas. Sabri reconoce que «cuando había paz se

vivía muy bien». Hoy la situación es dife-rente. La guerra retumba de nuevo en lasmontañas kurdas y los sonidos de las balasya no cuentan historias de bodas y fiestas,de esperanza y creación. Ahora explican lamuerte y la venganza, la costumbre quenadie quiere en Kurdistán.

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Arriba, Besno, segundapor la izquierda, es unade la madres kurdasque luchan por la pazen Kurdistan. Abajo, unmiembro de la miliciaurbana YDG-H en laciudad de Silopi.Miguel FERNÁNDEZ IBÁÑEZ