Zamora Vera, Iris - El Arbol de Los Sueños Rotos
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EL ÁRBOL DE LOS SUEÑOS ROTOS
Iris Zamora Vera
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A mis padres, por permitirme estar donde hoy estoy.
A Lucas, por salvarme en el peor momento de mi vida.
A Luna, por enseñarme a sobrellevar los pequeños problemas diarios que hacen
que a veces se nos caiga el mundo encima.
A los que hoy no están con nosotros pero siempre nos acompañan.
-2005-
-1-
EL VIAJE
Era un día oscuro y frío, y aún así, la ventana de la habitación permanecía
abierta de par en par. Parecía que iba a llover de un momento a otro, y Marta no podía
dejar de contemplar el paisaje. Quería estar ahí cuando el olor a tierra mojada
comenzara a elevarse desde el suelo, y cuando las gotas de agua empezaran a caer
lentamente llenando la ciudad de mil sonidos diferentes.
El viento la hizo estremecerse de repente, llevaba tanto tiempo allí que no era
consciente de que tenía frío y de que sus brazos estaban entumecidos. Cerró la
ventana y se sentó en la mecedora, después, se giró lentamente y posó su mirada en
la cama.
Toda su ropa estaba allí doblada, al menos, toda la que pensaba llevarse.
También había unos cuantos CD esparcidos por las sábanas, un neceser con todo lo
necesario para un largo viaje, unos cuantos libros y una cámara de fotos. No podía
olvidar nada.
Mientras miraba todo aquello, pensó para sí misma que debería sentirse feliz en
ese momento, o al menos, ilusionada, y sin embargo, una terrible sensación de
resignación la invadía. Desde hacía ya algún tiempo, sus ojos no brillaban como antes,
y un nudo iba instalándose poco a poco en su estómago.
Con aire melancólico se levantó y se dirigió hacia la cama. En el suelo, la maleta
abierta, pronto estuvo repleta de las pocas pertenencias que había decidido llevar a su
nueva vida y que aún no había empaquetado. Amontonó el equipaje junto a la puerta y
salió de la habitación sin prisa, bajó las escaleras y se dirigió a la cocina. Parecía que
le costaba levantar los pies del suelo. Se preparó una infusión relajante, cogió un
álbum de fotos de la encimera y se sentó con cierta tristeza en el sofá.
La noche anterior había hecho una fiesta de despedida con sus amigos más
íntimos. Cenaron allí, en su apartamento, y después estuvieron recordando anécdotas
hasta tarde. Rieron, bromearon, y como guinda a una noche fantástica le regalaron un
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álbum de fotos de los últimos años, el mismo que ahora sostenía en sus manos
temblorosas, una sucesión de recuerdos que llevaría con ella en su gran viaje.
Con movimientos suaves y delicados, como si temiera que de un momento a otro
fuera a romperse, fue pasando poco a poco las páginas y con dulzura se detuvo en
una.
Fue el día que conoció a Marcos. Aquella tarde, Juanma, un amigo del trabajo, la
llamó entusiasmado y le contó que habían trasladado a un amigo suyo a la ciudad y
que apenas conocía a nadie allí, y él, que era el alma de todas las fiestas, había
decidido reunir a todos sus amigos en el bar de siempre para tomar unas copas y
presentárselo a todos.
Llevaban en el bar unos minutos cuando Marcos apareció, y cuando ella le vio
por primera vez, no sintió nada especial. Era un hombre alto y delgado, un poco
desgarbado, pero su imagen estaba cuidada al máximo, desde el color de su traje
hasta la montura de sus gafas. Era castaño y llevaba un corte de pelo minucioso y
moderno, y tenía unos ojos color miel que si impresionaron a Marta desde el primer
momento. Esos ojos transmitían tranquilidad, confianza y sugerían, quizá, una
invitación no se sabía muy bien a que.
Desde el principio conectaron muy bien, los dos eran abiertos y Marcos era todo
amabilidad y dulzura, a veces en exceso, según creía ella.
Al día siguiente de haberse conocido, él ya la estaba llamando para ir al cine, y
poco a poco, quedar para hacer algo juntos fue convirtiéndose en algo rutinario, él fue
introduciéndose en su vida día a día, y antes de darse cuenta se habían convertido en
una pareja normal, recatada y correcta, que hacía todo lo que se suponía que tenía
que hacer.
Desde el principio ella se dejó llevar, dejó que él tomara las riendas de la
relación y se convenció a si misma de que Marcos era perfecto para ella. Porque
Marcos era prácticamente perfecto.
Nunca nadie la había tratado tan bien, la escuchaba, la entendía, siempre estaba
ahí cuando le necesitaba, y era realmente difícil discutir con él, siempre tenía la frase
adecuada, siempre tenía argumentos, siempre buscaba el lado positivo de las cosas, y
la quería profundamente.
Con él todo había sido siempre muy fácil, muy calmado, muy tranquilo, y eso le
daba la sensación de estabilidad y seguridad que ella necesitaba para sentirse bien.
Y sin embargo echaba de menos esos nervios y esa pasión incontrolada que
había sentido otras veces al enamorarse y que no llegaba a sentir con Marcos.
Cuando él la besaba, el corazón no parecía latirle a mil por hora, y cuando se
separaban por algún tiempo ella no le echaba de menos más de lo normal.
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Estaba tan concentrada en sus propios pensamientos que el sonido del teléfono
la sobresaltó. La voz de su hermana al otro lado del auricular, la devolvió a la Tierra en
un instante.
- Hola Martita, ¿Qué tal estas?
- Bien, estoy bien, ya lo tengo todo recogido y vendrá en un par de horas.
- ¿Quieres que esté contigo mientras? No tengo nada que hacer ahora y…
- No te preocupes, Lola. No hace falta.
- Bueno, pero es que yo quiero despedirme de mi hermanita en persona, y no
por teléfono.
- Pero si ya te despediste ayer, en serio, no es necesario.
- Bueno Marta, que estoy ahí en cinco minutos.
Marta iba a rechistar, pero era demasiado tarde, Lola ya había colgado. Una
sonrisa se dibujó en la comisura de sus labios, en realidad, no quería estar sola esas
dos horas.
A los cinco minutos, sonó el timbre y allí estaba Lola en el portal, con dos
enormes dulces de chocolate de la pastelería de la esquina. A Marta le encantaban y
cualquier excusa era buena con tal de animarla.
Estuvieron hablando un buen rato de muchas cosas, Lola, con su carácter alegre
y despreocupado consiguió sacarle dos o tres carcajadas, que no era poco, pero ahora
se había puesto seria.
- Marta, ¿Seguro que no quieres quedarte?
- Lola….no, por favor, no empieces con lo mismo. Ya hemos hablado de esto
antes.
- Pero…es que no puedo quedarme de brazos cruzados viendo como…
- ¿Viendo qué? ¿Como me voy con la persona que he elegido para empezar una
nueva vida?
- No, viendo como te resignas a convivir con una persona de la que no estas
enamorada, sólo porque “supuestamente te conviene”, porque es muy buena persona
o porque te hace sentir bien. En una relación tiene que haber más sentimientos…
- Lola, yo le quiero. No me iría con el si no fuera así. Pero es diferente, no es un
amor de adolescentes, es algo más….serio.
- No digas tonterías. El amor entre las personas adultas puede ser igual de
fuerte que el de los adolescentes. Cariño, el amor no tiene edad, y no puedes
convencerte de que lo que tienes ahora es lo mejor que puedes conseguir, porque el
día que te enamores de verdad verás lo equivocada que estabas. Yo aprecio mucho a
Marcos, pero no es lo que tú necesitas.
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- Lo que yo necesito ¡Ja! ¿Y que necesito? He tenido otras relaciones, Lola, no
se si te acuerdas, y había pasión, estaba enamorada…pero faltaban otras cosas, y
esas cosas las tengo con Marcos. Con él no me siento como una quinceañera, pero
me siento bien, me siento segura, y a mi manera le quiero y le necesito.
Lola, sentada en el sofá, miraba a su hermana mientras ésta intentaba
argumentarle su decisión.
Aunque el día era gris, ahora se filtraban unos débiles rayos de sol por la
ventana dándole un brillo especial a su pelo. Aún llevaba el pijama y su color azul
oscuro contrastaba con la piel blanca de su cara. Llevaba el pelo recogido en una
improvisada cola, y los mechones más cortos caían sobre su cara. Estaba realmente
guapa.
- Vale niña, no voy a darte más el coñazo. Ya sabes donde estoy para lo que
necesites, ¿He?
A continuación se abrazaron, fue un abrazo intenso y durante unos minutos sus
cuerpos se fundieron en uno solo. Después, Lola se marchó y Marta se dirigió al
cuarto de baño, se daría una ducha con agua muy caliente y se cambiaría de ropa,
Marcos llegaría pronto.
Después de toda una mañana de truenos y relámpagos, por fin caían las
primeras gotas. Sentado en su despacho, Marcos miraba impaciente el reloj, llevaba
horas contando como pasaban los minutos y ahora, al fin había llegado el momento de
irse.
Se levantó eufórico, cogió su chaqueta de la percha y se dirigió con grandes
zancadas al ascensor. En un instante estuvo en el garaje y pronto formó parte del
enmarañado enjambre de coches que circulaba por Madrid en hora punta. Pero ni el
atasco ni la lluvia podrían estropearle el día.
Se dirigía al apartamento de Marta, ella estaría esperándole con el equipaje, y
juntos irían al aeropuerto. En unas horas salía el avión que les llevaría hacia una
nueva vida en otra parte del mundo y ya estaba impaciente por montarse en él.
Recordaba perfectamente el día que su jefe le comunicó la noticia, llevaba
meses esperando aquel ascenso pero no podía imaginar que fuera a ofrecerle también
un traslado. Aquel comenzó siendo un día normal, como cualquier otro, y sin embargo,
cuando volvía a casa tenía un puesto de trabajo mejor, con un sueldo bastante más
elevado, y un billete de avión a otro país. Además de no tener que compartir su
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despacho, ahora formaría parte de la junta directiva de la empresa, y al fin podría
asistir a las reuniones donde se tomaban las decisiones más importantes.
Pronto comprendió que era la oportunidad que estaba buscando….llevaba cinco
años de relación con Marta y últimamente parecían estar estancados. Él le había
propuesto en varias ocasiones que se fueran a vivir juntos a su piso, que era más
grande, pero ella siempre había encontrado algún inconveniente, solía decirle que
aquel apartamento era demasiado perfecto para ella como para dejarlo, pero que se lo
pensaría, pero el caso era que el tiempo iba pasando y ella no se decidía, y él
comenzaba a impacientarse. Y esta era la ocasión perfecta para decirle que se casara
con él y se fueran juntos a Inglaterra.
Y así, un día, sin previo aviso, la llevó a cenar al restaurante más romántico de
Madrid y le contó lo de su ascenso. Allí le confesó que se moriría si no le acompañaba
y que quería pasar con ella el resto de su vida.
Aquella noche ella estaba radiante. No se había arreglado porque no sabía a
donde iban, y así, sin maquillar, con el pelo suelto y con aquellos vaqueros
desgastados que tanto le gustaban, él la encontró especialmente guapa. Sin apenas
pensárselo le dijo que le acompañaría, y que estarían juntos siempre.
No podía evitar ahora pensar en el día que la conoció. Desde el primer momento
supo que ella era el amor de su vida y que algún día conseguiría que ella se
enamorase de él. La recordaba en aquel bar con aquella sonrisa y se le erizaba la piel,
y ahora no podía creer que fueran a comenzar una vida juntos.
Había estado tan ensimismado en sus propios pensamientos, que no se había
dado cuenta de que ya había llegado. Había ido tantas veces del trabajo al
apartamento de Marta que había conducido de forma mecánica y sin pensar. Aparcó
frente a la puerta, salió del coche y con una de sus mejores sonrisas llamó al timbre.
Cuando ella abrió él estaba tan contento que la estrechó fuertemente contra él y
la besó intensamente. Después la miró fijamente a la cara y vio como su expresión de
sorpresa se transformó rápidamente en una tierna sonrisa.
En apenas unos instantes un taxi les esperaba frente a la puerta y en un
momento cargaron el equipaje en el maletero. Para cuando ellos subieron, el agua les
había mojado lo suficiente para que ambos no pudieran dejar de tiritar, y en un gesto
involuntario se cogieron de la mano, se miraron a los ojos, y una nerviosa sonrisa
asomó en sus labios. Pronto fueron envueltos por un laberinto de calles mojadas que
en cuestión de minutos les llevaría al aeropuerto, donde comenzaría el viaje más
importante de sus vidas.
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-2-
EXETER
Cuando Jason se despertó eran ya más de las doce del medio día. Aún sentía el
sabor del alcohol en su garganta, y un intenso dolor de cabeza amenazaba con
emerger en cualquier momento. Abrió los ojos despacio porque la luz del día, que se
filtraba por la ventana, a pesar de ser muy débil, le molestaba enormemente. Giró la
cabeza lentamente hacia su izquierda, como si no quisiera ver lo que ya sabía que iba
a ver y no pudo contener un suspiro al recordar lo que había ocurrido la noche
anterior.
Pero sí, allí estaba Natacha, desnuda, con su enmarañada melena negra
cubriéndole la cara. Involuntariamente se llevó las manos a la cabeza, aquello no
debería haber pasado y sin embargo, toda su ropa se mezclaba con la ella
delicadamente por el suelo.
Medio tambaleándose aún por los efectos del alcohol y del sueño logró ponerse
en pie, y haciendo el menor ruido posible se vistió y se dirigió al baño. Con cierto aire
de resignación se lavó la cara y después, con expresión inquisitiva y de cierto fastidio
clavó su mirada en la imagen que le devolvía el espejo, su propia imagen. Intentaba
preguntarse a sí mismo porque había dejado que aquello ocurriera, pero ni sus ojos de
un azul tan intenso que hasta él mismo se perdía en ellos, ni su expresión
recriminatoria, le dieron respuesta alguna.
Natacha se movió en la cama, acurrucándose involuntariamente en el hueco que
Jason había dejado al levantarse, y el ruido le hizo salir de sus propios pensamientos
rápidamente, tenía que irse antes de que ella se despertara, ahora no sabía como
afrontar aquello, ya lo pensaría con más calma.
Cogió sus cosas y salió de allí como si una fuerza invisible le impulsara a
hacerlo. A pesar de ser ya tarde había poca luz, parecía que de un momento a otro se
desataría una tormenta, y sin embargo la temperatura no era demasiado fría.
A medida que pasaba el tiempo iba haciendo su paso más rápido, ahora se
había levantado un frío y molesto viento que le hacía entornar los ojos, y comenzaban
a caer pequeñas gotas de agua que salpicaban el gris asfalto de la calle por la que
Jason caminaba. No vivía muy lejos de Natacha, y prefería ir andando. Se había
acostumbrado ya a hacerlo siempre que algo le preocupaba, era algo involuntario que
le salía de dentro, una necesidad. Estar al aire libre, en contacto con el sol o el agua,
sintiendo como el aire envolvía su cuerpo, oyendo el sonido de las hojas al caer de los
árboles o sencillamente siendo consciente de cómo sus músculos se movían al dar un
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paso tras otro le hacía sentirse vivo, le hacía ser consciente del gran espacio que le
envolvía, y quizá por eso encontraba de repente más pequeños los problemas que
antes se le antojaban tan grandes.
Sin darse cuenta vio que estaba frente a su casa. Entró apresuradamente, pues
la lluvia caía cada vez con más y más fuerza, y en cuestión de segundos se sintió algo
mejor, probablemente por la sensación de seguridad que le daba aquel pequeño
espacio que en cuestión de meses había convertido en su hogar.
Había llegado a Exeter hacía un año aproximadamente y ya sentía el lugar como
algo propio. Aunque había nacido y estudiado en Londres, a Jason nunca le gustaron
las grandes ciudades. Él necesitaba grandes espacios abiertos para no sentir esa
sensación claustrofóbica que le producía su ciudad natal y siempre supo que cuando
quisiera establecerse en algún lugar, ese lugar no sería Londres.
Estaba realizando un curso de especialización cuando conoció a Natacha. Ella
era italiana, pero había estudiado en Londres y ahora no quería volver a su país. Fue
ella quien le contó que cuando acabase el curso se trasladaría a Exeter, un amigo
estaba montado un centro de actividades deportivas y al aire libre y necesitaría
monitores en unos meses. A Jason le pareció aquella la mejor oportunidad que podía
tener para escapar de aquel estresante lugar y para tener un trabajo que además le
apasionaba. Conocería una ciudad diferente que colindaba con el Parque Nacional de
Dartmoor, lo cual le brindaba muchas posibilidades y conocería a muchas personas
que de no ir, nunca conocería.
Así que los dos, que pronto se convirtieron en muy buenos amigos,
emprendieron su viaje hacia Exeter al finalizar el curso, en el todoterreno gris de
Jason, compartiendo interminables horas en la carretera, buenas conversaciones, y
un maletero en el que se mezclaban las maletas, cajas y bolsas que les ayudarían a
reiniciar sus vidas.
Cuando llegaron, Simon, el amigo de Natacha, les esperaba. Él se había
encargado de buscarles algunos sitios donde vivir, y esa misma tarde, con mil
ilusiones puestas en cada paso que daban, fueron a ver las cinco o seis opciones que
tenían.
Natacha no tardó en decidirse, en cuanto entraron en aquella casita supo que
tenía que ser suya, tenía dos dormitorios, era pequeña pero acogedora, y tenía un
pequeño patio en la parte de atrás que le daba más amplitud.
Jason tampoco tardó en tomar una decisión. Él no necesitaba tanto espacio, así
que se decidió por un apartamento dos calles más abajo que la de Natacha. Tenía un
dormitorio y una sala bastante amplia que se comunicaba con la cocina, haciendo que
aún pareciese más grande.
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Cuando entró, el olor familiar que lo envolvió le reconfortó. Tras quitarse la ropa
mojada se dirigió directamente a su habitación y se dejó caer en la cama como si
hiciese más de mil años que no dormía. Pronto empezaron a pesarle los párpados, y
el tintineo de las gotas al caer de forma constante sobre las calles ahora desiertas, le
llevaron en unos minutos a un agradable estado en el que las preocupaciones no
existían, ni las preguntas sin respuestas, ni las miradas recriminatorias.
Cuando Natacha se despertó la invadió una intensa sensación de bienestar. Aún
seguía acurrucada en el lugar que horas antes había ocupado Jason y aunque él ya
no estaba allí, aún podía olerlo. Se aferraba con fuerza a las sábanas blancas como si
ellas fueran a devolvérselo, y no quería pensar en que un nuevo día había comenzado
y que en algún momento tendría que levantarse. No sabía cuando se había marchado,
no lo había oído, pero ahora eso era lo de menos. Habían pasado la noche juntos,
después de tanto tiempo por fin había ocurrido y ahora no quería pensar en cuales
serían las consecuencias de aquello.
Con media sonrisa en los labios se levantó y se dirigió hacia la ventana, estaba
lloviendo. El cielo estaba totalmente gris y parecía que el agua no dejaría de caer en
todo el día. Algo más despierta se dirigió al cuarto de baño y se duchó sin ninguna
prisa, recreándose en cada momento, en cada parte de su cuerpo, y una vez vestida
fue a prepararse algo de comer.
Ahora estaba sentada en el sillón con una taza de te humeante en sus manos.
Miraba a través de la ventana, por donde las gotas resbalaban haciendo sinuosos
dibujos en el cristal empapado. Intentaba recordar como había pasado todo.
Habían quedado los dos con Simon para cenar en un modesto restaurante al
que iban de vez en cuando. La semana siguiente, por fin, se abriría el centro y
empezarían a trabajar, y eso había que celebrarlo. Llevaban meses concretando los
últimos preparativos, habían realizado largas y agotadoras reuniones para elaborar un
temario teórico que se adaptase a las actividades deportivas y al aire libre que podía
realizarse allí y habían hecho excursiones a pie y en coche para tener un conocimiento
amplio del terreno que les rodeaba y que les serviría para desarrollar muchas de las
actividades.
En la cena bebieron y en el pub al que fueron después siguieron bebiendo. Fue
entonces cuando Simon se fue, tenía una relación lo suficientemente estrecha con
Natacha como para saber que estaba enamorada de Jason hacía mucho tiempo ya.
Al poco rato ellos también se fueron, y cuando llegaron al portal de su casa ella
no pudo evitar invitarle a otra copa, que el aceptó rápidamente.
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Se sentaron en el sofá entre risas y bromas sobre el estado en el que se
encontraban y de repente, los dos dejaron de reír y se quedaron mirándose sin saber
que decir. Fue entonces cuando ella dejó su copa en la mesita que había delante de
ellos, y cogió la del él poniéndola junto a la suya. No podía apartar la mirada de esos
ojos azules tan profundos que la llenaban de paz y que ahora la miraban a ella. En
cuestión de segundos empezó a desabrocharse la blusa sintiendo la mirada de él en
cada uno de sus movimientos. Se acercó lentamente y le acarició el cuello, enredando
sus dedos entre el rubio y fino pelo de Jason, que caía sobre sus hombros a diferentes
alturas y de manera desordenada. Sólo tuvieron que pasar unos segundos para que
ella se decidiera a acercarse más buscando sus labios, y aunque él titubeó al principio,
finalmente se dejó llevar y pronto estuvieron en la cama.
Parecía que hubiesen pasado años desde aquel encuentro y había ocurrido la
noche anterior. De repente, el rostro de Natacha se ensombreció. Le vinieron de
pronto esas imágenes en las que él titubeaba, en las que ella le invitaba a pasar, en
las que se quitaba la ropa, en las que ella le besaba a él. Fue como si de pronto
comprendiera que él ni si quiera habría pensado que aquello era una posibilidad, él
tenía tan clara su relación que no la veía como algo más que una amiga o una futura
compañera de trabajo. Algo que para ella era tan obvio y tan deseado no había
ocupado ni un mínimo espacio en los pensamientos de él. Entendía ahora el por qué
de su cara de sorpresa al verla desnudarse, y por qué se quedó quieto, paralizado, y
tuvo que ser ella quien se acercase. Comprendió que gracias al alcohol en exceso y a
su decisión ocurrió todo. Y un inmenso nudo se adueñó de su estómago al pensar que
seguramente no volvería a repetirse y que quizá para él hubiese sido un error.
La lluvia seguía cayendo de forma regular y ya se había acostumbrado a su
constante sonido. A lo lejos, se oían largos truenos que hacían que la ciudad se
estremeciera, y el ronco murmullo del viento arrastrando las amarillentas hojas del
suelo era como un ronroneo que la fue adormeciendo poco a poco. Finalmente,
Natacha se durmió, pero ahora, la sensación de bienestar con la que se había
despertado era ya una sombra que se extinguía fugazmente, como un ladrón que sale
de una casa que no es la suya a hurtadillas. Y el nudo que momentos antes fue
ocupando ese espacio, se hacía ahora más y más grande, sin que ella se diese
cuenta, y en un rato, cuando se levantase desorientada por tantas horas de sueño, lo
haría con una sensación muy diferente a la de la primera vez, y pensaría que le
hubiese gustado no despertarse en todo el día.
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Cuando Marcos abrió la puerta de la que sería su nueva casa Marta quedó
impresionada, era realmente bonita. Nada más entrar había un pequeño recibidor que
daba paso a un salón más grande con un enorme ventanal que ocupaba
prácticamente una pared entera, y que daba a un pequeño jardín, pero suficiente para
tener una mesa, dos tumbonas, y algunas plantas. La cocina se comunicaba con el
salón, y la separación entre ambos consistía en unas cortinas en el hueco de la puerta,
y en una barra de madera a la altura de la cintura. No había pasillo, tanto su dormitorio
como el baño daban al salón, y había un cuartito más que les serviría para instalar un
pequeño despacho, había veces que Marcos tenía que trabajar en casa.
En aquel momento Marta se sentía contenta de estar allí. Exeter parecía un lugar
muy agradable, y por lo que había visto desde el taxi al venir del aeropuerto era una
ciudad preciosa, allí predominaban las casas a los altos edificios de Madrid, lo que le
daba a la ciudad un aire más desenfadado que enseguida la conquistó.
Pasaron aquella tarde de sábado ordenando el equipaje y vaciando las maletas
una a una, poniendo cada cosa, cada libro, en el lugar que ocuparían de ahora en
adelante. Desde el gran ventanal se veía caer la lluvia hora tras hora, y parecía que de
momento seguiría cayendo.
Mientras Marta seguía colocando la ropa en los armarios, Marcos se decidió a
salir, había que comprar algo de comida y así se daría una vuelta por el barrio.
Algunas tiendas estaban cerradas, pero justo en la esquina de su calle encontró una
tiendecita pequeña pero con todo lo indispensable para el fin de semana. Compró un
poco de todo y le preguntó al tendero por las líneas de autobuses de aquella zona. El
hombre, que aproximadamente tendría unos sesenta años, lucía una corta barba
blanca y llevaba unas finas gafas que le daban un aspecto intelectual y afable. Se
mostró muy amable con él, hablaron un rato y Jhors, que así se llamaba el hombre, se
ofreció a ayudar a los recién llegados en lo que necesitasen.
El domingo amaneció nublado pero había dejado de llover. Habían desayunado
temprano porque les esperaba un día muy largo, Marcos empezaba a trabajar el lunes
y tenían que dejar la casa medio arreglada. En realidad no habían llevado muchas
cosas, así que a última hora de la tarde las maletas estaban vacías, y algunas cajas
de cartón se amontonaban al lado de la puerta esperando ser tiradas a la basura.
Cenaron temprano y estaban tan cansados que pronto les venció el sueño y se
fueron a la cama, el día había sido duro y al día siguiente comenzaría una semana que
nada tendría que ver con lo que hasta ahora estaban acostumbrados. Marcos
empezaría un nuevo trabajo con compañeros diferentes y Marta tendría que empezar
a buscar algo, así que le esperaba un día repleto de preguntas y largas caminatas, no
conocía nada de aquel lugar y podía empezar a buscar por cualquier sitio.
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Acurrucados el uno junto al otro entre las mantas, cada uno sumergido en sus
propios pensamientos, se sentían algo nerviosos ante la perspectiva de aquel lunes
que amenazaba con llegar. Sería el primer día de su vida juntos en aquella ciudad, el
primer día que Exeter les envolvería con su trajín diario y que se mezclarían entre las
personas que llenarían sus calles. Se abrazaron cariñosamente como si así fuera a ser
más fácil enfrentarse a aquel día, y así, con sus cuerpos entrelazados, pronto se
quedaron dormidos.
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- 3 -
ANNE Y BILY
El lunes amaneció soleado y con las temperaturas algo más altas, aun así, un
suave viento hacía que la sensación térmica fuera algo menor. Jason se dirigió aquel
día al trabajo con una mezcla de sensaciones contradictorias. Por una parte le
entusiasmaba que aquel día fuera el primero, por fin se ponía en marcha aquel
proyecto en el que había depositado tantas ilusiones, y no podía evitar sonreír al
pensar que hoy se encontraría con un grupo de chavales a los que enseñaría y con los
que se divertiría.
Por otra parte estaba Natacha, no había sabido nada de ella en todo el fin de
semana y no sabía como iban a reaccionar ambos cuando se encontraran. Le
asustaba pensar que aquella unión tan especial que tenían fuera a desaparecer,
porque además, parte de la ilusión que sentía por empezar aquel trabajo era porque
iba a trabajar con ella, y sabía que formarían un buen equipo.
En apenas un cuarto de hora estuvo en el centro. Aparcó su todoterreno y con
cierto nerviosismo se dirigió al edificio central dónde había una recepción. Sabía que
allí encontraría a Simon, que estaría tan nervioso como él.
Las instalaciones consistían básicamente en cuatro edificios. El primero tenía
dos plantas, abajo se encontraba la recepción, una sala común con juegos, televisión,
estanterías con libros y mesas donde los chicos podrían pasar su tiempo libre, una
habitación pequeña donde dormía Simon y un cuarto de baño de uso exclusivo a los
monitores. En la planta de arriba había dos habitaciones grandes con literas donde se
alojarían los chavales, con una cama individual cada una para los monitores.
El segundo edificio servía para realizar los talleres, y tenía varias estanterías con
el material necesario: pintura, papel, tijeras, lápices y bolígrafos, cartón…En el centro
de la sala había una gran mesa larga con las correspondientes sillas, y en una de las
paredes había un fregadero.
En el tercer edificio estaban el comedor común y la cocina. Además, tenían una
gran extensión de terreno con hierba para hacer juegos y al lado había un río en el que
hacían muchas actividades.
Y el cuarto edificio estaba muy cerca de las habitaciones, y consistía en los
cuartos de baño y las duchas.
Cuando entró en la recepción Simon estaba hablando por teléfono. Era un
hombre alegre y que casi siempre estaba de buen humor. Rondaba los cuarenta y
cinco años y había recorrido medio mundo en sus numerosos viajes, lo que le había
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dado una sabiduría difícil de conseguir de otras formas y además tenía tantas
anécdotas que contar que con él una velada nunca era aburrida. Tenía la piel más
oscura que el resto de los ingleses y su pelo era de un color difícil de definir, algunos
opinaban que era pelirrojo tirando a castaño, otros que era rubio con tonos
anaranjados, y otros creían que era castaño claro con reflejos rubios. Solía llevarlo
corto y en invierno siempre usaba gorros de lana, lo que le daba un aspecto más
juvenil.
Tardó cinco minutos en colgar y después saludó a Jason.
- Oye, ¿Sabes que acaban de llamarme de otro instituto para reservar una
semana para el mes que viene? Esto parece que va bien, ¿No? – Mientras hablaba,
Simon tenía una sonrisa de oreja a oreja, y su amigo no pudo reprimir contestarle con
otra igual de sincera.
- Simon, ¿Ha llegado Natacha?
- Mnnn…Creo que estaba en la cocina terminando de ultimar el menú de la
semana con las cocineras, que por cierto, he olvidado otra vez como se llaman…
- No tienes remedio. – Contestó Jason con paciencia. – Una se llama Claire y la
otra Marga, a ver si vas conociendo a tus empleados…..Por cierto, ¿A que hora llega
el autobús? - Preguntó ahora Jason impaciente.
- Pues tienen que estar al caer, les quedará un cuarto de hora como mucho.
Vienen treinta niños y dos profesores, esperemos que todo salga bien…
El autobús les sorprendió llegando diez minutos antes de lo previsto, así que el
encuentro entre Natacha y Jason se produjo de forma imprevista y siendo envueltos
por una marea de chavales de unos doce años que bajaban del autobús
atropellándose unos a otros sin control ninguno. Una vez que los profesores se
presentaron a los monitores, Simon tomó la palabra y al instante todos los niños
guardaron silencio. Era como si una mezcla de respeto y curiosidad asaltara a los
chavales, que ahora escuchaban atentos.
- Bueno chicos, lo primero es presentarme. Yo soy Simon, el director del centro,
y estos son los monitores que desgraciadamente os a tocado aguantar, son Jason y
Natacha, espero que podáis aguantarlos toda la semana sin problemas, aunque no se
yo… - Los chavales rieron sorprendidos. – Esperamos que esta semana lo paséis lo
mejor posible, estos gandules y yo lo intentaremos, aunque casi toda la
responsabilidad es de ello, eso es lo malo… – Los chicos volvieron a reír divertidos. –
Ahora vamos a ir a las habitaciones y allí podréis dejar las mochilas y las maletas,
ellos os acompañarán, y luego nos reuniremos aquí otra vez y os enseñaremos el
resto de las instalaciones, ¿De acuerdo?
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Y así, Jason y Natacha se encaminaron a los dormitorios e hicieron dos grupos
de quince niños cada uno, que dormirían en habitaciones separadas.
Para cuando estuvieron todos otra vez abajo era casi la hora de comer, así que
dieron todos juntos una vuelta rápida por las instalaciones y a continuación se
encaminaron al comedor. Los monitores se sentaron en una mesa con los profesores,
y los niños se distribuyeron por el resto de las mesas como ellos prefirieron.
Cuando acabaron de comer se dirigieron al campo de hierba, y allí, sentados
todos en corro, hicieron algunos juegos para conocerse mejor, a modo de
presentación. Después dejaron que los chicos se fueran a la sala común a jugar a lo
que quisieran, al día siguiente harían una excursión por el bosque para enseñarles a
reconocer las plantas del lugar, recogerían hojas de árboles y arbustos y después
harían un plantulario con ellas.
Mientras, Simon, Natacha y Jason se reunieron para concretar algunas cosas de
última hora.
- Simon, ¿No crees que deberías ir buscando otro monitor? Creo que esto va a ir
cada vez mejor, y pronto Natacha y yo seremos pocos para tantos niños, además, así
podríamos hacer grupos más pequeños e ir rotando en las actividades, y los niños
tendrán más atención, ¿No crees?
- Si, tienes razón, ya lo había pensado, en este grupo hay maestros que pueden
echaros una mano, pero habrá otros que no tengan y no podemos correr ningún
riesgo, iré buscando a alguien. – Contestó Simon con tranquilidad. – Bueno chicos, os
dejo que habléis de vuestra excursión de mañana, yo iré a ver a los maestros.
Cuando Simon se fue se hizo un silencio incómodo que parecía que duraría toda
una vida. Tanto Jason como Natacha esquivaban mirarse directamente a los ojos y
pronto empezaron a sentirse realmente incómodos. Fue entonces cuando Jason
pensó que la situación no se les podía escapar de las manos y comenzó a hablar.
- Natacha, creo que no deberíamos dejar que lo que ocurrió el fin de semana
rompa la relación que tenemos…. – Pero no pudo seguir hablando, Natacha no quería
oír lo que él tenía que decir, ya era bastante duro tenerle en frente y no poder acariciar
su pelo dorado, o tocar sus manos, o…o mil cosas más. Así que su subconsciente le
hizo hablar rápidamente, antes de oír algo que le destrozara aún más por dentro.
- Jason, no sigas, por favor. No hace falta. Aunque tarde, he comprendido como
son para ti las cosas, pero no te preocupes, no podría soportar que nuestra relación se
estropeara. Hagamos como si nunca hubiera ocurrido.
Antes de que Jason pudiera responder, Natacha se había levantado y había
salido de la habitación. Le había costado un mundo contener las lágrimas, y ahora,
fuera de la vista de Jason, lloraba como una niña a la que habían herido
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profundamente. Recordaba incrédula la última frase que le había dicho: hagamos
como si nunca hubiera ocurrido. Estaba tan ensimismada que no oyó unos pasos que
se aproximaban por su espalda, ni oyó la respiración de alguien que se acercaba
sigilosamente. Cuando unas manos grandes se posaron con suavidad sobre sus
hombros, tocándola con dulzura, se sobresaltó dando un pequeño respingo, y
girándose bruscamente hacia la persona que acababa de sorprenderla encontró unos
profundos ojos tristes y un rostro preocupado que la miraba con infinita ternura. Sin
tener que decir nada Natacha rodeó con sus brazos el cuello de Jason y ambos se
fundieron en un largo e intenso abrazo que simbolizaba la gran amistad que les unía.
Jason acariciaba la espalda de Natacha mientras esta respiraba entrecortadamente a
causa de las lágrimas que aún resbalaban por sus mejillas, dejando a su paso
delicados surcos de dolor y angustia largo tiempo contenidos.
- Natacha, no sabes cuanto lo siento. – Esta vez ella guardaba silencio y con los
ojos cerrados se aferraba al cuello del hombre que le hablaba con aquella voz serena
y tranquila, midiendo cada una de las palabras que decía para no hacerle más daño
del que ya le había hecho sin querer. – Supongo que he sido muy torpe para no
haberme dado cuenta de lo que sentías, si lo hubiera hecho, no hubiese dejado que
ocurriera aquello. Al menos por ti, para evitarte lo que ahora estas pasando.
Mientras le hablaba, seguía jugando instintivamente con las líneas de su
espalda, de esa manera, al hacer algo mecánico, le resultaba más fácil relajarse, y
aquel contacto también relajaba al manojo de dolor y nervios que estrechaba en aquel
instante entre sus brazos.
- Me consideraba tu mejor amigo y no he sido capaz de ver que tú no me
considerabas a mi sólo eso, todo ha sido por mi culpa, espero que puedas perdonarme
y que con el tiempo puedas verme como el mismo de antes.
Por primera vez Natacha levantó la cabeza de aquel hombro confortable que
hasta entonces la había sostenido, se limpió las lágrimas que surcaban su rostro y
miró detenidamente a Jason.
- El error fue mío, no te eches toda la culpa, no debí provocar la situación, pero
no hace falta que te recuerde en que estado íbamos… - Una sonrisa pícara asomó en
la comisura de sus labios durante una breve fracción de segundo. – Pero bueno, no
me arrepiento de nada, y aunque ahora sea más difícil estoy segura de que pronto
seremos los mismos compañeros inseparables que hace una semana.
Siguieron abrazados algunos segundos más, ajenos a todo lo que en menos
tiempo del que ellos creían les envolvería sin posibilidad alguna de evitarlo. No eran
conscientes de que sus vidas ya estaban destinadas a vivir todo aquello, para poder
llegar a vivir otras cosas. Si Jason hubiera decidido tener una relación con Natacha, no
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hubiera sucedido nada de lo que después sucedería, y si Marta hubiese dejado a
Marcos para seguir con su vida en Madrid esperando que apareciera la persona que
pudiera darle lo que no podía darle él, entonces sus vidas jamás se habrían cruzado y
ninguno de los dos hubiera conocido lo que es sentir desde lo más profundo del alma.
Pero en esos momentos, Natacha sólo podía pensar en el contacto que ahora mismo
sentía con el hombre al que amaba, Jason sólo podía preguntarse por qué no podría
enamorarse de aquella mujer que le abrazaba con fuerza, y muy cerca de allí, Marta
se sentía bien con la decisión que había tomado pero sentía un vacío en su interior,
que aunque ella se negase a aceptar, seguía existiendo cada mañana cuando se
levantaba.
La noche amenazaba con extenderse sobre cada uno de ellos de manera
siniestra e inquietante, mostrándoles sus miedos y secretos en la íntima soledad de los
minutos que preceden al sueño.
Por las calles de Exeter, el viento jugaba con las esquinas de las casas
dormidas, y las hojas que habitaban las aceras grises revoloteaban al pasar por los
portales cerrados. Era el mismo viento el que movía las ramas semidesnudas de los
altos árboles que podían dibujarse a través del cristal empapado de una ventana. La
ventana de la habitación donde Jason escrutaba la oscuridad tumbado en su cama.
Podía imaginarlos perfectamente aunque una negrura infinita invadiera el dormitorio,
porque los había visto mil veces a la luz del día. Sentía una sensación extraña en su
interior, que achacaba a la conversación con Natacha, y que sin embargo iba más allá
de eso, era como si un presentimiento se asomara lentamente a su alma, queriendo
llamar su atención, pero aún era muy pequeño, era como la punta de un iceberg
rasgando la inmensidad del océano helado. De momento solo sentía una leve
molestia, pronto ese sentimiento se intensificaría hasta convertirse en un furtivo
compañero.
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Marta se levantó aquella mañana temprano y con energías renovadas. Mientras
preparaba el desayuno oía como Marcos canturreaba alegre en el baño mientras se
duchaba. Al poco tiempo los dos estaban sentados el uno frente al otro con un café
humeante delante y una tostada de mantequilla en la mano.
Aquel sería un día radiante. Aunque era temprano aún, por el gran ventanal
podía verse un cielo inmenso sin nubes que mancharan su azul limpio y claro, y
aunque había llovido todo el fin de semana la temperatura a aquellas horas de la
mañana era aceptable, sería un día muy agradable.
Marcos no tardó en irse, era su primer día de trabajo y quería causar la mejor
impresión posible, así que cogió su chaqueta y la cartera que tantos años le había
acompañado y después de darle un beso a Marta salió con toda la confianza en si
mismo que pudo reunir, aquel día iría en autobús, pero había pensado muy seriamente
en comprarse un coche, el suyo se lo había traspasado a su hermano y ellos
empezarían a necesitar uno desde aquel mismo día.
Marta terminó de desayunar con calma, recogió las pocas cosas que habían
usado y se vistió. Había alquilado un coche para toda la semana, iba a buscar trabajo
y le resultaría mucho más fácil así. Salió de casa convencida de que aquel día
encontraría algo, su intuición se lo decía, así que llena de optimismo se dirigió a la
tiendecita de la esquina a preguntarle a Jhors si tenía algún mapa de la ciudad, sin él
estaba literalmente perdida.
Cuando entró en la tienda sonó una pequeña campana. Estaba colgada del
techo a la altura adecuada para que esta se moviera al abrirse la puerta y avisara a
Jhors de que algún cliente había entrado, muchas veces estaba en la trastienda y no
oía entrar a la gente, y con este sistema podía estar tranquilo. La tienda era pequeña
pero el aprovechamiento que el dueño había logrado hacer del espacio era
sorprendente. Las paredes estaban repletas de estanterías, realmente no se veía ni
una sola pared, y otras estanterías más pequeñas estaban dispuestas formando
estrechos pasillos en aquella reducida habitación. Estaba echando una rápida ojeada
al lugar cuándo un hombre de cara sonriente apareció ante ella.
- Buenos días, ¿En que puedo ayudarte? No te he visto nunca por aquí, no me
digas que no eres de este barrio, ¿o has llegado ahora? Dime en que puedo ayudarte
y lo haré con mucho gusto.
Marta no pudo evitar sonreír ante aquel bombardeo de preguntas.
- Mnnn…No me digas….si, tú tienes que ser Marta ¿Me equivoco?
- No, has acertado, pero… ¿Cómo lo sabes?- Preguntó ella algo sorprendida
pero sin dejar de sonreír.
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- Quizá sea porque Marcos se pasó por aquí antes de ir a trabajar, vino a
comprar el periódico, y me dijo que si una mujer rubia de pelo rizado y ojos color
avellana venía por aquí, sabría por que es el hombre más afortunado del mundo.
- ¿Eso te dijo?
- Eso exactamente, puedo asegurártelo.
- Pues voy a tener que matarle cuándo le vea. No tiene remedio. Por cierto,
necesito un mapa de la ciudad, ¿Tienes alguno?
- Puedes mirar en aquella parte, al lado de los periódicos, a ver cuál te gusta
más.
Marta estaba comparando los mapas cuando la campanilla del techo se movió y
una mujer robusta con aspecto de tener más años de los que en realidad tenía entró a
la tienda. Llevaba el pelo recogido en un moño y vestía de una forma muy discreta y
con colores muy poco vistosos, pero lo que más llamó la atención de Marta fue la
expresión triste de sus ojos.
- Hola Anne, ¿Qué te pongo hoy?
- Hoy dame sólo una barra, Bily no estará esta semana en casa y yo sola no
necesito más.
- Venga mujer, anímate, sólo es una semana, antes de que te des cuenta le
tienes como siempre pegado a la tele. No seas tremendista, además, el chico necesita
relacionarse, seguro que esto le va a venir bien.
- No te digo yo que no, pero nunca me había separado de él.
- Pues alguna tenía que ser la primera.
- Ya, supongo que tienes razón, pero se me hace muy difícil.
- No te preocupes, Anne, que no pasará nada, te lo digo yo. Toma tu barra de
pan y ven mañana si puedes a recoger la revista que siempre se lleva el chico, verás
como le das una sorpresa cuando vuelva.
- Es una buena idea, mañana me pasaré, que tengas un buen día, Jhors.
Y así salió Anne de la tienda, con la cabeza gacha y la mirada perdida, contando
los minutos que quedaban para que aquel autobús le devolviera a su chico, que era lo
que le daba fuerzas para levantarse cada mañana y afrontar un nuevo día.
Marta se acercó silenciosamente al mostrador, no sabía por que, pero aquella
mujer había llamado su atención, desprendía algo que…era como si en un último y
desesperado esfuerzo por aferrarse a la vida temiese que ocurriese algo que la hiciese
desvanecerse por completo. Cuando estuvo frente a Jhors este no pudo evitar contar
la historia de Anne.
- Es una buena mujer, pero lo ha pasado muy mal. Estaba casada y eran un
matrimonio muy feliz, lo único que podían pedir era el hijo que tanto esperaban pero
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que nunca llegaba. Así que un día se decidieron a adoptar uno, era lo que les quedaba
para ser totalmente felices. Pero ya sabes como son estas cosas, los tramites
burocráticos eran rematadamente lentos, y cuando llevaban dos años ya esperando,
su marido tuvo un accidente en el trabajo, se dedicaba a la construcción, y después de
estar tres meses en coma, murió. Pero los papeles de la adopción siguieron en
marcha porque el hogar que Anne podía ofrecer a cualquier niño, incluso sin padre,
era excepcional. Y medio año después Bily llegó a su vida dándole esa alegría que se
necesita para vivir.
Desde que su marido murió, Anne no ha vuelto a ser la misma y creo que nunca
logrará serlo, pero este niño le ha devuelto la ilusión y si no fuera por él, se habría
hundido hace tiempo. Y ahora su niño se le ha ido una semana, sólo una semana, y ya
no puede vivir sin él. Y eso que está aquí, a las afueras de Exeter, en un centro que
han abierto cerca del bosque, para hacer campamentos y cosas de ese estilo.
- ¿Un centro para trabajar con niños? – Preguntó Marta entusiasmada.
- Si, ¿Porqué lo preguntas?
- Pensaba buscar trabajo, y como soy profesora de educación física y me
encanta trabajar con niños he pensado que podrías darme la dirección y me acerco en
un momento.
- Por supuesto, te la apunto ahora mismo, son una gente estupenda, aunque no
se si necesitarán a alguien. Aquí tienes.
Marta cogió aquel papel como si fuera un tesoro. Pagó el mapa y se encaminó
hacia el coche, y con toda la ilusión del mundo se dirigió al centro creyendo que no
podría haber comenzado el día de una manera mejor. Lo que no sabía aún era la de
vueltas que darían las cosas en unas cuantas horas, no tenía ni idea de la importancia
que tendría en su vida, de ahora en adelante, haber escuchado esa conversación en la
tienda. Los acontecimientos ya estaban en marcha y ella era ajena a aquel proceso del
que formaba parte, lo que ocurriera a partir de ahora era cosa del destino, que los
había guiado a todos hasta ese punto de sus vidas sin que ellos supieran por que.
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- 4 -
EL BOSQUE DE DARTMOOR
Aquella mañana amaneció soleada y un aire limpio y fresco lo envolvía todo.
Jason y Natacha despertaron a los chavales temprano, harían una excursión y había
que hacer todos los preparativos, no podían salir demasiado tarde. Cuando todos
estuvieron vestidos y correctamente aseados corrieron en masa al comedor, donde les
aguardaba un abundante desayuno que desprendía un olor exquisito. Desayunaron
vorazmente, como si hiciese días que no comían, y pronto estuvieron todos frente al
autobús con sus mochilas preparadas.
Irían unos veinte Km. en autobús y después comenzarían a caminar. La idea era
hacer una pequeña caminata bordeando el río observando las plantas y los animales
que habitaban la zona, y recogiendo hojas que usarían en el centro para realizar otras
actividades. Comerían pronto y descansarían un buen rato en un lugar amplio y con
numerosos árboles, y después regresarían al autobús que les esperaría en el mismo
sitio donde les dejó. Solo uno de los maestros acompañó al grupo, el otro se quedó
con Simon en el centro preparando otras actividades para el resto de la semana.
El viaje en autobús fue de lo más ameno y divertido, los niños no dejaron de
cantar en todo el trayecto, y cuando no se les ocurría ninguna canción más, Jason o
Natacha les enseñaban alguna que nunca antes habían escuchado, por lo que tenían
que repetirla hasta la saciedad para poder aprendérsela. Estaban cantando una de
esas canciones por cuarta vez cuando llegaron al sitio desde el cual comenzaría la
excursión.
Se bajaron del autobús de la misma forma desordenada y alborotada del primer
día que llegaron y una vez abajo comenzaron a caminar siguiendo a los que durante
todo el trayecto serían sus guías. Tomaron un sendero que se separaba del camino
principal, y se adentraron en el bosque en cuestión de minutos, la humedad se
palpaba en el ambiente, lo que significaba que el río estaba cerca, y la vegetación era
tan alta en los bordes del sendero que les llegaba casi por la cintura.
Jason caminaba por la mitad del grupo y observaba a distancia a los cinco o seis
niños que caminaban delante de él. Había uno de ellos que había llamado
especialmente su atención. Era un niño delgado, de estatura media y de pelo castaño
claro alborotado. Le había visto reír como al que más, cantar con todas sus fuerzas y
bromear con sus compañeros, y sin embargo, en tres o cuatro ocasiones le había
descubierto con la mirada perdida, infinitamente triste y trasladado a otro lugar, un
lugar inaccesible para el resto de sus compañeros que no llegaban a darse cuenta de
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esos momentos de intimidad que compartía involuntariamente con ellos. Pero Jason
no era uno de sus compañeros, y había sido capaz de ver algo más en él, algo más
que las risas y las bromas, había visto en sus ojos una mirada adulta, madura y
tremendamente dura, como si estuviera amenazando al mundo, como si le estuviera
desafiando. Sentía el dolor detrás de la historia de aquel niño incluso antes de
conocerla. A su lado siempre iba una niña pelirroja que tartamudeaba un poco al
hablar, su carita blanca estaba cubierta de numerosas pecas que le daban un aspecto
alegre, llevaba dos coletas y unas cuantas orquillas en el pelo, y pocas veces la había
visto con más niños. A su lado, pero más apartados, había tres niños más, algo más
altos, entre los que destacaba uno, el cabecilla de grupo, que llevaba una gorra roja
puesta del revés.
Jason caminó cada vez más despacio hasta ponerse a la altura del maestro que
iba cerrando filas. Tenía algunas preguntas que hacerle.
- Ese niño de allí…se llama Bily, ¿Verdad? – Preguntó.
- Si, el que va con Julia. Son muy buenos amigos. ¿Por qué?
- Bueno, me ha parecido ver a Bily un poco triste en un par de ocasiones…No se
si le ocurre algo o son cosas mías.
- Bueno, Bily es un niño especial y ha pasado más dificultades que el resto de la
clase, por eso quizá se lleve tan bien con Julia, tampoco ella lo está pasando bien.
- ¿Qué le ocurre a Bily?
- Es algo complicado. Realmente no lleva mucho tiempo en el colegio, y cuando
llegó le costó bastante adaptarse, los grupos estaban hechos y los niños a veces no
son muy considerados con sus compañeros. Solo Julia supo entenderle. Bily vivía en
una casa de acogida mientras su madre cumplía condena en la cárcel por tráfico de
drogas, pero acabó muriendo de una sobredosis. De su padre nunca se supo nada, y
casi mejor así…no creo que fuera muy diferente a su madre. Lo adoptó un matrimonio
pero el que sería su padre adoptivo murió en un accidente antes de que él llegara a
esa casa. Su madre adoptiva es una mujer extraordinaria, pero lleva a su espalda la
muerte de su marido que no logra superar, sin embargo se volcó con el niño y este dio
un cambio espectacular en los primeros meses. Pasó de ser un alma en pena a
integrarse completamente, pero es fácil encontrarle pensando en sus cosas cuando
cree que nadie le ve. Es un chico estupendo y es una pena lo que ha tenido que vivir.
- ¿Y Julia?
- Julia…Bueno, es una niña muy inteligente pero su problema al tartamudear ha
hecho que algunos niños se burlen de ella y le han acomplejado aún más, ahora le da
vergüenza hablar delante de casi todos si Bily no está con ella, siempre la defiende.
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Siguieron hablando un buen reto sobre los chicos y eso le ayudó a entender lo
que ya había visto sin necesidad de saber nada de él. Llevaban un rato andando al
lado del río y Natacha iba al frente hablando en voz alta y clara para que todos
pudieran escuchar sus explicaciones. Cuando llegaron al que sería el lugar de
descanso donde se comerían los bocadillos que llevaban en sus mochilas, Natacha les
explicó que tenían que recoger algunas hojas, lo más diferentes posibles, y guardarlas
en la carpeta que les habían dado a cada uno con un bloc de notas y un lápiz. Y así,
en un momento, los niños se distribuyeron por el lugar y comenzaron divertidos la
tarea.
En media hora, todos tenían hojas suficientes para hacer lo menos tres
plantularios cada uno, así que se sentaron en la hierba y empezaron a comer
tranquilamente. Descansarían un rato y después volverían al autobús.
Marta llevaba unos quince minutos en el coche y según las indicaciones de Jhors
el desvío al centro debería de estar muy cerca ya. Como el centro era nuevo no estaba
muy bien señalizado aún, pero pacientemente, él le había explicado que tenía que
tomar el segundo desvío a la derecha una vez que saliera de Exeter. El problema era
que ya había pasado el primer desvío y ahora veía uno que no sabía si identificar
como tal, era muy estrecho y no estaba asfaltado, así que supuso que ese no contaba
y se metió por el siguiente. Pero después de diez minutos más no había rastro del
centro, solo encontró una bifurcación en la que la única dirección que le sonaba era
una que ponía “Bosque De Dartmoor”. Recordaba que Jhors le había dicho que el
centro se encontraba cerca de allí, por lo que decidió seguir aquel camino.
Y sin darse cuenta estaba metida en una carretera más estrecha aún que la que
había dejado atrás, con numerosas curvas y con miles de árboles frondosos a ambos
lados. La luz se redujo notablemente debido a la cantidad de vegetación y después de
un rato conduciendo, en el que no se cruzó con ninguna clase de vehículo ni con
ninguna señalización, empezó a preocuparse. La calzada era tan estrecha que era
imposible dar la vuelta, y con tantas curvas le asustaba encontrarse con algún coche,
era imposible que los dos pudiesen pasar a la vez.
Después de casi una hora más, Marta empezó a impacientarse, además de no
encontrar ningún rastro de vida por allí, no había cobertura y tampoco podía llamar a
Marcos para pedirle ayuda, estaba totalmente perdida y el mapa no le servía para
nada porque sólo era de la ciudad, solo podía seguir conduciendo hasta encontrar algo
que la ayudara a volver a Exeter, que era lo único que ahora le apetecía. Se
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imaginaba dándose un baño de agua caliente con música ambiental de fondo, y las
ganas de volver aumentaron aún más. La situación comenzaba a ser desesperante y
no había nada que ella pudiese hacer.
Al menos, el paisaje era realmente bonito, pensó que en otras circunstancias le
hubiese gustado estar allí. Debía de haber excursiones increíbles, y la vegetación era
espectacular, le diría a Marcos que tenían que ir a explorar aquel lugar con más calma.
Centró su atención en Marcos. Le había dicho que se casaría con el pero no
habían vuelto a hablar del tema, no habían vistos posibles fechas ni posibles lugares,
algo que ella agradecía enormemente, pensar en aquello ahora le agobiaba, primero
tenían que adaptarse a la nueva ciudad y a su nueva vida en ella, y tenía que
encontrar trabajo lo antes posible, no podía atrasarlo pensando en otras cosas. Pero
sabía a ciencia cierta que Marcos no tardaría en sacarle el tema y entonces ella
tendría que afrontarlo. ¿Quién le iba a decir, seis meses atrás, que acabaría en Exeter
casándose con Marcos? No se lo creía ni ella, y sin embargo, allí estaba.
El camino seguía serpenteando a través del monte como si de una larga y
sinuosa serpiente se tratara, y conforme iba dejando curvas y árboles atrás, más
nerviosa se ponía. Presentía que algo desagradable iba a ocurrir, aunque pensándolo
bien, ya era bastante desagradable estar perdida ella sola en medio de una masa de
altos y fuertes árboles que además le hacían sentirse diminuta y vulnerable, no creía
que la cosa pudiese empeorar aún más. Pero el tiempo seguía pasando y seguía si
ver nada, absolutamente nada, que le diera la más mínima esperanza de poder salir
de aquella situación sin antes volverse loca. Intentó con todas sus fuerzas dejar su
mente en blanco y no pensar más en lo infinitamente perdida que estaba, seguiría
conduciendo todo el día si era necesario, al final, tendría que llegar a algún sitio.
El sol, que horas antes había brillado con una intensidad fuera de lo normal para
estar en otoño, iba apagándose lentamente y la humedad que el río desprendía se iba
haciendo notar también poco a poco.
Los niños se fueron levantando después de oír las instrucciones de Jason, que
les había explicado que ya se hacía tarde y que debían regresar al centro, pero no
debían preocuparse porque seguirían un atajo y antes de lo que pensaban estarían
allí. Así que en vez de seguir el sendero por el que habían venido atravesando el
bosque, subirían un pequeño tramo en línea recta que les dejaría en la carretera, y
entonces sólo tendrían que andar un poco para llegar al autobús. Tras indicarles el
camino que debían seguir, todos se pusieron en marcha.
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El tramo en línea recta resultó ser más largo de lo que los críos habían pensado,
y comenzaban a estar algo cansados, pero pronto vieron que algunos metros más
arriba se dibujaba sobre el terreno una línea recta de color gris que sin duda era la
carretera. Entonces hubo un murmullo de alegría generalizada y los niños aceleraronn
el paso notablemente.
Bily y Julia iban en cabeza cuando tres niños les adelantaron a toda carrera sin
prestarles la menor atención. Al hacerlo, uno de ello se agarró de la mochila de Julia
para tomar impulso y esta calló al suelo. Bily le tendió la mano para ayudarle a
levantarse y no pudo evitar gritar a sus compañeros que tuvieran más cuidado.
Entonces el más alto, el de la gorra del revés, se volvió hacia ellos y
deshaciendo rápidamente el camino, se plantó frente a ellos en un momento.
- ¿Tienes algún problema, Bily?
- Pues si, mira, ya te lo he dicho, que tengas más cuidado al pasar.
- Anda, pero si se te ha caído la mochila, Julia, pero no te preocupes que Bily te
la va a recoger, ¿A Que sí?
- La recogeré cuando yo quiera.
- Si se nos va a poner chulo y todo, pues mira por donde que la vas a recoger
ahora mismo porque lo digo yo, si señor, ya va siendo hora de que hagáis caso a los
mayores.
Y antes de que se dieran cuenta cogió la mochila del suelo y la lanzó con todas
sus fuerzas a la carretera.
- Anda mocoso, a ver si vas o no vas a por ella ahora.
Bily se quedó parado un momento con cara de odio, y sin mirarle pasó por su
lado y subió a paso ligero adelantando a los otros dos chicos que estaban ya casi en la
carretera. No se dio cuenta de cual de los dos le empujó con fuerza hacia delante,
pero oyó a su espalda las risas de ambos mientras daba traspiés y llegaba a la mitad
de la calzada. Lo último que llegó a oír antes de desplomarse en el suelo fue la voz
urgente de Jason, que unos metros más abajo había visto la pelea y sólo pudo gritar
cuando vio como Bily se introducía de lleno en la carretera y un coche que aparecía de
la nada se estampaba contra él.
Marta acababa de salir de una de las mil curvas que había recorrido aquella
mañana cuando un niño salió de entre los matorrales y se plantó en medio de la
carretera sin previo aviso. El chico apenas vio el coche porque ya estaba haciendo
suficientes esfuerzos para tenerse en pie y no caer de bruces contra el duro asfalto,
pero cuando oyó el frenazo, en un acto reflejo, se giró sobre si mismo y pudo
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contemplar atónito lo que se le veía encima. Ella, en un impulso por hacer que el
impacto fuera menor giró lo más rápido que pudo a la izquierda, pero aún así no pudo
evitar golpear al chico con la parte delantera del coche, sintiendo como un escalofrío le
recorría el cuerpo de principio a fin.
Frenó en seco y el coche logró pararse justo en el borde de la cuneta. Aterrada,
salió de allí y corrió junto al cuerpecito que yacía en el suelo, pero aliviada, pronto
comprobó que estaba consciente. Se arrodilló junto al niño y contempló que un charco
de sangre se dibujaba en el suelo, a la altura de la rodilla, y fue entonces cuando vio
que la pierna estaba rota, pero aparte de las magulladuras de la caída, no había más
heridas graves. Tocó su cabecita con cuidado, no quería moverlo, y apenas con un
hilo de voz comenzó a hablarle.
- Hola, ¿Puedes hablar? ¿Cómo te llamas? – Su voz temblorosa delataba la
angustia que sentía en ese momento, pero Bily sólo era consciente del fuerte dolor
que sentía en la pierna, y no se percató de eso.
- Bily. Me duele mucho la pierna…
Pero Bily no pudo seguir hablando porque un segundo después, un hombre alto
y rubio llegaba a grandes zancadas junto a ellos, su rostro reflejaba preocupación,
jadeaba a causa de la carrera y su respiración era acelerada, en cuanto estuvo junto a
él le preguntó que como estaba.
- Me duele mucho la pierna…
- Hay que llevarle al hospital. – La frase fue contundente, como una orden. La
dijo mirando fijamente a Marta, que aún temblaba arrodillada en el suelo, y se sintió
totalmente culpable de aquella situación cuando aquel hombre de ojos azules clavó en
ella su mirada. Se sintió pequeña, insignificante y torpe, y además, intimidada por él.
- Lo siento…yo, no le vi, se echó prácticamente encima de mi y… - Su voz era
entrecortada y no era capaz de terminar una frase, no pensaba con claridad y se daba
cuenta de ello, así que dejó la frase a medias y miró al suelo unos segundos
esperando alguna respuesta. Cuando levantó la cabeza miró a Jason esta vez con
más seguridad, o al menos eso parecía, y sugirió su idea. - No se donde esta el
hospital más cercano, no soy de aquí, pero vamos en mi coche si el vuestro esta más
lejos, ayudaré en todo lo que pueda.
Y entonces, un tropel de niños invadió la carretera y entre exclamaciones de
sorpresa todos se llevaron las manos a la cara, asustados, susurrando entre ellos y
señalando con el dedo la sangre, y a esa mujer que había atropellado a Bily.
Aparecieron también dos personas adultas. Marta comprendió que no estaban solos, y
que no habían venido en coche. La situación empezaba a descontrolarse, y Jason
tomó las riendas enseguida.
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- Natacha, seguid con los niños hasta el autobús, que está ahí al lado, y haced lo
que estaba previsto, ¿De acuerdo? Yo iré con ella a llevar a Bily al hospital, será lo
más rápido porque no hay cobertura para llamar a una ambulancia. Desde allí os
llamaré al centro y avisaré de todo.
Y en unos instantes el lugar quedó despejado y silencioso. Ya sólo quedaban
ellos.
- Hay que meterlo en el coche, sin moverlo demasiado…- Jason pensaba en voz
alta.
- Tengo un abrigo largo, si logramos que moviéndose un poco, el abrigo quede
debajo de él, podemos usarlo como camilla para levantarlo y tumbarlo en los asientos
de atrás.
- Es buena idea, trae ese abrigo.
Suavemente lograron hacer que el abrigo estuviera debajo del niño y a los pocos
segundos, Bily estaba acostado en los asientos traseros gimiendo del dolor que le
había producido el traslado.
Marta lanzó las llaves a Jason y este se montó frente al volante, después ella se
montó junto a él y entonces se dio cuenta de la angustia que sentía otra vez y que iba
en aumento, quería llegar ya al hospital, y esa ansiedad le acompañaría todo el
camino.
Las curvas siguieron apareciendo frente a ellos un rato pero pronto adelantaron
al autobús y llegaron a la carretera principal que les llevaría a Exeter. El camino fue
corto pero a ellos les pareció eterno. Allí, juntos por primera vez, cada uno iba sumido
en sus propios pensamientos, y una mezcla de preocupación, urgencia y prisa les
envolvía como la oscuridad comenzaba a envolver al día. Estaba oscureciendo, aquel
día que ambos habían esperado tanto, aquel lunes, estaba llegando a su fin, y sin
embargo, aún les quedaba por compartir una noche muy larga en la sala de espera de
un frío hospital.
28
- 5 -
INTERMINABLE LUNES
Cuando llegaron al hospital, Jason y Marta eran un auténtico manojo de nervios.
Aparcaron lo más cerca posible y Jason bajó del coche a toda velocidad, dirigiéndose
a grandes zancadas a la sección de urgencias. En unos minutos que parecieron horas
volvía en dirección al coche con dos médicos y una camilla, y el corazón latiéndole a
mil por hora. En un momento todos se dirigían de nuevo al hospital, y los médicos que
llevaban a Bily se perdieron en un laberinto de puertas y habitaciones que para ellos
eran inaccesibles.
Y allí se quedaron los dos de pié, completamente abatidos, mirando la puerta por
la que el niño había desaparecido y con el corazón en un puño. Pasaron así unos
segundos inconscientemente y después se volvieron el uno hacia el otro,
compartiendo una mirada que transmitía la tranquilidad que al fin, estando allí, sentían.
- Voy a ir un momento a llamar por teléfono, en seguida vuelvo. – Dijo Jason.
Marta lo vio caminar hacia la cafetería y durante unos segundos olvidó que hacía
allí, cuando lo vio doblar la esquina y desapareció de su vista su cabeza pareció volver
a La Tierra, y de pronto se sintió cansada, sola, y unas tremendas ganas de llorar la
invadieron por completo. Sacó el móvil de su bolso y marcó el número de Marcos, pero
estaba apagado o fuera de cobertura, lo intentó una vez más, pero no hubo respuesta.
Aún se sintió más sola, más cansada, y más culpable, era uno de esos momentos en
los que solo quieres refugiarte en un abrazo, y no abrir los ojos en horas y horas.
Cuando Jason volvió la encontró sentada en un banco de la sala de espera, con
la cabeza echada hacia atrás, apoyada en la pared, y los ojos cerrados. Él llevaba dos
cafés humeantes en las manos y cuando se sentó a su lado le ofreció uno.
- Toma, te sentará bien. Perdona que no me haya presentado antes, soy Jason,
pero tenía la cabeza en otra parte…
- Gracias, necesitaba algo caliente, ni si quiera he comido…no te preocupes, la
situación no era para hace presentaciones, yo soy Marta, encantada.
- Puedes irte ya, yo me quedaré aquí esperando a ver que dicen los médicos,
pero tú no hace falta que te quedes, además, no fue culpa tuya, un niño le empujó y
cayó en la carretera justo cuando tú aparecías, salías de una curva y era imposible
verlo, bastante hiciste con intentar esquivarlo, cualquiera en esa situación no tiene los
suficientes reflejos para actuar tan deprisa.
Aquello fue demasiado para Marta. Era lo último que esperaba oír, seguramente
pensaba que aquel hombre que se había mostrado tan frío con ella desde el principio
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le echaría la culpa de un momento a otro, y aquello fue inesperado. Llevaba horas
perdida, no había comido y había atropellado a un niño, no había podido localizar a
Marcos en todo el día y estaba muy cansada. Aquellas palabras produjeron en ella un
efecto balsámico, era lo que necesitaba oír pero que pensaba que no oiría nunca, y un
gran sentimiento de gratitud hacia Jason fue sustituyendo la sensación de angustia
que la había acompañado todo el día. Quiso hablar, pero se derrumbó. Comenzó a
llorar y sin saber muy bien que hacer, se llevó las manos a la cara, tapándose el rostro
mojado, en un intento de consolarse a sí misma.
- Eh... ¿Que te ocurre? Anda, ven aquí…Ha sido un día muy duro.
Y así, sin decir nada más, la rodeó con sus brazos y la atrajo hacia su pecho,
dándole el refugio que ella necesitaba para desahogarse libremente. Estuvieron así
algún tiempo, abrazados, y fue suficiente para que Marta sintiera una sensación de
bienestar que hacía unos minutos le hubiese parecido increíble sentir. Cuando vio que
ya era capaz de hablar sin que le temblara la voz se separó lentamente de Jason y se
secó las lágrimas con las mangas, miró a aquel hombre que le había prestado un poco
de su tiempo para que se sintiera mejor, y algo sonrojada empezó a hablar.
- Lo siento, no he podido evitarlo. Gracias por lo que has dicho, llevo toda la
tarde atormentándome por si había sido culpa mía y me sentía fatal, no es que ahora
esté bien, el niño sigue estando igual sea quien sea el culpable, pero al menos ya no
siento ese peso. Y lo de irme, ni lo pienses, no me iré de aquí sin saber que va a
pasarle, y después de que tú has aguantado mi berrinche no voy a dejarte aquí solo
toda la noche.
Jason la miró con una sonrisa en los labios y una expresión de gratitud en los
ojos, no le apetecía nada quedarse solo, y le gustaba la idea de que aquella mujer,
que al principio había tratado con cierta indiferencia, le acompañase.
- Pues entonces no se hable más. Pero vas a tener que dejarme que te invite a
uno de esos magníficos bocadillos que hacen en las cafeterías de los hospitales,
porque me ha parecido oír que no has comido, así que deja el café para después y
vamos a sentarnos en una mesa, el médico aún tardará en decirnos algo.
Mientras comían Marta le contó que había estado toda la mañana dando vueltas
por el bosque, perdida, porque se había pasado un desvío.
- ¿y a dónde ibas? Preguntó Jason mientras comía.
- Estaba buscando un centro nuevo, que acaban de abrir…no se como se llama
pero es de campamentos y actividades en el medio ambiente.
- ¡No me digas! – Exclamó Jason divertido. No encontraste el centro pero tienes
delante a uno de sus monitores.
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- No puede ser…claro, por eso había tantos niños, imaginé que era una
excursión pero no pensé…
- Bueno, ¿A que ibas?
- Pues no te lo vas a creer… pero iba a pedir trabajo, soy profesora de
educación física y acabo de llegar a Exeter, me hablaron del sitio y pensé que con
suerte necesitarían a alguien…pero después de este incidente no creo que quieran
tenerme muy cerca. – Bromeó Marta, con cierta tristeza en sus palabras.
- No quiero darte falsas esperanzas porque yo no soy el director del centro, pero
Simon estaba interesado en meter a un monitor más, sólo somos dos y después de
esto está claro que los críos necesitan más control, aunque haya cosas inevitables.
Mañana cuando descanses puedes ir al centro, no te preocupes que yo te explicaré el
camino.
- No se como darte las gracias, Jason.
- Pues entonces no me las des.
Se tomaron el café y se dirigieron a la sala de espera, donde siguieron charlando
media hora más antes de que apareciera un médico. El chaval estaba bien. Le habían
dado siete puntos en el muslo y le habían escayolado una pierna. Lo demás eran
simples magulladuras propias de la caída y que no tenían importancia. Pasaría allí la
noche y al día siguiente podría irse, con la condición de que el niño tuviera reposo al
menos durante cuarenta y cinco días. Quisieron pasar a verle pero estaba dormido, así
que prefirieron no molestarle.
Había pasado casi una hora más cuando vieron acercarse hacia ellos una mujer
con aspecto preocupado y que Marta creía haber visto antes. Cuando estuvo más
cerca comprendió que era Anne, la mujer que entró en la tienda cuando estaba
comprando el mapa, y el mundo se le cayó encima. Era la madre de Bily, estaba
segura.
- Tú eres Jason ¿Verdad? Me han llamado del centro y me han dicho que mi hijo
ha tenido un accidente, y que tu estabas con él, ¿Cómo está? – Había en aquella frase
un tono de súplica.
- No te preocupes, ahora duerme. Le han dado puntos en el muslo y le han
escayolado la pierna, pero está bien, sólo necesitará reposo.
- Podéis iros a casa, es muy tarde. Yo me quedo con él. Gracias por todo.
- Yo soy Marta, Anne. Era lo mínimo que podía hacer, yo le atropellé y no sabes
cuanto lo siento, no pude hacer nada…
- Bueno, el susto ya nos lo hemos llevado y buscar culpables no sirve de nada, y
ya me han contado lo que pasó. Aún así gracias por todo, cualquiera no se hubiera
tomado tantas molestias.
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Jason y Marta salieron del hospital con aspecto cansado pero aliviados. Todo se
había quedado en un susto, como Anne había dicho, y ahora solo pensaban en irse a
dormir.
- ¿Ahora vas al centro, Jason? - Preguntó Marta.
- No, me quedaré en Exeter y mañana bien temprano iré para allá.
- Dime donde vives y te llevo, es tarde y estamos cansados.
- De acuerdo, ahora te indico.
Jason le fue explicando el camino sobre la marcha y en poco tiempo estuvieron
frente a su casa. Se despidieron hasta el día siguiente y Marta tuvo que conducir sólo
media hora más para estar en la suya. Apagó el motor y miró hacia las ventanas, pero
no había luz, Marcos estaría dormido hacía rato. Bajó del coche y caminó arrastrando
los pies hacia la puerta, había sido un día raro y estresante, y por fin terminaba.
Marcos estaba en la cama hacía más de dos horas pero fue incapaz de conciliar
el sueño, no sabía nada de Marta desde que se fue a trabajar aquella mañana y
empezaba a estar preocupado. El día había ido mejor de lo que él pensaba. Cuando
llegó, el jefe le presentó al resto del equipo y le enseño cual sería su despacho a partir
de aquel momento. Estuvieron toda la mañana muy liados y apenas tuvo tiempo de
mirar el móvil, pero cuando paró a comer llamó a Marta para ver que tal le había ido
buscando trabajo. Lo intentó varias veces pero siempre estaba sin cobertura, no
entendía donde se había metido.
Por la tarde tuvo una reunión con su nuevo equipo de trabajo, en la que le
explicaron con todo detalle en que consistía la nueva campaña publicitaria en la que
estaban trabajando. Cuando terminó tenía una llamada de Marta, pero aunque intentó
llamarla y esta vez si que daba señal, no lo cogió ni al tercer intento. Así que se fue a
casa, tarde o temprano llegaría y sabría que había ocurrido. Pero las horas fueron
pasando y no había ni rastro de ella, esperaba que tuviera una buena excusa porque
estaba empezando a mosquearse.
Fue entonces cuando oyó el ruido de unas llaves abriendo la puerta, y de un
salto se levantó de la cama y se dirigió al salón.
- Hola, ¿Te he despertado?
- No, estaba despierto, ¿Qué ha ocurrido? ¿Es sangre eso que tiene tu abrigo?
Marta dio un largo suspiro. Hacía unas horas lo que más necesitaba era hablar
con él y contarle lo ocurrido, pero ahora no le apetecía recordarlo todo, solo quería
ducharse y dormir.
- Si, es sangre, esta mañana me perdí y …
- ¿Por qué no me llamaste?
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- Muy inteligente Marcos, como no se me había ocurrido…pues claro que te
llamé, pero no había cobertura. Estaba en el bosque, y atropellé a un niño que
apareció de repente en la carretera, estaba con una excursión. Le llevamos al hospital,
te llamé desde allí pero no lo cogías, y tuve que quitarle el sonido al móvil porque
estaba en un hospital. Vengo de allí ahora.
- Bueno, ¿Y como esta el chico?
- Bien, le han dado puntos y le han escayolado una pierna, pero se pondrá bien.
- Marta, siento no haber estado contigo, de haberlo sabido…
- No te preocupes, no estaba sola, estuve con uno de los monitores de la
excursión.
- ¿Y que hacías en el bosque?
- Estaba buscando un centro donde hacen campamentos para ver si me
contrataban, y me perdí. Mañana iré. Pero ahora voy a darme una ducha, estoy muy
cansada, mañana hablamos, ¿Vale?
Cuando Marta salió del baño Marcos ya estaba dormido, se tumbó junto a él e
intentó averiguar que le pasaba. Él no tenía la culpa de que ella hubiese tenido un día
horrible, y en vez de contárselo todo le había resumido lo ocurrido en cuatro frases
rápidas que no reflejaban la agonía que ella había sentido realmente. Ahora se sentía
culpable, seguro que había estado todo el día preocupado por ella y así se lo pagaba.
Se dio la vuelta y le besó suavemente, pero fue suficiente para que él se despertara y
le devolviera el beso. La acercó contra su cuerpo y la acarició como hacía días que no
lo hacía, desde que habían llegado apenas habían tenido tiempo para ellos. Cuando
terminaron de hacer el amor se abrazaron y así se quedaron dormidos, o al menos, así
se quedó dormido él. Aunque Marta mantenía los ojos cerrados con fuerza había una
imagen que aparecía una y otra vez en su mente, y era incapaz de borrarla. Dos ojos
del azul mas intenso que jamás había visto la miraban inquietantemente traspasándola
con la mirada, desnudando su alma y viendo a través de ella hasta lo más profundo
de su ser, como nunca antes lo había hecho nadie.
Jason llegó tan cansado a casa que apenas tuvo fuerzas para sentarse un rato a
ver la televisión o a leer, algo que solía hacer antes de irse a la cama. Se dio una larga
ducha de agua templada, más fría que caliente, y fue directamente a su habitación,
dejándose caer sobre su cama como si hiciese años que no dormía. Se alborotó el
pelo con las manos para que se fuera secando y cogió el teléfono que había en la
mesita de noche, tenía que hablar con Simon. Después de cuatro tonos alguien
descolgó el auricular.
- ¿Simon? Soy yo, ya estoy en casa, todo bien por el hospital, no te preocupes.
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- ¿En serio? Mira que llevo una tarde…estoy al borde de un ataque de nervios.
- Su madre fue en cuanto le avisasteis, mañana le dan el alta.
- Bueno, al final no ha sido tan grave, podía haber sido peor. Pero vaya manera
de empezar! Por cierto, tu viste bien lo ocurrido, ¿No?
- Si, ¿Por qué?
- Hombre, pues para saber si la culpa fue del conductor, o del chico, o nosotros
somos responsables…ya sabes lo que quiero decir.
- Ya te lo dije antes, Simon. Supongo que si hubiese habido un monitor más el
grupo habría estado más controlado, y ahí es responsabilidad nuestra, pero aún así,
posiblemente no lo hubiésemos podido evitar. El conductor…en este caso conductora,
no pudo hacer nada, nada de nada, lo único que pudo hacer fue dar un volantazo que
casi se traga la cuneta, y es lo que hizo. Y el chico no tiene la culpa de nada, le
empujaron y se vio allí de repente. Por cierto, hablando de contratar a alguien, la chica
que llevaba el coche iba al centro a pedir trabajo, mañana irá a hablar contigo.
- ¡No jodas! ¿Hablas en serio?
- Y tanto que hablo en serio. Menuda coincidencia, ¿He?
- Pues nada, hablaré con ella mañana, aunque la situación…me da que es un
poco retorcido contratar a alguien que a atropellado a uno de nuestros alumnos, da un
poco de mal rollo, ¿No?
- Hombre, muy normal no es, pero fue un accidente, y ella se portó fenomenal,
estaba muy preocupada, y se quedó en el hospital hasta que llegó Anne.
- Bueno, ya veremos, la verdad es que no estamos para exigir. Pues nada
Jason, mañana nos vemos, te dejo dormir que mañana te quiero aquí bien prontito.
Que descantes, chavalote.
- Hasta mañana.
Cuando Jason colgó el auricular, el cansancio se apoderó de cada centímetro de
su cuerpo, pero aún así, sentía como si el corazón le latiera a mil por hora y la
ansiedad que le había producido todo lo ocurrido aquella tarde comenzaba a aflorar en
aquel momento, el primero que había tenido para estar solo y poder relajarse. Pero no
era relajado, precisamente, como estaba. Desde el primer momento había asumido el
control de la situación, de una forma fría y racional, se había sorprendido a sí mismo
porque nunca antes se había visto en una situación así. Ahora en cambio sentía todo
lo que antes no pudo permitirse sentir, y en ese momento de malestar, de repente, se
sintió tremendamente solo. Necesita refugiarse en algún sitio, necesitaba algo que en
ese momento le reconfortase, algo que le diera seguridad.
Estaba tumbado en la cama mirando al techo en la oscuridad, como queriendo
descifrar algún enigma que llevara siglos y siglos gravado en la cal esperando ser
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descubierto, cuando tuvo la sensación de saber exactamente lo que necesitaba, fue
una sensación muy extraña, como cuando recuerdas algo que en realidad ya sabes
hace tiempo. Necesitaba un abrazo. Uno como el que él le dio aquella noche a Marta.
Necesitaba sentir la sensación de que podía sumergirse entre los brazos de una
persona durante unos minutos sin que nada más existiera, sin que nada le molestase,
en silencio, hablando sin palabras, sintiendo el cuerpo del otro y siendo consciente de
los latidos de su corazón. No pensaba en Simon para ese abrazo, que era uno de los
mejores amigos que tenía por no decir el mejor, tampoco pensaba en Natacha. Era en
esa persona que se había desmoronado en sus brazos en quien pensaba. Había
sentido un fuerte instinto protector hacia ella al verla tan frágil, tan decaída y tan
afectada, pero ahora era él quien necesitaba protección, y eran los brazos de Marta
los que se dibujaban en la mente de Jason en la oscuridad de la habitación, a altas
horas de la madrugada.
35
- 6 -
EL ENCUENTRO
Cuando Marta llegó al centro le pareció que aquel era el mejor lugar en el que
podía trabajar, simplemente era perfecto. Aparcó el coche y se dirigió a la recepción
con paso ligero y una sonrisa asomando en sus labios.
El día había amanecido igual de soleado que el anterior, pero el manto de hojas
amarillas que cubría el suelo era un signo evidente de que el otoño había llegado, y la
suave brisa que jugaba distraídamente con ellas, hacía que la sensación térmica fuera
aún menor.
Cuando entró en la recepción, un hombre que hablaba muy interesado por
teléfono le hizo un gesto con la mano invitándola a entrar, y al poco rato colgaba el
auricular volviéndose hacia ella con expresión interrogante.
- Hola, soy Marta, no se si Jason te dijo que iba a venir, bueno, yo atropellé a
Bily…
- Si claro, ya me dijo que vendrías, ponte cómoda, siéntate, como si estuvieras
en tu casa.
- Gracias. ¿Cómo sigue el chico?
- Pues hoy le daban el alta. Se va a perder el resto del campamento pero eso es
lo de menos, lo importante es que esa pierna sane pronto.
- Conozco a su madre porque va a comprar a la misma tienda que yo, viven
cerca de mi casa aunque no se realmente donde. Pero me gustaría ir a verle, si
vosotros me facilitáis su dirección.
- Eso está hecho, mujer. Jason iba a ir esta tarde con Julia a verle, ha pensado
que para animarle sería buena idea llevarle las hojas que había recogido en la
excursión, para hacer el plantulario, y que al menos tenga un recuerdo, puedes ir con
él y asunto resuelto. Bueno, a lo que íbamos, estas buscando trabajo, ¿No?
- Si. A eso venía ayer.
- Pues no voy a engañarte, realmente necesitamos a alguien, ¿Qué experiencia
tienes?
- Empecé estudiando un módulo de monitora de actividades al aire libre y
después accedí a Educación Física. Trabajé un par de años en una escuela deportiva,
y después fui profesora en un instituto, hasta que vine a Exeter.
- ¿Y cuando podrías empezar?
- Cuando hiciese falta. – Respondió Marta sin poder disimular cierto optimismo.
- Pues….te digo mis condiciones y me dices que te parece. Normalmente
trabajaremos con grupos organizados que vienen para una semana, nunca superiores
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a 30 niños. Hay dos habitaciones y con Jason y Natacha es suficiente, así que en
principio no tendrías que dormir aquí, podrías venir por la mañana e irte cuando acabe
la jornada. Cuando no hay grupos de chicos tendrías que venir pero está claro que
menos tiempo, solo para planificar el trabajo que se haría con otros grupos, ya sabes,
¿No? Y…no se, en principio no se me ocurre nada más. Si tienes alguna pregunta…
- Ahora mismo…no se me ocurre nada, pero tus condiciones me parecen
perfectas, si por tu parte no hay problema, me encantaría formar parte de este equipo.
- ¡Estupendo! Formas parte del equipo desde ya. Voy a enseñarte las
instalaciones y después hablamos de algunas cosillas que quedan por concretar, y te
explico como está planteada la semana. Si puedes empezar mañana, por mí perfecto.
Y así, ambos, con una sonrisa de oreja a oreja, salieron de la recepción y fueron
viendo una a una todas las instalaciones. Cuando se fueron acercando al aula de
trabajos manuales ya se oía el alboroto de los niños hablando entre ellos mientras
trabajaban. La puerta estaba semiabierta y cuando entraron se encontraron con dos
grupos diferenciados colocados en extremos opuestos de la larga mesa que ocupaba
el centro de la sala. En una parte estaba Jason con los chavales que estaban
confeccionando sus propios cuadernos con papel, cartulina y otros materiales, donde
después irían pegando las hojas con su correspondiente nombre y algunos datos más
como la fecha, el lugar donde se recogió o cosas por el estilo. En el otro lado, Natacha
era la que iba indicando el nombre del árbol correspondiente a cada hoja y
supervisando que las pegaran bien.
Simon pidió un momento de atención a todos, les dio la noticia de la nueva
contratación, e hizo las presentaciones pertinentes, después les dijo que podían seguir
con su trabajo, y le dijo a Jason que se acercara un momento.
- Esta tarde vas a casa de Anne y Bily, ¿No?
- Si, pensaba ir en el rato que tienen los chicos de tiempo libre después de
comer, ¿Por qué?
- Pues aquí la amiga, que quería ir también, vais juntos ¿No?
- Claro. – Jason respondió ahora mirándola a ella, y en sus ojos podía adivinarse
una leve insinuación.
- Si no te importa, claro. – Añadió rápidamente Marta.
- Ya te aguanté bastantes horas en el hospital, no creo que vaya a ser peor. –
Ahora era una sonrisa lo que podía leerse en su mirada, y la expresión pícara de su
cara y el tono irónico hicieron que Marta se sonrojara.
- No te creas, si me lo propongo seguro que lo consigo.
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- Vale, al grano, que hay que trabajar. Gandul, Marta no sabe la dirección, queda
con ella como sea, yo tengo que irme a la recepción, estoy esperando una llamada.
Marta, pásate por allí antes de irte y concretamos lo que falta.
Y allí se quedaron los dos, el uno frente al otro, viendo como Simon se alejaba,
con su jersey de rayas, sus vaqueros viejos y sus botas de montaña que todo buen
excursionista debía tener, como tantas veces decía el mismo. Jason la miró entonces,
cuando ella aún no se había girado hacia él, y reparó en los rizos dorados que
cabalgaban por su cuello y descansaban a diferentes alturas al comienzo de su
espalda. Se fijó por primera vez en la piel blanca de su cara, sin ningún tipo de
maquillaje, que contrastaba con el color de sus labios. Y sus ojos, sus ojos castaños
miraban con un brillo lleno de vida como Simon desaparecía detrás de la puerta de
recepción. Entonces ella se dio la vuelta y vio como unos ojos del azul del mar en
invierno, se sumergían de improvisto en los suyos, sin previo aviso, analizando hasta
el más mínimo detalle de lo que veía en ellos. Pero ninguno de los dos fue capaz de
mantener aquella mirada tan fuerte y tan transparente por muchos segundos, una
fuerza ajena a ellos les hizo apartar la mirada, sintiéndose turbados por lo que
acababa de pasar. Fue Jason quien decidió romper el hielo.
- Vives cerca de Anne, ¿No es así?
- Si, aunque no se realmente donde vive ella.
- Dime que conoces de ese barrio.
- Pues, hay una tiendecita pequeña en una esquina, su dueño se llama Jhors. Al
lado hay una parada de autobús que va al centro, y creo que en la misma calle hay un
kiosco.
- Vale, se donde dices. Hay una cafetería cincuenta metros más abajo del
kiosco, podemos vernos allí si quieres, nos tomamos un café y vamos a casa de Anne.
¿Te parece bien?
- Me parece bien, Jason, y gracias por dejar que te acompañe.
- Gracias a ti por acompañarme. – Dijo el riendo.
Ella le devolvió la sonrisa y dándose la vuelta comenzó a caminar hacia la
recepción, en busca de Simon. Un suave viento se fue levantando lentamente,
desordenando su pelo a medida que avanzaba. Jason la observaba mientras se
alejaba de allí, sintiendo como algo nuevo crecía en su interior y estremeciéndose al
recordar como sus miradas se habían encontrado momentos antes, y aunque había
sido un encuentro, sin duda, breve, había sido el más intenso de su vida.
Eran las cuatro de la tarde cuando Marta llegó a la cafetería donde había
quedado con Jason. Aunque no hacía frío, un leve viento soplaba insistentemente
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desde hacía ya varias horas, navegando velozmente entre las calles de la adormecida
ciudad.
Llevaba un vestido blanco de manga larga, que le llegaba a la altura de los
tobillos. Tenía el escote en forma de un pronunciado pico, y su tela suelta se
contoneaba en cada una de sus curvas sin llegar a definir su figura, pero pudiendo
intuirse esta con un poco de imaginación. Esta vez había preferido recoger su pelo en
un moño alto, pero el viento había arrancado algunos rizos, que ahora se mecían
suavemente alrededor de su cara.
Cuando entró en la cafetería le envolvió de inmediato un suculento aroma a café
recién hecho y a pasteles horneándose en aquel mismo momento. Eligió una mesa
redonda, pequeña, que se encontraba en un rincón al lado de una cristalera que daba
a la calle, desde la que se podía ver a la gente que, por unos u otros motivos, la rutina
le obligaba a pasar por allí.
Fue a través de esa cristalera por donde vio llegar a Jason de la mano de Julia,
que agarraba con fuerza una cartera en la que llevaba el material con el que ayudaría
a su amigo a realizar el trabajo. Él también la vio a través del limpio cristal y le regaló
una sonrisa que llevaba ya algunas horas aguardando aquel momento, para poder
salir a la luz.
Se sentaron con ella y después de hablar durante un breve espacio de tiempo
una camarera se acercó a tomar nota. Julia se decidió por una taza de chocolate
caliente, a la que tampoco pudo resistirse Marta. Jasón, en cambio, prefirió un café
con leche, no había dormido demasiado y tenía que espabilarse pronto. Siguieron
charlando un rato, y cuando hubieron terminado los tres, pagaron y se encaminaron al
piso de Bily, que estaba bastante cerca de allí.
Pasaron una tarde realmente agradable. El chico estaba anímicamente muy bien
y la sorpresa de la visita de Julia le alegró enormemente. Anne les ofreció un té con
pastas que no pudieron rechazar a pesar de tener el estómago lleno, y así fueron
pasando las horas sin que ellos fueran conscientes del paso del tiempo. Ya había
oscurecido cuando Jason dijo que era tarde y que debían irse, así que recogieron sus
cosas y se despidieron amablemente.
- Anne, ha sido un placer, gracias por el té. – Dijo Jason.
- Gracias a vosotros, nos habéis animado la tarde, y el plantulario que ha hecho
Bily es muy bonito. Podeís venir cuando queráis.
- Lo mismo digo, Anne, ya te he dicho donde vivo, cuando necesites algo no
dudes en venir, y si algún día tienes que ir a algún sitio y no sabes con quien dejar a
Bily, dímelo a mi.
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Cuando salieron a la calle, un viento aún más intenso que el que antes recorría
la ciudad les envolvió por completo, despeinándolos y moviendo sus ropas en cada
envestida. El cielo encapotado daba a la noche un aspecto de prematuro invierno, y en
cuestión de segundos unas gotas enormes comenzaron a caer salpicando las calles
con su ruido ensordecedor. Un trueno resquebrajó el cielo y el viento se levantó aún
con más fuerza.
Los tres corrieron riendo a resguardarse en un estrecho portal. Completamente
empapados y tiritando de frío se acercaron los unos a los otros manteniendo así el
calor que sus propios cuerpos desprendían, y en silencio, totalmente cautivados por la
ferocidad de la tormenta, vieron pasar el tiempo en cada gota que caía y se estrellaba
contra el suelo encharcado. Cuando la lluvia fue más débil y consideraron que era un
buen momento para salir de su escondite, los tres corrieron hacia el coche de Jason
que estaba aparcado frente a la cafetería donde se encontraron. Aunque de forma
menos violenta, la lluvia seguía cubriendo la ciudad, así que Jason llevó a Marta hasta
su casa, antes de irse con Julia al centro. Se despidieron hasta el día siguiente y
cuando Marta caminó hacia la puerta de su casa con las llaves en una mano, mientras
se apartaba el pelo mojado de la cara con la otra, aún podía sentir el cuerpo de Jason
contra el suyo en aquel portal. Aún podía oír su respiración agitada a causa de la
carrera y podía oír su risa inundando la calle desierta. Mientras caminaba, podía
imaginárselo en el coche, con el pelo mojado y la piel húmeda, mirándola a través de
la ventana bajada, mientras se dirigía hacia su casa, con esos ojos que eran para ella
como un imán que atraían su mirada irremediablemente hacia ellos, resultándole
tremendamente difícil salir de aquel mar azul que poco a poco iba explorando.
Jason la miraba marcharse a través de la ventanilla del coche, y una sonrisa
inundó su rostro. Recordaba ahora la sensación que le produjo sentir su cuerpo
mojado tan cerca del suyo y la piel se le erizó momentáneamente. El vestido mojado,
antes suelto, se adaptaba entonces a la silueta de ella, y mostraba las curvas de un
cuerpo bien formado que ahora se repetía una y otra vez en su mente. Había sentido
una fuerza incontrolable que le impulsó a besarla, y lo hubiera hecho si no hubiera
estado allí Julia. Ahora, en aquel momento, bajo una de las muchas tormentas de
otoño que asolarían la ciudad, Jason comprendió que no se enamoró de Natacha
porque la persona de la que debía enamorarse aún no había llegado a su vida.
Comprendió que las cosas ocurrieron así, porque así debían ocurrir. Ya se había
producido el encuentro, pero aún tendrían que pasar muchas cosas que ninguno de
los dos podía imaginar.
Jason y Julia llegaron al centro tarde, ya habían cenado todos y estaban
acostándose, así que se cambiaron de ropa y se fueron directamente a la cama. En la
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calle, el viento mecía las hojas que anteriormente había arrancado a los árboles
dormidos, y las estrellas estaban camufladas bajo un espeso manto de nubes grises
que cubría el cielo de principio a fin. Sin embargo, entre tanta oscuridad, una cálida
llama ardía en el interior de dos seres humanos, alumbrándoles el alma en una noche
en la que la soledad se propagaba como el fuego.
41
- 7 -
EL ANIVERSARIO
El primer día de trabajo de Marta llegó, y con él mil ilusiones que se depositaban
en cada cosa que hacía, cada paso que daba o cada niño que conocía. Después, los
días se fueron sucediendo uno tras otro, y a la vez que ella iba adaptándose a su
nueva vida, las pocas hojas de los árboles, que habían sobrevivido al otoño,
terminaron cayendo y dejando las ramas completamente desnudas. Con Simon pronto
entabló una cordial amistad. Al jefe solían entusiasmarle las ideas que ella daba para
mejorar una cosa u otra, y le gustaba la forma en que aquella rubia desvergonzada,
como él solía llamarla, trataba a los chavales.
Era con Natacha con quien no terminaba de congeniar, no sabía realmente que
le había hecho, pero solía esquivarla y hablarle de una forma tan tirante que había
desechado cualquier idea de entablar una relación más íntima con ella.
Y con Jason…bueno, con Jason las cosas fueron bien desde el primer día, y
conforme fueron conociéndose y pasando más tiempo juntos habían logrado crear
entre ambos un vínculo tan especial que en aquel momento, nadie podía suplantarlo,
era diferente, era una persona de las que se necesita tener cerca pero a las que
cuesta mucho tiempo encontrar, si es se les llega a encontrar algún día, y ella le había
encontrado. Con él no era consciente del paso del tiempo, no le preocupaba acabar
más tarde de la cuenta y llegar a casa cuando Marcos ya estaba dormido hacía rato, y
podían pasarse horas y horas hablando sin que el tema de conversación se agotase.
En casa, por el contrario, las cosas andaban regular. Tanto ella como Marcos
salían de casa temprano, y cuando había algún campamento Marta llegaba ya entrada
la noche. Y si ella llegaba pronto, entonces era él quien llegaba con más retraso de la
cuenta, por culpa de alguna maldita reunión de última hora que le retenía más de lo
que a él le gustaría. Así que los días iban pasando y entre ellos iba creciendo un muro
que impedía poco a poco la comunicación, el contacto, e incluso las caricias a las que
antes estaban acostumbrados. Cuando pasaban más tiempo juntos, por una u otra
razón, acababan discutiendo, y entonces la convivencia era aún más difícil, pero
ninguno parecía hacer nada por solucionarlo y las cosas siguieron empeorando
conforme fueron pasando los días.
Aquel viernes amaneció con un débil sol que se asomaba entre dos grandes
nubes grises y con un constante viento que avisaba ya, de antemano, que sería otro
día más del frío invierno que no daría tregua. El despertador había sonado hacía diez
minutos y los dos permanecían aún en la cama acurrucados bajo las mantas, fue
Marta la primera en despertarse, y bostezando, movió ligeramente a Marcos para que
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no se quedara dormido. Se duchó y cuando entró al comedor un agradable olor a
tostadas recién hechas y a café le hicieron la boca agua. Marcos aún estaba
desayunando cuando ella se sentó en la mesa, le miró de reojo y empezó a untar una
tostada con mantequilla.
- No me digas que aún estas enfadado.
- No, que va. – Dijo Marcos en tono sarcástico.
- Pues me parece muy egoísta por tu parte, y muy infantil.
- Eres tú quien se va en nuestro aniversario, no yo, por si no lo recuerdas.
- Pero…¿Cómo eres tan tremendista? Sólo me voy un fin de semana, y voy a
trabajar, podemos celebrarlo cuando vuelva.
- Cuando vuelvas ya no será nuestro aniversario, además, lo entendería si no
tuvieses más remedio que ir, pero Simon te dijo por teléfono que no era necesario, y
fuiste tú la que insistió. Hay una pequeña diferencia.
- Claro, la diferencia está en que tú entiendas que me hace mucha ilusión salir
de acampada por primera vez, o que no lo entiendas, como es el caso. Podías pensar
en mi y darte cuenta de que salir un fin de semana con los chicos es algo diferente, y
que podría pasármelo bien, pero claro, como voy a pasármelo bien si tú estas aquí
solo,¿No?¿Por qué no quedas con alguien del trabajo para variar un poco?
-¡Vaya! No te preocupes que yo se hacer planes solito, vete a tu campamento,
total, los aniversarios son todos los años, para que ibas a quedarte.
- Pues eso, para que iba a quedarme.
Marta se levantó sin terminar de desayunar y cogió la bolsa de viaje que había
preparado la noche anterior y que estaba junto a la puerta del dormitorio. Salió y cerró
la puerta de un portazo, lo cual era indicativo de que el enfado le duraría bastante
tiempo. Cogió el coche, que aparcado frente a la puerta, estaba forrado de minúsculas
gotas de rocío de la noche anterior, y aún cabreada se introdujo en el con más
violencia de la cuenta, sonando tras ella otro portazo que rompió el silencio de la calle
aún desierta. Se lo había comprado de segunda mano, era un todoterreno gris
metalizado, de dos puertas, y gracias a los contactos de Jhors le había salido a muy
buen precio.
Se dirigía a la casa de Bily, el niño y la madre debían estar ya esperándole en el
portal de su casa, forrados de abrigos y con el equipaje preparado. La relación que
mantenía con ellos había ido estrechándose cada vez más desde aquel día que fue a
visitarles después del accidente. El niño se había recuperado perfectamente y como
se había perdido todo el campamento, Marta le prometió que cuando se hiciera alguna
salida al bosque con niños de su edad, podría acompañarles, y el chico había
mostrado tanto entusiasmo y le había dado tantos besos y abrazos juntos cuando le
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dio la noticia, que casi estaba ella más impaciente que él, tan solo por ver como
disfrutaba de aquel viaje. Anne, que al principio se mostró callada y ensimismada
siempre en sus propios pensamientos, pronto se acostumbró a compartirlos con ella, y
aunque había conseguido que saliera más de casa y que fuera más sociable, le había
resultado imposible conseguir que se fuera con ella de compras, para renovar ese
vestuario tan triste que siempre llevaba, como si fuese algo que debiera llevar por
respeto a su marido muerto hacía años.
Cuando paró el coche junto a ellos Bily se colgó del cuello de su madre enfermo
de alegría y le dio un beso. Corrió y en un santiamén estuvo sentado en el asiento de
atrás dispuesto a empezar su aventura. Se despidieron de ella y se pusieron en
marcha al centro, de donde saldría el autobús que les llevaría al lugar desde el que
empezarían a caminar.
Cuando Marta y Bily llegaron al centro, los niños estaban terminando de asearse
y pronto estuvieron todos en el autobús tarareando canciones que no se cansaban de
repetir una y otra vez. Jason y Natacha se sentaron juntos, y Marta se sentó con Bily,
que aún no conocía a nadie del grupo. El viaje no duró mucho, y cuando el conductor
les dijo que ya habían llegado, todos gritaron alborotados y alegres, y sin esperar más,
bajaron del autobús tan rápido como sus piernas les permitieron.
Comenzaron a caminar por un sendero estrecho que se adentraba
paulatinamente en el espeso y húmedo bosque. Aproximadamente al medio día,
llegarían al refugio donde pasarían la noche del viernes y del sábado, en cuyos
alrededores realizarían diversas actividades como tiro al arco, un taller de orientación,
o excursiones por los alrededores para conocer la zona.
Cuando llegaron, después de tener que parar varias veces para tomar un poco
de agua y descansar unos minutos, todos entraron apresuradamente para explorar el
refugio. Había una habitación común con una mesa y varias sillas, con una pequeña
cocina y una puerta que daba a un baño pequeño, también comunitario. Había dos
habitaciones más, una con una litera y otra con una sola cama, supuestamente para
los monitores.
- Está bien, enanos, esas son vuestras literas, podéis dejar vuestros sacos
donde vayáis a dormir y luego podemos salir a comernos los bocadillos fuera, que aún
hay sol, ¿De acuerdo? – Jason apenas había terminado la frase cuando todos estaban
obedeciendo, así que ellos tres, automáticamente, se distribuyeron también sus
habitaciones, esta vez sin tener que decir nada, aunque en realidad aquella
distribución no le hacía gracia a ninguno: Jason se quedó con la habitación que tenía
una sola cama, y Natacha y Marta compartirían la otra.
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Después de comer, aprovechando las pocas horas de luz que quedaban,
estuvieron haciendo algunos lanzamientos con el arco, algo que a los chicos les gustó
tanto que después resultó imposible que los soltaran. Fue cuando la luz desapareció
cuando tuvieron que hacerlo por obligación, y aún así, lo hicieron protestando. Les
dejaron entonces un poco de tiempo libre que ocuparon en jugar a las cartas o a los
chinos dentro del refugio, donde estaban resguardados del inminente frío que asolaría
por momentos el bosque entero y que les cubriría de rocío y humedad en pocos
segundos.
Cenaron pronto porque la caminata que llevaban a las espaldas comenzaba a
hacerse notar, y todos estaban tan cansados por la excitación que habían sentido todo
el día que necesitaban descansar. Natacha comenzó a contarles una historia de
miedo, de esas típicas que suelen contarse en los campamentos y que haría que más
de uno esa noche, durmiera con un ojo abierto, vigilando que ningún fantasma del
cuento se hubiera escapado y rondara entre las camas buscando alguna víctima
indefensa.
Jason la miró satisfecho al ver la atención y el respeto con que los niños la
miraban ensimismados, atentos a cualquier movimiento que ella hacía al escenificar su
historia o a cualquier variación de la voz que la hacía más verosímil aún. Buscó con la
mirada a Marta y no la encontró, pensó que estaría en el baño o en su habitación, y
salió a la calle, no quería entorpecer la historia de Natacha con algún ruido inoportuno,
y siempre era agradable salir a sentir el aire frío en la cara, en plena noche cerrada, en
medio de un mar de árboles oscuros que unos contra otros parecían una masa informe
de altas sombras silenciosas. Habría mil sonidos acechando en la oscuridad, y con un
poco de suerte, si las nubes se habían escondido, podría ver la luna o las estrellas,
inundando un cielo negro como el más puro carbón. Cuando salió vio la silueta de un
cuerpo que yacía tumbado en el suelo, sobre una manta, que se tapaba con el saco de
dormir y miraba al cielo en busca de alguna estrella perdida entre tantas nubes grises.
- Me has leído el pensamiento. – Dijo Jason en voz baja.
Marta sobresaltada se giró y le miró riéndose, a pesar hablarle casi en un
susurro le había asustado.
- Pero tú eres más previsora que yo, no he pensado en el frío.
- Ven, aquí hay sitio para los dos.
Lentamente, se tumbó junto ella y se tapó son su saco. Los dos miraron al cielo,
como si allí fueran a encontrar alguna respuesta a lo que cada uno sentía en aquel
momento.
- Marta.
- ¿Si?
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Jason se giró sobre si mismo y se apoyó con el codo en el suelo, mirando en
dirección a la mujer que ahora tenía a dos palmos de distancia y que le hacía latir el
corazón con fuerza, aunque él aparentase estar en calma con su voz pausada, y el
tono dulce que usaba al hablar en aquel momento.
- Me gustaría estar aquí, contigo.
- Bueno…Estas aquí conmigo.
- Quiero decir, sólo contigo.
Al decir esto su expresión serena se transformó, y sus facciones mostraron un
rostro más serio, que la miraban interrogante aguardando alguna señal. Pero Marta
había enmudecido. ¿Era cierto lo que acababa de oír? ¿Se lo había dicho a ella?
Mientras le miraba a los ojos, sumergiéndose en ese mundo paralelo que se escondía
tras ellos, no podía pensar, se había quedado sin aliento, no era capaz de reaccionar y
era como si el mundo hubiese dejado de latir, porque en la noche se había hecho el
silencio, o eso le parecía a ella, que allí tumbada, junto al hombre que ocupaba a
todas horas su mente, solo oía como latía su propio corazón, que camuflaba los
demás sonidos con su fuerte bramido.
Al no obtener respuesta Jason no dijo nada más, pero su instinto le hizo actuar
sin tener que hablar. Alargó su brazo hacia ella y sumergió su mano cálida entre los
rubios rizos de su espesa melena, acariciando su cuello delicadamente y haciendo que
Marta se estremeciera ante aquel primer contacto. Entonces subió lentamente, apenas
rozando su piel, hasta que llegó a sus mejillas, a sus labios, y estaba acercándose
despacio a ella cuando una voz les sobresaltó a sus espaldas.
- Marta…
A ella le costó situarse, y saber donde estaba, y cuando lo hizo le costó que le
saliera la voz.
- Dime Bily, ¿Qué ocurre?
- ¿Puedes venir conmigo? Es que…La historia de Natacha…Me da miedo y no
puedo dormir.
- ¿No está ahí Natacha?
- No, cuando terminó se fue a dormir, pero yo no puedo, oigo ruidos, y no se que
es.
- Ven aquí, ayúdame a levantarme. – Bily le agarró de las manos y estiró hacia
su propio cuerpo. Cuando se levantó, Marta dio un beso al niño, y se giró hacia Jason
con un nudo en el estómago.
- Jason…
Él la miró despreocupadamente, estaba claro que no había sido el sitio
adecuado, pero no había podido evitar seguir sus impulsos. Ya habría más ocasiones.
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- Hasta mañana. – Le ayudó él.
- Hasta mañana.
Marta estuvo un rato con Bily en la cama, y el niño, tranquilizado con su
presencia, se durmió en seguida. Entonces ella entró en su habitación, Natacha
también dormía. Miró hacia su cama y su saco estaba allí, Jason habría entrado
mientras ella estaba en las literas, y ahora estaría en su habitación, solo.
Se sentó en la cama, apoyó los codos sobre las rodillas y se llevó las manos a la
cara. ¿Qué estaba haciendo? ¿Qué le estaba haciendo a Marcos? Esas dos
preguntas se repetían una y otra vez en su cabeza, pero ella sabía que ya no había
nada que hacer, era algo más fuerte que su propia voluntad, y quería saber si había
algo más que aquella relación fría y poco sincera que mantenía con Marcos a pesar de
todo, a la que cada vez veía menos sentido y que en su interior, sabía que acabaría
pronto.
Jason estaba despierto cuando oyó como se habría la puerta de la habitación.
Miraba al techo con los ojos bien abiertos, como solía hacer cuando no podía dormir, y
se sobresaltó al escuchar el ruido. Marta avanzó hacia él, se sentó en la cama, a su
lado, e insegura, le cogió la mano.
- Pensaba que habías dicho hasta mañana… - Dijo Jason con media sonrisa en
los labios.
- Ya ves, no puedo esperar a mañana.
Se miraron intensamente durante unos segundos, y después él tomó su cara
entre sus manos y la acercó suavemente hacia él, haciendo por fin lo que tanto tiempo
había anhelado, besarla, besarla lentamente al principio y con gran urgencia después,
como si ella fuera a marcharse en cualquier momento, como si aquello fuera a
desvanecerse.
Desabrochó con cuidado los botones de su blusa y después el sujetador,
recorriendo cada centímetro de su piel con las manos y luego con la lengua,
saboreando aquellos pechos, aquel cuello, aquel vientre que se mostraban ante él.
Poco a poco fue deslizándose hacia abajo, desabrochando los pantalones, besando
sus muslos, hasta que estuvo totalmente desnuda. Él ya estaba desnudo antes de que
ella entrase, y ahora, su miembro erecto, esperaba a ciegas, entre las sábanas, algún
contacto con aquella mujer que le hacía palpitar de placer. Encontró aquel contacto en
sus manos pequeñas y juguetonas, y en su boca húmeda, y cuando Jason creía que
pronto moriría de placer, se introdujo en aquel cuerpo que pronto se movió con él a un
ritmo acompasado que los transportó a ambos a otro mundo, ajeno a todo lo que
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ahora les rodeaba. Marta se mordía el labio inferior para no emitir sonido alguno,
porque aquello era lo mejor que había vivido nunca. El sudor resbalaba por su espalda
y hacía que su piel brillara, y se aferraba fuertemente al torso fuerte de aquel hombre
que le había hecho llegar a un lugar desconocido y hasta entonces fuera del alcance
de su imaginación.
Cuando acabaron, se abrazaron como si fuera lo último que fueran a hacer, se
besaron dulcemente, y se miraron tan solo un instante, pero fue suficiente para decir
sin palabras lo que ambos sentían en ese momento, y que les acompañaría el resto de
su vida.
En la habitación de al lado, Natacha lloraba en silencio, estaba despierta cuando
Marta entró en la habitación y también cuando esta fue a la de Jason. Ahora sabía que
definitivamente lo había perdido, y un débil sentimiento de odio hacia aquella extraña
fue abriéndose camino en su interior, el cual crecería y tendría un papel definitivo en la
vida de todos ellos.
El día amaneció nublado pero de momento no llovía, lo cual era un alivio porque
aquella mañana tenían que salir al bosque. Harían un pequeño taller de orientación, y
después, los chicos, en grupos, podrían practicar lo que habían aprendido con la
ayuda de un mapa y una brújula por los alrededores del refugio.
Jason se había despertado con los primeros rayos de sol. Cuando abrió los ojos
y vio que Marta estaba allí, acurrucada junto a él, sintió un reconfortante sentimiento
de alivio que le recorrió de los pies a la cabeza. La miró detenidamente mientras ella
aún dormía. Su pelo revuelto se desparramaba por la almohada como un campo de
trigo dorado antes de ser cosechado, y sus labios rojos contrastaban con su piel
blanca. No pudo evitar acercarse a ella y besarla muy despacio, sintiendo el sabor de
aquellos labios, grabándolo en su memoria, y aspirando el aroma que desprendía su
cuerpo. Ella se movió entre sus brazos y sonrió con los ojos aún cerrados,
devolviéndole aquel beso que la había despertado de una manera tan dulce. Cuando
abrió los ojos y se encontró con aquella mirada azul, pensó que había sido la mejor
noche de su vida y que no podía concebir la vida sin aquel hombre a su lado. ¿Cómo
había sobrevivido sin él todos estos años? La imagen de Marcos surcó entonces su
mente, y de pronto lo vio todo claro. Tenía que hablar con él, tenía que decirle que su
relación no funcionaba, y que no era culpa suya, ni de ella, simplemente no estaban
hechos el uno para el otro, y eso no podía cambiarse. Ella había intentado quererle
más, había hecho lo posible por verle de otro modo, pero el tiempo pasaba y nada
había cambiado entre ellos, y ahora todo era diferente. No podía consumirse al lado de
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alguien que no quería cuando sabía con quien debía estar, cuando sabía quien era
esa persona y donde estaba. No podía arruinar su vida por no tomar una decisión a
tiempo, así que hablaría con él en cuanto llegase, antes de que las cosas se
complicasen más.
- ¿Sabes que ha sido la mejor noche de mi vida, Jason? – Dijo Marta con un
tono pícaro en la voz.
- ¿En serio? ¿Quieres que esta sea la mejor mañana de tu vida? – Contestó él
mientras introducía la mano entre las sábanas y la deslizaba poco a poco por su
cuerpo aún dormido. – Aún queda un rato para que todos se levanten….
Marta no tuvo que contestar, respondió a aquella sugerencia colocándose
encima de él mientras le besaba intensamente, y la pasión que existía entre ambos
pronto hizo que los besos fueran más rápidos, los movimientos más salvajes y las
caricias menos suaves. Marta, con la ayuda de una de sus manos, introdujo dentro de
sí misma el miembro de Jason, y pronto estuvo moviéndose rítmicamente encima de
él. Él la miraba desde abajo como si estuviera hipnotizado, ella tenía los ojos cerrados
y la cabeza echada hacia atrás, dejándose llevar por sus propios movimientos. Sus
senos redondos y firmes se balanceaban al compás de sus caderas, y los pezones
erectos, oscuros, destacaban sobre aquel cuerpo claro como la leche. Tan solo
aquella visión excitaba a Jason hasta el punto de dolerle. Sintió como una oleada de
insuperable placer se acercaba desde lejos, anunciándole su llegada, y cuando la ola
le arrolló, su cuerpo creyó que iba a desvanecerse, quedando finalmente extenuado,
con el pelo húmedo a la altura de la nuca a causa del sudor. Ella se tumbó a su lado y
le abrazó.
- Sin duda, esta ha sido la mejor mañana de mi vida. – Dijo Jason riendo.
Al poco rato se levantaron y fueron los primeros en hacerlo. Pero no pasaron ni
quince minutos cuando los primeros niños fueron despertándose, y al poco rato
Natacha también dio señales de vida, aunque las ojeras que teñían su rostro dormido
aún, eran un reflejo de la difícil noche que había pasado. Desayunaron todos juntos y
después de asearse debidamente salieron a la calle, la mañana era fría pero era
agradable aspirar el aroma que desprendía el bosque al despertarse.
A los chicos les entusiasmó el uso de la brújula y pasaron una mañana de lo más
entretenidos. A Bily le gustó tanto que avisó a Marta de que eso era precisamente lo
quería que le regalase en su cumpleaños.
Comieron pronto porque así aprovecharían mejor las pocas horas de luz que
tenían ya las tardes, y cuando acabaron, estuvieron descansando en las literas o
jugando por los alrededores. Natacha apenas había hablado con ellos en toda la
mañana, se había limitado a estar con los chavales y no se había separado de ellos ni
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un momento. Para Marta aquello no era ninguna novedad, ya que con ella solía ser
así, pero Jason la conocía muy bien y sabía lo que le ocurría.
Estaban los tres sentados en la mesa y se hizo un silencio incomodo. Natacha
se levantó y salió fuera, y Marta fue al cuarto de baño a lavarse los dientes. Así que
Jason aprovechó para hablar con su amiga, que tanto se había distanciado de él
últimamente.
- Hola.
- Hola. – Contestó Natacha sin ganas.
- Tienes mala cara hoy.
- Tú en cambio tienes una cara estupenda ¿Has dormido bien?
Jason reconoció el tono irónico en sus palabras.
- Sabes lo que ocurrió anoche, ¿No?
- Pues claro.
- Siento que haya ocurrido estando tú tan cerca.
- Que considerado.
- No seas sarcástica, que quieres que te diga, lo siento. Pero no pude evitarlo, y
no podemos estar escondiéndonos.
- Por supuesto, no ibais a hacerlo por mí, estaría bueno.
- No se que decirte, de verdad, intentaré que esto sea para ti lo menos difícil
posible, pero no puedo engañarte ni decirte que no siento nada por ella.
- No esperaba que lo hicieras.
Jason volvió a entrar en el refugio y dejó allí a Natacha ahogándose en su propio
dolor, sin saber si aquella conversación había estropeado aún más las cosas entre
ellos. No le gustaba estar así con ella, pero entendía que todo necesita un periodo de
adaptación y que ella también tendría que adaptarse a esta nueva situación. Con el
tiempo lo aceptaría y se le pasaría, y todo volvería a ser como antes.
El día pasó tan rápido que cuando se dieron cuenta ya estaban cenando en el
refugio. La noche estaba cayendo sobre todos ellos a un ritmo asombrante, y el frío
volvía a envolver el bosque como un gigantesco manto. Durante todo el día, Marta y
Jason habían cruzado intensas miradas llenas de nervios e impaciencia por volver a
estar a solas, y el simple hecho de rozarse y pasar el uno junto al otro revivía al
instante la noche que el día anterior habían compartido.
Aquella noche también volvieron a dormir juntos, volviendo a compartir mil
caricias y palabras que habrían de recordar el resto de su vida. Se abrazaron como si
llevasen toda la vida buscándose y estuviesen celebrando que al fin se habían
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encontrado, y se dijeron tantas cosas al oído que se convirtieron al mismo tiempo en
confidentes y confesores.
En la habitación de al lado una mujer dolida con el mundo volvió a llorar como
una niña, haciendo crecer así en su interior el odio que aquella rubia pálida había
logrado despertar en ella.
Y a varios kilómetros de allí, en Exeter, Marcos miraba con tristeza aquel álbum
de fotos que Marta había llevado consigo, recordando con emoción contenida como se
habían conocido y como empezaron a estar juntos. Aquella noche, el día de su sexto
aniversario, ojeando aquellas fotos viejas, comprendió que Marta se le escapaba de
las manos imperceptiblemente. Su relación había retrocedido enormemente en los
últimos meses, y ahora que vivían juntos estaban aún más lejos que antes. Recordaba
el día que le pidió que se casara con él, y recordó también que nunca más volvieron a
hablar del tema. Pero no pensaba dejar que todo se acabara, se le había ocurrido una
idea y cuando Marta volviera del campamento le daría una sorpresa.
51
- 8 -
LA SORPRESA
Marcos se había levantado temprano y lleno de entusiasmo había salido a las
calles de Exeter, que a aquellas tempranas horas de la mañana ya mostraba un sinfín
de sonidos y movimientos. La gente caminaba deprisa por las aceras, y las cafeterías
estaban llenas de personas que preferían desayunar allí a tener que hacerlo en casa.
Exeter estaba viva y despierta, y esa vitalidad impregnó a Marcos, que aquel día se
había levantado con los ánimos renovados y con infinita confianza depositada en lo
que iba a hacer, estaba seguro de que aquello supondría un paso hacia delante en su
relación con Marta, y esperaba que aquella fuera la mejor forma de demostrarle que él
tenía las cosas más que claras.
Estuvo toda la mañana caminando de un lado para otro, hablando con unas u
otras personas, y no le costó mucho dar con el lugar idóneo para lo que quería hacer.
Era perfecto.
Cuando todo estuvo dispuesto entró en la primera floristería que encontró y
compró seis rosas rojas, una por cada año que habían pasado juntos, y después, más
nervioso que el día que le pidió que se casara con él, se dirigió al centro donde ella
pasaba la mayor parte del tiempo, y al que pronto regresaría de aquella acampada que
tanto había empeorado las cosas.
El camino fue corto pero a él se le hizo eterno. En su mente intentaba recrear
como podría salir todo lo que había preparado, pero por más que lo intentaba, no
lograba encontrar la reacción que ella podría tener, y eso, realmente, le daba miedo.
En esos pensamientos iba sumido cuando por fin llegó al centro. Se bajó del
coche y con paso ligero se dirigió a la recepción, donde un hombre con un gorro de
lana a rayas estaba ojeando tranquilamente unos papeles.
- Hola, buenos días, soy Marcos. – Dijo él sonriente.
- Buenas, yo soy Simon. – Dijo este en tono interrogante, aquel hombre había
dicho su nombre como si él tuviese que reconocerlo o algo así, pero por más que lo
miraba no tenía ni la menor idea de quien era.
- Marcos, el novio de Marta.
- Ah…claro, encantado de conocerte. – Ahora Simon no entendía nada. ¿El
novio de Marta? No sabía que Marta tuviera novio, y estaba seguro de que Jason
tampoco. Pero él contesto con tono de despiste, como si fuera muy torpe y en realidad
si supiera quien era. Él no era nadie para decirle, oye, chavalote, que tu novia nunca
nos ha hablado de ti, así que le siguió la corriente como si tal cosa, y sintió mucha
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pena por Jason en aquel momento, sabía lo contento que se había ido a aquella
acampada solo por pasar dos días con ella, y ahora…
- Bueno, no tardaran ya mucho en llegar, porque tenían que comer aquí, porque
supongo que has venido a verla, ¿No?
- Bueno, sí. Ayer fue nuestro aniversario y quería darle una sorpresa.
- Vuestro aniversario… ¿El primero?
- No. – Contestó Marcos riendo. – Es ya el sexto.
Simon abrió mucho los ojos y asintió en forma de respuesta. Aquello era más
grave de lo que pensaba.
- Bueno, Marcos, siéntate si quieres, como si estuvieras en tu casa.
Los dos se sentaron en los sillones que había en la pared de enfrente del
mostrador y siguieron charlando.
- La verdad es que tenía ganas ya de venir y conocer todo esto, y a todos
vosotros, a Marta le encanta.
Simon pensó para sus adentros que por el contrario, Marta nunca les había
hablado de él, ni de que ya llevaban seis años juntos.
- Marta es un encanto, está hecha para tratar con niños, tiene…una sensibilidad
especial, sabe escucharlos y entenderlos. La verdad es que estoy muy contento de
que sea del equipo.
- Cuando vinimos a Exeter me preocupaba que no encontrara nada, porque ella
tenía un buen trabajo allí, pero al final hubo suerte.
- ¿Y por qué vinisteis? Si no es entrometerme demasiado, claro.
- No, no te preocupes. Yo trabajaba en una empresa publicitaria y me dieron un
ascenso, pero tenía que venir aquí. Fue entonces cuando le pedí que nos casáramos.
Simon casi se atragantó al oírlo, sus ojos se abrieron aún más cuándo oyó
aquello, y la cara casi se le descompuso. Pobre Jason, estaba bien jodido. Realmente
sabían muy poco de aquella mujer que había entrado de repente en sus vidas.
- Y…si no es meterme donde no me llaman… ¿Cuándo os casáis?
- Pues…esa es la sorpresa que quería darle, he estado hablando hoy con el
párroco del barrio y había un hueco para la primavera que viene, así que nos casamos
en Mayo.
Simon no podía creerse que fuera partícipe de todo aquello, iba a ser digno de
ver. Esperaba que Jason no lo presenciara, porque podía ser catastrófico.
Estaban en ese punto de la conversación cuando oyeron el ruido de un autobús
que se acercaba por momentos, y los dos, involuntariamente, se levantaron al
instante. Simon estaba pensando la manera de apartar a su amigo de aquel enredo en
el que iba a verse envuelto sin querer, pero lo tenía realmente difícil, todo dependía de
53
cómo actuase aquel individuo bien vestido y peinado perfectamente que contrastaba
con él mismo, con sus pantalones viejos, desgastados, y sus inseparables botas de
montaña.
Desde allí pudieron ver como un tropel de niños se bajaba del autobús en medio
de un griterío fuera de lo normal. Algunos saludaron a Simon con la mano desde lejos,
y después, todos fueron directamente hacia ellos, dejarían sus mochilas en las
habitaciones, para ir luego a lavarse las manos antes de comer. Detrás de los niños
venía Natacha y un poco más retrasados caminaban hablando entre ellos Jason y
Marta. Pero como un montón de chavales corrían delante de ellos, ninguno se percató
de que dos personas les miraban acercarse desde el lugar al que se dirigían. Simon
pensó que la catástrofe estaba hecha, el encuentro iba a producirse y todos iban a
presenciarlo.
Cuando los tres entraron en la recepción, casi al mismo tiempo, ya habían
entrado todos los chicos, y el bullicio que minutos antes lo envolvía todo, desapareció,
quedando solo un débil rumor de fondo.
Cuando Marta vio a Marcos se quedó atónita. No podía creerlo, realmente tenía
el don de la oportunidad. Se quedó prácticamente petrificada, sin moverse, sin hablar,
sin saber hacia donde mirar, así que fue él quien tomó la iniciativa.
- Hola cielo, feliz aniversario, aunque sea con un día de retraso. – A
continuación, Marcos se acercó a ella y le dio un beso en los labios, y Marta sintió
como un gran deseo de querer que la tierra la tragase se apoderaba de ella.
Se hizo un silencio incómodo. Jason miraba la escena incrédulo y las imágenes
de la noche anterior se agolparon en su cabeza, martilleándole una y otra vez
produciéndole un dolor casi insoportable. No podía creerse que el día del aniversario
de ella, hubiesen dormido juntos.
Simon veía como todo lo que había estado temiendo estaba ocurriendo. La cara
de Jason, pálida y desencajada, le hizo sentir ganas de que todo aquello terminase ya,
pero no había hecho más que empezar.
- ¿Este es tú novio, Marta? – Preguntó Natacha con cierto gozo mal disimulado.
Pero Marta aún no se había repuesto de la sorpresa y no pudo contestar. No
sabía donde poner la mirada para no cruzarla con la de Jason, y el silencio volvió a
invadir la sala.
- Tú debes de ser Natacha, yo soy Marcos, y tú Jason, ¿No? Encantado. Y si,
soy su novio, aunque pronto seré algo más. – Añadió Marcos en tono misterioso sin
saber que Marta en aquel momento quería matarle con sus propias manos. – Marta,
ya tenemos fecha. – Dijo con una sonrisa de oreja a oreja.
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- Fecha para qué. – El tono de ella fue de súplica, no quería oír lo que estaba
imaginando.
- Para la boda, para qué va a ser, tonta. – Y sin decir nada más la estrechó entre
sus brazos.
Marta no pudo hacer nada para impedirlo, y sin querer, sus ojos se posaron
fugazmente en los de Jason, y el corazón le dio un vuelco cuando encontró como
respuesta un inmenso mar helado en el que no atisbó un mínimo de calor. Nunca
antes había visto aquella mirada en sus ojos, ni aquella expresión en su rostro. Una
mezcla de decepción, dolor, e incomprensión se dibujaba en sus facciones. Después
oyó como unos pasos se perdían por las escaleras que conducían a los dormitorios, y
se mezclaban con el alboroto que los chavales, que ya bajaban para ir a los baños,
traían consigo.
Los niños pasaron a su alrededor como un torbellino violento y rápido, y ella
aprovechó para separarse de Marcos.
- Marta, tienes mala cara, ¿Te encuentras mal? – Preguntó Marcos
inocentemente.
- Si, no me encuentro muy bien. Simon, ¿Te importa si me voy ya a casa? Los
chicos se van esta tarde y ya no hago falta realmente. – Sus ojos imploraban ayuda y
Simon lo vio al instante.
- Claro, Martita, sin problemas, descansa y mañana nos vemos.
Y sin decir nada más, sin mirar ni si quiera a Marcos, salió de aquella habitación
que la estaba consumiendo. Sentía como le faltaba el aire, como las lágrimas se
agolpaban en sus ojos luchando por salir y como la mirada helada de Jason la
perseguía a cada paso que daba. Se dirigió a los baños y le dijo a Bily que tenían que
irse ya, comería con su madre en su casa, y no tuvo que dar más explicaciones
porque el niño vio que algo no iba bien. Esperó a Marcos en el coche, porque sabía
que iría allí, y mientras puso el motor en marcha.
- ¿Se puede saber que coño te pasa?
- Voy a dejar a Bily con Anne, en casa hablamos. – No pudo decir nada más,
metió la primera marcha y se fue, dejandolo allí de pie, viéndola partir, al hombre con
el que supuestamente iba a casarse.
Para Marta, el camino de vuelta fue simplemente horrible. Sólo pensaba en que
lo que realmente quería hacer era dar la vuelta y volver al centro, tenía que hablar con
Jason y la urgencia que sentía por hacerlo la estaba matando por dentro. Las lágrimas
eran ya demasiado poderosas para poder retenerlas y corrían libres por sus mejillas,
silenciosamente, y en su mente solo podía ver la barrera que había encontrado en los
ojos del hombre al que realmente quería. Y ahora él estaría pensando que para ella no
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había significado nada y que le había engañado, y no podía hacer nada para
impedirlo, antes tenía que tener una conversación con Marcos.
Bily, en el asiento de atrás, no sabía que hacer, y tímidamente puso sus manitas
en los hombros de ella, en un gesto de complicidad y apoyo silencioso que solo ellos
dos podían compartir.
- Bily, ya hemos llegado, dile a Anne que no puedo pararme, ya me pasaré para
hablar con ella. ¿Vale?
- Vale. – El niño le dio un beso por la ventanilla, que estaba totalmente bajada a
causa de la sensación que Marta tenía de que le faltaba el aire. – Marta, el también te
quiere.
Solo dijo eso, y después se marchó, dejándola con la boca abierta a causa del
inesperado comentario, rota de dolor, desmoronándose completamente, y muriéndose
solo de pensar a lo que a continuación tendría que enfrentarse.
Cuando Simon entró en el dormitorio en cual dormía Jason lo encontró de pié
mirando por la ventana, de espaldas a la puerta, como si esperase ver aparecer a
alguien en cualquier momento. Pero no aparecería nadie.
No se dio la vuelta al oírle entrar, ni hizo el menor comentario, así que Simon se
sentó en la cama y esperó. Ya sabía como debía actuar con él, le conocía demasiado
bien, al final acabaría soltando lo que llevaba dentro. No tardó mucho en hacerlo.
- Como puedo ser tan idiota.
- Jason, tú no eres idiota. Aquí el único idiota que hay es el estirado este que hoy
podía haberse quedado en su casa y mejor nos hubiera ido a todos.
- Pasamos las dos noches juntos. – Dijo mientras se volvía hacia él y se sentaba
a su lado.
- Mmmm…Eso complica las cosas.
- Lo que complica las cosas, Simon, es que han sido los dos mejores días de mi
vida.
- Vaya por Dios, pues si que se complican, si.
- Joder, tenía novio, va a casarse…estaba jugando conmigo.
- Bueno, en su defensa puedo decir que lo de la fecha ha sido una sorpresita del
remilgado de las patillas perfectas.
- Pues no la defiendas tanto, que si el ha buscado la fecha sería porque ella ya
había aceptado.
- Eso es verdad, pero…quizá deberías esperarte y no sacar conclusiones hasta
que no sepas su versión.
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- ¿Qué versión? – Preguntó Jason incrédulo.
- Pues la de Marta, cual va a ser.
- No quiero saberla.
- Ya estamos. – Resopló Simon.
- Yo te cuento la versión ahora mismo. Es facilísimo, mira, una mujer que va a
casarse y está aburrida de su monótona vida de pareja, y decide hacer algo para que
su vida tenga más emoción. Ya está, ahí tienes su versión.
- Hombre, realmente esa es tú versión de su versión. No la suya propia.
- No me marees, que quieres que te diga. No me ha dicho en todo este tiempo
que estaba con alguien, se mete en mi cama, y…
- ¿Se metió en tu cama? – Preguntó Simon despreocupadamente.
- Se metió en mi cama y me hizo creer que aquello era…especial, que habría
algo entre nosotros. Y va a casarse. Como comprenderás, no tengo ganas de oír las
razones de por qué ha jugado conmigo.
- Cuando se fue estaba realmente mal.
- Bueno, no es muy romántico que tu novio te diga cuando vas a casarte delante
de tu amante.
- Es realmente complicado. Solo puedo decirte que esa mujer siente algo por ti,
lo ha demostrado todo este tiempo y te lo ha demostrado este fin de semana. No
sabemos en que situación está con el remilgado ese, pero comprendo que en estos
momentos no quieras saber nada de ella. Pero se consciente de que mañana vendrá.
- Y mañana ya me surgirá algo que hacer en algún lugar que ella no sepa y
estaré ocupado toda la mañana.
- Ya, Jason, mañana no están aquí los chicos, y puedes hacer eso, pero el resto
de los días tendrás que enfrentarte a la situación, sois un equipo.
Jason se recostó hacia atrás apoyándose en la pared y cerró los ojos.
- Simon, gracias por venir, pero quiero dormir un poco. Después bajo.
- De acuerdo, pero si no bajas, yo subiré a por ti.
Y así, Simon dejó a Jason con su dolor a solas, acostado en la cama, escrutando
el techo de madera y con el alma rota en mil pedazos. No dejaba de pensar en el
primer beso que se dieron, y en como ella dormía cuando el sábado, el día de su
aniversario, amanecieron juntos. Y entonces sintió un punzante dolor en el estómago,
como si le hubiesen clavado un afilado cuchillo a cámara lenta y estuviese
desangrándose lentamente. Fuera, en la calle, el sol luchaba con las nubes por
dejarse ver, y en lo más profundo de su ser, la idea de que lo que había ocurrido entre
ellos había sido sincero, luchaba por hacerse oír en un inmenso mar de pensamientos
encontrados en los que dominaban la desesperanza y el pesimismo.
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Los párpados le pesaban, y estaba a punto d quedarse dormido cuando oyó
unos pasos que se dirigían a la habitación contigua. Reconoció la voz de Natacha que
hablaba con alguien por el móvil.
- No te preocupes Marta, quédate tranquila. Por supuesto, claro que tienes que
casarte, no te atormentes por el incidente de hoy, a Jason se le pasará. No puedes
cambiar los planes que tenías desde hace tanto tiempo porque él se haya molestado.
Cualquiera tiene una aventura. ¿No? Y si insistes en que eso ha sido lo vuestro...
Después de decir esto último, Natacha entró en la otra habitación y el ruido de
sus pasos se perdió con el de su voz tras la puerta cerrada. Se sentó en la cama y una
sonrisa maliciosa apareció en su cara. Miró el teléfono móvil que sostenía entre sus
manos con el cual había fingido aquella conversación con Marta. Estaba segura de
que Jasón la había oído y de que le habría hecho trizas, pero era el precio que tenía
que pagar si quería que se olvidara de ella. Le conocía demasiado bien, estaría tan
dolido con Marta y tan seguro de que había jugado con él, que no querría ni
escucharla, y así ella podría respirar tranquila.
58
- 9 -
LA RUPTURA
Marcos se montó en el coche con el cuerpo descompuesto y mil dudas
atravesadas en la garganta. No entendía a que había venido la actitud de Marta, podía
ser que se hubiera precipitado al buscar una fecha sin contar con ella, pero no era
para tomárselo así, al menos si estaba segura de que quería casarse con él. Y eso era
precisamente lo que ahora le preocupaba, que fuese eso lo que le pasara. Y sin
embargo algo le decía que había algo más, tenía que haberlo.
Cuando llegó, el coche de ella ya estaba aparcado en la puerta, y una sensación
de que ya nada estaba en su mano le invadió por completo, ante aquella impotencia
no podía hacer otra cosa que respirar profundamente, tomar aire, y entrar.
Entró en el salón como el que va a ser condenado por algo que no ha hecho,
con el semblante serio, arrastrando los pasos y cargando con las seis rosas rojas
como si fuesen una pesada losa. Encontró a Marta sentada en el sofá, tenía los codos
apoyados en las rodillas y la cabeza sobre sus manos, tapándose la cara. En un
momento se le cayó el alma a los pies, y cuando ella levantó la mirada y él vio sus ojos
húmedos a causa de las lágrimas, supo lo que iba a ocurrir y sintió como un inmenso
nudo se abría paso en sus entrañas.
Se acercó a ella y se arrodilló a su lado. Le acarició el pelo dulcemente y la miró
directamente a los ojos, como si así ella no tuviera más remedio que decirle la verdad.
- ¿Qué ocurre, Marta? – Preguntó imperceptiblemente.
Ella le miró y se sintió la peor persona del mundo. ¿Por qué tenía que ser tan
encantador? ¿Por qué tenía que ser tan correcto? ¿Por qué no estaba enfadado con
ella por la actitud que había tenido con él? ¿Por qué no podía quererle? Se sentía
hundida, la situación la sobrepasaba y no pudo contener el llanto que de nuevo,
surcaba las líneas de su rostro.
- Marcos, lo siento, tú no tienes la culpa de nada de esto, soy yo.
- ¿Qué está pasando? No quieres casarte conmigo, ¿Verdad?
- No puedo casarme contigo. – Dijo ella entre sollozos.
Él la miró con expresión interrogante, esperando una respuesta más
convincente.
- Me he enamorado de otra persona, Marcos.
A él se le cayó el mundo encima en aquel mismo instante, aquello era algo que
ni había pensado, y le había cogido desprevenido. De pronto comprendió y se sintió
totalmente hundido.
- Es Jason. Ahora entiendo tu interés por la puñetera acampada.
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- No era por él por lo que quería ir a la acampada, pero si es Jason, no puedo
ocultarte algo así.
Marcos estaba desconcertado, era curioso. Había sido él quien había
convencido a Marta para ir a Exeter, y por ir, había conocido a Jason, y él, que era
quien iba a casarse con ella, la había perdido.
- ¿Es definitivo? ¿Estás segura?
- Estoy segura, Marcos. Lo siento de verdad, pero no puedo negarme a mí
misma lo que siento.
Él se levantó y caminó por el salón mientras pensaba, sin saber muy bien que
hacer, que decir, o a donde ir.
- Esto ya no depende de mí. Sabes que te quiero, y que si cambias de opinión,
voy a seguir estando ahí. Recogeré mi ropa y me iré a una pensión, otro día vendré a
por mis cosas, cuando encuentre piso. Con un poco de suerte te habrás dado cuenta
de que estás equivocada. – Marcos terminó la frase y dejó escapar una sonrisa,
porque en realidad, aún no se creía lo que estaba pasando.
Metió las cosas más importantes en una maleta y sintiendo como se desgarraba
por dentro salió de aquella casa sin mirar atrás, con la certeza de que aquello no iba a
terminar así y de que pronto estarían juntos de nuevo. No tardó mucho en encontrar
un lugar para pasar las siguientes noches, ya que Jhors le recomendó un hostal que
había a dos manzanas de allí, en el que trabajaba un buen amigo suyo.
Aquella fue una noche en la que tanto Marta, como Jason y Marcos, fueron
partícipes de cómo los minutos iban pasando fugazmente por el despertador, sin ser
capaces de conciliar el sueño. Cada sonido del exterior se filtraba por la ventana
inundando la habitación, siendo suficiente para mantenerlos despiertos, y el ir y venir
de los coches a altas horas de la madrugada producía un leve rumor que martilleaba
sus sueños con su constante eco.
Aquel día amaneció especialmente frío y lluvioso. Marta se levantó de la cama
sin apenas haber dormido nada, impaciente por ir al centro y poder hablar por fin con
Jason. A pesar de saber que había sido la decisión correcta, la noche sin Marcos al
lado había sido dura, y la simple visión del que había sido su compañero durante seis
años en una fría pensión, hacía que la duda se asomara a su mente, haciendo que
una extraña sensación de malestar fuera con ella a todas partes como si de una
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sombra se tratase.
Cuando llegó al centro Natacha la saludó más amable de lo normal, y eso la
inquietó. Comenzaba a estar harta de los cambios de humor que tenía esa mujer, y
cada vez tenía menos ganas de conocerla. Fue directamente en busca de Simon.
- Hola rubia, ¿Te encuentras mejor hoy? – Le preguntó él en cuando la vio.
Estaba en la cocina hablando con las cocineras, acababa de hacer unos cambios en el
menú. Salieron de allí y se sentaron en el comedor.
- Bueno, no ha sido una buena noche. Simon, tengo que pedirte disculpas por
todo lo que ocurrió ayer.
- No quiero meterme donde no me llaman…Pero no es a mí a quien tienes que
pedir disculpas.
Marta le miró y analizó un instante al hombre que tenía delante, y midió
cuidadosamente sus palabras antes de contestar.
- Yo creo que si. Lo primero porque no tenías que haberlo presenciado, y lo
segundo porque no debía haber ocurrido aquí.
Ahora fue él quien la analizó intensamente. La miró directamente a los ojos y vio
las ojeras que teñían su rostro blanco. Se fijó en su aspecto cansado y en la tristeza
que la embargaba, y llegó a la conclusión de que era realmente sincera.
- Disculpas aceptadas. Y ya sabes que puedes contar conmigo si necesitas algo.
- Gracias Simon, de verdad.
- Solo espero que puedas diferenciar tu vida privada de tu trabajo, y que seas
capaz de trabajar con Jason pase lo que pase finalmente.
- Haré todo lo posible. ¿Sabes donde está?
- Está en el aula de manualidades, hemos pensado hacer una Gincana con el
próximo grupo, se ha encargado él de hacer las pruebas y decía que prefería estar
solo para concentrarse mejor, así que se ha ido allí.
- Vale, voy a verle, tengo una conversación pendiente con él. Luego te veo.
Simon la vio marcharse y su aspecto era el de una persona que realmente
estaba preocupada. No creía que aquello fuera a solucionarse tan rápido, con una
conversación. La herida era muy profunda y aunque sabía que aquellas dos personas
estaban hechas la una para la otra también sabía que en aquel momento se había
producido un desencuentro demasiado grande entre ellos como para superarlo por las
buenas. Y lo sentía profundamente porque Jason era su mejor amigo y porque ella
estaba convirtiéndose en alguien muy importante para él, y sabía que con el tiempo lo
sería aún más. Lo último que quería era ver a aquellas dos personas sufrir, y tenía la
certeza de que era justo lo que iba a ocurrir.
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Marta se asomó débilmente a la puerta abierta y vio a Jason inmerso en unos
cuantos folios en los que había escrito algunas cosas. Estaba sentado en el extremo
más alejado de la puerta y no se percató de que alguien observaba en silencio sus
movimientos.
- ¿Puedo pasar?
Ahora Jason levantó la mirada hacia ella y se quedó unos instantes callado, que
a pesar de ser tan sólo unos segundos, a ella le parecieron horas.
- Preferiría que no, estoy trabajando.
- Voy a entrar de todas formas.
- Entonces sobraba la pregunta.
- Jason, tengo que explicarte…
- No tienes que explicarme nada. – Le cortó él de forma brusca. – Ayer los
hechos hablaron por sí solos. Me hago una idea de como son las cosas, y no me
interesa formar parte de ellas.
- Lo siento, Jason, no quería que ocurriera…
- ¿El qué? ¿Acostarte conmigo? ¿O que tu novio se enterase?
Ella respiró profundamente, aquello había sido un golpe duro y tenía que
encajarlo antes de seguir hablando.
- No quería que te enterases de que tenía novio de esa forma.
- Podías haber probado a decírmelo, como hace la gente normalmente, sobre
todo cuando va a casarse.
- Tienes razón, en eso la tienes, pero…
- No quiero seguir escuchando, Marta, estoy trabajando. Natacha creo que
necesitaba ayuda con la programación, faltaban actividades por meter, y yo prefiero
continuar esto solo. Si no te importa voy a seguir.
Y allí se quedó ella, de pié, mirándole, con mil cosas que decirle y con una
barrera infranqueable que no era capaz de atravesar. Sabía que tenía razón en todo lo
que había dicho, pero no era justo que no la dejase hablar, tenía algunas cosas que
decirle, como que no pensaba casarse, y que ya no tenía novio. En realidad no sabía
por qué nunca se lo había dicho, puede que el hecho de que no tenía mucha confianza
en aquella relación le hiciera esconderla, o puede que fuese porque casi
inmediatamente después de conocerle, ya sentía algo por él y no quiso que hubiese
ninguna barrera entre ambos. Salió de allí con la misma sensación de que le faltaba el
aire que el día anterior le había atormentado tanto, y fue en busca de Natacha, que
estaba en la sala común de los chicos, haciendo el resto de la programación. Cuando
la vio entrar con aquella expresión de derrota y la mirada llena de angustia, Natacha
supo que había hablado con él y que las cosas no se habían arreglado.
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- Vaya, hoy no tienes mejor cara que ayer.
- Ya. – Espetó Marta.
- Cualquiera diría que no quieres casarte. – Dijo Natacha maliciosamente.
- Será eso. – Marta no tenía ganas de darle explicaciones precisamente a ella.
- Mira Marta, voy a ser sincera contigo, se lo que ocurrió en el refugio. Estaba
despierta cuando entraste en su habitación, lo oí.
- Bueno, ya que más da quien lo sepa.
- ¿Por qué lo dices? ¿También lo sabe Marcos?
- Si, ayer se lo conté. Ni vamos a casarnos ni estoy con él, lo digo para evitar
malentendidos.
- No pudo perdonarte… ¿Y como estás?
- Soy yo quien ha roto la relación. – Dijo Marta mirándola con rabia contenida.
- No lo habrás hecho por él, quiero decir por Jason.
- Tenía que haberlo hecho mucho antes, pero ahora que conozco a Jason…
- Vaya, es eso. – Dijo Natacha con tono melodramático.
- ¿Que quieres decir?
- Que Jason es encantador, es muy atractivo, es como un imán para las mujeres
y él sabe aprovecharlo, y estar con él…en la cama me refiero…es, bueno, ya sabes
como es. Que te voy a contar. Pero a Jason…lo de comprometerse…digamos que es
un espíritu libre. Y que igual que ha estado contigo, estuvo conmigo y...con muchas
otras.
Marta se quedó de piedra, nunca lo hubiera imaginado. Ahora entendía algunos
comportamientos de Natacha, que seguro que no había olvidado lo que ocurriera entre
ambos y se había visto amenazada por ella, pero no le gustó nada el tono de
suficiencia con el que le había contado aquello, y no sabía si lo del compromiso sería
verdad o solo una opinión, en cualquier caso daba igual, de momento sólo sabía que
él se había sentido ofendido por su falta de sinceridad, precisamente como si esperase
algo más de ella, y no una simple noche sin más compromisos. Así que aquel
comentario lo que hizo fue conseguir que desconfiara más de Natacha y pronto cortó
la conversación.
El resto del día pasó lentamente. Trabajar con ella no le hacía gracia pero no
tenía otra alternativa, Jason seguía aislado trabajando solo y Simon estaba atendiendo
un millón de llamadas telefónicas que les garantizarían trabajo en los próximos meses.
Así que se resignó a aquel silencio incómodo intentando ignorar la sonrisa
insultante de Natacha. Al medio día se fue a casa, no era necesario que pasaran allí
más tiempo ya que solo tenían que preparar la programación, y necesitaba dormir
algo.
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Pero antes de ir a casa fue a visitar a Anne y Bily. La que por entonces ya era su
gran amiga escuchó con atención todo lo que había ocurrido desde la noche anterior, y
la consoló cuando se derrumbó al narrar la conversación que aquella mañana había
tenido con Jason. Anne obligó a Marta a que se quedara a comer con ellos y al menos
su compañía le animó un poco. Después se marchó a casa y se metió directamente en
la cama, y cuando el sueño le venció, la sonrisa de Natacha se dibujó en su mente una
vez tras otra durante toda la tarde.
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- 10 -
LA DECISIÓN TRUNCADA
Exeter fue convirtiéndose poco a poco en una ciudad de árboles desnudos y
cielo encapotado que fue viendo como el frío invierno la invadía de principio a fin. Las
mañanas eran sorprendidas por fuertes tormentas y vientos que embestían sus calles
sin remordimiento alguno, y en las noches, el oscuro manto que se cernía sobre la
ciudad asolaba a sus habitantes con su falta de estrellas.
La vida en el centro siguió su ritmo de una forma monótona y mecánica para sus
habitantes. Simon se conformó viendo como las cosas fueron asentándose entre sus
amigos, aunque no fuera de la forma que él hubiese preferido. Jason se refugió en
cada grupo de chavales comportándose como si cada uno fuese el último que pasaría
por allí, evitaba a Marta en todo lo que podía y su relación con ella se convirtió en una
estricta relación profesional superficial y hueca en la que no había cabida para
comentarios personales. Ella, así mismo, aceptó aquella relación como si no pudiese
ser de otra manera, achacándola a los errores que ella misma había cometido al llevar
la situación en un primer momento, y sintiendo que Jason se le había escapado de las
manos y que ya no habría marcha atrás. Y Natacha, que había visto todos aquellos
cambios con buenos ojos, aprovechó la situación para recuperar la confianza que
meses atrás había perdido con Jason. Se convirtió de nuevo en su confidente, en su
apoyo, y aunque ella sabía que era lo que atormentaba a su amigo, jamás lo
mencionó, jamás hablaron de ello. Era como una espinita que había entre los dos y
que prefería no tocar por si se hundía aún más haciendo la herida más profunda.
Marta llevaba meses sin saber nada de Marcos. La última vez que le vio él fue a
recoger sus cosas y no habían vuelto a tener contacto. Ahora, mientras trabajaba,
pensó que tenía que llamarlo porque habían aparecido algunos libros suyos que la otra
vez olvidó llevarse. De vez en cuando, cuando iba a la tienda de Jhors, este dejaba
caer algún comentario sobre el que fue su compañero tanto tiempo. Al hombre le daba
mucha pena que ya no estuviesen juntos y creía que de esta forma, Marta pensaría
más en él y reconsideraría su decisión.
Pero Marta se adaptó pronto a vivir sola, y aunque la tristeza la embargaba a
cada paso que daba, no era por haber tomado aquella decisión, sabía que había sido
la correcta. Y aunque se sintiera sola y tremendamente perdida no quería volver a
España, donde estaba su familia, sus antiguos compañeros y amigos, y se aferró a
aquel lugar para salir adelante, y a su trabajo, pero sobre todo a Bily y Anne, que se
habían convertido en su familia allí. Cuando no tenía que trabajar solía pasar a
recogerlos por las tardes, y se iban a pasear al parque con Julia, o al cine, o
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simplemente pasaban las horas tomando té y dulces que ella compraba antes en la
cafetería donde tanto tiempo atrás, había quedado con Jason. Ahora le parecía que
hubiesen pasado años de todo aquello, le parecía que su vida era otra totalmente
diferente a la que había empezado allí con Marcos.
Con frecuencia recibía interminables cartas de su hermana, en las que le insistía
para que volviera a Madrid, donde había dejado tantas cosas, y donde estaba ella que
la echaba tantísimo de menos. En ellas le contaba como estaban sus amigos y como
le iban las cosas a ella misma, que pronto iría a visitarla si seguía negándose a volver.
Aquel domingo, Jason se había levantado más desganado y triste de lo habitual.
Era un día terriblemente frío y por primera vez desde que empezó a trabajar allí quería
que llegara la tarde para que el grupo de aquella semana se fuera por fin, y así poder
irse él también a casa. El último mes había trabajado sin tregua y ya necesitaba unos
días de descanso, pero sobre todo necesitaba alejarse de Marta, que le hacía
estremecerse cada vez que pasaba por su lado.
Recogió su mochila de la habitación y pensó que se daría una ducha antes de
irse, así cuando llegase a casa no tendría más que tumbarse en el sofá y poner
cualquier cosa en la televisión que lograse hacerle pasar un rato entretenido.
Cuando entró en el cuarto de baño lo hizo sin llamar porque creía que todos se
habían ido, y sabía que Simon estaba en la cocina porque acababa de hablar minutos
antes con él, así que esperaba encontrarlo vacío. Pero al parecer Marta había
pensado exactamente lo mismo que él y al abrir la puerta la sorprendió recién salida
de la ducha, envuelta en una toalla blanca y con el pelo mojado sobre los hombros,
brillantes a causa de la humedad.
Y allí se quedó paralizado, observándola sin saber muy bien que hacer. Ella no
dijo nada, simplemente se quedó mirándole directamente a los ojos, y por primera vez
en mucho tiempo no encontró ninguna barrera en ellos, volvió a encontrar el mar en
calma en el que meses atrás navegó sin rumbo, y en los que ahora veía algo más que
la dura indeferencia que durante tanto tiempo habían mostrado. Ella le vio allí, de pie,
apoyado en el pomo de la puerta, y deseó con todas sus fuerzas que entrase y se
olvidase de todo lo que había ocurrido.
Él llevaba unos pantalones vaqueros demasiado claros, a causa de los años que
habían pasado por ellos, y demasiado anchos, a causa de los años que habían
pasado por él, pero aún así podía intuirse la delgadez de aquellas piernas de piel
dorada a causa de tanto tiempo trabajando al aire libre. La barba rubia comenzaba a
asomar sutilmente en su cara, después de dos días sin afeitarse, lo que le hacía aún
más atractivo, y el jersey rojo que llevaba le daba vida a su rostro, que a causa del
invierno le faltaba color. Jason era un hombre alto y bien formado, y aunque Marta
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conocía ya cada milímetro de su cuerpo, en aquel momento le encontró
tremendamente irresistible, algo que delataba la expresión de su cara aún mojada por
la ducha que acababa de darse.
Él supo reconocer el deseo en sus ojos y en sus labios, y quiso responder a él
acercándose a ella, estrechándola entre sus brazos y besándola como aquella noche
en el refugio. Pero al pensar en el refugio le vino a la mente, con el efecto de una
puñalada por la espalda, las imágenes que vio al día siguiente, y las pupilas se le
encharcaron de tristeza obligando a sus pies a permanecer quietos, y con la expresión
de quien ha visto un fantasma, cerró la puerta y se marchó sin decir nada.
Y allí se quedó Marta, con la respiración contenida y las lágrimas desbordando
sus ojos, sintiendo que nunca recuperaría lo que en tan poco tiempo se había creado
entre ambos, y con la certeza de que todo había terminado definitivamente.
Cuando Jason llegó a casa se tumbó en la cama como el que hace años que no
ve una, con el corazón palpitándole con fuerza y la respiración agitada. Aquello no
podía continuar así, en un principio pensó que podría convivir con ella, que podría
adaptarse a la situación y que con el tiempo lograría expulsarla de su cabeza y de su
memoria. Pero estaba claro que estaba resultándole imposible hacerlo, y después de
aquel encuentro había revivido las pocas horas que habían pasado juntos y el dolor
era aún más intenso.
Se sentía solo, cansado y vacío, y la imagen de su hermano se dibujó en su
mente como el clavo al que debía aferrarse para salir adelante. Pensar en él le llenaba
de alegría y optimismo, y llevaba tanto tiempo sin verle que sintió de repente que le
necesitaba a su lado, seguro que él, con su entusiasmo innato, le devolvería las ganas
de vivir, y al menos sus historias de mundos perdidos le trasladarían a otra realidad
olvidando la suya y recordándole que realmente no era tan grave. Había cosa peores,
y gente en situaciones desesperadas que se reiría de sus problemas, pero el caso era
que aquellos eran sus problemas y nadie podía vivirlos por él, y por lo tanto, nadie
conocía la profundidad de su dolor.
Estaba pensando en estas cosas cuando de pronto se levantó a por un lápiz y
unos cuantos folios, y apesadumbrado, comenzó a escribir al que en otros tiempos le
había contagiado su alegría por todo lo que pasaba a su alrededor, y empezó a
contarle en que situación se encontraba y como en las últimas horas un molesto
sentimiento de que tenía que irse de allí le había invadido.
Se durmió recordando otros tiempos en los que su hermano menor era uno de
sus mayores apoyos y el deseo de verle se acrecentó en él, y así, mientras entraba en
el mundo de los sueños, se fue formando en su cabeza la idea de hacer un viaje, un
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viaje lejos de allí que le hiciese olvidarlo todo, en el que se encontraría con un Bryan
más maduro y más asentado que el que vio partir hacía ya más de cinco años.
Aquella semana sólo tuvieron que ir al centro un par de días para preparar
algunas cosas, y Jason evitó quedarse a solas con Marta con tanto fervor que a ella le
resultó imposible tener algún encuentro con él, por pequeño que fuese.
Quedó con Natacha y con Simon como en los viejos tiempos, para salir a tomar
unas copas por la noche, o para cenar en aquel bar al que antes iban con tanta
frecuencia, en el que un día celebraron que el centro iba a abrir y que con el, sus
sueños iban a empezar a rodar. Y aunque la tristeza que le asolaba por dentro seguía
estando allí cada minuto, acrecentándose en las largas noches, al menos consiguió
engañarla aquellos instantes en los que estar con sus amigos devolvía alguna sonrisa
a su rostro.
Natacha sabía que aquel Jason no tenía nada que ver con su amigo de siempre,
con el hombre con quien emprendió aquella aventura y pensar en Marta hacía que le
asaltase un punzante sentimiento de odio hacia ella, hacia aquella mujer que se lo
había arrebatado, que le había robado la alegría. Ella sabía que Marta le quería, era
evidente para cualquiera que se parase a observarla, y sabía que había dejado a
Marcos y que era con Jason con quien quería estar, pero no se lo había dicho a él, ni a
Simon, dejando que aquella conversación que ambas habían mantenido el día
después de volver del refugio se perdiese entre tantos malentendidos. Porque ahora
todo empezaba a funcionar de nuevo entre los dos, ahora Jason la llamaba para salir a
cualquier parte y eso era algo que ella necesitaba como el mismo aire que respiraba.
Ahora el iba algunas tardes a su casa, como solía hacer antes de que todo cambiase,
a pasar juntos las horas hablando de lo que a ambos les preocupaba. Y aunque sabía
que Jason no le hablaba de lo que realmente le preocupaba, ella se conformaba de
momento con su sola presencia y con conversaciones más banales, estaba segura de
que con el tiempo lograría superarlo y la olvidaría, y si estaba en su mano, ella le
ayudaría como fuese, pero aquel fantasma que le perseguía tenía que desaparecer
antes de que le absorbiese del todo las ganas de vivir, la alegría por las pequeñas
cosas que pasan todos los días, y la ilusión por cada paso que daba.
Lo que Natacha no sabía era que nada de lo que ella pensase o hiciese, podría
cambiar lo que ya estaba predeterminado a pasar. Quizá lograse aplazarlo con sus
acciones, quizá lograse adelantarlo, pero de ninguna manera cambiaría el destino de
tantas personas simplemente por su voluntad, y aunque ella jugaría un papel esencial
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en la vida de todos ellos, incluida ella misma, lo que tenía que pasar en un principio,
seguiría pasando, y nada de lo que ella hiciese cambiaría eso.
Aquella noche los tres amigos recordaban viejos tiempos con una cerveza en la
mano, y rieron juntos como hacía tiempo que no lo hacían. Contaron anécdotas que en
aquellos meses habían compartido en el centro, y recordaron los distintos grupos que
habían pasado por allí, y como cada uno de ellos les había aportado tantas cosas.
Jason pensó entonces en el primer grupo, en el primer día de trabajo, en aquella
primera excursión por el bosque. Ahora no podía oír a sus amigos bromeando, era
como si aquella taberna hubiese enmudecido de repente, solo oía un leve murmullo de
fondo, porque en sus oídos retumbaban ensordeciéndole las primeras palabras que
había compartido con Marta. Retumbaba en sus oídos el silencio abrumador del
hospital sombrío, y el abrazo que compartió con ella llenó en un momento cada poro
de su piel, haciendo que la tristeza volviese a vencerle. Se levantó de repente, como
un sonámbulo que se despierta en plena noche y se da cuenta de que está en el sitio
inadecuado, y antes de irse les contó a sus amigos una excusa que ni él mismo se
creyó y que realmente era innecesaria, porque ellos sabían exactamente lo que
pasaba.
Salió del bar con la cabeza gacha y las manos en los bolsillos sintiendo que sus
piernas pesaban como nunca lo habían hecho, arrastrando cada paso que daba como
si sus pies no le obedeciesen. Veía a Marta una y otra vez en su cabeza, con aquel
pelo rubio mojándole los hombros, con aquella piel blanca, con aquella toalla rodeando
aquel cuerpo que un día estuvo entre sus brazos. Sintió el sabor de sus labios y cerró
los ojos, saboreándolo, sintió como su olor impregnaba el aire que le rodeaba y le
pareció tenerla a su lado en aquel momento. Recordó como se sintió durmiendo a su
lado, y como fue despertarse junto a ella, y pensó que eso era lo que quería para el
resto de su vida. Cuando abrió los ojos las primeras gotas empezaban a caer y sin
pensar ni un minuto más en lo que iba a hacer se dio la vuelta y comenzó a caminar
en otra dirección, esta vez con paso más decidido y ligero, sintiendo que el peso que
antes le había impedido andar le había abandonado al fin.
No ando más de veinte minutos, pero a él le parecieron segundos, las frases que
quería decir se atropellaban en su cabeza unas a otras, impacientes por salir, y media
sonrisa se dibujó en sus labios sintiendo que después de tanto tiempo estaba
haciendo lo que de verdad quería y ya no le importaba nada, al menos ahora la
escucharía, presentía que Marcos ya no formaba parte de su vida y era el momento de
saberlo.
Cuando llegó a la calle de Marta, estaba completamente empapado, se paró en
seco a unos cien metros de su puerta, tomó aire y avanzó sin apartar la vista de
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aquella casa. Pero un coche aparcó frente a ella en aquel mismo instante y captó su
atención. Un hombre salió de él y se dirigió a la misma puerta a la que él se dirigía
momentos atrás. El hombre subió las escaleras y llamó al timbre. Llevaba una cartera
de trabajo en la mano, y el traje que vestía tenía que ser de los más caros que podían
encontrarse en el mercado.
Marta abrió la puerta y sonrió a Marcos, dejándole pasar y cerrando la puerta
tras él, dejando a tan solo cien metros de allí, a un hombre completamente
derrumbado en plena calle, en medio de una de las tormentas más frías de aquel
invierno.
Jason caminó completamente abatido hacia su casa sin importarle la lluvia ni el
viento frío que revolvía su pelo. Ahora sabía que Marcos seguía en su vida y se sintió
más estúpido que nunca. Todo seguía igual, la situación no había cambiado, y él no
podía vivir allí sabiéndolo. Lo tenía decidido, se iría, se iría muy lejos de allí.
Mientras Jason caminaba hacia su casa, Marta, en una de las noches más frías
de las que había sido testigo, entregaba a Marcos una caja de cartón con las pocas
pertenencias que había olvidado llevarse. Se tomaron juntos una cerveza y hablaron
un poco de cómo iban sus vidas, pero en media hora Marcos salía de nuevo de allí
poniendo rumbo al apartamento que ahora era su hogar.
La tormenta rugió durante horas, golpeando los cristales de las ventanas en un
feroz intento de colarse en los miles de hogares de Exeter. Jason, tumbado en su
cama mirando al techo, ignoraba aquel sonido estridente que a tantas personas
impedía dormir a aquellas horas. Su rostro no mostraba nada, solo una profunda
indiferencia hacia todo lo que le rodeaba.
70
-11-
UNA VISITA INESPERADA
Desde aquel día, Jason se mostró aun más distante y frío con Marta, y no lo
hacía por rencor, ni por despecho. Simplemente le resultaba imposible estar cerca de
ella y saber que era con otra persona con la que ella compartía su vida. Cada vez que
pasaba por su lado veía a Marcos entrando en su casa aquella noche de lluvia. Cada
vez que la oía hablar sentía una sacudida que le aseguraba que nunca volvería a
besarla, ni a estrecharla entre sus brazos, y entonces su expresión se volvía más seria
aún, sus ojos más vacíos, y sus frases más cortas.
Dejó que los días pasasen lentamente y lo único que esperaba con ilusión cada
mañana era una carta de su hermano, una carta que para él era el pasaje a otra vida,
a otro mundo, a otras caras. Pero las semanas pasaban y no había respuesta, así que
también perdió esa nueva esperanza que le hacía levantarse cada día.
Simon veía consumirse a su amigo y ya no sabía que podía hacer por él, como
podía ayudarle. Al principio iba a buscarlo a su casa por las noches, para tomar unas
copas, pero Jason no tardó en negarse argumentando excusas poco ingeniosas que
no le convencían ni a él mismo. Ya no iba con él y con Natacha a cenar al que ellos
llamaban su bar, y poco a poco veía como su amigo tenía un aspecto desmejorado y
poco cuidado que comenzaba a inquietarle, estaba tan metido en sí mismo que
realmente parecía un extraño, así que un día tomó una decisión, había que hacer algo,
o lo poco que quedaba de Jason acabaría desapareciendo.
Aquel día había sido el último de las dos semanas que había estado en el centro
el último grupo de chicos. Los días ya no eran tan fríos como hacía un mes, pero aún
se congelaba el aliento al aspirar el aire helado que reinaba a los pies del bosque.
Sabía que Marta ya se había ido y que Jason se estaba duchando, y había encargado
a Natacha que fuera preparando la barbacoa porque aquella noche cenarían al aire
libre. Él tenía que ir a recoger a alguien al aeropuerto.
Cuando Jason salió de la ducha fue a encontrarse con Natacha, que enfundada
en un enorme abrigo gris veía crepitar las llamas donde poco después se asaría la
carne. Se calentaba las manos y su cara tenía reflejos anaranjados a causa del fuego.
Estaba realmente guapa. Ella se giró al oír unas pisadas a su espalda y se le
ensombreció el rostro al ver aquellos ojos apagados que tenía enfrente.
- Anda, ven aquí. – Dijo mientras agarraba a Jason del brazo y lo acercaba a
ella. – Te vas a congelar, mira como tienes el pelo, estás empapado.
Lo acercó a ella y se apoyó en su hombro sin soltar su brazo, y juntos, siguieron
mirando el fuego.
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- No tenía que haberme quedado, estoy cansado. – Murmuró él sin apartar la
vista de las llamas.
- Si claro, mejor estarías en casa solo. Mira a tu alrededor…estas en medio del
campo, al aire libre, puedes ver las estrellas porque en dos semanas, al fin, ha dejado
de llover, y vas a comer la mejor carne que hayas probado. Y lo mejor, por supuesto,
es la compañía.
Jason sonrió y miró a su amiga realmente agradecido, sabía el esfuerzo que
estaban haciendo los dos por animarle, entonces se acordó de Simon.
- ¿Y Simon?
- Ha ido a Exeter a por unas cervezas, una barbacoa sin cerveza no es lo
mismo. – Mintió ella.
No pasó mucho tiempo cuando oyeron un coche acercarse, y a los pocos
segundos vieron a dos personas acercarse en la oscuridad. Antes de que se les
pudiera reconocer, Simon comenzó a hablar.
- Jason, no te lo vas a creer, pero entro a un bar a por unas cervezas y mira a
quien me encuentro en la barra.
Jason aún no podía verlos cuando Simon acabó la frase, pero sólo unos metros
le distanciaban de su hermano menor, y él no podía ni imaginárselo.
Cuando le reconoció apenas podía creérselo. Su cara pasó de la más absoluta
indiferencia por el mundo a la más dolorosa alegría por ver a alguien que había estado
tantos años perdido. Lo miró atentamente, como esperando a que el fantasma de
Bryan se esfumara, y al comprobar que no era así y que su hermano abría los brazos
en señal de saludo, él corrió a su encuentro levantándolo en un fuerte y entusiasta
abrazo que los reunía después de tanto tiempo sin verse. Los dos rieron y dejaron
escapar algunas lágrimas de emoción, y mientras se miraban y tocaban como si
aquello no pudiese ser verdad, dos personas cogidas de la mano, en las sombras de
aquella noche tan especial, veían con ojos rebosantes de alegría como su amigo había
recobrado el color y la risa.
Jason les miraba a todos, intermitentemente, esperando alguna respuesta,
finalmente posó su mirada en Simon.
- Había que hacer algo, chavalote, estabas convirtiéndote en un auténtico plasta,
ni te lo imaginas.
Jason le abrazó y después se acercó a Natacha y le besó en la cara. Los miró y
se sintió realmente orgulloso de sus amigos.
- Jason, que conste que pensaba venir, pero cuando iba a contestarte me llamó
Simon para prácticamente obligarme a hacerlo, y pensamos que mejor te dábamos
una sorpresa.
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- Y me la habéis dado, ya lo creo.
- ¿Cuánto tiempo te quedas?
- Una semana, ha sido imposible conseguir más tiempo, pero te prometo que a
partir de ahora no vamos a estar cinco años sin vernos.
Jason miró a su hermano y asintió como si lo que hubiese dicho no tuviese
discusión.
- Bueno, creo que hay mucha carne por asar y mucha hambre, ¿No? –Dijo
Natacha mientras echaba el primer trozo a la parrilla.
Mientras comían, Bryan les contó mil historias sobre su vida en África, sobre su
trabajo, y sobre aquel continente virgen y lleno de lugares mágicos que se había
convertido en su hogar.
- ¿Cómo decidiste irte a África? – Preguntó Simon.
- Bueno, acababa de terminar medicina y tenía que decidir que hacer, y recordé
que una vez vinieron de una ONG a darnos una charla sobre las posibilidades que
teníamos de trabajar en diferentes proyectos en países del tercer mundo. Necesitaban
tanta gente que realmente todo lo que te daban era facilidades, y como tampoco había
nada que me retuviese aquí…
- ¿Y ahora…? ¿Te retiene algo allí…? – Preguntó entre risas Natacha.
- Bueno…me retiene el país, y la gente con la que llevo conviviendo todos estos
años, pero nada más.
La conversación se prolongó hasta bien entrada la madrugada. Comieron hasta
que ya no pudieron más y bebieron cerveza hasta que ésta se agotó. Entonces
Natacha y Simon se fuero a dormir, dejando a los dos hermanos solos en plena
oscuridad, al calor de las pocas ascuas que aún brillaban en la barbacoa. Los dos
guardaron silencio unos momentos y después se miraron.
Jason veía en Bryan al niño revuelto que siempre había sido pero más maduro y
calmado. Su pelo pelirrojo seguía igual de alborotado que siempre, dándole el aspecto
juvenil y desenfadado que tanto le caracterizaba, y la piel blanca de su cara, moteada
de divertidas pecas, era ahora más oscura a causa del cambio de clima que había
sufrido. Le miraba ahora y parecía que era ayer mismo cuando los dos solos cogían la
tienda de campaña y se iban al monte el fin de semana entero. O cuando se iban a
hacer escalada con los amigos a los lugares más inhóspitos que lograban encontrar. Y
un día se fue.
Al principio iba de vez en cuando a ver a su familia, pero poco a poco las visitas
se distanciaron, hasta que un día dejó de ir y no le vieron más. Siempre estuvieron en
contacto por carta, pero llegado el momento, las cartas supieron a poco. Ahora miraba
aquellos ojos verdes, y vio al niño que creció con él.
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Bryan también analizaba a Jason, que parecía más viejo y cansado de la cuenta.
- Oye, no se que has estado haciendo estos años, pero te recordaba más guapo.
- Bueno…no estoy en mi mejor momento, por eso estas aquí.
- Todo sigue igual con Marta, ¿No?
Cuando Jason miró a su hermano, había una petición en sus ojos, solo con
mirarlos podía leerse una súplica, y la urgencia de su voz no dejaba lugar a dudas.
- Bryan, tengo que irme de aquí.
No dijo nada más. Bajó la mirada y perdió la vista en el césped húmedo sobre el
que estaba sentado, como si esperase una sentencia. Bryan lo miró atentamente
antes de contestar.
- ¿Sabes? En el poblado en el que estamos trabajando, va a comenzar un nuevo
proyecto, un proyecto educativo. Allí los niños no van al colegio. En este proyecto se
pretende crear una escuela. Los educadores trabajarán con maestros locales que no
han podido desarrollar su trabajo por falta de medios, para que el resultado sea el
mejor posible. Y necesitan gente. No todo el mundo es capaz de irse allí.
Se hizo el silencio. Jason estudiaba la propuesta de su hermano, aún sin
levantar la vista del césped.
- Has de saber que vivirías en una choza, tú solo, pero al fin y al cabo es sólo
eso, una choza. Las duchas son comunitarias con todos los cooperantes y las
comidas, por supuesto, las necesarias, pero muy diferente a las de aquí. Tampoco eso
lo aguantaría cualquiera. El calor es sofocante, los mosquitos son infernales, y la
pobreza lo asola todo.
- Veo que quieres convencerme. – Dijo Jason sonriendo.
- Si, eso parece. También tienes que saber que verás los paisajes más increíbles
del mundo, conocerás gente extraordinaria, y te enamorarás de esos niños. Pagan
poco pero allí es más que suficiente, para muchos una fortuna. ¿Te atreves a cruzar el
mundo conmigo, para terminar en un poblado perdido en medio de la sabana, en el
que puedes oír como rugen los leones en mitad de la noche?
Jason tragó saliva. Ahí estaba su oportunidad. En la punta de sus dedos. Sintió
pena de dejar a Simon y a Natacha, sintió pena de dejar Exeter, de dejar el centro.
Pero un mar de trigo dorado se dibujó en su mente, unos rizos rubios se contoneaban
alrededor del rostro de una mujer que para él era inalcanzable. Cerró los ojos y asintió
en silencio.
- Hermanito, me voy contigo a África, con la sabana, con los leones, y con la
pobreza.
Pasaron dos horas más hasta que el sueño les impidió seguir hablando, así que
se fueron a dormir, ya tendrían tiempo al día siguiente de seguir contándose historias y
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anécdotas sobre sus respectivas vidas. Cuando se levantaran irían a Exeter y
pasarían allí la semana entera, por fortuna, no tenía que trabajar, así que tendrían todo
el tiempo necesario para ellos y para preparar el viaje.
El frío siguió extendiéndose en la noche pero ellos ya estaban fuera de su
alcance, y en la soledad de su habitación, Jason, bajo el calor de una montaña de
mantas, pensaba en si tantos kilómetros de distancia, tantos cambios en su vida, y
tanta gente nueva a la que conocer, serían suficientes para olvidar que un día fue la
persona más feliz del mundo junto a la mujer que, aquella noche, también le robaría el
sueño.
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-12-
LA DESPEDIDA
Los días fueron pasando lentamente, y Bryan y Jason fueron conociéndose de
nuevo. Compartieron una semana llena de largas e intensas conversaciones en las
que fueron poniéndose al corriente de todo, y pronto los dos se sintieron como si el
tiempo se hubiese detenido, como si todo siguiera igual que la última vez que se
vieron.
Pero el hecho era que el tiempo si había pasado, y tenían muchas cosas que
contarse.
Pasaron las frías tardes de aquel invierno que ya terminaba, haciendo turismo y
visitando los lugares que más le gustaban a Jason. Quedaron de vez en cuando con
Simon y Natacha para tomar unas cervezas, pero la mayor parte del tiempo la
pasaban los dos solos. La semana fue transcurriendo poco a poco y a Jason se le iba
agotando el tiempo, aún no había hablado con sus amigos y era consciente de que ya
no podía aplazarlo más.
Dos días antes de partir, los dos hermanos se dirigieron al centro, donde no
estaban seguros de si encontrarían a Natacha, pero donde sabían a ciencia cierta que
estaría Simon, y Jason casi prefería despedirse por separado. Cuando llegaron lo
encontraron cortando el césped, que con tanta lluvia se había descontrolado hasta tal
extremo que aquello parecía una selva, y como en unos días llegaría otro grupo había
que darle un buen repaso. Y allí estaba Simon para dárselo. Llevaba un abrigo azul y
una bufanda de lana se enroscaba alrededor de su cuello, haciendo juego con el gorro
que cubría su cabeza. Tarareaba una canción mientras trabajaba, y no los oyó
acercarse por detrás.
- Estamos de buen humor ¿He?- Afirmó Jason.
- Pues sí, mira que día hace, es para estar contento ¿No?
Bryan, que sabía la conversación que estaba a punto de producirse, se marchó
silenciosamente, como un fantasma que se esfuma detrás de una pared, dejándoles la
intimidad necesaria para afrontar una despedida de tal envergadura.
- Simon….tengo que pedirte algo.
- Tú dirás. - Contestó este sin levantar la mirada del césped.
- Pues…estaba pensando si tú serías capaz de guardarme el coche un
tiempo…hasta que vuelva a recogerlo.
- ¿Es que piensas irte a alguna parte?
- Bueno…pienso irme a alguna parte.
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El tono en la voz de Jason indicó a Simon la gravedad del asunto, que
inmediatamente dejó lo que hacía y se volvió hacia él, le miró a los ojos y se sentó en
el húmedo césped esperando alguna respuesta más convincente. Jason se sentó junto
a él, y cogió una ramita del suelo, entreteniéndose en partirla en mil pedacitos
mientras encontraba las palabras adecuadas.
- Piensas irte a alguna parte.
- Siento mucho dejarte así, dejar el centro, pero te prometo que es sólo un
tiempo, volveré pronto y espero seguir pudiendo trabajar aquí, sólo…búscame un
sustituto, algo temporal.
Simon miró también hacia abajo, y tocó el césped que crecía ahora tan fuerte, y
que tiempo atrás habían sembrado juntos.
- Un tiempo dices…y me dejas el coche de fianza…no me queda otra alternativa
que guardarte el puesto, para cuando quieras volver.
- No sabes cuanto te lo agradezco.
- Y…. ¿A donde te vas? Si puede saberse.
- Me voy con Bryan. Dentro de dos días.
- Vaaaya…veo que está decidido.
- No me queda otra opción. Sabes que estaba consumiéndome, un cambio me
vendrá bien.
- Si, supongo que sí. Así que a África, al menos allí recuperarás el color de esa
cara paliducha que tienes ahora, que pareces un zombi.
- Si, no estaría mal. – Dijo Jason riendo.
- Simon, estaba pensando, que cuando vuelva podríamos irnos los dos, como
antes, a hacer una buena excursión. A Los Pirineos tal vez, o a Los Alpes. Te dejo que
tú lo planees, y cuando vuelva cierras unos días y te tomas unas vacaciones, y nos
vamos a la aventura antes de empezar a trabajar otra vez.
- Mira, pues te tomo la palabra, así que mucho cuidado con no volver, ya sabes
lo en serio que me tomo los viajes.
- Me hago cargo, si.
- Voy a recoger algunas cosas de mi habitación, después vengo a despedirme.
Tú sigue con el césped que no acabas de dominarlo, ¿He?
- Muy graciosillo.
Simon lo vio alejarse con paso decidido y pensó que al menos ahora no iba
arrastrando los pies, y una triste sonrisa inundó su rostro surcado ya de algunas
arrugas, que a pesar de todo, no le hacían nada viejo, sino aún más interesante.
Jason entró en la habitación en la que había dormido todo ese tiempo y con un
nudo en el estómago empezó a recoger las pocas cosas que tenía allí. Cuando acabó
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se sentó en la cama. Llevaba unos folios en la mano, y un bolígrafo, y mientras miraba
por la ventana con ojos inexpresivos intentó encontrar las palabras adecuadas para
comenzar a escribir aquella carta. Y aunque le costó algún tiempo encontrarlas, al final
dio con ellas, sintiendo como el nudo de su estómago se aflojaba al plasmar allí cada
uno de sus pensamientos. Cuando acabó, dobló aquellos papeles con sumo cuidado y
los introdujo en un sobre, y con el pulso algo tembloroso escribió en el dorso del sobre:
MARTA.
Acababa de terminar de escribir aquel nombre cuando Natacha irrumpió en la
habitación sin llamar, con el rostro serio y la desesperación asomando en cada palabra
que pronunciaba.
- ¡Jason! ¿Qué ocurre? Acabo de llegar y he visto a Simon, tenía muy mala cara
y no ha sido capaz de decirme lo que le ocurría, le he insistido y al final, malhumorado,
me ha dicho que hablase contigo... ¿Qué está pasando?
- Bueno…ahora iba a ir a tu casa, Natacha, quería hablar contigo.
- ¿De qué?
Jason miró instintivamente el sobre cerrado que mantenía sujeto entre sus
manos, y Natacha le siguió con la mirada hasta encontrarse de lleno con aquel nombre
que tanto detestaba: MARTA.
- ¿Qué es eso?
- Es…una carta de despedida.
- ¿Despedida?
- Si. Me voy, Natacha, no puedo seguir aquí. Me voy con Bryan un tiempo.
- No me digas que estas pensando irte a…¡África!
- Si, me voy a África, mañana por la noche sale nuestro vuelo.
- ¡Mañana! No puedo creerlo, Jason.
- Para que vamos a engañarnos, tú sabes lo que me pasa, no puedo seguir aquí.
- ¡Pues que se vaya ella! ¡Este era nuestro proyecto!¡De los tres! Ahora nada
será lo mismo, es ella quien debería irse, y no tú.
Jason captó el tono con el que su amiga había escupido aquellas palabras, el
odio podía olerse en cada una de ellas.
- Ella no tiene problemas a la hora de trabajar conmigo, en cambio, yo sí.
Además, no se trata solo del centro, aunque ella no trabajase aquí, vive en esta
ciudad, y todo en el centro me recordaría a ella. Creo sinceramente, que es la mejor
solución.
- Pues yo creo, sinceramente, que eso es huir de los problemas.
- Puede ser. Pero ahora es lo que necesito.
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Natacha vio con resignación que aquella guerra estaba perdida, la decisión
estaba tomada y ella no le haría cambiar de opinión.
- Prométeme que volverás.
- Pues claro que volveré. Volveré pronto.
Se miraron tiernamente y se abrazaron despacio. Ella le acarició el pelo antes de
separarse de él y con las primeras lágrimas en los ojos le besó en los labios. Y retuvo
aquel beso en su memoria el resto de su vida, porque sería el último que le daría.
Grabó en su mente lo que sintió al entrar en contacto con aquellos labios que una
noche le pertenecieron, y saboreó aquel momento como si fuera el mejor que había
tenido en mucho tiempo. Después se levantó y le miró allí sentado, aún con aquel
sobre entre sus manos, y creyó que iba a venirse abajo en cualquier momento, así que
tenía que irse ya.
- ¿Qué harás con la carta?
- Se la daré a Simon y que se la dé a ella cuando venga.
- Puedo dársela yo, si quieres.
Jason la miró con desconfianza.
- No se si es buena idea…
- Venga Jason, me gustaría hacer algo por ti. Además, creo que iré a su casa
mañana por la mañana, hasta por la tarde no trabajamos. Quiero hablar con ella, creo
que le debo una disculpa, no he sido muy…receptiva con ella, ni muy amable, y ahora
compartiremos más tiempo juntas, debería hacer un esfuerzo por convivir con ella.
- Si estas segura…toma. Por favor, que esta carta llegue a sus manos antes de
que me haya ido.
- No te preocupes, dalo por hecho.
Volvieron a mirarse por última vez y Natacha salió de la habitación con todo su
mundo hecho trizas, con el alma rota en mil pedazos, y con la sensación de que se le
estaba escapando lo que más quería delante de sus narices y sin que ella pudiese
hacer nada por evitarlo.
La mañana siguiente amaneció con un sol débil y tímido que intentaba asomarse
y hacerse un hueco entre las nubes grises que teñían el cielo.
Natacha se despertó con los ojos hinchados y el corazón vacío. Desayunó
temprano y como le dijo a Jason, se dirigió a casa de Marta. Aquella noche había
dormido con la carta al lado de la cama, y en un primer impulso quiso abrirla y leerla.
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Pero no se lo permitió a ella misma, sería lo último que haría por Jason, y lo haría
bien. Además, era una inofensiva carta de despedida, no podía ser tan grave, seguro
que Jason no había sido capaz de despedirse en persona y tampoco era capaz de irse
sin decirle nada. Y así, a altas horas de la madrugada, consiguió dormirse pensando
que se la daría, y que a partir de aquel momento intentaría llevarse bien con ella, al fin
y al cabo, ya no sería ninguna amenaza para ella.
Cuándo llegó a casa de Marta vio que su coche estaba aparcado junto a la
puerta. Llamó al timbre y esperó. No había nadie. Decidió quedarse un poco, quizá
hubiese ido a comprar, así que se sentó en el escalón de la puerta y allí permaneció
un rato esperando.
Pero Marta no volvía, y la curiosidad por el contenido de la carta iba en aumento,
ya no tenía tan claro lo que estaba haciendo, al fin y al cabo, Jason se iba por su
culpa.
Con cuidado sacó la carta de su bolso y la sostuvo entre sus manos unos
segundos, después, con el aliento contenido la abrió sin pensárselo dos veces. Miró
aquella caligrafía nerviosa y los celos volvieron a concentrarse en su estómago.
Empezó a leer.
“ Marta, no sabes cuanto me ha costado decidirme a escribir esta carta, pero era
aún más difícil decirte todo esto en persona, así que aquí me tienes, sin saber muy
bien como empezar.
Bueno, el caso es que me voy. Me voy a África y el avión sale mañana a las
22.00 h.
Creo que nada, en estos momentos, me alegraría más que encontrarte en el
aeropuerto mañana, con una maleta en la mano, diciendo que vienes conmigo, o
simplemente que quieres que me quede contigo. Porque en ese caso me quedaría
contigo.
Ya se que tienes a Marcos, y una boda por delante. Tienes una vida en la que yo
no encajo, pero lo que ocurrió entre nosotros no ocurre todos los días, y creo que para
ti también fue…diferente, o al menos quiero creerlo, porque no puedo vivir pensando
que aquello no fue real. Todavía siento tu olor, y si cierros los ojos puedo saborear tus
labios. Y haga lo que haga, tus ojos me persiguen. Y por eso me voy lejos, muy lejos,
para que tu fantasma no encuentre el camino y yo pueda seguir viviendo, y ya que no
puede ser contigo, tendrá que ser lejos de ti.
Aún así, pensaré en tí siempre. Jason. “
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Natacha creyó que la furia iba a volverla loca. Con toda la ira que era capaz de
sentir, rompió la carta en mil pedazos y la tiró con toda su fuerza a la papelera más
cercana. No podía creerse que hubiera estado a punto de dársela, porque sabía que
entonces Jason, la hubiese visto en el aeropuerto, con maleta o sin ella. Aquello no
era una carta de despedida, era una declaración en toda regla…y una propuesta. Y ya
nunca llegaría a las manos de Marta. Estaba de pie, al lado de la papelera que había
junto a su casa, cuando oyó una voz que le resultó familiar.
- ¿Natacha?
- ¡Marcos! Vaya, hola ¿Cómo estas?
- Pues…no muy bien, y veo que tú tampoco, tienes mala cara, ¿te ocurre algo?
- Bueno, si, pero no te preocupes, no tiene remedio.
- Bueno, lo mío creo que tampoco, venía a intentar arreglarlo de nuevo.
- Si querías hablar con Marta…No está. Yo la estaba esperando, pero llevo un
rato ya aquí, y creo que voy a irme.
- Bueno, ¿y qué te parece si te invito a un café? No parece que hayas dormido
mucho, ¿No? Y te queda todo el día por delante.
- Pues me parece estupendo, Marcos.
Y así, de forma casual, Marcos entró en la vida de Natacha, invitándola a un
simple café, teniendo una simple conversación. Pasaron un rato muy agradable en el
que los dos se sinceraron, él le contó como había acabado aquella relación y como no
podía superarlo. Y ella le explicó como un día se enamoró de Jason y como ahora iba
a perderlo para siempre. Se prometieron volver a llamarse para tomar otro café, y
seguir contándose las penas. Mientras, las palabras más importantes que Jason había
logrado reunir y plasmar en un papel, se perdían para siempre en el interior de una
sucia papelera cualquiera sin llegar nunca a su destinatario.
Aquella noche, Jason y Bryan se dirigieron al aeropuerto con un cosquilleo en el
estómago. Llegaron con bastante tiempo de antelación y la espera se hizo eterna. Y
cuando ya no tuvieron más remedio que embarcar, Jason miró a su alrededor y como
el que busca una aguja en un pajar posó su mirada en cada persona que veía,
buscando unos ojos color avellana y un pelo dorado entre aquel mar de gente
desconocida. Pero no vio lo que anhelaba ver, y con más dolor del que jamás había
sentido, cruzó aquellas puertas y subió en aquel avión que le llevaría a otra parte del
mundo.
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-13-
KENIA
Cuando los dos hermanos salieron del aeropuerto les cegó un sol encendido y
abrumador, de hecho, era la primera vez que Jason veía un sol tan radiante y brillando
con tanta fuerza. Bryan, con los ojos entornados, y con la mano extendida sobre sus
ojos a modo de visera escudriñaba la marea de gente que invadía la puerta principal
del aeropuerto, buscando un rostro conocido entre tantas caras anónimas.
Cuando por fin vio a la persona que estaba buscando, le hizo señas con el brazo
y entonces un hombre alto y delgado, de unos cuarenta años de edad se acerco
ágilmente hacia ellos con una sonrisa que dejaba ver su espléndida dentadura
deslumbrante y blanca como la nieve.
Cuando el hombre llegó, abrazó a Bryan como si les uniese una gran amistad, y
mientras le decía algo en una lengua totalmente inteligible para Jason, aún sonriendo,
posó sus ojos negros en aquel rubio desconocido que sin embargo imaginaba quien
era.
Bryan le contestó también en la misma lengua, luego señaló a su hermano y esta
vez en ingles, se dispuso a hacer las presentaciones.
- Jason, este es Shaka. Sin él aquí yo hubiese estado perdido.
Shaka estrechó la mano de Jason y le miró con un rostro cargado de amabilidad.
- Espero que tu estancia aquí sea de lo más agradable.- Dijo aquel hombre de
ojos vivos y despiertos.
- ¿Hablas mi idioma?- Contestó Jason algo sorprendido.
- Casi todos los grupos étnicos africanos de Kenia tienen sus propias lenguas.
La lengua oficial es el swahili, pero también se habla el kikuyu, el luo y el inglés. –
Explicó Shaka.
- Además, Shaka es el maestro del poblado, y estudió en la universidad de
Nairobi, y ha estado en contacto con organizaciones no gubernamentales desde hace
más de veinte años, intentando mejorar la vida de su gente colaborando con estas
organizaciones, fue así como lo conocí yo.-Aclaró Bryan.
Shaka les ayudó con el equipaje y les condujo al lugar donde tenía aparcado el
viejo todoterreno descapotable que la ONG tenía para uso común en el poblado.
Cargaron las maletas en el maletero y pusieron rumbo al poblado. Una vez que
salieron de Nairobi, y abandonaron la carretera principal, se adentraron de lleno en un
largo y sinuoso camino de tierra rojiza que levantaba una inmensa nube de polvo a su
paso, a causa de la sequía y la falta de vegetación de aquella zona. Jason
contemplaba con los ojos muy abiertos aquel espectáculo, porque nunca más vería
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algo tan impactante. Estaban sólo ellos, en aquel coche, en la inmensidad de una
basta región completamente llana y árida en la que no se veía más que tierra si
mirabas al horizonte, solo tierra y más tierra, y un camino surcando aquel ancho mar
de polvo que les llevaba a ninguna parte.
Shaka, que conocía aquellas tierras a la perfección, empezó a hablar con Jason
explicándole algunas cosas de su país natal.
- En Nairobi, Jason, hay muchas cosas que ver, tu hermano tendrá que llevarte
algún día. El museo Nacional de Kenia es una visita obligada para los turistas, y no
puedes irte sin ver la Mezquita de Kirparan Road, es un ejemplo típico de la
arquitectura islámica en África. Los muros están fabricados de adobe recubierto de
lodo.
- Sí, está claro que ya que estoy aquí, no voy a irme sin conocer todo esto.
¿Dónde está el poblado al que vamos?
- Bueno, está situado en las Tierras Altas de la región meridional del país, justo
al lado de la Reserva Nacional Kora, junto al río Tana, que es el más importante de
Kenia. Vivimos rodeados de una extensa zona de sabana, salpicada por bosquecillos
de acacia y papiro.
Jason, que no podía apartar su mirada de aquel paisaje tan abrumador, fue
dándose cuenta de cómo éste iba cambiando a lo largo de los kilómetros, ahora no
solo había simplemente tierra a ambos lados del camino, ahora comenzaban a
aparecer campos de té y de patatas, en los que trabajaban numerosas personas bajo
el sol ardiente de la mañana.
- La agricultura keniata es muy diversificada.- Explicó Shaka.-En las tierras altas,
la principal área agrícola, se cultivan patatas, café, té, algodón, cereales, judías, maíz
y tabaco, mientras que en la costa y en las tierras bajas se cultivan caña de azúcar,
maíz, tapioca y algodón. La cría de ganado y la producción de leche y sus derivados
son también muy importantes para nuestra economía. Aquí, la gente vive de la tierra.
Jason agradecía profundamente las explicaciones de aquel desconocido con el
que había simpatizado desde el principio, y que se convertiría en uno de sus
principales apoyos allí.
- Shaka, entonces tú vas a trabajar en el nuevo proyecto educativo, ¿No?
- Sí, de hecho, me ha costado años ponerlo en marcha, no podría dejar de
participar en el. Cuando acabé la universidad volví al que había sido mi poblado desde
que nací, e intenté montar una escuela pequeña para los niños de allí y de los
alrededores. Pero fue realmente difícil. Al principio funcionó. En este país la educación
no es obligatoria, aunque la mayoría de niños y jóvenes acude a centros improvisados
en medio de las aldeas para aprender a leer y escribir. El gobierno de Kenia, sin
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embargo, garantiza la gratuidad de los primeros ocho años de enseñanza, aunque son
los padres los que deben ocuparse de comprar el material. Para los keniatas implica
un gran esfuerzo, pero la mayoría de las familias se sacrifican para que sus hijos
puedan algún día escapar de la pobreza.
- ¿Y qué pasó?
- Pues el problema no era la falta de niños, sino que yo no tenía medios, no tenía
material, y al principio hacía lo que podía, pero al final los padres empezaron a
quejarse y a pensar que si las condiciones en las que sus hijos iban a aprendes eran
esas, muy pobres, mejor les ayudaban a ellos en el campo. Pero después de mucho
esfuerzo conseguí que la Organización en la que trabaja Bryan se interesase también
en poner en marcha un proyecto educativo, que financiarían ellos, así que aunque no
vamos a tener lujos, al menos habrá algo de material e infraestructuras.
- ¿Quiénes vamos a trabajar en esto?
- Tú, mi hermana y yo. En las ciudades más grandes es común que los niños
sepan inglés, pero en poblados como éste no es lo más normal, y creemos que sería
interesante enseñarles el idioma, podría abrirles muchas puertas si pudieran ir algún
día a la universidad, a Nairobi, o deciden salir de África, y al ser pequeños no les
costará aprenderlo.
- Sí, es buena idea.
- Jason, y también sería buena idea que tú aprendieras la lengua local, si no te
será muy difícil comunicarte con la gente, sobre todo con las personas más mayores,
deberías recibir también clases, al menos al principio.- Puntualizó Bryan.
- Sí, claro, por mí no hay problema, si alguien tiene la paciencia de enseñarme…
El sol seguía golpeando sus caras con fuerza y comenzaban a estar cansados.
El paisaje seguía cambiando conforme se acercaban a su destino. Ahora cogieron un
desvío y se metieron en un camino más estrecho y con más baches, y conforme
avanzaban fueron introduciéndose en la sabana. A los lejos, frente a ellos, se
extendían Kilómetros de un terreno sin límites, en los que las gramíneas cubrían el
suelo y en el que algún árbol aislado moteaba aquel mar amarillo con un verde seco
que sin embargo daba vida al paisaje.
Cuarenta minutos después vieron en la lejanía el poblado. La aldea estaba
formada por unas veinticinco chozas. Conforme se acercaban, el lugar tomaba forma,
y Jason pudo distinguir con claridad las casas circulares con techo de paja que eran
frecuentes en muchos lugares de África. Para construir estas casas el techo de paja
era sujetado en capas a la estructura de madera y el suelo del interior estaba hecho de
lodo seco, aunque esos eran detalles demasiado minuciosos para que Jason se diera
cuenta en aquel momento.
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Cuando aparcaron el coche, una multitud de niños se acercaron corriendo y les
rodearon entre risas y frases que Jason fue incapaz de comprender. Cuando Bryan y
Shaka les hablaron y les tranquilizaron, los niños volvieron a las tareas que estaban
realizando antes de que ellos llegasen, y fue entonces una mujer la que se acercó a
ellos.
La mujer saludó a los dos hombres que ya conocía y después miró con
curiosidad mal disimulada al acompañante que habían traído con ellos, esperando que
alguien le dijese quien era y que hacía allí. Fue Shaka quien habló y lo hizo en inglés,
para que Jason pudiera entenderlos. Aquella mujer también conocía el idioma.
- Stefa, este es Jason, el hermano de Bryan, y nos ayudará en la escuela. Jason,
ella es mi hermana, a partir de ahora, trabajaremos los tres juntos.- Dijo con tono de
satisfacción.
Stefa cogió con suma dulzura las manos de Jason entre las suyas, en señal de
bienvenida, y le dijo lo agradecida que estaba de tenerle allí, cualquier ayuda era
buena.
Lo primero que hicieron fue presentarle al resto de los compañeros que
trabajaban en la organización, y después fueron a comer algo. Charlaron largo rato en
la sobremesa y a continuación, Bryan acompañó a su hermano a la que sería su
choza, su casa en aquel lugar.
Aunque desde fuera parecía más pequeña, una vez dentro se dio cuenta de que
era más espaciosa de lo que parecía en un principio. Había una cama, una cómoda
con tres cajones y una mesa pequeña con una silla, ventajas que los miembros de la
organización habían añadido a aquellas rudimentarias viviendas para llevar una vida
más cómoda.
Mientras Jason se instalaba y deshacía el equipaje Bryan se reincorporó al
trabajo, una semana fuera había sido mucho tiempo, tenía muchas personas a las que
ver y sus compañeros tenían que informarle de los cambios que hubiese podido haber.
Jasón no tardó mucho tiempo en sacar la ropa y las pocas pero útiles cosas que había
llevado, así que decidió salir fuera en busca de Shaka, tenían que hablar de lo que iba
a ser su trabajo a partir de ahora.
Lo encontró en la puerta de una choza que se encontraba bastante cerca de la
suya, estaba hablando con Estefa, y cuando se acercó a ellos, ambos le saludaron
amablemente sin dejar de sonreir.
- Hola Shaka, había pensado que podíais explicarme como va el proyecto de la
escuela, cuando empezamos, como habéis enfocado las clases…
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- Si, ahora estábamos hablando de eso. Pero mejor nos sentamos y hablamos
tranquilamente. Ven, iremos al barracón común, allí es donde comemos todos los
cooperantes.
Tuvieron que andar muy poco para llegar, y a cada paso que daba, Jason sentía
muchas miradas clavadas en él, ahora era el centro de atención y no pasaba
inadvertido.
El barracón común, como Shaka lo había llamado, no era más que una caseta
rectangular construida con los mismos materiales que las chozas, pero bastante más
grande que estas. Dentro había tres habitaciones.
La mayor era un comedor que también usaban como sala de reuniones para
hablar del trabajo o de como evolucionaban las cosas. En el centro había una mesa
rectangular muy larga y a ambos lados había bancos donde poder sentarse.
La otra habitación era una improvisada cocina con los utensilios mínimos para
poder cocinar, donde también almacenaban cajas de comida para largas temporadas.
Y la última y más pequeña era un cuarto de baño también con las condiciones
mínimas. Hacía algunos años aquello era impensable, ya que no disponían de agua
potable, y mujeres y niños tenían que andar largas horas bajo el sol y al acecho de
cualquier animal, para conseguir un poco de agua. Pero desde hacía algún tiempo ya,
el poblado disponía de un pozo con el que abastecerse de agua, y se habían acabado
aquellas rutinarias caminatas, pudiendo ahora dedicarse estas personas a otras
tareas.
Cuando llegaron no había nadie en el interior, así que tomaron asiento en el
primer sitio que encontraron.
- Bueno Jason. Creo que ahora, lo más importante, es que tú aprendas la lengua
local, he hablado con Estefa y está dispuesta a enseñarte ella. Yo, con otros hombres
del poblado, empezaré la construcción de la escuela, que será más o menos como
esta sala.
- ¿No está construida aún?
- No, ya te dije que acaban de aprobar el proyecto, has llegado para verlo nacer.
Por eso debes aprovechar para aprender mientras nuestra lengua.
- ¿Cuántos niños crees que tendremos?
- Pues…ahora no sabría decirte, pero iré tanteando el terreno.
Hablaron durante un buen rato hasta que Estefa y Shaka tuvieron que irse. Le
explicaron que a unos metros de allí estaba el barracón que usaban como hospital, en
el que trabajaba Bryan. Pero Jason no quería molestar y prefirió dar una vuelta por los
alrededores, al fin y al cabo, aquel iba a ser su hogar durante un tiempo indefinido,
tenía que conocerlo.
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Estaba anocheciendo. El cielo empezaba a teñirse de tonos anaranjados, y una
enorme bola de fuego surcaba el cielo buscando algún lugar donde esconderse. Jason
comenzó a andar sin saber muy bien hacia donde dirigirse. Bordeó las chozas y salió
del poblado con paso lento, observando cada detalle del paisaje. Las gramíneas
dominaban el terreno, llegándole a la altura de los muslos, pero entre aquel mar de
hierba había un delgado camino de plantas pisadas que se había formado a fuerza de
pasar muchas veces por aquel lugar. Decidió seguir aquel camino, tendría que llevar a
algún lugar al que la gente del poblado solía ir.
Pronto comenzó a oír el rumor del agua y las voces de varios niños, y cuando
llegó al borde de terreno donde las gramíneas dejaban de crecer, no pudo evitar
sonreír de buena gana al ver aquel espectáculo. La pendiente del terreno era en aquel
lugar más pronunciada, y el suelo estaba húmedo y algo encharcado. Anduvo un poco
más hasta que encontró un lugar seco y algo resguardado, y se sentó.
Desde allí podía ver como unos seis o siete niños se agolpaban en una roca que
sobresalía en un lugar del río en el que el cauce era más profundo, después de vacilar
unos instantes, se tiraban al agua sin previo aviso entre el griterío de los que
acababan de subir de nuevo a la roca, totalmente empapados y riendo como si fueran
los más felices del mundo.
Jason los contempló largo rato. El lugar era agradable, en los bordes del río
crecían numerosas especies de plantas que jamás había visto. Había árboles de
raíces enormes que sobresalían del agua, y cuyas hojas eran de un tamaño
espectacular. Estaba fijándose en un árbol cuyas ramas flexibles se doblaban cayendo
hasta introducirse en el agua, cuando oyó una ramita crujir a su espalda. Se sobresaltó
y se giró rápidamente, y suspiró aliviado al ver lo que tenía enfrente.
Una niña de unos ocho años le miraba fijamente con unos ojos negros tan
despiertos que cautivaron a Jason al instante. La niña estaba empapada, y supuso
que era una de las que habían saltado al agua hacía unos momentos, y no sabía
como, había llegado de repente allí. Tenía el pelo muy rizado y aunque lo tenía corto lo
llevaba recogido en seis o siete moños que le daban un aspecto muy divertido.
Ella se le acercó sin ningún miedo y cogió un mechón de aquel pelo liso y rubio
que tanto llamaba la atención en aquel lugar. Tocó el pelo con curiosidad y después lo
soltó, señalando a Jason con el dedo índice.
Repitió este gesto varias veces más, hasta que al fin Jason comprendió.
- Jason.- Dijo este con voz alta y clara. Después la señaló a ella.
- Jason.- Repitió ella con voz vacilante. Después se señaló a ella misma con sus
propias manos y dijo:
- Margru.
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- Margru.- Repitió Jason sonriendo.
Margru asintió con la cabeza también sonriendo, y después desapareció
corriendo, dirigiéndose hacia sus amigos que la esperaban en la roca. A los pocos
minutos todos los niños gritaban su nombre divertidos y le saludaban con la mano, y
Jason no pudo evitar emocionarse ante aquel encuentro increíble que había tenido con
ellos.
Cuando quiso darse cuenta había oscurecido casi por completo, pero una luna
inmensa alumbraba la sabana, reflejándose en el agua que ahora permanecía
tranquila. Se levantó con las piernas entumecidas a causa de la humedad y de
permanecer tanto rato en la misma postura, y comenzó el camino de vuelta. Cuando
ya le quedaban pocos metros para llegar al poblado, vio la silueta inconfundible de
Bryan que se dirigía hacia él.
- Iba a buscarte, hermanito, la cena está lista. Algunos chicos me dijeron donde
estabas.
Jason sonrió al recordar lo ocurrido.
- Bryan, no sabes cuanto me alegro de estar aquí.
- Y yo me alegro de que te alegres.
Y así, los dos hermanos se dirigieron al barracón común, donde habían hecho
una cena especial de bienvenida a Jason y todos los cooperantes les estaban
esperando. Algunos aldeanos tocaron instrumentos típicos de aquella región de África
y la música y los bailes se prolongaron hasta bien entrada la madrugada.
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-14-
ESTEFA
Estefa era una mujer delgada como casi todas las de la tribu, pero era algo más
alta de lo normal y eso le daba un porte más elegante. Tenía el pelo muy corto y
llevaba un adorno alrededor de la cabeza, algo muy usual en las tribus africanas. Era
una delgada tira de cuero, con unos pequeños adornos de color marfil que caían sobre
su frente, contrastando con su piel negra como la noche más oscura. Aquel día vestía
una falda, que consistía en una fina tela tintada a mano con productos naturales, liada
alrededor de su cuerpo a modo de pareo que le llegaba hasta los tobillos, con colores
alegres y dibujos muy llamativos. En la parte de arriba llevaba una especie de túnica
ancha que le llegaba a la altura de la cintura, de color rojo y de su cuello colgaban
numerosos collares de diferentes tamaños.
Jason estaba sentado en el barracón común, el lugar donde recibiría sus clases
a partir de aquel día, cuando la vio llegar. Cuando estuvo prácticamente a su lado
pudo oír el tintineo que las numerosas pulseras que llevaba, producían al chocar unas
contra otras.
Se sentó a su lado y le regaló una sonrisa radiante llena de vitalidad, que él no
pudo evitar devolver.
Charlaron cordialmente y después comenzó la que sería la primera de las
muchas clases que recibiría en aquel barracón hasta que finalmente dominara el
idioma. Aunque aquellos ratos eran divertidos, a Jason le costó bastante al principio,
pero pronto comenzó a acudir a aquellas sesiones como si fueran parte de su rutina
diaria allí, convirtiéndose en algo indispensable para él, al igual que la compañía de
Estefa, que se convirtió pronto en alguien insustituible. Cuando terminaban las clases,
solían acercarse al lugar donde estaba construyéndose la escuela, y en pocas
semanas vieron como el edificio iba tomando forma y comenzaba a parecerse a lo que
ellos tenían en mente.
En ocasiones, Jason iba con Shaka y con Bryan a Nairobi a por paquetes de
medicamentos y utensilios necesarios para el hospital, que eran enviados por la
organización, y aprovechaban para hacer algo de turismo por la capital.
Desde aquel primer día que se sentó junto al río y vio a los niños jugar en la
roca, Jason se había acostumbrado a ir a aquel lugar cada tarde cuando se empezaba
a poner el sol, y allí era testigo de aquellos momentos tan auténticos que vivían los
que pronto serían sus alumnos. Poco a poco fue forjándose una relación muy especial
entre Margru y él, y solía soster con ella conversaciones que le ayudaban a mejorar el
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idioma, aunque la niña se reía con frecuencia de sus equivocaciones y en una ocasión
le dijo que debería ser ella la maestra y no él.
Poco a poco también fue conociendo a los mejores amigos de Margru. Kenneth
era un niño de unos ocho años que siempre iba con ella, y también solían
acompañarles Kimbo, Ka y Salá.
A los dos meses de su llegada al poblado, la escuela comenzó a funcionar.
Después de largas jornadas de clases intensivas, Jason ya se defendía con bastante
soltura hablando en aquel idioma, y podía entenderse fácilmente con la gente.
Los primeros días sólo fueron seis o siete niños, pero pronto el número fue
creciendo hasta llegar a cerca de quince, lo que era todo un logro. Se organizaron
haciendo tres grupos clasificados por edades, y cada uno de los maestros trabajaba
con un grupo, rotando entre ellos. Shaka y Estefa les enseñaban a escribir y leer en su
propio idioma, mientras que Jason hacía lo propio con el inglés.
Cuando la escuela cerró aquella tarde Jason se dirigió a su choza, cogió un
cuaderno y un bolígrafo y se fue directamente a aquel lugar del río que había hecho
suyo. Llevaba ya dos meses allí y aún no le había escrito a Simon, así que decidió que
aquel sería el día, no podía retrasarlo más, aunque sabía que con esa carta iban a
abrirse muchas heridas que empezaban a cicatrizar, y una parte de él se resistía a
hacerlo. Sin embargo, otra parte de él necesitaba compartir con su mejor amigo todas
esas experiencias.
Cuando llegó no había nadie, solo estaban el agua, los árboles y él, y miles de
pensamientos que anhelaban ser plasmados en unas cuantas hojas de papel.
“Hola Simon,
Se que no tengo excusa, debería haberte escrito antes, pero en estos meses he
estado adaptándome a todo esto y prefería dejar pasar un poco más el tiempo. Lo
primero es darte las gracias por la forma en que te tomaste todo esto, se que te dejé
colgado, y que ahora necesitarás a alguien, y quiero que sepas cuanto agradezco tu
comprensión.
Aquí la vida es muy tranquila, hay que coger el coche para ir a Nairobi o a
cualquier parte fuera del poblado, pero en general, nos desplazamos a pie y por
supuesto no hay ruido de coches por las noches, como en el centro. Los paisajes son
abrumadores, aquí te mando una foto de algunos alumnos bañándose en el río, otra
del poblado, y de la fiesta de bienvenida que me hicieron los compañeros de Bryan,
así podrás hacerte una idea de como es mi vida aquí.
La gente ha sido muy amable conmigo desde el principio, me han enseñado el
idioma y han sido todo lo hospitalarios que se puede ser con un desconocido que llega
90
a tu hogar de buenas a primeras. Esto es como una gran familia, todos se conocen y
se ayudan, y de vez en cuando se reúnen por las noches y comparte su tiempo,
tocando música y bailando danzas y bailes típicos de Kenia.
La comida no tiene nada que ver con lo que nosotros acostumbramos a comer.
Aquí, el ugali (una masa dura) y el uji (gachas), preparados con harina de maíz, mijo o
harina de sorgo, son los alimentos básicos tradicionales. El ugali se come con un guiso
que puede incluir carne de cabra, vaca, cordero o pollo, pescado, habas y otros
vegetales, dependiendo de los alimentos disponibles. La carne es cara y suele
reservarse para las ocasiones especiales. El pescado también es caro, excepto en los
pueblos de pescadores. También se toma arroz, kitumbua (buñuelos de harina de
arroz) y chapati (pan plano), particularmente en la costa.
Además de Bryan, Shaka y Estefa son los que más me han ayudado aquí, y son
mis compañeros en el trabajo. Y hablando de compañeros de trabajo… ¿Cómo está
Natacha? Dile que pronto le escribiré a ella, y que la echo mucho de menos.
Y a ti, por supuesto, también te echo de menos, te encantaría estar en este
lugar, Simon, y sobre todo te encantaría este sol y estos paisajes, no sabes las
excursiones que haríamos aquí los dos.
Pues nada, chavalote, aquí tienes la dirección del sitio donde nos llega el correo,
en Nairobi, espero que me escribas pronto y me cuentes como van por allí las cosas,
que sepáis los dos que me acuerdo mucho de vosotros.
1abrazo, Jason”
Cuando terminó de escribir, guardó la carta doblada en el cuaderno y se quedó
un rato a solas contemplando el agua tranquila. Ya había oscurecido, había luna llena
y esta se reflejaba en el río, haciendo de aquel lugar en aquel momento, algo mágico.
Oyó unos pasos acercándose por detrás de él, y se giró despacio,
encontrándose con los ojos negros de Estefa y con aquella sonrisa que siempre le
acompañaba.
- Sabía que te encontraría aquí.
Él la miró por toda respuesta, sin decir nada, y ella se sentó a su lado.
- Acompáñame, Jason, quiero enseñarte algo, sólo habrá que andar un poco.
Los dos se levantaron y Jason siguió a Estefa. Fueron por un camino que él no
conocía, siguiendo el cauce del río, dejándose guiar por la luz de una luna enorme que
les vigilaba desde arriba.
Durante todo el trayecto fueron en silencio, la oscuridad de la noche sobrecogía
a Jason, que no estaba acostumbrado a pasear a aquellas horas por un laberinto de
árboles y arbustos cada vez más altos y exuberantes. Cuando llevaban cerca de
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media hora caminando la pendiente del terreno se inclinó hacia abajo
considerablemente, y Estefa se paró en seco.
Desde allí se veía el lugar que ella quería mostrarle. El río se ensanchaba
enormemente, adquiriendo a la vez gran profundidad, mostrando en el centro el reflejo
de una luna redonda que les había alumbrado todo el camino. Aquel sitio era como un
refugio secreto, un paraíso aislado, escondido, rodeado de gruesos árboles que
parecían custodiarlo.
Algunas de las lianas que colgaban de las altas ramas nudosas llegaban a rozar
el agua, y el rumor de esta fluyendo lentamente era como un bálsamo para Jason, le
encantó el sitio y le encantó aún más que Estefa se lo mostrara.
- Siempre que quieres estar solo vas al río. Supuse que el agua te gustaba y que
te agradaría conocer esta parte del río.
- Me encanta, Estefa, gracias por enseñármelo. En Exeter estaba acostumbrado
a la lluvia constante, y siempre me gustó mojarme, aunque hiciese frío, o viento, me
gustaba sentir como las gotas mojaban mi cara. Aquí no ha llovido desde que llegué,
supongo que sin pensarlo he suplantado la lluvia por el río, puedo pasarme horas con
los pies en el agua, mirando los dibujos que se forman alrededor de ellos. Me relaja.
Bajaron con cuidado porque el terreno estaba resbaladizo a causa de la
humedad, y cuando llegaron al borde del río Estefa comenzó a desnudarse bajo la luz
plateada de la luna llena.
Jason la contempló algo asombrado, aquello le había cogido por sorpresa, pero
aún así se fijó en el cuerpo esbelto que se mostraba ante él, se fijó en esas piernas
delgadas y fuertes, en ese vientre plano y en esos pechos pequeños pero firmes.
- Vamos Jason, el agua está estupenda, seguro que nunca te has bañado en un
lugar así. - Dijo ella una vez dentro del agua.
El vaciló unos segundos, pero finalmente pensó que era cierto, nunca se había
bañado en un lugar así, y sin pensárselo dos veces comenzó a quitarse la ropa y
pronto estuvo junto a ella nadando en la parte más profunda, rodeados de mil sombras
que se desfiguraban en la espesura de la densa vegetación.
Si a Jason no le persiguiesen aún ciertos fantasmas del pasado, se hubiese
dado cuenta de como le miraba aquella mujer. Si aún no le persiguiese la sombra de
un recuerdo demasiado vivo, hubiese visto el deseo camuflado en los labios de Estefa.
Pero no fue capaz de ver más allá de los hechos, sólo vio a una amiga mostrándole un
lugar especial, y compartiendo con él uno de los momentos más bonitos que vivirían
juntos.
Al día siguiente Shaka fue a Nairobi a por algunos paquetes que habían llegado,
y Jason le dio la carta que había escrito para Simon, recordando de repente el día que
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le dio a Natacha la carta que había escrito para Marta. De repente se sintió estúpido,
pequeño, idiota. Seguía pensando en ella y se odiaba por ello. Le había dicho que se
fuera con él, o que él se quedaría con ella, y él había creído que la vería en el
aeropuerto, estaba convencido de que iría, y en realidad no sabía porqué. Él llevaba
meses sin apenas dirigirle la palabra y esperaba que por darle una simple carta, ella
iba a dejarlo todo para estar con él, incluso a Marcos, al hombre con quien iba a
casarse. De repente vio con claridad que todo había sido culpa suya. Todo.
La quería, y no la escuchó cuando quiso explicarse, no le dio la oportunidad que
cualquiera merece para defenderse, directamente la juzgó y la consideró culpable, y él
se consideró la víctima de todo aquel entramado. Y desde aquel día se había abierto
un abismo entre ellos que él no fue capaz de cerrar en tanto tiempo, y no lo entendía.
¿Por qué no le había dicho lo que sentía desde un principio? ¿Y si hubiese dejado a
Marcos por estar con él? Podía ser que ella hubiese estado dispuesta a hacerlo, pero
él no le dio la oportunidad de hacerlo, porque mató cualquier posibilidad de que
existiese una relación entre ambos, y entonces ella siguió con su vida sin más, porque
él tampoco le había dado otra opción. Y cuando quiso dársela era demasiado tarde, o
eso pensó él.
Y ahora estaba allí, en otra parte del mundo, y aún le perseguían estos
pensamientos. Se sintió totalmente desolado, fue consciente de que en vez de luchar
por la mujer que quería había huido, sin llegar a decirle a la cara lo que sentía. Una
carta no era suficiente. Y había sido tan cobarde de no hacerlo, de resignarse, de salir
corriendo. Y ahora era demasiado tarde para recuperarla, tendría que asumir que
aquella historia ya había acabado, para siempre, y que él tenía que rehacer su vida sin
aquellos recuerdos que le desgarraban el alma. Y a partir de aquel día, Jason enterró
la imagen nítida de Marta en lo más recóndito de su ser, en lo más profundo de su
mente, obligándose a no pensar en ella, obligándose a pensar que ya estaba todo
perdido.
Conforme los días fueron pasando esta tarea fue siendo más y más fácil. El no
verla cada día le facilitaba enormemente las cosas, y el estar trabajando tan
entusiasmado con la escuela mantenía su cabeza ocupada. En su tiempo libre siguió
explorando el lugar con Estefa, que siguió llevándole a los lugares más escondidos de
la zona. Con Bryan hacía largos recorridos en coche visitando los campos de té y otros
cultivos que tenía la gente del poblado, así como los lugares a los que llevaban el
ganado de pastoreo.
También hicieron algunas visitas más a Nairobi, y a las reservas naturales más
cercanas, y pronto, Jason tenía una idea clara en su mente de cómo era aquel país, y
de cómo era aquella gente que le había acogido con los brazos abiertos. Y así fueron
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pasando los días, las semanas y los meses, como se escurre el agua entre los dedos,
y antes de darse cuenta se había adaptado a aquella forma de vida, a aquellas largas
caminatas por el río, a las caras de aquellos niños tan auténticos y a los ratos tan
especiales que compartía con Margru. Pronto, el recuerdo de Marta quedó anclado en
su memoria, al igual que el recuerdo de aquel primer beso en el refugio. Ahora,
cuando Jason se acostaba por las noches en su choza y miraba al techo, no era en los
ojos de Marta en lo que pensaba, ni en sus manos, ni en sus rizos dorados. No
pensaba en su olor, ni en el sabor de su piel, que tantas noches le había robado el
sueño, ni tan si quiera en su forma de caminar o de reír que tanto le gustaba.
Ahora ocupaba su mente un sol ardiente escondiéndose en el horizonte, una
luna redonda reflejada en las calmadas aguas del río, el rugido en la noche de algún
león marcando el territorio. Ahora cerraba los ojos y sentía el aire cálido rozándole la
cara, meciéndole el pelo, susurrándole al oído, y una sensación de bienestar le
inundaba el alma, y entonces pensaba que había hecho lo correcto, había hecho lo
que debía, quizá todo había ocurrido así para que él fuese a África, a Kenia, al
poblado. Quizá aquel era su sitio y tuvo que ocurrir todo de aquella manera para que él
lograra tomar una decisión tan radical, porque ahora estaba allí y se alegraba
enormemente.
Se había reencontrado con su hermano, redescubriendo así una amistad perdida
y olvidada que ahora necesitaba como el aire que respiraba, y había encontrado en su
camino personas maravillosas como Shaka, Estefa o la pequeña Margru. Y el
pensamiento de no quedarse solo por un tiempo fue formándose en la mente de
Jason, que ahora sentía que aquel poblado era su hogar y aquella gente su familia.
Cuando por fin se quedó dormido los sueños le invadieron por completo, durmió
intranquilo, se movió constantemente, y no paró de sudar en toda la noche. Cuando el
alba comenzaba a despuntar, Jason se levantó sobresaltado, bañado en sudor y con
la respiración agitada. Volvió a tumbarse y cerró los ojos diciéndose que sólo había
sido una pesadilla. Al volver a dormirse las imágenes que le habían despertado se
repitieron una y otra vez en su cabeza. Una mujer caminaba de espaldas a él, así que
no podía verle la cara, no era muy alta, ni muy delgada, y llevaba el pelo castaño a la
altura de la nuca. Iba de espaldas a él y sin embargo sabía que sonreía, estaba feliz,
aunque él no sabía por qué. La mujer estaba cruzando un paso de peatones cuando
un coche rojo la arrolló, y su sonrisa de borró de su rostro. Jason no llegó a ver la cara
de aquella mujer, pero le pareció un sueño de lo más extraño, era como si…la
conociese.
94
-15-
UN AÑO DESPUÉS
Aquella mañana había amanecido fresca y soleada, pero a aquellas tempranas
horas podía intuirse ya que haría un día espléndido con una temperatura de lo más
agradable. Sin embargo, dentro de casa hacía algo de fresco, así que Marta cogió una
manta que tenía cerca y se envolvió en ella, agradeciendo al instante su cálido
contacto.
Estaba sentada en el sofá con una taza de café caliente entre las manos,
mirando a través de la cristalera de su salón como unos pájaros revoloteaban
alrededor de unas migajas de pan que había en el suelo. Aún llevaba el pijama puesto,
el pelo enmarañado caía suelto sobre sus hombros, y unas oscuras ojeras delataban
que había pasado mala noche.
Marta recostó la cabeza en el respaldo del sofá y cerró los ojos. Era sábado, no
tenía que trabajar y debería estar durmiendo, pero sin que tuviera que sonar el
despertador se había levantado, y ahora estaba allí, mas dormida que despierta, con
un nudo enorme en el estómago que no le dejaba terminarse el café.
Aquel día, hacía exactamente un año que Jason se había ido, y aunque se había
acordado de él todos los días, aquel sería especialmente difícil de sobrellevar.
Recordaba ahora con una sombra de dolor en el rostro el día que descubrió que Jasón
se había ido. Había ido a trabajar al centro, como cada día. Llegó media hora antes de
lo previsto y encontró a Simon, con aspecto cansado, desayunando en el comedor.
- Hola Simon, he visto el coche de Jason aparcado ¿Dónde está?
Bastó una mirada de Simon para saber que algo andaba mal. La miró con
tristeza, con dolor, incluso con algo de sorpresa.
- ¿Jason no se despidió de ti?
Marta escuchó aquella pregunta como el que oye algo que sabe que es verdad
pero espera haberlo oído mal. Sin decir nada se sentó a su lado con semblante serio y
preocupado, con una débil esperanza dibujándose en sus ojos, que Simon mató
minutos después.
- Jason se ha ido, Marta, suponía que te lo habría dicho él mismo, pero ya veo
que no.
- ¿Dónde está? – A Marta le temblaba la voz.
- Pueess…está en África. En Kenia.
A Marta se le congeló la mirada al instante.
- Qué estas diciendo, Simon.
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- Lo que oyes.
Marta se levantó de repente y caminó nerviosa por la habitación, aquello no
podía estar ocurriendo, aquello no podía ser verdad. Pero la expresión de Simon no
dejaba lugar a dudas.
- Cuando vuelve…
- No se cuando va a volver, Marta. No se nada.
- Dame su dirección, Simon.
- No la tengo, dijo que me escribiría y me la mandaría, espero que lo haga
pronto.
Marta se sintió hundida, le temblaba el pulso y la voz no le salía. Se llevó las
manos a la cara y se giró sobre si misma, dándole la espalda a Simon, y sin darse
cuenta empezó a llorar, era un llanto desesperado ante una situación que la hacía
sentirse totalmente impotente. No podía hacer nada. Simon se levantó del banco de
madera en el que se encontraba sentado y se dirigió hacia ella, la abrazó y la dejó
desahogarse en su hombro.
- Simon, tengo que verle, tengo que ir, necesito su dirección…no ha podido irse
sin más...yo… - Pero las lágrimas apenas la dejaban hablar.
- Tranquila, Martita, va a volver. Solo necesitaba aires nuevos, necesitaba estar
un tiempo con su hermano, que vive allí. Pero prometió que volvería, y yo le creo,
además, tiene que recoger su coche. Por la dirección no te preocupes, pronto escribirá
y podrás mandarle una carta si quieres.
Siguieron abrazados largo rato, sin decir nada. Marta no podía pensar, no podía
hablar, no podía creer que aquel día no le vería, ni ningún otro…Y Simon se
estremeció al darse cuenta de la gran equivocación de Jason, al darse cuenta de
cómo temblaba aquella mujer entre sus brazos, al ver como las lágrimas inundaban su
rostro. No sabía por qué no se había despedido de ella, aunque suponía que para él
habría resultado muy difícil. Y ahora se había ido para olvidarla y ella lloraba como una
niña por su ausencia.
Marta salió de sus pensamientos cuando sintió el café caliente quemándole el
brazo, estaba tan ensimismada recordando aquellos momentos, que no se había dado
cuenta de que se lo estaba echando encima. Malhumorada, se levantó del sofá y lanzó
al suelo la manta manchada, y se dirigió a la cocina a por un trapo con el que
limpiarse, después volvió al sofá y esta vez se tumbó, volviendo a cerrar los ojos.
El día que la primera carta de Jason llegó se le cayó el mundo encima. Cuando
llegó al centro, Simon la estaba leyendo entusiasmado, y aunque al principio se
resistió, finalmente no pudo evitar que ella la leyera. En la carta hablaba de cómo
estaba allí, de cómo eran sus primeros días, de cómo era la gente. Hablaba de Simon
96
y hablaba de Natacha, pero a ella no la mencionaba. Ni en esa ni en las siguientes
cartas que fue mandando periódicamente. Ni tan si quiera le pedía a Simon que le
diese recuerdos, ni tan siquiera le preguntaba que como estaba.
Marta se consumía en cada carta que leía, pensando que Jason se había ido sin
despedirse, que se había adaptado muy pronto a su vida allí, que no le enviaba ni
saludos. Veía como iba integrándose, como pasaba el tiempo, como no preguntaba
por ella. No significaba nada para él. Seguramente nunca significó nada, le vino muy
bien el numerito de Marcos porque seguramente no pensaba seguir con ella, ahora
recordaba la conversación con Natacha y se dio cuenta de que entonces tenía razón,
él nunca quiso comprometerse, él nunca la quiso.
Leía sus cartas y la esperanza de volver a verle iba muriendo con ellas. Oía
hablar de Estefa y la sangre le ardía dentro de las venas. Pronto comprendió que
Jason se había ido para siempre, que no volvería, y que de nada valdría escribirle, y
menos aún ir a verle, no le escuchó en el centro y no le escucharía en África.
Conforme los días fueron pasando ella fue volviéndose más seria, más
reservada, más triste. Trabajar con Natacha cada día era peor, porque ella estaba, o al
menos se mostraba, irritablemente feliz, y eso aún la hacía más insoportable.
En casa se sentía más sola que nunca, y si no fuera por Anne y Bily, se hubiese
encerrado día y noche para no salir más de aquellas paredes. Pero Anne iba cada día
a verla, incluso logró sacarla con la excusa de que ya era hora de renovar su oscuro
vestuario, alegando que para ello necesitaba su ayuda, y así, las dos, se iban de
compras y poco a poco Anne consiguió ir sacando alguna sonrisa de aquel rostro
pálido. Después, cuando ya no podía comprar más ropa, se presentaba en su casa
diciendo que había decidido cortarse el pelo y que ella tenía que aconsejarle, así que
también se la llevó a la peluquería porque tenía que ayudarle a decidirse por un corte
de pelo u otro, por un color para las mechas, u otro.
Y al cabo de unos meses Anne parecía diez años más joven y Marta parecía
algo más viva, aunque por dentro aún tenía una herida demasiado profunda.
Muchas tardes, Bily y Julia se presentaban en su casa con unos dulces para
merendar diciendo que Anne tenía que irse a algún lugar inventado y que no querían
quedarse solos, pasando de esta manera algunas horas juntos, obligándola a pensar
en otras cosas y ahuyentando durante un tiempo al menos, la sombra gris que
planeaba cada segundo sobre ella. Y Simon, que en aquel tiempo se había convertido
en un gran apoyo para ella, le acompañaba en largos paseos por el bosque en los que
mantenían conversaciones cada vez más íntimas y personales, y la llevaba de vez en
cuando a tomar una cerveza al bar al que antes acostumbraba a llevar a Jason.
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Y así, la vida sin Jason fue transcurriendo, y con el tiempo, lo que fue llanto, se
convirtió en dolor, y el dolor pasó a ser indiferencia. Y los días fueron engañando a sus
sentidos, traicionando a sus recuerdos, y el rencor por aquella huída sin despedida,
que la consumía por las noches, disfrazó lo que un día fue esperanza en la más
absoluta desilusión.
Enterró aquellos ojos azules lo más profundo que pudo. Con aquellos labios, con
aquellos brazos que un día la reconfortaron en la sala de un hospital y con aquella
mirada que transmitía paz y tranquilidad.
Pero aquel día se había levantado recordando que hacía un año que se había
marchado, y fueron sus sentidos quienes la traicionaron a ella, porque de pronto le
pareció que olía su piel, que sentía el tacto de sus manos buscando sus muslos, que
veía sus ojos sumergiéndose en los suyos. Le pareció que su pelo le rozaba y que le
hablaba con aquella voz pausada, mientras se acercaba a ella para besarle, y
entonces le parecía que sus labios tocaban los suyos, y que su lengua húmeda
exploraba su boca. Sintió entonces como el dolor volvió a ser dolor, como la
indiferencia desapareció y como el llanto volvió a ser llanto, y aquel sábado, un año
después de que Jasón se marchara, tumbada en el sofá de su casa, se sintió
derrotada una vez más, sin fuerzas para levantarse, sin fuerzas para ver a nadie. Sin
fuerzas para reconocer que nunca iba a olvidarle.
Si por ella hubiese sido, se hubiese pasado el resto del día tumbada en el sofá
regodeándose en su propio dolor, pero a primera hora de la tarde, el timbre la sacó de
sus pensamientos devolviéndola a la realidad. Al ir hacia la puerta se miró en el espejo
que había en el recibidor, estaba espantosa. Además de tener ojeras, sus ojos
estaban rojos a causa de las lágrimas, no se había peinado en todo el día y aún
estaba en pijama. Se secó con las manos la humedad que mojaba sus mejillas pálidas
y abrió la puerta.
- Hola Bily, pasa.
- Hola Marta. – Dijo el chaval alegremente.
- Ven, siéntate conmigo. ¿Quieres algo de beber? Es casi la hora de merendar.
- Mmmm…un batido de chocolate.
Marta fue a la cocina y cogió de la nevera el batido que el niño le había pedido, y
unas galletas que sabía que a él le encantaban.
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- Venía a decirte que mañana es el cumpleaños de Anne, y podíamos hacerle
una tarta, así le daríamos una sorpresa.
- ¿Es su cumpleaños? Entonces habrá que hacer algo más que una tarta.
Podemos avisar a Jhors, a Julia y a Simon, y que vengan a merendar sin que ella sepa
nada, a ver, dime que planes tiene Anne mañana.
- Pues…después de comer tiene que ir a una entrevista de trabajo, dice que no
puede seguir así, sin hacer nada, quiere hacer de niñera por las mañanas, cuando yo
estoy en el colegio, y tiene que ir a conocer a los padres, pero vendrá pronto.
- Es perfecto, así nos dará tiempo de prepararlo todo, lo haremos aquí para que
no sospeche, le diremos que te quedas conmigo mientras ella hace la entrevista y que
luego venga a recogerte, y ya estaremos todos aquí y le daremos la sorpresa.
- ¡Vale!
- Si quieres empezamos con la tarta ¿Qué te parece?
Y así, ambos se pusieron manos a la obra. Cogieron los ingredientes, se
pusieron un delantal cada uno y pusieron música de fondo, y antes de darse cuenta
Marta reía con Bily, que consiguió hacer que aquel día terminase mejor de lo que
había empezado. Pronto, un aroma dulce inundaba el piso, y los restos de harina que
cubrían la encimera de la cocina les delataban. Mientras veían la tele, el pastel se
doraba en el horno, y ellos, ajenos a todo lo que iba a acontecerles, charlaban
distraídamente mientras miraban por la cristalera el cielo azul de aquel día que
anunciaba la llegada del verano.
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-16-
CAMINOS CRUZADOS
El día volvió a amanecer soleado, lo que para Marta presagiaba que era el día
perfecto para celebrar el cumpleaños en el jardín, era pequeño, pero serían pocos y
allí estarían más a gusto.
Bily llegó el primero de todos para ayudarle con los preparativos de la pequeña
fiesta sorpresa. Prepararon algunos aperitivos y fueron sacándolos a la mesa de fuera.
Metieron bebida en el congelador para que estuviese fría y colgaron en la pared un
cartel que había hecho el niño para su madre.
Ya estaba todo listo cuando Simon llegó, y a los pocos minutos llegaron también
Julia y Jhors. Ya estaban todos menos la anfitriona, pero como no sabían exactamente
a que hora llegaría empezaron con la primera cerveza y los niños con los primeros
refrescos, mientras hablaban despreocupadamente de cualquier cosa.
Mientras tanto, Anne acababa de salir de la entrevista de trabajo. Aquel
matrimonio le había encantado, eran jóvenes y estaban llenos de vida, al igual que un
día lo estuvieron ella y su marido. Tenían un niño de tres años de edad tan rubio como
su madre, y con los ojos color tostado de su padre, trabajaban los dos y necesitaban a
alguien que lo cuidase ahora que su última niñera se había casado y se había ido de
luna de miel. En seguida se gustaron, a ellos les encantó la dulzura que emanaba
Anne por cada poro de su piel, y a ella le encantó el amor con el que aquella joven
pareja se miraba. Le recordaban a ella misma y a su marido cuando eran jóvenes y
creían que siempre estarían juntos, cuando pensaban en tener un hijo y formar una
familia.
Hacía un día tan bueno y ella estaba de tan buen humor, que decidió volver
andando en vez de hacerlo en el autobús, le vendría bien andar un rato, además, no
estaba demasiado lejos de casa y como Bily estaba con Marta no había de que
preocuparse. Marta. Sin darse cuenta empezó a pensar en ella mientras caminaba.
Marta le había devuelto las ganas de vivir, le había sacado del letargo en el que había
estado sumida tantos años, y aunque cada minuto de cada día añoraba a su marido y
le quemaba la sangre por dentro de impotencia al pensar en él, aquella mujer le había
hecho entender que había otros motivos por los que seguir adelante, por los que vivir.
Y el primero era Bily. Podía vivir con aquel niño como si fueran dos extraños, o podía
dedicarse a él en cuerpo y alma, no se trataba sólo de darle todo lo que necesitase,
sino de conocerle, de ganarse su confianza, de observarle y escucharle, de guiarle sin
obligarle a seguir sus propios pasos, y eso no podía hacerlo si se pasaba el día
lamentándose por algo que ocurrió hace tanto tiempo y que era ajeno al muchacho, él
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no podía pagar su tormento personal. Marta le había enseñado que nada podía ser tan
especial como salir una tarde al parque y sentir los primeros rayos de sol de la
primavera filtrarse a través de tu piel, le había demostrado que pasar unas horas en
buena compañía, con té y pastas, no tenía precio, y que nada podía compararse con
la sensación que nos embarga cuando una fría mañana de sábado, nos despertamos
bajo las mantas y oímos la lluvia tras la ventana, inundando las calles, pero podemos
quedarnos aún más tiempo en la cama. Marta le había recordado que había mil
pequeños detalles que hacían que la vida valiese la pena, y entonces ella había vuelto
a renacer.
Había decidido que lo primero que tenía que hacer para estar bien con el mundo
era sentirse bien con ella misma, así que decidió cambiar aquel aspecto que le había
ganado la batalla durante tantos años, aquel aspecto que le hacía sentirse triste, vieja
y cansada. Se cortó el pelo y se cambió el color, se renovó el vestuario y se convenció
de que tenía que volver a trabajar, y poco a poco, fue sintiendo que tenía ganas de
empezar cada día que amanecía con el timbre del despertador, le apetecía que Bily
llegase del colegio para hacer planes con él, y cada vez pasaba más tiempo con
Marta, paseando, hablando o simplemente sentadas en una cafetería compartiendo un
desayuno o una merienda.
Y aquel día era su cumpleaños. Tenía cincuenta años y se sentía más joven que
en los últimos cinco años. Había pensado invitar a cenar a Marta para celebrarlo, así
que después iría a la tienda de Jhors para hacer unas compras. Iba pensando en los
ingredientes que tenía que comprar para hacer la cena, cuando el estridente sonido de
un frenazo y los gritos de varios peatones la hicieron girarse sobre sí misma y mirar
hacia atrás. Un coche deportivo, de color rojo, se había saltado el semáforo y parecía
no verla, porque en ningún momento aminoró la marcha. El coche la arrolló y siguió su
camino a toda velocidad, ante las miradas incrédulas de las personas que habían
presenciado los hechos, dejando un cuerpo inconsciente en medio del paso de
peatones bajo un charco de sangre que iba creciendo tiñendo de rojo la calzada.
Un corro de personas se aglomeró sobre ella entre gritos de espanto y
murmullos ahogados. La ambulancia no tardó en aparecer, con aquel sonido que
ensordeció la calle del suceso, pero cuando llegó ya no se podía hacer nada, Anne
había muerto en el acto, y se llevó con ella su último pensamiento. Se veía a ella
misma soplando las velas de una tarta preciosa, con la carita sonriente de su hijo en
frente suya y con Marta mirándole, a su lado. Mientras soplaba las velas con los ojos
cerrados pedía un deseo: que la vida le permitiese vivir ahora que había descubierto el
modo de hacerlo, y le dejase ver crecer a su hijo, que era lo más importante para ella
en el mundo.
101
Pero nunca llegaría a vivir esa escena porque nunca llegaría a celebrar su
cumpleaños, y nunca podría pedir aquel deseo. No vería crecer a su hijo y ni si quiera
podría despedirse de él, y jamás disfrutaría de una tarde más con Marta tomando café
o chocolate caliente. La vida se le había escapado justo cuando empezaba a
saborearla, justo cuando más ganas tenía de vivir, y a dos manzanas de allí, las
personas que más la querían, empezaban a preocuparse por ella sin llegar a
imaginarse la trascendencia de aquella tardanza.
Cuando Marta descolgó el auricular del teléfono y escuchó la noticia su pulso
empezó a temblar y su sonrisa se convirtió en hielo. Pensó que sería Anne, que
llamaba diciendo que se había retrasado, pero le llamaban del hospital. Había llegado
el cadáver de una mujer y al no encontrar a ningún familiar en la agenda de su bolso,
la habían llamado a ella, alguien tenía que identificar el cadáver. Marta, en un primer
momento, no creyó aquella noticia, sería una equivocación, no podía ser Anne. Habló
con Simon para que se quedara con los niños y ella se fue sin que se dieran cuenta,
no pensaba darles una noticia que ella misma no se creía, y hasta que no lo viera no
iba a creérselo.
Mientras conducía hacia al hospital su cabeza estaba en blanco, ni un
pensamiento la ocupaba, no era capaz de pensar nada. Solo sentía una angustia que
le oprimía el pecho, el asomo de una sospecha amenazaba con nacer y eso le
quemaba las entrañas. No debía ponerse en lo peor, sería una equivocación, tenía
que serlo.
Cuando llegó al hospital y aparcó se dirigió apresuradamente hacia la puerta, y
pronto un médico estuvo junto a ella con semblante serio y la acompañó a la sala
donde el cadáver esperaba ser identificado. Cuando el médico apartó la sábana que
cubría su rostro Marta lanzó al aire un grito que se perdió en aquella oscura habitación
fría y hueca. Se llevó las manos a la boca, que aún mantenía abierta a causa de la
sorpresa, y cerró los ojos en un gesto que reflejó todo el dolor que la embargaba. El
médico le dio los objetos personales de Anne y le dijo cuanto lo sentía, dejándola sola
en el pasillo donde un día estuvo esperando ansiosa que algún médico le dijese que
Bily estaba bien.
Se sentó en el mismo banco en el cual se sentó aquel día , pero ahora estaba
sola, no estaba Jason a su lado, en el asiento de al lado, con un café humeante y un
abrazo para consolarla. Estaba completamente sola y no podía soportarlo. No se
había dado cuenta de cuando había empezado a llorar, pero las lágrimas mojaban su
cara que pronto estuvo sonrojada a causa de la humedad. Contempló el bolso de
Anne, que sostenía en sus manos temblorosas, dentro, además de las cosas que ella
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siempre llevaba como las llaves o la cartera, había una bolsa de plástico transparente
con un reloj y unos pendientes. Marta sostuvo aquella bolsita entre sus manos sin
apenas poder moverse, sin poder emitir sonido alguno, sin poder respirar.
Estuvo sentada en aquel pasillo cerca de una hora, aún mantenía aquella bolsa
en sus manos cuando una silueta conocida apareció de repente ante ella. Unas botas
viejas y gastadas, unos pantalones que habían perdido el color, una camiseta a rayas
de colores y una expresión indefinida en el rostro se mostraban ante ella. Cuando
Simon vio que Marta no llegaba, fue al hospital a ver que pasaba, Jhors se quedó con
los niños en casa. La encontró sentada sola, con el rostro anegado de lágrimas y la
mirada perdida en algo que tenía en las manos. Se arrodilló ante ella y entonces Marta
reaccionó, le miró, con una expresión que Simon jamás olvidaría, y se lanzó en sus
brazos en un intento desesperado de calmar aquel dolor que la corroía por dentro. Él
la abrazó entendiendo que finalmente era cierto, Anne había muerto, y lloró junto a ella
por la amiga que habían perdido y por el niño que sin Anne, había quedado solo.
Cuando Marta recuperó el habla se fueron de allí. Aquel lugar desprendía frío y
desolación, y no dejaba de pensar en Bily ¿Cómo iba a decírselo? ¿Qué pasaría ahora
con él? Anne no tenía familia, no tenía a nadie, sólo a los que aquella tarde se habían
reunido para darle una sorpresa. No quería ni pensar en la posibilidad de que lo
llevasen a un centro de acogida, aquello no podía pasar. Pero todo estaba siendo
demasiado para ella, no podía hacerle frente a todo eso la misma tarde, con el
corazón partido en dos y el alma rota en pedazos, no podía mirar a Bily y contarle lo
ocurrido, sencillamente no podía. Decidieron que Simon iría a por los chicos y se los
llevaría aquella noche al centro, ellos irían encantados, ya se inventarían alguna
excusa para argumentar la ausencia de Anne, y al día siguiente, Marta iría allí y
hablarían con Bily.
Fue una noche terrible en la que Marta no logró dormir ni unos minutos. Se
levantó temprano cansada de dar vueltas y más vueltas en la cama, y se tumbó en el
sofá medio dormida. Aún estaba todo como lo habían dejado la tarde anterior, aún
había un pastel en la encimera de la cocina, y más de diez pájaros picoteaban los
aperitivos que habían pasado la noche en el jardín. De pronto sonó el teléfono, pensó
que sería Simon, pero se equivocó, porque al otro lado del auricular una voz
desconocida preguntó por ella.
Era el abogado de Anne, la había citado a las diez en su despacho porque tenía
algo importante que decirle. La reunión no duró mucho y ella no fue capaz de
mantenerse fuerte, de mantenerse serena, y se desmoronó cuando el abogado, un
hombre delgado con aspecto de trabajar más de la cuenta, le dio la noticia.
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Anne había hecho un testamento en el cual constataba que había dejado todos
sus bienes a Bily, pero además, había dejado por escrito, que en el caso de que a ella
le ocurriese algo, Marta sería la tutora legal de Bily, siempre que ella estuviese de
acuerdo, para evitar que si era menor de edad, fuese a parar otra vez a un centro o a
una casa de acogida.
De camino a casa pensó en cuanto habían cambiado las cosas en unas horas y
se le congeló la esperanza, la ilusión, y las ganas de seguir adelante.
La conversación con Bily fue como ella esperaba, el niño se desmoronó entre
sus brazos, lloró como jamás lo había hecho, y se sintió más vacío que nunca. Marta
le contó lo que el abogado le había dicho, y le preguntó si quería vivir con ella, el niño
la miró incrédulo, como si aquella pregunta nunca hubiese tenido que ser formulada, él
no podía concebir la idea de vivir con otra persona. Y así, sumidos en sus propios
pensamientos pero compartiéndolos con solo mirarse, Marta y Bily se marcharon del
centro, la vida les había dado un duro golpe, y ahora necesitaban tiempo para
encajarlo, pero sobre todo se necesitaban el uno al otro para poder seguir viviendo.
Era noche cerrada cuando llegaron a casa, Marta ya había recogido todo lo del
cumpleaños para que no fuese aún más duro para el niño, y ahora estaban allí,
abatidos, con una sombra en la mirada y en el corazón. Aquella noche durmieron
juntos, comenzando así una nueva vida que nada tendría que ver con la anterior.
104
-17-
EL REGRESO
Las primeras semanas fueron literalmente horribles. Marta no tenía fuerzas para
llevarlo todo adelante; el trabajo, Bily, y ella misma eran más que suficientes en
aquella situación, pero además estaba el traslado. Al día siguiente de lo ocurrido había
hablado con el niño y entre los dos habían decidido que vivirían en casa de Marta, eso
haría las cosas más llevaderas, o más fáciles, así que poco a poco fueron llevando las
cosas de Bily al que sería su nuevo hogar. Convirtieron lo que un día fue el despacho
de Marcos en su habitación, que aunque pequeña, cuando estuvo terminada quedó
realmente bien.
Y ella, tuvo que hacer grandes esfuerzos por adaptarse a aquel cambio, a
aquella nueva forma de vida que la había trastocado completamente. Aunque
acostumbrada a tratar con niños, Marta llevaba mucho tiempo viviendo sola, sin tener
que hacerse cargo de nadie más que de ella misma, y ahora eso había cambiado
radicalmente, ahora tenía que acompañar al niño al colegio, aunque en realidad
estaba cerca y él podía ir solo. La nevera estaba llena de productos que antes jamás
estuvieron allí, y ahora no podía quedarse en casa sin nada más que hacer que
lamentarse por como habían pasado las cosas, porque un niño que sufría más que ella
vivía también allí, y tenía que conseguir que él lo superase cuanto antes, y para eso,
tenía que verla bien a ella.
Así que Marta fue obligándose a no llorar, a no meterse en la cama y no
levantarse en todo el día, a no andar por casa como un alma en pena. Conforme los
días fueron pasando volvieron a ir al parque por las tardes con Julia, y ahora más que
nunca quedaban con Simon para hacer pequeñas excursiones por el bosque, o para ir
al cine todos juntos.
Simon se había volcado con ellos desde el principio, les ayudó a trasladar las
cosas de Bily y durante las primeras semanas iba todos los días a verles, llevándoles
algo para comer porque suponía que no les apetecería demasiado tener que cocinar.
Cuando hacía una semana que Bily vivía con Marta, Simon apareció una tarde con
una caja en la que había algo dentro que se movía sin parar, dijo que era un regalo.
Cuando el niño abrió la caja y vio aquel perrito blanco con aquella carita y aquellas
patitas, se le iluminaron los ojos, al menos momentáneamente. Simon le dijo que tenía
que hacerle el enorme favor de aceptarlo, de quedarse con él, si no, el pobre cachorro
iría a la perrera, según él, era de un amigo que tenía una perra que había parido
cuatro cachorritos, pero para este no había encontrado hogar y no podía hacerse
cargo de él. Así que no se le había ocurrido otra idea mejor, sabía que él era muy
105
responsable y que el animal no estaría en mejores manos. Bily le escuchó atento, con
cara preocupada por el futuro incierto de aquel animalito que le miraba con ojos de
pena, y en seguida dijo que sí, que le llamaría Al, por un gato que tuvo una vez y que
quería mucho, y que un día se fue y no apareció más. Los días siguientes, Marta y Bily
se centraron en aquel perrito que tenía unas necesidades que ellos tenían que cubrir.
Le compraron una caseta que pusieron en el jardín, y una alfombra que colocaron en
el salón, un comedero, un bebedero, y una pelota con la que algún día empezaría a
jugar, así como un collar y una correa que aún no podía usar, era demasiado pequeño.
Bily se encariñó enormemente de Al, que pronto le siguió a donde quiera que fuese,
como una pequeña sombra pegada a los talones, y en un par de meses empezó a
acompañarles en sus rutinarios paseos al parque, en el que corrían como locos y
jugaban con la pelota que tiempo atrás le habían comprado.
Marta se aferró al crío para salir adelante, y Bily hizo lo propio con ella, y pronto
se adaptaron a la nueva situación, aunque por las noches, cuando ambos estaban
solos realmente, solos con sus sentimientos, con su dolor, con sus tormentos, lloraban
en silencio. Él por la madre que había perdido, ella por la amiga a la que jamás vería, y
por el hombre que ahora más que nunca necesitaba junto a ella y que era como si
también hubiese muerto, porque había salido de su vida de la misma forma repentina
que Anne, sin avisar, sin despedirse, sin dar opción a verse por última vez. Muchas
veces, Marta se levantaba empapada en sudor con una sola idea en la cabeza; ir a
África y encontrarle, ir a Kenia, verle, abrazarle, y llorar entre sus brazos como aquel
día en el hospital, por todo lo que estaba ocurriéndole, por todo lo que llevaba dentro y
no dejaba salir. Pero una vez despierta, esa opción se hacía más lejana, más
imposible, y por la mañana lo achacaba simplemente a la desesperación, a la tristeza,
y no a que quisiera verle realmente, porque con el tiempo, Marta empezó a
convencerse a ella misma de que lo que ocurrió en el refugio no fue para tanto,
fue…una historia más, una experiencia más, una persona más. Una persona más que
se había ido de su vida, y que no volvería a ella, por lo que tenía que aceptarlo y
borrarle de su mente. Como el viento borra las huellas en un desierto o como el mar
las elimina de la playa.
En el centro las cosas andaban bien, aunque con Natacha todo seguía igual, y
ya nunca se arreglarían. Simon había decidido no contratar a nadie de momento, y no
sabía si realmente era porque no era necesario o porque no era capaz de suplantar a
Jason. Simon esperaba cada día que su amigo apareciese por la puerta con las
maletas en la mano, de repente, igual que cuando se fue, sin más. A veces Marta le
sorprendía mirando su coche, como si esperase verle bajar de él en cualquier
momento, con la mirada repleta de recuerdos, y también él había pensado en un par
106
de ocasiones ir a verle, pero ahora, después de lo de Anne, sabía que Marta le
necesitaba y no podía desaparecer también él, así que se dijo a sí mismo que quizá
más adelante. Simon sabía que para Jason, Bily era un niño muy especial, desde el
día que lo conoció sintió algo distinto hacia él, que el niño supo apreciar y
corresponder, y es que también para Bily, Jason había sido alguien importante. Simon
pensó durante días si debía darle la noticia a Jason, si su amigo debía saber que Anne
ya no estaba y que Bily ahora vivía con Marta, y realmente era una decisión difícil.
Después de mucho tiempo, Jason estaba bien, estaba disfrutando de su estancia en
África, de la gente, del lugar, de todo. Y por fin empezaba a ser feliz de nuevo, sin
Marta. Y hablarle de Bily significaba hablarle de Marta, y no sabía hasta que punto
aquello era bueno. Finalmente decidió que dejaría correr un poco más el tiempo, pero
sabía que al final tendría que contárselo, no podía esconderle algo así, si volvía, debía
saber que cambios se habían producido en su ausencia.
A Natacha cada vez la veía menos, y su relación ya no era como antes. Sabía
que en parte era porque él se había ido acercando cada vez más a Marta y que eso le
había alejado de Natacha, y sin embargo, la veía más feliz que nunca, y le entristecía
que ella no fuera capaz de contarle los motivos, él la quería muchísimo y quería ser
partícipe de aquella felicidad, quería que ella pudiese contárselo, como un día le contó
sus penas.
Pero las veces que había intentado hablar con ella, la italiana se había mostrado
totalmente hermética, inaccesible, y él se había dado por vencido, alegrándose de que
al menos a alguien las cosas le fueran bien.
Un día, Simon la encontró apoyada en la pared con cara pálida y aspecto
cansado. Se acercó a ella y le preguntó si le pasaba algo, pero ella dijo que sólo había
sido un mareo y que no tenía importancia, apenas había desayunado, seguro que era
eso. Simon la miró preocupado mientras ella se alejaba sin decirle nada más, y días
después la encontró en el cuarto de baño vomitando, más pálida, y más cansada aún.
La obligó a ir con él al comedor, le preparó una manzanilla y la miró directamente a los
ojos, sin que ella pudiese rehuir su mirada.
- Natacha ¿Qué te está pasando?¿Estas enferma?
Natacha sonrió, y bajó la mirada unos segundos, después se enfrentó a los ojos
de Simon y le contestó.
- Simon, estoy embarazada. No te preocupes, estoy bien, pero en unos meses
tendré que pedirme la baja, lo digo por si tienes que buscar a alguien para sustituirme.
Después se levantó y se marchó, dejando a su amigo con la boca abierta por la
sorpresa con dos preguntas rondándole la cabeza ¿Quien era el padre? Y… ¿Por qué
no se lo había dicho?
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Después de aquello Natacha siguió como si no pasara nada, no volvió a hablar
del tema y él no pudo hacer otra cosa que respetar aquella decisión absurda de
mantener algo tan importante en secreto, porque era su vida y su decisión, y él no
podía hacer nada por cambiarlo.
Aquellos días fueron difíciles para Simon, veía como el proyecto que había
creado iba desmoronándose, o al menos iba cambiando. Y eran cambios que no le
gustaban, porque del equipo con el que creó todo aquello, pronto no quedaría nadie, y
tenía que hacerse a la idea de que ya sí que tenía que buscar otro monitor.
Simon buscó durante meses, pero no encontraba a la persona adecuada, a
todas les faltaba o les sobraba algo, y con el tiempo perdió la esperanza de encontrar
lo que buscaba porque sabía, que en el fondo, era otro Jason y otra Natacha lo que
buscaba, y jamás los encontraría. Así que se dijo que debía decidirse pronto, porque la
barriga de su amiga iba creciendo semana tras semana, al igual que la distancia que
les separaba. Ya no se acordaba de la última vez que se habían tomado una cerveza
juntos, o que habían mantenido una larga conversación. Sentía que la amistad que un
día les unió estaba reduciéndose a cenizas y no sabía como arreglarlo.
Aquel día, Simon se levantó más temprano de lo normal. Cuando Natacha llegó
al centro, él estaba en medio del campo de césped mirando hacia el bosque, viendo
como la luz del sol, que acababa de salir, iba dando color a aquella masa informe de
vegetación. Ella se le acercó a paso lento, mientras miraba el césped que cedía bajo
sus pies, y con una débil sonrisa le saludó.
- Hola Simon,.
- Hola, tienes buen aspecto hoy.
- Simon, tengo que hablar contigo, es importante.
- Te escucho.
- Me voy de Exeter, me voy del centro.
Simon la miró incrédulo ¿También ella se iba?
- ¿Y a dónde te vas?
- A España.
- ¿A España? ¿Por qué a España?
- ¿Por qué no? Es un buen lugar para criar a mi hijo, se parece más a mi país, y
hace más sol, echo de menos el sol.
- ¿Cuándo te vas?
- En un par de meses, prefiero que el parto sea allí.
Los dos quedaron en silencio. Simon bajó la mirada, concentrándola en sus
viejas botas de montaña, aquello no se lo esperaba, era como si le hubiesen echado
un jarro de agua fría por la cabeza. Natacha le miró como esperando que él dijese algo
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más, pero al obtener solo silencio por respuesta, se marchó, dejándole a solas con sus
pensamientos, dejándole a solas con su tristeza.
Cuando Marta llegó media hora después le encontró en el mismo sitio con
aspecto lúgubre y la mirada perdida entre la espesura del bosque. Él le contó la
conversación con Natacha y como su proyecto se iba a pique.
- Simon, tu proyecto seguirá adelante, lo sacaremos a flote, yo te ayudaré. Se
que lo empezaste con ellos y que es a ellos a quienes quieres recuperar, pero tienes
que pensar que esa fue una etapa, y ahora empieza otra, están produciéndose
muchos cambios de golpe, pero lo único que podemos hacer es enfrentarnos a ellos
de la mejor forma que podamos, sin pensar que por haber un cambio, las cosas serán
peores, solo serán diferentes, Simon.
- Martita, menos mal que me quedas tú.
- No seas tonto, claro que te quedo yo, y cuando le des una oportunidad a
alguno de los candidatos que se mueren por trabajar aquí, verás como las cosas
empiezan a rodar otra vez, y de nuevo habrá un equipo, y de nuevo las cosas serán
como al principio, pero deja que te muestren que son capaces de hacer este trabajo,
no los descartes antes.
- Ya, tienes razón. Tendré que hacer unas cuantas entrevistas y poner a alguien
a prueba, como un día hice contigo, y mira, a fin de cuentas no salió mal del todo. –
Dijo Simon sonriendo.
- Y con respecto a Natacha, cerca de casa hay una tienda de bebés, puedo
acercarme a ver si veo algo, y se lo regalamos antes de que se vaya.
- Eres un encanto, Martita.
Marta le besó en la mejilla y se marchó al comedor, donde los niños
desayunarían en unos minutos, dejando a Simon terminando de ver como el sol
bañaba de luz el bosque que se levantaba frente a ellos.
Aquella tarde, como había dicho a Simon, Marta se acercó un momento a la
tienda de bebés que había mencionado. Bily se había quedado con Julia y Al en el
parque y ella iría después a recogerles.
Estaba oscureciendo ya cuando entró en la tienda. Paseó por las distintas
secciones mirando en la mayoría de las estanterías, hasta que encontró un conjuntito
de pantalón largo y camiseta de manga larga que le encantó, era tan pequeño…Lo
tocó con suavidad, y sólo de imaginárselo puesto al bebé que aún no había nacido, se
le llenó el corazón de ternura. Se dirigía hacia la caja, para pagar, cuando se detuvo
en seco. De espaldas a ella, mirando y tocando la ropita de un estante, se dibujaba
una silueta inconfundible, demasiado familiar para pasarle inadvertida. Se acercó
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despacio con el alma encogida, pues hacía mucho tiempo que no le veía, y casi en un
susurro le saludó.
- ¿Marcos?
- ¡Marta! Vaya, sería el último lugar en el que hubiese esperado encontrarte.
- Bueno, yo tampoco imaginaba verte aquí, estas muy bien, me alegro de verte.
Los dos se miraron durante una fracción de segundo, lo justo para analizarse.
Marcos vio una mujer más adulta, más cansada, más triste. Ella vio al mismo hombre
que había dejado, sonriente, entusiasta y con un brillo especial en los ojos. Marta iba a
decir algo cuando una persona se acercó sin que ella se diese cuenta, se colocó junto
a Marcos, le dio la mano, y la miró con suficiencia.
- Hola Marta ¿Qué haces tú aquí? No me digas que también estas embarazada.
El deje déspota e impertinente en la voz de Natacha mientras la miraba como si
fuese una colilla, le heló la sangre. Marcos le rehuyó la mirada cuando ella quiso
encontrarla, y Marta vio como el hombre que un día quiso compartir su vida con ella,
se sonrojaba al sentirse incómodo por la situación. Natacha, por el contrario, estaba
encantada. La miraba fijamente con una sonrisa cruel en los labios, sin apenas
pestañear.
- Vaya, Marcos, así que vuelves a España. – Dijo Marta.
Marcos no tuvo más remedio que enfrentarse ahora con aquellos ojos dolidos.
- Si, bueno, creo que mi tiempo aquí se ha acabado.
Se miraron fijamente unos segundos, recordando ambos aquel día lluvioso en el
que, cogidos de la mano, en el interior de un taxi, emprendieron aquel viaje. Pero no
se reconocieron, porque ya eran otras personas, la vida les había llevado por caminos
diferentes y ahora les separaba definitivamente.
Sin decir nada más, y sin mirar a Natacha, Marta dejó la ropita junto a ellos y
salió de la tienda sin mirar atrás, aquello había sido una sorpresa demasiado grande,
nunca lo hubiera imaginado.
Mientras caminaba hacia el parque donde Bily le esperaba, una lágrima logró
escapar de sus ojos, pero fue la única, ya que ella aceleró el paso, endureció la
mirada, y levantó la cabeza, aquello había sido un golpe más que le daba la vida, y
que ella ya estaba acostumbrándose a encajar.
Aquella noche, en la oscuridad de su habitación, Marta miró aquel álbum de
fotos que sus amigos le regalaron antes de irse. Lo miró con nostalgia, pasando
lentamente sus hojas, como queriendo encontrar en ellas el momento en que se
derrumbó todo. Pero no encontró nada, solo vestigios de otra vida, de una época que
ahora se le antojaba muy lejana, en la sin embargo, ella fue feliz.
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-18-
VOLVER A EMPEZAR
Aquel día, Shaka despertó a Jasón temprano, había amanecido hacía apenas
unos minutos, y aún había poca claridad. El hombre alto y sonriente entró en la choza
en la que minutos antes Jason dormía apaciblemente, y se sentó en la cama junto a él.
- Jason, espabila, hoy tienes una larga jornada por delante.
- ¿Qué rayos se te ha ocurrido? – Dijo este medio dormido aún.
- Pues mira, hemos pensado Estefa y yo que podríamos hacer una excursión
con los chavales un día, hay una manada de cebras paciendo a unos kilómetros de
aquí y podríamos ir con ellos antes de que se alejen, pero antes habría que reconocer
la zona, es decir, hacer el mismo recorrido sin ellos, para ver que no hay peligro, y
hemos pensado que ese día es hoy. Yo me quedaré en la escuela con los chavales y
vosotros haréis la excursión, Estefa ya lo ha preparado todo.
- ¿Y se puede saber por qué no me decís estas cosas antes?
- Pues…lo decidimos anoche, venga, no te quejes y arriba, que ya es de día.
Jason se vistió y salió de la choza con los ojos hinchados aún del sueño, y con
cara de tener pocos amigos, estaba durmiendo realmente bien cuando Shaka le había
despertado. Desayunó con su hermano y le dio la noticia de su excursión, y no le
sorprendió que él ya lo supiese. Al poco rato se despedía de él, y con una mochila a
su espalda y caminando junto a Estefa, se alejó del poblado.
Siguieron un pequeño camino que discurría paralelo al río, y pronto pasaron por
aquel lugar que Estefa le había enseñado una noche de luna llena tiempo atrás.
Siguieron la misma dirección, sin desviarse, durante casi dos horas, siempre tenían el
río al lado, y la humedad que desprendía hacía más llevadero aquel calor tan
sofocante. Estefa también cargaba con una mochila a su espalda. En ellas había
metido todo lo necesario para pasar una noche o dos al aire libre, y la comida para
subsistir dos o tres días. Cerca del medio día dejaron atrás aquel sendero para tomar
otro que se alejaba del cauce del río. Ahora el terreno ascendía notablemente y la
ausencia del agua cerca se hacía notar, ambos sudaban copiosamente.
Al cabo de una hora más andando decidieron parar a comer algo, y para ello se
resguardaron bajo una vieja acacia que al menos les proporcionó algo de sombra,
estaban rodeados de gramíneas altas y pequeños arbustos, y parecían dos manchas
de color en medio de aquel paisaje amarillento. Comieron y hablaron alegremente,
descansaron un poco, y pronto estuvieron caminando de nuevo.
Conforme se alejaban del agua, la vegetación fue cambiando, cada vez había
menos árboles, y todo estaba más seco. Siguieron ascendiendo, cada vez con más
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dificultad, hasta adentrarse en un bosquecillo de acacias donde pasarían la noche.
Prepararon una hoguera para mantener a los animales alejados, y se sentaron cerca
de ella para comer algo antes de irse a dormir, había sido un día muy duro y ambos
tenían que reponer fuerzas.
Una vez que hubieron terminado de cenar, estiraron una manta en el suelo y se
tumbaron sobre ella. Aunque los árboles les rodeaban, entre rama y rama podían ver
las estrellas y una luna débil que quería iluminar el cielo. Los dos miraban aquella
negrura salpicada de minúsculos puntitos plateados que era sobrecogedora.
Al poco rato comenzaron a hablar de nuevo, Estefa le explicó que en su poblado,
los mayores tenían mucha importancia, porque eran la sabiduría del pueblo. Había
mucha gente que no sabía leer ni escribir, y antiguamente, les contaban a los niños
todo lo que sabían, traspasando así, los conocimientos de generación en generación.
Su abuelo, hasta que murió, siempre le contó historias, anécdotas, y fábulas, en las
que siempre se aprendía algo.
- Recuerdo el día que murió. Se lo llevó la edad, no tenía ninguna enfermedad,
no le ocurría nada, pero una noche se acostó y ya no se despertó más. Aquella tarde
yo había estado con él, sentada en su regazo, bajo la sombra de un viejo árbol al que
él solía ir a pensar. Me contó una historia que su abuelo le había contado un día a él
cuando era niño. Trataba de unas hienas hambrientas que estaban paseando por la
sabana en busca de algún desperdicio o de alguna presa olvidada por otro animal,
cuando de pronto toparon con un leopardo joven que dormía tranquilamente en las
ramas bajas de un árbol. Las hienas, que eran muchas pero eran muy tontas,
empezaron a bromear sobre la idea de matar al leopardo para saciar su hambre, él era
muy joven y ellas eran muchas. Pero el leopardo, que tiene un oído muy fino, las había
oído llegar y se había hecho el dormido, pues él también estaba hambriento, y conocía
la naturaleza cobarde y rastrera de sus enemigas las hienas, sabía que si atacaba a
una, las demás se irían corriendo. Y así fue. Las hienas comenzaron a lanzar piedras
al leopardo con la intención de matarle, y este fingió que una piedra le daba y cayó
justo a sus pies. Cuando estas empezaban a relamerse, el leopardo abrió uno de sus
ojos amarillos y las vio a todas junto a él, y de un salto, se levantó y comenzó a
atacarlas de una en una, dándose un festín enorme.
- Después, mi abuelo me miró muy serio, como si lo importante de todo lo que
me había dicho aún estuviese por llegar, y con voz débil me susurró:“Es el peor
enemigo el que aparenta no poder causar daño, porque intenta, inspirando confianza,
asegurar su golpe de venganza.”
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Pronto les venció el cansancio, y sin darse cuenta se quedaron dormidos el uno
junto al otro, en un bosque en medio de la sabana, con mil ruidos acechando la
oscuridad que les rodeaba, salvados por una hoguera que crepitaba junto a ellos.
A la mañana siguiente les despertó el sonido de mil pájaros revoloteando por los
árboles de los alrededores. El bosque estaba vivo y la vida se mostraba ante ellos.
Desayunaron al lado de la hoguera, que ahora eran restos de cenizas y humo, y
cuando estuvieron listos comenzaron a caminar. Al cabo de media hora abandonaron
el bosque y fueron adentrándose en un inhóspito paraje seco y pedregoso con algún
arbusto que otro y sin apenas ningún árbol que les protegiera del poderoso sol que les
alumbraba.
El terreno seguía ascendiendo, y el cansancio acumulado empezaba a hacer
mella en los jóvenes excursionistas.
- Ya queda poco, Jason, habremos llegado cuando alcancemos aquella cima.
Jason miró el lugar donde Estefa señalaba con la preocupación del inexperto,
del principiante. A él le parecía que quedaban cientos de kilómetros para llegar a su
destino, sin embargo no protestó, aquella no era la primera excursión que hacía,
aunque si bajo un sol tan abrumador, y nunca había tenido aquella sensación perpetua
de sed que le hacía ansiar aún más las lluvias a las que estaba acostumbrado.
Llegaron al atardecer, cuando los últimos rayos de sol bañaban el horizonte.
Estaban en la parte más alta de una enorme meseta inundada de hierba amarillenta
que cubría el terreno. Tampoco allí había árboles donde cobijarse, aunque
afortunadamente el sol ya estaba escondiéndose y el calor les daría algo de tregua. La
meseta acababa en un precipicio impactante, aunque Jason aún no lo sabía porque no
estaba a la distancia adecuada, unos veinte metros le separaba de Etefa, que se
asomaba con cuidado al borde de aquel abismo sobrecogedor.
- Acércate, Jason, verás como valió la pena la caminata, túmbate junto a mi y
mira al fondo.
Jason se acercó, y con sumo cuidado se tumbó al filo del precipicio junto a ella, y
cuando pensó que ya estaba preparado, miró al frente, miró el lugar por el que habían
estado caminando dos días sin descanso.
Abrió sus ojos todo lo que pudo, para que no se le escapara ni un solo detalle,
no podía perderse nada, era cierto, había valido la pena tantos kilómetros bajo aquel
ardiente sol. Un leve viento comenzó a levantarse suavemente, meciendo sus cabellos
dorados a un ritmo acompasado, aliviando el calor que sentía en cada poro de su piel.
El cielo enrojecido bañaba la sabana con una luz inusual, y bajo ellos, en una
enorme extensión de llanura salpicada de gramíneas altas que también danzaban con
el viento, una gran manada de cebras pacía tranquilamente ajena a aquellos dos
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intrusos que les observaba a gran altura. Una bandada de aves cruzó el cielo en aquel
instante, y Jason pensó que era tremendamente afortunado de estar presenciando
aquel espectáculo.
Allí, sintiendo su cuerpo en contacto con la tierra, viendo aquel despliegue de
naturaleza que lo desbordaba todo, se sentía parte de aquello, se sentía parte del
paisaje, se sentía parte de la vida que allí lo impregnaba todo.
Sentía como su corazón latía tan fuerte que parecía retumbarle en los oídos, y
allí, fuera de toda civilización, ajeno al resto del mundo, solo pudo girar lentamente la
cabeza, y mirar aquellos ojos negros que le analizaban orgullosamente, sabiendo que
aquello le había impresionado. Se movió ligeramente, solo unos centímetros, lo justo
para poder besar los labios de aquella mujer que le había dado los mejores momentos
desde que había llegado.
Aquella noche volvieron a dormir juntos sobre la misma manta que la noche
anterior, pero esta vez lo hicieron desnudos y abrazados, después de entregarse el
uno al otro como si fuese lo último que harían en sus vidas. Jason se lanzó al calor de
aquel cuerpo, al cobijo de aquellos brazos, como si fuesen su última esperanza, como
si nada más en el mundo pudiese salvarle. Estefa se aferró al torso dorado de aquel
hombre, que había anhelado cada día desde que le había conocido, sintiendo que
jamás querría a nadie como a él, y sabiendo que él nunca la querría a ella de la misma
forma.
El camino de regreso fue mucho más llevadero. Pasaron la siguiente noche en el
mismo bosquecillo donde pararon a la ida, aunque bajo árboles distintos, volviendo a
compartir una noche más a la luz de una hoguera.
Se pusieron en marcha temprano, para no pasar tanto calor, y al medio día
estaban en aquel lugar en el río donde un día se bañaron juntos, pero fue Jason esta
vez quien paró en seco, quien se quitó la ropa deprisa y quien se zambulló en el agua.
Desde allí animó a Estefa a hacer lo mismo, que le miraba desde el borde del río
sonriendo.
Pronto estuvo junto a él, pero esta vez no se limitó a mirarle desde lejos, esta
vez se acercó a él nadando y le rodeó con sus brazos, mirándole directamente a los
ojos. Le besó intensamente, y aunque la certeza de que aquellos ojos no le
pertenecían le abrasaba el alma, no podía concebir no tenerle.
Cuando llegaron al poblado estaba oscureciendo. En seguida, un tropel de niños
curiosos les rodeó para ver como había ido la expedición, sabiendo que ellos iban a
beneficiarse de aquella excursión. Ellos le narraron lo que habían visto con sus propios
ojos y todos se fueron corriendo entusiasmados a contárselo a alguien. El resto de
cooperantes se disponía a cenar cuando ellos llegaron, así que se sumaron a ellos,
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contándoles el resultado de su larga caminata. Pero fueron Bryan y Shaka los únicos
que descubrieron que había ocurrido algo más, eran los únicos que les conocían lo
suficientemente bien como para leer en sus ojos.
Aquella noche, Jason durmió en la choza de Estefa, pero era ya bien entrada la
madrugada cuando el mismo sueño que hacía poco le había despertado en plena
noche, volvió a repetirse. De nuevo vio a aquella mujer siendo arrollada por un coche y
de nuevo no le veía el rostro. Pero esta vez sabía que aquella mujer había muerto.
Se despertó bañado en sudor y salió de allí con sumo cuidado de no despertar a
Estefa. Había una luna radiante y se veía a pesar de ser tan tarde, así que sin apenas
pensar decidió seguir sus pasos. Y sus pasos le llevaron al río. Se desnudó y nadó
hacia la roca desde la cual los niños jugaban todas las tardes. Se recostó hacia atrás y
miró al cielo estrellado, intentando encontrar alguna repuesta a aquel sueño, estaba
seguro de que quería decir algo, sabía que significaba alguna cosa importante.
Conocía a esa mujer aunque no era capaz de saber quien era.
Aquel sueño le hacía sentirse inquieto, como si por haberlo soñado pudiese
peligrar la vida de aquella mujer y él no estuviese haciendo nada por impedirlo.
¿Sucedería aquello realmente? ¿Y si ya había sucedido? Quizá sólo fuese una señal,
una señal de que estaba equivocándose. ¿Equivocándose en qué? ¿Acaso no podía
darse una segunda oportunidad? ¿Acaso no podía volver a empezar? No estaba
dispuesto a renunciar a ser feliz, no podía renunciar a la vida, estaba allí y dejaría que
las cosas fuesen pasando a su ritmo, como tenían que ir pasando. Aquello sólo había
sido un sueño, ¿Qué importancia tenía? No iba a dejar que aquel sueño le hiciese
sentirse culpable por intentar seguir adelante. Pero lo cierto era que se sentía como si
estuviese en el sitio equivocado.
Se sumergió de nuevo en el agua, ahora más tranquilo, y nadó despacio hacia la
orilla donde le esperaba su ropa seca. Cuando se tumbó de nuevo junto a Estefa la
abrazó, convencido de que aquello era lo que quería, convencido de que no estaba
haciendo nada malo, esperando que aquel sentimiento de culpabilidad se le pasara
con el tiempo.
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-19-
UNA NOTICIA PENDIENTE
Con el tiempo, la rutina fue llegando a la vida de Jason. En el poblado, pronto se
acostumbraron a verlo con Estefa, y a todos les encantaba aquella pareja extraña que
tanto hacía por mejorar la vida en un lugar cuyos recursos eran tan limitados.
Jason se había acostumbrado tan rápido a la compañía de aquella mujer que
ahora no podía imaginarse como sería su vida sin ella. Era una persona apasionada,
inteligente y llena de sabiduría que además de respeto le infundía admiración.
Admiración por la vida que había escogido, admiración por su carácter valiente y
luchador. Era una mujer que siempre miraba hacia delante, que siempre sabía verle el
lado positivo a las cosas, y que había conseguido darle sentido a su vida allí, en un
lugar tan lejos de su hogar, de sus amigos y de su familia.
Mantenían largas conversaciones en las que ella le contaba la historia de su
pueblo tal y como un día se la contó su abuelo, y eran historias que fascinaban a
Jason, que le llegaban muy adentro.
Aquel día era tan caluroso como casi todos. La jornada de trabajo había
terminado y Jason se dirigió al hospital para encontrarse con Bryan, que aquella
mañana había ido a Nairobi y había recogido el correo. Esperaba, como cada día
desde hacía ya mucho tiempo, una carta de Simon, o al menos de Natacha, porque lo
cierto era que hacía ya casi un año que no sabía nada de ellos y empezaba a
preocuparse. Le inquietaba que hubiesen desaparecido así de su vida, de repente, sin
ningún motivo aparente, aunque él se convencía así mismo de que algo habría
ocurrido. Ya le escribirían. Pero lo cierto era que los días fueron pasando, los meses
fueron pasando, y no sabía nada de ellos. Aún así, él siguió escribiendo a Simon una
vez al mes contándole como iban las cosas por allí, explicándole como era aquella
mujer que le había devuelto la vida.
Aquel día, cuando Bryan depositó la carta de Simon en sus manos, cierto
nerviosismo se apoderó de él, sabía que aquella carta era diferente, y que en ella
estaría el motivo de aquella tardanza, y no sabía si iba a gustarle lo que iba a leer.
Con el corazón compungido y la carta apretada entre sus manos comenzó a
andar hacia el río, quería estar solo. La abrió rápidamente, con impaciencia, y con un
sentimiento extraño comenzó a leer.
“Hola Jason,
Te habrás preguntado mil veces en todo este tiempo el por qué de tanto retraso,
el por qué de esta desaparición tan repentina y que tú, desde allí, seguro que no
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alcanzabas a entender. También te preguntarás que habrá cambiado para que hoy
haya vuelto a escribirte sin más. Pero no ha sido así, no ha sido sin más. Hoy he
vuelto a escribirte porque hoy he podido reunir la entereza suficiente para hacerlo, hoy
he encontrado el valor que el resto de los días no encontraba.
Aquí las cosas han cambiado mucho, y es difícil hablar de ello, pero más difícil
es contártelo a ti, que se que te afectará saberlo. Durante todo este tiempo no creas ni
por un momento que me he olvidado de ti, todo lo contrario, aquí se te ha necesitado
más que nunca, pero es muy duro sentirse responsable de enturbiar la felicidad de un
amigo, porque en mucho tiempo, Jason, tú eres feliz, por fin eres feliz. No he dejado
de leer ninguna de tus cartas, que esperaba siempre ansioso por saber como estabas,
pero era incapaz de devolverte sólo malas noticias, ahora que las tuyas eran buenas.
Pero sobre todo, no quería remover el pasado. No quería llevar a tu cabeza viejos
fantasma que pudieran desestabilizar el equilibrio que ahora has encontrado.
Aunque me ha costado mucho tiempo llegar a estar mejor, como ahora lo estoy,
estos últimos meses han sido tremendamente duros, y será muy difícil para ti saber
todo esto ahora, pero tienes que perdonarme, no fui capaz de enfrentarme a ello
antes, no he sido capaz de contártelo hasta hoy.
Las cosas aquí fueron bien durante un tiempo. Pronto todo empezó a cambiar,
Natacha empezó a alejarse de mí, era como una desconocida, y fue muy duro ir
perdiéndola, porque yo era consciente de todo, pero no supe o no pude hacer nada.
Fui entonces acercándome cada vez más a Marta, fui conociéndola, y pronto nos unió
una gran amistad, que empeoró más mi relación con Natacha. Ella es muy amiga de
Anne, la madre de Bily, y pronto los tres entablamos una buena relación. El día del
cumpleaños de Anne, Marta le preparó una fiesta sorpresa y todos estuvimos en su
casa esperándola, pero Anne nunca llegó. Hacía apenas unos días se había comprado
ropa, se había cortado el pelo, había recuperado las ganas de vivir, por su hijo, y por
Marta que la ayudó como sólo sabe hacerlo una amiga. Pero aquel día, mientras
caminaba feliz porque había encontrado trabajo, un coche la atropelló, un coche que
se dio a la fuga y que lo único que sabemos de él, es que era rojo y que iba a más
velocidad de la cuenta.
Jason dejó de leer. Sostenía los folios entre sus manos ahora temblorosas, como
si fueran una bomba capaz de explotar en cualquier momento. No podía pensar con
claridad, no podía ser verdad lo que estaba leyendo. La desesperación se apoderaba
de él por momentos, el sueño que hacía tanto tiempo había removido algo en su
interior, ahoa se repetía una y otra vez en su cabeza, veía a aquella mujer tendida en
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el suelo, veía el coche alejarse, veía que había sido testigo de la muerte de Anne a
tantos kilómetros de distancia.
Anne murió en el acto, y con ella murieron muchas cosas. Bily quedó a cargo de
Marta, ahora viven juntos en su casa, parecen hechos el uno para el otro, quizá el
dolor les haya unido. Ella lo pasó francamente mal, aunque el tiempo va dando forma
a su nueva vida y va adaptándose a todos los cambios.
De nuevo Jason tuvo que interrumpir la lectura. Ahora lloraba como un niño, de
la forma más sincera, desde lo más profundo de su alma, sacando aquella
culpabilidad que durante tanto tiempo le había carcomido por dentro. Porque desde el
día que aquel sueño se había repetido, la sensación de estar en el lugar equivocado,
siempre estuvo presente, aunque no supiera por qué. Ahora sabía por qué. Porque
tenía que haber estado en Exeter. Hubiese estado con Simon, pero sobre todo,
hubiese estado con Bily y con Marta. Podía sentir la angustia de Marta, podía oler el
miedo que había sentido, y allí, en aquel momento, lo único que quería era abrazarla
con todas sus fuerzas para reconfortarla al menos un poco. Quería estar con ella, y
con Bily. Se dio cuenta de que necesitaba cuidarles, de que quería estar junto a ellos
en esa nueva vida. Les quería a los dos y quería formar parte de ella. Sentía
profundamente no haber compartido con ellos el dolor que habían sentido en aquellos
momentos. Estaba roto por dentro, pero tenía que seguir leyendo, aún le quedaban
algunas sorpresas por descubrir.
Además de esto, que no es poco, tengo que darte otra noticia, Natacha también
se fue. También se marchó. A España. Jason, es muy complicado decirte esto, porque
yo, más que nadie, se lo que va a suponer para ti. Yo se como viviste tu historia con
Marta y como has construido una nueva con Estefa, lo último que quiero es abrir
nuevas heridas, pero no puedo ocultarte algo así, y te pido perdón por no decírtelo
antes, pero te veía tan ilusionado con ella… y se como va a afectarte esto.
Natacha se fue con Marcos a España, y cuando se fue, estaba embarazada de
él. Bueno, que puedo decirte, ni yo pude reaccionar cuando me enteré. Te estarás
preguntando muchas cosas. Sí, Marta lo dejó, el día siguiente de volver del refugio lo
dejó, porque te quería a ti.
Jason creía que el aire no le llegaba a los pulmones. Se asfixiaba, no podía
respirar, se moría por dentro. Las imágenes se sucedían en su mente. Primero la
recordó a ella, desnuda, junto a él, en aquel refugio perdido en medio del bosque.
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Después vio a Marcos besándola cuando llegaron al centro. Después la vio a ella al
día siguiente, intentando explicarse, intentando contarle que no iba a casarse porque
era con él con quien quería estar. Entonces dejó de ver cosas porque un nudo
inmenso se apoderó de su estómago, una rabia incontrolable hacía hervir su sangre,
un dolor inaguantable le quemaba el alma.
Vio entonces a Marta aquel día en el baño, con el pelo mojado, con la piel
húmeda, y quiso tenerla allí entonces, quiso volver atrás en el tiempo, pero no podía.
Veía sus ojos insinuando el deseo que en realidad sentía y que él no supo reconocer,
o no quiso reconocer. Ahora quería ver esos ojos, y reconocer aquel deseo que
también él había sentido. Le quería a él, lo leía una y otra vez y no se cansaba, y la
impotencia le desgarraba por dentro, ella le quería a él. Y él se había ido sin
escucharla. Sin dejarle explicarse. Ahora la culpabilidad era una losa invisible que le
caía sobre los hombros, haciendo que estos se doblasen del peso que aguantaban.
Ahora no le importó la carta, es más, se sintió estúpido de haberle dicho cosas tan
importantes a través de una carta. ¿Y si Natacha no se la dio a tiempo? ¿Y si ella
esperaba algo más fiable que unas palabras escritas en un papel, algo más valiente?
Podían haber ocurrido mil cosas para que Marta no estuviese en el aeropuerto aquel
día, por ejemplo que hubiese sido demasiado tarde, que se hubiese cansado de su
actitud.
Y ahora, Jason, que se el daño que te he causado, no se que más decirte, que
fueron tiempos difíciles, y que te eché de menos más que nunca, pero aunque en la
distancia, y sin saberlo, tú me diste fuerzas y me ayudaste con tu simple recuerdo, y el
hecho de saber que eras feliz era aún más reconfortante.
Ahora las cosas están mejor, como Natacha se fue, contraté a una chica nueva,
se llama Rouse, y es francamente increíble, era el toque de color que ahora
necesitábamos. Es joven y está llena de vitalidad, que poco a poco va
contagiándonos.
Espero que tú estés lo mejor posible después de haber leído esto, que sepas
que te sigo esperando,
Un abrazo muy fuerte,
Simon. “
Jason se echó hacia atrás, sintiendo como la hierba húmeda se doblaba bajo su
peso, sintiendo como su mundo se desmoronaba. Cerró los ojos, pero aquello no
impidió que siguiera llorando en silencio durante horas, hasta que sus lágrimas se
secaron, hasta que ya no tuvo fuerzas ni para eso.
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La luna salió, implacable, y le sorprendió tendido en la hierba en la misma
postura, con las piernas entumecidas y los ojos aún cerrados.
Era noche cerrada cuando unos pasos le avisaron de que alguien se acercaba.
No le importó, no abrió los ojos. Bryan se sentó a su lado y le miró preocupado, vio sus
ojos hinchados y húmedos, y vio como entre sus manos apretaba con fuerza la carta
que él mismo le había dado aquel día.
- ¿Puedo leerla? – Preguntó simplemente.
Jason se limitó a aflojar sus dedos, para que él pudiese coger la carta.
Bryan leyó aquellas líneas, sobrecogido, sabiendo como tenía que sentirse su
hermano en aquel momento.
- Tienes que irte ¿Verdad?
Jason asintió sin mover un solo músculo más de la cuenta.
- Estefa no creo que se lo tome muy bien, pero hay gente que ahora te necesita.
Jason se levantó, quedando sentado junto a su hermano.
- Y hay gente a la que yo necesito, tú sabes que nunca la he olvidado.
- ¿Cuándo te irás?
- Esta noche prepararé mis cosas, mañana me iré, cuanto más tiempo esté lejos
de ellos, mas insoportable va a ser.
Los dos hermanos se miraron, los dos se hablaron sin palabras. Jason le dijo
cuanto estaba sufriendo, le dijo cuanto le había gustado compartir aquella parte de su
vida con él, cuanto le agradecía que le hubiese dado aquella oportunidad. Bryan habló
de cuanto le echaría de menos, de cuanto le costaba separarse de él ahora, de que
diferente sería estar allí sin él, ahora que sabía como era todo cuando él estaba. Se
dijeron muchas otras cosas, y después se abrazaron porque la vida otra vez les
separaba, o eso creían ellos en aquel momento.
Aquella noche, Jason no durmió en la choza de Estefa, como todas las noches
anteriores, aquella noche, Jason no durmió. Se dedicó a preparar su equipaje, y
cuando terminó, se acostó en la cama e intentó imaginar como sería el reencuentro
con Marta, y con Simon, y con su vida de antes. Intentaba imaginar la cara de Estefa
cuando le diese la noticia, pero no era capaz de descubrir su reacción.
Aquella mañana no tuvieron que despertarle los primeros rayos de sol filtrándose
por el techo de paja, porque ya estaba despierto. Su aspecto era horrible, su aspecto
era el de una persona peleada con el mundo, el de una persona completamente
abatida.
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UN CAMBIO INESPERADO
Jason se levantó temprano con la certeza de que aquel sería un día muy duro.
No se planteaba si había tomado la decisión adecuada porque no se trataba de tomar
una decisión, era algo que no tenía que pensar, simplemente sabía que era lo que
tenía que hacer y lo que quería hacer. Se dirigió al comedor común donde desayunó
con su hermano y con otros miembros del equipo, pero Estefa no se encontraba allí. Él
sabía que ella tardaría aún en llegar, porque normalmente siempre iba al río a nadar
antes del desayuno, así que respiró aliviado y disfrutó de aquellos últimos momentos
con su hermano.
Pero Estefa no estaba en el río. Aquella mañana se había levantado algo antes
de lo habitual porque no había pasado una buena noche, y al ver que Jason no había
dormido allí se extrañó y se preocupó. Con cierto nerviosismo se dirigió a la choza de
él para buscarle, pero cuando entró sólo encontró su equipaje amontonado junto a la
cama. No podía creer lo que veía, y sin embargo, era como si siempre hubiese sabido
que cualquier día aquello se acabaría, porque cuando le miraba a los ojos, podía ver
que era en otro lugar donde se encontraban, siempre vivió con el miedo de que en
cualquier momento se iría, y aquel momento parecía que había llegado.
Se quedó largo rato de pie, junto a la puerta, contemplando aquellas bolsas y
aquellas maletas amontonadas. Sintió que el pulso se le disparaba, que el corazón le
latía con fuerza. Jason no podía irse ahora. No podía.
Sentía nauseas y no tenía ganas de comer nada, así que como cualquier día, se
dirigió al río, pero aquel día no nadaría, tampoco le apetecía. Sólo quería estar sola,
sólo quería encontrarle una explicación a aquello.
Cuando llegó se sentó junto a la orilla y sumergió los pies en el agua. Con una
mano se apoyó en la hierba fresca y con la otra se acarició el vientre suavemente.
Sentía la vida en él, tenía que hablar con Jason, ahora no podía irse.
Jason buscó a Estefa por el poblado pero no logró encontrarla, así que se
encaminó al río, por si aún se encontraba allí. La vio desde lejos sentada en la hierba,
mirando el agua clara que se mostraba ante ella. Cuando llegó a su lado se sentó
junto a ella y le besó en la mejilla.
Estefa sabía muy bien como tenía que hacer las cosas para no perder a aquel
hombre. Sabía que lo mejor sería hacer como si no supiese nada, como si no hubiese
visto el equipaje, como si no tuviese dudas de que ese sería su hogar para siempre.
No le preguntaría por qué no había dormido con ella, fingiría que no se había dado
cuenta. Sólo tenía que darle la noticia y él no se iría, no sería capaz de hacerlo.
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- Jason, he pensado que hace mucho tiempo que estas aquí, y nunca has ido a
ver a tu familia, o a tus amigos, debes echarlos de menos, ¿No?
Jason se sorprendió un poco por la pregunta, pero pensó que sería una buena
manera de hablar con ella de la carta de Simon, y de que tenía que irse. Pero cuando
iba a empezar a hablar ella se le adelantó, y dijo una frase que cambiaría el rumbo de
los acontecimientos.
- Dentro de unos meses, podremos ir los tres. Podrás enseñarme donde has
vivido todo este tiempo, podrás ver a tus amigos. Y yo podré conocerlos.
- ¿Los tres?
Estefa sonrió y cogió con delicadeza la mano de Jason, y con suavidad, la
colocó sobre su vientre plano. Entonces le miró y él comprendió.
Estefa le besó en los labios, se levantó y se fue, dejándole allí sólo, para que
analizase la noticia, y para que no viera las lágrimas que ahora, de espaldas a él, no
había podido retener. Sabía que ahora Jason no se iría, pero sabía que nunca se
entregaría a ella por completo, y eso la llenaba de tristeza.
A él, aquello le calló como un jarro de agua fría sobre la cabeza. Aquello lo
cambiaba todo, todo menos sus sentimientos, que siempre serían los mismos. Sabía
que si se iba, jamás regresaría, sabía que si veía a Marta, no podría volver junto a
Estefa, aunque ambos estuviesen esperando un hijo, juntos. Así que si quería ver
crecer a ese niño, y formar parte de su mundo, no tenía más remedio que quedarse,
aunque eso significase renunciar a su propia felicidad, porque tampoco sería feliz en la
otra parte del mundo, con la mujer a la que quería, sabiendo que su hijo no conocería
a su padre. Igual que antes, aquello no era una decisión que él tuviese que tomar, era
algo que tenía que hacer, sentía como las circunstancias jugaban con él, obligándole a
seguir un camino a la fuerza, aunque no fuese el camino que él quería seguir.
Pensó seriamente en la posibilidad de irse tan sólo por unos días, pero se
conocía demasiado bien, sabía que sería demasiado fácil quedarse allí, no podía
hacerle eso a Estefa ni al niño que esperaban. Una vez más se resignó ante los
acontecimientos, se convenció de que aquello era demasiado importante como para
renunciar a ello, y volvió a enterrar el recuerdo de Marta, que tan sólo hacía unas
horas había rescatado de su memoria. Volvió a pensar que existía otro tipo de
felicidad, menos completa, pero más segura, más estable, y aquella sería la felicidad
que él sentiría el resto de su vida.
Deshizo el equipaje como si irse de allí nunca hubiese sido una posibilidad,
como si hubiese sido tan sólo un espejismo en medio del desierto, unas huellas en la
arena blanca de la playa borradas por el agua. No le mencionó nada a Estefa, sólo le
contó lo sucedido a la única persona que sabía que había decidido irse. Bryan
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entendió su decisión pero no la compartió, porque sabía que realmente su destino era
encontrarse con Marta y vivir la vida que les había tocado vivir juntos y que ellos se
empeñaban en desperdiciar. Bryan se sintió triste, porque sabía que Jason
estaría siempre viviendo a medias, disfrutando a medias, siendo feliz a medias.
Porque le faltaba su otra mitad, pero lo peor era que sabía quien era su otra mitad,
sabía donde estaba, y no iba en su busca. Había encontrado lo que todas las
personas buscan y necesitan para sentirse completas, y estaba renunciando a ello, y
Bryan no lo compartía en absoluto.
A partir de aquel día el tiempo trascurrió lentamente, pero en apenas unos
meses la barriga de Estefa ya no estaba tan plana, y sus pechos pequeños
comenzaron a aumentar de tamaño. La rutina del trabajo hizo que Jason se olvidara
de todo, y sus largas caminatas con Bryan, le hacían sentirse relajado y le devolvían la
serenidad que perdía por las noches, cuando la mujer que yacía a su lado dormía y en
su mente se dibujaba el rostro de otra persona.
Y así fue transcurriendo el tiempo. Él seguía escribiendo periódicamente a
Simon, y le explicaba como habían cambiado las cosas. Le explicó como un día tenía
el equipaje preparado para irse, y como al día siguiente le daban la noticia de que iba
a ser padre, y no con la mujer a quien amaba, y con la que quería formar una familia.
Simon leía con profunda tristeza aquellas cartas, comprendiendo que
definitivamente, Jason no volvería. Ahora tenía una familia, y él había quedado en su
pasado, un pasado que parecía imposible de recuperar.
El día que Jason y Estefa se casaron, el sol lucía firmemente iluminándolo todo
con una luz radiante. La ceremonia se hizo según las costumbres del poblado, y la
música y los bailes se prolongaron durante todo el día. Estefa, aquel día, irradiaba
felicidad, una felicidad que hacía que sus ojos brillaran, que su sonrisa fuera sincera,
que su corazón latiera con fuerza. Se había puesto un vestido de una tela muy fina,
color tierra, que le llegaba por los tobillos, y en ellos bailaban numerosas pulseras
hechas con finos huesos, color marfil. En el cuello, diferentes collares, también de
color marfil, hacían contraste con su piel negra y brillante, dándole un toque de color
que le favorecía. En los brazos llevaba varios brazaletes, de diferentes colores, que le
había regalado su abuela.
Aquella noche, se hizo una gran hoguera en medio del poblado, y cenaron todos
juntos a su alrededor. Pronto, los músicos se fueron reordenando, y la música llenó de
nuevo el lugar, con sonidos antiguos y rítmicos que eran capaces de trasladarte a otra
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época, que eran capaces de acercarte a la tierra, porque eran como su propio latido,
repitiéndose una y otra vez.
Las mujeres del poblado habían preparado una bebida natural, a base de frutas
fermentadas, profundamente embriagadora. La comida era abundante y deliciosa, y el
ambiente no podía ser mejor. Y sin embargo, aquel no sería el día más feliz de la vida
de Jason. Sus ojos no desprendían aquel brillo, sus ojos miraban al horizonte,
queriendo encontrar algo, o queriendo decir adiós a algo. Sus ojos no estaban
presentes en aquella ceremonia que era su propia boda, porque estaban mirando
inconscientemente hacia otro lugar, un lugar muy lejano del que en aquellos
momentos se despedía para siempre.
Jason, sentado junto a Estefa, bebía aquella bebida extraña de sabor fuerte y
amargo, y que sin embargo estaba consiguiendo relajarlo. Algunas muchachas,
acompañadas por los niños de la escuela, salieron a bailar alrededor del fuego, con
movimientos rápidos y pasos indescifrables que él trataba de seguir con la mirada.
Pero aquella bebida estaba surtiendo efecto, y los párpados le pesaban cada vez más.
Una de las niñas se acercó y tomó a Estefa de las manos, sacándola a bailar junto a
ellas.
Estefa bailó con movimientos sensuales, dedicados al hombre que sentado
enfrente de ella, la miraba con una expresión imposible de descifrar. Bailó para él, con
pasos sabiamente ensayados, con la experiencia de quien ha bailado aquella danza
en numerosas ocasiones. Jason la miraba, pero no la veía, y ella lo sabía. Ella lo sabía
muy bien. Jason la miraba, y mientras tanto, su mente se encontraba vacía, así, aquel
momento sería menos difícil. No pensaría en nada. No pensaría en Estefa, ni en
Marta. No pensaría en Exeter, ni en Kenia. No pensaría en Bily, ni en el niño que
pronto nacería. No pensaría en la vida que estaba viviendo, ni en la vida que quería
vivir.
Jason siguió bebiendo durante toda la noche, hasta que Bryan y Shaka tuvieron
que llevarlo a su choza para que durmiera, porque ya no era capaz de tenerse en pie.
Estefa fue con ellos, y cuando estos se fueron, se tumbó junto al hombre que quería, y
sin dejar de mirarle, acarició su propio vientre con ternura. Esperaba que cuando
naciese aquel niño, él cambiase de actitud. Esperaba que aquel bebé les uniese más,
les acercase más el uno al otro, porque era muy difícil compartir con alguien una vida
a medias, un amor a medias, y aunque lo quería profundamente, no sabía cuanto
tiempo sería capaz de aguantar aquella situación.
Pero Jason, al igual que hizo cuando llegó a Kenia, supo enterrar de nuevo todo
lo que sentía, adaptándose otra vez a aquel lugar y a su vida allí. Siguió con su rutina,
siguió con las clases en la escuela, siguió con las excursiones. Y así, el tiempo fue
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transcurriendo, y Estefa fue engordando más y más, hasta que un día no pudo ir más
a trabajar, porque los dolores que sufría eran cada vez más fuertes y más molestos.
Cuando le quedaba apenas un mes para dar a luz, Estefa no tuvo más remedio
que acostarse y mantener reposo absoluto. Le daban terribles calambres en las
piernas y en la espalda, y se levantada por las noches bañada en sudor.
Jason se volcó con ella al cien por cien. La mimaba más que nunca y la miraba
con semblante preocupado, sabía que algo no andaba bien. En más de una ocasión,
quiso llevársela al hospital de Nairobi, pero las mujeres que asistían los partos, que
eran las más ancianas, le dijeron que aquello no era una posibilidad, el niño vendría al
mundo de forma natural, como llevaba ocurriendo desde que el hombre era hombre, él
estaba en Kenia y tenía que acatar sus costumbres. Aun así, Jason le pidió a Bryan
que no le quitara ojo de encima, que la vigilase día y noche, y que hiciese lo que
tuviese que hacer para salvarla.
El día que comenzaron las contracciones, los gritos de dolor se oían en todo el
poblado. Jason corrió en busca de su hermano, que cuando cogió su maletín con los
útiles necesarios, acudió en su ayuda. El niño venía del revés, y tendrían que practicar
una cesárea, por lo que trasladaron a Estefa al barracón que usaban como hospital, a
pesar de las quejas de las ancianas, que no se cansaban de repetir, que si Estefa
tenía que morir, era voluntad de los espíritus, y no podía hacerse nada por cambiar la
voluntad de los espíritus.
Mientras Bryan y otros médicos del equipo practicaban la cesárea, Jason tuvo
que esperar fuera, junto a Shaka, que imploraba ayuda a los dioses. Aquellas horas, si
es que llegaron a ser horas, se les hicieron eternas, y ambos las aguantaron sumidos
en un absoluto silencio.
Pero el silencio fue roto cuando alguien salió del barracón, alguien pelirrojo y con
el pelo alborotado, que sostenía en sus manos la criatura más pequeña que Jason
había visto jamás. Se acercó a él con el corazón latiéndole con fuerza, y cuando vio a
la niñita que su hermano sostenía en brazos, los ojos se le iluminaron. La cogió con
sumo cuidado, como s fuera el acto más importante que había hecho en su vida, y la
miró como si sólo con mirarla ya la estuviera protegiendo.
- Estefa aún duerme por la anestesia. Se despertará pronto. Estará muy débil
durante un tiempo, pero se recuperará. Jason, habéis, tenido una niña preciosa.
Jason le miró agradecido, pero no pudo responder. Sus ojos buscaron
enseguida aquella carita que sonreía con los ojos cerrados, en sueños, como si
supiera, a pesar de estar dormida, quien era la persona que la sostenía en brazos.
125
-21-
EL ÁRBOL DE LOS SUEÑOS ROTOS
Aunque los últimos meses de embarazo fueron difíciles para Estefa, más difícil
aún fue la recuperación después del parto. Perdió muchos kilos y los huesos, antes
prominentes, se le marcaban ahora de forma alarmante. Fue después de unos tres
meses cuando pudo empezar a caminar de nuevo, y poco a poco fue haciendo una
vida normal, una vida, que sin embargo, era muy diferente a la que había dejado atrás.
Ahora tenía una familia.
Llamaron a la niña Sanna, y desde el día en que nació, se convirtió en lo más
importante en la vida de ambos. Contaban con la ayuda de Bryan y de Shaka, que les
hacían numerosas visitas y miraban embobados a su primera sobrina. Sanna era una
niña despierta de grandes ojos negros, como su madre, y de mirada serena, como su
padre, que miraba el mundo que le rodeaba como si lo estuviese analizando
atentamente.
El tiempo, por tanto, fue pasando para ellos de forma imperceptible, ya que cada
minuto era valioso, cada instante era mágico. Cada día era el primero en que la niña
hacía algo nuevo, y al disfrutar tanto de cada momento, los meses fueron pasando sin
que ellos apenas se dieran cuenta.
Jason se levantó aquella mañana temprano. Era sábado y no había colegio, así
que decidió que podría llevar a Sanna al río, se bañarían los dos juntos.
Mientras seguían aquel camino que sus pies ya conocían de memoria, a Jason
le pareció mentira que hiciese ya tres años desde que su niña nació. Recordaba aquel
día como el más amargo y el más feliz de su vida, amargo por miedo a perderla
incluso antes de nacer, feliz desde el primer momento que la vio, tan pequeñita. Y
ahora caminaba junto a él con pasos torpes, agarrada de su mano, mirando
atentamente todo lo que había a su alrededor.
Cuando llegaron al borde del río, Jason se desnudó y agarró a la pequeña de las
manos, introduciéndose ambos a la vez en el agua tranquila. Se había acostumbrado
a hacer aquello a menudo, y ahora era algo que necesitaba. Era un momento que sólo
ellos compartían, era algo que les pertenecía exclusivamente a los dos. A la niña le
gustó el agua desde que nació, parecía relajarla, y en Jason producía el mismo efecto,
así que padre e hija iban a menudo al río.
Aquel día, Estefa había ido con Bryan a Nairobi, tenían que recoger algunos
paquetes, así que no volverían hasta que el sol no comenzara a ponerse. Jasón y
Sanna estuvieron algún tiempo más en el agua, y después se tumbaron en la hierba
húmeda para que el sol secara sus cuerpos. Después, volvieron al poblado.
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Era noche cerrada y Jason comenzaba a impacientarse, Estefa y Bryan aún no
habían vuelto, y aunque podía ser que se hubiesen entretenido y hubiesen salido más
tarde, aquella tardanza era inusual. No podía evitar pensar que algo les había
ocurrido.
Se dirigió a la choza de Shaka con la niña en brazos, y le habló de la inquietud
que comenzaba a invadirle. Le habló del mal presentimiento que le había acompañado
toda la tarde, y de que creía, firmemente, que algo había ocurrido. Pero Shaka le
tranquilizó, y le dijo que lo más probable era que el paquete hubiese llegado con
retraso y que hubiesen tenido que esperar, o que tal vez recordaron a última hora que
necesitaban comprar algo y se habían retrasado. Le aseguró que todo estaba bien,
que se fuera tranquilamente a su choza, que durmiera a Sanna, y que antes de darse
cuenta, estarían de vuelta.
Y así lo hizo. Fue a su choza, cenó con Sanna, y la acostó en su camita. La
pequeña se quedó dormida en cuestión de segundos, y él, embobado, la miró durante
largo tiempo, hasta que sin darse cuenta, se quedó dormido junto a ella.
No llevaba ni diez minutos durmiendo cuando un paisaje empezó a dibujarse en
sus sueños. Aunque al principio lo veía todo borroso, pronto distinguió con nitidez un
camino estrecho envuelto en una espesa nube de polvo. A lo lejos se distinguía la
silueta de un coche alejándose a poca velocidad.
El coche siguió su camino lentamente, esquivando los miles de baches que
hacían que aquel recorrido fuera más largo de lo normal y bastante fastidioso. Jason
no podía distinguir el coche, porque estaba demasiado lejos para ello, así que se
concentró en el paisaje que lo rodeaba, porque era un paisaje que le resultaba familiar.
El camino comenzaba a estrecharse y a rodear una montaña pedregosa de color
rojiza, y el coche siguió avanzando lentamente curva tras curva, sin dejar de esquivar
los baches y las numerosas piedras que entorpecían la calzada. Al otro lado, el
terreno, plagado de arbustos secos, descendía peligrosamente con una pendiente
cada vez más inclinada.
De repente, de la montaña, comenzaron a caer algunas piedras que el coche
pudo esquivar con movimientos bruscos del volante, pero a tan sólo unos metros, las
piedras cayeron en mayor cantidad y con un tamaño descomunal, haciendo que el
coche perdiera el control y cayera por el barranco dando vueltas de campana.
El coche rodó hasta que unos metros más abajo lo paró el viejo tronco de un
árbol seco. Algunas piedras chocaron contra la carrocería, dejando así constancia del
gran desprendimiento que acababa de producirse unos metros más arriba, porque
ahora, la calzada había quedado intransitable, el paso estaba cortado por las grandes
127
rocas que habían caído, que se amontonaban las unas junto a las otras cortando el
paso.
El tiempo pareció suspenderse, y sin embargo, de repente, fue como si los
acontecimientos se precipitaran. Oyó un ruido extraño que al principio no supo
identificar, y que pronto comprobó que era un helicóptero del servicio sanitario, que se
disponía a realizar el rescate de los pasajeros del coche. Dos hombres bajaron con la
ayuda de unas cuerdas, del helicóptero, que ahora se mantenía quieto en el aire. Los
hombres inspeccionaron el terreno, y tras comunicarse con los de arriba, dos camillas
comenzaron a descender lentamente, hasta llegar al suelo.
Colocaron a las dos personas que acababan de sacar del coche debidamente
sujetas, en las camillas, y después, éstas comenzaron a ascender, lentamente, hasta
que se perdieron en el aire, con los médicos y con el helicóptero.
Todo quedó de nuevo en silencio. Jason no había llegado a ver a aquellas
personas, lo había visto todo desde lejos, pero un nudo le oprimía el pecho, sin saber
muy bien por qué.
Entonces fue como si él mismo fuera acercándose al lugar del accidente, al árbol
donde el coche aún permanecía estrellado. Aunque no se veía a él mismo, sabía que
era él quien se estaba acercando, eran sus ojos los que lo veían todo. Cuando llegó, el
aire le faltó de repente. Sintió que algo le desgarraba el alma, era el coche de la
organización, era el coche en el que aquella mañana habían partido Bryan y Estefa.
Creyó que iba a morir del dolor que comenzaba a brotar de su estómago. Se
arrodilló junto al coche, cerca de los asientos delanteros, y vio algo en el suelo que
llamó su atención. Con lágrimas en los ojos cogió aquel objeto con cuidado y lo apretó
contra su pecho. Era una de las pulseras de Estefa, medio rota y manchada de
sangre.
Jason se despertó sobresaltado. Estaba envuelto en sudor y sentía en sus labios
el sabor salado de las lágrimas.
Miró a su alrededor para asegurarse de donde estaba, pero no se tranquilizó al
comprobar que todo había sido un sueño, porque lo cierto era que Estefa aún no había
llegado, y la última vez que había soñado algo así, había terminado ocurriendo de
verdad. Miró instintivamente a Sanna, que dormía plácidamente, y salió a toda prisa de
la choza.
Se dirigió directamente a la choza de Shaka, que ya estaba durmiendo, y
alarmado, lo despertó. Muy a su pesar, Shaka acompañó a Jason al barracón donde
hacían las reuniones y donde comían, en busca de la emisora de radio con la cual
podían pedir ayuda o comunicarse con la policía y con el hospital. Shaka pensaba que
su amigo había perdido el juicio, que se había vuelto loco, pero la expresión de su cara
128
cambió de la incredulidad al asombro cuando desde el hospital de Nairobi confirmaron
que un helicóptero acababa de llegar con dos pasajeros. Uno había muerto por el
camino, el otro permanecía en estado grave y ahora estaba siendo operado. Ambos se
miraron con el dolor reflejado en el rostro, ahora sólo podían esperar a que un coche
viniera a por ellos, estaban totalmente incomunicados.
La espera fue terrible. Ninguno habló en todo el rato, permanecieron sentados,
mirándose los pies, en silencio, compartiendo lo que sentían sin palabras.
Cuando llegó el coche que les llevaría al hospital ambos estaban ya
completamente abatidos. El camino a Nairobi fue desgarrador, y cuando pasaron por
el lugar donde el desprendimiento se había producido, y que ya estaba libre de
piedras, a Jason se le erizó la piel, y las lágrimas empezaron a asomarse a sus ojos,
que aún no se atrevían a llorar.
Cuando llegaron al hospital estaba casi amaneciendo. Corrieron en busca de
algún médico que supiera lo que había ocurrido, y les diera la noticia que estaban
esperando. La noticia cayó sobre ellos de manera diferente pero igualmente dolorosa,
Shaka había perdido a una hermana, Jason a una compañera, a una confidente, a una
esposa y a la madre de su hija. Bryan se estaba recuperando de la operación, las
siguientes horas serían críticas, y posiblemente se decidiría en ellas si volvería a
caminar o quedaría inválido para el resto de su vida. Ahora estaba dormido, no podían
pasar a verle.
Los dos amigos se abrazaron dejando salir libremente toda la tensión que
habían acumulado durante aquellas horas. Se abrazaron durante largo rato, con
fuerza, transmitiéndose el uno al otro todo su apoyo mediante aquel contacto físico.
Aquel día pasó lentamente, y cada hora fue como un afilado cuchillo que se les
clavaba en lo más profundo de sus almas. Trasladaron el cuerpo inerte de Estefa al
poblado, donde se celebró su funeral según las costumbres y rituales africanos. Jason
asistió a aquel funeral como si fuera un fantasma, como si fuera sólo la sombra de él
mismo. Después fue a ver a Sanna, que había quedado en su ausencia en buenas
manos, y una vez que comprobó que estaba bien, se marchó de nuevo al hospital,
donde su hermano se debatía en una habitación solitaria entre la vida o la muerte.
Cuando llegó, un médico con semblante serio se acercó a él, y Jason se temió lo
peor. El médico le dijo que aquellas horas habían sido cruciales, y que su hermano
estaba en coma, pero que podría salir de él en cualquier momento. Jason se dirigió
derrumbado hacia la sala de espera. Se sentó, cerró los ojos, y apoyó su cabeza en la
pared. Intentó no pensar, intentó no ponerse en lo peor, intentó ser optimista. Pero las
horas fueron pasando y su hermano no daba muestras de mejoría, y él necesitaba un
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buen baño, cambiarse de ropa, y coger las cosas necesarias para pasar una
temporada en aquel hospital, donde intuía que pasaría largas y desesperantes horas.
Llegó al poblado al atardecer y encontró a Shaka en su choza, con Sanna. Le
contó como estaban las cosas, y le pidió que si en los siguientes días podría ocuparse
de la niña, había pensado quedarse por las noches en Nairobi en alguna pensión, para
no perder tantas horas en el trayecto hasta el poblado, así podría seguir de cerca la
recuperación de Bryan. Shaka aceptó encantado, estar cerca de la niña era como
estar cerca de su hermana, y aunque estaba roto de dolor aquello le ayudaría.
Jason cogió ropa limpia y se dirigió al río, donde permaneció bastante tiempo. El
contacto con el agua calmó la tensión que había acumulado en sus músculos, y la
sensación de encontrarse limpio y con otra ropa fue un alivio. Aquella noche se quedó
en el poblado y durmió abrazado a su hija, y a la mañana siguiente partió de nuevo
hacia la capital, donde le esperaban días difíciles.
La semana pasó lentamente. Jason pasaba las horas junto a su hermano.
Cuando podía entrar a verle le hablaba, le cogía de la mano para sentirlo más cerca
de él, y le contaba cuanto le necesitaba en aquel momento. Le pidió que se
despertase porque él necesitaba su ayuda, y Sanna también. No podía dejarles solos.
Por las noches se iba a una fría habitación que había alquilado en una pensión de
mala muerte que había junto al hospital, y la soledad de aquellas noches era
abrumadora. Shaka fue con Sanna a mitad de semana para ver a Bryan y para que la
niña viese a su padre, un rato al menos, también eran momentos extraños para ella, y
le necesitaba.
Fue a finales de semana, en una de los monólogos de Jasón en voz alta, cuando
su hermano despertó. De repente, salió del coma, y en ese momento, Jason comenzó
a respirar tranquilamente, aunque aún no se sabía si volvería a caminar o no.
Al cabo de una semana, vieron que la evolución de Bryan era favorable, y un
día, los médicos llegaron con la noticia de que lograría volver a caminar, pero para ello
necesitaba estar en una clínica especializada con mejores medios, donde pudiera
llevar una buena rehabilitación. Sin embargo, antes, tenía que pasar al menos un mes
allí recuperándose y en observación, después ellos mismos le aconsejarían las
mejores clínicas.
Cuando Bryan se enteró de lo que le había ocurrido a Estefa el mundo se le
cayó encima. Fue entonces cuando le contó a su hermano como ocurrió todo, como no
pudo hacer nada cuando aquellas rocas irrumpieron en la carretera, como cayeron sin
remedio por el barranco. Jason le miraba compungido, sin apenas decir nada, sin
confesarle a su hermano que ya sabía como había ocurrido todo porque lo había visto
en sus sueños.
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A partir de entonces, Jason iba con más frecuencia al poblado, echaba mucho
de menos a su niña, y Bryan ya estaba mejor, así que dejó aquella pensión oscura y
triste y volvió a dormir en su choza con Sanna, aunque no se reincorporó a su trabajo
en la escuela.
Aquel día, Jason se levantó temprano y fue a desayunar con Shaka. Aquella
noche había estado pensando, y necesitaba estar sólo unos momentos en un lugar
especial, así que le pidió a su amigo que se quedara unos instantes con la pequeña, él
enseguida volvería.
Caminó junto al río durante un rato, sintiendo en su piel la humedad, oyendo
como el agua fluía sin descanso. Pronto llegó al lugar que Estefa le enseñó hacía ya
algunos años, se quitó la ropa como hizo ella aquel día, y se metió en el agua
despacio.
La noche anterior apenas había dormido. En su cabeza las ideas comenzaban a
surgir, aún sin forma, pero dándole ya que pensar. Los médicos habían dicho que
Bryan tenía que irse a otra clínica para poder hacer la rehabilitación, Estefa no estaba,
estar allí cada vez tenía menos sentido. Pensó que aquello era una señal, una señal
para que supiera cerrar una etapa de su vida y abrir otra. Ahora las cosas habían
cambiado mucho, tenía que hacerse cargo de Sanna, y de su hermano, y aquel no era
el mejor lugar para hacerlo. Cuando Bryan pudiera viajar, se irían de allí, se lo diría la
próxima vez que fuera al hospital.
Salió del agua y se vistió, después se tumbó junto a la orilla y miró hacia arriba.
Veía un inmenso cielo azul y un sol amarillo que se asomaba entre las ramas de los
árboles que crecían junto al agua. La decisión que había tomado había conseguido
relajar la tensión que sentía, pero el profundo dolor que llevaba por dentro se mantenía
intacto. Estefa. No podía creer que nunca más vería a verla. No podía creer que
aquello hubiera pasado de verdad, tenía que ser un sueño, tenía que ser una
pesadilla.
Pero era real, todo había sido real, tan real como que él estaba allí tumbado en
aquel momento mirando al cielo.
Oyó unos pasos que se acercaban a su espalda y se volvió despacio, hasta
encontrarse con un rostro amigo, con unos grandes ojos negros y una expresión de
infinita tristeza. Shaka se sentó junto a Jason y miró el agua tranquila que se extendía
frente a sus pies.
- Jason, nunca te he hablado del árbol de los sueños rotos ¿Verdad?
- ¿El árbol de los sueños rotos? No, nunca había oído hablar de ello.
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- Es algo que mi abuelo me contó cuando era pequeño. Un grupo de niños
habíamos salido sin ningún adulto de “excursión”, en contra de lo que ellos siempre
nos habían dicho, porque hay muchos peligros en la sabana a las que un niño no es
capaz de hacer frente. Pero nosotros nos creíamos muy valientes y nos adentramos
en un lugar desconocido para nosotros, sin ningún tipo de defensa. Cuando volvíamos
de la expedición tan orgullosos de nosotros mismos una leona surgió de la nada y con
un impresionante salto se situó delante de nosotros y nos cerró el paso. El animal nos
miraba inmóvil, con sus grandes ojos amarillos, esperando cualquier descuido para
saltar sobre alguno de nosotros. El descuido lo cometió Singbé, mi mejor amigo, que
presa del pánico comenzó a correr, también en contra de lo que siempre nos habían
dicho los mayores, si nos encontrábamos con un león. Mi amigo comenzó a correr, y
los demás lo mirábamos atónitos, sabiendo que su intento desesperado por huir le
costaría la vida, y que sin embargo, a nosotros nos la salvaría. La leona lo alcanzó
casi al instante, y clavó sus colmillos en su cuello, derribándolo al suelo y terminando
de matarlo ante nuestros ojos impresionados. La leona ya tenía su presa y no se
acordaba de nosotros, así que con cuidado, comenzamos a caminar despacio hacia
atrás, sin perderla de vista ni un minuto, a su vez, el animal comenzó a arrastrar a su
presa hacia donde seguramente, sus cachorros estarían esperándola. Cuando
llegamos al poblado entre sollozos y gritos de alarma ya no había nada que hacer,
habíamos perdido a nuestro amigo, y el descontento de nuestros padres con nosotros
era notable. Aquello fue muy duro para todos, pero especialmente para mi, aquel niño
y yo siempre estábamos juntos, no hacíamos nada el uno sin el otro. Yo vivía como un
alma en pena, deambulando por el poblado siempre solo, con la cabeza gacha y los
ojos apagados.
- Nunca me habías contado esto, Shaka.
- Un día, mi abuelo me cogió de la mano y me llevó con él a un lugar en el que
solía descansar. Era un viejo árbol que se situaba un poco apartado del poblado, bajo
el cual se sentaba en numerosas ocasiones. Se sentó junto a su tronco, y me sentó en
su regazo. Estuvo un tiempo callado y al rato comenzó a hablarme. Me contó que
sabía por lo que estaba pasando, porque él había perdido a su mujer hacía ya algunos
años y sabía lo que era perder a un ser amado. Me contó que él, prácticamente, murió
con ella, o al menos su espíritu. Pero entonces me dijo que con el tiempo, y tras
mucho meditar, se había dado cuenta de que las personas éramos como los árboles.
Nacíamos, crecíamos, y algún día, florecíamos. Los árboles, con tener un poquito de
agua, eran capaces de sobrevivir, aunque quizá nunca llegasen a dar frutos. Pero si
los tratabas con cariño, si los abonabas, si les hablabas, un día darían frutos grandes y
sabrosos. Las personas, según mi abuelo, estábamos cargados de frutos, igual que
132
los árboles, esos frutos son nuestros sueños, nuestras metas, nuestras ilusiones,
nuestros objetivos. Y aunque podamos vivir sólo a base de un poco de agua y pan,
tenemos que alimentar nuestro espíritu, tenemos que sentir la belleza de la vida en
cada piedra que encontramos en el camino, aunque nos parezca insignificante o
molesta. Porque esas piedras están ahí por algún motivo y aunque para nosotros sea
desconocida, poseen sin duda, alguna utilidad. Me contó que nosotros tenemos la
responsabilidad de escoger qué queremos ser: un árbol marchito que apenas
sobrevive con lo que sus raíces logran extraer de la profundidad de la tierra, o un árbol
frondoso de grandes hojas y coloridos frutos. Me dijo que la vida daba muchos golpes,
que eran igual de molestos que las piedras que te encuentras en el camino cuando
andas descalzo y tropiezas con ellas, pero que no por encontrar una piedra un día,
ibas a dejar de caminar. No por recibir un duro golpe, podías dejar de vivir, tenías que
impedir convertirte en un fantasma, tenías que cuidar tu espíritu, tenías que
alimentarlo, para que algún día, tus sueños se pudieran cumplir, porque si estas vivo,
entonces lucharás por tus sueños, si sólo bebes lo suficiente para no morir de sed,
entonces sólo estará vivo tu cuerpo, tu alma estará muerta, te dejarás llevar y te
convertirás en alguien que se conformará con lo que sea, porque no tendrá fuerzas
para luchar. Entonces, cuando crezcas, y mires a tu alrededor, verás que tu vida ha
pasado y no es como tu querías, y te darás cuenta de que te has convertido en el árbol
de los sueños rotos.
- Shaka, es impresionante lo que acabas de contarme, y era impresionante tu
abuelo.
- Jason, no te conviertas en el árbol de los sueños rotos. Piensa que quieres
hacer con tu vida y hazlo, por ti y por Sanna. No te derrumbes, no dejes que tu vida
pase de largo, mirándola de lejos, como si fuera de otra persona. Eres joven y puedes
cambiarla, o puedes continuar con la que ya tienes si es lo que quieres. Pero haz sólo
lo que tú desees.
Jason miró a su amigo y los ojos se le iluminaron. Reconocía la sabiduría de
aquel anciano del que tanto le había hablado Estefa en las palabras de Shaka, y
agradecía que hubiese compartido aquello con él. Le daría fuerzas para seguir
adelante con la decisión que ya había tomado, sabiendo que además, tendría su
apoyo.
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-22-
DE NUEVO, EXETER
Bryan sabía que su recuperación sería lenta, que en África no era posible y que
no volvería a trabajar en mucho tiempo, así que le gustó la idea de trasladarse a
Exeter con su hermano y su sobrina. El médico que había llevado su caso desde el
principio les había recomendado una clínica en allí, a la que tendría que ir cada día
durante mucho tiempo hasta notar alguna mejoría, y aún más hasta que lograse dar
algún paso. Pero Bryan era una persona positiva, optimista, y sólo que existiera la
posibilidad de una recuperación ya le daba las fuerzas necesarias para intentarlo.
Además, aunque ahora él fuera en una silla de ruedas, podía serle de mucha ayuda a
su hermano, que tendría mucho trabajo con la niña, y estaba solo para hacerlo, pero
sobre todo, le serviría de ayuda moral, no pensaba dejarle para que se hundiera.
El día antes de abandonar el hospital el equipo de médicos con el que Bryan
había trabajado tantos años, le hizo una visita sorpresa. Ya que él no podía ir al
poblado a despedirse, ellos fueron allí. Pasaron una tarde de lo más agradable, y
cuando se marcharon, Bryan supo que una parte de él, se marchaba con ellos para
quedarse en ese lugar, para quedarse entre las chozas del poblado, para quedarse
entre su gente.
Shaka había recogido todas las cosas de Bryan mientras Jason recogía las
suyas propias, y ambos, con Sanna, pasaron la noche en una pensión cerca del
hospital. A la mañana siguiente partirían rumbo a Exeter.
El día amaneció soleado y auguraba unas temperaturas muy elevadas. Los tres
se levantaron temprano y fueron a recoger a Bryan al hospital. Fueron en taxi hasta el
aeropuerto y una vez allí había llegado la hora de despedirse. Shaka abrazó a Bryan
con el corazón compungido y le dijo que esperaba volver a verle por allí, porque
aquella siempre sería su casa. Después, se acercó a Sanna y le besó en la mejilla, le
acarició la carita y le puso alrededor del cuello un amuleto que hasta aquel día, él
siempre había llevado puesto. Ahora miraba a Jason, al hombre que había hecho feliz
a su hermana, a un gran amigo. Le abrazó y le recordó que aquel también era su
hogar.
Shaka les vio partir sabiendo que nunca más volvería a verles, y sabiendo que
estaba perdiendo a las personas más importantes de su vida, junto a su hermana y
sus abuelos, que también había perdido ya. Cuando les vio desaparecer tras la puerta
de embarque, dio media vuelta y con paso ligero salió del aeropuerto. Se acordó del
día que había ido a recogerlos, del día que conoció a Jason. Había pasado mucho
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tiempo. Después se marchó al poblado, que encontró más vacío que nunca, y se sintió
de repente más viejo y más cansado, pero sobre todo, mucho más solo.
Desde el avión, Jason no podía dejar de contemplar el paisaje, que cada vez
veía más pequeñito, y miró con todo detalle aquellos campos de té, o de tabaco,
grabándolos en su memoria para no olvidarlos nunca. Bryan y Sanna dormían hacía
rato, había sido una mañana muy larga, pero él no tenía sueño. Él pensaba en su
casa, en su pequeño apartamento en el que ahora no podrían seguir viviendo.
Tendrían que buscar algo más amplio, y a ser posible, más cerca de la clínica a la que
Bryan tendría que ir todos los días. Pensaba en Simon, al que tenía tantas ganas de
ver, y al que daría una tremenda sorpresa, porque aunque estaba al corriente de todo
lo que había pasado, no sabía que iban camino de Exeter, y menos aún que lo hacían
para quedarse.
Cuando llegaron, un taxi les esperaba en la puerta del aeropuerto, y con todo el
equipaje en el maletero, se dirigieron al lugar en el que Jason había vivido tanto
tiempo. Cuando entraron, el olor a cerrado y a humedad les envolvió, y Jason se
dispuso a abrir todas las ventanas.
Aunque Bryan aún era un poco torpe con la silla de ruedas, se empeñó en que
era capaz de quedarse con la niña, así Jason podría ir al centro, a ver a Simon, y de
camino recogería su coche, que ya necesitaba para hacer algunas compras, porque
no tenían nada para cenar.
Jason se duchó, se despidió de su familia, y salió a la calle con el corazón
latiéndole muy deprisa. El cielo estaba nublado, y amenazaba con caer una fuerte
tormenta. Cerró los ojos, aspiró el aire fresco y en sus labios se dibujó media sonrisa.
Estaba contento de estar allí.
El taxi le dejó en la puerta del centro. Bajó del coche y se quedó quieto, de pie,
mirando aquel lugar que tanto significaba para él. En aquel momento comenzaba a
levantarse un suave viento que sin embargo era fresco, se metió las manos en los
bolsillos y comenzó a caminar sintiendo un poco de frío.
El lugar estaba muy silencioso, por lo que supuso que en aquel momento no
habría ningún grupo de niños allí. Se dirigía hacia la recepción, allí esperaba encontrar
a Simon, pero el ruido del cortacésped le hizo cambiar de rumbo, y caminó hacia el
campo de césped que había en la parte delantera. Le vio enseguida, de espaldas a él,
ensimismado en el trabajo que estaba realizando.
- Veo que en todos estos años no has aprendido, el césped se te sigue
resistiendo, ¿He?
Simon apagó al instante la máquina y se volvió si dar crédito a lo que acababa
de oír. Pero cuando vio a su amigo delante de él, el rostro se le iluminó, soltó una gran
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carcajada y se lanzó hacia él para fundirse en un fuerte abrazo con el amigo tanto
tiempo perdido. Jason también reía con ganas, había conseguido sorprenderle, que
era lo que él quería. Después caminaron juntos hacia la recepción, y allí se sentaron el
uno en frente del otro.
- ¿Estas de paso, o te quedas?
- Me quedo. Bryan y Sanna están en casa descansando. Pero yo no podía
esperar a venir mañana.
Los dos amigos hablaron durante largo rato. Jason le contó como habían ido
pasando las cosas, como tomó la decisión de volver, y Simon le habló del buen
funcionamiento del centro desde que Rouse estaba allí, ya que trabajaba en equipo
con Marta. Marta, Jason tenía que saber donde estaba Marta.
- Simon ¿Dónde está Marta?
- Marta…Marta subió al refugio, la semana que viene van de excursión allí, y
tenía que comprobar que todo estuviera bien, se fue hace diez minutos, si corres la
alcanzas, si lo que quieres es alcanzarla, claro…
Jason miró al suelo sonriendo, después miró a Simon.
- Quiero alcanzarla.
- Pues entonces toma estas llaves, son tuyas, el coche está donde lo dejaste, lo
usé de vez en cuando para que no se estropeara. Anda, tenéis algunas cosas que
contaros, ya hablamos mañana, tengo que conocer a tu hija.
Jason cogió las llaves como si fueran un tesoro, se montó en su coche y se
dirigió al refugio, donde sabía que estaba la persona que más había salido en sus
sueños, a lo largo de toda su vida.
Marta aparcó a unos metros del refugio, pero fueron suficientes para que se
mojara, porque justo en aquel momento había empezado a llover de forma intensa.
Bajó rápidamente del coche y corrió hacia la puerta, que no tardó en abrir, y una vez
dentro se movió el pelo con las manos a fin de que se secara antes. Aunque no hacía
mucho tiempo que habían estado allí, el olor debido a la falta de ventilación, era
notable, así que se dispuso a abrir un poco las ventanas aunque estuviera lloviendo
torrencialmente.
Abrió las ventanas del comedor y entró a la habitación de los monitores en la que
sólo había una cama, era la habitación en la que ella había pasado la noche con Jason
hacía ya tanto tiempo. Abrió también aquella ventana, y después se sentó en la cama
y la miró, como si esperase verlo allí dormido. Pero sólo vio una almohada sin funda y
un colchón si sábanas. Eso le hizo bajar de las nubes y recordar que tenía que coger
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las sábanas y las mantas del armario, para hacer las camas. Se acercó al armario y
comenzó a sacarlas una por una, cuando le pareció oír el ruido de un coche que
paraba junto al refugio. Quizá Simon había ido a ayudarla, aunque ella había insistido
en que no era necesario.
Cuando ya había sacado todo lo necesario del armario, lo cerró y se dio la
vuelta, con la intención de empezar a hacer las literas de los muchachos, que eran
más y se le haría más pesado. Pero tuvo que reprimir un grito cuando al volverse se
encontró de repente con los ojos azules más impresionantes que jamás había visto.
Marta quedó paralizada, Marta enmudeció, porque de repente, sin previo aviso, había
ocurrido justo lo que ella llevaba años queriendo que pasara, Jason había vuelto, y
estaba delante de ella.
Jason estaba empapado, apoyado en el marco de la puerta de la habitación, que
permanecía totalmente abierta. Miraba a Marta como si fuera un espejismo, porque ya
la había imaginado mil veces así y nunca había sido real. Y ahora estaba delante de
ella. La miró detenidamente, analizando los cambios que los años, habían producido
en ella. Ahora tenía el pelo más corto, y lo llevaba suelto, a la altura de la nuca. Sus
facciones eran más maduras, pero seguía teniendo un rostro joven y vivo, a pesar de
que el color de su piel seguía siendo demasiado pálido. Llevaba una camiseta de
manga larga fina, porque el otoño acababa de empezar, y unos vaqueros oscuros que
acostumbraba a llevar al trabajo. Estaba de pie, frente a él, mirándolo sin saber que
hacer.
Marta vio un hombre de piel tostada por el sol, que hacía que el color de sus ojos
pareciese aún más intenso. Tenía el pelo algo más largo y algo más oscuro también, y
la barba de dos días le hacía tremendamente atractivo. Jason, acostumbrado ya a las
altas temperaturas, llevaba una camiseta de manga corta que estaba empapada, y
unos pantalones anchos con muchos bolsillos de color beige. Era como si algo hubiera
cambiado en él, era como si fuera mucho más maduro, más sabio, más paciente.
Jason dio dos pasos hacia ella y fue suficiente para que Marta reaccionara. Ella
también se acercó a él, sin dejar de mirarle asombrada, como si aún no se creyese
que de repente estaba allí. Cuando estuvieron el uno frente al otro, Jason rozó con sus
dedos aquel rostro pálido, para después abrazar a aquella mujer como si de repente la
hubiese recuperado. Ella se entregó a aquel abrazo, como si fuera lo único que
pudiera hacer, como si no hubiera otra opción, y con los ojos cerrados, y estrechando
bien fuerte a aquel hombre entre sus brazos, creyó que había vuelto a nacer.
El olió su pelo dorado mientras la abrazaba, y sintió como su corazón palpitaba
con fuerza junto al suyo, después se separó lentamente de ella, la miró a los ojos,
adentrándose en ellos como ya hizo algunos años atrás, y le dio un beso en la mejilla.
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Marta lo miró sin saber que hacer, y quizá, por no enfrentarse a las miles de
preguntas que surgían en aquella situación, volvió a abrazarle, y así permanecieron
largo rato, oyendo la lluvia a través de la ventana semiabierta.
Fue Jason otra vez el que volvió a separarse despacio, y agarrándola de la
mano, la condujo hasta la puerta de entrada, que también permanecía abierta. Se
sentaron allí, viendo como caía la noche junto a la lluvia, que seguía sin remitir.
Los dos evitaron mirarse, ahora todo se había vuelto más difícil, ahora les tocaba
darse muchas explicaciones.
- ¿Vienes para quedarte, Jason, o solo estas de paso? – Preguntó ella con cierto
miedo.
- Vengo para quedarme.
De nuevo se hizo el silencio. De nuevo evitaron mirarse.
- Siento mucho lo que le pasó a tu mujer, Jason.
Jason la miró sorprendido y el dolor asomó en sus ojos.
- ¿Sabes lo que le pasó a Estefa?
Marta suspiró y cerró los ojos, como si estuviera pensando si seguir hablando o
no. Después se levantó y se quedó de pie, frente a él, mirándole directamente.
- Sí, Jason. Lo se todo. Aunque no sea por las cartas que tú me enviabas. Se
que de repente un día te fuiste. Se que conociste a Estefa, que te casaste con ella. Se
que tuviste una niña. Se que Estefa murió y que tu hermano está en una silla de
ruedas.
Marta había dejado salir todo el dolor que había ido acumulando aquellos años,
aunque aún le quedaba mucho que decir. Pero no era fácil, no tanto como ella había
imaginado. Ahora le tenía allí delante, podía decirle todo lo que pensaba, pero las
palabras no le salían. Y Jason, que había enmudecido, no se lo ponía fácil.
- ¡Ni una carta, Jason! ¿Tan difícil era mandarme una carta desde allí,
explicándome que te habías ido? O mejor aún, ¿Tan difícil era despedirte de mí, antes
de irte, y decirme por qué te ibas? Porque no se por qué te fuiste, de repente. ¿Sabes
como me sentí cuando Simon me dijo que estabas en Kenia? – Ahora, Marta le
hablaba con la voz desgarrada por el dolor, por la incomprensión.
Jason la escuchó en silencio, no haría lo mismo que en el pasado, ahora la
dejaría hablar. Comprendió al instante que ella no había leído la carta que él le dio a
Natacha, debió suponerlo, Natacha jamás se la entregaría.
- Marta, te escribí una carta, antes de irme. Te decía por qué me iba. Y te
invitaba a venir conmigo, y me hubiese quedado contigo, si hubieses querido. Te
esperé en el aeropuerto, pero no apareciste. Me he arrepentido mucho tiempo de
haber dejado algo tan importante en manos de una carta, que ahora se que no llegó a
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tus manos. Natacha debía dártela, me prometió que lo haría, y yo confié en ella. Me
equivoqué también en eso. Lo siento.
Marta no podía creerlo. Natacha, otra vez Natacha. Más tranquila, se sentó de
nuevo junto a él. Y volvieron a estar en silencio.
- Jason, eso no justifica que en tantos años, haya tenido que saber de ti por las
cartas que le enviabas a Simon, y estoy segura de que sólo me dejaba leer algunas,
para protegerme.
Ahora fue él quien se levantó. Le costaba explicarse, y más aún cuando ella no
tenía ni idea de lo que iba a decirle.
- Es que no lo entiendes…Marta, me fui porque no podía verte todos los días,
porque te quería demasiado como para poder convivir contigo si no podía
tenerte…¡Tenía que alejarme de ti! Tenía que rehacer mi vida en un lugar donde tú no
estuvieses, porque tu sola presencia me hacía daño. Y Bryan, mi hermano, me dio la
oportunidad.
Ahora ella también se levantó, y las lágrimas recorrían ya su rostro triste y
enfadado.
- Te fuiste por que no podías verme, sino podías tenerme. Si no podías
tenerme…¿No podías tenerme, Jason? ¿Que no podías tenerme? El día después del
fin de semana en el refugio, quise decirte que no iba a casarme, porque realmente no
quería a Marcos, te quería a ti. Quise decirte que aunque no hubiese ocurrido aquello
hubiese dejado a Marcos, sólo era cuestión de tiempo, y que si no te hablé de él, fue
por miedo a perderte, aunque aún no te tuviera. Pero tú no me escuchaste, te limitaste
a hacer como si todo lo que había ocurrido fuera producto de mi imaginación, como si
no hubiera pasado nada. Y llegué a creérmelo, Jason, aquel fin de semana, no ocurrió
nada. Han pasado muchos años, esta conversación es absurda, será mejor que me
vaya.
Jason la vio adentrarse en la lluvia, en dirección a su coche. La miró atónito
alejarse, con el corazón latiéndole más fuerte que nunca y con la sensación de que iba
a perderla de nuevo. Avanzó deprisa hacia ella, sin importarle la lluvia, ni el frío que le
hacía temblar. Llegó hasta donde ella estaba justo antes de que se montara en el
coche. La agarró del brazo haciéndola volverse hacia él y le explicó lo que antes no le
había dado tiempo explicarle.
- ¡Sí pasó algo! Eso lo sabemos sólo los dos. Estuve un tiempo demasiado
enfadado contigo como para darme cuenta de cuanto había significado, demasiado
tiempo. Pero Marta, no dudes ni un momento, que cada día que pasé en Kenia, pensé
en ti.
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Se miraron como si el tiempo no hubiera transcurrido, como si aquella noche
fuera la misma en la que se habían besado por primera vez, y de algún modo, lo era.
Porque de nuevo, al cabo de los años, estaban en el mismo lugar, y de nuevo querían
besase por primera vez en mucho tiempo. El agua seguía cayendo a su alrededor,
pero ellos eran ajenos al ruido que ésta producía al chocar contra el suelo encharcado.
Jason, agarró entonces con suavidad la cara de Marta entre sus manos, y con la
desesperación de tantos días anhelando aquel momento, la besó con impaciencia,
explorando su boca con un ímpetu que pronto contagió a Marta, saboreando sus
labios con la certeza de quien sabe que ha encontrado lo que lleva toda una vida
buscando.
En medio de un mar de lluvia, Jason la cogió en brazos, y sin dejar de besarla
caminó hacia la puerta del refugio, que aún permanecía abierta. Cuando llegaron a la
habitación en la que ya habían dormido juntos una vez, la dejó suavemente encima de
la cama, y se tendió junto a ella mientras le miraba directamente a los ojos. Pronto,
sus manos comenzaron a recorrer aquel cuerpo mojado, que tanto había imaginado en
sus sueños. Le quitó la camiseta, y acarició su cuello húmedo, mientras ella
desabrochaba los pantalones de él con urgencia.
Estuvieron desnudos antes de darse cuenta, recorriendo sus cuerpos con las
manos, con la lengua, sin ser conscientes de nada más, sólo sabían que por fin,
estaban ellos dos, sólo sabían que sus labios se estaban tocando, que sus manos
estaban unidas, que sus respiraciones estaban acompasadas formando una sola. Y en
aquel frenesí no eran conscientes de la tormenta que se desataba en la calle, ni de
que existía el resto del mundo, allí, y en aquel momento, sólo existían ellos dos.
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-23-
UNA ETAPA NUEVA
Los meses siguientes fueron pasando mientras ellos se iban adaptando a
aquella nueva forma de vida. Bryan iba cada día a la rehabilitación, y aunque en
ocasiones era desesperante ver que día tras día no observaba ningún progreso, no
perdía la esperanza.
Jason y Marta, ahora que se habían reencontrado, no estaban dispuestos a
perder el tiempo, y pronto se pusieron a buscar una casa más grande donde todos
pudieran vivir juntos. Jason empezó a trabajar en el centro, pero sólo a media jornada,
y Bily se ocupaba de cuidar a Sanna mientras él estaba trabajando. Pronto se llevaron
muy bien, y la niña le cogió tanto cariño que cada día le costaba más separarse de él.
Con Simon, organizaban barbacoas los fines de semana en el centro, y pasaban
la noche al aire libre mientras comían carne asada y bebían cerveza, charlando
animadamente de cualquier cosa. Lejos había quedado ya esa época en la que cada
uno era infeliz de alguna manera, y ahora, parecía que las cosas no podían ir mejor. Y
sin embargo, fueron mejorando.
Llegó el día en el que Bryan consiguió ponerse en pie sin ayuda de nadie, y
logró mantenerse así unos minutos antes de perder el equilibrio. Aquel día llegó a casa
con la sonrisa más grande del mundo y una botella de cava en la mano, llamaron a
Marta y a Simon, y lo celebraron cenando todos juntos. A partir de aquel día, los
progresos fueron mucho más visibles, y al cabo de unos meses, Bryan daba sus
primeros pasos con la ayuda de unas muletas, en unos meses más ya no fue
necesario que siguiera usando la silla de ruedas, lo cual era un logro impresionante.
Jason y Marta no tardaron mucho tiempo en encontrar una casita a su gusto. Se
encontraba en un buen barrio, pero alejada del centro de la ciudad, con lo cual, la vida
allí sería más tranquila. La casa era de dos plantas. En la planta de arriba, había tres
dormitorios y un cuarto de baño. En la planta de abajo, estaba el salón, la cocina, otro
cuarto de baño más pequeñito, una habitación en la que se instaló Bryan y un modesto
jardín con una caseta para Al, una mesa y unas sillas.
El día que se instalaron allí, a pesar de tenerlo todo por medio, cenaron en el
jardín con Simon para inaugurar aquella casa, aquella nueva etapa que estaban
empezando juntos, y la buena recuperación de Bryan, que cada día estaba mejor.
Al principio, a todos les resultó un poco extraño aquello, todos estaban
acostumbrados a vivir solos, y de repente, se encontraban en una casa, conviviendo
con un montón de gente. Pero aquella nueva forma de vida les encantaba. Bryan
estaba muy contento de estar con Jason, de poder formar parte de su vida, y de estar
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presente en el crecimiento de su sobrina. Habían estado tanto tiempo separados el
uno del otro, que ahora necesitaba estar con él, así que cuando Jason le propuso que
se instalara con ellos hasta que él quisiera marcharse, no le costó mucho decidirse, y
ahora que estaba allí, se alegraba de haberlo hecho. Bryan llevaba mucho tiempo
viviendo en un lugar en el que era imposible disfrutar de ciertas cosas, y ahora estaba
redescubriendo viejos placeres olvidados, como compartir con alguien una buena
sesión de cine, o unas cervezas bien frías. Algo tan simple como salir a comprar al
supermercado, era algo que en el poblado no podía hacer, y había olvidado la
comodidad que esas cosas aportaban a la vida diaria. Si había algo que Bryan echaba
de menos, además de a la gente, era aquel contacto tan íntimo que llegaba a tenerse
en África con la naturaleza, aquellos paisajes que lo abrumaban con solo mirarlos,
aquel río, aquella sabana, aquel estado salvaje de la naturaleza que era tan difícil de
encontrar en otros lugares. Pero pronto encontró la manera de suplantar lo que él
sentía que le faltaba, y comenzó a dar pequeños paseos por el bosque en compañía
de Jason. Conforme su recuperación iba mejorando, aquellas caminatas fueron siendo
cada vez más largas, y en ellas, los dos hermanos hablaban de todo cuanto les
preocupaba, de todo lo que habían vivido juntos o separados, y de aquella nueva
etapa que de nuevo habían comenzado juntos y con la que se sentían tan ilusionados.
Al poco tiempo, Simon comenzó a ir con ellos en aquellos paseos diarios, y pronto les
unió a los tres un vínculo tan especial, que ya serían amigos siempre.
Bryan comenzaba siempre aquellos paseos desde el centro, y fue así como
conoció a Rouse, que desde el primer momento le causó muy buena impresión. Ella
era una persona tan entusiasta como él, y pronto congeniaron.
Entonces, Bryan, intentaba que sus paseos coincidieran con la hora en la que
ella salía del trabajo, y la invitaba a que le acompañase, esos días, Jason y Simon,
siempre encontraban alguna excusa para quedarse, y les dejaban ir solos.
Rouse era una mujer alta y delgada, que desprendía alegría y vitalidad por cada
poro de su piel. Compartía con él aquella pasión por vivir, aquel amor por todo cuanto
le rodeaba, por la naturaleza, por las personas. Tenía unos ojos verdes que eran
capaces de enamorar a cualquiera, y una sonrisa radiante que le iluminaba el rostro.
El pelo, liso y naranja, le llegaba a la altura de la cintura, y su piel clara estaba
moteada de pequeñas pecas que daban alegría a su rostro.
El primer día que se besaron, estaban en una colina del bosque apartada de la
carretera, viendo una puesta de sol. El color anaranjado del cielo, se reflejaba en
aquellos ojos claros que miraban a Bryan anhelando aquel beso que aún estaba por
llegar. Cuando Bryan la miró, no pudo resistirse ante la visión que tenía delante, y tuvo
que besar aquellos labios rojos que ya no dejaría de besar nunca.
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A partir de aquel día, sus encuentros no se limitaron a los paseos diarios por el
bosque. Ahora, Rouse también acudía a las barbacoas del fin de semana, o las cenas
familiares que a menudo hacían en el jardín de casa.
Un día, Bryan se acercó a Jason con media sonrisa en los labios y los ojos
iluminados por la emoción que sentía. Le dijo que creía que había llegado el momento
de irse de aquella casa, y que había pensado que quizá quisiera alquilarle su antiguo
apartamento, que era perfecto para él. Era un poco pequeño, pero suficiente para dos
personas jóvenes que se querían y que lo único que deseaban era un lugar donde
iniciar una vida juntos, y Bryan estaba ansioso por comenzar aquella vida con Rouse.
Jason abrazó a su hermano menor sin dejar de reír, y le dijo que contara con ello.
Al poco tiempo, Bryan se trasladó con Rouse al apartamento de Jason. Encontró
trabajo en la clínica en la que él mismo había hecho la rehabilitación y en ocasiones,
cuando estaba solo, no podía evitar pensar en el giro que había dado su vida en tan
poco tiempo. Era abrumador darse cuenta de cómo las decisiones tomadas después
de vivir una tragedia, podían traerte, inconscientemente, la felicidad más absoluta. Si
en el momento en el que decidió venir con Jason, hubiera decidido quedarse, su vida
ahora no tendría nada que ver, y estaba contento con aquel cambio, y mucho más con
haber tomado aquella decisión en el momento adecuado.
Jason se levantó más contento de lo habitual aquella fría mañana de sábado.
Despertó a Marta acariciando suavemente su espalda, besando con dulzura su cuello,
tocando despacio aquellos rizos dorados que revueltos, adornaban la almohada
blanca.
Ella sonrió sin abrir los ojos y se abrazó con fuerza a él, para sentirlo más cerca,
dejando que pasaran unos minutos antes de despertarse.
- Esta mañana me iré a hacer una pequeña excursión.
- ¿Esta mañana? Va a llover, ¿Has quedado con Simon y Bryan?
- No, quiero ir solo, estaré aquí a la hora de comer. – Contestó Jason antes de
besarla en los labios.
Se duchó, desayunó y salió a enfrentarse con aquella fría mañana de invierno
que le azotó en la cara con un viento helado que cortaba el aliento. Fue en coche
hasta el centro, y desde allí comenzó a caminar. Había un lugar al que hacía mucho
tiempo que no iba, desde allí, se veía la ciudad a los pies del bosque, como una
mancha pequeña e insignificante.
Anduvo durante horas y el sol apenas se dejó ver. Un cielo encapotado se
extendía sobre él, amenazando con descargar la tormenta que guardaba dentro de sí
en cualquier momento, sin embargo, él siguió hacia delante. Llegó a aquel lugar a
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media mañana. El terreno, totalmente plano, se acababa literalmente unos metros más
alante. Desde allí podía ver el precipicio que de repente, irrumpía en el impresionante
paisaje. Al borde del barranco, un viejo árbol sin hojas se agarraba con fuerza a las
piedras, y la vegetación allí escaseaba.
Se acercó al árbol y se sentó junto a su tronco delgado. Apoyó su espalda contra
él y miró hacia delante. La ciudad, a lo lejos, se extendía con una estructura ordenada
que desde aquella altura era posible apreciar. A ambos lados de aquel saliente, las
montañas se alzaban cargadas de una majestuosidad que impresionaría a cualquiera.
Y allí permaneció Jason sentado, durante largo rato, a pesar de sentir el frío en su
cara y en sus piernas, que comenzaban a entumecerse a causa de permanecer tanto
tiempo en la misma posición.
En aquel lugar y en aquel momento, le vino a la memoria una persona. La silueta
de Shaka se dibujó en su mente, en medio de una basta llanura de gramíneas
amarillas. Shaka, que un día le dijo que alimentara su espíritu, para así poder alcanzar
sus sueños.
Y ahora estaba allí, al filo de un impresionante precipicio, siendo consciente de
cuanta verdad había en aquellas palabras que un día, le regaló su amigo. Estaba en
aquel lugar, frente a aquel paisaje abrumador, y era consciente de lo feliz que era. Y
aquella felicidad sólo era consecuencia de que un día tuvo el valor de enfrentarse a él
mismo y escucharse. Y cuando se escuchó y supo lo que quería para se feliz, intentó
conseguirlo, luchó por ello, y ahora tenía todo lo que necesitaba.
Jason se levantó despacio, le dolían todos los músculos. Se apoyó con una
mano en aquel tronco seco y siguió mirando el paisaje. Pensó en Shaka una vez más,
y en la importancia que había tenido en su vida, encontrarle. Entonces sonrió, y dedicó
aquella sonrisa al recuerdo de aquella persona tan especial, que siempre estaría
acompañándole de un modo u otro. Y decidió que algún día, llevaría al borde de aquel
precipicio a Bily y a Sanna, y les contaría la historia del árbol de los sueños rotos, para
que nunca se convirtieran en uno de ellos.
De pronto sintió como el frío era más intenso, y como el agua comenzaba a
salpicar el bosque. Se metió las manos en los bolsillos y comenzó a caminar en
sentido contrario, de vuelta a casa. La lluvia caía cada vez con más fuerza, mojándole
el pelo, la cara, la ropa. Y sin embargo, no le importaba, en África había echado
muchas veces de menos aquella sensación, ahora iba a disfrutarla.
Caminó durante horas bajo la tormenta sin dejar de sonreír, y cuando llegó al
coche, se volvió una vez más hacia aquel paisaje antes de meterse dentro. Un brillo
especial iluminó sus ojos, y una tremenda sensación de bienestar le invadió por
completo, sentimientos que sólo compartió con los árboles, con las montañas, con la
144
lluvia. Sólo compartió con ellos que sabía que algo muy especial iba a ocurrir. Y que
de momento, sólo él lo sabía. Aquella noche había tenido un sueño. Y la experiencia le
decía que no podía ignorar sus sueños.
En aquel sueño, Marta estaba tumbada en la habitación de un hospital, con el
pelo empapado en sudor y la sonrisa más grande del mundo. Él estaba a su lado,
acariciándole el pelo, mirando a la niña de ojos azules y rizos dorados que los médicos
acababan de depositar en su regazo. Los dos se miraron y se besaron, sintiendo que
en sus vidas, ya no faltaba nada.
Jason se metió en el coche y volvió a casa, dónde todos les esperaban para
comer, la tormenta siguió azotando la ciudad toda la tarde, y él miraba la lluvia caer
por la ventana sabiendo que ella era partícipe de su secreto. Meses más tarde, cuando
Marta le dijo que estaba embarazada, se hizo el sorprendido y la abrazó como si
nunca lo hubiese imaginado, sabiendo que también a aquella niña, tendría que
contarle la historia del árbol de los sueños rotos.