1
El rostro apareció ante sus ojos. La mujerlanzó un grito lacerante, angustioso, mientrastodo se ponía a dar frenéticas vueltas entorno suyo.Apenas pudo repetir:—Nooooo…Y fue entonces cuando supo que estabacondenada a muerte. Fue entonces cuando lasmanos dejaron de acariciarla para buscar sólosu garganta, para segar la fuente de su vida.Los ojos de la mujer se dilataronespantosamente. La estaban estrangulando.Se le iban las fuerzas, el alma.Por fin, todo se nubló ante ella.Todo dejó de girar.Era el fin.Pero ella no podía sospechar aún que tambiénera el espantoso principio.Que aún moriría cinco veces más.
2
«Anoche salí de la tumba.»Había temido tanto por ese momento...»Cuando uno muere y es amortajado, cuandola tapa del féretro se cierra encima, y se escuchael golpe seco de las cerraduras ajustando elfúnebre arcón, se sabe que de allí ya no va asalir el cuerpo, sino convertido en huesossalpicados de jirones de tejidos podridos, oacaso hecho carne corrompida, maloliente, convello desordenado y los gusanos pululando enlas vacías cuencas donde antes hubo unos ojosllenos de vida. Eso es la Muerte. De ella, no sevuelve. Nadie ha vuelto, que yo sepa. Yo, sí. Yovolví de mi ataúd para vivir una segundaexistencia que nadie hubiese creído. Yo regreséde las tinieblas del panteón, como terribleemisario de ultratumba. Yo, Jason Shelley.»
3—Dicen los brujos que si se sacrifica un niño
como ése, y se deja su cuerpo lacerado en la
bifurcación de caminos, Satán lo llevará con
él y, a cambio, revelará al brujo cualquier
cosa que éste quiera saber.
—Otra salvajada. Vamos, regresemos. Hay
que avisar al coronel Ellicott de este nuevo
crimen. Ya debe haber llegado a la casa, si le
han notificado la muerte de su agente.
Se alejaron del horrendo despojo que en
mitad de los caminos quedaba como el mudo
testigo de un horror sin nombre.
Testigo del embrujo de Satán quizá.
4
Hay veces en que los pensamientos son tan
rápidos que llegan a producir un verdadero
shock. Hay momentos en que uno piensa las
cosas con una velocidad de vértigo: cosas que
quizá antes no se le hubieran ocurrido. Y eso
fue lo que pasó entonces con Mara.
Se le ocurrió que aquel cargamento de muertos
que iban en el barco japonés estaban
destinados a las cocinas del restaurante
indonesio. Sus clientes, todos abonados, ya
debían estar en el secreto y apreciaban la carne
humana finamente cortada y condimentada
con vinos olorosos y con suaves hierbas. Y
habían robado el cadáver de tío Fred... ¡para
comérselo! ¡Para servirlo como una fina
especialidad indonesia!
5
—Y nadie viene a ver qué sucede —
murmuró, sintiéndose presa de una
indefinible opresión.
—Todos, todos están quietos en sus casas.
¿A quién o a qué temen, Dinorah?
—¿Será verdad que Payneville es la
propiedad del diablo?
Guardaron un momento de silencio. El tejado de la casa de Peale se derrumbó de pronto con gran estrépito. Un enorme chorro de chispas subió a lo alto, brillando con rojos resplandores contra el cielo progresivamente oscuro del atardecer.
6
Contempló, alucinado, el cuerpo exangüe
del desconocido, sus ojos desorbitados y
vidriosos, fijos en la cúpula del panteón.
Miró las oscuras manchas en el pavimento,
en los muros, en el pequeño altar sin cruces
ni imágenes...
Y, sobre todo, contempló las tres lápidas de
mármol desatornilladas, los féretros de
madera putrefacta, las cajas de cinc forradas
de seda desvaída, de un gastado tono
púrpura... Y sangre. Más sangre por
doquier, con salpicaduras oscuras. Algunas
alimañas se alejaron, presurosas, ante la
claridad del día y la mirada de los intrusos.
7
Un periodista llega a un pueblo para
hacer un trabajo de investigación sobre
unos acontecimientos ocurridos en la
Edad Media relacionados con la
Inquisición.
Tras conocer a una extraña y atractiva
mujer se ve envuelto en varios asesinatos
relacionados con lo acontecido en el siglo
XIII. ¿Puede alguien volver del Más Allá
para cumplir una diabólica venganza?
8
En una noche tormentosa y empapados
por la lluvia en plena carretera, un grupo
de hippies acceden a subir a un autobús
que los conducirá a un lugar apacible
donde refugiarse.
Al llegar a su destino, descubren que se
encuentran en un viejo monasterio
perdido en medio de la nada. Allí
comienza su pesadilla...
9
La figura negra avanzó hacia él.
La muchacha miraba todo aquello con
ojos desencajados.
Aquella especie de vampiro, aquel ser
del otro mundo era extraordinariamente
parecido al que yacía enterrado en el
jardín Hubiera podido decirse que se
trataba de su hermano. Tenía las uñas
espantosamente largas, los dientes
amarillos y los ojos desencajados. El
cabello descuidado y largo cayéndole
sobre los hombros. La siniestra capa que
le llegaba hasta los pies parecía flotar al
viento.
10
Poco después, hasta diez presidiarios que salieran
a la calle aullando su júbilo por la repentina,
inesperada liberación, encajonados entre dos
carruajes, aullaban como dementes, atacados por
fuerzas incontrolables para ellos.
Y la muerte ensangrentó la calleja, bajo la lluvia,
cuando el arma actuó sobre los bribones
aterrorizados. Otros hallaron la muerte en las
garras mortales de una mujer que no parecía de
este mundo, y cuyas fuerzas eran las de un titán.
Esos últimos, aquellos cuyos cuerpos no fueron
heridos a golpes de arma blanca, pronto
desaparecieron del lugar de la tragedia, sin dejar
rastro. Eran exactamente cuatro.
La lluvia seguía cayendo sobre París, ahora con intensidad. Sangre y agua corrían entre las rendijas del empedrado. Y cuando las gentes se atrevieron a salir, atraídas por aquellos gritos inhumanos de terror y agonía, no vieron sino un coche celular asaltado, unos cuerpos sin vida, acuchillados...
11
Eran los ayudantes del verdugo, Monsieur de Paris, en
el lenguaje popular, l’Executeur des Hautes Oeuvres, en
términos forenses. Los ayudantes empujaron a Bisson
con cierta medida violencia hacia la guillotina. Bisson
tenía los pies ligados y caminaba muy mal.
De pronto, uno de los ayudantes le empujó por los
hombros. Bisson cayó sobre una tabla inclinada, que
basculó en el acto. Fue un tropezón hábilmente
provocado, facilitado por las ligaduras que unían los
tobillos del reo.
El otro ayudante bajó el cepo que sujetaba el cuello de
Bisson. Durante un segundo, Bisson tuvo tiempo
todavía de ver el cesto lleno de serrín que tenía bajo
sus ojos. Luego oyó un ligero chasquido.
Monsieur de Paris había accionado el resorte. La
cuchilla, con su peso añadido de sesenta kilos, bajó
como un relámpago de plata, que parecía amarilla al
reflejar la luz de los faroles del patio. Se oyó un fuerte
zumbido y luego un seco golpe.
A Bisson le pareció que sentía un frío horrible en el cuello.
12
Un grupo de supervivientes del
naufragio de un crucero de estudios,
tras pasar varios días en un bote
salvavidas, avistan un barco que se
acerca a ellos, envuelto en una densa
niebla.
Tras lograr subir a él, descubren con
horror que aquel buque en lugar de ser
su salvación, puede significar su
muerte...
13
El matrimonio Graf recorría el mundo de
ciudad en ciudad luciendo su aire de
distinción y señorío casi decimonónico.
En todos los lugares que visitaban,
aparecían personas muertas sin una sola
gota de sangre en sus venas.
Era un viejo ritual que les había
permitido seguir viviendo desde hacía
siglos y perpetuar su estirpe.
14
Un vuelo de recreo nocturno en avioneta
para contemplar la belleza de Viena y el
Danubio a la luz de la luna, se convierte
en la más horrible pesadilla de terror y
muerte para el grupo de ocho personas
que lo emprenden.
Un ancestral culto a un dios sediento de
sangre pone en peligro sus vidas...
15
16
Spectro es un personaje de ficción creado
por un dibujante y escritor de fama para
sus publicaciones.
¿Es posible que ese siniestro personaje y
su mujer aparezcan en la realidad
sembrando de muerte y sangre todo lo
que hay a su alrededor...?
17Tengo sed... Sed de sangre, de muerte, de destrucción, de
aniquilar cuanto me rodea...
¡Quiero destruir, acabar con todos!
Pero sobre todo con ella.
Ella...
La mujer amada. La auténtica mujer a quien amo cuando soy
humano. Ahora, siendo hombre-lobo... es el ser más
aborrecible del mundo. ¡Quiero despedazar su hermoso
cuerpo con mis zarpas velludas, hincar mis garras en su
cuello y desgarrárselo! Quiero verla con los ojos desorbitados
por el pánico, la angustia y el dolor... Quiero ver que todos
huyen mientras ella agoniza bajo el peso de mi cuerpo
hediondo y fétido, de erizado vello rojizo.
Sí, eso es lo que deseo ahora...
Ya, ni siquiera soy yo. Ya no queda dentro de mí nada de él.
Afuera brilla la luna. Me toca, me ilumina con luz de plata.
Y deseo matar. Destruir.
Soy ya el lobo, el hombre-bestia. ¡Tengo que matar! ¡Tengo
que hacerlo!
No, no quiero pensar más... No quiero recordar...
Voy hacia la puerta. Hacía ellos... Hacia ella.
Nada ni nadie me detendrá. Nada tiene una furia como la mía... No deseo recordar. No, no recordaré nada...
18
Para Nancy el hecho de ver y hablar con
la abuelita Fanny, era algo normal, desde
que la vio cuando tenía diez años. Lo
extraño e insólito era que sólo ella era
capaz de verla. Nadie más que ella...
Toda su familia pensaba que padecía un trastorno psicológico ya que la abuelita Fanny... había muerto en un incendio hacía muchos años
19De un modo literal, la llevaba a rastras por los
cabellos, sin que, pese a los desesperados
esfuerzos que ella hacía, pudiera librarse de
aquella mano que parecía hecha de dedos de
hierro. Los ojos del hombre brillaban
demoníacamente, expeliendo destellos en los
que se apreciaba al mismo tiempo una ciega
cólera y una morbosa satisfacción.
Ella era todavía joven, aún no había cumplido
los treinta años, muy rubia y de agradable
figura. En aquellos momentos, su cuerpo estaba
cubierto solamente por un largo camisón
blanco, que le hubiera dado cierto aspecto
fantasmal en otras circunstancias.
20¡Pasen, señores, pasen!¡Entren a contemplar el gran espectáculo del siglo!Su guía soy yo. Entren, entren, por favor. No se quedenen la puerta. El frío que sienten en su nuca en estosmomentos, no es el frío de una simple corriente de aire,sino... el helado aliento que surge de una tumba abierta...Pronto van a sentir también el fétido olor de laputrefacción humana.Y después... todo lo que está más allá de la vida, en lastinieblas de la Muerte y de lo Oculto, vendrá haciaustedes...No se preocupen de ese escalofrío que notan en laespalda, ni ese roce helado que toca su nuca ahora. Ni esasensación de que les miran, les observan desde atrás, aespaldas suyas, en la oscuridad, debe de inquietarles...No, eso no es nada. Miren, miren ante sí... ¡y entonces sísentirán horror!Pero es sólo diversión. Esparcimiento sano. Usted pagóya su boleto. Entre, entre conmigo a nuestra única ymaravillosa Cámara de los Horrores...¿Mi nombre? Ah, sí... Curtis Garland, querido amigo. Soysu guía. Sígame... sin temblar.
21
Michael entró en el estudio y prendió fuego a
un pitillo. Luego se sentó frente a la cuartilla
inconclusa, que tenía frente a la máquina de
escribir.
Se sonrió abiertamente y murmuró:
—¡Bedankos! ¡Vaya nombrecito se me ocurrió! Bedankos... Bueno, pero es un nombre que suena... Lo malo, mi querido monstruo, es que ahora tengo que matarte. Y es lástima, porque me resultabas un monstruo simpático... Veamos... ahí hay cien folios escritos; ya no te queda mucho tiempo de vida, querido Bedankos, tengo que empezar el final... Tu final.
22
Aguzó el oído, escuchando el silencio. Sólo oyó el
lamento del aire y los latidos locos de su propio
corazón.
Después, cuando empezaba a suspirar con alivio, lo
oyó.
Era algo aterrador, sin nombre ni forma, un
espanto que ululaba dentro de sus propios oídos,
con la fuerza del mal. Lo había oído antes, y sabía
que se deslizaba entre los pinos, enorme, negro,
mortal, con el horror de lo desconocido.
Incluso percibió el ruido de la maleza batida. Después, todo se extinguió, incluso el viento, quedando sólo un leve aire, que susurraba entre el follaje con acento temeroso, una queja infinita que llevara en su voz el miedo instintivo de todos los espantos que en el tiempo han sido.
23
A partir de aquel momento, la central de
teléfonos de la Jefatura de Policía de Riverdale se
«congestionó» de llamadas:
—¡Ha caído un pie en mi casa!
—Me ha llovido un muslo humano.
—El tronco, sí, señor, el tronco, desprovisto de
su cabeza y extremidades. Era un espectáculo
horripilante..., ni siquiera le habían dejado los
calzoncillos puestos.
—Treinta centímetros de brazo humano...
—Una mano derecha...
El jefe de policía de Riverdale empezó a pensar
en una epidemia de demencia.
24
Su mano izquierda temblaba al abrir el
candado, que cayó al suelo, y retirar el pestillo.
Abrió la puerta, sin notar el hediondo hedor
que salió de aquella estancia mucho más
nauseabundo que el del laboratorio de la
muerte, y penetró en el lugar.
Algo que no podía ser considerado como un ser
humano, de rostro salvaje, cubierto de andrajos,
pústulas, pelo revuelto, y que estaba amarrado
al muro con dos argollas a sus pies, se agitó en
la oscuridad. Los rugidos de su garganta
arreciaron. Pero se acercó a él y le golpeó
furiosamente con el palo, mientras gritaba:
—¡Cállate, maldito! ¡Vive como un animal, ya que no sabes ser una persona!
25
¿Qué le parece esto?
—Asombroso.
—La sensación de realismo es sobrecogedora,
¿verdad?
—Claro —dijo él—. Lord Clayton ha conseguido
algo que no tiene parangón en el mundo entero.
Este museo en el que se resume la historia de la
pena de muerte, y que ahora sólo cuenta con dos
salas, será una macabra obra de arte, pero obra de
arte al fin. ¿Se ha fijado?
—¿Fijado en qué?
—La piel —dijo suavemente Tuc—. La piel humana
es auténtica. Las figuras están moldeadas en cera y
plástico, pero han sido cubiertas con piel humana de
verdad, debidamente tratada. La habrán obtenido
de personas muertas, claro.
—Claro... —dijo ella, con un soplo de voz—. Es espantoso.
26—Voy a matarte.
Fue lo primero que dijo aquel hombre, recio, de
elevada estatura.
Y apenas pronunciadas estas palabras, aumentó, si
cabe, el miedo, el espanto de la muchacha. Pero no
sólo por lo que aquel hombre acababa de decirle,
sino porque su voz no era humana. No, no podía ser
la voz de un ser viviente. Imposible. Enteramente
imposible.
Era una voz rasgada como una herida abierta, y
desgarradoramente profunda, como los mismísimos
abismos del infierno.
—Yo no le he hecho nada malo —consiguió articular
la muchacha, aunque precisando hacer un
desesperado esfuerzo. Temblaba de pies a cabeza—.
¿Por qué quiere matarme?
—Tú no tienes la culpa —dijo aquella voz cavernosa, a través del pañuelo negro que ocultaba su cara—, pero la lluvia me pone nervioso, me da dolor en las sienes... Un dolor horrible, insoportable... Me irrita mucho, enormemente...
27
Con un grito alucinante, que se quebró de pronto
para transformarse en un ronco estertor, en un
gorgoteo que también cesó con una convulsión
cuando el muñeco, representando la figura de un
negro, con saña diabólica, levantó una y otra vez el
brazo y el agudo y fino estilete entró y entró en el
cuello de cisne de la muchacha.
Más tarde, como si se hubiera cansado de su brutal
juego, el muñeco dejó de ensañarse con el cadáver,
limpió el estilete con la sábana, dio media vuelta,
saltó de la cama al suelo, rodó por el pavimento
dando unas cuantas vueltas y avanzó hacia la
abierta ventana.
Trepó sobre el alféizar, saltó al exterior, sobre la escalerilla de emergencia, empezó también a saltar, de escalón en escalón, hacia la calle que ciento o ciento cincuenta yardas más abajo aparecía casi desierta.
28
La primera cuartilla del paquete contenía un mensaje,
escrito con grandes letras mayúsculas:
A decir verdad, no me fio de ustedes. Presiento que quieren
quitarme de en medio, una vez hayan conseguido mi formula . He
reflexionado largamente y he llegado a la conclusión de que es un
arma demasiado terrible para ponerla en manos de alguien que
podría utilizarla indiscriminadamente, con resultados
catastróficos para la humanidad. Por tanto, he destruido cuantas
notas y apuntes había tomado de mis experimentos, desde el
principio de los mismos, hasta llegar a la formula final C-400.
Pero, si muero, todos ustedes recibirán una dosis del C-400. Y ya
saben lo que eso significa. En tal caso, seria mi venganza póstuma.
Vinson h. Daniels.
Un escalofrío recorrió ocho espaldas. Durante unos
momentos, todos los presentes se sintieron helados de
horror.
Morris fue el primero que reaccionó. Pegó un fuerte
puñetazo en la mesa y exclamó:
—¡Tonterías! El doctor Daniels está muerto y bien muerto.
No puede salir de su tumba para vengarse de nosotros.
Hemos perdido un montón de dinero, eso es todo.
29
Tefbet era hombre altamente sensible, dado a
conversar con los difuntos a través de sesiones que
hoy día calificaríamos de «espiritistas». No sé si
eran ciertas o formaban parte de una argucia suya
para hacerse importante ante los demás, pero
existen diversas teorías sobre las facultades
extrasensoriales del escriba Tefbet. Y ese
manuscrito, «dictado por el espíritu errante y
torturado del Faraón Maldito, que no pudo hallar
la paz más allá de la tumba, y cuya alma o Ka fue
rechazada por el Tribunal de los Muertos, cuando
el dios Anubis procedió a contrapesar en la
balanza su verdad y su espíritu», puede ser,
repito, el citado papiro, una de las pruebas más
contundentes de su poder extraño para
comunicarse con los muertos.
30
—¿Va a sacar el Maligno de ese hombre al exterior,
profesor? —preguntó Basil, roncamente.
—Así es. Pondré el Maligno materializado dentro
de esa caja de cristal que, como pueden ver, está
vacía.
Todos quedaron callados, expectantes. El profesor
manipulaba sus aparatos electrónicos hasta que le
pareció que todo estaba dispuesto. Luego, se volvió
de nuevo hacia ellos para decirles:
—Tuve la primera idea al respecto cuando me
interesé en la cirugía del cerebro y lo que
significaba extraer cierta parte del hipotálamo. La
agresividad quedaba anulada, un asesino podía
convertirse en un ser lleno de mansedumbre,
aunque también perdía toda su personalidad,
porque la personalidad de cada uno es la mezcla
del bien y del mal y de nuestro cuerpo físico-
biológico.