7/24/2019 Alvaro Cepeda
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ESCRlllIR EN BARRANQUILLA
mo de los demás contrrtulios, Alfonso Fuenmayor, Álvaro
Cepeda Samudio, Ll-~s Ernesto Arocha, entre otros, res-
pondió con un silencio hosco. ¿Qué te pasa Bob, no te gus-
tó? , le indagaron. La verdad es que no puedo contestar
eso ... porque -añadió- una de las voces femeninas del
coro no me dejó concentrar por su ceceo.
De sus viajes comentaba su decepción ante Notre Dame,
porque se la figuraba más grande. En lo que sí estaban de
acuerdo todos sus amigos es en que él era el mejor conoce-
dor de los lim eri cks (quintillas jocosas irlandesas) en toda
la América Hispana.
Hablaba con frecuencia de su regreso a Europa cuando su
madre muriera, único pariente con quien compartía el vie-
jo y solariego caserón. Pero en la nochebuena de 1963,unos
pocos días después de la muerte de su madre, no aguantó
la soledad, y se tomó la cantidad exacta de pastillas para
matarse. Se las fue pasando de dos en dos, con una botella
del mejor vino francés. Dejó una nota con el teléfono de
un primo médico al que legaba su equipo de gimnasia. La
sirvienta al encontrar su cuerpo sin vida no pudo pedir
auxilio, era sordomuda.
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Álvaro Cepeda Samudio
(1926-1972)
Lo vi tal vez un par de veces en mi vida. Sin embargo, en
este último cuarto de siglo, a partir de su muerte, he con-
versado muchísimo sobre él.
No sé si fue en los sesenta o setenta -diez años que la
memoria ha adelgazado basta confudirlos- me lo tropecé
en la puerta del teatro Metro en una función especial, tal
vez del cineclub. Con esa osadía de los jóvenes me acer-
qué, y sin saludado le formuléla pregunta ¿Qué tiene que
ver el cine con la literatura? Él estaba en esa ocasión in-
sólitamente de vestido entero azul y corbata negra -en
esto el recuerdo es nítido-, y me contestó con un rotundo:
Nada , mientras me colocaba afablemente la mano en el
hombro. Después, encendió un enorme tabaco ante la mi-
rada desaprobad ora del portero del teatro.
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Lo vi de nuevo en casa de unos amigos comunes de
la
jeneuss e do rée de los setenta. Jugaba póker, y al parecer
las sumas apostadas eran significativas; por lo menos eso
indicaban las malas palabras cuando perdía, y las risas
bárbaras cuando ganaba. Mientras lograba armonizar el
personaje con la idea que yo me había hecho del autor de
La c as a g ra nd e, alguien puso un disco de Debussy para pia-
no, y una voz preguntó si un gato estaba caminando sobre
las teclas. Un hombre alto, silencioso, se rió sordamente;
después supe que era el director de cine hispano-mejicano
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ESCRIBIR EN BARRANQUILLA-
Luis A1coriza. Cepeda, concentrado en el juego, no nos
prestó atención.
En mis largas conversaciones con Cermán Vargas, cO,nmu-
cha frecuencia caíamos en el tema de Alvaro. Volvía una
'y otra vez -cada nueva versión con sus aditamentos~
de cuando Cepeda escribió To do s e stá bamo s a la e sp e ra ; d~
cómo se habían bebido varias veces la plata que el papa
le había dado para la edición; de la borrachera fenom~nal
en el Japi Bar el día que salió de la impr.e~ta; de c~mo
si no hubierasido por una falsa alarma de tiSISno hubiera
escrito L a c as a g ra nde, en una temporada en que -¡mila-
gro - tomó un reposo. De Los cuentos ~e
u a w
ex;?licaba
que solo había leído al
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nos antes de salir el lIbro. En esa
época vivía en Bogotá, y cuando llegaba, Alvaro siempre
estaba corriendo.
Toda su vida, Germán se lamentó de que el inmenso talen-
to literario de Cepeda Samudio no se hubiera traducido en
más obras. El año en que murió y se deslindó de ~osnego-
cios, pensé que sería un buen momento para que Alvar~ ~~
hubiera dedicado totalmente a la literatura , me lo repitió
varias veces.
Recuerdo que una vez tomando cervezas en una tienda
del barrio Abajo, mientras en las demás mesas se jugaba
al dominó Alfonso Fuenmayor me habló de la asimilación
de las infl~encias de Hemingway y García Lorca en La c as a
gra nde . Para él, Cepeda era uno de los mejores conocedores
en el país de la li tera tura clásica española y de la norteam,e-
ricana contemporánea. Cierta ocasión, en casa de German
y estando presente Alfonso, el primero. anun~ió so~ernne-
mente que se dedicaría a escribir una blOgrafla de Alvaro.
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Álvaro Cepeda Samudio
EstaJantodos los elementos -decía -: el talento literario,
el po er que le dio llegar a ser el número dos del más gran-
de grupo económico del país, su personalidad exuberante,
su misma apostura ...
En esa misma ocasión recordaron la presencia del poeta
español León Felipe en Barranquilla. Ellos estaban seguros
de haber asistido a la charla del poeta. No estaban tan se-
guros de la presencia de Álvaro, que era apenas un estu-
diante de bachillerato (Jacques Gilard, en el prólogo de la
segunda edición de Todos e s tábamos a la es pera, infiere que
sí). El par de viejos integrantes del Grupo de Barranquilla
recordaron cuando el poeta español exaltado dijo al públi-
co: Y ahora todos gritemos: Pacelli es un hijuemadre ...
El auditorio se vació. Solo unos jóvenes lo ayudaron a re-
coger los papeles de su conferencia, que también había ti-
rado al piso.
No estoy seguro si en esa ocasión (qué vaina no haber te-
nido una grabadora cerca), se habló de su influencia en los
- nuevos autores. Yapara esa época L Express había publica-
do el artículo de Patrick Thevenon titulado P a pa Alvar o et
ses enfanis en el que señalaba a Cepeda Sarnudio como el
padre del
boom
latinoamericano.
En la casa espaciosa del viejo Prado, que compró dos años
antes de morir, recorrí varias veces su biblioteca. Muchos
libros en inglés, los clásicos españoles, la generación del
98, algunas curiosidades, varias ediciones en inglés del
Ulises
1 último que se publicaba en Latinoamérica entre
ellos, varios libros dedicados por sus autores (Morirás lejos,
de José Emilio Pacheco: Los climas , de Sergio Pitol, entre
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ESCRIBm
EN BARRANQUILLA
otros); algunos libros que se encontraban en la biblioteca
de todos los del grupo como Jud , el os cur o, de Thomas Har-
dy; un paquete todavía sin abrir de todos los libros de Pa-
vese; y mucho sobre cine.
El año en que murió solo quería hacer cine , me aclara
Tita Cepeda, la esposa.
El día de su entierro, el 15 de octubre de 1972, me encon-
traba con Carlos María, y el gentío impidió acercamos
al féretro. Puimos testigos, sin embargo, de cuando un es-
pontáneo, rompiendo con la consigna de silencio, leyó su
retórico discurso ante la indignación de los deudos.
Ocasionalmente, me encontré con ese espontáneo , que
resultó ser LID connotad~ académico. Cuando le comenté
el caso, me contestó:
Veinticinco años después me vengo a dar cuenta de que
metí la pata, con razón siempre extrañé que no hubiera
más oradores ...
Cepeda debe estar contestando con una de sus rabe-
laisianas carcajadas.
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Don Germán, el Patriarca
(1917-1991)
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Durante sus últimos diez años, Cermán Vargas escribió las
columnas Ventana al mar y Un día más en el diario
Heraldo. Su prosa amable y descomplicada era la lectura
diaria y casi obligatoria para todos nosotros. Debería más
bien titularla un día menos , me comentaba con humor
negro, en esas largas charlas que sosteníamos todos los
martes por la tarde en su apartamento de Los Laureles .
Hablábamos,
por supuesto, de literatura, pero la mayoría
de las veces yo escuchaba con atención su rico anecdotario.
Curiosamente, hablaba poco de él mismo. De su infancia
solo recuerdo la evocación que me hizo de su padre, un
santandereano, que llegó a la Costa huyéndole a la Guerra
de los Mil Días. También la ternura con que mencionó a su
madre, viuda muy joven y quien, con casi una decena de
hijos, tuvo que hacer frente a situaciones muy difíciles. Por
eso de~de muy joven, casi a los 16 años, tuvo que empezar
a trabajar como locutor. Una foto que me mostró señalaba
a u,~jove~ delgado de mirada inteligente; ya era Vargui-
tas , alguien que contaba en el mundo de la radio. Años
más adelante, siendo jurado de un concurso de novela,
alguien pretendió irrespetarlo llamándole locutor ; Cer-
mán reac~ionó con un: Locutor, y de los mejores . Porque
se ha olvidado un poco que Germán Vargas fue un perso-
Artículo publicado en Huellas , Revista de la Universidad del Norte
n. 32, Barranquilla, agosto, 1991. '
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