8/9/2019 Ana Mara Martnez de la Escalera, La cultura y el ejercicio de la democracia
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acultura
y
el
ejercicio
de la
democr ci
' t ' - .
na Mara scalera
nte los cambios y transformaciones
acaecidos en los ltimos aos, quiero
suponer que toda cuestin concer-
cul-
no
deberla ser abordada sin ponerla
en
la exigencia democrtica.
Si
nos atuviramos exclusivamente a la
en semanarios y revistas
pas en relacin con las artes y la cultura,
se echa a faltar esta ltima de-
lo visto, es el vnculo entre la cul-
el punto de partida
la entrada a la modernidad, lo que ms
es
en Mxico, sino en otras partes por igual.
No obstante, a mi entender, cualquier ex-
de los temas de la cultura
el
enfrentamiento directo con
usos estratgicos
de
la libertad, esto es,
el viejo tema de la democracia.
Pensar la cultura, integrarla no slo en los
en
los pro-
de
los partidos, no
es
una demanda
de la reflexin sobre la cultura
se
corresponda con la libertad
de oposicin, los derechos del ciudadano y la
participacin democrtica
es
p r nosotros,
ineludible.
Una sociedad democrtica se caracteriza,
ciertamente, porque
en ella
la cuestin
de
la
-
municacin es un problema. o que la iden-
tifica como tal es el hecho de aceptar la
singularidad y la especificidad de los lengua-
jes.
El
reconocimiento de la diferencia hace
posible que en muchos sentidos polticos,
culturales y econmicos, entre otros) sea ms
conveniente establecer vnculos entre los dis-
tintos lenguajes. Ya sea que estos lenguajes
entren en debate o polmica, o incluso a tra-
vs del intercambio, las diferencias nos per-
miten hablar de una comunidad como demo-
crtica.
Lo primordial para esta caracterizacin
es
encontrar vas para mantener el intercambio
abierto y sin restricciones todo el tiempo que
sea posible. Esta representacin de la demo-
cracia es todo lo contrario de una visin con-
sensual;
no
pone el acento sobre
lo
especfico
y particular.
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Segn esta.idea, aquellos que piensan
en
la
democracia a partir de su estructura comuni
cativa propondrn la cultura como prctica
comunicante. Sin embargo, tambin es posi
ble optar por la resistencia a la comunica
cin, reducindola a una forma de reproduc-
cin de la dominacin.
Como escrib ms arriba, si para la demo
cracia la comunicabilidad es un problema,
esto slo indica un tema, una inquietud;
para
algunos, un imperativo; para otros, un riesgo.
En este ltimo sentido, se supone la cultura
como el espacio de la transparencia social,
donde todo conflicto debera resolverse frente
a la historia.
Pero tambin puede representarse la de
mocracia inversamente, de modo tal que la
comunicabilidad debe vincularse con la res
ponsabilidad de los medios y de los artistas
considerados individualmente, para encon
trar una mediacin general con base en estos
medios. En esta concepcin del consenso hay
grandes riesgos: la exclusin de lo especial, lo
particular, lo desviante, lo individual. Lo pe
culiar y lo diferente son demandados verbal
mente, al tiempo que son negados en la expe
riencia prctica de la vida. La democracia es
t permanentemente en estado paradjico.
Este desgarramiento en la actualidad es espe
cialmente intenso en el terreno de la cultura.
La disputa en torno al derecho a lo parti
cular y especial es tambin una problemtica
esencialmente democrtica. En un pas como
Mxico, y a raz de la aparicin de nuevas
demandas y presiones sociales, se han trans
formado las concepciones tradicionales de
patrimonio cultural, lo que supone la exigen
cia de cambios tcnicos, administrativos, po
lticos y prcticos, tanto para las polticas
culturales de grupos, partidos o asociaciones,
como
para
la gubernamentabilidad de la cul
tura. Hablaramos de una redefinicin de la
nocin de patrimonio cultural, as como de
reconocimiento
de
nuevas realidades actuan
tes todava en lo social tecnologas tradicio
nales, asentamientos populares, expresin de
mentalidades populares), con sus propias ne-
cesidades y procedimientos de reproduccin
y ampliacin.
Lo que antes se entenda como patrimonio
cultural y defina las polticas culturales dedi
cadas a estudiarlo, preservarlo y difundirlo
estaba en estrecha re:acin con la fotma
cin del Estado nacional. La modernidad oc
cidental la democracia han introducido
una -
experiencia de temporalidad del orden de la
progresin infinita y el desarrollo en el tiem
po. Este sistema de representacin, aunque
influenciado por los espejismos de lo nuevo,
se ha preocupado por darse un pasado y un
futuro. Ante la apertura de un nuevo espacio
emprico para la percepcin de lo temporal,
el Estado nacional
se
ha dado el pasado que
necesitaba para legitimarse, por un lado, y
para reproducir y ampliar la experiencia de lo
nacional hacia el exterior y hacia el interior.
No slo la escuela ha sido el espacio de confi
guracin de la nocin de nacionalidad, en lo
que respecta a los procedimientos internos de
formacin, sino tambin de medios. Al inte
rior de esta situacin, la cultura empez. a
pensarse ella misma a partir de las nociones y
conceptos que la experiencia de la nacionali
dad
le
haban enseado a distinguir. As, no
slo ios espejismos de lo nuevo asolaron el
panorama de la crtica artstica y cultural; de
manera mucho ms fuerte, toda produccin
cultural se situ a partir de la oposicin entre
lo universal y lo nacional.
Desde la constitucin del Estado nacional,
a partir de 191O el concepto de patrimonio
cultural se form en la oposicin entre cultu
ra universal y aquello que
se
distingue como
propio e idiosincrtico de la nacin. En el ex
terior, sirvi para establecer reivindicaciones
y configur una imagen folklrica que Mxi
co exportara con su pintura y su cine, espe
cialmente. En
el
interior, el nacionalism re
salt identidades al tiempo que borraba las
contradicciones internas de los protagonistas
de la cultura. Por este proceso inscrito en el
orden de la temporalidad lineal y progresiva,
el
nacionalismo como poltica cultural, ha
biendo reconocido clasificado diversos pa-
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lo
lo regional y lo local. Desde las
lo
mexi-
Si
podemos decir que
el
patrimonio cultu-
es
una construccin histrica,
porque no slo es el producto de condicio-
lo es en la medida en
para decidir y adminis-
el patrimonio cultural; cre
un
aparato
lo
El nacionalismo cre un movimiento cultu-
en las races que se haba aboca-
y excluy otras: invent una esttica pro-
lo poltico y a lo -
de conservacin de
patrimonio y su consecuente proteccin;
de prcticas a travs de escuelas, ins-
en los poderes guber-
Pero este patrimonio cultural identificado
el Estado nacional no impidi la existen-
de una realidad que se va
del
conflicto, del cho-
No
slo
E cena culminante de la coreografa Zapata, de Guillermo
Aniaga, estrenada en 1953. En la foto, el bailarn
coregrafo,
y
Ana : vlerida. Tomada de
.\1/emona de
lahores /lnsti luto tv acional de Bellas Artes, 19541958,
Secretara de
Educacin Pblica,
;vixico, 1958, p D22.
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nte entre s; la misma experiencia de los
no
dejan de hacer cultura se
por la no
el
en
lo que se refie
el
asunto urbano y las artes de
Brevemente, la nocin de patrimonio cul
por el
nacionalismo mexica
sociedad diferencial y en conflicto. Fren
a las propuestas de autogestin de las co
La
pretendida globali
de la cultura se
ha
visto imposibilitada
y es
para
dar respuesta a los nuevos pro
lemas del desarrollo social y poltico. El re
es el de fomentar la autogestin di
usin del patrimonio propio de los sectores
ulturales activos.
otro
tipo de saberes que se han
ropio de circulacin son esos mismos me
Su orden es
el
de la escritura y su regis
tro, la disyuncin entre lo universal y lo na
ional.
La
preocupacin de los artistas, en es
ecial de los escritores,
por
pensar su propia
u-
gar en el presente, inquietud propia de la mo
dernidad, adquiere en Mxico caractersticas
curiosas.
Hace
un momento record a Vas
conceJos y a Reyes, y a sus extraordinarias
tentativas particulares. Ambos parecan pen
sarse a s mismos a pa:tir de
una
suerte de
responsabilidad histrica y de
una
urgencia
por
apoderarse de
toda
la cultura, de modifi-
-
carla, de hacerla propia. El temor tangible
era verse excluidos de la cultura universal.
Este temor se inscribe perfectamente en la
desmesura nacionalista, en
el
afn por reli
garse a la modernidad. El problema aqu rrb
es tanto
el
de la prdida de identidad nacional
-cosa
de que se les acus
repetidamente-,
ni
tampoco su pertinencia o adecuacin a la
modernidad y al espritu de los tiempos; lo
in
teresante es entender cmo unos
y
otros, mo
dernos y detractores,
no
podan pensarse a
s
mismos fuera de la nomenclatura que el na
cionalismo haba actualizado.
Las polmicas y debates que en cierta for
ma continan y que tienen su punto de parti
da
en la separacin entre lo universal
y
lo
idiosincrtio, aunque afanosamente polti
cos y pretendidamente decisivos, no hicieron
otra
cosa que fomentar un conflicto, con se
guidores y defensores acrrimos de una y
otra
parte, que aunque produjo pginas de
gran calidad, se complacan en evitar la cues
tin fundamental.
No
la modernidad, no la
idea de apoderarse de la cultura universal
para
volverla algo nuestro. Lo que est en
juego es la pregunta por la cultura que en
realidad es muchas; igual que los demonios, la
cultura es legin.
La
conversacin de la hu
manidad que proponen algunos autores para
resolver la diferencia y la incomunicabilidad
que nos asuelan puede ser vista como
una
so
lucin:
una
suerte de coexistencia pacfica.
Sin embargo, la preocupacin pacifista, tica
mente convincente, puede representar ries
gos.
El
ilamado a
la
racionalizacin como
base
para
la convers cin intercultural (la to
lerancia, la duda, la discusin,
el
dilogo, el
anlisis riguroso), de larga raigambre ilustra
da, pensada desde
el
problema de la libertad,
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suele apelar a ciertos principios bsicos.
a
lucha contra la opinin sectaria contra el fa-
natismo la propaganda ideolgica etctera
exige no slo criterios esto es principios irre-
nunciables sino una instrumentacin una
politica cultural ejercida por ciertas institu-
ciones estratgicas con lo cual regresaramos
a la gubernamentabilidad de la cultura y al
riesgo
de
suponer que
si
esta poltica es enun-
ciada por los propios hombres de
la cultura y
dirigida a cumplir los fines de la cultura se
garantizara la promocin de la libertad.
Lo que aqu est en tela de juicio es que la
racionalizacin
de
la cultura sea
el
blsamo
indicado contra la crisis que atravesamos
culturalmente. No quiero caer en la estril
polmica entre la racionalidad y los irracio-
nalismos de .corte totalitario; as no llegara-
mos a ningn lado. La tradicin occidental
ya
ha pasado por ella en repetidas ocasiones.
Lo que
me
preocupa
es
que los principios
enarbolados lejos de ser compartibles son
en s
mismos un problema. Quin decide lo
que
es
una opinin sectaria Desde dnde
se
puede acusar a un producto artstico de
ser
propaganda
ideolgica Cul es
el
esce-
nario que hace posible la identificacin del
despotismo y el fanatismo en relacin con la
cultura?
En cierta forma la pregunta que engloba-
ra todas las otras se relaciona con la consi-
deracin ltima sobre la democracia como
un escenario expuesto
al
choque
al
conflicto
y a la desigualdad. La posibilidad de que la
democracia sea tambin el riesgo de aceptar
lo
desviante lo especial
lo
individual; es una
posibilidad respetable. No
es
cierto que
si el
consenso est determinado por la argumenta-
cin racional se lograr respetar la disensin.
Creo por consiguiente que temer
el
consen-
so
es
una actitud que debe ser tomada
en
cuenta: el peligro de excluir en nombre del
ar
gumento razonado est presente.
Vale la pena mencionar que no estoy nece-
sariamente en contra
del
consenso razonable
en
materia de cultura: desde cierto punto de
vista slo se puede estar a favor de la diversi-
dad y la multiplicidad nacional o no.
Si
aten-
demos la cultura no como algo que tuviera
una funcin especfica esto es un fin ltimo
una suerte de teleologa histrica que indica-
ra
sus vias problemas y soluciones sino
como lo plural y por qu no
lo
desviante lo
extrao
no
haramos sino satisfacer
el
recla-
mo
de libertad que el ejercicio de la democra-
cia trae consigo.
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