8/18/2019 Arguedas Raza de Bronce
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Arguedas :
Ra^a de
bronce
La primera vez que se leen juntas las dos obras más conocidas del bol iviano
Alcides Arguedas (1879-1946):
Pueblo enfermo
(1909) y
Ka^a de
bronce (1919), la mera
comparación de los t í tulos y los contenidos produce en el lector la sensación de que
se t rata de dos l ibros contrastantes, opuestos. La obra ensayíst ica, tan combatida y
aplaudida por su rac ismo y su denuncia l i smo, su posi t iv i smo y su mora l i smo, su
debi l idad por los reg ímenes de fuerza , de ja un prec ip i tado ev identemente negat ivo ,
que refleja la visión idént ica que el autor tenía de su propio país * . Esa negat ividad se
extendía a la total idad de la existencia de Bolivia: a su historia , sus diferentes pueblos,
su pol í t ica. No nos interesa ahora estudiar esas ideas, ni señalar sus fundamentos y
sent ido. Lo evidente es que la visión de su propio país estaba cargada de pesimismo
y que sus denuncias implacables fueron la base del anál isis de las «enfermedades
sociales» bol ivianas. El l ibro se abría con un t í tulo t remebundo: «Pueblo enfermo» y
seguía la t rad ic ión dec imonónica posi t iv i s ta (Comte , Le Bon, Taine) , l a misma que
inf lu ía por esos años en Bunge (Argent ina) , Zumeta (Colombia) o Picabea (España) .
También e l los —como Arguedas— at r ibu ían a la mezcla de razas , a la ausencia de
raza blanca, a los indios, al mestizaje y al clima, los males de sus respectivos países
2
.
Es ta v i s ión tan poco favorable de l mundo ind ígena bol iv iano que da e l vo lumen
de 1909, no só lo negat iva , s ino caren te de esperanzas , cont ras ta , marcadamente , con
la que deja la novela. Ya desde el t í tulo se hacen visibles las diferencias polares entre
ambas obras . Fren te a la
enfermedad
(«debi l idad, degen erac ión, incapacidad , ineficacia»),
lo racial del bronce que alude al color de la piel («fuerza, resistencia, poder, salud»). La
Í
1
Todas las citas de esta obra remiten a
Pueblo enfermo
(La Paz: Gisbert y Cía., 1979). Cuando citamos
la novela lo hacemos por
Ra a
de
bronce
(Buenos Aires: Losada, 1979), 6.
a
edición. Las referencias a ha
Dativa
de
las
Sombras son de A. A R G U E D A S , Obras completas (México: Aguilar, 1959-1960, 2 vols.) vol. I. Ya
Juan Albarracín Millán indicó: «Si trasladáramos este análisis psicosocial de Pueblo enfermo a los componentes
raciales de
Ra a
de bronce, veríamos sorprendidos cómo el planteamiento de 1919, es llanamente un cuadro
invertido del de 1909. No dio cuenta [Arguedas] de este cambio en sus escritos, lo expuso sin molestarse
en explicarlo», en El
gran
debate.
Positivismo
e
irracionalismo
en el
estudio
de la
sociedad boliviana
(La Paz: Ed.
Universo, 1978), pág. 154.
Quiero agradecer aquí a mi colega y amiga, la doctora Martha Martínez, el haberme facilitado
numerosos libros y publicaciones aparecidas en Chile, Perú y Bolivia existentes en su biblioteca particular,
que son de muy difícil acceso.
2
Sobre las ideas de A R G U E D A S véase G. FR A N C O V IC H , El pensamiento voliviano en el siglo XX (México:
Fondo de Cultura Económica, 1956), págs. 40-43; W. R.
C R A W F O R D ,
A Century of Latin American Thought
(Boston: Harvard University Press, 1961, 2.
a
ed.), págs. 106-108; M. S. STABB,
In Quest of
Identity (Chapel
HUÍ: North Carolina Press, 1967), cap. z: «The Sick Continent and its Diagnosticians». Sobre A R G U E D A S
escribieron
R A M I R O D E M A E Z T U
(que prologó la primera edición de Pueblo enfermo);
M I G U E L D E
U N A M U N O , que fue amigo personal del escritor; R A F A E L A L T A M I R A (en el prólogo a la ed. de 1923 de la
2
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lectura de la novela entrega una visión mucho más posi t iva y dinámica del indio y de
su mundo. Esta v i s ión t iene dos aspectos , que deben ser separados . Por una par te ,
Arguedas desc r ibe ,
por dentro,
e l funcionam iento soc ia l e ind iv idual de una com unida d
indígena, con sus individuos, jefes, valores, t rabajos, f iestas, rel igión, conocimientos
de la na tura leza , l eyes , cos tumbres , l enguaje . Por o t ra , muest ra cómo esa comunidad
es atacada (agredida y explotada) por los blancos y sus cómplices (los cholos,
adminis t radores , po l í t i cos , comerc ian tes , l a Ig les ia) , y cómo reacc iona ferozmente en
un levantamiento que supondrá un uso leg í t imo de la v io lencia , y una probable y
terrible represión posterior. Y una dist inción necesaria . Mientras el ensayo anal iza la
totalidad de la realidad nacional boliviana (desde la geografía, las razas, la polít ica y
la historia), la novela se l imita a presentar la comunidad indígena aymara, en su
compleja si tuación social e histórica.
Estas son las conclus iones de una pr imera lec tura . Cuando se examinan de ten ida
mente ambas obras , s in embargo , debe mat izarse es ta observac ión señalando a lgo
concre to : en Pueblo enfermo están, en agraz, tod os los aspectos q ue la nov ela
desarro l la rá dramát icamente por medio de personajes , s i tuac iones y d iá logos . En un
pasaje de esta obra dedicado a describir el habi tante de la pampa interandina, el indio
aymara , Arguedas descr ibe su ps ico logía —en correspondencia con e l hosco pa isa je
que habi ta— y su vida durísima, desde la niñez hasta la tumba. Un buen espacio está
dedicado a la mujer aymara; al l í se adelanta el sent ido del t í tulo de la novela:
«La mujer observa la misma vida y, en ocasiones, sus faenas son más rudas. En sus odios es
tan exaltada como el varón.. . Ruda y torpe, se siente amada cuando recibe golpes del macho, de
lo contrario, para ella no tiene valor un hombre. Hipócrita y solapada, quiere como la fiera, y
arrostra por su amante todos los peligros. En los combates lucha a su lado, incitándole con el
ejemplo, dándole valor para resistir . La primera en dar cara al enemigo y la última en retirarse
novela citada); JOSÉ E. R O D Ó , etc. MARIANO B A P T I S T A G Ü M U C I O ,
Alcides Arguedas
(La Paz-Cochabam ba:
Los Amigos del Libro, 1979), ha recogido numerosos juicios de compatriotas sobre A R G U E D A S . Polémica
y política, la obra y la vida del escritor han estado sometidas en Bolivia a duros ataques provenientes de la
izquierda y de los sectores nacionalistas (Diez de Medina, Medinaceli, Navarro, Marcos. Domic, etc.)
Y todavía hoy se habla de «arguedismo» como una corriente ideológica denigrativa de la tradición nacional
y vendida al imperialismo y a los intereses de la llamada «Rosca». Debe decirse, sin embargo, que
ARGUEDAS reconoció en varios lugares de sus escritos que recibió dinero del millonario del estaño, Patino,
con lo cual disfrutó de la paz necesaria para escribir su vasta historia de Bolivia. Pero no es este lugar para
examinar la variada —y a veces cambiante— postura ideológica de nuestro escritor. Nos atendremos a lo
que se indica en su novela.
Sobre los últimos anos de Arguedas, véase A. A., Etapas
de la vida de
u n
escritor
(La Paz: Talleres Gráficos
Bolivianos, 196}), vol. I , prólogo y notas de Moisés Alcázar, donde se editan por vez primera numerosos
pasajes del Diario inédito que Arguedas dispuso fuera publicado en 1996, Desgraciadamente, en esta edición
se han borrado los nombres personales a los que el autor hace referencia. En pág. 155, Arguedas anota que
el 13 de enero de 1945, «... he tomado un coche y, a carrera, he ido a entregar al gerente de la editorial
Losada, Guillermo de Torre, el ejemplar corregido de
Kat^a de bronce
para una nueva edición en la colección
barata de Contemporánea., . Saldrá el libro en marzo». Lo que confirma lo señalado por Gordon
Brotherston, «A. A. as a "Defender of Indians" in the First and Later Editíon of
Ra a
de Bronce»,
Romance
Notes, XIII (1971), págs. 41-47, de que hay importantes diferencias textuales entre las distintas ediciones de
la novela, cosa que no puedo comprobar aquí. Nos atendremos a la edición corregida publicada por Losada
en 1946, repetida me
varietur
por esa editorial.
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de la derrota, jamás se muestra ufana de triunfo. Cuando crueles inquietudes turban la paz de su
hogar, no se queja, no demanda consuelo ni piedad a nadie, y sufre y llora sola.
Fuerte, aguerrida, sus músculos elásticos tienen solidez de bronce batido. Desconoce esas
enfermedades de que están llenas nuestras mujeres por el abuso del corsé y el desmedido gasto
de perfumes y polvos. Sus nervios no vibran ni con el dolor ni con el placer. Engendra casi cada
año,
y da a luz sin tomar precauciones, y jamás se dislocan sus entrañas, forjadas para concebir
fruto sólido y fuerte. Hacendosa, diligente, emprende viajes continuos y va en pos de sus
caravanas haciendo 40 ó 50 kilómetros diarios, sin fatiga ni alarde» (págs. 52-55).
Recuérdese el pasaje de Ra^a de bronce, donde se justifica el t í tulo de la obra por
boca de l pa t rón , Panto ja , después que e l g rupo de los b lancos in ten ta v io lar a
Wata-Wara y el la muere de los golpes:
«—Al verla tan fina nadie hubiera sospechado que esa salvaje tuviese tanta fuerza. Yo la cogí
por la cintura y quise echarla al suelo, pero no pude. Es una raza de bronce— confesó Pantoja»
(pág. 254).
En el capí tulo II del ensayo están además adelantados la t rama total de la novela
y hasta la fría indignación que parece mover la pluma del autor en su defensa de los
indígenas. Para no alargar demasiado estas páginas indicaremos sólo algunos pasajes
claves. La novela parece evocar una época de malas cosechas semejante a las crisis
agrícolas de los años 1898-1905 de que se habla en ese capítulo del ensayo:
«Los indios, como no tienen la precaución de almacenar sus cosechas en previsión de malos
años, sólo producen lo estrictamente indispensable.. . cayeron en vergonzante indigencia, hasta
el punto de que... se vieron forzados a refugiarse en la ciudad en busca de trabajo... a mendigar
por las calles y plazas mostrando sus cuerpos enflaquecidos en largos años de privaciones»
(págs-
5 3-54-)
Confróntese con el capí tulo VI de la segunda parte de la novela. El ensayo señala
además que las malas cosechas fueron interpretadas por los sacerdotes como «enojos
de Dios contra la decaída raza. . . por inobediente, poco sumisa y poco obsequiosa»
(pág. 54), cosa que se repi te en el sermón del cura Pizarro
(Ra^a de bronce,
p á g s . 191-192). El ensayo en el mismo lugar indica la necesidad de rotar los cul t ivos
y proteger las especies en desaparición, idea que en la novela expresa Suárez
(págs . 202-204). E l f inal terrible , no desc ri to , per o alu did o en la nove la, ya está
adelan tado como hecho habi tua l en e l ensayo:
«Cuando dicha explotación, en su forma agresiva y brutal, llega al colmo y los sufrimientos
se extreman hasta el punto de que padecer más sale de las lindes de la humana abnegación,
entonces el indio se levanta, olvida su manifiesta inferioridad, pierde el instinto de conservación
y, oyendo a su alma repleta de odios, desfoga sus pasiones y roba, mata, asesina con saña atroz...
La idea de la represión y el castigo apenas si le atemoriza, y obra igual que el tigre de feria
escapado de la jaula. Después, cuando ha experimentado ampliamente la voluptuosidad de la
venganza, que vengan soldados, curas y jueces y que también maten y roben.. . ¡no importa »
(pág. 56.)
E n Pueblo enfermo, co m o ejemp lo de la ser vid um bre a la qu e está obl iga do el indio
en manos de los b lancos , l eemos:
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«Se alquila un pongo con taquia. Llámese pongo al colono de una hacienda que va a servir
por una semana a la casa del patrón en la ciudad, y tequia la bosta de ovejas y llamas que se
recoge, se hace secar al sol y luego se emplea como combustible» (pág, 63).
En la novela será el dueño de la hacienda el que pone un aviso idént ico: «Pablo
Panto ja a lqu i la pongos con taquia» (pág .
5
8).
Hasta la visión del paisaje de la meseta alta en el ensayo semeja el de la novela,
des tacando su rudeza , su insoportab i l idad para e l hombre , su poder de hacer de l ind io
un ser in t rover t ido , so l i ta r io : «Moralmente e l ind io es un gran so l i ta r io , un esquivo ,
un desdeñoso» (pág. 64). Y rei teradamente se comenta al l í su biografía de t rabajos
constantes: «El indio t rabaja desde los dos años, hasta que revienta» (pág. 50).
Ejecución
La obra novelesca , como ha escr i to e l mismo Arguedas , es producto de dos
décadas la rgas de t raba jo . Su pr imer esbozo , imperfec to , fue una breve obrü la
narra t iva t i tu lada Wata-Wara (1904). La prim era ed ición aparec ió en 1919; la siguien te
en 1924, y la tercera, y definitiva, es la terminada en 1945 y editada en 1946. Al final
de esta úl t ima, Arguedas aclara su intención frente al problema indígena
3
.
De aquí debe ex t raerse una conclus ión necesar ia : es un l ib ro no improvisado , n i
apresurado. Tuvo una larga ejecución y hay al l í detal les de composición, de est i lo , de
ideas ,
que prueban una cuidada elaboración l i teraria y conceptual . Por eso se escribe
nues t ro e s tud io .
En general , la crí t ica ha t ratado superficialmente la novela de Arguedas. Unas
veces , por e l hecho de ser una obra rea l i s ta ; o t ras , por muy comunes razones
pol í t ico- ideológicas , se la ha le ído apresuradamente y se le ha concedido muy poca
importancia. La crí t ica bol iviana, tan influida por lo ideológico o las disputas pol í t icas,
aun reconociendo la importancia de Arguedas dent ro de la h i s tor ia cu l tura l de l pa ís ,
la ha leído siempre o casi siempre de modo superficial
4
. C reemos , s in embargo , que
es un l ib ro r ico en perspec t ivas , poderoso , jus to , duro como e l mundo que descr ibe .
No es sólo la obra que inicia la novela indigenista (a pesar del texto desvaído de
Clo r inda Mat to de Turne r , Aves sin nido, 1889), es también, todavía hoy, la más exacta
pintura objet iva de una clase social y de una comunidad indígena, en su medio
3
Sob re la ejecución e intenciones de la ob ra véase La dativa de las sombras, ed, cit,, pág. 634-Ó36; detalles
sobre ediciones en Pueblo enfermo, ed. cit , , págs. 77-79. Una nota final del autor acota la importancia que la
novela pudo haber tenido en el cambio de actitud de los gobiernos bolivianos frente al indio: «Este libro
ha debido en más de veinte años obrar lentamente en la conciencia nacional, porque de entonces a esta parte
y sobre todo en estos últimos tiempos, muchos han sido los afanes de los poderes públicos para dictar leyes
protectoras del indio, así como muchos son los terratenientes que han introducido maquinaria agrícola para
la labor de sus campos, abolida la prestación gratuita de ciertos servicios (pongaje y mita) y levantado
escuelas en sus fundos.»
«Un congreso indigenista tenido en mayo de este año de 1945 y prohijado por el Gobierno, ha adoptado
resoluciones de tal naturaleza que el paria de ayer va en camino de conv ertirse en señor de maña na.. .», pág. 266.
4
Véanse, por ejemplo, las historias de la novela hispanoamericana de F.
A L E G R Í A ,
6.
a
ed. (México: De
Andrea, 1974), que el concede apenas media página, y O. C. Goic, (Valparaíso: Ed. Universidad de
Valparaíso, 197*), que la menciona entre la «Generación mundonovista». A N D E R S O N I M B E R T , en su
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geográf ico y en su época . Y const i tuye uno de los más posi t ivos tes t imonios que hoy
existen de todo un aspecto esencial de la vida bol iviana.
A es tos dos va lores , in ic iac ión de una v igorosa corr ien te denuncia l i s ta , documento
socia l y humano logrado , suma la novela de Arguedas a lgo obvio : es una excelen te
muestra (sobre todo en su úl t ima versión) de la novela de la t ierra , El l ibro de
Arguedas es el primero en abrir esa dirección todavía fruct í fera de la visión
todopoderosa de l a na tu ra l eza , como dominadora y de t e rminadora de l hombre en
Hispanoamérica . Arguedas ha logrado l impiamente combinar todos es tos aspectos en
una obra art íst ica que apela a los recursos del real ismo y a ciertos elementos
modern is tas . Ambos medidamente u t i l i zados y combinados en una to ta l idad narra t iva
eficaz y poderosa.
Trama y desar rol lo
La novela está dividida en dos l ibros. El primero, t i tulado «El val le» (seis
capí tu los , págs .
1-90 .
El segundo, «El Yermo» (ca torce cap í tu los , págs . 91-266) . El
pr imer l ib ro presenta a los personajes pr inc ipa les , Wata-Wara y Agia l i , enamorados
deseosos de casarse, y la necesidad en que él se encuentra de ir de viaje al valle con
ot ros t res hombres (Qui lco , Manuno y Cachapa) ; dos semanas en que i rán a buscar
granos , enviados por e l adminis t rador , Troche . Los cap í tu los I I a VI narran ese v ia je
y permiten al novel ista describir la real idad humana y geográfica de los valles al sur
de La Paz (Mallasa, Palca, Mecapaca),así como las al tas zonas de las grandes montañas
nevadas, el I l l imani en primer lugar. All í sufri rán los «sunichos» grandes t rabajos y
uno de e l los , Manuno, mori rá a rras t rado por un r ío c rec ido . Este pr imer l ib ro
desarrol la el motivo del viaje , que combina la descripción con lo dramático; lo
individual con lo social . Aunque es evidente el deseo del novel ista de describir así una
parte de la geografía de su patria , e l viaje de Agial i tendrá inmensa repercusión en la
ex is tenc ia de los enamorados: duran te su ausencia , Wata-Wara se verá mater ia lmente
obl igada a aceptar su v io lac ión por Troche .
El segundo l ib ro , «El Yermo», descr ibe la ex is tenc ia de la comunidad ind ígena ,
que vive y t rabaja en la hacienda de los Pantoja. En verdad, ésta es la parte más
importan te de la novela . Narrada toda de modo hor izonta l y c ronológico , hay en e l las
Historia, maneja la segunda versión de la novela (y lo mismo sucede con Zum Felde), no la última. En la
crítica boliviana véase F. DÍEZ DE M E D I N A ,
La literatura
boliviana (La Paz: A. Tejerina,
95 3);
E. FlNOT,
Historia de la literatura
boliviana
(México: Porrúa, 194}), y A.
G U Z M Á N ,
La
novela
en
Bolivia. Proceso
igtf-ipjj
(La Paz. 1967), reiteradamente superficiales. Entre los estudios utilizables, pero demasiado breves: A. ZUM
F E L D E ,
índice critico
de la
literatura
hispanoamericana. La
narrativa
(México: Guarania, 1959), pag. 259-265; R.
LAZO, La
novela andina
(México: Porrúa, 1971), págs. 27-42; BENJAMÍN C A R R I Ó N , LO S
creadores
de la
nueva
América
(Madrid: Sociedad General Española de Librería, 1928), págs. 165-217. No hemos podido leer: M.
C. R O C A B A D O , «El indio y la mujer en la novela de A. Arguedas», Revista de Cultura, Cochabamba, I I , 2
(1956), págs. 234-506, ni L. J. R O D R Í G U E Z , Hermenéutica y praxis de la novela del indigenismo (México: Fondo
de Cultura Económica, 1980).
Sin disputa el mejor estudio sobre la novela es el de MAURICIO OSTR1A
G O N Z Á L E Z ,
«Atisbos estéticos
y estilísticos en
Ra a
de Bronce», Anales de la
Universidad
d el Norte, Antofagasta, Chile (1967), págs. 29-89,
con juicios muy atinados.
I l 6
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dos apar tados que const i tuyen verdaderos re la tos re t rospect ivos . El cap í tu lo pr imero
de «El Yermo» es anacrónico: una verdadera inserción de lo histórico, en la que se
escucha la voz de l h i s tor iador Arguedas , encendida de ind ignación , y en la que , como
en ciertas novelas románticas (por ejemplo en algunos pasajes de
• El Zarco,
de
Al tamirano) , lo h i s tór ico , lo panf le tar io y lo ensayís t ico se combinan de modo
especial ísimo para destruir la insularidad de lo narrat ivo.
Arguedas narra cómo los aymarás perd ieron sus t ie rras duran te la d ic tadura de
Melgare jo :
«De este modo, más de trescientos mil indígenas resultaron desposeídoas de sus tierras, y
muchos emigraron para nunca más volver, y otros, vencidos por la miseria, acosados por la
nostalgia indomab le de ía heredad, resignáronse a consentir eí yugo mestizo y se hicieron colo nos
para llegar a ser, como en adelate serían, esclavos de esclavos...» (págs. 92-93).
Y a cont inuación (como en Balzac o en Pérez Galdós), se expl ica el origen de la
fortuna de los Pantoja.
Otro pasaje en el que se vuelve al pasado, pero éste más verosímilmente inserto
en el relato, es el
del
te rr ib le recuerdo que los dos ancianos , Choquehuanka
y
Tokorcunki , t ienen y actual izan del levantamiento indígena fracasado, en el que
fueron ferozmente reprimidos por Pantoja padre y el ejérci to (capí tulo III) .
La novela está estructurada como una serie de cuadros episódicos, que a la vez
que desarrol lan un argumento centrado en la vida de la pareja ci tada, van dando
amplias pinceladas de aspectos de la comunidad: sus tareas anuales, sus ceremonias,
sus dificul tades, su difíci l relación con los amos. En varios pasajes, Arguedas, con
buena habi l idad narra t iva , ha inser tado re la tos au tónomos. Ent re e l los des tacan dos
logrados cuadros cos tumbris tas ; uno , e l de la venta por Choquehuanka de un toro
bravo , que le permi te documentar e l hab la y la as tuc ia campesinas en una lograda
escena popular (págs. 146-149), El otro, la historia —narrada por Mallcu— de la
muerte del cóndor (págs. 59-64). Otros son el de la inundación («la Mazmorra») y el
del estudiante cazador de pumas (págs. 29-30 y 77-82). Todos estos intermedios
narrat ivos se insertan sin dificul tades en la total idad de la obra, a la que prestan
densidad y riqueza, y de la que reciben su unidad definitiva. Casi al final de la novela
el lector «escucha» por boca del escri tor modernista Suárez, una leyenda incaica: «La
just icia del Inca Huaina-Capac» (págs. 227-236). Esta si rve para mostrar la visión
ideal izada del mundo indígena que contrasta , visiblemente, con la que Arguedas ha
querido dar a sus lectores de esa misma real idad.. .
Narrada con técnica presentat iva, usando casi siempre la tercera persona, la novela
apela también a la pr imera en c ier tos re la tos personales (Mal lcu , muerte de Manuno) ,
o en los recuerdos « in ter iores» de Choquehuanka , Agia l i o Wata-Wara . En a lgunos
momen tos ; s i n embargo , e scuchamos —como hemos d i cho—- l a voz de l au to r . Pe ro
esto ocurre pocas veces. Se t rata de una novela t radicional , en la que no puede
hablarse de novedades narra t ivas . Una obra que combina c ier tos e lementos rea l i s tas y
has ta na tura l i s tas con medidos rasgos modern is tas v i s ib les , como veremos, en las
mesuradas descripciones de la naturaleza.
La intención fue escribir una evidente novela de espacio, en la que el autor quiso
dejar una detal lada descripción de la vida de una comunidad aymara, que vive junto
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al Titica ca. Pe ro a la vez , de he señalarse q ue el au to r, co n el relato del d u ro viaje de
los cuatro indios, logró dar una visión concreta de los val les sureños y de las al turas
más sol i tarias a su patria . A esta compleja suma de intenciones descript ivas (geográ
ficas, de fauna y de flora, sociales, e tc .) , debe agregarse la estructura argumental .
Vertebrada sobre la historia de las relaciones entre los enamorados y sus famil ias
respect ivas , i a obra consigue conver t i r es te p ivote dramát ico y humano en ef icaz h i io
narra t ivo para —a par t i r de ese e je— descr ib i r l a to ta l idad soc ia l de l mundo que t iene
bajo sus ojos: las luchas con los patrones blancos, sus representantes (el mest izo
Troche , e l cura , e l e jé rc i to ) , su h is tor ia y , de a lguna manera , una honda p in tura de l
mundo social bol iviano en torno a los aymarás. Dos zonas geográficas: la al ta meseta
en torno al Ti t icaca
y los
cá l idos va l les recorr idos por r íos de desh ie los , pe l igrosos
y
cambiantes (con sus t ipos sociales respect ivos). Y dos historias humanas: la de Agial i
y su amada, la de la comunidad y sus pa t rones .
La obra combina con maestría lo individual y lo social . La primera escena, con la
que se abre la novela, nos presenta a la pareja enamorada. Poco a poco, lo social se
va sobreponiendo a lo personal y , al f inal , e l asesinato de la joven, desencadena la
reacción de la comunidad. La t ragedia individual funciona corno el detonante, la gota
que desborda e l to rren te de la reacc ión vengat iva comuni tar ia . Es tos dos n ive les , e l
individual y el social , jamás son dejados de lado. Lo que ocurre es que a part i r del
in ic io de la obra , lo soc ia l se va hac iendo poco a poco más importan te , has ta que
ocupa la to ta l idad de l espac io narra t ivo . El p r imer cap í tu lo parece narrar so lamente
una agreste y primit iva historia de amor. De aquí pasamos al relato del viaje . Pero ya
a l comienzo de la segunda par te , «El Yermo», lo soc ia l -h is tór ico parece apoderarse de
la to ta l idad de la novela . Debe señalarse , s in embargo , que s iempre Arguedas muest ra
lo soc ia l como ind iv idual izado , como refer ido a un personaje concre to y par t icu lar .
Aun los pasajes en que se describen fiestas, ceremonias, labores comunitarias, s iempre
están enfocados en si tuaciones part iculares que les dan un pecul iar y específico peso
humano y pe rsona l .
Personajes
Arguedas ha ten ido la buena idea de no profundizar demasiado en lo ind iv idual ;
no hay personajes hondamente anal izados . Casi s iempre los vemos ac tuar , hab lar ,
pensar . Arguedas ha v is to b ien que se t ra ta de personal idades pr imarias , en las que es
raro encont rar ps ico logías comple jas . Alguna reacc ión in ter ior se des taca en Wata-
Wara o Agial i , o la madre de Agial i . El único que ha sido profundizado (y esto
corresponde a su importancia dent ro de l g rupo) es e l anc iano Choquehuaníca , pero ,
hasta en su caso, lo social devora a lo individual . Los otros son personajes planos y
a lgunos , burdamente s imples ( los malos : e l adminis t rador , los pa t rones , e l cura , e tc . ) .
Se t ra ta cas i s iempre más de t ipos que de ind iv iduos . Aquí debe dec i rse que Arguedas
maneja e l mismo esquema que ya aparec ía en su ensayo: los mest izos son todos malos
(kharas)
t
y los b lancos tocan Jo abyec to . Claro que en n in gú n m om en to a lcanza
Arguedas la s impl ic idad e lementa l de separar malos y buenos (como hará después
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Icaza, por ejemplo) en extremos polares. La hi ja de Troche, los amigos del patrón, la
mujer del administrador, etc . , muestran algunos rasgos diferenciales. Esto se acentúa
en el caso de los indígenas, que son aquel los personajes que realmente interesaban al
autor, En ese sent ido, sus descripciones de las reacciones y las personal idades de los
indígenas jamás ignoran el poderoso influjo que las circunstancias geográficas, sociales
y económicas han ten ido en la const i tuc ión de sus v is iones de l mundo, de sus
psico logías , de sus mied os , t em ores , c reencias , va lores . Aq uí es dond e la novela ac ierta
a concretar una visión que cal i f icaríamos de mesurada y real ista , de equi l ibrada y
obje t iva . Ni e l romant ic i smo ñoño y t ib io , que ve s iempre posi t ivamente a los ind ios ,
ni la crápula que aparecerá en la novela indigenista posterior.
Arguedas muest ra una v is ib le s impat ía , un mayor in terés , t an to humano como
valorat ivo, frente a los indígenas que frente a los restantes personajes de la novela.
Una lectura cuidada de la obra muestra que la pluma arguediana dest i la un marcado
desprec io condenator io cont ra los b lancos y sus representan tes ; nada de es to hay con
respecto a los indios. Su mirada Via t ratado de mostrarlos tal como él mismo creía que
eran: hombres determinados por una difíci l existencia en lucha constante contra un
cl ima y una t ierra excepcionalmente duras, una organización social jerárquica, racista
e injusta , y una estructura económica heredada l lena de favori t ismos esclavizantes.
La v is ión arguediana de los ind ios , que tan tos denuestos ha provocado de par te
de numerosos po l í t i cos y pensadores bo l iv ianos , parece , a p r imera v is ta , cargada de
rasgos negat ivos . Arguedas v io a los ind ios como seres insensib les , duros , v io len tos ,
feroces, carentes de piedad, de ternura, de matices humanos específicos, codiciosos,
inhumanos, resen t idos , envid iosos , s imples , p r imi t ivos , fa ta l i s tas , in t rover t idos y
cobardes , Pero la lec tura de su novela muest ra que esos rasgos se dan como productos
sociales, históricos, geográficos, económicos. Arguedas jamás dice que esas sean notas
raciales.
E l
resentimiento
y e l od io s i lenc iosos , guardados en e l fondo de l corazón como
un puñal pres to a agred i r , los muest ra Arguedas como e l ún ico , e l ú l t imo recurso que
res ta a esos desd ichados para a f i rmarse como seres humanos. El od io y e l resen t imien
to son el refugio final , la ínt ima caverna donde vuelven a verse como criaturas
humanas . Odian porque no pueden hacerse jus t ic ia ; od ian porque esa es la ún ica forma
que t ienen de afi rmar su l ibertad perdida; odian porque esa es la única posibi l idad de
dar un sent ido posi t ivo a sus existencias ferozmente humil ladas. Odiar es la única
posibi l idad que les ha dejado el mundo de venganza. Y si buscan just icia , se ven
obl igados a hacer la por su misma mano. Es importan te , en es te sen t ido , des tacar un
pasaje de la novela en el que Choquehuanka, inci tando a sus hombres a atacar y matar
a los blancos, les habla:
«—De poco a esta parte, mis ojos se han cansado de ver tanta crueldad y tan grande
injusticia, y a cada paso que doy en esta tierra me parece sentirla empapada con la sangre de
nuestros iguales. Yo no me maravillo del rigor de los blancos. Tienen la fuerza y abusan, porque
parece que es condición natural del hombre servirse de su poder más allá de sus necesidades. Lo
que me lastima es saber que no tene mo s a nadie para dolerse de nuestra miseria y que para buscar
un poco de justicia tengamos que ser nuestros mismos jueces—
... Y así, maltratados y sentidos, nos hacemos viejos y nos morimos llevando una herida viva
en el corazón.
. . .—Entretanto. . . , nada debemos esperar de las gentes que hoy nos dominan, y es bueno
I I
9
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que.. . nos levantemos para castigarlos, y con las represalias conseguir dos fines, que pueden
servirnos mañana.. . , hacerles ver que no somos todavía bestias y después abrir entre ellos y
nosotros profundos abismos de sangre y muerte, de manera que el odio viva latente en nuestra
raza, hasta que sea fuerte y se imp onga o sucum ba a los males, com o la hierba q ue de los campos
se extirpa porque no sirve para nada» (págs. 262-263).
Este es e l va lor soc ia l e ideológico de la obra de Arguedas . Lo des tacamos porque ,
casi siempre, tanto los crí t icos l i terarios como los enemigos del escri tor, parecen haber
ignorado es te aspec to importan t í s imo de la novela : most rar , a t ravés de l espe jo de la
l i te ra tura , e l ex t raord inar io va lor humano de mi l lones de ind ígenas que merec ían una
vida mejor; y condenar a sus amos, a la sociedad que hacía posible esta esclavi tud.
Wata-Wara , con cuya descr ipc ión se abre e l l ib ro , s ien te una ev ideente a t racc ión
por el joven Agial i , a t racción física que deberá terminar en el matrimonio. La vida la
ha hecho —ya tan joven— dura, práct ica, t rabajadora, si lenciosa y resignada a los
dolores de esa vida y aún a los aspectos más sórdidos de la misma (el la deberá
ent regarse a l cholo Troche y también a l cura , para poder casarse) . Símbolo de su raza
y de su comunidad, el la desempeña una función concreta en su medio y acata las
normas de su mundo. En sus ac t i tudes hay una v is ib le ausencia de todo condimento
o concesión románt ica . El la qu iere formar un hogar con su compañero y convier te en
posi t ivo hasta lo t rágico: le comenta a Agial i que las monedas con las que Troche ha
pagado su v i rg in idad serv i rán para comprar unas ga l l inas . . . Ninguna tendencia a
dramatizar o a la queja inút i l .
Insensible al dolor físico, al fr ío o a la soledad, su comportamiento ante las
manifestaciones primit ivas de amor de Agial i que la pel l izca (pág. 14) o la golpea
ferozmente (pág. 102) después de su entrega, confirman esta característ ica de su raza.
Para e l la lo importan te es formar un hogar , una fami l ia , en t idad supra- ind iv idual cuyo
valor es tá por enc ima de lo personal . Y vemos, además, cómo, también en su caso ,
lo social t ipifica lo amoroso individual . Por eso, el la concede (como Agial i ) tanta
importancia a la relación con sus padres. La madre de Agial i y el anciano padre de
Wata-Wara combinan el casamiento (págs. 105-106), y real izan todas las ceremonias
que d i spone su mundo .
Agia l i es también duro y pr imario , e lementa l , ahorra t ivo , t raba jador , responsable .
Su resen t imiento , que es una forma escondida de agres ión , sofrenada por una
organización social injusta , se i rá acumulando a t ravés de la obra, hasta el estal l ido
final . Primero es la reacción contra Troche; después, el maltrato a golpes por el cura,
que al fin también exigirá los favores de la muchacha; finalmente, el asesinato. El
resen t imiento se vuelve odio inext inguib le . Astu to , fuer te , háb i l , duro , sabe d is imular
y luchar porque ha debido hacer lo s iempre para ob tener todo lo que le ha s ido dado .
Po r eso su dureza para co n su m adr e v iuda , para con sus her m ano s , para consig o m ism o.
Cuando se entera de lo que el la ha sufrido con Troche, estal la:
«... a él, si pudiera, le comería el corazón...
— ¡Y yo también Le odiam os, ¿verdad?», agrega ella (pág. 104).
Y esto es lo qu e qued a a los hum i l lados: el od io e scon dido en e l corazó n . . . Cu and o
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habla con su madre , Choquela , y le cuenta lo sucedido a Wata-Wara , su progeni tora
trata de que el muchacho no se case con su novia:
«—¡Merece que la maten — rep uso C hoquela, con esa inquina de las madres pob res qu e
viven a expensas de los hijos solteros.
—A ella no; a él. . . —repuso con indolencia el mozo» (pág. 104).
A esta serie de humil laciones se suman los golpes que recibe del cura Pizarro, que
cobrará además su derecho de pernada . . . La muerte de la joven pondrá en marcha la
venganza de todos, y es aquí donde aparece el disimulo, la astucia del resent ido, la
feroc idad de l humi l lado que cobrará caro prec io a sus dominadores . Cuando e l padre
se en tera de la muerte de Wata-Wara , l e p regunta a Agia l i :
«—Quisieras vengarte, ¿verdad?
— ¡Quisiera... ¡Quisiera mo rderle s el corazón » (pág. 247).
Choquehanka encarna en sí los dos extremos de la t ragedia. Por una parte , es el
personaje ind iv idual , e l padre de Wata-Wara y e l maest ro y pro tec tor de Agiaü .
Encarna , en c ier to sen t ido , e l padre ofendido y humi l lado . Por o t ra , es tá en la
dimensión social , es el representante de la comunidad avasal lada y agredida, el jefe
espiri tual de los indígenas, el sacerdote, el consejero y guardador de las leyes y las
costumbres . Así debe en tenderse su t í tu lo de «Choquehuanka , e l Jus to» . Su descr ip
ción, en la novela, ocupa un espacio mayor al de todo otro personaje; desciende
directamente del cacique que cien años atrás había saludado en Huaraz al Libertador:
«Era un indio sesentón, de regular estatura, delgado, huesoso y algo cargado de espaldas, lo
que le hacía aparecer canijo y menudo... Su rostro cobrizo y lleno de arrugas acusaba una gran
gravedad venerable, rasgo nada común en la raza.. . era consejero, astrónomo, mecánico y
curandero. Parecía poseer los secretos del cielo y de la tierra. Era bíblico y sentencioso...
(págs. 128-129).
Choquehuanka es el centro de las ceremonias y el curador de las tareas de la
comunidad , que ocupan un enorme espacio en la novela . En é l se s in te t izan los
valores
sociales
de la sociedad en que vive. Su visión del mundo, pesimista , dura, desesperan
zada, nace de su vida, de su experiencia. Es el representante de las inst i tuciones
polí t icas de su comunidad (recuérdese sus palabras y función en la importante
ceremonia del cambio de hi lacata, por ejemplo). Es la norma y también el saber
práct ico. Pero a la vez es la conciencia ét ica de su grupo social , por eso, cuando se
resuelve la rebel ión, será él quien dirá a los suyos:
«Vais a derramar sangre de hombres.. . pensad en las consecuencias morales y sociales que
caerán sobre nosotros» (págs. 248-250).
Es e l deposi ta r io de las normas, la ley heredada . Y es también el que sabe, el que ha
rec ib ido de los an tepasados los conocimientos que permi ten predeci r cómo será la
cosecha, si habrá peces en el lago, si el t iempo será o no favorable a las labores de la
agr icu l tura , a la cosecha , a la reproducción y a l imentac ión de los an imales domést icos .
E s
el
sacerdote, aquel que conoce los ri tos ceremoniales de invocación a la naturaleza,
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las fórmulas ant iquísimas que deben ser usadas para pedir a la Tierra (la Pachamama),
que haya peces y granos y h ierbas para e l ganado y los hombres .
Pero también es el
consejero
político, e l representan te de la comunidad en sus
relaciones con el poder de los blancos, de los poseedores de las t ierras. Consejero y
padre, resuelve con su prudencia y su sent ido de la just icia las disputas entre los
d is t in tos miembros de l g rupo , y los p le i tos que és tos mant ienen con los poderosos .
Es el que siempre t iene a mano la palabra para consolar a los dol ientes y a las viudas,
a los huérfanos y a los desheredados .
Su fi losofía vi tal se expresa en términos que suenan a defini t ivos; cuando le
preguntan por su escept ic i smo, responde: «¡Es la v ida » (pág . 129) o «Nuest ro des t ino
es sufri r» (pág. 117). Por eso su función esencial cuando se resuelve la venganza
colect iva, que significa un cambio en la act i tud de toda su vida.
Frente al viejo sabio los demás personajes parecen circunstanciales, planos,
i n impor t an t e s , t an to soc i a l como humanamen te . Los o t ro s func ionan como mode los
de la existencia general , como ejemplos de la vida social , no individual . Quilco, que
enferma y muere , muest ra con su pequeña t ragedia la te rr ib le dureza de esa soc iedad ,
que no admi te en su seno a ind iv iduos débi les o enfermos. Estos , como Qui lco , deben
sobrevivir a la fal ta de atención médica y a una geografía que sólo permite cont inuar
a los más fuertes. La muerte de uno servirá para mostrar la reacción de estos hombres
ante ese fatal t ránsi to: una circunstancia común que puede acaecerle a cualquiera, y
que no admi te demasiadas ex ter ior izac iones . La v ida debe prosegui r , por enc ima de l
dolor y la muerte . A es ta v i s ión par t icu lar de la muerte (Manuno, Qui lco) , s iguen las
ceremonias fúnebres, en que toda una ri tual idad específica desplaza su costado social :
Choquela, que a gri tos confiesa su vida y su relación con el desaparecido. Y-el ent ierro
será seguido por la forma fest ival de la ceremonia, en la que el alcohol encarna la
forma de l o lv ido . A és ta segui rá después e l recuerdo de l d ía de los muertos , cuando
Carmela , l a v iuda de Manuno, t ra ta rá de ca lmar e l a lma en pena de su marido
(págs. 149-152). Obsérvese aquí de qué manera lo individual está siempre unido a lo
colect ivo; aun esta circunstancia personal se inscribe en la esfera de lo comunitario.
Otro personaje más in tegrado a lo genera l que a lo ind iv idual es , por e jemplo , l a
bruja de la aldea, la Chulpa. Es la que desempeña las funciones de comadrona,
abortera , curandera y hechicera . La Chulpa sabe cómo in terpre tar e l sen t ido posi t ivo
o nefando de c ier tos hechos , es la que pred ice la muerte de Manuno y la t ragedia que
caerá sobre Wata-Wara. El la cura los males de amor, las enfermedades físicas y hasta
las menta les . Es ta soc iedad pr imi t iva es tá muy b ien most rada por la importancia que
en el la desplazan los ancianos, sociedad en la que conservar, proseguir, rei terar los
ges tos y formas heredadas va le mucho más que in ten tar acc iones o ges tos nuevos .
Mundo de t en ido , p re s to a repe t i r y con t inua r , y que igno ra e l cambio .
Como ya se había indicado en Pueblo enfermo, en la nov ela u no de los persona jes
nefandos es e l cholo Tro che : malv ado , lu jur ioso , rapaz , egoís ta , codic ioso (págs . 95-
96, 135 , e tc . ). Los b lanco s , com enz and o po r e l pa t r ón , Panto ja , as í co m o sus am igos ,
cargan notas marcadamente negat ivas : egoísmo, pereza , incapacidad humana para
comprender la t ragedia de los ind ios , sev ic ia , maldad gra tu i ta . Son consumidores
puros, inút i les herederos de t ierras que no saben administrar ni t rabajar. A través de
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ellos,
Arguedas ha de jado un re t ra to s iempre negat ivo de toda una c lase soc ia l
bol iviana: la de los terratenientes. Para éstos, los indios son animales de carga, rapaces,
ment i rosos y un verdadero mal necesar io . Aun aquel los que parecen adoptar an te los
indios una act i tud posi t iva (como es el caso de Suárez, el poeta, que se compadece
humanamente de sus desgrac ias) no son most rados nada más que como in tegran tes de
la clase ociosa: carecen de los conocimientos concretos del asunto y adoptan ante el
problema una ac t i tud e lus iva y l í r ica . Suárez , in te lec tua l inmaduro y ñoño, eco logis ta
avant la lettre, le s i rve a Arguedas de e jemplo de la v i s ión en t re románt ica y modern is ta
de la vida andina que manejan estos l i teratos, productores de una l i teratura anacrónica
cuyo ejemplo lo da la «Leyenda incaica» que éste lee a sus amigos. . . Es evidente que
aquí Arguedas postula lo que el narrador l lama l i teratura «de observación y anál isis»,
que se contrapone a la del ejemplo al l í reproducido (págs. 227-236)
5
.
Ot ro b lanco , representan te de la Ig les ia , l e s i rve a Arguedas para most rar ,
d ramát icamente , l a corrupción que la so ledad y ese mundo pueden e jercer sobre un
ser débi l y mora lmente quebrado . El cura Hermógenes Pizarro , sensual , codic ioso ,
ant icrist iano, si rve también para ejemplificar la act i tud que durante siglos adoptaron
los representantes de la Iglesia catól ica: instrumento de apoyo a los operadores y de
just i f icación del poder. Su sermón, durante la f iesta de la Cruz, es un ejemplo de ese
apoyo político-religioso (págs. 154-157 y 191-192). La fiesta religiosa termina en una
terrible borrachera final en la que el alcohol se erige en una forma de huida y olvido
para una existencia intolerable.
Novela espacial
Un breve apar tado serv i rá para most rar de qué manera en la vo luntad de l au tor ,
lo espac ia l es de enorme importancia . Con habi l idad narra t iva e log iab le , Arguedas ha
ido insertando a lo largo de la obra (a lo largo del desarrol lo de la intriga central
b i furcada: d rama de los enamorados y drama de la comunidad en que v iven) , toda
una serie de descripciones de las tareas, fiestas, ceremonias, labores de la sociedad
indígena a la vera del Ti t icaca. Esas tareas y ceremonias siguen el r i tmo cronológico
de las estaciones y los meses. Primero asist imos al recuerdo, actual izado con un
t remendo dramat i smo, de la rebe l ión ind ígena pre tér i ta , repr imida con feroc idad
inigualada (págs. 119-124). Esto da el costado histórico de la comunidad, y debe ser
leído como un eco anterior de algo que ocurri rá al f inal de la obra: todo lo que vamos
a leer es otra acumulación de circunstancias que l levarán a la nueva rebel ión. También
lo que va a suceder se inscribe en un proceso cícl ico y rei terado, como las vidas de
los agonistas de la novela.
Al casamiento de Agial i y Wata-Wara siguen las labores de junio, secar las patatas
y preparar chuño, tun ta y caya (pág . 108) ; l a ceremonia de Chaul la -Katu , p id iendo a
los peces que fecunden la especie para que al imenten a los hombres (págs. 112-113);
las ceremonias del ent ierro de Quilco (págs. 137-141); en sept iembre, mes de las
5
Sobre la leyenda, léase
R I C H A R D F O R D ,
«La estampa incaica intercalada en
Ra a
de Bronce», Romance
notes, 18, 3 (1978), págs 311-317, que plantea alguno s p roblem as dignos de estudio .
123
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s iembras , que in ic ia Choquehaunka (pág . 143) ; ceremonias de l d ía de los muertos , a
comienzos de noviembre (págs. 149-152); la siega (pág. 175); el cambio de hi lacata,
jefe de la comarca (págs. 176-178); la recolección de las patatas (págs. 181-182); la
fiesta de la Cruz (págs. 186-191 y 193-197).
Naturaleza y hombre
Ha sido Alcides Arguedas quien, antes que Rivera, Gal legos o Alegría , inicia el
ciclo de las l lamadas «novelas de la t ierra», en las que la naturaleza se muestra como
un en torno todopoderoso , de terminante de ex is tenc ias , ps ico logías y es t ruc turas
sociales. La naturaleza se erige en el las como presencia inevi table, destructora muchas
veces, indomable y durísima. Y es a la naturaleza (selva, l lano, montaña, r íos
gigantescos) a la que se somete, en defini t iva, el hombre que debe habi tarla .
E n
Ra a de bronce
es ta forma ind i rec ta de de term inism o geográf ico aparece
most rada en su p len i tud . El s i lenc io de las montañas inhumanas de termina los
caracteres y hasta el aspecto físico de los personajes; a la hosquedad pétrea del I l l imani ,
rodeado de s i l enc io , co r re sponderá un hombre t ambién in t rove r t i do y du ro como e l
sí lex de que está formada la montaña:
«... y llegaron a la cumbre de una montaña, sobre cuyos lomos de piedra se afirman las
estribaciones del último pico del Illimani, que salta enorme sobre los montes, cubriendo todo el
ancho cielo con su masa de nieve y de granito, acribillado de oquedades negras, de ventisqueros,
de torrentes cristalinos... Tan fuerte era la visión del paisaje, que los viajeros, no obstante su
absoluta insensibilidad ante los espectáculos de la Naturaleza, sintiéronse, más que cautivados,
sobrecogidos por el cuadro que se desplegó ante sus ojos atónitos y por el silencio que en ese
concierto del agua y del viento parecía sofocar con su peso la voz grave de los elementos, única
soberana en esas alturas.
Era un silencio penoso, enorme, infinito. Pesaba sobre el ambiente con dolor.. .
Todo allí era barrancos, desfiladeros, laderas empinadas, insondables precipicios. Por todas
partes, surgiendo detrás de los más elevados montes, presentándose de improviso a la vuelta de
las laderas, saltaba el nevado alto, deforme, inaccesible, soberbiam ente ergu ido en el espacio. Su
presencia aterrorizaba y llenaba de angustia el ánimo de los pobres llaneros. Sentíanse vilmente
empequeñecidos, impotentes, débiles. Sentían miedo de ser hombres» (págs. 55-56).
«Únicamente los cóndores parecían vivir sin la angustia de lo grande en aquellos sitios...»
(págs.
57).
«.. . los peones que, sentados en un desmonte, mascaban coca esperando el mediodía., , yacían
mudos, silenciosos, graves y cada uno tenía junto a sí. . . los pequeños enseres de madera
fabricados por sus propias manos» (pág. 67).
«El ventisquero, visto desde lejos, daba la impresión de un río de leche petrificado; pero de
cerca, era un caos de cosas blancas, cerrado en los costados por dos murallas de granito. En su
ondulada superficie se abrían grietas insondables, y la nieve adquiría coloraciones azuladas y
verdosas, por donde chorreaba el agua transparente. Y ruidos extraños, ruidos como de cristal
que se quiebra, surgían de los abismos de las grietas, que parecían palpitar con una vida vigorosa
y que fuera hostil a la vida humana» (pág. 69).
De Mal lcu se d ice que: «La montaña y la so ledad habían ap las tado comple tamente
el espíri tu . Jamás se ponía en comunicación con ningún ser dotado de palabra» (pág. 64).
La naturaleza es un reino de poder absoluto sobre los hombres: los al imenta y
puede lanzarlos al hambre; les da y les qui ta , con poderes impredecibles y cambiantes.
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Aun los más sab ios , como e l v ie jo anciano , deben res ignarse a comprobar sus
decis iones , no a cambiar las . . . La na tura leza los mata : los ahoga , como a Manuno; los
contag ia , como a Qui lco ; los amenaza y a terror iza , como a Agia l i an te e l t emblor y la
avalancha.
El r i tmo vi tal está unido al de las estaciones, en una simbiosis primaria e
inevi table. Y la naturaleza los ha hecho insensibles, duros, pétreos como el la . Por eso
la ven como a lgo host i l , que provoca temor y un profundo respeto cargado de
creencias mágicas . Los pocos tex tos que hemos c i tado (y muchos o t ros podrían ser
aquí aducidos)
6
, muestran esta idea central : «Los viajeros. . . s int iéronse. . . sobrecogidos
por e l cuadro . . .
la vo\ grave de los elementos, única soberana en esas alturas...
Sent íanse
v i lmen te empequeñecidos, impotentes, débiles. Sentían miedo de ser hombres». N o es so lamente
que esa presencia poderosa determina sus vidas y sus psicologías; el la les muestra su
pequenez impoten te , de cr ia turas su je tas a poderes super iores .
Esta constan te re lac ión con un poder incomprensib le los ha l levado —como
ocurre en toda menta l idad mágica y pr imi t iva— a ver en muchas de sus mani fes tac io
nes la expresión de decisiones superiores, que casi siempre anuncian t rastornos y
tragedias. La aparición de una estrel la errante indica, para Agial i , la muerte de alguien
(pág. 258); el viento
kenaya,
cuando sopla, anuncia desgracias (pág. 257); la cueva
residencia de los brujos, en la que Wata-Wara cree se ha escondido uno de sus
carneros, será profanada por la muchacha, y al l í morirá golpeada por los blancos (pág.
I O - I I
y 242); Agial i , que sabe que el la ha t ransgredido una norma misteriosa, le
adelanta, entristecido: «seguro que te ha de suceder algo.. .» (pág. 112). La vida está
sujeta a un dest ino inexorable, ante el cual nada puede la voluntad humana, por eso
a l mori r Manuno, uno de sus compañeros exclama: «Estaba escr i to . La Chulpa lo ha
predicho.. . di jo que moriría de mala manera» (pág. 46), y así han muerto antes el t ío
y el padre del difunto, ambos «l levados por el diablo» (ibíd.) Cisco, en cuya choza se
han refugiado los sunichos después del terrible accidente, decide i r junto con su mujer
a buscar e l cadáver de Manuno para apoderarse de l d inero que és te l l evaba consigo ,
pero en su camino una víbora atraviesa la senda por la izquierda, señal de mal agüero
que los l levará a volverse y decir a los amigos dónde está el muerto (pág. 49); el r ío ,
con su poder mortal ; la avalancha, que aterroriza a Agial i ; las heladas, las enfermeda
des del ganado, la fal ta de l luvias y humedad, la escasez de peces, etc . , son
manifestaciones de este poder superior que es la naturaleza. Un ejemplo t ípico es el
del granizo, que se ve personificado por los indios como «un viejo muy viejo, de
luengas barbas blancas, perverso y sañudo, que se ocul ta detrás de las nubes y lanza
su metral la al l í donde se produjo un aborto.» Los indios t ratan de conjurar ese pel igro
con grandes fogatas y palmas benditas (véase la mezcla de lo crist iano y lo pagano),
pero se «rompieron las nubes con el peso de la carga, y el pedrisco blanco del viejo
implacable machucó los sembríos» (pág. 161-162). El granizo es una forma de cast igo
de las fal tas humanas. . . Es la naturaleza a t ravés de sus signos inexorables la que
manifiesta a los ojos expertos de los ancianos que el año será como los anteriores, seco
6
M. OSTRIA G O N Z Á L E Z ha analizado bien la función de la naturaleza, art. cit., págs. 77-89.
125
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y sin l luvias, con poca cosecha y pocos peces; y no dudan en dar una expl icación
mánt ico-re l ig iosa :
«—Parece que los campos están
kenehas
(embrujados) -—dijo uno, miedoso.
—Se habrá enojado Dios —repuso otro» (pág. 127).
Devoradora de hombres , imp lacab le y po t en t e , l a na tu ra l eza domina e l mundo y
rodea las existencias de los personajes de fatal idad, de magia, de autént ico sent imiento
t rág ico .
Arguedas ha sab ido también descr ib i r numerosos aspectos de la na tura leza
boliviana con marcada intención estét ica. El paisaje posee así un poder específico que
se ejerce no sólo sobre los personajes, también es sent ido por el lector como una
presencia fáct ica que influye en el complejo proceso interno del mundo de la obra y,
a la vez, se erige en una real idad autónoma de valores específicos
7
. La grandios idad
de las escenas naturales, la bel leza y horror de las sol i tarias al tas cumbres, los tonos
grises y negros del apagado yermo, la cal idez pictórica y vibrante de tonos de los
val les sureños, con sus insectos y pájaros, sus frutos y granos característ icos, todo esto
ha s ido captado y expresado admirab lemente por nuest ro escr i to r .
Las descripciones de paisajes se entregan de dos maneras: o son «presentadas» por
el narrador y entonces crea la impresión de que es el lector quien contempla el paisaje;
o son descri tas desde el personaje, que al verlo reacciona posi t iva o negat ivamente,
con temor anonadado o con a legr ía (Agia l i a l regresar a su t ie rra , Wata-Wara a l
comienzo de la obra, los viajeros ante los ríos desbordados, etc .) . Siempre las
descripciones «presentat ivas» están teñidas de notas estét icas:
«Ornaba el terciopelo de la noche la celistia, claror de astros que da a las tinieblas una
transparencia misteriosa, dentro de la que se adivinan los objetos sin precisar sus contornos.
Rutilantes y numerosas brillaban en el cielo las estrellas, tan vastas y tan puras, que aquello
resultaba el apogeo del oro en el espacio, y para celebrarlo se había recogido la llanura en un
enorme silencio, turbado de tarde en tarde por el medroso ladrido de un perro o el chillido de
alguna ave noctámbula. Y después, nada. Ningún rumor, ni el río; ningún susurro, ni el de la
brisa. Aquel silencio era más hondo que el del sueño; parecía de la muerte» (pág. 114).
Si se lee este t rozo despacio, se notarán algunas característ icas t ípicas del
modern ismo. El vocabular io , poblado a veces de voces cu l tas , denuncia una voluntad
estet icista . Los colores, en los que se destacan el oro y el rojo, y otras el negro y los
grises. Las sensaciones, ya visuales, ya audi t ivas, ya táct i les, ya térmicas, tan
característ icas de la tendencia mencionada. Por fin la sintaxis, que combina sabiamente
oraciones cortas y largas (que imitan el r i tmo de las percepciones, o dan un
movimiento especí f ico a la prosa) .
7
A . Z U M F E L D E ya señaló que Arguedas es el verdadero descubridor, para las letras hispanoamerica
nas, del paisaje de las altas cumbres, índice crítico de la literatura hispanoamericana. La narrativa (M éxico:
Guarania, 1959), pág. 259. Y agregaba: «Rai{a de bronce... se levanta en el panorama histórico de la narrativa
continental con la doble preeminencia de ser la primera gran novela telúrica americana —entre las tres o
cuatro mayores de su especie y, al par, ser la primera en alcanzar categoría prototípica entre las de
motivación y carácter indigenista, más logradas» (ibíd).
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8/18/2019 Arguedas Raza de Bronce
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La luz y el paisaje funcionan de modo pecul iar en la obra. Al comenzar la novela
contemplamos un a tardecer sobre e l l ago:
«El lago, desde esa altura, parecía una enorme brasa viva. En medio de la hoguera saltaban
las islas con manchas negras, dibujando admirablemente los más pequeños detalles de sus
contornos; y el estrecho de Tiquina, encajonado al fondo entre dos cerros que a esa distancia
fingían muros de un negro azulado, daba la impresión de un río de fuego viniendo a alimentar
el ardiente caudal de la encendida linfa», (pág. 10).
Este ocul tamiento de l so l , que sumerge todo e l espac io en la oscur idad nocturna ,
preanuncia la t ragedia. El la tendrá lugar a lo largo de la novela, que termina en el
feroz levantamiento , sab iamente a lud ido a t ravés de sonidos , luces , g r i tos , d i sparos ;
pero no descri to de manera directa. Al incendio y a la muerte, a la rebel ión, sucede
el si lencio acongojado de la al ta noche. Y la obra termina con la luz del nuevo día:
«Entonces, sobre el fondo purpurino se diseñaron los picos de la cordillera; las nieves
derramaron el puro albor de su blancura, fulgieron luego intensas.
Y sobre las cumbres cayó lluvia de oro y diamantes.
El sol...» (pág. 266).
El mundo recomienza, en un final esperanzado manifiesto a t ravés de la luz. Por
encima del odio y de la muerte, la naturaleza sigue su proceso eterno, pero su luz
contemplará ahora e l matar y mori r de los humi l lados . Rebelarse , aún sab iendo que
serán reprimidos, es la única forma que les queda de afi rmar sus derechos. Y así , e l
levantarse del sol , expresa esta voluntad implíci ta de l ibertad y de just icia .
R O D O L F O A . B O R E L L O
University of Otiawa.
Mo dern Languages and Literatures.
OTTAWA (Canadá)
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