Cuando hablas
palabras de ira a tus
hijos, estás ayudando
a su desdicha y
forjando una
personalidad insegura
y temerosa.
¡Cuánto daño producen,
en la familia, las
palabras impacientes. La
expresión de
impaciencia de parte de
uno de los miembros
hace que otro conteste
de la misma manera y
con el mismo espíritu!
Nunca reprendamos a
nuestros hijos con ira, a
menos que queramos
que aprenda a pelear y
a reñir. “Como padres,
estáis en el lugar de
Dios para vuestros hijos,
y debéis estar en
guardia”.
Toda palabra
pronunciada por los
padres ejerce su
influencia sobre los
hijos, para bien o para
mal. Las palabras duras
lastiman al corazón
mediante el oído y
despiertan las peores
reacciones del alma.
Una palabra positiva
contribuirá a que unos
piececitos sean
conducidos por la
senda recta, mientras
que una palabra
incorrecta puede
llevar a esos pies por
la senda de la ruina.
Los ángeles oyen las
palabras que se
pronuncian en el
hogar. Por lo tanto la
influencia de vuestras
palabras sea un
perfume agradable
que honre a Dios.
Los padres deben
mantener la atmósfera del
hogar pura y fragante, con
palabras bondadosas,
tierna simpatía y amor;
pero al mismo tiempo
deben ser firmes e
inflexibles en cuanto a
vuestros principios.
Puede ser que si sois
firmes con vuestros hijos
ellos piensen que no los
amáis. Podéis esperar tal
cosa, pero nunca
manifestéis dureza. La
justicia y la misericordia
deben darse la mano; no
debe haber vacilación ni
movimientos impulsivos.
El principal requisito del
lenguaje es el de ser
puro bueno y sincero.
La principal escuela
para este aprendizaje
del lenguaje es el hogar.
Sean puros en su
lenguaje. Cultiven un
tono de voz que sea
suave y persuasivo,
no duro ni autoritario.
Eduquemos los
modos de hablar de
los niños, hasta que
no broten de sus
labios palabras
groseras o rudas.
Sea el buen trato una
costumbre en
nuestros hogares.
Que nuestras
dificultades no nos
impidan ser amables
y bondadosos con los
que más queremos.
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