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DEBATES SOBRE SUBJETIVACIÓNIV CONGRESO APU

17 al 19 de AGOSTO de 2006.

El recuerdo y la memoria en la historización subjetivaAlteraciones en los procesos de transmisión de memoria.

Clara Uriarte1

La noción de memoria en tanto manifestación conciente no corresponde a la teoría

psicoanalítica que sólo la reconoce en su función de inscripción originaria, de huella

mnémica. Desde el punto de vista psicoanalítico y evitando toda apelación a la

fenomenología, la memoria no puede ser aprehendida en forma directa. Constituye una

paradoja el hecho que sólo sabemos de ella a través de su funcionamiento en negativo:

el olvido, la desmentida, el trabajo de la amnesia infantil, la represión, los recuerdos

encubridores.

Silvia Molloy ( 3 ) destaca el valor subjetivante que poseen la memoria y el recuerdo

cuando describe las novelas familiares como depósito de recuerdos y menciona a

Borges en el acto de agradecer a su madre: “tu memoria, y en ella la memoria de los

mayores”; cuando señala que la autobiografía no depende de los sucesos sino de la

articulación de esos sucesos almacenados en la memoria y reproducidos mediante el

recuerdo y su verbalización, y cuando retrata al autobiógrafo hispanoamericano como

aquel que incursiona en el pasado a través de las reminiscencias familiares, sobre todo

las maternas.

La madre que ofrece su memoria, que recuerda junto a su hijo, habilita un trabajo de

subjetivación abriendo los caminos que ordenarán lugares psíquicos y genealogías.

En los albores del psicoanálisis la teoría traumática destacaba el tránsito del síntoma

histérico a la rememoración y nos proponía una visión realista del recuerdo. Una escena

vinculada a una intensa excitación se hacía presente nuevamente y podía ser reubicada

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Miembro Titular de la Asociación Psicoanalítica del UruguayE.Mail [email protected] de setiembre 2511 Apto.601 Montevideo

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en una determinada relación, con una precisa referencia temporal. Es decir, no se trataba

de recuerdos construidos.

La modificación de esta perspectiva y el privilegio que toman las fantasías provenientes

de lo visto y lo oído lleva a un destaque de la importancia de las huellas mnémicas. Sea

como haya sido el modo de inscripción de las huellas sobre las cuales se edificará el

recuerdo, su aparición sobre el campo de la conciencia comporta una formación o

construcción.

Los recuerdos no emergen de un pasado lejano sino que son formados más tarde en una

ficción retroactiva de nuestra memoria. Pertenecen al reino de la fantasía, son

construcciones.

En la época que Freud otorgó su estatuto a los recuerdos encubridores la teoría

psicoanalítica se interesaba sobre todo por el descubrimiento fundamental de la

sexualidad infantil. Con la introducción del narcisismo se abre un campo fértil pues, al

extenderse el concepto de sexualidad, los momentos narcisistas pasan a ocupar un papel

relevante en la estructuración del psiquismo infantil.

En “Sobre los recuerdos encubridores” (1) Freud señala un hecho, por demás

interesante: “.......uno ve en el recuerdo a la persona propia como un niño; pero ve a ese

niño como lo vería un observador situado fuera de la escena.”

Entiendo que la posibilidad de este “desdoblamiento” posee el interés considerable de

acercarnos luz sobre los orígenes de la memoria e indagar acerca de la manera como se

adquiere la posibilidad de hacerse de recuerdos. Este “verse a si mismo” del niño de la

descripción freudiana lleva implícito ser visto por la madre, en un movimiento

doblemente especular ya que la capacidad de verse a si mismo pasa por una

identificación con ella.

Es en una experiencia primaria arcaica “de reflexión”, el niño se mira- se ve mirado y,

por lo tanto existe, donde emerge una identidad primaria, narcisista, que actuará como

un principio de organización básica del psiquismo.

Cuando Freud (1) desarrolla las distintas formas de construcción de los recuerdos

describe una forma particular donde los recuerdos se arman a partir de la repetición de

narraciones hechas por los padres a sus hijos, en relación a sucesos acaecidos

anteriormente.

Resulta indudable que en este ámbito de sostén, la madre al ofrecer su memoria

despertará también en ella huellas dormidas, reavivándose los recuerdos. De esta forma,

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madre e hijo descubren, crean los recuerdos en un acto de dos que no puede ser

cumplido separadamente.

El descubrimiento de la historicidad ( Lore Schcht 1977), ( 5) como trabajo de

subjetivación, sólo se produce dentro de una relación y prospera a través de la

conjugación del recuerdo compartido y comunicado.

Volver junto con su madre sobre los acontecimientos de su niñez, integrarlos,

amalgamar más o menos secretamente los recuerdos de experiencias más inefables,

deja claro el papel importante que juega esta memoria compartida en el desarrollo del

yo y en la representación de si.

Es de fundamental importancia el sostén libidinal y la mirada del otro dirigida al niño,

dispuesta a encontrarse con el significado emocional que éste da a su vivencia.

Al decir de Piera Aulagnier ( 4 ) “mi memoria está asegurada por el complemento en la

memoria del otro”. Y esto garantiza la preservación, el valor y la verdad que sostiene la

construcción del pasado.

Cuando Ulises regresa a Itaca luego de veinte años de ausencia, su perro Argos se

aproxima, lo huele, agita la cola, repliega sus orejas y muere. Su nodriza nota un

parecido con Ulises por la talla y la voz pero recién lo reconoce cuando, al bañarlo

encuentra una antigua cicatriz de jabalí debajo de la rodilla.

En cuanto a Penélope, su mujer, no lo reconoce aún cuando el se da a conocer. Exige

para reconocerlo que de cuenta de un secreto que habían compartido en sus años

juveniles: la cama matrimonial había sido construída por Ulises con las maderas del

olivo que crecía en la habitación, también levantada por el propio Ulises.

Destino innegable de las huellas en el trabajo de la memoria y el olvido que solo puede

darse en aquellas experiencias de íntima relación. La memoria de la piel, originaria y

primordial no se equivoca jamás.

Fallas en el reconocimiento genealógico de la historicidad subjetiva

Las fallas en la presencia de ese otro aval del recuerdo y de memoria producen efectos

traumáticos sobre el psiquismo infantil que limitan seriamente la función subjetivante,

ligada a la posibilidad de construir recuerdos y memoria.

El transcurrir por la organización psíquica trae aparejado junto a la potencialidad

estructurante del traumatismo, una exposición constante al fracaso o a los mini-fracasos

de la misma.

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Siempre queda abierta la posibilidad de que este movimiento transformador pueda

tropezar con dificultades en la tramitación simbólica del elemento traumático, dando

lugar en el psiquismo a traumatismos congelados - “Estado dentro del Estado” -

denunciando bajo esta forma los defectos en el armado psíquico.

Si como Freud le escribía a Breuer en 1885: el traumatismo psíquico o los recuerdos

correspondientes actúan según el esquema de un cuerpo extraño con un carácter activo y

actual, podemos pensar que este cuerpo extraño, traumático y escindido del resto del

psiquismo obtura las posibilidades del trabajo subjetivante, barriendo las vías hacia el

recuerdo y la memoria.

Las fallas en el reconocimiento genealógico de una historicidad subjetiva, la

organización de formas patológicas de transmisión de recuerdos y memoria, se vincula

a aquellos hechos que en su momento no fueron debidamente transmitidos como caudal

de memoria en un proceso de subjetivación, manteniéndose encriptados en el

psiquismo, al modo de restos traumáticos no simbolizados, actuando activamente

sobre el psiquismo del descendiente.

Tal como lo ha señalado Freud, nada de lo que haya sido retenido podrá permanecer

completamente inaccesible a la generación que sigue, o a la ulterior. Habrá huellas, al

menos en síntomas que al modo de producciones vinculares continuarán ligando a las

generaciones entre sí, las más de las veces en un sufrimiento del cual les resultará

desconocido aquello que lo sostiene.

Freud señaló que todo individuo está dividido entre dos necesidades, “ser para si mismo

su propio fin” y “ser el eslabón de una cadena a la que está sujeto sin su voluntad”

(1914). Se trata de una suerte de impulso por trasmitir bajo la fuerza de un imperativo

psíquico incoercible que responde a exigencias pulsionales inconscientes, en las que

predominan, a veces, las exigencias narcisistas de conservación y de continuidad de la

vida psíquica, otras, las del Ideal del Yo y del Superyó. A través de estas instancias

psíquicas los padres consideran a sus hijos herederos de sus inhibiciones y

prohibiciones, así como de sus deseos incumplidos. Y en este sistema de dependencia

donde quedan capturados los hijos, estas influencias tendrán un carácter potencialmente

estructurante para sus psiquismos o, por el contrario, actuarán en forma nociva.

Es posible apreciar la emergencia de formas alteradas en un proceso de transmisión,

cuando junto o enfrentadas a las formas perdurables de transmisión, asistimos a

trasmisiones de lo inmóvil, de objetos muertos, de traumas enquistados.

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Freud en “Introducción al Narcisismo”( 2) deja planteado como la transmisión se

organiza a partir de lo que falta, y falla: el narcisismo del niño se apuntala sobre lo que

falta para el cumplimiento de los sueños de los deseos de los padres. En la actualidad la

mayoría de los investigadores nos enfrentan a formas donde es posible apreciar una

negatividad más radical: la transmisión se organiza no solamente a partir de lo que es

falla o falta, también lo hace a partir de lo que no ha advenido, de lo que es ausencia de

inscripción o representación, o de lo que en la forma de lo encriptado permanece en

estado de estancamiento sin haber logrado una cabal inscripción.

Estas formas de la transmisión tienen lugar en una zona que se establece fuera de un

sentido accesible por el lenguaje de las palabras y de los actos del habla. En este sentido

es que S.Tisseron ( 7 ) recuerda a P. Fédida cuando consigna que “todo lo que toca a lo

heredado y a la procreación define una zona interhumana violentamente frágil donde

se cristalizan las angustias más arcaicas y que cede la palabra a las creencias más

enigmáticas”.

Es por esto mismo es que ciertos tratamientos analíticos es posible encontrarnos con

situaciones donde el anudamiento intersubjetivo del síntoma se vive como la revelación

de una violencia vinculada a un desposeimiento de la subjetividad del sujeto.

Cuando consideramos el impacto traumático que han tenido y siguen teniendo las

catástrofes de la humanidad podemos constatar que estos hechos históricos, trágicos

poseen una enorme incidencia no solamente sobre una eventual organización neurótica,

dando lugar o no a los síntomas correspondientes, sino sobre todo a lo que concierne la

organización narcisista y a los procesos de identificación.

El problema de un trastorno identitario a través de las generaciones, su organización y

forma de transmisión de padres a hijos, el modo de organización psíquica de los

descendientes y el modo de tratar o afrontar en su memoria estos hechos trágicos, hacen

pensar en cómo se constituye o se eclipsa el encuentro de lo individual con lo

colectivo.

Como toda reflexión sobre lo traumático, el acontecimiento y la memoria, el argumento

transgeneracional permite concebir y al mismo tiempo modificar las condiciones y las

modalidades del funcionamiento psíquico de los distintos protagonistas comprometidos

en la relación patológica.

En el caso de los hijos de los padres que han sufrido tortura, muerte y deportación, éstos

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parecen haber sido investidos por los padres de una significación particular: la de

proporcionar un puente o andamio para la vida, una prueba concreta que legitima su

propio sufrimiento. En este verdadero “deber de memoria”( Primo Levi, 1995 ) queda

alterada la función de transmisión estructurante, proveedora de subjetivaciones que

posee la memoria.

Tenemos que tener en cuenta que las fallas en el reconocimiento genealógico de una

historicidad subjetiva quedan estrechamente vinculadas a fallas al nivel de los

momentos narcisistas primarios que dejan impedido el camino hacia ideales más

simbólicos con una concomitante fijación a ideales narcisistas, arcaicos.

Se trataría de una forma de transmisión donde campea el reclamo por lo idéntico y

el dominio ejercido sobre el otro que remite a identificaciones patológicas, a

traumatismos no simbolizados, a una escasa diferenciación yo- no yo, a ideales

exigentes e hipertrofiados, que nos obliga en el análisis a todo un trabajo de

reestructuración sobre procesos que quedaron fuera de la simbolización primaria.

Cuando el trabajo psíquico sobre la doble vertiente del yo: yo ideal-ideal del yo fracasa,

los ideales se coagulan bajo la forma de idealización, yo ideal, anulando su capacidad

de operar como espacio potencial habilitador de movimientos subjetivantes.

Con un funcionamiento en base a un yo ideal donde prospera una lógica binaria de un

todo o nada, no estarán dadas las condiciones para el ejercicio de una verdadera

memoria historizante configurada con los hijos. Aparecerán tan solo mandatos, con su

ineludible correlato de persecución y condena.

Asistimos en estas situaciones a la creación de un ideal de redención de los padres

imposible de cumplir ( 5 ). Son muchos los hijos de sobrevivientes que sufren la

fragmentación y contradicción de los traumas coagulados que los condenan a ser

víctimas en lugar de sus padres: revivir sus experiencias de degradación y terror tanto

como se les exige triunfar sobre aquellos que habían querido su destrucción. Los

sentimientos de culpa de los padres por haber sobrevivido conduce a estos hijos a ser

una víctima sacrificial, o por el contrario, los convierte en asesinos en tanto no logren a

través de sus vidas resucitar a los muertos.

Estos descendientes se viven como investidos de garantizar la vida psíquica, y aún

física de sus padres, están próximos a lo que H.Faimberg nota a propósito del

telescopaje de generaciones y al proceso de las identificaciones, en cuanto a su cualidad

de intrusión tiránica de una historia que concierne a los progenitores, caracterizada por

un demasiado lleno que no se ausenta jamás.

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( continúa una viñeta clínica que ha sido retirada para la publicación del trabajo)

Como psicoanalistas sabemos que el proceso de rememoración que se desarrolla en la

cura “a la temperatura elevada de la transferencia” permite recuperar las huellas activas

que, olvidadas, deformadas, transformadas por los efectos de la historia y del tiempo

hicieron de cada uno de nosotros lo que somos. El trabajo de análisis es un movimiento

de interpretación y apropiación, reteje, remodela, una memoria singular, garantizando

un sentimiento de si en la temporalidad.

Luego de exhumados las ruinas del pasado- Freud lo destaca sobre todo en el “diario

del hombre de las ratas” – estas se encaminan a su desvanecimiento adquiriendo,

entonces, otro sentido y otro estatuto tópico, temporal y psíquico. Sólo su

representación, su puesta en pensamiento, en memoria, da testimonio de lo que ellas

han sido, las recuerdan.

En el caso de este paciente los “recuerdos” que trae al análisis se presentan bajo la

forma de imágenes inamovibles, incambiadas, muy diferente a lo que puede ser un

recuerdo encubridor con su carácter enigmático. Las historias de guerra y muerte

relatadas por su padre durante la niñez, no propiciaron la generación de nuevas

creaciones psíquicas sino que, por el contrario, se mantuvieron como imágenes

inmovilizadas en el tiempo: no se operó una construcción simbolizante sobre estos

recuerdos, un trabajo de subjetivación que diera lugar y espesor psíquico a los relatos

del padre.

La evocación de dichos recuerdos durante las sesiones mostraba una llamativa

intensidad de los elementos perceptivos que hacían pensar más en la sumatoria, sin

posibilidades de elaboración psíquica, de diferentes fragmentos de su historia infantil

donde se ponía en evidencia la ausencia de un verdadero trabajo de rememoración.

Los “recuerdos” aportados al análisis tan solo parecían tener por fin asegurar una

inmovilidad psíquica de modo de evitar todo contacto con el dolor psíquico.

Por otra parte las fallas en los procesos primarios de discriminación yo-no yo daban

cuenta de sus recortadas posibilidades de simbolización.

Este hombre se encontraba tomado por una identificación tanática, arcaica, que oficiaba

como resto traumático por su carácter de falta de tramitación simbólica, encargado de

guardar a buen recaudo los cadáveres de su padre.

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Todo el horror, las pérdidas, la muerte no pudieron ser debidamente transmitidos

como caudal de memoria ya que quedaron impregnadas desde el discurso del padre por

un ideal de redención: intrusión tiránica sobre el psiquismo del paciente de dichos y

mandatos del padre que lo sometían a un circuito interminable de persecución y culpa.

El sentimiento inconsciente de culpa, las relaciones de un yo con un superyó cruel

hacían pensar en un proceso psíquico que ha sufrido escisiones y donde antiguas

investiduras de objeto se conservaron bloqueadas en su tramitación.

La posibilidad de vincular en un trabajo de subjetivación psicoanalítica, la culpa, el

masoquismo y la destructividad a la persistencia de una organización narcisista del yo, a

identificaciones primarias con aspectos mortíferos de los padres abre una vía de acceso

hacia zonas del psiquismo fallidamente procesadas.

Cuando la libidinización del porvenir aparece imposible, cuando presente y pasado

aparecen aplastados, cuando asistimos a un “deber de memoria” que impide el olvido y

el recuerdo, veremos muchas veces instalarse la nostalgia en sus perfiles melancólicos,

como expresión de vacío fetichizado, de afecto irrepresentable.

Sin embargo, creemos posible destacar otra dimensión de la nostalgia signada por un

retorno al pasado sin angustia y desesperanza. Se trataría de un tiempo animado por una

fuerza creativa con su registro nostálgico que surge como apertura. Cito a un maestro

del arte cinematográfico y de la nostalgia como F. Fellini, “la nostalgia es una

dimensión interior, una atmósfera en la que el presente se hace más transparente y

permite vivir el pasado en el presente, enriqueciéndolo. De ese modo la nostalgia se

abre sobre el futuro. ( Uriarte 1997)

Uriarte, junio 2006

Bibliografía

FREUD S.. Sobre los recuerdos encubridores ( 1899) Amorrortu Editores Buenos

Aires

FREUD S. Introducción al narcisismo (1914) Amorrortu Editores Buenos

MOLLY S. Acto de presencia. La escritura autobiográfica en Hipanoamérica del siglo

XIX.

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ROSMARYN A. Los ideales y la adolescencia. Revista de la Asociación Escuela

Argentina de Psicoterapia para graduados. Buenos Aires número 23.

SCHMID-KISIKIS E.. La memoria del traumatismo en Deber de Memoria: entre pasión

y olvido. RFP, 2000

SCHACHT LORE. Découverte de l’historicité. Nouvelle Revue de Psychanalyse.

1989

TISSERON S.. El psiquismo ante la prueba de las generaciones. Amorrortu Editores

URIARTE C. Depresiones narcisistas en las neurosis. RUP.1992

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