[Escribir texto]
Rafael Andrés Alemañ Berenguer
2012
Comentarios a “¿Quién mira por mi ventana?” de Miguel Ángel
Pérez Oca
Rafael Andrés Alemañ Berenguer (2012)
Comentarios al opúsculo filosófico ¿Quién mira por mi
ventana?, del insigne D. Miguel Ángel Pérez Oca, uno de
esos raros talentos en los que tiene puestos sus ojos la
Historia para gloria de España, escrito en prosa pura y
philosophia clara, como Dios la crió, sin las corrupciones o
mescolanzas de las voces griegas y castellanas de Tetuán,
donde se da noticia de las muchas cuitas y desvelos que trae
a los sabios y eruditos el ayuntamiento del cuerpo y la mente,
ésta última como asiento de las entendederas para quien las
tuviere, con un sesudo colofón del propio autor, por demás
hombre muy leído y versado en toda clase de artes y ciencias,
quien, arrojando luz donde sólo son sombras, alberga la
esperanza de desasnar a los legos y encandilar al populacho De su muy humilde servidor
Rafael Alemañ
Comentarios a ¿Quién mira por mi ventana? (M.A. Pérez Oca)
2
A mi amigo Miguel Ángel Pérez Oca, al resto de
amigos de la Agrupación Astronómica de Alicante, y
a todos aquellos que no renuncian a pensar por sí
mismos
R.A.A.B.
Rafael Andrés Alemañ Berenguer (2012)
Aunque el presente escrito puede leerse tan solo sobre la base de
las referencias en él contenidas, resulta muy aconsejable acudir
primero a la obra que aquí se comenta de Miguel Ángel Pérez Oca,
¿Quién mira por mi ventana? Reflexiones sobre la consciencia y la
propia identidad (2012)
Todos los epígrafes y subapartados que aquí se enumeran, así
como las citas textuales reproducidas, son exclusiva propiedad
intelectual de Miguel Ángel Pérez Oca, y sólo se repiten por
comodidad de comparación
Rafael Andrés Alemañ Berenguer (2012)
Introducción
¿Quién o qué soy yo?, ¿cuál es el origen y alcance de eso que llamamos “consciencia”?,
¿qué constituye la esencia de mi identidad como individuo? Estas, y muchas otras
aparejadas, son las preguntas que, con una naturalidad que suele cubrir la más honda
sapiencia, nos deja sobre la mesa la última obra del pintor, artista, conferenciante,
historiador, novelista, ensayista, filósofo, activista político y pensador Miguel Ángel
Pérez Oca, convertido ya desde hace tiempo en un referente ineludible de la cultura
alicantina, por no decir continental e incluso planetaria.
Miguel Ángel Pérez Oca en una de sus multitudinarias intervenciones públicas
Porque es al ámbito del entero género humano al que concierne la envergadura
de las cuestiones abordadas en ¿Quién mira por mi ventana? Reflexiones sobre la
consciencia y la propia identidad, la última aventura filosófico-literaria de este prolífico
autor que a buen seguro aún nos deparará nuevas y fascinantes aportaciones culturales
en un futuro cercano. Los temas tratados en ese opúsculo −del cual el presente texto
aspira a ser una suerte de Comentariolus− tocan tan de cerca la más cara intimidad del
ser humano que resulta difícil imaginar a alguien que se sienta ajeno a ellos. Y
especialmente, debido a la seducción del estilo de Miguel Ángel, capaz de mezclar
Comentarios a ¿Quién mira por mi ventana? (M.A. Pérez Oca)
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ciencia y poesía, rigor y lirismo, claridad y amenidad, con una suave elegancia que por
inopinada asombra, y aun asusta.
A mi juicio son tres las grandes incógnitas que toda ciencia con aspiraciones
integrales debe afrontar, a saber, la doble faceta del principio y l fin del universo (con
todo su contenido material y energético), el surgimiento de la vida a partir de la materia
inerte, y la aparición de seres conscientes, reflexivos y –quisiéramos creerlo–
inteligentes. En estos tres campos se reúnen los grandes misterios primigenios de la
existencia: el origen de la materia, el origen de la vida y el origen de la mente. Al
tercero de estos asuntos dedica su atención la obra que aquí se comenta
El tema en sí no es nuevo, pero sí lo es el planteamiento de su autor. Porque
Miguel Ángel nos habla en primera persona, desde la más rabiosa constatación de su
propia mismidad como ser pensante que se interroga por las claves ocultas de su
identidad. Todos sabemos que pensamos –o creemos saberlo– gracias a nuestro sistema
nervioso, del cual el cerebro es el órgano descollante. Sin embargo, al analizarlo más de
cerca, comprobamos que las reacciones químicas y los procesos físicos que allí ocurren
en nada difieren de los acaecidos a diario en el mundo inanimado. ¿Cuál es entonces la
raíz de nuestra capacidad cognitiva, cognición tanto del mundo externo a nosotros como
de nuestra misma interioridad mental?
Los fisiólogos que diseccionan las neuronas de nuestro encéfalo no encuentran
en ellas nuestro “yo”, pero de algún modo ellas son responsables de su construcción.
¿Cómo cuándo y por qué tiene lugar este acontecimiento? Esa es la respuesta que
Miguel Ángel trata de atisbar, buscando primero el consejo y la guía de los grandes
eruditos, para dar rienda suelta en una etapa ulterior a sus elucubraciones personales
teñidas de las enseñanzas de los grandes sabios que en la Historia han sido. Esa es la
propuesta que nos hace el autor de ¿Quién mira por mi venta?, una invitación que
cualquier espíritu en donde no haya muerto la menor inquietud trascendental o filosófica
encontrará imposible de rechazar.
Rafael Andrés Alemañ Berenguer (2012)
I. EL QUID DE LA CUESTIÓN
El capítulo primero, como es lógico, comienza formulando la cuestión que luego se
desarrollará a lo largo del escrito. Algunas expresiones, aunque quizás inevitables,
pueden prejuzgar de modo sutil la cuestión debatida. Por ejemplo, en la página 9:
«(…). Yo soy, indudablemente, el usuario de mi cerebro, pero ¿qué soy, exactamente?
Porque yo podría imaginarme perfectamente un ordenador tan desarrollado y perfecto que
pudiera compararse a mi cerebro en capacidades y reacciones. (…). Hay un usuario, un ente
que se siente a sí mismo, que ve la pantalla biológica de mi ordenador biológico y, de
alguna manera, interactúa con ella, por medio de algo parecido a un teclado neuronal. O al
menos, eso me parece. Aunque también podría ocurrir que el hecho mental, el hecho
subjetivo de la consciencia, pertenezca a un ente meramente “espectador” que se limite a
dar fe de la existencia de una mente que se comporta como una máquina automática
sofisticadísima (…)»
Parece obvio que al hablar de usuario y cerebro, o mente, como entidades
separadas nos estamos decantando implícitamente hacia una postura dualista, que
−como todas las demás opciones– se encuentra sometida a debate. Esa forma de hablar
da a entender que se admite de manera implícita un dualismo “cuerpo-mente” de tipo
cartesiano que anticipa tácitamente el resultado de la controversia. Se separa el “yo”,
como usuario, del “cerebro”, como objeto del uso realizado por dicho usuario, sin que
parezca haber una buena razón para ello. Los emergentistas y los epifenomenistas
−todos ellos monistas materialistas– rechazarían esa diferenciación.
Comentarios a ¿Quién mira por mi ventana? (M.A. Pérez Oca)
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Cogito ergo sum
No obstante, estamos en el principio de la obra, y Miguel Ángel hace bien en
tomar como punto de partida nuestras impresiones más directas. Así, pone el dedo en la
llaga de lo que los neuro-filósofos llaman la “brecha” o “cisura” epistémica (epistemic
gap). Esa radical disparidad entre las neuronas vistas desde fuera como entidades físicas
con actividad fisiológica, y el torrente de experiencias, vivencias y emociones que
forman nuestra actividad mental. Todos tenemos la sensación de ser un “yo” que
gobierna un cuerpo, sea el cerebro o el conjunto de sus órganos restantes. Y de esa
evidencia inmediata, mediante la licencia literaria enteramente legítima que se comenta,
es de donde hemos de partir hacia un viaje que se antoja apasionante.
Rafael Andrés Alemañ Berenguer (2012)
II. OBSTÁCULOS PARA ABORDAR UN TEMA MUY
DIFÍCIL
El cerebro es un órgano muy especial –como Miguel Ángel señala
perfectamente– por cuanto, además de sus funciones fisiológicas, parece ser la sede de
nuestro pensamiento consciente. Y aquí se nos presenta el primer problema, a saber, la
identificación de aquello que sea el pensamiento consciente. El estómago y los riñones
de un mandril funcionan de modo similar a los nuestros y suponemos que no son
conscientes, pero ¿y el cerebro del mandril?; ¿es consciente de las acciones no
realizadas exclusivamente por el sistema nerviosos parasimpático? Si la respuesta es
positiva, cabría descender por la escala evolutiva: ¿qué pasa con las lagartijas?, ¿y con
los grillos cebolleros?
No parece haber una frontera definida, salvo en el hecho de que los humanos
poseemos autoconsciencia, lo que es una forma de recursividad en el nivel de la
conciencia psicológica. La introspección nos permite saber que sabemos, y saber que
sabemos que sabemos, etc, en un proceso sin final determinado. En eso no aparenta
igualarnos animal alguno.
En la página 11 hay otro apunte interesante: «Por otro lado, consideramos que
todo lo que hay en nuestro organismo tiene una función específica y es producto de la
evolución y la selección natural. Así que si poseemos consciencia es para algo, y es posible
que sea porque ello implique un mayor y mejor control del organismo que facilite nuestra
supervivencia y nuestra reproducción, en bien de la especie».
Una de las críticas contra los adaptacionistas1
1 Alemañ, R. (2008) “Darwinismo y antidarwinismo, un falso debate”, eVOLUCION – Revista de la Sociedad española de Biología Evolutiva (SESBE), 3(2): 21-38 (2008).
(quienes consideran que cualquier
rasgo biológico surge como una adaptación específica al medio ambiente), reside
precisamente en la manifiesta sobreabundancia que exhibe el cerebro en sus
capacidades intelectuales, muy superiores a lo estrictamente necesario para sobrevivir y
reproducirse. Poco podían ganar nuestros antepasados arborícolas con un encéfalo que
al correr de los tiempos cavilaría sobre espacios algebraicos con infinitas dimensiones; y
Comentarios a ¿Quién mira por mi ventana? (M.A. Pérez Oca)
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sin embargo, hemos llegado a tenerlo (aunque la mayoría no lo utilicemos para esos
menesteres).
Sigue en las pp. 11 – 12: «La necesidad de tratar la realidad objetivamente ha
impedido a la Ciencia hasta el momento estudiar adecuadamente el hecho subjetivo; no el
funcionamiento del cerebro como órgano del pensamiento, sino el enigma más profundo
de la percepción de nuestro propio yo. (…). ¿Habría manera de estudiar objetivamente la
subjetividad? Ahí radica, creo yo, la dificultad del reto, desde los principios más caros del
Método Científico. (…).Y esa es la causa, creo yo, de que los estudiosos, tanto científicos
como filósofos, hayan pasado siempre de puntillas sobre el hecho subjetivo, su realidad, sus
mecanismos y su necesidad y justificación últimas».
Esta es, a mi juicio, una de las claves de la discusión. La ciencia tan solo nos
proporciona conocimiento objetivo sobre las propiedades estructurales de los
fenómenos de la naturaleza. Puede parecer demasiado abstracto, pero es ahí donde
radica su vigor y su carácter universal. Las cualidades intrínsecamente subjetivas de
tales fenómenos −las que hacen genuinamente “reales” esos fenómenos para nosotros–
quedan fuera de su consideración, justamente por ser inobjetivables.
Ese es en suma el problema de los qualia (plural del latín quale), un tema
candente en la filosofía de la mente contemporánea. Las propiedades de las experiencias
sensoriales son, por definición, epistemológicamente no cognoscibles en la ausencia de
la experiencia directa de ellas; como resultado, son también incomunicables. A estos
qualia, Daniel Dennett adjudica cuatro características: inefables, intrínsecos, privados y
directamente aprehensibles por la conciencia. ¡Ahí es nada!
Rafael Andrés Alemañ Berenguer (2012)
¿Qué es el “yo”?
El ejemplo que siempre se pone recurre al ciego de nacimiento que es instruido
en las ecuaciones de maxwell y conoce la propiedad que define el color rojo por su
longitud de onda como vibración del campo electromagnético, pero nunca ha visto el
color rojo. Este individuo posee conocimiento científico del mejor –de tipo estructural–
aunque carece de los qualia que una persona con visión asociaría al concepto de color
rojo. Este es también una de las razones por las cuales los epistemólogos prefieren
hablar de “intersubjetividad” más que de “objetividad” a la hora de intercambiar
experiencias y argumentos entre individuos con un aparato sensorial equiparable.
Y volvemos a deslizar una dualismo ontológico sin justificación clara (p. 12):
«Entendámonos e insistamos una vez más: no del pensamiento y sus mecanismos, sino de
su “presencia en mí”. ¿En mí? Y vuelvo a preguntarme: ¿Qué soy yo? E insisto: ¿Quién
mira por mi ventana aparte de un tomavistas biológico conectado a un ordenador también
biológico, dotado de un complejísimo programa con las respuestas adecuadas a cada
situación? Además de todo eso hay “un propietario”, un “usuario”, un misterioso ente con
presencia propia que no tiene, al menos en el mundo tecnológico actual, ninguna
equivalencia con mecanismo alguno de ningún tomavistas ni ordenador electrónicos... salvo
Comentarios a ¿Quién mira por mi ventana? (M.A. Pérez Oca)
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la nuestra misma, biológica y consciente, en el papel de propietarios de ese tomavistas y ese
ordenador, precisamente, comprados en una tienda del ramo. Y sin nuestra presencia y
aprovechamiento, el trabajo de esas máquinas no tendría destinatario ni sentido alguno.
¿Por qué estoy yo aquí, dentro de mi mente, en lugar de la nada? ¿Mi mente necesita de mí
presencia o de la evidencia de su propia existencia? ¿Para qué? ¿No podría funcionar por sí
misma, y garantizar la supervivencia del organismo, sin autoconsciencia?»
En este pasaje se da a entender que el “yo” es algo distinto de la “mente”, que a
su vez difiere del “cerebro”. Estas discriminaciones, como supongo que veremos más
adelante, resultan extraordinariamente delicadas, y de hecho forman uno de los nudos
principales del problema, sobre el cual volveremos más adelante.
Rafael Andrés Alemañ Berenguer (2012)
III. EL ESTADO ACTUAL DE LAS COSAS
1. ROGER PENROSE.
El caso de Penrose es asombroso. No es tan mediático como Hawking –porque no tiene
ELA– y sus libros son mucho más duros de pelar por los tecnicismos que contienen, y
sin embargo el tío es un best-seller, de lo cual me alegro mucho, aunque no sé si todos
los que compran sus libros los entienden. Y ya que se menciona, no creo que La nueva
mente del emperador sea el más farragoso.
Es verdad que Penrose propende a una prolijidad un tanto excesiva en sus
desarrollos formales, si bien cada uno tiene su manera de expresar sus ideas y no
podemos censurarlo por ello. Penrose apunta conjeturas que enlazan con las leyes
básicas del universo, y por ello se cree obligado a zambullirse en profundidades que
otros autores menos atrevidos y menos preparados, no osarían siquiera rozar. ¡Y quien
quiera, que le siga!
Sir Roger Penrose
Comentarios a ¿Quién mira por mi ventana? (M.A. Pérez Oca)
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La nueva mente del emperador es un alegato –certero, en mi opinión– a favor de
la singularidad irrepetible de la autoconsciencia de algunos seres vivos2
, no remedable
por un sistema electro-inorgánico. Para ello Penrose nos presenta en este libro tres
aportaciones: (a) una ontología realista de los entes matemáticos, (b) una teoría del
conocimiento, y (c) una teoría físico-fisiológica de la conciencia. Podemos discutir el
nivel de detalle con que las expone, pero no su pertinencia para formar un entramado
mutuamente coherente.
Porque la ontología realista de las matemáticas sustenta buena parte de su teoría
del conocimiento, que es un conocimiento de las estructuras de la realidad (no entra a
discutir los qualia por su carácter inefable antes mencionado). Y a su vez esa teoría del
conocimiento suministra argumentos favorables a la índole no computable de los rasgos
básicos de los procesos mentales, procesos a los que Penrose trata de proporcionar una
base fisiológica mediante la conjetura de las correlaciones cuánticas entre ciertos
dominios moleculares de las tubulinas en los retículos endoplasmáticos de las neuronas
del sistema nervioso central.
Desde un punto de vista formal, los tres argumentos contra la posibilidad de un
sistema de inteligencia artificial (IA) que reproduzca la conciencia de un ser humano,
son del todo atinados. La metáfora de la habitación china subraya la asignación de
significados como un atributo intrínsecamente subjetivo –al igual que los demás qualia–
no formalizable algorítmicamente. La discusión sobre la máquina de Turing ilustra los
teoremas de indecidibilidad, que restringen la computabilidad algorítmica en cualquier
sistema recursivo, y la mente humana sin duda lo es. Y por último el teorema de Goedel
señala los límites intrínsecos de cualquier sistema formal, y con ello de nuestras
facultades para captar los aspectos estructurales de la realidad. De ello deduce Penrose
que la mente humana es esencialmente no computable, y por ende imposible de imitar
por un sistema IA.
La paradoja del gato de Schroedinger (pp. 21 – 22) más que con la conciencia
del observador, tiene que ver con el problemática transición desde el mundo cuántico al
clásico. La microfísica es cuántica, qué duda cabe, pero en el nivel macroscópico todos
2 Nótese que Penrose no niega la posibilidad de mente (auto)consciente a unos supuestos alienígenas con algo equiparable a nuestro sistema nervioso central.
Rafael Andrés Alemañ Berenguer (2012)
los objetos –¡incluido el cerebro!– se comportan clásicamente; luego de algún modo se
produce ese paso del marco cuántico al clásico. Como Penrose desea basar en un
fenómeno cuántico, las correlaciones a distancia, la actividad de las neuronas y el
pensamiento consciente asociado a ellas, se ve obligado a interesarse por esta
controvertida transición. Un asunto todavía sin resolver y uno de los puntos
epistemológicamente débiles de la física cuántica.
Albert Einstein y Kurt Goedel
Vemos ahora la enumeración de opciones sobre el origen de la conciencia en el
cerebro humano (pp. 22 – 23): «… Y nos plantea tres alternativas, a saber: 1) Sin mente
seríamos menos eficaces, por lo que la evolución ha creado la consciencia como una
ventaja selectiva. 2) La aparición de la mente consciente es una consecuencia inevitable de
la complejidad alcanzada por el cerebro, como computador natural que es (hipótesis de la
Inteligencia Artificial Fuerte) pero no significa ninguna ventaja evolutiva extra sobre el
funcionamiento automático inconsciente. En todo caso la ventaja la daría la complejidad,
no la consciencia. 3) Hay un destino desconocido para las mentes, en relación con el
Principio Antrópico (…)».
Comentarios a ¿Quién mira por mi ventana? (M.A. Pérez Oca)
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La opción (1), que poca gente negaría hoy, nada nos aclara acerca del modo en
que surgió la conciencia, luego no es excluyente con las otras dos. La opción (3)
tampoco dice nada concreto, porque el principio antrópico no aclara en absoluto el
proceso por el cual surge esa conciencia que presuntamente dota de sentido, y quizás de
existencia, al universo. La opción (2) requiere una discusión más cuidadosa; en primer
lugar, parece difícil que en la actualidad haya quien sostenga que «la mente consciente
(…) no significa ninguna ventaja evolutiva extra sobre el funcionamiento automático
inconsciente», a no ser que igualemos nuestro comportamiento con el de los ácaros del
polvo.
Alan Turing
Por otra parte, la IA “fuerte” no sólo arguye que «… la mente consciente es una
consecuencia inevitable de la complejidad alcanzada por el cerebro, como computador
natural que es… », sino que afirma la reproductibilidad de la mente en sistemas
cibernéticos artificiales. Bien pudiera ocurrir que la complejidad alcanzada por el
cerebro condujera necesariamente a los procesos que denominamos mentales, pero de
ello no se sigue que resulten repetibles dentro de un computador. Se trata de dos
condiciones lógicamente independientes que en el texto aparecen vinculadas sin base
suficiente.
Rafael Andrés Alemañ Berenguer (2012)
Algunas matizaciones a vuelapluma; en la pag. 23: «… y la del hecho de que un
algoritmo no puede crearse por selección natural; (…)». Obviamente la selección natural
no puede crear un algoritmo, como tampoco puede crear un espacio vectorial, o un
retículo algebraico. Más correcto sería decir que “una función biológica
algorítmicamente expresable, no puede crearse por selección natural”, pero eso es falso
como prueba la formalización de numerosos procesos bioquímicos y fisiológicos (el
modelo del operón en genética, la homeostasis general de un organismo vivo, la
dinámica de fluidos del sistema cardiovascular, etc.).
En la misma página, a continuación: «…si alguna vez descubrimos cómo un
objeto material puede llegar a ser consciente, estaremos en condiciones de construir tales
objetos». Una afirmación harto arriesgada; no siempre saber cómo un sistema realiza
una función implica ser capaces de reconstruir dicho sistema. Creemos saber qué ocurre
en el interior de un pulsar, ¿pero eso significa que somos capaces de construir un
púlsar?
Cuidado con esto (p. 24): « Y luego nos desconcierta cuando nos dice que guarda
dudas sobre la “accidentalidad” de la evolución, y le parece que “las cosas se organizan
mejor de lo que cabría esperar del azar darwiniano”, (…)».
Nada tiene que ver el principio antrópico o el “diseño inteligente” –que no son
suscritos por Penrose– con la idea de que la mera selección natural haya podido ser uno
entre diversos mecanismos dentro del riquísimo cuadro de la evolución biológica.
Además de Stephen Jay Gould, yo mismo he sostenido argumentos del mismo jaez, por
ejemplo aquí3 o aquí4
.
Vengamos a la pag. 24: «Nos habla de...¡las teselas!, asunto del que no tengo claro
que venga muy a cuento del argumentario del libro».
Ciertas técnicas de teselación, además de ser una invención del propio Penrose,
muestran cómo puede formar un sólido tridimensional un cristal aperiódico con 3 Alemañ, R. (2012), "Dinámica evolutiva y significado estadístico de la selección natural". En eVOLUCIÓN, 7(1): 11-23 (2012), Revista de la Sociedad Española de Biología Evolutiva (SESBE) 4 Alemañ, R. (2008) “Darwinismo y antidarwinismo, un falso debate”, eVOLUCION – Revista de la Sociedad española de Biología Evolutiva (SESBE), 3(2): 21-38 (2008).
Comentarios a ¿Quién mira por mi ventana? (M.A. Pérez Oca)
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propiedades de modularidad y semi-repetibilidad que algunos especialistas en
arquitectura neuronal atribuyen a nuestro cerebro. En concreto, Penrose utiliza el
problema de la teselación para conectarlo con los cristales de espín, cuyas correlaciones
cuánticas –correlaciones a distancia entre los valores de espín de sus componentes5
– le
darán pie a una teoría muy original sobre la posible generación de una de las
características distintivas, a su juicio, de la consciencia humana.
Para finalizar (p. 25): «…está la sensación de una obviedad: que la mente
consciente no funciona como un ordenador. Pues vaya, estamos en la página 555 y uno
cree que para este viaje tan corto no hacían falta tan voluminosas alforjas (…)». Como dijo
Bertrand Russell, a menudo lo más obvio es lo más difícil de probar. Entre otras cosas,
porque a los partidarios de la IA, en cualquiera de sus versiones, esa supuesta obviedad
no les parece tal.
Y a continuación: «Pero el caso es que hemos leído un libro fascinante, lleno de
(…) heterodoxas licencias filosóficas muy discutibles» ¿Cuáles? Porque yo tan solo veo
heterodoxa la opinión sobre una tríada existencial (mundo platónico de ideas
matemáticas, mundo material y mundo mental). Todo lo demás –no computabilidad de
la mente humana, gravitación cuántica no lineal, problema del origen de la entropía,
etc.− más que heterodoxo me parece innovador y original, aunque no necesariamente
verdadero.
5 Véase, por ejemplo, Fr"hlich, H. (1968) “Long-range coherence and energy storage in biological systems”. Int. J. Quantum Chem. 2:641-9.
Rafael Andrés Alemañ Berenguer (2012)
2. JOHN R. SEARLE
John Searle siempre me ha parecido un gran autor con ideas muy acertadas sobre la
naturaleza de la mente, pero creo que su titulación filosófica no debe mejorar ni
empeorar nuestras expectativas sobre sus argumentos (p. 26): «Searle es filósofo, no
matemático ni físico, lo que resulta prometedor a la hora de confiar en que no nos intentará
deslumbrar con brillantes exposiciones de profundos conocimientos científicos que, por
mucho que nos abrumen, no nos vayan a despejar demasiadas incógnitas en el oscuro
asunto que nos ocupa».
Ahora bien, ¿cómo podemos estar seguro de que “no nos intentará deslumbrar
con brillantes exposiciones de profundos conocimientos metafísicos que, por mucho que
nos abrumen, no nos vayan a despejar demasiadas incógnitas en el oscuro asunto que
nos ocupa”.
John Searle
Comentarios a ¿Quién mira por mi ventana? (M.A. Pérez Oca)
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En la p. 27, me parece un poco exagerada la afirmación de Searle: «…Y así, con
las ideas claras, Searle se enfrenta al tema desde el primer capítulo, titulado “La conciencia
como problema biológico” (…). Se trata, nos dice el autor, del problema más importante
de las ciencias biológicas actuales, aunque hasta hace poco, los científicos no lo
consideraban apropiado para la investigación.».
No sé si ese debería considerarse el problema más importante de la biología, de
la psicología, de la neurobiología o de la psicofisiología; candidatos hay muchos.
Porque en la biología general tenemos otras cuestiones igual de importantes: los
mecanismos precisos de la herencia y la evolución, la interdependencia entre los
cambios evolutivos de las partes de un individuo, del individuo en su conjunto, de la
especie a la que pertenece ese individuo, e incluso del ecosistema en el que habita; o
sobre todo, el origen molecular de la vida, puesto que sin vida no hay consciencia, se
supone.
Esa misma página sirve a Miguel Ángel para una interesante puntualización
lingüística: «(No sé si es responsabilidad de Searle o del traductor que utilice la palabra
“conciencia”, de confusas significaciones entre lo físico y la ética, en lugar de “consciencia”
que yo considero más adecuada, o al menos más inequívocamente comprensible, y que
emplearé de ahora en adelante, diga lo que diga Searle)»
En efecto, en inglés se distingue –al menos desde la Reforma del siglo XVI–
entre conscience (que se correspondería con el español conciencia, en el sentido
indicado por Miguel Ángel), consciousness (en español consciencia, utilizado por
Miguel Ángel para evitar confusiones) y awareness (que en español podría traducirse
por apercibimiento, de “apercibirse”, “darse por enterado”, o “tomar constancia de
algo”)
En la pag. 28: «Searle nos invita a que recurramos a esta segunda y digamos que la
consciencia consiste en los estados de sentir y advertir que dan comienzo al despertar y
continúan hasta que nos dormimos, caemos en estado de coma o nos morimos». Queda el
asunto de los procesos subconscientes, por los cuales ciertas percepciones subliminales
son capaces de actuar causalmente sobre estados mentales o fisiológicos que si son
plenamente conscientes.
Rafael Andrés Alemañ Berenguer (2012)
A continuación: «Penrose, a juicio de Searle, es un platónico que cree vivir en tres
mundos superpuestos, el físico, el mental y el matemático que se contienen y alimentan
mutuamente.». La exposición que Penrose hace en, por ejemplo, su libro Lo grande, lo
pequeño y la mente humana, creo que dista mucho del platonismo tradicional, y
contiene demasiados elementos intrigantes para despacharlo de un plumazo, como
pretende Searle.
Y en la misma página: «Searle combate estas posiciones relacionadas con el
dualismo y la causalidad, y mantiene que no se trata de dos acontecimientos relacionados
sino que el pensamiento es un rasgo consustancial del cerebro.» Pues decir que “el
pensamiento es un rasgo consustancial del cerebro”, tampoco es avanzar mucho.
En la pag. 29: «…Searle no se opone a la idea de que un computador
suficientemente complejo pudiera simular el comportamiento exterior de una mente, tal
como defienden los partidarios de la Inteligencia Artificial Débil. Pero, ojo, que la simule
no quiere decir que sea realmente una mente consciente». Sin embargo, si la simula
exteriormente a todos los efectos, ¿cómo podemos negar que sea una mente
verdaderamente consciente, si los qualia, por ejemplo, son inefables e intrínsecamente
subjetivos y no cabe usarlos como base de comparación?
En la pag. 30: « La consciencia está causada por procesos neuronales y es un rasgo
propio del cerebro, como propiedad emergente». Luego Searle es un monista en la
modalidad del materialismo emergentista, y carece de sentido la debelación general que
hace de todas las categorías filosóficas al respecto, según aparece en la pág. 26 («Se
lamenta el autor de que el estudio de la mente tropieza todavía con una serie de estorbos
que provienen de categorías obsoletas arrastradas por la tradición religiosa y filosófica,
como la separación entre lo mental y lo físico, el monismo y el dualismo, el materialismo y
el idealismo, etc.»)
Pag. 31: «Dice Searle que “resulta sorprendente cómo el cerebro hace tanto con un
mecanismo tan limitado”». Me parece un poco fuerte tildar de limitada la interconexión
de miles de millones de neuronas, pero ¡allá Searle!
Comentarios a ¿Quién mira por mi ventana? (M.A. Pérez Oca)
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En la misma página, a continuación: «Hay sin embargo quienes disienten de que la
neurona sea la pieza clave del pensamiento. Penrose cree que las neuronas son “demasiado
grandes” y que hay que buscar la consciencia en los niveles cuánticos. Edelman, como
veremos más adelante, cree por el contrario que las neuronas son demasiado pequeñas y
simples para estos menesteres y busca el secreto en los “grupos neuronales”». Y
seguramente tendrán razón los dos. Penrose no busca la consciencia en niveles
cuánticos, sino que atribuye a fenómenos cuánticos –las correlaciones a distancia–
algunos aspectos que él considera privativos de la consciencia humana, como la no
computabilidad.
Eso no significa que otros rasgos del pensamiento no surjan de proceso
emergentes –yo prefiero decir “sistémicos”– como sugiere Edelman refiriéndose a los
grupos neuronales (donde apunta correctamente al papel crucial de la configuración
modular en el cerebro). Y más aún, todo ello no significa que cualquier propiedad
emergente haya de darse en cualquier sistema; es decir, la consciencia puede ser un
rasgo sistémico de los colectivos neuronales como nuestro encéfalo, y sin embargo no
serlo de un colectivo de microprocesadores, como un computador, por muy potente que
éste sea.
En la pag. 32: «Crick acaba con la cuestión diciendo, acertadamente según Searle,
aunque insuficiente, que la consciencia es “una propiedad emergente del cerebro”» Estoy
de acuerdo, pero luego veremos por qué resulta en cierto modo insuficiente, a mi juicio,
recurrir a las propiedades sistémicas.
Rafael Andrés Alemañ Berenguer (2012)
Francis Crick
En la misma página, a continuación: «Según Searle, Crick cae en un falso
argumento filosófico del siglo XVII en el que ya cayeron Descartes y Hume entre otros.
Describe la imagen que recibimos de los objetos que vemos como “simbólica” o como
“representaciones” de los mismos, negando la percepción directa. Del hecho de que
nuestra percepción es a veces incorrecta, deduce la imposibilidad de tener conocimiento
directo de los objetos reales que llenan el mundo. Lo cual es negado enérgicamente por
Searle, quien cree que Crack ha estado mal asesorado filosóficamente, (…)».
Pues mira, aquí soy yo –en coincidencia con gente mucho más preparada que
yo– quien piensa que es Searle quien comete un error enormemente burdo. Todo
conocimiento sobre un tema, o bien es abstracto, como la densidad y el grado de dureza
de un mineral, o concreto, cuando –por ejemplo– el mineral me cae sobre el pie y
“conozco” directamente lo que significa su dureza. No obstante, incluso ese
conocimiento directo depende para realizarse de toda una cadena de instancias
intermedias (los receptores epidérmicos, los nervios que transmiten la señal hasta el
Comentarios a ¿Quién mira por mi ventana? (M.A. Pérez Oca)
20
cerebro, y los proceso internos del encéfalo), como nos enseña la teoría causal de la
percepción desde hace más de siglo y medio.
Actividad eléctrica cerebral
Por eso se me antoja asombroso que Searle hable con ese desparpajo del
“conocimiento directo de los objetos reales que llenan el mundo”, como si fuese una
cuestión baladí. De hecho –como se verá en su momento– yo creo que no sólo nuestras
percepciones del mundo externo se constituyen como representaciones simbólicas en
nuestra conciencia, sino que también forman tales representaciones las percepciones de
nuestros propios estados internos, nuestras “propiocepciones”, según la jerga de algunos
autores.
Pag. 34 – 35: «…Distingue una “consciencia primaria”, de experiencias y
percepciones simples, de una “consciencia de orden superior” que comprende la
autoconsciencia y el lenguaje. Pero el problema está en explicar la consciencia primaria,
porque la superior se construye a partir de la simple, que ya se supone consciente. Para la
consciencia primaria, el cerebro necesita tener memoria activa, capacidad para el
aprendizaje selectivo donde primen unos valores sobre otros y capacidad para distinguir el
yo del no yo, sentido de la temporalidad sucesiva y conexiones de reingreso entre la
memoria y los sistemas dedicados a las categorizaciones perceptivas…»
Rafael Andrés Alemañ Berenguer (2012)
Este es un punto controvertido, porque si la consciencia primaria distingue el
“yo” del “no-yo”, eso es una forma de autoconsciencia, lo cual pertenece supuestamente
al nivel de la consciencia de orden superior. En cualquier caso, creo que Edelman está
en lo cierto cuando subraya la importancia de la modularidad en el funcionamiento del
encéfalo.
Gerald Edelman
En la misma página, a continuación: «Nos dice [Edelman]en su libro que “la
ciencia no puede contarnos cómo lo caliente se siente caliente, y no deberíamos
preguntarlo”. Sin embargo Searle opina que eso es exactamente lo que la neurociencia debe
contarnos, porque cualquier explicación se dé de la mente debe ocuparse de sus estados
subjetivos».
Discrepo radicalmente de Searle en esta cuestión, como se desprende de
comentarios precedentes. Edelman tiene razón cuando señala implícitamente que la
ciencia tan solo se ocupa de los aspectos estructurales del conocimiento de la realidad;
los qualia, por definición, son intrínsecamente subjetivos, inefables e intransferibles. El
intento de acceder a ellos parece tan inútil, diga Searle lo que quiera, como el de llegar a
la “cosa-en-sí” kantiana, o al noumeno de la fenomenología husserliana.
Comentarios a ¿Quién mira por mi ventana? (M.A. Pérez Oca)
22
Pag. 36: «Recurre de nuevo Penrose a la inexactitud de los números y al Teorema
de Gödel que demuestra que un sistema matemático no puede desentrañar sus propias
paradojas desde los axiomas del mismo sistema; para acabar proponiendo que solo la
mecánica cuántica podría explicar la consciencia más allá de las computaciones».
Vamos a ver, ni los números son inexactos (¿?), ni el teorema de Goedel se
ocupa de paradojas en absoluto. Más bien establece que en cualquier sistema con un
número finito de axiomas –por ejemplo, la aritmética de los números reales– siempre es
posible generar enunciados cuya verdad o falsedad no pueda ser probada dentro de
dicho sistema sin ampliar si colección de axiomas. Esta puntualización importa bastante
a la hora de extraer consecuencias sobre la conciencia y sobre un aluvión de otros
asuntos igualmente enrevesados.
En la misma página, a continuación: «Searle disiente de la imposibilidad de
simulación del pensamiento humano y se muestra partidario de la Inteligencia Artificial
Débil, por cuanto una forma de simular los fenómenos inteligentes sería reproducir los
procesos cognitivos reales, generen estos o no generen consciencia; (…)». Bien, ¿entonces
como puede afirmar que no generan consciencia si es posible simular todos los procesos
cognitivos reales?
Más abajo, en la misma página: «En este segundo libro Penrose insiste en sus
argumentaciones cuánticas y recurre a la estructura neuronal conocida como citoesqueleto
que contiene unas formaciones diminutas llamadas microtúbulos, que por su pequeñez
extrema se sitúan en la frontera entre la física clásica y la mecánica cuántica». Si no
recuerdo mal, eso ya lo dice en La nueva mente del emperador, y no es una idea
exclusivamente suya, pues la comparte con neuropsicólogos como Stuart Hameroff,
según se explica en este enlace6
.
6http://www.quantumconsciousness.org/penrose-hameroff/orchOR.html#Stuart%20Hameroff
Rafael Andrés Alemañ Berenguer (2012)
Stuart Hameroff
A continuación, mismo parágrafo: «Se trata de una concepción meramente
especulativa que debe presuponer que algún día se descubrirá una teoría cuántica no
computable que pueda albergar la consciencia, no computable. Como dicen sus críticos,
comenta Searle, las especulaciones cuánticas sobre la consciencia no hacen otra cosa que
sustituir un misterio por dos; aunque Penrose todavía añade un tercer misterio: Al de la
consciencia y al de la mecánica cuántica, añade el de una hipotética mecánica cuántica no
computable, aun por descubrir. (…)».
Si no me equivoco, Penrose trata de justificar el carácter holístico de la
consciencia mediante a través de fenómenos cuánticos también globales, como las
correlaciones atómicas a distancia. Entonces nos topamos con el controvertido problema
de la transición del régimen cuántico al clásico –es decir, el gato de Schroedinger– que
el científico británico intenta abordar por la vertiente de una teoría cuántica con colapso
objetivo, lo que le lleva hasta el escarpado terreno de la gravedad cuántica. Abordar las
teorías cuánticas de la gravedad mediante consideraciones topológicas, como hace en
Las sombras de la mente, conduce a su vez hacia la posibilidad de propiedades
Comentarios a ¿Quién mira por mi ventana? (M.A. Pérez Oca)
24
algorítmicamente no computables, las cuales, de ser un ingrediente esencial de la
consciencia, supondrían el obstáculo definitivo para el programa de la IA.
De hecho, la misma teoría matemática de la computación –una de las bases de
los proyectos en IA– establece sus propios límites al definir cantidades no computables,
como la constante de Chaitin (la probabilidad de que un programa elegido al azar
detenga correctamente una máquina de Turing determinada). Esta constante no es
computable. Es posible conocer los primeros dígitos, pero a partir de cierto decimal
(que depende de la codificación elegida) no es posible obtener más. Una de las
características más importantes de este número es que es algorítmicamente aleatorio.
Esto es decir bastante más de lo que parece a simple vista. Supone que no puede
comprimirse en un programa más breve que él mismo.
Un número irracional como π o e, a pesar de tener infinitos decimales no
periódicos, puede ser generado correctamente hasta el decimal enésimo por un
programa de muy pocas líneas que, ejecutado en un ordenador, vaya escribiendo los
sucesivos decimales. Por lo tanto es comprimible, y no es algorítmicamente aleatorio.
No solamente no se puede calcular este número, sino que nunca se pueden saber cuáles
son sus bits, porque esa información, como dijo Chaitin, es matemáticamente
incompresible e incomprensible, las palabras son muy semejantes. Para obtener los n
primeros bits de Ω se necesita una teoría de n bits, de complejidad igual al fenómeno
que se quiere estudiar. Eso significa que no se gana nada calculando.
En la pag. 37: «Dar cuenta de cómo se produce la consciencia es la misión de la
neurobiología, y Penrose al respecto no nos aclara nada». El problema de la
(auto)consciencia es tan complicado que no creo posible aclarar nada sin acudir a un
planteamiento esencialmente interdisciplinario (no exclusivamente neurobiológico),
muy alejado del que sugiere esta frase; y si Penrose no nos aclara nada al respecto, me
temo que Searle tampoco.
Tuve la suerte de leer hace unos pocos años los libros de Dennett y de Chalmers
que Miguel Ángel menciona. Desde luego, yo no suscribiría el conductismo de Dennett,
que en buena media me parece anticientífico, aunque en ese aspecto él se considere tan
riguroso. Uno de los rasgos del pensamiento científico es la posibilidad de inferir lo no
Rafael Andrés Alemañ Berenguer (2012)
percibido a partir de lo percibido, e incluso razonar sobre lo que resulta imposible de
experimentar en principio. Y si no, que nos diga Dennett cómo verificaría él la
continuidad de un campo electromagnético (clásico) en el vacío, la dinámica del fluido
bosónico en el interior de una enana blanca, o la geometría espacio-temporal
distorsionada tras el horizonte de sucesos de un agujero negro.
Daniel Dennett
Por eso viene a cuento una réplica a esta observación (p. 39): «La razón de la
autocontradictoria opinión de Dennett es su irreductible verificacionismo: Puesto que no
podemos ver objetivamente, desde fuera, la mente de las personas y someterlas a la
investigación científica, sino solo aceptando la palabra de quienes afirman tener una mente,
las mentes no existen. O sea que, según Dennett, la ciencia debe ser, en todo caso, objetiva,
y exige el punto de vista de una tercera persona. Pero Searle le contesta que, ante una
definición de ciencia que prohíbe investigar la subjetividad y dado que en el mundo es
innegable la existencia de fenómenos ontológicamente subjetivos, o cambiamos la
definición de mundo o de ciencia».
El verificacionismo de Dennett no pasa de ser un caso más de positivismo de
viejo cuño, para rebatir el cual no necesitamos recurrir a subjetividad alguna; bastan los
ejemplos físicos que he indicado antes. Aceptamos que las leyes generales de la ciencia
son probadas, o verificadas, por la experimentación; pero el mero hecho de su
Comentarios a ¿Quién mira por mi ventana? (M.A. Pérez Oca)
26
generalidad demuestra que no pueden ser probadas enteramente por la experimentación,
puesto que toda experiencia es experiencia de cosas particulares. Luego para construir el
conocimiento empírico necesitamos la experimentación en conjunción con principios
que no dependen exclusivamente de la experiencia
Sin embargo, no deja de ser peligrosa la sentencia de Searle, en esa misma
página: «…una frase lapidaria [de Searle]: “Si a mí me parece que tengo algo exactamente
igual a experiencias conscientes, es que tengo experiencias conscientes”». Y lo es por dos
motivos. En primer lugar, resulta arriesgado poner como juez de una cuestión intrincada
aquello que nos parece indudable a nosotros. A mí me parece que el tiempo “fluye”
como un río de cuya corriente no puedo escapar, pero la física relativista me dice que
ese parecer es puramente ilusorio.
Por otra parte, la frase de Searle deviene tautológica, ya que puede reescribirse
como “Si a mí me parece que tengo un algo, es que tengo un algo”, sin aclarar qué es
ese “algo”, experiencias conscientes para Searle, u otra cosa −quizás nada en absoluto–
para Dennett. Tal vez el escollo de deba a que las experiencias conscientes, cuando se
examinan de cerca revelan una abigarrada trama de elementos interconectados,
susceptibles de análisis en muy distintos niveles.
Seguimos en la pág. 39: «La argumentación de Searle es muy fácil de mantener: no
tiene uno más que hacer una introspección. Si a uno le parece que está consciente es que
realmente está consciente. Y si le molesta tener en cuenta la palabra de quienes afirman
tener consciencia, que se fíe de su propia experiencia. En este caso, la apariencia puede
equivocarse y creerse uno que es Napoleón, pero en la misma apariencia de consciencia,
equivocada o no, está la consciencia misma».
En realidad, no es tan sencillo ¿Qué ocurre cuando dormimos, o cuando estamos
hipnotizados?, ¿en qué sentido estamos conscientes? Obviamente no estamos muertos,
pero tampoco despiertos. ¿Y si toda nuestra vida consciente fuese un continuo estado
onírico que obedece reglas desconocidas para nosotros?
Rafael Andrés Alemañ Berenguer (2012)
La pagina 40 se inaugura con una aseveración no menos sustanciosa: «“Nadie en
su sano juicio puede negar la existencia de las sensaciones” dice Searle, dando la cuestión
por zanjada, (…)»
La frase de Searle está mal construida; debería decir “Nadie en su sano juicio,
que admita ciertas hipótesis razonables pero no comprobadas –y algunas de ellas
acaso incomprobables– puede negar la existencia de las sensaciones”. Porque para
cualquier razonamiento científico necesitamos premisas que pertenecen a la teoría del
conocimiento como tal (existencia de otras mentes, regularidad en la naturaleza,
inferencia no demostrativa basada en la semejanza de estructuras, probabilidades no
reducibles a frecuencias estadísticas, etc.) sin las cuales caeríamos en el más estéril
solipsismo.
Las sensaciones, en sentido estricto, son creadas por las interacciones del
entorno con nuestros receptores sensoriales, y es la elaboración de las señales
transmitidas a través de los nervios hasta el cerebro −donde se termina de procesar− lo
que llamamos “percepción”. Los ingredientes de nuestra vida mental son las
percepciones y no las sensaciones, algo que se suele olvidar a menudo, razón por la cual
hablar de sensaciones implica todo un utillaje de física, química y fisiología que debe
darse por descontado antes de comenzar siquiera el asunto.
Ahora bien, coincido totalmente con Searle en el rechazo frontal al absurdo
panspsiquismo de Chalmers, que −en mi opinión− no pasa de ser una pura quimera de
su autor. Del mismo modo que expresiones como la “energía psíquica” de Teilhard de
Chardin suenan muy bien pero significan poco. Si analizamos el significado del término
energía, y del término psíquico veremos que al unirlas obtenemos un oxímoron, que tan
solo nos parece adecuado por nuestra tendencia a olvidar los límites de uso que tiene
todo concepto.
En la pag. 42: «Su propósito [de Israel Rosenfield] es establecer la estrecha
conexión existente entre la consciencia y la memoria, de forma que no sería posible, al
menos plenamente, la una sin la otra».
Comentarios a ¿Quién mira por mi ventana? (M.A. Pérez Oca)
28
En efecto, así es. Otro estupendo autor, muy divertido, que abunda en este tema,
es Oliver Sacks, con libros como el célebre El hombre que confundió a su mujer con un
sombrero.
En la pag. 43: «Cualquier sistema, natural o artificial, que causara consciencia
tendría que tener una capacidad causal como la que tiene el cerebro para hacerlo, estuviera
hecho este sistema con la misma sustancia y estructuras o diferentes».
Cuidado con esto. Nada nos garantiza que diferentes estructuras o sustancias
posean las mismas capcidades causales, como se desprende de la afirmación anterior. La
práctica más bien demuestra lo contrario: los microcircuitos se construyen arseniuro de
galio y fósforo, no con arcilla o tocino.
3. UNA CONFERENCIA DE FRANCISCO J. RUBIA
En la pág. 46: «Aunque es una idea que entendemos todos de manera intuitiva, la
definición de consciencia, para Rubia, es una tarea casi imposible por no encontrarse, o no
existir, las palabras adecuadas. Se podría decir que la consciencia es un sistema de mando
que supervisa y coordina las funciones y actividades de nuestro organismo, y poco más».
Una bacteria o una célula, también tienen un sistema que supervisa y coordina las
funciones y actividades de su organismo. ¿Tienen ellas consciencia, según esa
definición?
En la pag. 47: «En cuanto a Popper, su proverbial rigor no me cuadra demasiado
con una teoría que acepta gratuitamente la existencia de un ente inmaterial)». A lo largo
del texto se dedica varias veces el epíteto “riguroso” a Popper, aunque no entiendo bien
por qué, o por qué en mayor medida que a otros autores. Mario Bunge, por ejemplo, sí
fue el fundador de lo que él mismo llamaba “filosofía exacta”, por el uso irrenunciable
de las matemáticas y la lógica como instrumento de clarificación conceptual (e incluso
hay una Sociedad de Filosofía Exacta), cosa que no se conoce de Popper.
En la pag. 48: «…Coincide con Bertrand Russell en considerar la consciencia
como un sentido de lo interno». La consciencia para Russell implicaba mucho más que
un sentido de lo interno, porque él era –como yo –a partidario del monismo neutral, que
Rafael Andrés Alemañ Berenguer (2012)
aborda el problema mente-materia en sus términos más general, sin centrarse de
principio sobre la cuestión de la consciencia. Pero sobre eso ya volveremos más
adelante.
Francisco Rubia
En la pag. 52: «(…); y es que, seguramente, hay muchos eminentes científicos cuya
formación filosófica es muy deficiente. Ya se sabe el daño que al conocimiento humano
está haciendo esa estúpida distinción entre disciplinas de Ciencias y de Letras. Opino al
respecto que deberíamos volver a una Cultura General previa a las especializaciones, de
manera que todos los filósofos conocieran la ciencia y todos los científicos la filosofía hasta
el punto de serles útiles en sus trabajos. (…)».
Además de puntualizar que son muchos más los filósofos con deficiente
formación científica, concuerdo plenamente con estas observaciones. Sin embargo, creo
que es demasiado optimista; pensemos lo que ahora cuesta tener titulados en ciencias
que sepan algo de ciencias, e imaginemos qué ocurriría si exigiéramos una especie de
Ilustración total que más que profesionales especializados nos proporcionase sabios
universales. Sería muy deseable, pero poco realista.
Comentarios a ¿Quién mira por mi ventana? (M.A. Pérez Oca)
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IV. MÁS ALLÁ DE LA CONSCIENCIA: EL TEMA DEL
USUARIO.
1. EL DUEÑO DE LA VENTANA.
No sé si de forma intencionada, o inopinadamente por el lenguaje empleado, en este
primer apartado del cuarto capítulo se desliza sin cesar la sugerencia de que la
“consciencia” –o quizás debiéramos decir “autoconsciencia”– es algo distinto del “yo”.
«Lo que a mí me preocupa, (…), es el tema del “usuario” de esa consciencia,…» (p. 53); «
Pero, en el caso final de nuestro cerebro, único mecanismo de pensamiento inteligente
capaz de interpretación simbólica del que tenemos referencia, ¿quién o qué es el usuario del
“usuario”? Porque los neurobiólogos no consideran consciente, aunque sí activo e
inteligente, a todo el cerebro sino que nos hablan del tálamo, el cerebro medio y la región
reticular como acomodos de la consciencia. ¿Quiere decir esto que estas regiones “poseen”
la consciencia como “usuarios”, o que la producen en sus estructuras orgánicas para un
“usuario”? Y si es así, ¿quién es el que la recibe o la posee? ¿Qué soy yo, que “presencio” la
consciencia y no sé si la “produzco”?» (p. 54).
Tal como yo lo veo, esa denodada apelación al “usuario” resulta superflua. No
hay más usuario que la propia mente autoconsciente que constituye el “yo” de cada
individuo.
Los neurobiólogos hacen bien en no considerar consciente al cerebro, porque la
única entidad realmente consciente es la persona como un todo indivisible; de ahí el
término individuo. A no ser que recurramos a los cerebros pensantes flotando en
grandes cubetas de vidrio, típicos de la ciencia-ficción, la mente forja su propio sentido
de la realidad a través del filtro que suponen los sentidos corporales, los órganos
sensoriales, sin los cuales nuestra concepción del mundo sería sin duda radicalmente
distinta. Las diversas regiones cerebrales no “poseen” la consciencia como “usuarios”,
ni la producen en sus estructuras orgánicas para un “usuario”; más bien se concertan en
sus distintas actividades para generar ese combinado integral que llamamos
“(auto)consciencia”.
Rafael Andrés Alemañ Berenguer (2012)
El Hombre frente al Universo
A continuación se apunta la respuesta (p. 53): «Searle diría que yo soy la
consciencia misma». Y tendría razón. «Pero para mí la cuestión es saber qué parte de
nuestro cerebro, exactamente, es el “soporte” de la consciencia, que conjunto de células,
moléculas, átomos o partículas subatómicas son sus beneficiarios». Si la consciencia es
una propiedad sistémica, no hay una parte del encéfalo o una localización anatómica
concreta que sea “exactamente” su soporte (Del mismo modo que la bravura no reside
en las gónadas masculinas, como supone la cultura popular).
En las pp. 53 – 54: «En el cine donde se proyecta la película de mi vida hay un solo
espectador al que denomino “Yo” –¿o hay muchos y la sala está llena?– Mis esfuerzos
reflexivos van encaminados a saber “quién” es ese espectador que se esconde en la
penumbra de la sala pero que, sea quien sea, sea “lo que sea”, justifica la existencia de la
sala misma y la proyección de la película. Además, ¿qué hará cuando finalice la proyección y
se vaya del cine?»
Pues irá al Cielo o al Infierno, según haya sido bueno o malo. ¡Eso lo sabe todo
el mundo!
Comentarios a ¿Quién mira por mi ventana? (M.A. Pérez Oca)
32
2. INSTINTO, APRENDIZAJE, INTELIGENCIA, LENGUAJE Y
REFLEXIÓN. LA CONSCIENCIA ES OTRA COSA.
Avancemos a la p. 58: « Realmente la autoconsciencia no es más que un proceso
inteligente mediante el cual reconocemos nuestra identidad, de la que percibimos un
interior propio distinto del mundo “de ahí fuera”. Pero la consciencia no es “eso”. Saber de
uno mismo, en última instancia, es una conclusión lógica producto de la reflexión
inteligente, pero los instintos de conservación ya prevén la salvaguardia del propio sujeto,
del que indudablemente debe tener, él mismo, una primitiva noción. En cambio ser
consciente es la facultad de percibir que el mundo exterior e interior “se manifiesta”. Un
niño pequeño puede ver una película y no saber que él es un espectador y que el film es una
representación. Un adulto sabe que él es un espectador. Pero ambos están viendo la
película, la película “es para ellos”. La consciencia, en principio, es una facultad “pasiva” de
espectador, cuyo usuario no conocemos, aunque ubicamos en el cerebro pensante, pero sin
tener una relación necesaria con el pensamiento, sino solo con la percepción. (…). El más
común de estos malentendidos es el de confundir la consciencia con la mal llamada
“autoconsciencia”»
Mi mayor discrepancia con Miguel Ángel quizás estribe en el uso de la palabra
“pasiva” aplicada a la facultad de la consciencia. La psicología cognitiva, la
estructuralista, la constructivista e incluso la psico-fisiología, apuntan exactamente en la
dirección contraria. La consciencia es siempre dinámica, modeladora de las impresiones
sensoriales recibidas desde el mundo exterior y –casi con toda seguridad− también del
interior. Por eso no se entiende qué significado puede encerrar la afirmación de que la
consciencia no tiene “una relación necesaria con el pensamiento sino solo con la
percepción”. Aquí Miguel Ángel parece negar que podamos tener percepciones de
nuestros propios pensamientos, o introspecciones, lo que precisaría una discusión más
cuidadosa.
Por otra parte, aunque un niño pequeño vea una película sin considerarse a sí
mismo un espectador, parece indiscutible que el niño se sabe “alguien” distinto de la
película que ve y del resto de cosas que lo rodea. Y tampoco podemos aceptar sin
Rafael Andrés Alemañ Berenguer (2012)
cuestionamiento la definición de ser consciente como la facultad de de percibir que el
mundo exterior e interior “se manifiesta”, ya que existen percepciones subliminales de
las cuales no somos directamente conscientes y que, no obstante, pueden ser decisivas
en el curso de nuestra conducta ulterior. En cualquier caso, parece claro que el término
“consciencia” actúa como un cajón de sastre bajo el cual se guarecen una enorme
diversidad de significados, aplicables desde al organismo en su integridad hasta a
estados y procesos mentales particulares.
Tradicionalmente se ha admitido que un organismo es consciente si exhibe una
serie de características, algunas de las cuales se enumeran a continuación brevemente:
• Sensibilidad o afectación sensorial. Un organismo se juzga consciente en un
sentido genérico cuando resulta ser una criatura sintiente, que siente, que tiene
sensaciones, recibe impresiones sensoriales y reacciona ante ellas en un plano
adaptativo. Entendida así, la consciencia admitiría grados, y se plantearía la
cuestión de qué nivel de capacitación sensorial haría que un organismo fuese
consciente ¿Son los peces conscientes?; ¿y los gusanos o las abejas?
• Vigilia o no-oniricidad. Podríamos dar un paso más y exigir que el organismo
no solo tenga una disposición a ella, sino que ejerza de modo efectivo su
consciencia. Por ello tan solo deberíamos considerar conscientes a los
organismos suficientemente despiertos y alerta ante los estímulos de su entorno;
por tanto no contarían los individuos dormidos o en coma. De nuevo, las
fronteras para separar estas categorías se muestran borrosas, y los caso
intermedios abundantes. Por ejemplo, ¿en qué sentido estamos conscientes
cuando nos encontramos soñando, hipnotizados o en estado de enajenación?
• Auto-consciencia. Un tercer nivel, más exigente, sería el que define las criaturas
conscientes como aquellas que no solo se aperciben de su entorno sino que
además se aperciben de su propio estado de apercibimiento7
; eso es lo que
solemos llamar “auto-consciencia”. Dependiendo del grado de rigor en la
consideración de la autoconsciencia, podríamos aceptar o rechazar en este nivel
a diversas criaturas junto a los seres humanos
7 Por ejemplo, véase al respecto Carruthers, P. 2000. Phenomenal Consciousness. Cambridge: Cambridge University Press.
Comentarios a ¿Quién mira por mi ventana? (M.A. Pérez Oca)
34
Parece cierto en todo caso que la consciencia no se debería identificar totalmente
con la auto-consciencia, como bien apunta Miguel Ángel. Sin embargo, en el caso de la
consciencia humana –que es aquí nuestro principal interés– yo creo que no podremos
resolver la cuestión sin abordar a la vez el problema de la auto-consciencia. O dicho de
otro modo, el sentido de la identidad en el ser humano viene inextricablemente ligado al
vínculo consciencia-autoconsciencia, que en el caso de nuestra especie parece ser
particularmente estrecho. Únicamente los humanos saben que saben, y saben que saben
que saben, y así hasta que la fatiga o el hastío nos hagan desistir de ascender en las
reflexiones. Esa recursividad cognitiva tan típicamente humana, contiene la clave de
nuestra distinción de los animales8
, los cuales sin duda tienen también su propia
actividad mental y sus facultades conscientes.
Desde una perspectiva fenomenológica, una mínima forma de autoconsciencia
parece ser un rasgo estructural constante de la experiencia consciente. Las experiencias
–cualesquiera que sean– ocurren para el sujeto que las tiene de un modo inmediato; y
como parte de esa inmediatez, se caracterizan como mis experiencias. Para los
fenomenólogos, esta realidad inmediata y en primera persona de las experiencias, ha de
justificarse mediante alguna forma de auto-consciencia pre-reflexiva. En el sentido más
básico del término, la auto-consciencia no surge en el momento en que uno inspecciona
atentamente su mundo interior (introspección reflexiva), o en el instante de
reconocimiento de la propia imagen en el espejo. Por el contario, estas diversas clases
de auto-consciencia deben distinguirse de esa auto-consciencia pre-reflexiva siempre
presente cada vez que uno vive una experiencia cualquiera, es decir, cuando percibo
conscientemente el mundo externo, cuando estoy cavilando un pensamiento ocurrente,
cuando me siento feliz o desdichado, etc.
De lo que no cabe duda es que una comprensión cabal de la consciencia
requerirá el concurso de muy variadas teorías llegadas desde múltiples campos del
saber. Es posible, e incluso probable, que debamos aceptar sin contradicción una
diversidad de modelos cada uno de los cuales resulte aplicable en su propio ámbito para
explicar aspectos de la consciencia como el neural, el físico, el cognitivo, el funcional, 8 Quizás lo que más se echa en falta en la obra de Miguel Ángel es una discusión adicional sobre las relaciones entre la consciencia animal y la humana, así como las conclusiones que cabe extraer de las diversas alteraciones psíquicas estudiadas por los psiquiatras con respecto al sentido de la propia identidad.
Rafael Andrés Alemañ Berenguer (2012)
el representacional y sus características recursivas de orden superior. Es harto
improbable que existe una única perspectiva teórica que baste para explicar todos los
rasgos de la consciencia que deseamos comprender. Así, un planteamiento sincrético y
pluralista aparenta ser el mejor camino para futuros progresos
Seguimos a la p. 59: «Otros muchos investigadores asocian la consciencia a la
aparición del lenguaje, ya sea en el individuo, en el segundo año de vida, como en la historia
de la especie. Siguen confundiendo la consciencia con el sentido del Yo. Y así, personas tan
autorizadas como el lingüista Gardenfors y el riguroso Popper abundan en esta mala
interpretación. Porque, para mí, lo que le ocurre al niño es que necesita del lenguaje y la
simbología para tener unos conceptos claros del mundo que le rodea y poder así almacenar
debidamente los recuerdos en su memoria, pero eso no significa que antes de dominar el
lenguaje y la memoria no sea ya consciente. Del mismo modo, la especie en su conjunto
necesita del lenguaje simbólico para poder reflexionar y comunicarse ideas abstractas y
generales que le faciliten la organización social. Pero esto, insisto, no tiene nada que ver con
la consciencia como representación subjetiva del mundo desde nuestro interior. Un
amnésico en un cine puede ignorar quién es, pero eso no le impide ver la película».
Casi con toda seguridad, como apunta bien Miguel Ángel, en el ser humano
existe, también en sus etapas infantiles, una cierta consciencia pre-lingüística. Pero ello
no implica –como se afirma en esta cita– que el lenguaje surja como una respuesta la
necesidad de almacenar información eficientemente en el cerebro. Lo cierto es que
parece bien establecida una idea distinta: desde los estudios de Piaget a comienzos del
siglo XX se sabe que la riqueza lingüística ayuda en el desarrollo de la capacidad de
ideación de los niños. Las ideas se articulan mejor, se precisan más y se enlazan con
mayor fertilidad, cuanto más cultivadas tiene el niño sus facultades lingüística. En ese
sentido, el lenguaje parece ser el tejido de una cierta clase de pensamiento, que por tanto
se muestra más potente cuanto más ricamente hilvanado se halle.
Más adelante (pp. 59 – 60): «Pero, si la consciencia, como función física de
nuestro organismo, es un producto de la evolución y la selección natural, como consideran
muchos estudiosos, ¿qué utilidad puede tener para nuestra supervivencia, como para que la
haya escogido la selección natural? ¿Para qué necesitamos un sentido que nos muestre el
Comentarios a ¿Quién mira por mi ventana? (M.A. Pérez Oca)
36
interior de la mente? ¿No podríamos ser organizaciones de células vivas enteramente
inconscientes y perfectamente programadas para reaccionar de la manera más adecuada
posible a cualquier evento?»
Aquí se manifiesta la muy extendida y errónea costumbre de costumbre de
considerar la selección natural como si fuese un agente intencional que deliberadamente
maximiza ciertas eficacias biológicas. Cuando esa maximización aparente ser más
perfecta de lo que esperamos, nos asalta un sentimiento de perplejidad y comenzamos a
sospechar que algo no encaja del todo.
Sin embargo, la selección natural se revela como una tendencia estadística
espontánea en las poblaciones de seres vivos situadas fuera del equilibrio con respecto a
su aptitud biológica. Desde este punto de vista, las explicaciones que apelan a la
selección natural son en último término explicaciones estadísticas. Y no parece tan
extraño que así ocurra, pues los organismos vivos son unidades complejas,
interconectadas con otras, y con distintos niveles de integración estructural interna, lo
que aconseja tratarlos de manera estadística. Tanto en la termodinámica como en la
genética de poblaciones los tratamientos estadísticos de nivel colectivo y el estudio de
los individuos concretos conducen a explicaciones independientes en el sentido de que
los tratamientos estadísticos de nivel colectivo nada nos dicen sobre cada individuo
concreto, y el análisis de los individuos concretos no permite inferir los cambios en la
estructura estadística del colectivo.
También hay diferencias; al investigar los fenómenos termodinámicos raramente
nos hallamos interesados en las propiedades de las partículas individuales, pero si la
tesis central de Darwin es correcta −y no cabe duda de que lo es− entonces para explicar
la evolución adaptativa precisamos de algo más que la mera justificación estadística de
los cambios en la estructura de una población. Necesitamos explicar la etiología de las
propiedades individuales concretas, algo que las teorías estadísticas –por su propia
pertenencia a un nivel colectivo– se muestran incapaces de lograr. Si buscamos las
causas del ajuste adaptativo de los organismos individuales, hemos de hacerlo en otro
lugar. Y aquí es donde se muestra la decisiva importancia del papel desempeñado por la
dinámica ontogénica, como se vio en los epígrafes anteriores, ya que es ese conjunto de
Rafael Andrés Alemañ Berenguer (2012)
procesos el que actúa en el nivel individual, tal como deseábamos para explicar los
fenotipos adaptativos de los organismos.
A la evolución no le interesa, por decirlo así, si un órgano es capaz de realizar
otras funciones además de aquellas que mejoran las posibilidades de supervivencia del
organismo al que pertenece. Si la encefalización coadyuvó al aumento de la
supervivencia de los primeros Homo sapiens sapiens, bastaba con eso. Y si además el
neocórtex al correr de los años les permitiría desarrollar teorías sobre matemática
fundamental, física teórica o biología molecular, tanto mejor, pero ese no era el objetivo
y a la evolución le traía sin cuidado.
3. EL PLATONISMO MATEMÁTICO Y LA CONSCIENCIA.
INTELIGENCIA ARTIFICIAL
Ya en la p. 60: «Afortunadamente para nosotros, la Naturaleza no sabe Matemáticas.
Aunque Penrose, con Platón, considera que existe un mundo matemático preexistente e
independiente del físico, la verdad es que, tal como dijo recientemente el astrofísico padre
Carreira S.J. en una brillante conferencia sobre el origen del Universo, las Matemáticas son
“una invención humana para considerar las relaciones cuantitativas”. Esas relaciones
existen y siguen determinadas leyes, pero solo el ser humano ha podido descubrirlas y
manejarlas».
Si lo entendemos como un acto consciente, es obvio que “la Naturaleza no sabe
matemáticas”, pero si nos referimos a la existencia en el universo de un orden que es
independiente del deseo humano de confirmarlo o refutarlo, creo que la respuesta es
muy distinta.
Disiento de Carreira en la observación de que las matemáticas se ocupen sólo de
relaciones cuantitativas; el álgebra, por ejemplo, no es básicamente cuantitativa, como
tampoco lo son la teoría de conjuntos, los morfismos o las jerarquías categoriales. A la
matemática conciernen las estructuras abstractas que, aprehendidas por la mente
humana, pueden realizarse o no en la naturaleza. Y el hecho más sorprendente es que la
mayoría de las veces, aquellas teorías matemáticas que por abstractas parecían
inaplicables al mundo real, acaban encontrando una parcela del universo en la cual
encajan como un guante.
Comentarios a ¿Quién mira por mi ventana? (M.A. Pérez Oca)
38
Es verdad que al ser humano le corresponde descubrir o encontrar –las
implicaciones de usar uno u otro verbo son muy diferentes– las leyes matemáticas que
parecen regir el universo, pero eso no significa que las pautas codificadas en dichas
leyes sean una invención humana. Tal vez las matemáticas sean el lenguaje formal más
potente que a los humanos nos es dado emplear con el fin de captar ese ordenamiento
que impera en el sustrato profundo de la naturaleza, y cuyo origen es en sí mismo un
misterio tan grande –me atrevo a aventurar– como el de nuestra propia consciencia
Los tres “mundos” de Roger Penrose y la conexión entre ellos
En la misma página: «Así que, diga lo que diga Penrose (y Kepler y Platón y
Plotino, etc.), primero fue el hombre y después los números. De ahí se deduce que la
Naturaleza, hasta la llegada del ser humano - que también pertenece a la Naturaleza -, no ha
sido capaz de elaborar un programa de computador. Para ello debería haber contado con
un mecanismo más sofisticado que el de las mutaciones accidentales y la selección natural,
puesto que hubiera tenido que prever las consecuencias y los fines de sus programaciones,
conociendo de antemano las leyes matemáticas».
Rafael Andrés Alemañ Berenguer (2012)
Como se ha dicho antes, si hablamos en sentido metafórico, la naturaleza carece
de cualidades antropomórficas que la habiliten para elaborar un programa informático,
evidentemente. Sin embargo, la teoría de sistemas nos enseña que los proceso
naturaleza, biológicos o no, son mayoritariamente, expresables mediante algoritmos, es
decir, son aritmetizables (con más o menos precisión, dependiendo del tipo de sistema).
Por cierto, hay programas informáticos, como el llamado “juego de la vida”, que
reproducen cursos evolutivos –remedando los procesos de mutación aleatoria y
selección acumulativa– en lo que se denomina vida artificial o simulación de vida.
A continuación, un poco más adelante: «De haberlo sabido, la Naturaleza hubiera
presidido una evolución que consistiría en crear especies cada vez mejor programadas para
la supervivencia. Estas especies no hubieran necesitado para nada la consciencia, sino el
control automático de un cerebro perfectamente programado para afrontar cualquier
circunstancia. En nuestro cerebro no habría ningún sentido que nos representara el mundo
interior, no habría consciencia de ningún tipo. Nuestro cerebro estaría a oscuras, insensible,
automático, perfecto... y tan inconsciente como una máquina, por muy bien que
funcionase.»
Esto es muy interesante, porque las cosas han sucedido más o menos así. La
evolución ha producido especies cada vez mejor programadas para la supervivencia, y
ningún biólogo evolutivo nos llevaría la contraria en ello. Cosa distinta es proclamar la
posibilidad de prescindir de la consciencia. No está clara la ventaja evolutiva que nos
proporciona un cerebro tan complejo y potente, que a su vez consume tanta energía.
Ahora bien, nadie niega hoy en día que hay propiedades y características de los sistemas
biológicos que surgen por su misma configuración estructural, sin relación directa con
una finalidad específica que puedo haberse visto favorecida por la selección natural.
Un ejemplo muy sencillo de esto nos lo brinda Internet. Quien inventó los
ordenadores personales tal vez lo hiciese pensando en facilitar el trabajo administrativo
a los individuos, o en almacenar datos electrónicamente en sus discos duros. Pero la
misma arquitectura electrónica del ordenador era susceptible de interconexiones con
aparatos periféricos, entre ellos otro ordenador, Y cuando se cayó en la cuenta de esto se
dio el primer paso para la constitución de una red de sistema informáticos, como la que
finalmente generó Internet.
Comentarios a ¿Quién mira por mi ventana? (M.A. Pérez Oca)
40
Seguimos en la p. 60: «Afortunadamente para nosotros, la Naturaleza - ya lo he
dicho -, no sabe Matemáticas; así que necesitó inventar la consciencia como una forma de
satisfacer la creciente necesidad de comportamiento sofisticado, que ya no era capaz de
establecer sin programaciones algorítmicas que estaban fuera de sus posibilidades, dando al
cerebro una más amplia y sintética visión de su propio interior que le facilitara la
posibilidad de controlar racionalmente las diferentes opciones. Y así, la selección natural
primó a estos seres cuyo cerebro centralizaba el control mediante un sentido que les
mostraba un panorama general de sus percepciones y posibles decisiones. Ese, creo yo, es
el origen de la consciencia, al menos de una consciencia tan perfeccionada como la nuestra
y la de los animales superiores.»
En realidad no se entiende de dónde viene esa “creciente necesidad de
comportamiento sofisticado” en la Naturaleza. La naturaleza es una denominación
genérica, que podemos intercambiar, según el caso por cosmos, universo o mundo
físico. Visto así, el universo nada necesita, ni orden ni desorden (acaso tiende
espontáneamente a este último), y no puede encontrarse ahí una justificación
convincente para el origen de nuestra consciencia.
La controversia de la inteligencia artificial
Rafael Andrés Alemañ Berenguer (2012)
Y en la p. 62: «…una planificación algorítmica de la que la Naturaleza es incapaz.».
La frase es cierta si se retiene como una figura literaria que antropomorfiza el mundo
natural, aunque no lo es si trata de negar el carácter algorítmico de la representación
formal de la que es susceptible una multitud de fenómenos naturales. Alan Turing
dedicó uno de sus mejores trabajos a expresar matemáticamente las ecuaciones de
difusión de ciertos componentes químicos en un tejido celular de modo que ayudasen a
explicar el proceso de morfogénesis en los seres vivos. Obviamente, la naturaleza nunca
planificó algorítmicamente este proceso, pero es que en ese sentido la naturaleza jamás
ha planificado nada.
En la misma página: «Una vez alcanzado el conocimiento de las Matemáticas, ya es
posible, o lo será en breve, la Inteligencia Artificial (no sé si fuerte o débil), programando
cerebros artificiales con comportamientos tan eficientes como los nuestros.»
Creo que si algo nos enseñan los trabajos de Penrose y Searle es que el
programa de la IA no es posible (aunque con matizaciones, que admiten la IA débil en
el caso de Searle). Ciertamente es un aserto opinable, y yo tan solo puedo decir que
concuerdo por completo con él.
Y un poco más adelante: «…sin la participación de unos conocimientos
matemáticos que la Naturaleza en principio no posee, el Universo sabe de sí mismo gracias
a la subjetividad de unos minúsculos e imperfectos seres que tienen la habilidad de
controlar conscientemente su propio organismo para asegurar su supervivencia. Gracias a
esta feliz circunstancia yo soy consciente del Universo que me rodea, el Universo “es para
mí”, y como parte de él que soy, el Universo mismo es también consciente»
Esta declaración, rotunda, lírica y muy bella, tampoco puede ser aceptada
fácilmente en momentos de mayor sobriedad intelectual. Porque la propiedad de “ser
consciente” pertenece tan solo –que sepamos– a los humanos, y nunca al universo en su
conjunto, el cual carece de cualidades mentales, excepto para los panpsiquistas. E
incluso éstos harían bien en comprender que una propiedad poseída por todos los
elementos de un conjunto, no necesariamente ha de ser poseída por el conjunto como
tal. Por ejemplo, todos los seres humanos, individualmente considerados, tienen una
madre; pero de ello no se sigue que la humanidad tenga también una madre.
Comentarios a ¿Quién mira por mi ventana? (M.A. Pérez Oca)
42
4. DETERMINISMO, AZAR CUÁNTICO Y LIBRE ALBEDRIO
Llegamos ahora a la p. 63: «Así que, aunque es posible considerar la exactitud y
previsibilidad de un algoritmo rector de una computadora, por muy sofisticada que sea,…»
Hay algoritmos aleatorios fundamentalmente imprevisibles, lo que suele sorprender a
quienes piensan que la matemática es la ciencia de las certezas absolutas. A comienzos
del siglo XX, Hilbert estudió las soluciones aleatorias de ciertas ecuaciones algebraicas,
que aún siguen siendo motivo de perplejidad y sesudas elucubraciones entre los
expertos.
En la p. 64: «Por otro lado, estamos ante un error filosófico muy frecuente entre
las gentes de ciencias, tan dadas a la mala gestión de las ideas filosóficas. El azar, hasta el
advenimiento de la Cuántica, no había sido nunca considerado como un concepto físico
sino, en todo caso, filosófico. Describe la imposibilidad práctica de conocer previamente el
resultado de un fenómeno físico ante la complejidad de sus componentes, cuya totalidad no
podemos controlar. Si conociésemos todos los ingredientes de la evolución de un dado
lanzado al aire (peso, composición interna, posición del dado, fuerza de lanzamiento,
dirección exacta de éste, resistencia del tablero de la mesa sobre la que se lanza, etc., etc.,
etc.) podríamos predecir el resultado de la misma, es decir: cuál de sus caras quedaría
mirando hacia arriba y ya no habría azar en el desenlace. El hecho de que el
comportamiento de las partículas sea impredecible podría obedecer a factores ocultos
desconocidos, todavía no descubiertos por el ser humano, o situados más allá de nuestro
horizonte mental. Por eso decía Einstein, polemizando con Niels Böhr9
, que “Dios no
juega a los dados”. Naturalmente, el hecho de que los comportamientos cuánticos sean
impredecibles por su propia naturaleza o por ignorancia insalvable de sus ingredientes
ocultos, no afecta a los teóricos cuánticos, que operan considerando el azar como una
propiedad física»
Creo que entiendo lo que Miguel Ángel nos quiere decir, pero su exposición va
acompañada de lo que no puede parecer sino una grave confusión a quienes estén
habituados a la filosofía. No hay tal error filosófico que reprochar a las gentes de
9 Se prefiere escribir Niels Bohr, sin diéresis en la “o”; al menos así lo hace el Instituto Nóbel en la página dedicada a este investigador. http://www.nobelprize.org/nobel_prizes/physics/laureates/1922/index.html
Rafael Andrés Alemañ Berenguer (2012)
ciencias. Cuando abandonamos el impersonal terreno de los axiomas de Kolmogorov,
por ejemplo, y la aplicamos a los sucesos de la naturaleza, la probabilidad deviene una
teoría física como cualquier otra. Del mismo modo, la geometría es una rama de la
matemática pura mientras se limite a razonar sobre figuras o espacios abstractos; en
caso contrario –como bien probaron Einstein, Eddington y muchos otros a comienzos
del siglo XX– pasa a engrosar esa parte de la matemática aplicada que a la postre resulta
indistinguible de la física.
¿Juega Dios a los dados?
Lo que supongo que Miguel Ángel tiene en mente sin aquilatarla, es la distinción
entre las dos interpretaciones de la probabilidad, la ontológica y la epistemológica. La
interpretación epistemológica reinaba casi por completo incontestada hasta el
advenimiento de la física cuántica, y atribuía la utilidad de los métodos probabilísticos a
nuestra insuficiente potencia de cálculo frente a la inabarcable complejidad de los
procesos naturales. Así nació la mecánica estadística, bajo el supuesto de que las leyes
del movimiento de Newton se aplicaban individualmente a todas y cada una de las
moléculas que en miríadas forman un gas. La probabilidad, así pues, no se juzgaba un
rasgo intrínseco de los fenómenos naturales, sino una limitación de nuestras facultades
cognitivas.
Comentarios a ¿Quién mira por mi ventana? (M.A. Pérez Oca)
44
Harina de otro costal es la probabilidad entendida ontológicamente, es decir,
como un rasgo constitutivo y esencial de las cosas existentes. Eso fue lo que puso de
manifiesto la física cuántica, y ahí es donde nos hallamos todavía, sin que nadie haya
conseguido probar que la presunta interpretación ontológica de la probabilidad cuántica
es en verdad epistemológica apelando a un nivel más profundo en la descripción del
universo (verbigracia, las teorías de variables ocultas). De esto no tienen la culpa las
gentes de ciencias, porque todos consideraban epistemológica la probabilidad física pre-
cuántica, y cuando llego la cuántica quienes comprendieron lo que suponía admitir un
estatuto ontológico para la probabilidad –como Einstein– iniciaron una controversia
cuyos rescoldos aún permanecen vivos.
5. EL YO IMPRESCINDIBLE ¿ES TRANSPLANTABLE EL CEREBRO?
En la p. 66: «(…) lo que se trasplantaría sería un nuevo cuerpo al cerebro, puesto que la
identidad del sujeto pertenece exclusivamente a este órgano imprescindible». En realidad,
los sentidos corporales también contribuyen decisivamente a forjar la identidad de un
sujeto. Es muy dudoso que tenga sentido hablar de una personalidad en ausencia de un
cuerpo que permita al encéfalo relacionarse eficientemente con el mundo externo.
Entre lo psíquico y lo somático
Rafael Andrés Alemañ Berenguer (2012)
En la misma página, a continuación: «Porque nosotros somos, exclusivamente,
nuestro pensamiento y nuestra consciencia. Si los cambiamos ya no somos nosotros sino
otro sujeto desconocido que no se manifestaría “como y para” nuestro Yo. Es cierto que
distintos órganos que segregan hormonas o permiten determinadas acciones, como el sexo
o la digestión, influyen, y mucho, en nuestros estados de ánimo y en nuestro carácter. Pero
resulta inevitable que al circunscribirnos a la consciencia, la inteligencia y la personalidad
residentes en nuestro cerebro, pensemos que sin aquellos órganos seríamos los mismos,
aunque con otro carácter y otros estados de ánimo».
Tal vez seamos “exclusivamente nuestro pensamiento y consciencia”, pero ese
pensamiento y esa consciencia se construyen mediante introspecciones, propiocepciones
(auto-percepciones de nuestro propio cuerpo), y percepciones de fenómenos externos a
nosotros mismos. Además, nuestra manera pensar, nuestras opiniones, hábitos y
tendencias pueden cambiar –y con frecuencia lo hacen– a lo largo de la vida. ¿Significa
eso que ya no somos “nosotros mismos”? Cuando se dice que “…sin aquellos órganos
seríamos los mismos, aunque con otro carácter y otros estados de ánimo”, si nosotros
somos el complejo de nuestro carácter y nuestros estados de ánimo, ¿cómo podemos ser
los mismos cuando aquellos cambian?
En la p. 67: «…seguiríamos siendo conscientes de nuestra realidad interior; por mucho
que ésta cambiase más o menos radicalmente e, incluso, no nos reconociéramos o
adquiriésemos recuerdos que en realidad no nos pertenecen. Tendríamos otra personalidad,
pero estaríamos presididos por la misma consciencia.». ¿Cómo podemos estar seguro de
eso?, ¿tiene algún sentido decir que con distinta personalidad poseemos la misma
consciencia?
6. EL TODO Y LAS COSAS. EL TRANCE MÍSTICO Y LA IMPOSIBLE
DETERMINACIÓN DEL USUARIO
En la p. 68: «…Las cosas, en definitiva, son lo que nosotros queremos que sean y tienen
los límites que les atribuimos gratuitamente, siguiendo criterios meramente prácticos, pero
no tienen más existencia real que sus mínimos componentes, las partículas indivisibles,
indiferenciables y primordiales, y el Universo que abarca la totalidad de lo existente.»
Comentarios a ¿Quién mira por mi ventana? (M.A. Pérez Oca)
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Es evidente que las cosas no siempre son lo que nosotros queremos que sean
(¡ojalá!). Por mucho que yo me empeñe, la temperatura de fusión del hierro en
condiciones normales no va modificarse porque yo cambie mi criterio para medirla
(salvo un cambio de unidades de medida, que es una transformación trivial sin sentido
físico).
Que las cosas sean susceptibles de contemplarse desde muy diversas
perspectivas intelectuales no las priva de realidad en absoluto. Imaginemos a José Pérez,
un pacífico tendero que también puede ser un amable comerciante para sus vecinos, un
solícito padre para sus hijos, un conyugue cariñoso para su esposa, e incluso un ladrón
de guante blanco cuando nadie lo ve. ¿Significa eso que José Pérez no existe?
Dicho con mayor claridad: que una misma cosa pueda establecer distintas clases
de relaciones con otras entidades, no implica que esa cosa sea menos real, o sean menos
reales algunas de sus relaciones (o todas).
Lo más curioso es que se considere como genuinamente “real” aquello de lo que
no tenemos experiencia directa, a saber, las partículas invisibles y el Universo. Tanto las
micropartículas como el universo son construcciones lógicas de alto nivel a las que
atribuimos correlatos reales –sus referentes físicos– si bien que tentativamente,
sabedores de que el conocimiento científico avanza y con él nuestras concepciones
sobre ambas instancias.
Rafael Andrés Alemañ Berenguer (2012)
Misticismo y éxtasis
En la p. 70: «¿Qué puedo ser sin caer en la trampa de los nombres arbitrarios,
delimitadores de áreas caprichosas cuya entidad está solo en nuestro lenguaje, ni escapar a
las leyes de la Física? No puedo ser nada, según esas leyes, y tampoco soy nada, según la
filosofía taoísta. Así que si el mundo es como nos lo describe la Física actual, la consciencia
es imposible y tiene razón el negacionista Dennet.»
No puedo evitar un escalofrío de temor al leer que según las leyes de la física no
podemos ser nada. La humildad de algunos físicos es grande, pero no llega a tanto.
Desde luego, nada hay en la física actual que imposibilite la consciencia, ni concede una
razón superior a gente que opine como Dennett.
7. CONSCIENCIA EMERGENTE O PANSPIQUISMO
En las páginas 70 – 71: «Es fácil escudarse en una definición académica para dar cuenta de
un fenómeno que no comprendemos. Es muy fácil definir a la consciencia como una
propiedad emergente del cerebro. Pero esas definiciones no nos dicen nada en el fondo.
Porque ¿qué es realmente una propiedad emergente, más que una forma de hablar, como
cuando nos referimos a los nombres arbitrarios? Más que propiedades emergentes
Comentarios a ¿Quién mira por mi ventana? (M.A. Pérez Oca)
48
deberíamos decir que son propiedades que apreciamos en el conjunto como resultado de la
suma de las propiedades de sus componentes, pero que a nivel de estos componentes
pasan desapercibidas o no se manifiestan por razones cuantitativas. No es que nuevas
propiedades impensables hayan surgido por arte de magia de una multitud de partes
individuales, sino que sus consecuencias sumadas nos llevan a considerar nuevos efectos»
Esta crítica parece notoriamente injusta, pues se descarga sobre uno de los más
importantes descubrimientos lógico-epistémicos del siglo XX, como son las diversas
variedades del emergentismo dentro de un marco de análisis filosófico de las teorías de
sistemas. No hay un intento de «escudarse en una definición académica para dar cuenta de
un fenómeno que no comprendemos», sino el propósito de crear categorías intelectuales
nuevas que nos ayuden a comprender fenómenos profundos y difíciles. No debemos
imitar en esto a Gustavo Bueno, que, creyéndose el pensador más brillante del mundo,
desprecia la exactificación filosófico-científica emprendida por Mario Bunge,
simplemente porque no la comprende (y porque –añado yo– Bueno se muestra
absolutamente indocto en materias científicas). Y por esos e equivoca Miguel Ángel
cuando menosprecia considerando que el emergentismo «no nos dice nada en el fondo.
Porque ¿qué es realmente una propiedad emergente, más que una forma de hablar, como
cuando nos referimos a los nombres arbitrarios?».
Sin embargo, el emergentismo nada tiene de arbitrario, y tampoco es un vacío
nominalismo como sostiene Miguel Ángel. Sin ir más lejos, desde mucho tiempo atrás
la misma física clásica demostraba poseer propiedades colectivas que carecían de
sentido cuando se aplicaba a los componentes individuales de un conjunto. ¿Qué es la
temperatura a escala microscópica? La definición usual nos dice que la energía cinética
promedio de una colección de moléculas; pero ese promedio es una magnitud estadística
que solo cobra sentido cuando se aplica a un conjunto de elementos sobre el cual
puedan definirse las cantidades que la estadística maneja. Carece de significado físico
hablar de la temperatura de una sola molécula.
Tomemos otro ejemplo muy claro, pensando en propiedades como la elasticidad,
la fragilidad (o su inversa, la robustez), la viscosidad o la rugosidad de un material. Se
trata de propiedades esencialmente colectivas –que no pueden predicarse
significativamente de los individuos separados de un colectivo– y por ello emergentes.
Rafael Andrés Alemañ Berenguer (2012)
Por eso resulta muy equivocada la apreciación del emergentismo que hace Miguel
Ángel en la cita precedente: « Más que propiedades emergentes deberíamos decir que son
propiedades que apreciamos en el conjunto como resultado de la suma de las propiedades
de sus componentes, pero que a nivel de estos componentes pasan desapercibidas o no se
manifiestan por razones cuantitativas. No es que nuevas propiedades impensables hayan
surgido por arte de magia de una multitud de partes individuales, sino que sus
consecuencias sumadas nos llevan a considerar nuevos efectos».
Las propiedades emergentes no son en absoluto «propiedades que apreciamos en
el conjunto como resultado de la suma de las propiedades de sus componentes, pero que a
nivel de estos componentes pasan desapercibidas o no se manifiestan por razones
cuantitativas», porque no surgen por adición o acumulación; no hay una razón
cuantitativa sino cualitativa para su aparición. En esa cita se manifiesta la confusión
que lleva a juzgar las propiedades emergentes como una “suma de consecuencias” más
que como el efecto de interacciones nuevas permitidas por la existencia de un conjunto
estructurado de elementos; se confunde así la “inter-relación” con la “adición”.
Un cierto aspecto del emergentismo no es difícil de exponer de manera técnica
pero informal. Para empezar a fijar ideas, en matemáticas podemos tener una colección
finita de funciones f1, f2,…, fn, sobre las cuales definimos luego otras funciones F1,
F2,…, Fm, que toman a las primeras como sus argumentos; es decir, F1(f1, f2,…, fn),
F2(f1, f2,…, fn), etc. Imaginemos ahora un conjunto de objetos físicos {C1, C2,…, Cn}
cada uno de los cuales posee una serie de propiedades pij; es decir, el objeto C1, si tiene
m propiedades, escribiríamos p11, p12,…, p1m, e igual para los demás. Pues bien,
llamamos propiedades emergentes a aquellas que cabe definir mediante nuevas
relaciones Rk que conectan entre sí las propiedades pij antes mencionadas. Estas
relaciones Rk(p11, p23, p34, etc.) pueden vincular cualquier grupo de propiedades pij
entre sí, y constituyen por sí mismas propiedades cualitativamente nuevas por derecho
propio, como se ha visto al mencionar los casos de la elasticidad, la viscosidad u otras
características similares en los materiales. Naturalmente, podemos definir relaciones de
orden superior *Rk que interconecten las propiedades emergentes Rk, y así tendríamos
una jerarquía de niveles de emergencia.
Comentarios a ¿Quién mira por mi ventana? (M.A. Pérez Oca)
50
En definitiva, en el ámbito de la teoría de la mente y de las relaciones mente-
cuerpo, el emergentismo defiende que la mente es la especial estructuración o
sistematización del cerebro humano, como consecuencia de un salto cualitativo en el
proceso de la evolución. Por tanto, no se trata de que la mente humana estuviera ya
constituida en la fase evolutiva anterior a la aparición del ser humano como especie, y
que emergiera después con motivo de la aparición de la especie humana (o de la primera
subespecie: el homo habilis). Se trata más bien de afirmar que lo que hace aparecer y
constituirse a la especie humana, desde el punto de vista de su configuración psíquica o
mental, es precisamente su nueva estructuración, organización o sistematización
cerebral, posibilitada, por supuesto, por la correspondiente base genética, cromosómica,
propia de la especie humana.
El emergentismo sistemista nace como teoría que busca resolver el problema
mente-cuerpo en confrontación con las teorías anteriores (conductismo, teoría de la
identidad en sus diferentes versiones, el funcionalismo o computacionalismo, y el
dualismo), pero de modo más específico frente a las tres últimas, puesto que el
conductismo había sido herido de muerte con mucha antelación por la teoría de la
identidad y por el funcionalismo. Así, frente a la teoría de la identidad, el emergentismo
sistemista considera que la mente no se reduce al cerebro, sino que hay una distinción y
diferencia cualitativa entre la base física, neuronal, del cerebro y su sistema o estructura,
en la medida en que esa estructura, la mente, tiene propiedades específicas, en cuanto
sistema o estructura, que no poseen las neuronas o los diversos subsistemas del cerebro
Rafael Andrés Alemañ Berenguer (2012)
El individuo, la consciencia y el sentido de identidad
El emergentismo sistemista coincide con el dualismo a la hora de criticar las
insuficiencias de la teoría de la identidad, subrayando que la mente no se reduce al
cerebro. Pero el emergentismo sistemista se distancia del dualismo en el estatus
ontológico atribuido a la mente. Para el dualismo se trataría de postular una sustancia
ontológica (la mente, el alma) independiente y autónoma de la realidad material
(cerebro), que interacciona con él de modo extrínseco. El emergentismo sistemista se
opone, por otro lado, a todo tipo de reduccionismo materialista o fisicalista, y considera
que la mente (estructura cerebral) no puede considerarse como algo material, aunque no
resulte fácil delimitar el estatus ontológico de un sistema o una estructura.
El punto fuerte de esta teoría es su noción de sistema emergente y su aplicación
al tema de la relación mente-cerebro. Un sistema es una cosa compuesta de partes que
no son mutuamente independientes; que, por el contrario, se encuentran interconectadas.
Los sistemas pueden ser de muy diferente tipo, puesto que se dan en todos los niveles de
la realidad: fisiosistemas, quimiosistemas, biosistemas, psicosistemas, etc. La condición
más importante para distinguir entre un sistema y una mera aglomeración de partes es
que un sistema, para ser tal, tiene que tener al menos una cualidad nueva diferente a las
que ya poseían sus partes. De tal modo que a las propiedades de las partes se les
denomina propiedades resultantes, mientras que a las del sistema se les llama
emergentes (y aquí radica básicamente la confusión de Miguel Ángel). Por tanto,
Comentarios a ¿Quién mira por mi ventana? (M.A. Pérez Oca)
52
pertenece a la especificidad de todo auténtico sistema poseer un plus o novedad sobre
las partes de que está hecho. Esta emergencia de sistemas con propiedades específicas
es consecuencia del proceso evolutivo, cosa que el reduccionismo fisicalista no sabe
reconocer ni aceptar
Aplicando esta teoría sistémica a lo mental, se entiende que la mente es el
sistema o nueva estructuración del cerebro humano, consecuencia del proceso evolutivo.
Precisando más, entiende que hay tres modos distintos de entender el funcionamiento
del cerebro: el primero, neuronismo, considera que el elemento clave son las neuronas,
entendiendo que el cerebro se remite a ser la mera suma de sus diferentes neuronas; el
segundo, el holismo, entiende que el cerebro funciona siempre de modo global; en
cambio, para el modelo sistemista, el cerebro funciona de forma compleja, considerando
que unas veces se encargan de determinadas funciones algunas neuronas específicas,
otras veces determinadas partes o subsistemas, y otras, el sistema completo.
Por tanto, no todas las actividades del cerebro son mentales. Hay muchas de
ellas que son similares a las de los cerebros de otros animales no conscientes. Sólo en el
caso de las actividades propias del sistema completo, se puede hablar de mente y de
estados mentales, siendo el sujeto de tales estados el sistema completo del cerebro.
Ahora bien, la propiedad más específica del cerebro humano es su plasticidad, y de ella
se derivan todas las cualidades específicas que posee la mente humana y le hace ser
diferente a cualquier otra realidad viva. Plasticidad es la capacidad que tiene el Sistema
Nervioso Central de cambiar su posición o su organización (estructura) y, en
consecuencia, de modificar algunas de sus funciones (actividades) incluso en presencia
de un medio aproximadamente constante.
Pero esa plasticidad se refiere no tanto a la plasticidad conductual, sino a la
cerebral. La primera la tienen ya muchos animales, que no se limitan a seguir en su
conducta una estructura instintiva. En cambio, la plasticidad neuronal hace referencia a
la capacidad de autoprogramarse y autoorganizarse. Hay sistemas neuronales que están
preprogramados de forma genética, y no tienen capacidad para modificarse, mientras
que el ser humano posee un sistema plástico, autoorganizable. Decimos que un sistema
neuronal está comprometido (o es innato, o preprogramado) si su conectividad está
determinada genéticamente y es constante desde el nacimiento o desde algún estadio
Rafael Andrés Alemañ Berenguer (2012)
concreto del desarrollo del animal. Si no ocurre así decimos que el sistema neuronal no
está comprometido (o que es modificable, o plástico, o autoorganizable).De este modo
se pretende superar el problema dualista en la interacción mente-cerebro. No se trata ya
de la interacción de dos sustancias totalmente diferentes, lo mental y lo somático, sino
más bien la interacción entre distintas partes del sistema nervioso, o entre el sistema
completo y el resto de las partes del cerebro. Esta serie de ideas se resumen en tres tesis:
1. Todos los estados, sucesos y procesos mentales son estados, sucesos y procesos
en los cerebros de vertebrados superiores;
2. Estos estados, sucesos y procesos son emergentes con respecto a los de los
componentes celulares del cerebro;
3. Las relaciones denominadas psicofísicas (o psicosomáticas) son relaciones entre
subsistemas diferentes del cerebro, o entre algunos de ellos y otros componentes
del organismo.
La primera es una tesis psiconeural de tipo materialista. La segunda es la tesis
emergentista, que afirma que los hechos mentales son del organismo (son biológicos) y
también son colectivos, es decir, involucran a conjuntos de células interconectadas. El
punto tercero es una versión monista del mito dualista de la interacción mente-cuerpo.
Así, pues, el sistemismo emergentista considera que el problema mente-cuerpo
se reduce a un asunto de relaciones entre el sistema (mente) y sus diferentes partes. Y a
partir de un monismo de sustancias se admite también un pluralismo de propiedades. Y
de este modo entramos a analizar el trasfondo ontológico-metafísico, epistemológico y
antropológico del sistemismo emergentista, que se desmarca claramente de los
monismos fisicalistas, por entender que el fisicalismo contradice al evolucionismo. En
el ámbito material se da una estratificación en diversos niveles o estados: lo físico, lo
químico, y lo biológico. Lo mental es una cualidad de ciertas realidades biológicas
(cerebros) específicamente organizadas o sistematizadas.
Epistemológicamente se considera que es material todo objeto que puede estar al
menos en dos estados, de modo que sea apto para transitar de uno a otro. De modo que
parece decisiva la cualidad de la mutabilidad de estados, puesto que todo ente material
es mudable, cuando menos en lo tocante a su posición respecto a otros entes materiales.
Comentarios a ¿Quién mira por mi ventana? (M.A. Pérez Oca)
54
Así, el mundo real está constituido por objetos materiales, aunque no necesariamente
sean todos físicos. La realidad está configurada por objetos reales, que son definidos de
la siguiente forma: Un objeto es real si, y solamente si, influye sobre, o es influido por,
otro objeto, o está compuesto exclusivamente por objetos reales. Además, sólo los
objetos reales materiales pueden actuar los unos sobre los otros.
El sistemismo emergentisa resulta plenamente compatible con una perspectiva
humanista, en la medida en que no reduce al ser humano a una simple máquina, sino
que defiende la diferencia ontológica entre el hombre y los demás animales, e
igualmente es contrario a las tesis de la Inteligencia Artificial en sentido fuerte. Para mí
está claro que sólo los seres humanos somos creativos, autoconscientes, libres y
responsables (sujetos éticos), creadores de cultura, y no somos ni una máquina
programable ni un animal condicionable a voluntad; somos más bien el único animal
absolutamente creativo y lleno de potencialidades. El único animal conocido que es
capaz de inventar mitos y teorías, de argüir acerca de ellos, de diseñar nuevas pautas de
conducta y rebelarse contra otras.
De ahí que yo me oponga taxativamente a las tesis de la IA fuerte. A mi juicio,
el cerebro difiere cualitativamente de cualquier otro sistema material, en particular de
las computadoras. Defender la analogía hombre-máquina supone, en mi opinión,
desconocer las propiedades específicas del sistema cerebral, como su plasticidad,
creatividad y espontaneidad. Me resulta absurdo –aunque, insisto, es mi opinión
personal– que alguien pueda pensar que las computadoras digitales, o cualquier robot,
pueda poseer libertad, autocompasión o indignación moral. En definitiva, la creatividad,
la libertad y la responsabilidad moral son las barreras infranqueables que a mi parecer
separan a los hombres de cualquier máquina inteligente.
En la p. 71: «Además, sea o no una propiedad emergente o el resultado de otras
propiedades menores, ¿a quién o a qué se manifiesta? Porque seguimos sin tener idea de
cuál es el asentamiento físico de esa pretendida “propiedad emergente”, de ese prodigio
que estamos tan lejos de comprender. Seguimos sin conocer al “usuario”, a la entidad física
donde debe residir la propia consciencia, o que es en sí la propia consciencia. Porque si no
es física, ¿qué puede ser, descartado lo sobrenatural?»
Rafael Andrés Alemañ Berenguer (2012)
Miguel Ángel aborda dos puntos cruciales en este breve parágrafo. El primero de
ellos es relativamente fácil de responder, pero el segundo requerirá bastante más tiento.
Cuando Miguel Ángel pregunta dónde reside en sí la propia consciencia no hay más
contestación posible, si aceptamos el sistemismo emergentista, que apelar a la
deslocalización de una propiedad que es esencialmente global, colectiva y perteneciente
por ello al conjunto en sí y no a alguna de sus partes componentes. Cierto es que una
lobotomía convierte a un humano en prácticamente un vegetal. Pero eso no significa que
los lóbulos frontales sean el asiento de la consciencia, sino que su concurso deviene
imprescindible para que esa propiedad global funcione correctamente.
Ahora bien, la segunda parte de la pregunta («Además, sea o no una propiedad
emergente o el resultado de otras propiedades menores, ¿a quién o a qué se manifiesta?
(…). Seguimos sin conocer al “usuario”, (…), o que es en sí la propia consciencia. Porque
si no es física, ¿qué puede ser, descartado lo sobrenatural?») reclama una excursión a la
doctrina del monismo neutral. En este momento es cuando yo me aparto de la mayoría
de los sistemistas emergentistas que consideran suficiente esa teoría. Yo, por mi parte,
creo que si bien la consciencia es una propiedad emergente, la genuina distinción entre
mente y materia viene a través de una versión sofisticada del monismo neutral,
concepción ya defendida por William James, Bertrand Russell y Arthur Eddington,
entre muchos otros.
Los filósofos han debatido por siglos si existen dos sustancias o una sola
sustancia y si el dualismo o el monismo son el modelo correcto para la el mundo.
Bertrand Russel llegó a la conclusión de que, si existe una sustancia, esta no será mental
ni material, pero, lo mejor de todo, es asumir que no existe ninguna sustancia. Sus idean
han sido ampliamente ignoradas lo cual es sorprendente ya que sus ideas son las únicas
en toda la filosofía de la mente que está verdaderamente basada en la comprensión de la
física. Russel simplemente tomó literalmente a Einstein: si el espacio y el tiempo son
inseparables, si la materia es energía, si todo es relativo al observador, entonces ambos
materia y mente son sobre-simplificaciones sin importancia de la realidad. La materia es
menos material de lo que Newton pensó y el espíritu es menos espiritual de lo que
Berkley pensó. Ni tampoco existe verdaderamente una sustancia. Estas son diferentes
maneras de organizar el espacio tiempo. Lo que en realidad existen son los “eventos”.
Comentarios a ¿Quién mira por mi ventana? (M.A. Pérez Oca)
56
Yo soy un grupo de eventos tiempo-espacio que se adhieren juntos por un pequeño
momento.
Bertrand Russell
El mismo argumento puede ser visto desde el punto de vista de la percepción. La
sensación es a la vez mental y material. Una sensación es parte del objeto que puede ser
construido fuera de sí. Una sensación es parte de la mente en cuya biografía ocurrió la
percepción. Un objeto es definido por todas las apariencias que emanan del lugar hacia
donde está dirigida la mente. Una mente es definida por toda las apariencias que inician
desde los objetos y la alcanzan. Si nosotros representamos un universo como una red de
interacciones entre muchos objetos y muchas mentes, un objeto es la colección de todas
sus salidas de información u outputs, una mente es la colección de todas las entradas de
información o inputs. El objeto no es el generador de tales outputs y la mente no es el
receptor de tales inputs.
La diferencia entre materia y mente es simplemente la relación “causal” que está
llamada a soportar. No hay diferencia substancial entre materia y mente. Ambas están
construidas de lo mismo, lo cual no es material ni mental (es neutral). No vale decir
aquí que cambiamos un misterio por otro al sustituir la pareja sustancia material-
sustancia mental por una sola sustancia neutra. Lo que hacemos es reemplazar dos
misterios por uno; algo semejante al proceder de los atomistas cuando abandonaron la
misteriosa esencia de los cuatro elementos aristotélicos para admitir tan solo la
Rafael Andrés Alemañ Berenguer (2012)
existencia de los átomos (Por cierto, ¿de qué está hecho un electrón?, ¿cuál es su
sustancia?).
El reconocimiento de que el conocimiento físico es estructural elimina todo
dualismo entre la consciencia y la materia. El dualismo sostiene que encontramos en el
mundo externo algo de naturaleza inconmensurable con lo que encontramos en la
consciencia; pero toda esa ciencia física nos revela que el mundo externo tiene
estructura de grupo, y que la estructura de grupo debe encontrarse también en la
consciencia. Cuando tomamos una estructura de sensaciones en una consciencia
particular y la describimos en términos físicos como una parte de la estructura de un
mundo externo, es todavía una estructura de sensaciones. Como decía el mismo Russell:
“Lo que el fisiólogo ve cuando examina un cerebro está en el fisiólogo, no en el
cerebro que está examinando. Lo que está en el cerebro en el instante en que el
fisiólogo lo examina, si está muerto, no declaro saberlo; pero mientras su dueño
estaba vivo, al menos parte del contenido de su cerebro consistía en sus
percepciones, pensamientos y sensaciones. Puesto que su cerebro también está
constituido por electrones, estamos obligados a concluir que un electrón es un
grupo de sucesos, y que si el electrón se encuentra en un cerebro humano,
algunos de los sucesos que lo componen son verosímilmente algunos de los
“estados mentales” del hombre a quien pertenece ese cerebro. O, en alguna
proporción, son probablemente partes de tales “estados mentales” –puesto que
no debe asumirse que parte de un estado mental deba ser un estado mental.”
Como las nuevas ideas reclaman nuevas denominaciones, yo propondría ahora
un juego léxico, inventando un nombre para esta “sustancia neutral” que bien podría ser
nimanime (de “ni materia ni mente”). En ese caso tendríamos:
1) La sustancia del mundo es la nimanime
2) La nimanime no está ubicada en el espacio y en el tiempo
3) La nimanime es la agregación de relaciones que conforman el edificio material del
mundo físico.
Comentarios a ¿Quién mira por mi ventana? (M.A. Pérez Oca)
58
El primer punto es la declaración de identidad del monismo neutral, expresado
con estas nuevas palabras. En la segunda, desde una perspectiva kantiana seguramente
reforzada por las consideraciones introducidas por la teoría de la relatividad especial en
relación con los conceptos de espacio y de tiempo, se nos aclara que la nimanine no se
apoya sobre un soporte espaciotemporal objetivo.
En la tercera cita, Eddington explicita su idea de que, como ha demostrado la teoría de
la relatividad, el espacio-tiempo no es sino una abstracción basada en relaciones que son
ellas mismas perfectamente objetivas.
De la cita anterior de Russell se desprende en parte que no se debe suponer que
parte de un estado mental deba ser necesariamente otro estado mental. […] La materia
cerebral es un aspecto parcial del estado mental completo. Así pues, con este monismo
neutral nos es dado propinar la estocada final al dualismo en su visión filosófica del
mundo. Cuando consideramos la experiencia como un todo, pasando de la experiencia
mental a los fenómenos del mundo físico, no encontramos ninguna discontinuidad en la
forma de existencia. Hay una diferencia, naturalmente, pero no un dualismo. El viejo
dualismo del espíritu y de la materia parece haber sido el del hombre que, habiendo
recibido instrucciones, en parte en forma escrita y en parte en forma oral, se siente
incapaz de coordinarlas, a causa de la naturaleza incompatible de las ondas sonoras y de
la tinta.
Según mi humilde criterio, el mundo externo de la física resulta ser un simposio
de mundos presentados bajo diferentes puntos de vista, y aquí creo pertinente citar el
siguiente extracto que Russell escribió en Introduction to Mathematical Philosophy:
“…si la hipótesis [antes] establecida es cierta, la contraparte objetiva formaría
un mundo que tiene la misma estructura que el mundo fenoménico. (…). En
suma, cada proposición que tenga un carácter comunicable significativo debe
ser cierta para ambos mundos o ninguno”.
En general, para los filósofos del monismo neutral la doctrina de la estructura
parece haber sido la respuesta a dos problemas: qué hacer con el conocimiento formal y
matemático de las ciencias exactas, con el fin de relacionarlo con lo que se supone que
Rafael Andrés Alemañ Berenguer (2012)
el mundo físico trata de describir, y cómo justificar las creencias que tiene el sentido
común acerca de un mundo externo independiente. De modo que cabe apelar a este
aspecto de la doctrina de la estructura como el soporte de una teoría del monismo
neutral, en la que mente y materia ya no estén nítidamente enfrentadas
En la p. 72: «Decía Bruno que los átomos son las unidades mínimas de materia y
de alma y que las almas de los seres (hombres, animales, planetas, cosas) las determina la
forma como se organizan los átomos para constituirlos. Así, en última instancia, el
Universo era, según Bruno, el cuerpo de Dios y Dios era el espíritu del Universo. (…). No
me considero autorizado para manifestarme a favor o en contra de este enfoque, del que no
me atrevo a opinar si podría o no ser correcto»
Yo sí me atrevo, y, con todos los respetos, me parece un disparate. Siempre nos
es dado ensanchar el significado de cualquier término hasta que pierde todos sentido
práctica debatir sobre él. Podemos, si se nos antoja interpretar la noción de
“consciencia” de modo que hasta las rocas, los planetas o el pato Donald la tengan.
Incluso cabe atribuir adjudicar ciertas propiedades a entes que por definición no
deberían tenerla. Puede ser divertido atribuir determinada ideología política a la tetera
de porcelana que nos regaló tía Enriqueta, y discutir con ella (con la tetera, no con la tía)
si no coincide con la nuestra. Pero así nada aprenderemos sobre politología ni sobre
porcelana, y tan solo correremos el riesgo de romper la tetera y provocar una disputa
familiar.
Comentarios a ¿Quién mira por mi ventana? (M.A. Pérez Oca)
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V. ¿Y AHORA QUÉ?
1. TANATOFOBIA. LA LOCURA DEL HOMO SAPIENS.
En la p. 73: «No deja de ser chocante el poco interés que han demostrado científicos y
pensadores en el estudio del tema que debiera ser el más importante e interesante para un
ser humano: la averiguación del misterio de la propia identidad»
La verdad es que el tema de la consciencia, su unicidad y propiedades, la
autoconsciencia, el sentido de la identidad personal y su devenir, así como la relación de
todas esas cuestiones con la neurobiología y las ciencias de la computación, ha sido –y
es– un campo de intensísimas investigaciones. No puede decirse con justicia que los
estudios al respecto, al menos en el último medio siglo, se hayan visto frenados por
escrúpulos religioso o ideológicos de otro tipo, salvo quizás en muy contadas ocasiones.
Buena prueba de ello es la sucinta relación bibliográfica que se recoge al final de este
escrito en forma de apéndice, con el ánimo de ofrecer al lector una somera panorámica
de la situación en esa línea de trabajo.
¿Mente o máquina?
Rafael Andrés Alemañ Berenguer (2012)
Es verdad que a comienzos del siglo XX –tras intensos debates filosóficos en el
siglo XIX– el estudio de la conciencia se vio eclipsado, especialmente en Estados
Unidos, por el auge del conductismo, aunque movimientos como la psicología de la
Gestalt mantenía el tema de la consciencia como un campo de investigación activa en el
continente europeo. En la década de 1960, la pujanza del conductismo declinó con el
ascenso de la psicología cognitiva, con su énfasis en el manejo de información y los
modelos sobre procesos mentales internos. Con ello irrumpió un renovado interés
acerca la explicación de capacidades cognitivas como la memoria, la percepción y la
comprensión lingüística.
En las décadas de 1980 y 1990 estas nuevas orientación se consolidaron dando
lugar a la aparición de publicaciones especializadas, como The Journal of
Consciousness Studies, Consciousness and Cognition, Psyche, etc., y diversas
sociedades profesionales (como la Association for the Scientific Study of
Consciousness - ASSC).
En la p. 74: «(…) pero la misma inteligencia, con toda su capacidad imaginativa,
que nos llevó a conocer el terrible secreto de nuestra caducidad, fue capaz de buscar una
salida, inventándose una fábula que la consolara aunque hubiera que pagarla muy caro. Y
así, los más espabilados de los homo sapiens nos dijeron un día: “No temáis, porque no
existe la muerte. Hay otra vida mejor que ésta en un mundo sobrenatural, al que iremos
más tarde”. Y así nacieron la religión y la profesión de sacerdote. Y el ser humano se
refugió en esa paranoia para poder seguir viviendo sin entregarse a la desesperación».
Hay religiones (budismo, jainismo, hinduismo, judaísmo, etc.) que no
postulaban un Más Allá, sino meramente un ciclo sin fin de reencarnaciones o la
resurrección futura. Los antiguos hebreos, sin ir más lejos, anunciaban la resurrección
de la carne el día del Juicio Final, sin prometer un paraíso o una vida ultraterrena
durante el tiempo intermedio.
De todos modos, como decía Leibniz, es más fácil refutar al Dios de las Iglesias
que al de la Filosofía. El hecho de que el ser humano sea finito y limitado impone
severas restricciones sobre el segmento de la realidad que le es dado conocer. Por ello
nunca podremos estar seguros de que más allá de los límites de nuestra cognición no se
sitúa un ámbito con el cual identificar esos presuntos estados existenciales post-mortem
que solemos reunir bajo la etiqueta de “sobrenaturales”. Miguel Ángel tiene toda la
Comentarios a ¿Quién mira por mi ventana? (M.A. Pérez Oca)
62
razón cuando afirma que la tanatofobia ha sido históricamente un talón de Aquiles para
el género humano, que ha permitido el dominio social de las castas sacerdotales diestras
en administrar este temor primario. Sin embargo, esta verdad no empece el hecho de
que la instrumentación social de un asunto resulta del todo independiente de la posible
verdad ulterior de dicho asunto. En otras palabras, las religiones organizadas pueden
haber aprovechado el miedo natural del Hombre ante la muerte y su deseo de un Más
Allá, pero eso no implica necesariamente la inexistencia de un orden superior de la
realidad que podamos identificar con ese Más Allá.
En la p. 75: «…, Lao Tsé funda el Taoísmo, una de las filosofías más sólidas en su
reflexión ontológica,…»
Discrepo rotundamente, aunque es tan solo mi opinión, desde luego. Las
filosofías orientales clásicas se encuentran a años-luz de la reflexión filosófica moderna
en todos los ámbitos que queramos considerar, tanto como la escolástica medieval lo
está de la epistemología científica actual. En concreto, el taoísmo comete el error de
confundir la gnoseología –nuestro modo de conocer las cosas– con la ontología –la
existencia de las cosas– lo que conduce aseveraciones tan aparentemente profundas
como absurdas, según las cuales las cosas no existen de veras por el simple hecho de
que podemos conocerlas de maneras diversas.
En la p. 77: «(…) pese a los adelantos experimentados por las ciencias de la mente,
impulsados, en todo caso, por los avances de la Informática que parecen hacer posible la
creación, más o menos inminente, de inteligencias artificiales. Ha sido la necesidad práctica
(¿económica?) de avanzar en el terreno de la Inteligencia Artificial, frente a las inesperadas
dificultades surgidas en el camino, la que ha llevado a la ciencia a investigar con más ahínco
la inteligencia natural en sus mecanismos y, a remolque de ello, la cuestión de la
consciencia, más allá de los tabúes culturales.»
En mi opinión, sucedió al revés: fueron los avances en las ciencias de la
computación, a partir de la teoría de los autómatas de Von Neumann y las posteriores
elaboraciones de Turing, los que suministraron un marco en el que ubicar metáforas
tecnológicas sobre el funcionamiento de la mente humana. Así surgió la concepción de
la mente como una programería (software) que rige la circuitería neuronal (hardware)
del objeto físico que llamamos cerebro.
Rafael Andrés Alemañ Berenguer (2012)
Por su parte, la neurofisiología proporcionó el impulso principal al estudio
científico de la mente ya en el siglo XX. Poco después ambos campos se imbricaron tan
estrechamente que ahora el acicate es mutuo. La computación cuántica, por ejemplo, se
estudia por las ventajas que promete traer para los ordenadores del futuro, y a la vez
suministra una nueva vía de investigación en el elusivo comportamiento de la mente
humana.
2. LOS HABITANTES DEL PRESENTE. LA AUSENCIA NO EXISTE.
En la p. 80: «…uno se da cuenta de que el tiempo, para la Física al menos, forma parte de
una especie de “estructura” de cuatro dimensiones sin devenir dinámico alguno. Es como
si viéramos una película de las de celuloide que se exhibían antes de los proyectores
digitales, y la viéramos de un golpe, extendida ante nosotros, con todos sus fotogramas a la
vista. La percibimos como un devenir dinámico cuando la contemplamos en la sala, un
fotograma tras otro, pero la película en su totalidad es una estructura y todas las aventuras
que narra, todos sus presentes, están ya impresos en la cinta. El inevitable determinismo
físico (aunque, si tiene razón la Cuántica, sería a posteriori) y la ausencia de libre albedrío
nos dan como resultado un Universo espacial acabado en el tiempo,…»
El cono de luz relativista y uno de sus cortes transversales (hiperplano espacial) en el
espacio-tiempo
Este parágrafo capta muy bien la esencia del a visión relativista de la realidad
física, con su perspectiva espacio-temporal en la que no hay un “flujo” del tiempo,
como solemos pensar usualmente. Tan solo una matización, porque el lenguaje a
Comentarios a ¿Quién mira por mi ventana? (M.A. Pérez Oca)
64
menudo nos traiciona aunque sepamos bien lo que tratamos de decir. En la frase: «(…)
pero la película en su totalidad es una estructura y todas las aventuras que narra, todos sus
presentes, están ya impresos en la cinta», se desliza imperceptiblemente el adverbio
temporal “ya” que carece de sentido en este contexto. No hay un instante exterior a la
serie de instantes temporales incardinados en el espacio-tiempo, al cual podamos apelar
para decir que “ya” están impresos en la cinta todos sus fotogramas. Cada suceso
espacio-temporal se define por sus coordenadas espaciales y por la coordenada
temporal. Por eso cada uno de ellos tiene su propio valor del parámetro tiempo, y no
cabe decir que haya un instante, un “ya”, en el que todos esos acaecimientos se hallen
ante nosotros, salvo en sentido metafórico.
De pasada, Miguel Ángel roza un tema capital, como es la incompatibilidad
existente entre la representación geométrica que la relatividad hace del espacio-tiempo,
frente a la interpretación probabilista de los sucesos físicos típica en la teoría cuántica.
No hay manera posible de conciliar una teoría geométrica con un cálculo estocástico, ya
que ambos formalismos parten de bases radicalmente distintas. Por eso no solo se da
una colisión frontal entre la física cuántica y la relatividad general, sino también con la
propia relatividad espacial, supuestamente unificada con aquella en la teoría cuántica de
campos. ¿Qué importancia podría tener esto para el tema de la consciencia? No lo
sabemos, pero el caso es que Penrose lo trata extensamente en todas sus obras acerca de
este asunto.
La dificultad esencial estriba en concebir el colapso de la función de onda como
un proceso físico en un cierto marco espacio-temporal, pues una medición realizada
sobre un miembro de una pareja de cuantones entrelazados colapsa la superposición y
cambia el estado del otro componente de la pareja. El dilema es obvio: ¿cómo pueden
expresarse estos colapsos en términos espacio-temporales?; ¿es aceptable su índole
instantánea y no local en un contexto relativista? Acaso parezca que estos interrogantes
quedarían resueltos considerando las probabilidades cuánticas como una medida de
nuestra ignorancia. Pero hacerlo así nos escoraría hacia la interpretación de Einstein, en
la cual la física cuántica se juzga incompleta precisamente porque algunos observadores
−quienes no han percibido el colapso− carecerían de información suficiente, mientras
que otros −aquellos para los cuales el colapso ha sucedido− disponiendo de la
información necesaria podrían prescindir de las probabilidades.
Rafael Andrés Alemañ Berenguer (2012)
Tan complicado resulta lograr una compatibilidad auténtica entre el componente
probabilístico de la física cuántica y el formato espacio-temporal de la física relativista,
que algún experto ha llegado a sostener por escrito la imposibilidad de construir una
teoría física realista capaz de acomodar en su seno tanto los fenómenos cuánticos como
las exigencias de covariancia relativista. La teoría de Einstein sustenta una visión
geométrica del espacio-tiempo, en la que pasado presente y futuro componen una
estructura única, en total oposición al indeterminismo cuántico, promotor de una
realidad esencialmente probabilista, y por ello aleatoriamente abierta a numerosas
posibilidades de futuro.
Ahora bien, si “futuro” es un término relativo −de acuerdo con Einstein, lo que
para unos es futuro para otros puede ser presente o pasado− ¿qué sentido tiene
semejante indeterminismo? Esto choca frontalmente con las interpretaciones que
atribuyen un carácter intrínseco objetivo a las probabilidades cuánticas. Recurriendo al
análisis del principio de relatividad especial efectuado por M. Friedman, podríamos
decir que rompe la identidad entre el grupo de equivalencia (los sistemas de referencia
inerciales) y el grupo de simetría (conjunto de transformaciones que dejan invariantes
los objetos geométricos) que se da la relatividad especial. El colapso de la función de
onda introduce una disparidad física (referenciales en los que la función a colapsado, o
no) entre sistemas que mantiene su grupo de simetrías espacio-temporales (las
estructuras métrica y conforme de los conos de luz y de los hiperplanos de
simultaneidad, por ejemplo, siguen siendo las mismas).
Necesitaríamos garantizar la adecuada covariancia tanto de Ψ, al transformarse
entre sistemas de referencia inerciales, como de una regla para calcular las
probabilidades de transición, y de una ecuación de evolución para Ψ (excepto, quizás,
durante el colapso). Asimismo, cuando Ψ fuese autoestado de un cierto operador, la
probabilidad de obtener el autovalor correspondiente debería ser igual a 1. ¿Podemos
definir entonces un conjunto completo de operadores conmutables utilizando las
simetrías espacio-temporales de las transformaciones de Lorentz? Si la respuesta resulta
negativa no será posible definir el estado físico de un sistema mediante una autofunción
común a todos esos operadores. La relativización de los estados cuánticos según la
Comentarios a ¿Quién mira por mi ventana? (M.A. Pérez Oca)
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hipersuperficie espacial donde nos hallemos, parece ser el modo natural de extender la
no localidad cuántica al dominio relativista.
Dejando a un lado la introducción subrepticia de referenciales privilegiados10
(oculta a menudo bajo nombres aparentemente asépticos, como “dependencia del
hiperplano”) cabría imaginar una contrapartida tensorial para el cálculo de
probabilidades, que la hiciese tan independiente del sistema de referencia como son las
magnitudes espacio-temporales en la geometría de Minkowski. Desafortunadamente, el
empeño parece condenado al fracaso. En la geometría de variedades distinguimos entre
diversos tipos de objetos invariantes bajo cambios de coordenadas según su grado de
generalidad: los escalares (números reales cuyo valor no depende del referencial en que
se calculan), los vectores o los tensores.
Las densidades de probabilidad, por el contrario, son funciones reales de
variable real que si fuesen independientes del referencial −como los escalares−
ofrecerían iguales probabilidades a todos los observadores en movimiento relativo
inercial, en flagrante contradicción con la realidad. Pero si la densidad de probabilidad
como tal función cambiase su valor según el sistema de referencia, perdería su
naturaleza escalar por la propia definición de cantidad escalar. La búsqueda de algo
semejante a un “tensor de probabilidad” empeoraría las cosas, puesto que algunos de los
estados cuánticos −de hecho, todos menos uno− adquieren tras el colapso una
probabilidad nula. Ahora bien, ningún cambio de coordenadas puede convertir un tensor
nulo en otro que no lo es, de modo que las probabilidades deberían anularse en todo
momento y lugar, lo cual es absurdo.
La insuficiencia de nuestros esquemas de razonamiento para combinar
plenamente la relatividad especial con la teoría cuántica, ¿no nos estará revelando la
existencia de propiedades no locales cuya manifestación se ha formalizado hasta ahora
mediante distribuciones de probabilidades que se interrumpen abruptamente en un
proceso de colapso local y no relativista? No se trataría ya de las viejas variables ocultas
en su versión no local, pues tales variables presuponen un espacio-tiempo tradicional,
sino algo radicalmente distinto. Quizás las distancias y las duraciones, junto con el 10 La gravedad cuántica de bucles prescinde de foliaciones privilegiadas, y la teoría topológica de campos cuánticos ni siquiera cuenta con una noción física de “interacción local”
Rafael Andrés Alemañ Berenguer (2012)
espacio y el tiempo como conceptos subyacentes, no sean sino meras aproximaciones o
afloramientos macroscópicos de una estructura interna todavía por descubrir. La posible
existencia de ciertos elementos “pre-geométricos”, a partir de los cuales construir
nuestras nociones de materia, espacio, tiempo, y también la de interacción, bien podría
contener la solución al conflicto entre la relatividad especial y la teoría cuántica.
3. PARA ACABAR. UNA ACTITUD CONSECUENTE.
Este último capítulo revela el pensamiento íntimo de Miguel Ángel como una rebelión
contra el fatalismo de quienes se sienten derrotados por la inevitable futilidad de la
existencia humana cuando se compara con la vastedad impersonal del universo, y
también contra quienes rechazan las abstracciones de la ciencia como filigranas
intelectuales carentes de vida e interés. Envuelto en formas expresivas de elegancia
suprema, el pensamiento de Miguel Ángel fluye en estas páginas finales con un lirismo
abrumador, arrastrando a los lectores en una corriente de ideas que confluye en una
rendida admiración por el poder del raciocinio típicamente humano que se ejerce desde
la fortaleza inexpugnable de la propia identidad interior. Un regalo intransferible e
irremplazable que nos ha concedido no sabemos quién o qué, al cual no tenemos
derecho a renunciar
Con todo, las matizaciones en este capítulo no resultan insignificantes. En la p. 83:
«Y que uno tiene derecho a sospechar de un orden que preside este mundo posible y
cognoscible, dotado de unos preceptos y unos principios físicos que encajan
milagrosamente unos en otros, en un equilibrio que de ninguna manera parece casual, por
cuanto la más mínima variación en ellos haría del Universo un espacio imposible o
totalmente desordenado, como han demostrado los científicos, que reconocen a un
presunto Universo casual una probabilidad contra infinitas de orden contra caos; y no sabe
uno cómo justificar tal prodigio sin recurrir a una Razón Suprema de la que nada sabe.»
Mucha gente sostiene –y yo estoy de acuerdo– que la ciencia no puede probar la
existencia o inexistencia de un dios creador de todo cuanto existe, porque jamás
llegaremos a un punto en que haya una ineludible necesidad lógica de ello. Quienes se
asombren por la delicada concertación entre todas las constantes y fuerzas naturales que
permiten el despliegue ante nosotros de un cosmos habitable por el género humano,
Comentarios a ¿Quién mira por mi ventana? (M.A. Pérez Oca)
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pueden emplearlo como argumento a favor de un Creador todopoderoso y benigno. Pero
sus contrarios recurrirán al principio antrópico, y dirán que se trata simplemente de la
constatación de un hecho bruto: el universo es así sencillamente porque si fuese de otro
modo nadie habría aquí para sorprenderse de ello.
El “yo” frente al mundo
En las pp. 83 – 84: «Y que cuando los conocedores de la Mecánica Cuántica
esgrimen el azar, como principio físico, para quitarle a uno cualquier tentación teísta de la
cabeza, y le dicen que lo que pasa es que del vacío cuántico surgen infinitos universos con
diferentes leyes, y que alguno, por azar, tendría que ser habitable, uno puede preguntarles a
qué se debe que eso sea así y no de otra manera; y le contestarán que es debido a las leyes
de la Mecánica Cuántica; y uno les puede responder: “¿Y por qué prodigiosa razón esas
leyes cuánticas no son tan casuales y con origen tan azaroso como las otras, sino que están
sobre ellas, permitiendo así, precisamente, la creación espontánea de infinitos universos?
No hacéis más que poner el misterio filosófico un escalón más arriba”»
Si lo que Miguel Ángel pretende es alcanzar un estadio en el que todos los
misterios filosóficos sobre la existencia queden disipados, su demanda es imposible. Del
mismo modo que no se puede definir a su vez todos los términos que componen una
definición (porque estos también habrían de ser definidos, y así sucesivamente en una
regresión infinita), debemos aceptar un escalón argumental que no tenga retroceso, pues
Rafael Andrés Alemañ Berenguer (2012)
de lo contrario caeríamos en una espiral inacabable de niveles explicativos, que en
definitiva de nada nos serviría.
Tal como sucede en el terreno legislativo, donde hay leyes ordinarias y leyes
orgánicas que regulan la forma de las anteriores, en el ámbito científico podemos
distinguir entre leyes de rango inferior y las de rango superior o meta-leyes (o “meta-
teoremas”, si queremos llamarlos así). Los defensores de la postura que Miguel Ángel
expone en la cita precedente consideran que la física cuántica –en su formato actual, o
en otro posterior todavía por descubrir– es una de esas meta-leyes que gobiernan el
comportamiento de las leyes de rango subordinado. ¿Pero de dónde sale esta meta-ley?,
podríamos preguntar. Y la respuesta se suele relacionar con la cuestión del origen del
universo, como hacen, por ejemplo, Hartle y Hawking. Estos dos investigadores
proponen su modelo cosmológico sin fronmteras ni singularidad inicial, en el que el
universo sería un ente autocontenido –en el sentido material y legal– que no se
desarrolla en el espacio o en el tiempo, simplemente “es” en un sentido intemporal e
inespacial semejante a la filosofía del Uno inmutable de Parménides.
Y en la p. 85: «…Alan Watts, en su libro “El camino del Zen”, opina que
preguntar, lleno de ansiedad, qué me ocurre cuando muero es tan absurdo como preguntar
a dónde va el puño cuando abro la mano».
Tal vez sí, pero con una particularidad que Watts parece orillar: el puño y la
palma extendida son configuraciones de un mismo objeto físico, la mano, que creemos
conocer bien en su nivel de descripción física. Sin embargo, cuando nos zambullimos en
discusiones sobre el espíritu y la materia, la mente y el cerebro, tendemos a olvidar que
no sabemos bien ni qué es la mente ni qué es la materia, de modo que quedan abiertas
muchas más posibilidades de las que sugiere la comparación de Watts.
Al hilo de la concepción filosófica que ya comentamos, conocida como monismo
neutral (que sostiene la posibilidad de concebir la mente y la materia como distintos
modos de agrupación de sucesos espacio-temporales), resulta especialmente interesante
rememorar las palabras de B. Russell a este respecto:
“Si lo que acabamos de decir es justo, no creo que se pueda afirmar, de modo
absoluto, que no puede existir ningún espíritu descorporeizado. Existiría un
Comentarios a ¿Quién mira por mi ventana? (M.A. Pérez Oca)
70
espíritu sin cuerpo si existiesen grupos de acontecimientos, conectados según las
leyes de la psicología y no conectados según las leyes de la física. Estamos
dispuestos a creer que la materia muerta consiste en grupos de acontecimientos,
ordenados según las leyes de la física y no ordenados según las leyes de la
psicología. Y no aparece ninguna razón, a priori, para que no ocurra lo contrario.
Podemos decir que no tenemos la evidencia empírica de ello, pero no podemos
decir nada más.”
Esta es, en suma, la obra que Miguel Ángel Pérez Oca vierte desde su fértil
pluma para dedicarla a los misterios de la mente y la consciencia. Y su valor excede el
de la marea reflexión personal de un hombre culto e inteligente sobre temas de
importancia humana indiscutible, para convertirse en un faro que debería guiar a los
divulgadores advirtiéndoles cuáles son las inquietudes de las gentes cultivadas, aunque
no expertas, en ciertos asuntos de trascendencia existencial. El libro es interesante de
principio a fin, y tiene el mérito de definir perfectamente su significado. Por otra parte,
las opiniones de Miguel Ángel, independientemente de que se esté o no de acuerdo con
ellas, no son en absoluto fáciles de refutar; y la refutación, cuando es posible, siempre
resulta instructiva. Cuando Miguel Ángel esgrime un cierto aire de escepticismo en sus
argumentos, siempre lo hace con ánimo constructivo mostrando plenamente sus bien
conocidos lauros literarios: su lúcida y tajante brevedad, su aire de fácil dominio –que
en ocasiones tiende a disimular la profundidad de su pensamiento– y su poder para
coordinar casi todo el ámbito de la ciencia y la filosofía en un vasto sistema de ideas.
No ha sido en vano dedicar tiempo y sosiego a sumergirnos en el parecer de
Miguel Ángel sobre el problema de la consciencia y la propia identidad. Yo, desde
luego, le considero una mente privilegiada; sin duda, una de las personas más agudas y
penetrantes que conozco. Ha nacido para hilar ideas, para percibir las relaciones ocultas
entre las cosas, que sin él permanecerían en la sombra durante generaciones. Hay en su
persona una extraordinaria elasticidad intelectual, una perspicacia sorprendente y una
capacidad para la síntesis poco común, con una aplicación férrea, una vasta erudición y
unas ansías de investigar ilimitadas. Todos esos factores han de producir unos frutos
que a cualquier otro mortal le están vedados. Por eso tengo el firme convencimiento de
Rafael Andrés Alemañ Berenguer (2012)
que la posteridad –porque estoy seguro de que su nombre pasará a la posteridad con
sobrados merecimientos– confirmará este juicio mío en todos sus puntos.
No soy muy amigo de las loas y alabanzas, pero siempre que escucho o leo a
Miguel Ángel exponiendo sus puntos de vista, sus pensamientos más enraizados y
profundos, no puedo reprimir mi admiración hacia él. Creo haber tenido constancia de
sólidas pruebas de su talento, y esta experiencia me ha abierto perspectivas vírgenes en
la consideración del Hombre. De todas las personas que conozco por contacto directo o
a través de terceros, Miguel Ángel es una de las pocas a quien le es dado relacionar el
estudio del mundo físico con el moral, imprimiendo en el universo material que
conocemos la genuina armonía a la que aspiran místicos y santos. Es indiferente la
orientación que dé a sus investigaciones; con frecuencia se observa que todo le lleva, sin
pretenderlo de antemano, a ese terreno que acabo de indicar.
Espero –más aún, sé con toda certeza– que Miguel Ángel seguirá consagrando
su vida a la búsqueda de la Verdad, que jamás permitirá que nada, por prometedor o
bello que sea, le estorbe en la consecución de su meta. Y como además goza de una
posición que le posibilita perseguir sus propósitos con serenidad personal, libre de las
ataduras mundanas que suelen lastrarnos las industrias y labores de la subsistencia de
acuerdo con las exigencias de una determinada profesión, tengo la más firme
certidumbre de que logrará cosas aún más grandes que las que ya ha alcanzado.
Y para terminar, ya que maese Miguel Ángel rubrica su escrito con un brioso
llamamiento en latín a la vitalidad existencial (Carpe diem), yo me limitaré a reproducir
un ripio en valenciano coloquial que representa muy bien la filosofía de vida de mi
abuelo materno, la cual –junto con su buen humor– le permitió superar una guerra civil
y llegar a los 88 años:
“Toqueu-vos tots les castanyes
que me’n vaig a verenar,
i en acabant la verena
torneu-vos-les a tocar”
Comentarios a ¿Quién mira por mi ventana? (M.A. Pérez Oca)
72
Apéndice: Breve esbozo bibliográfico concerniente a los textos
recientes dedicados al estudio de la consciencia y la identidad
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Rafael Andrés Alemañ Berenguer (2012)
ÍNDICE
COMENTARIOS A LA INTRODUCCIÓN.- 1
I. COMENTARIOS AL EL QUID DE LA CUESTIÓN.- 3
II. COMENTARIOS A OBSTÁCULOS PARA ABORDAR UN TEMA MUY
DIFÍCIL.- 5
III. COMENTARIOS A EL ESTADO ACTUAL DE LAS COSAS.- 9
COMENTARIOS A ROGER PENROSE.- 9
COMENTARIOS A JOHN R. SEARLE.- 15
COMENTARIOS A UNA CONFERENCIA DE FRANCISCO J. RUBIA.- 28
IV. COMENTARIOS A MÁS ALLÁ DE LA CONSCIENCIA: EL TEMA DEL
USUARIO.- 30
COMENTARIOS A EL DUEÑO DE LA VENTANA.- 30
COMENTARIOS A INSTINTO, APRENDIZAJE, INTELIGENCIA,
LENGUAJE Y REFLEXIÓN. LA CONSCIENCIA ES OTRA COSA.- 32
COMENTARIOS A EL PLATONISMO MATEMÁTICO Y LA
CONSCIENCIA. INTELIGENCIA ARTIFICIAL.- 37
COMENTARIOS A DETERMINISMO, AZAR CUÁNTICO Y LIBRE
ALBEDRÍO.- 42
COMENTARIOS A EL YO IMPRESCINDIBLE. ¿ES
TRASPLANTABLE EL CEREBRO?.- 44
COMENTARIOS A EL TODO Y LAS COSAS. EL TRANCE MÍSTICO Y
LA IMPOSIBLE DETERMINACIÓN DEL USUARIO.- 45
COMENTARIOS A CONSCIENCIA EMERGENTE O
PANPSIQUISMO.- 47
Comentarios a ¿Quién mira por mi ventana? (M.A. Pérez Oca)
86
V. COMENTARIOS A Y AHORA, ¿QUÉ? .- 60
COMENTARIOS A TANATOFOBIA, LA LOCURA DEL HOMO
SAPIENS.- 60
COMENTARIOS A LOS HABITANTES DEL PRESENTE. LA AUSENCIA
NO EXISTE.- 63
COMENTARIOS A PARA ACABAR: UNA ACTITUD CONSECUENTE.-67
APÉNDICE:
BREVE ESBOZO BIBLIOGRÁFICO CONCERNIENTE A LOS
TEXTOS RECIENTES DEDICADOS AL ESTUDIO DE LA CONSCIENCIA Y
LA IDENTIDAD EN DISTINTOS CAMPOS CIENTÍFICOS.- 72
Rafael Andrés Alemañ Berenguer (2012)
Lucentinus Hispaniorum Scriptor et
Scientificus
Rafael Andrés Alemañ Berenguer
Anno Domini
MMXII
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