Conductismo
Cada vez que pronuncio tu nombre
la vida me censura con un pitido
como si fuera la peor de las vulgaridades.
Aprendí entonces a callar
como un ventilador desconectado
a escoger las palabras antes de pronunciarlas
jugando a ser el niño que detiene el tiempo
para elegir su chocolate predilecto
en la máquina expendedora.
Y ya no le temí a tu nombre
sino al ruido ensordecedor de la vida reprochándome
las mismas seis letras de siempre
causantes de ese destino abominable:
Recordarte siempre que suena el timbre de mi casa.