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David N. Petro
Español 769: Literatura y cine de la época franquista (1939-1975)
Dra. Katie Vater
25 de octubre de 2016
La familia de Aribau: un salmo de negligencia moral en Nada (1945), de Carmen Laforet
Novela por excelencia de Carmen Laforet, Nada (1945) es una obra de la posguerra
española analizada por muchos a través de los años. La crítica que la interpreta como
Bildungsroman (El Saffar 1974; Del Maestro 1997) y aquella que rechaza tal clasificación
abunda (Jordan 1993; Sáinz 1999). De manera similar, se ha analizado la estructura narrativa de
la novela (Anderson 2011) y su valor como obra feminista (Johnson 2006). No obstante, hay
pocos trabajos que indagan en lo que podría aportar un análisis religioso-moral.
Este trabajo analizará la novela desde una aproximación religioso-moral al hacer un
estudio bíblico-novelístico en torno a los versos contemplados por Andrea, la narradora-
protagonista, en el capítulo xvii: “‘Tienen ojos y no ven, tienen oídos pero no oyen’” (Laforet
134).1 Se argumentará que dicha privación del sentido corporal es representada en la novela a
través de la negligencia moral, cuyas raíces son ligadas al egoísmo irreducible en el ámbito
familiar. Por consiguiente, los personajes familiares de la casa de Aribau—Angustias, Juan,
Román y la abuela2—son moralmente negligentes a causa de un egoísmo que los priva de la
1 Este trabajo utilizará la versión de la Santa Biblia Con Deuterocanónicos: “tienen ojos pero no pueden ver; tienen orejas, pero no pueden oír” (IV Salmos 135: 16-17; 115-5-6). 2 Dado el alcance reducido de este trabajo, se ha hecho la decisión de excluir a Andrea, la narradora-protagonista. No se incluye a Gloria porque no forma parte de la familia nuclear.
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utilidad de sus sentidos corporales, y que los impulsa a desconocer las ramificaciones de sus
acciones, pese a lo que el juicio común dictaría que se hiciese.
Así pues, conviene preguntarse: ¿qué es la negligencia moral?3 Si por moral se refiere a la
justificación de las acciones del ser humano “desde el punto de vista de su obrar en relación con
el bien o el mal” (Diccionario de la Real Academia Española), es lógico que una negligencia de
dicha moral sea una falta de la misma. No obstante, hay que precisar más: “In cases of moral
negligence the agent fails to believe that his act is wrong when he could and should have realized
this” (Milo 90).4 En fin, dícese de todo acto empleado por un individuo que no cree haberse
desviado de su concepto del buen obrar, aunque, en realidad, sea precisamente lo que ha
sucedido. En síntesis, la negligencia moral remite a una acción realizada por un individuo que
viola la noción del bien previamente establecido por dicho individuo.
En breve, además de ser una transgresión involuntaria, la negligencia moral puede
entenderse, en otras situaciones, como una tergiversación juiciosa. Según Milo, la negligencia
moral puede llevar al sujeto a creer o asumir que sus acciones son “morally permissible or even
morally required” (82). Tal justificación es, en efecto, una distorsión que engaña; es un
autoengaño, un proceso interno. De acuerdo con Trivers, “the key to defining self-deception is
that true information is preferentially excluded from consciousness” (9). Por tanto, el autoengaño
es una exclusión consciente de la verdad que, lógicamente, puede emplearse al campo moral.
Podría decirse, entonces, que el autoengaño es el acto de tergiversar, o manipular si se quiere, el
código moral a fin de justificar la conducta. En el caso de Nada, parecería erróneo teorizar que la
negligencia moral vinculada a la casa de Aribau no fuera a causa del autoengaño, salvo, quizá, lo
3 Se quisiera otorgar un reconocimiento especial al Dr. César Ferreira, cuya mención de dicha terminología ha contribuido a la síntesis del presente trabajo. 4 El énfasis es mío.
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que concierne a la protagonista Andrea. Dado ello, este trabajo niega interpretar las acciones de
los personajes familiares, con la posible excepción de Andrea, como transgresiones
involuntarias, sino que, al contrario, las entiende como manipulaciones internalizadas de un
código moral previamente establecido.
Del mismo modo, la autoridad moral que se supone que rige, a priori, la conducta del
sujeto familiar en la novela es la doctrina católica. La teología moral, la encrucijada que une el
concepto del buen obrar con la religión, por ende, ofrece un vistazo a lo que el sujeto familiar
debe de considerar antes de actuar: “‘[w]hat sorts of persons ought we to be, and what sorts of
actions ought we to perform by virtue of being believers in Christ?’” (Gula 8). En resumidas
cuentas, el sujeto ha de meditar respecto a quién es y cómo procede el creyente ideal. Más aún,
según Gula, “moral theology also takes seriously critical reflection on human experience as a
valid source for coming to know what is morally required” (8). Aquí se entrelazan los campos de
la moralidad y la teología: la reflexión en lo que atañe a la experiencia humana insta al creyente a
determinar lo que la doctrina católica fijaría como debido, lo que se es obligado a hacer como
seguidor de Jesucristo. En suma, el acto moral es aquel que se ciña al ejemplo de Cristo.
Sin lugar a dudas, uno de los preceptos más básicos del cristianismo, y, naturalmente, del
catolicismo, es el culto del monoteísmo. La biblia revela tal precepto en el Antiguo Testamento:
Los ídolos de los paganos son oro y plata, objetos que el hombre fabrica con sus
manos. Tienen boca, pero no pueden hablar; tienen ojos, pero no pueden
ver; tienen orejas, pero no pueden oír; ¡ni siquiera tienen vida! Iguales a esos
ídolos son quienes los fabrican y quienes en ellos creen. (IV Salmos 135: 15-18)
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Obvio lo es: la interpretación exegética de estos versos remonta a la antigüedad bíblica,
en la cual el pueblo israelita ensalza su creencia en un solo Dios, y, a la inversa, se rechaza todo
culto politeísta de los pueblos colindantes. Este pasaje es casi idéntico al que aparece en IV
Salmos 115: 4-8, cuyo mensaje, según Broyles, se centra en el menosprecio demostrado hacia la
adoración de los dioses paganos: “they are ineffective and idle (vv. 4-7), as are their worshippers
(v. 8)” (430). Esto es, tanto los dioses mismos como sus adoradores son ineficaces, y, por lo
tanto, son sujetos nulos, ajenos a la vida productiva. Es más, Murphy califica tal inutilidad de
“imprecation” (150), a saber, una maldición destinada a toda persona que rinde culto a los dioses
paganos, en lo que se refiere al verso ocho. En fin, consta que el sujeto que no ve, ni escucha, ni
habla es un sujeto nulo. Tal nulidad imposibilita la búsqueda y la adquisición de una vida plena,
a culpa de la ausencia de los sentidos corporales más cruciales para la existencia humana.
Ahora bien, tal como se refleja en la exegesis, el sujeto familiar de Nada también es nulo.
Son personajes que ven y escuchan, mas no actúan; no recurren a la acción productiva, y, por
consiguiente, es como si no viesen ni escuchasen nada. Quizá sería más acertado decir que son
cegados por una “fuerza irracional del inflado superyó” (Mizrahi 18), un egoísmo que destruye
su sensatez moral. Sea como fuere el caso, la nulidad, la negligencia moral y el narcicismo son
conceptos intrincados en la novela. En resumen, la negligencia moral, empujado por el
narcicismo, convierte al personaje familiar de la casa de Aribau en un sujeto nulo.
Para comenzar el análisis novelístico, el caso de Angustias, “the surrogate master of the
house” (“Looks that Kill” 85), parece ser el mejor punto de partida. Aunque su papel en la
novela termina mucho antes del final, en el capítulo ix, Angustias encarna cabalmente el
concepto del autoengaño.
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Es orgullosamente católica, mas sus palabras y sus acciones lo contradicen todo. Le
persigna a su sobrina Andrea cuando llega a la casa de Aribau: “Angustias se despidió de mí
haciendo en mi frente la señal de la cruz…” (Laforet 9-10). De igual forma, esta acción se repite
cuando Angustias se va de Barcelona: “El tren empezó a alejarse y Angustias se santiguó…”
(77). Tanta es su supuesta devoción al catolicismo que huye de la casa rumbo al convento en el
capítulo ix. Autoritaria en el ámbito doméstico, es “un ser recto y bueno a su manera entre
aquellos locos” (71). Sin embargo, es hipócrita al pecar con “su amante don Jerónimo” (Mizrahi
92), un hombre casado. Así, el autoengaño condiciona su ser porque, justo cuando su hermano
Juan anuncia públicamente dicho pecado, Angustias, convenientemente, “se tapó los oídos”
(Laforet 77). De igual forma, Juan les revela a todos en la casa que Angustias no ha ido a misa la
víspera de la Navidad, aunque ésta haya dicho que iría “‘sola’” (52). Al ver que sale la verdad,
Angustias “se tapó la cara” (55). Aún más inquietante, es violenta y amenazadora con sus
palabras. Le dice a Andrea: “‘¡Si te hubiera cogido más pequeña, te habría matado a palos!’”
(73). Reprocha y hiere; si Gloria “‘es una golfilla de la calle’” (74) por ser, originalmente, de un
estatus socioeconómico inferior al suyo, Andrea también puede ser “‘un golfo’” (41) si camina
por las calles a solas. Según Jordan, el carácter de Angustias se debe al “inflated sense of her
own superiority and indispensability, as the central pillar of the family” (“Looks that Kill” 85). A
manera de resumen, Angustias es cómplice al adulterio y utiliza la mentira a su discreción, sin
embargo, cree pertinente juzgar a los demás por ser la matriarca de la casa. Se engaña a sí
misma, porque, aunque sea su deber moral inculcar a Andrea la noción de la vía recta, la deja en
una casa donde reina la inmoralidad. Su narcicismo la lleva a justificar su relación amorosa con
don Jerónimo porque obedece al padre y no se casa con él, y porque se sacrifica después en el
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convento. Quiera o no, sabe que “‘resplandecerá…[la] verdad’” (Laforet 58), mas pretende
alejarla de su consciencia.
De la misma manera, los hermanos de Angustias, Juan y Román, son culpables de la
negligencia moral. Según la abuela, su crianza católica es evidente: “‘Los domingos iban a Misa
conmigo y con tu abuelo’” (30). Por consiguiente, expuestos a la doctrina católica, no hay ningún
alegato que explique ni justifique sus acciones. Juan es, sencillamente, un abusador, mientras que
la esencia de Román es más compleja.
Se puede argüir que la razón por la cual se odian estos hermanos es porque, según cuenta
Gloria, la esposa de Juan, “‘Juan le dio mucho dinero a Román y otras cosas que luego él se ha
negado a devolverle’” (35). Este acontecimiento remonta a la Guerra Civil; no obstante,
independientemente del transcurso de los años, Román no ha tenido la decencia de reembolsar a
su hermano. A pesar de vivir en la dilapidada casa de Aribau, Román tiene dinero para sobrar.
Ostenta, en determinados momentos, café, cigarrillos dulces y “a new suit and silk shirts”
(Anderson 555). Hasta le ofrece dinero a la protagonista en el capítulo xvi: “‘¿Necesitas dinero,
pequeña? Te quiero hacer un regalo. He hecho un buen negocio’” (Laforet 126). No cabe la
menor duda: Román tiene dinero, lo que significa que podría devolverle la cantidad que le debe a
Juan, aunque fuese a plazos. El dinero que gana de contrabandista también podría dedicárselo al
sobrino moribundo, la hija de Juan y Gloria, ya que “‘no…han querido fiar’” (115) a la criada
Antonia que va a la farmacia a comprar las medicinas. ¿Qué tipo de hombre se permitiría
semejantes lujos mientras un familiar de la misma cosa sufre a tal punto que podría morir? Es
más, ¿qué clase de hombre conservaría un cuadro de su cuñada desnuda en su cuarto? A pesar de
tener una crianza católica, Román comete varios actos negligentes a nivel moral. Emplea el
autoengaño al suprimir el recuerdo del dinero que le debe a su hermano, para que pueda vivir
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tranquilamente, como si esa deuda no existiese. Recurre a la avaricia para borrar la imagen de su
sobrino moribundo, el hijo de su hermano detestado y su cuñada que le ha rechazado.
Finalmente, se convierte en ídolo pagano al “‘ofrecer el cerebro de Juan y el corazón de Gloria’”
(67) a Xochipilli, un dios azteca. En síntesis, Román es un sujeto nulo merced al autoengaño.
Odiado por su hermano Román, Juan parece transmitir su odio hacia su esposa Gloria. La
maltrata física y psicológicamente a lo largo de la novela (53, 75, 92, 119, 158). ¿Estará
consciente Juan de la temeridad de sus acciones? Es decir, ¿comprende el daño que hace? Hay
una escena dramática que da fin al capítulo xv, en la que, después de haber perseguido a Gloria
hasta el “Barrio Chino” (121) donde esta última apuesta y gana su dinero con su hermana, Juan
aparece como un sujeto distinto. En vez del típico Juan de siempre que el lector se acostumbra a
conocer, el que grita obscenidades y le pega a Gloria sin remordimiento, se asoma un personaje
que manifiesta una profunda tristeza cuando ésta le pregunta si ha muerto su hijo: “Juan dijo que
no con la cabeza y empezó a llorar. Gloria estaba espantada. Él la abrazó, la apretó contra su
pecho y siguió llorando, todo sacudido por espasmos, hasta que la hizo llorar también” (124). En
efecto, Juan hace uso del llanto para desahogarse porque está consciente de sus acciones
indisculpables. Es incapaz de articular sus más profundos sentimientos, esto es, todo que no sea
la barbarie de querer dañar a otra persona física o psicológicamente, a través de la palabra. Por
ende, es un sujeto nulo que carece del sentido práctico del habla.
A la inversa, si Juan no puede hablar útilmente, la abuela es muy dotada en ese aspecto.
De hecho, su uso del habla es precisamente lo que contribuye a su autoengaño. En pocas
palabras, ella continúa el legado patriarcal al no reprimirle a Juan por la violencia que incurre. La
víctima del patriarcado, en este caso, es Gloria. En el capítulo iv, Gloria cuenta que Román la
odia porque le ha dicho la verdad, y la abuela responde: “‘Niña, los secretos se deben guardar y
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nunca se deben decir para enemistar a los hombres’” (38). En otras palabras, es correcto que
Román actúe de dicha forma porque Gloria no ha sabido respetar la ley del patriarcado. Respecto
a Juan, la abuela la reprocha igual: “‘¿No sabes que con los hombres hay que ceder siempre?’”
(160). Hasta cierto grado, la abuela, tal como Angustias con respecto a don Jerónimo, es
cómplice de la violencia doméstica que realiza Juan. Por otro lado, a Juan lo ampara, y rehúsa
confrontarlo en lo que atañe a su comportamiento bestial. En el penúltimo capítulo, Gloria le
enseña a Andrea “un gran cardenal sanguinolento en la espalda” (189); a saber, una prueba de la
violencia que aguanta por parte de Juan. Posteriormente, la abuela responde colérica al enterarse
de que Gloria quisiera que encerrasen a Juan en el manicomio: “‘¡El manicomio!...¡Para un
hombre bueno, que viste y que da de comer a su niño y que por las noches le pasea para que su
mujer duerma tranquila!’” (189). La abuela no quiere aceptar la realidad: que Gloria es la que
trae el dinero para la casa y que ella no duerme tranquila porque le tiene miedo a esposo. Y si
Gloria le dice a la abuela que está consciente del dinero que Román le debe a Juan, esta última
prefiere evitar cualquier discusión: “La abuela se salió de allí rehuyendo—según decía—
complicidades” (160). En síntesis, la abuela ignora lo que ve y lo que escucha. Prefiere utilizar el
uso del lenguaje para justificar las acciones de su hijo Juan, y así emplear el autoengaño para
alejar de su consciencia cualquier responsabilidad moral. Si no puede defender las acciones
hablando, evita totalmente el tema, como se observa con el riño entre Juan y Román. Su egoísmo
se encuentra en el respaldo incondicional de sus hijos Juan y Román como sujetos del legado
familiar-patriarcal. Es un sujeto nulo que ignora y justifica a todo costo, a pesar de la realidad
que observa.
En conclusión, salvo la posible excepción de la narradora-protagonista, Andrea, todos los
familiares de la casa de Aribau—Angustias, Juan, Román y la abuela—son sujetos nulos
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condicionados por la negligencia moral, más específicamente, por el autoengaño. Tal como es
emitido en el libro bíblico de Salmos, y contemplado por Andrea en el ámbito novelístico, estos
sujetos “‘[t]ienen ojos pero no ven, tienen oídos pero no oyen’” (134). Por consiguiente, el sujeto
familiar de Nada es parecido al ídolo pagano, ya que la inutilidad condiciona a ambos. El
autoengaño es observado a través de estos sujetos puesto que niegan aceptar la realidad que los
rodea, lo que ven con sus propios ojos, y lo que escuchan con sus propios oídos. Estos sujetos no
hacen nada productivo para cambiar las menguadas circunstancias en las cuales se encuentra la
familia sino perpetúan la miseria de la misma. Angustias se tapa los ojos y los oídos para no
enfrentar su realidad inmoral y se va al convento para escabullirse de todo, mientras se sufre la
pobreza abyecta en la casa de Aribau. Román se refugia en la avaricia, y así procura borrar de su
memoria tanto el dinero que le debe a su hermano como la existencia de su sobrino enfermo.
Juan sólo sabe dañar a los demás; es un hedonista indolente que no sabe articularse
apropiadamente. Y la abuela protege el legado familiar-patriarcal, sin importar la agonía que
sufre su nuera a diario. El salmo de negligencia moral que se aúlla en la casa de Aribau es un
anacronismo; en vez de ser una alabanza católica del siglo XX, es más bien un himno politeísta
que remonta a los bárbaros tiempos bíblicos del Antiguo Testamento.
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