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COFRADES EN LA FEHermandad Santa Vera Cruz + Martos (Jaén) | Nº 13 | EXTRAORDINARIO OTOÑO | 2013

¡Creo!

BEATA FRANCISCA DE LA ENCARNACIÓN ESPEJO MARTOS, O.SS.T.

Religiosa del Monasterio de la Santísima Trinidad

Fue beatificada el día 28 de octubre de 2007

MADRE VVALVERDE GONZÁLEZ

Superiora del Convento de la Divina Pastora

Será beatificada el día 13 de octubr

ADRE VICTORIA GONZÁLEZ, ICHDP

Superiora del Convento de la Divina Pastora

Será beatificada el día 13 de octubre de 2013

MADRE ISABEL DE SAN RAFAEL ARANDA SÁNCHEZ, O.S.C.

Abadesa del Monasterio de la Santa Cruz (Santa Clara)

Aún no se ha iniciado su proceso

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“El cuadro habla del signifi cado del martirio. Parte del lugar donde Manuel dio el testimonio mayor que un ser humano puede dar de Dios, los olivos aparecen en penumbra y esfumado el pe-queño monumento...; inmediatamente las manos de Dios recogen la fi gura de Manuel, su cara... lo más noble dentro de un círculo (perfección, plenitud, Eucaristía???), estas manos llevan un lienzo blanco (la sábana de Cristo resucitado... la sábana que la madre de Manuel dio para envolverlo ???) Manuel sale de las tinieblas a la luz, llevado por el Padre pues ha muerto por Cristo, Crucifi jo que está al pie y por la fuerza del Espíritu Santo...

Manuel entra en el seno de la Trinidad, meta del cristiano, porque ha renunciado a todo (Bautismo) muriendo por Cristo; ha dado testimonio de Cristo de modo valiente, fi rme y alegre (Confi r-mación); y su cuerpo partido y su sangre derramada se une a la de Cristo (Eucaristía). Sacramentos de la iniciación cristiana llevado a su plenitud... En el suelo hay un papel donde aparece el sello del Seminario, porque él murió como seminarista... que deseaba ser sacerdote de Cristo”.

GRUPO PARROQUIAL

PRIMITIVA HERMANDAD DE LA

SANTA VERA CRUZ Y COFRADÍA DE PENITENCIA Y SILENCIO DE NUESTRO PADRE JESÚS DE PASIÓN Y NUESTRA SEÑORA MARÍA DE NAZARETH

Diputación de Formación y Convivencia

Diputación de Publicaciones

¡Creo! COFRADES EN LA FE

Número 13 · otoño 2013

PUBLICACIÓN DIGITAL:www.issuu.com/veracruzmartos

CAPELLÁN Y PÁRROCO:Rvdo. José Checa Tajuelo Pbro.

REDACCIÓN:Miguel Ángel Cruz Villalobos, María Inmaculada Cuesta Parras, Manuel

Márquez Herrador y Gabriel Zurera Ribó

COLABORADORES:Antonio Aranda Calvo Pbro., Eduardo de Diego Amate, José M. Espejo Martínez, Mons. Ramón del Hoyo López, Joaquín Marchal Órpez y Nicolás Vargas Melero

FOTOGRAFÍA:Juan Carlos Fernández López y

Francisco Tejero González

DISEÑO Y MAQUETACIÓN:Antonio Moncayo Garrido

EDICIÓN DIGITAL:Antonio García Prats

PORTADA:Francisco Carrillo Cruz

DIRECCIÓN POSTAL:Parroquia de San Juan de DiosPlaza de San Juan de Dios, 1

23600 Martos (Jaén)[email protected]

DEPÓSITO LEGAL:J-1.292-2012

La revista ¡Creo! Cofrades en la Fe no participa necesariamente de las opiniones expresadas por nuestros colaboradores, limitándose solamente a reproducirlas.

Año de la fe X Parroquia de San Juan de Dios X Número 13 X Otoño 2013 X Página 4

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Lotería de Navidad

15063¡El número que no te puede faltar!

Disponible décimos y participaciones

Hermandad de la Santa Vera Cruz + Martos

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¡Creo! Cofrades en la Fe X Hermandad de la Santa Vera Cruz X Número 13 X Otoño 2013 X Página 5

en otoño ...

6. ¡Creo!Cofrades en la fe

7. El tesoro de los mártires

9. Peregrinación a Tarragona

12. Los mártires del siglo XX en España

16. Martirio y testigos de la fe en la diócesis del Santo Reino

I. EL MARTIRIO UN DON DE DIOS. TESTIMONIO DE FE.

II. SIETE MÁRTIRES DE LA DIÓCESIS DE JAÉN. EJEMPLOS CON-

CRETOS DE TESTIGOS DE LA FE.

por Antonio Aranda Calvo, Pbro.

33. Notas martiriales en el Año de la Fe por Antonio Moncayo Garrido

37. Manuel Aranda, una experiencia de fe por María Inmaculada Cuesta Parras

“Una persona puede fl orecer en una roca” reza un viejo proverbio, como suelen serlo tales, oriundo de cualquier lejanía, que vuelve a los labios y al corazón, justo cuando se hace presente en cualquier contexto el espíritu por el cual surgió y se hizo ley de la experiencia.

En cada tiempo desvencijado y hermético, el sentido pleno de misión y envío se nos ha hecho expresión viva en gentes que han caminado “como corde-ros en medio de lobos”. Lucas, al recoger este pasaje en su evangelio, incide en su línea catequética de confi rmar en la fe a sus cristianos de las comunidades vinculadas a Pablo situadas en las regiones griegas, para hacer de éstas reali-dad concreta y práctica del camino profético y salvador a seguir por todos, con su particular paralelismo, correspondencia y consonancia con la historia de la salvación. Camino de rocas, camino de lobos, camino esquilmado de palabras empuñadas para promover incomprensión. Es un camino de ascenso, de subida hasta Jerusalén que no ha perdió autenticidad y que en cada generación tiene una tarea defi nida en orden a su realización. Por ello en mitad de cada contra-dicción de la historia, de sus aristas, han surgido constantes personas, que co-rrientes y reales, han transformado la cotidianeidad que han ido encontrando en semilla de parábolas, mojando la tierra seca de la no-creación del mismo Géne-sis, en donde de igual manera que plantea la maravilla creativa de Dios, asoma burda la no-presencia amorosa de ese mismo Dios en el corazón del hombre.

Ayer fueron los mártires de ayer quienes nos asentaron la tierra para nuestro paso y hoy son los mártires de hoy quienes hacen de su cuerpo ancla y de su existencia nuevo proverbio en tono de esperanza. Las estadísticas cuentan a través su canto numérico que en la actualidad unos 150.000 cristianos mueren anualmente por causa de su fe, empapando la misma agua mojada más y siem-pre, en memoria de aquella que resbaló por el madero. Decía Francisco de Asís “predicad el Evangelio, y si fuera necesario también con las palabras”. También ellos han predicado con algo más que palabras, por no responder a un título o nomenclatura de heroicidad romántica, sino por ser una actitud por la cual se pone de manifi esto que no se tiene miedo a bajar a la periferia donde siempre, siempre se encuentra Dios.

Formas habrá para la expresión, con o sin metáforas, de todo lo dicho en verdad y vida, pero estando en las manos de un Dios que no busca inmolaciones, sólo que transfi gura las que salen al paso, es continua la transformación de los golpes recibidos en reconciliación. Realizamos un replanteamiento de las heri-das, utilizando el odio como material de desecho reciclado para la construcción de la paz frente al desconcierto de los violentos. ¿Qué pasará por quien, tras asestar sin razón, recibe un perdón incondicional? Alguien habrá que piense y rompa con sus mitos.

Celebramos la fi nitud que nos lleva al encuentro, que nos hace brotes e infi nitas posibilidades de nuevas posibilidades, siguiendo a un Capitán de barco, quien para alentar a la tropa nunca gritó ¡adelante!, sino ¡seguidme! Él delante, todos tras Él. Por ello los mártires, como Cristo, yéndose, volvieron; cerrándose, se abrieron y deteniéndose… caminaron.

Año de la fe X Parroquia de San Juan de Dios X Número 13 X Otoño 2013 X Página 6

¡Creo! Cofrades en la fe

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Si Dios quiere, el próximo 13 de octubre serán declarados mártires de Cristo, en la ciudad de Tarragona, siete cristianos, que formaban parte de esta Iglesia de Jaén en el año 1936.

Encabeza la lista su Pastor, el Obis-po de entonces, Mons. Manuel Basulto Jiménez; tres sacerdotes, D. Félix Pérez Portela, D. Francisco Solís Pedrajas y D. Francisco López Navarrete; una religio-sa del Instituto Calasancio, sor Victoria Valverde González, y dos jóvenes, un seminarista y el otro de Acción Católica: Manuel Aranda Espejo y José María Po-yatos Ruiz.

Cumplimos así con un deber de justicia y gratitud al poner sobre el can-delero la fortaleza y heroísmo de estos cristianos que, por amor a Jesucristo, prefi rieron la muerte antes que renegar de su fe. Fueron testigos del Evangelio de Jesucristo, modelos de amor y fi delidad en su tiempo.

Descubrimos en ellos el rostro de Dios que se ha encarnado y ha tomado forma en los rostros de aquellos que hi-cieron de Cristo la razón suprema de su existencia (cf. LG. 50). A través de sus vidas podemos descubrir cómo Él sigue presente en el mundo y transforma las vidas de sus discípulos. Son testigos de la fe cristiana que sellaron con su mar-tirio, y, por eso, celebramos su fi delidad a Dios, al mismo tiempo que su grandeza humana.

Cristo es el prototipo de los már-tires. La salvación del mundo se realiza a través del sufrimiento y la muerte del supremo testigo del amor de Dios al hom-bre: Jesucristo (Cf. Mt 16, 21; Lc 17, 25). Vino a los suyos y los suyos no lo reci-bieron (Cf. Jn 1, 11), pero Él “los amó hasta el fi n” (Jn 13, 1) y fue condenado a muerte (Cf. Jn 19, 7) y crucifi cado (Cf.

Jn 19,18). Así consumó la entrega de su vida, por amor, para que tuviéramos vida (Cf. Jn 19, 50 y 10, 10).

Precisamente porque la muerte salvífi ca de Cristo en la cruz es de una importancia tan trascendental para la re-dención de la humanidad se comprenderá también por qué ha habido siempre már-tires en su Iglesia y seguirá habiéndolos.

El Concilio Vaticano II en la Cons-titución Lumen Gentium profundiza en la comprensión teológica del martirio al decirnos que: “Así como Jesús, el Hijo de Dios, manifestó su caridad ofreciendo su vida por nosotros” (cf. 1 Jn 3, 16; Jn 15, 13), así el martirio “en el que el discípulo se asemeja a su Maestro, que aceptó li-bremente la muerte por la salvación del mundo, y se conforma a él en la efusión de su sangre, es estimado por la Iglesia como un don eximio y la prueba suprema del amor” (n. 42).

El martirio, por tanto, no es fruto del esfuerzo o deliberación humana, sino la respuesta a una iniciativa y llamada de Dios, que invita a dar ese testimonio de amor. Por la unión íntima existente entre Cristo y sus discípulos es el mismo Cris-to el que, mediante su Espíritu, habla y actúa en el mártir (Cf. Mt 10, 19-20). En virtud de esa unión a su Cuerpo, que es la Iglesia, nunca faltarán en ella perse-

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El tesoro de los mártires en el Año de la Fe

CARTA PASTORAL

Mons. RAMÓN DEL HOYO LÓPEZObispo de Jaén

Año de la fe X Parroquia de San Juan de Dios X Número 13 X Otoño 2013 X Página 8

cuciones, porque es la misma vida de Cristo que continúa en su pueblo.

El hecho, sin embargo, de que el martirio sea un don y una gracia de Dios no signifi ca que quede disminuida o suprimida, por esta gracia, la persona-lidad humana del mártir y misa más preciosa prerro-gativa que es la libertad. Precisamente la libertad humana y el amor en la persona del mártir quedan enriquecidos y ennoblecidos por esa gracia. En el mártir precisamente la persona realiza, bajo el impulso de la gracia de Dios, su más autén-tica respuesta desde la libertad y el amor, a su unión con Jesucristo. Por eso el martirio es el acto supremo de fe, esperanza y caridad. El mártir se abandona ra-dical y totalmente en manos de su Creador y Redentor. No sólo se en-frenta libremente con la experiencia tremenda de la muerte, sino que, sobre todo, la acepta en su corazón como un medio eminente de aso-ciarse radicalmente a la muerte de Cristo en la cruz.

Al ser el martirio el acto más grande de amor a Dios es el ca-mino, asimismo, más noble y certero hacia la santidad. Al seguir a Cristo hasta el sacrifi cio voluntario de su vida, el mártir, más que cualquiera otra persona, que-da consagrado y unido como nadie a Cristo, trans-formándose en su imagen. Por eso, nadie está más cerca de Dios y participa más intensamente de la gloria de Cristo que aquellos que murieron por Él, en Él y con Él.

Desde el principio del cristianismo los discí-pulos de Jesucristo tenían conciencia clara de que, con el mismo acto que se adherían a su Persona y aceptaban su Evangelio, tenían que enfrentarse con el mundo que les rodeaba, contrario a sus com-promisos. Sobre todo en los dos primeros siglos sa-bían que la seriedad de la fe cristiana, solía tener como sello el martirio, como supremo testimonio de su fe.

Entonces, como hoy y siempre, el mártir nos interroga en qué se basa y fundamenta nuestra fe, y nos habla del Reino de Dios entre nosotros (Cf. Mt 5, 11-12). El mártir protesta, diríamos, contra las

situaciones en que prevalece el mal. Por el martirio el vencedor termina vencido, no por revancha, sino por la fuerza que le sostiene en el martirio. Su vic-toria no humilla al vencido, sino que nos habla de fi delidad y coherencia a su fe. Nos anima a caminar al encuentro del Señor, soportando la cruz y tribu-laciones, desde la esperanza (Cf. Job 19).

En el Año de la Fe que celebramos, el Papa emérito Benedicto XVI, nos dice, en la Carta apos-

tólica Porta fi dei, que “por la fe, los márti-res entregaron su vida como testimonio de la verdad del Evangelio, que los había transfor-mado y hecho capaces de llegar hasta el ma-yor don del amor con el perdón de sus perse-guidores”, para concluir “también nosotros vivi-mos por la fe: para el reconocimiento vivo del Señor Jesús, presente en nuestras vidas y en la historia” (n. 13).

Sacerdotes, con-sagrados y laicos tene-mos estos iconos cerca-nos al Santo Rostro de Cristo. De cara a la Nue-va Evangelización de-mos a conocer sus vidas mediante los medios a nuestro alcance. Es ne-cesario que mostremos estos tesoros a los niños y adolescentes, prime-ros destinatarios de la catequesis, en la forma-

ción religiosa escolar, en las homilías y formación para los distintos grupos de fi eles diocesanos. Ellos nos hablan de amor, de perdón, de heroísmo y res-peto a sus semejantes, de su íntima unión con Cris-to y de su fe profundamente enraizada en sus vidas.

Cuatro días antes de renunciar Benedicto XVI a su ministerio de Obispo de Roma y sucesor de la Sede de Pedro, dirigiéndose a un grupo de semina-ristas romanos les dijo las siguientes palabras de las que debemos tomar buena nota: “En el siglo XXI la Iglesia tendrá que vivir hasta el fi nal el componen-te martirial de la fe, que podrá tomar formas dife-rentes. La Iglesia siempre se renueva, sin embargo, y renace siempre. Es de Cristo, a Él corresponde proveer”.

Con María, Reina de los Mártires, nos recuer-dan: “Sed santos, como el Padre celestial es san-to” (Mt 5, 48).

Para todos, mi saludo fraterno y bendiciones.

Queridos fi eles diocesanos:

1. Sabrán ya seguramente que el próximo día 13 de octubre serán bea-tifi cados siete nuevos mártires, en la Ciudad de Tarragona, que engrosarán el catálogo ya muy numeroso en la historia de siglos de esta Iglesia de Jaén.

Encabezados por el Obispo y Pastor de la Diócesis, D. Manuel Basulto Jimé-nez, completan este número otros tres sacerdotes: D. Félix Pérez Portela, D. Francisco Solís Pedrajas y D. Francisco López Navarrete; una religiosa de la Di-vina Pastora: Madre Mª Victoria Valverde González, y dos jóvenes: Manuel Aranda Espejo y José María Poyatos Ruiz, semi-narista y miembro de acción católica res-pectivamente.

Acudirá un numeroso grupo de fi e-les diocesano, sobre todo de las localida-des en que dieron su vida como testigos de su fe o ejercieron su ministerio pasto-ral. La inmensa mayoría lo harán coordi-nados por el Secretariado de Peregrina-ciones de la Diócesis de Jaén y, otras, por medios particulares. Todos precisarán de acreditación para los actos de Tarrago-na. Pueden adquirirla o informarse en la ofi cia del Secretariado Episcopal para la Causa de los Santos, en el Obispado.

2. Les invito y animo, en los ini-cios de este nuevo curso pastoral, espe-cialmente a los sacerdotes, a presentar a todos los fi eles de forma especial a niños/as, adolescentes y jóvenes el signifi cados que encierra este acontecimiento y el sentido del martirio en el cristiano.

Desde la Vicaría de Pastoral se les enviaron unos materiales el curso pasado, bajo el título Catequesis sobre los már-tires del siglo XX en Jaén, además de mi Carta Pastoral: El Tesoro de los mártires, que podrían ayudarles. Disponen también

del esquema de una Hora Santa ante el Santísimo Sacramento, como acto prepa-ratorio al de la beatifi cación.

El Catecismo de la Iglesia Católica afi rma: “El martirio es el supremo testi-monio de la verdad de la fe” (n. 2472). El seguimiento de Jesucristo incluye acep-tar las persecuciones y el dolor por amor al Evangelio (cf. Mt 22, 9-14; Mc 13, 9-13; Lc 21, 12-19). Jesús nos advirtió que nuestras vidas estarían vinculadas a su destino. Una fe coherente puede llevar al cristiano hasta la efusión de la sangre. el mártir fortalece a toda la Iglesia y nos señala el camino de nuestra vocación: adherirnos íntimamente a Cristo hasta donde Él disponga.

3. Se trata, como podrán pensar, de un importante acontecimiento dioce-sano que no podemos dejar pasar sin par-ticipar en su riqueza y alegría. Hemos de dar juntos, como Iglesia, gracias a Dios. Por ello, el día 19 de octubre, a los seis días de su beatifi cación, celebraremos una solemne Eucaristía en la Catedral de Jaén a las 12:00 horas, con ese senti-do de agradecimiento.

Quedan convocados a este acto especialmente los sacerdotes, perso-nas consagradas y fi eles de la ciudad de Jaén, además de otras representaciones diocesanas, como se les informará debi-damente.

Celebraremos asimismo otras Misas de Acción de Gracias en el Santuario de Santa María de la Villa, de Martos, el día 17 de octubre; en la Parroquia de la En-carnación, de Mancha Real, el día 25, también de octubre; en la Parroquia de la Asunción de Nuestra Señora, de Rus, el 3 de noviembre; en la Parroquia de San Andrés, de Villanueva del Arzobis-po, el día 9; en la Parroquia de la Asun-ción de Nuestra Señora, de Orcera, el

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Peregrinación Diocesana a Tarragona

CARTA PASTORAL

Mons. RAMÓN DEL HOYO LÓPEZObispo de Jaén

¡Creo! Cofrades en la Fe X Hermandad de la Santa Vera Cruz X Número 13 X Otoño 2013 X Página 9

día 15, y en la Parroquia de Nuestra Señora del Carmen, de Monte Lope Álvarez, el día 16 de no-viembre.

4. Contemplemos todos estos actos en su conjunto como hora de gracia muy especial, para la Iglesia diocesana y nuestra sociedad. Su ejemplo e intercesión podrán estimularnos en este Año de la Fe, a favor de un nueva evangelización en este sue-lo y a vivir nuestra vocación con alegría y entrega desde el amor.

Necesitamos de estos testimonios de modo especial en estos momentos en los que, al tiempo que se difunde con fuerza una mentalidad laicista, nuestra sociedad se encuentra muy necesitada de reconciliación y esperanza.

Los mártires, que murieron perdonando, son el mejor aliento y estímulo para que todos partici-pemos y vivamos en ese espíritu que brota del amor cristiano.

Recemos la oración propia para la próxima beatifi cación, y que Nuestra Madre del Cielo, Reina de los mártires, nos conduzca de su mano en este valle de lágrimas.

Con mi saludo agradecido en el Señor.

Padre Dios, te damos gracias y te ala-bamos porque, en tu inmensa providencia, nos has concedido la gracia de pertenecer a la Iglesia Diocesana de Jaén que hunde sus raíces en el ejemplo de los mártires.

Te agradecemos y reconocemos parti-cularmente la acción de tu Espírtu en nues-tros hermanos que derramaron su sangre en el siglo XX. Al sentirse amados por tu Hijo Jesús, fueron capaces de sacar fuerza en la difi cultad para entregar por Él su vida.

Reconocemos tu amor al hacer posi-ble que el martirio haya sido una realidad en todos los ministerios y carismas de nuestra Diócesis: en el obispo, en los sacerdotes, en los jóvenes laicos, uno de ellos seminarista, y en los religiosos. Su ejemplo nos enriquece a todos, y nos anima a mantener viva la lla-ma de la fe cuando hoy puede acecharnos el cansancio.

Expresamos la necesidad que sigue te-niendo nuestra Iglesia de verdaderos testigos que sepan llevar a otros la belleza de la fe, y así poder emprender la evangelizacon con “nuevo ardor”.

Te pedimos Padre que nos des la fuer-za de tu Espíritu para, a ejemplo de estos hermanos nuestros, también nosotros seamos testigos de la alegría por haber sido elegi-dos por tu Hijo Jesucristo, como hijos de esta Iglesia Diocesana de Jaén.

Que la madre de tu hijo Jesús, la Vir-gen de la Cabeza, invocada a lo largo de ge-neraciones por gentes sencillas que en esta tierra la han reconocido como madre de la fe, interceda por esta Iglesia martirial de Jaén.

Amén.

Oracióncon los mártires del siglo XX

Año de la fe X Parroquia de San Juan de Dios X Número 13 X Otoño 2013 X Página 10

Mons. Ramón del Hoyo López, obispo de Jaén.

DIÓCESIS DE JAÉN

COFRADES EN LA FE| Hermandad Santa Vera Cruz + Martos (Jaén) | Año de la Fe | 2012-2013 |

¡Creo!

La Hermandad de la Santa Vera Cruz de Martos (Jaén)

asumió, con motivo del “Año de la Fe”, el compromiso de realizar

una revista digital que sirviera de vehículo de formación.

Los costes que está suponiendo esta publicación han superado

lo presupuestado inicialmente, por lo que solicitamos un pequeño

donativo de aquellas personas que puedan ofrecerlo. Muchas gracias.

Año de la fe X Parroquia de San Juan de Dios X Número 13 X Otoño 2013 X Página 12

Queridos hermanos:

1. Os anunciamos con gran alegría que, Dios mediante, el domingo día 13 de octubre de 2013, se celebrará en Tarragona la beatifi cación de unos quinientos hermanos nuestros en la fe que dieron su vida por amor a Jesucristo, en diversos lugares de España, durante la persecución religiosa de los años treinta del siglo XX. Fueron muchos miles los que por entonces ofrecieron ese testimonio supremo de fi delidad. La Iglesia reconoce ahora solemnemente a este nuevo grupo como mártires de Cristo. Según el lema de esta fi esta, ellos fueron “fi rmes y va-lientes testigos de la fe” que nos estimulan con su ejemplo y nos ayudan con su intercesión. Invitamos a los católicos y a las comunidades eclesiales a par-ticipar en este gran acontecimiento de gracia con su presencia en Tarragona, si les es posible, y, en todo caso, uniéndose espiritualmente a su preparación y celebración.

I. LOS MÁRTIRES, MODELOS EN LA CONFESIÓN DE LA FE Y PRINCIPALES INTERCESORES

2. En la Carta apostólica Porta fi dei, por la que convoca el Año de la fe, que estamos celebran-do, el Papa Benedicto XVI dice que en este Año “es decisivo volver a recorrer la historia de la fe, que contempla el misterio insondable del entrecruzarse de la santidad y el pecado”. Según recuerda Bene-dicto XVI, los mártires, después de María y los Após-toles -en su mayoría, también mártires- son ejem-plos señeros de santidad, es decir, de la unión con Cristo por la fe y el amor a la que todos estamos llamados 1.

3. El Concilio Ecuménico Vaticano II habla re-petidamente de los mártires. Entre otros motivos, celebramos el Año de la fe para conmemorar los cin-cuenta años de la apertura del Concilio y recibir más y mejor sus enseñanzas. Por eso, es bueno recordar ahora el precioso pasaje en el que el Concilio, al ex-hortar a todos a la santidad, nos presenta el modelo de los mártires:

4. “Jesús, el Hijo de Dios, mostró su amor entregando su vida por nosotros. Por eso, nadie tie-ne amor más grande que el que da la vida por sus hermanos (cf. 1 Jn 3, 16 y Jn 15, 13). Pues bien: algunos cristianos, ya desde los primeros tiempos, fueron llamados y serán llamados siempre, a dar este supremo testimonio de amor delante de todos, especialmente, de los perseguidores. En el marti-rio el discípulo se asemeja al Maestro, que aceptó libremente la muerte para la salvación del mundo, y se confi gura con Él derramando también su san-gre. Por eso, la Iglesia estima siempre el martirio como un don eximio y como la suprema prueba de amor. Es un don concedido a pocos, pero todos de-ben estar dispuestos a confesar a Cristo delante de los hombres y a seguirlo en el camino de la Cruz en medio de las persecuciones, que nunca le faltan a la Iglesia” 2.

5. Además de modélicos confesores de la fe, según la enseñanza del Concilio, los mártires son también intercesores principales en el Cuerpo mís-tico de Cristo: “La Iglesia siempre ha creído que los Apóstoles y los mártires, que han dado con su sangre el supremo testimonio de fe y de amor, están más íntimamente unidos a nosotros en Cristo [que otros hermanos que viven ya en la Gloria]. Por eso, los venera con especial afecto, junto con la bienaven-

Los mártires del siglo XXen España, fi rmes y valientes testigos de la fe

CONFERENCIA EPISCOPAL ESPAÑOLA

Por la fe, los mártires entregaron su vida como testimonio de la verdad

del Evangelio, que los había transformado y hecho capaces de llegar hasta

el mayor don del amor, con el perdón de sus perseguidores.

Benedicto XVI, Carta Apostólica Porta fidei, 13.

MENSAJE CON MOTIVO DE LA BEATIFICACIÓN DEL AÑO DE LA FE EN TARRAGONA, EL 13 DE OCTUBRE DE 2013

¡Creo! Cofrades en la Fe X Hermandad de la Santa Vera Cruz X Número 13 X Otoño 2013 X Página 13

turada Virgen María y los santos ángeles, e implora piadosamente la ayuda de su intercesión” 3.

II. MÁRTIRES DEL SIGLO XX EN ESPAÑA BEATIFICADOS EL AÑO DE LA FE

6. Al dirigir una mirada de fe al siglo XX, los obispos españoles dábamos gracias a Dios, con el beato Juan Pablo II, porque “al terminar el segundo milenio, la Iglesia ha vuelto a ser de nuevo Iglesia de mártires” y porque “el testimonio de miles de mártires y santos ha sido más fuerte que las insidias y violencias de los falsos profetas de la irreligiosi-dad y del ateísmo” 4. El Concilio dice también que la mejor respuesta al fenómeno del secularismo y del ateísmo contemporáneos, además de la pro-puesta adecuada del Evangelio, es “el testimonio de una fe viva y madura (...) Numerosos már-tires dieron y dan un testimonio preclaro de esta fe” 5. El siglo XX ha sido lla-mado, con razón, “el siglo de los mártires”.

7. La Iglesia que pere-grina en España ha sido agra-ciada con un gran número de estos testigos privilegiados del Señor y de su Evangelio. Desde 1987, cuando tuvo lugar la beatifi cación de los primeros de ellos -las car-melitas descalzas de Guada-lajara- han sido beatifi cados 1001 mártires, de los cuales 11 han sido también canonizados.

8. Ahora, con motivo del Año de la fe -por segunda vez después de la beatifi cación de 498 mártires celebrada en Roma en 2007- se ha reunido un grupo numeroso de mártires que serán beatifi cados en Tarragona en el otoño próximo. El Santo Padre ya ha fi rmado los decretos de beatifi cación de tres obispos: los sier-vos de Dios, Salvio Huix, de Lérida; Manuel Basul-to, de Jaén y Manuel Borrás, de Tarragona. Serán beatifi cados también un buen grupo de sacerdotes diocesanos, sobre todo de Tarragona. Y muchos reli-giosos y religiosas: benedictinos, hermanos hospita-larios de San Juan de Dios, hermanos de las escuelas cristianas, siervas de María, hijas de la caridad, re-dentoristas, misioneros de los Sagrados Corazones, claretianos, operarios diocesanos, hijos de la Divina Providencia, carmelitas, franciscanos, dominicos, hijos de la Sagrada Familia, calasancias, maristas, paúles, mercedarios, capuchinos, franciscanas mi-sioneras de la Madre del Divino Pastor, trinitarios, carmelitas descalzos, mínimas, jerónimos; también seminaristas y laicos; la mayoría de ellos eran jó-venes; también hay ancianos; hombres y mujeres. Antes de la beatifi cación, aparecerá, si Dios quie-

re, el tercer libro de la colección Quiénes son y de dónde vienen, en el que se recogerá la biografía y la fotografía de cada uno de los mártires de esta Beatifi cación del Año de la fe 6.

III. FIRMES Y VALIENTES TESTIGOS DE LA FE

9. La vida y el martirio de estos hermanos, modelos e intercesores nuestros, presentan rasgos comunes, que haremos bien en meditar en sus bio-grafías. Son verdaderos creyentes que, ya antes de afrontar el martirio, eran personas de fe y oración, particularmente centrados en la Eucaristía y en la

devoción a la Virgen. Hicieron todo lo posible, a veces con verdaderos alardes de imaginación, para participar en la Misa, comulgar o rezar el rosario, incluso cuando suponía un gravísimo pe-

ligro para ellos o les estaba prohibido, en el cautiverio. Mostraron en todo ello, de

un modo muy notable, aquella fi r-meza en la fe que San Pablo se

alegraba tanto de ver en los cristianos de Colosas (cf. Col 2, 5). Los mártires no se dejaron engañar "con teorías y con vanas se-ducciones de tradición humana, fundadas en los elementos del mundo y no en Cristo" (Col 2, 8). Por el contrario, fueron cristianos de fe madura,

sólida, fi rme. Rechazaron, en muchos casos, los hala-

gos o las propuestas que se les hacían para arrancarles un

signo de apostasía o simplemente de minusvaloración de su identidad cristiana.

10. Como Pedro, mártir de Cristo, o Esteban, el protomártir, nuestros mártires fueron también va-lientes. Aquellos primeros testigos, según nos cuen-tan los Hechos de los Apóstoles, “predicaban con valentía la Palabra de Dios” (Hch 4, 31) y “no tuvie-ron miedo de contradecir al poder público cuando éste se oponía a la santa voluntad de Dios: ‘Hay que obedecer a Dios antes que a los hombres’ (Hch 5, 29). Es el camino que siguieron innumerables márti-res y fi eles en todo tiempo y lugar” 7. Así, estos her-manos nuestros tampoco se dejaron intimidar por coacción ninguna, ni moral ni física. Fueron fuer-tes cuando eran vejados, maltratados o torturados. Eran personas sencillas y, en muchos casos, débiles humanamente. Pero en ellos se cumplió la promesa del Señor a quienes le confi esen delante de los hom-bres: “no tengáis miedo... A quien se declare por mí ante los hombres, yo también me declararé por él ante mi Padre que está en los cielos” (Mt 10, 31-32); y abrazaron el escudo de la fe, donde se apagan las fl echas incendiarias del maligno (cf. Ef 6, 16).

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IV. UNA HORA DE GRACIA

11. La Beatifi cación del Año de la fe es una ocasión de gracia, de bendición y de paz para la Iglesia y para toda la sociedad. Vemos a los mártires como modelos de fe y, por tanto, de amor y de per-dón. Son nuestros intercesores, para que pastores, consagrados y fi eles laicos recibamos la luz y la for-taleza necesarias para vivir y anunciar con valentía y humildad el misterio del Evangelio (cf. Ef 6, 19), en el que se revela el designio divino de misericor-dia y de salvación, así como la verdad de la frater-nidad entre los hombres. Ellos han de ayudarnos a profesar con integridad y valor la fe de Cristo.

12. Los mártires murieron perdonando. Por eso, son mártires de Cristo, que en la Cruz perdonó a sus perseguidores. Celebrando su memoria y aco-giéndose a su intercesión, la Iglesia desea ser sem-bradora de humanidad y reconciliación en una so-ciedad azotada por la crisis religiosa, moral, social y económica, en la que crecen las tensiones y los en-frentamientos. Los mártires invitan a la conversión, es decir, “a apartarse de los ídolos, de la ambición egoísta y de la codicia que corrompen la vida de las personas y de los pueblos, y a acercarse a la libertad espiritual que permite querer el bien común y la justicia, aun a costa de su aparente inutilidad ma-terial inmediata” 8. No hay mayor libertad espiritual que la de quien perdona a los que le quitan la vida. Es una libertad que brota de la esperanza de la Glo-ria. “Quien espera la vida eterna, porque ya goza de ella por adelantado en la fe y los sacramentos, nunca se cansa de volver a empezar en los caminos de la propia historia” 9.

V. LA BEATIFICACIÓN EN TARRAGONA

13. En Tarragona se conserva la tradición de los primeros mártires hispanos. Allí, en el anfi tea-tro romano el año 259, dieron su vida por Cristo el obispo San Fructuoso y sus diáconos San Eulogio y San Augurio. San Agustín se refi ere con admiración

a su martirio. El obispo Manuel Borrás, auxiliar de la sede tarraconense, junto con varias decenas de sacerdotes de aquella diócesis, vuelven a hacer de ésta en el siglo XX una iglesia preclara por la sangre de sus mártires. Por estos motivos, la Conferencia Episcopal ha acogido la petición del Arzobispo de Tarragona de que la beatifi cación del numeroso gru-po de mártires de toda España, prevista casi como conclusión del Año de la fe, se celebre en aquella ciudad.

14. Exhortamos a cada uno y a las comuni-dades eclesiales a participar ya desde ahora espi-ritualmente en la Beatifi cación del Año de la fe. Invitamos a quienes puedan a acudir a Tarragona, para celebrar, con hermanos de toda España, este acontecimiento de gracia. Oremos por los frutos de la beatifi cación, que, con la ayuda divina y la inter-cesión de la Santísima Virgen, auguramos abundan-tes para todos:

Oh Dios, que enviaste a tu Hijo, para que muriendo y resucitando nos diese su Espí-ritu de amor: nuestros hermanos, mártires del siglo XX en España, mantuvieron su adhesión a Jesucristo de manera tan radical y plena que les permitiste derramar su sangre por él y con él. Danos la gracia y la alegría de la conver-sión para asumir las exigencias de la fe; ayú-danos, por su intercesión, y por la de la Reina de los mártires, a ser siempre artífices de re-conciliación en la sociedad y a promover una viva comunión entre los miembros de tu Iglesia en España; enséñanos a comprometernos, con nuestros pastores, en la nueva evangelización, haciendo de nuestras vidas testimonios eficaces del amor a Ti y a los hermanos. Te lo pedimos por Jesucristo, el Testigo fiel y veraz, que vive y reina por los siglos de los siglos. Amén.

Madrid, 19 de abril de 2013.

1. Cf. Benedicto XVI, Carta Apostólica Porta fi dei, nº 13

2. Concilio Vaticano II, Const. Lumen gentium, 42. - "El estado de persecución - escribe el Cardenal Bergo-glio, hoy Papa Francisco - es normal en la existencia cristiana, sólo que se viva con la humildad del ser-vidor inútil y lejano de todo deseo de apropiación que lo lleve al victimismo (...) Esteban no muere so-lamente por Cristo, muere como él, con él, y esta participación en el misterio mismo de la pasión de Jesucristo es la base de la fe del mártir." (Jorge M. Bergoglio / Papa Francisco, Mente abierta, corazón creyente (2012), Madrid 2013, 60).

3. Concilio Vaticano II, Const. Lumen gentium, 50.

4. LXXIII Asamblea Plenaria de la Conferencia Episcopal Española, La fi delidad de Dios dura siempre. Mirada

de fe al siglo XX (26 de noviembre de 1999), 14 y 4.

5. Concilio Vaticano II, Const. Gaudium et spes, 21.

6. El libro tendrá las mismas características de los dos anteriores: cf. M. E. González Rodríguez, Los prime-ros 479 santos y beatos mártires del siglo XX en Es-paña. Quiénes son y de dónde vienen, EDICE, Madrid 2008; y Id. (Ed.), Quiénes son y de donde vienen. 498 mártires del siglo XX en España,EDICE, Madrid 2007.

7. Concilio Vaticano II, Declaración Dignitatis humanae, 11.

8. CCXXV Comisión Permanente de la Conferencia Epis-copal Española, Declaración Ante la crisis, solidari-dad (3 de octubre de 2012), 7.

9. Ibid.

Causa de la

Beatificación del Obispo

Causa de la

Beatificación de la Madre

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INTRODUCCIÓN

Con motivo del Año de la Fe 1, convocado por el Papa Benedicto XVI, los Obispos de la Iglesia Es-pañola nos han querido mostrar, para concluir dicho año, a testigos y ejemplos de fe, hermanos y her-manas que puedan iluminarnos con su ejemplo e in-terceder por nosotros ante el Padre. Por ello se pre-para una Beatifi cación de los Mártires del siglo XX en España: un grupo de Siervos de Dios que dieron su vida en la persecución religiosa en el pasado si-glo. El Martirio siempre ha sido considerado como el Testimonio de Fe y Amor más grande y más valorado por la Iglesia... “Nadie tiene más amor que quien da la vida por la persona amada”. Cristo bien que nos dio ejemplo de ello... Es la razón por la que vamos a hablar del martirio dentro del Año de la Fe y en el 425 Aniversario de la Fundación de la Cofradía “425 Años creciendo en la Fe”. Avanzamos en el Año de la Fe y debemos ir creciendo en ella como respuesta al Amor de Dios; fe que ha de estar íntimamente unida a nuestro amor a Dios y al prójimo... estas re-fl exiones pueden ayudarnos a profundizar y valorar nuestra vida cristiana.

Siete siervos de Dios, Testigos de Fe en nues-tra Diócesis, habían seguido el proceso canónico necesario para ser beatifi cados. Ellos serán procla-mados Beatos el 13 de octubre de 2013 en Tarrago-na. Se trata de su reconocimiento por parte de la Iglesia, es decir, que murieron violentamente por la fe, por fi delidad al Señor y perdonando a quienes les sacrifi caban; así, la Iglesia, ofi cialmente, los procla-mará intercesores nuestros en el cielo.

En un primer momento trataremos del Marti-rio como Don de Dios, Testimonio de Fe... plenitud de los compromisos bautismales, fruto de la fuer-za del Espíritu que se nos dio en la confi rmación y ofrenda eucarística, cuerpo (sacrifi cado) y sangre (derramada) confesando a Cristo para gloria del Pa-dre. “Por Cristo con Él y en Él a Ti Dios Padre Omni-potente en la unidad del Espíritu Santo todo honor

y toda gloria por los siglos de los siglos” decimos en el verdadero ofertorio de la Misa.

Como segunda parte, os propondremos el ejemplo concreto de los siete mártires de nuestra diócesis que serán beatifi cados en la fecha señala-da. Ellos, cercanos a nosotros, pueden ser, más vi-vamente aún, ejemplo e intercesores para nuestras vidas y para nuestra iglesia diocesana: El Obispo, el Vicario General y Deán de nuestra Catedral, dos sa-cerdotes Arciprestes y Párrocos de Orcera y Mancha Real, dos jóvenes, uno Seminarista y otro de Acción Católica y Adoración Nocturna, y una Religiosa.

Desde el primer momento hemos de situarnos en una actitud abierta para recibir de Dios, a tra-vés de estas charlas, las gracias que necesitamos en este momento de nuestra vida:

• Por una parte, nuestra vida cristiana es ca-mino de conversión y renovación, reavivar en nosotros los sacramentos de la Iniciación Cristiana: nuestro bautismo nos llama a la en-trega total a Cristo y al servicio de nuestros hermanos... la entrega plena es precisamente “el martirio”. La confi rmación nos hace dar testimonio de Cristo con la madurez de la fe y hasta el fi nal, hasta la entrega cruenta de la propia vida. En la eucaristía podemos unir nuestro cuerpo y sangre al Cuerpo y Sangre de Cristo que se entrega por nosotros, los márti-res ya lo han hecho en totalidad...

• Por otra parte, somos hijos de una Iglesia martirial, como no puede ser de otra manera, pues nuestra cabeza, Cristo, derramó su San-gre por nosotros; la historia de la Santa Igle-sia confi rma esa dimensión y nuestra diócesis de Jaén no desdice en absoluto esa condición martirial: ella nace con la sangre de los már-tires, comenzando por San Eufrasio, su primer obispo; seguirá siendo regada hasta nuestros días por Bonoso y Maximiano (Arjona), San Amador (Martos), San Pedro Pascual (Jaén y

Martirio y testigos de la fe en la diócesis del Santo Reino

ANTONIO ARANDA CALVO Pbro.Presidente de la Comisión de Causas de los Santos

Obispado de Jaén

PRIMERA PARTE:

EL MARTIRIO UN DON DE DIOS. TESTIMONIO DE FE.

¡Creo! Cofrades en la Fe X Hermandad de la Santa Vera Cruz X Número 13 X Otoño 2013 X Página 17

Baeza), Beato Marcos Criado (Trinitario. An-dújar), San Pedro Poveda (Linares. Jaén. Ins-titución Teresiana), los Beatos Trinitarios (An-dújar, Villanueva del Arzobispo y Martos) ya beatifi cados en 2007; así como el dominico P. José Mª. López Carrillo, natural de Alcalá la Real… y tantos otros desconocidos, pero bien presentes en el cortejo del Cordero Inmacula-do, en cuya sangre lavaron sus propias ropas.

Ya veis la riqueza que la realidad del martirio nos puede traer para este año de la Fe.

I. EL MARTIRIO

Al convocar el Papa Benedicto XVI el Año de la Fe, expuso el motivo del mismo en su Carta Apos-tólica Porta Fidei y, a propósito de los ejemplos de fe, en el nº 13 dice:

“Por la fe, los mártires entregaron su vida como testimonio de la verdad del Evangelio, que los había trasformado y hecho capaces de llegar hasta el mayor don del amor con el perdón de sus perse-guidores” (P. F. 13).

Por su parte la Conferencia Episcopal Espa-ñola, en el Plan de Pastoral para los próximos años, aprobado en abril de 2012 dice, siguiendo la pala-bras del Pontífi ce: “La Iglesia que peregrina en Es-paña ha sido agraciada con un gran número de estos testigos privilegiados del Señor que son grandes in-tercesores y un estímulo muy valioso para una pro-fesión de la fe íntegra y valiosa...”.

El don y el testimonio es lo que se resalta en estas breves líneas. Es lo que quisiera quedara en nuestra mente y en nuestro corazón... por ser don, regalo, predilección, signo de un inmenso amor de

Dios hacia nosotros, hemos de darle gracias porque el Señor siempre está grande con nosotros, con su Iglesia... por ser testimonio, ejemplo, modelo para vivir nuestra fe hemos de conocer e imitar los testi-monios concretos de nuestros mártires. Pidamos la intercesión de ellos para vivir, defender y crecer en la fe, por la que ellos mismos, hermanas y hermanos nuestros, derramaron su sangre.

YA EN EL ANTIGUO TESTAMENTO SE NOS HABLA DE FIELES DISPUESTOS A DARLO TODO POR SU DIOS, GRACIAS A UNA FUERZA ESPECIAL DE ÉL:

• Nuestro padre Abrahán, sacrifi cando a su hijo Isaac, anuncio y sombra de Cristo. José mal-tratado por fi delidad a su Dios. Moisés que renuncia a los halagos de una vida palaciega por seguir la llamada de Dios: “Por fe, Moi-sés, ya crecido, renunció a hijo de una hija del faraón, y prefi rió ser maltratado con el pueblo de Dios al disfrute efímero del peca-do, estimando que la afrenta de Cristo valía más que los tesoros de Egipto y atendiendo a la recompensa” (Hbr 11, 24-26). Ahí están los Profetas, cuya autenticidad se muestra en las penalidades que debían sufrir por la Pala-bra... ahí tenemos a Jeremías quien expresa vivamente cómo su vivir es un verdadero mar-tirio ... Pero hay un testimonio muy fuerte y dramático, bien conocido, cual es el de los Macabeos en el libro II cap. 7º: los siete her-manos murieron por Dios, y la madre no sólo presenció sus muertes, sino que los animaba valientemente a soportar el martirio. Así le hablaba al pequeño: “Hijo mío ten piedad de mi, que te llevé nueve meses en mi seno... Hijo mío, te lo suplico, mira al cielo y a la tierra, fíjate en lo que contiene y verás que Dios lo creó todo de la nada... No temas de tus verdugos, no desmerezcas de tus herma-nos y acepta la muerte, así por la misericor-dia de Dios, te recobraré junto a ellos”.

Y estas eran las expresiones de los jóvenes:

• “Estamos dispuestos a morir antes que que-brantar la ley”.

• “Vale la pena morir en manos de hombres cuando se espera que Dios mismo nos resu-citará”.

• “¿Qué esperáis? Yo, lo mismo que mis herma-nos, entrego mi cuerpo y mi vida por la Ley”.

EN EL NUEVO TESTAMENTO ESTÁ ANTE TODO LA ENSEÑAN-ZA Y EL EJEMPLO DE NUESTRO SEÑOR JESUCRISTO:

• El precursor, Juan Bautista, preparando los caminos del Señor fue martirizado por de-nunciar el pecado y proclamar la verdad en fi delidad a su Dios y a la misión de Profeta: él iba preparando la llegada de Jesús con su palabra, con el bautismo en el Jordán y con el

Martirio de san Fructuoso de Tarragona.

Año de la fe X Parroquia de San Juan de Dios X Número 13 X Otoño 2013 X Página 18

ejemplo de su vida, consumada en el propio martirio... (Mt 14, 3) 2.

• Y Nuestro Señor Jesucristo es quien encarna plenamente en Sí la realidad martirial, que su Iglesia heredará como don precioso. La vida de Jesús está orientada al martirio y su muer-te es un verdadero martirio. Él, que “vino a los suyos y los suyos no le recibieron” (Jn 1), contra quien se conspira “pues si este hom-bre sigue predicando todos creerán en él” y así después de la resurrección de Lázaro, “los grandes jefes, sentenciaron defi nitivamente su muerte...” (Jn 11, 43). Él mismo que dijo: “cuando el Hijo del hombre sea levantado...” (Jn 8, 27). Él, quien da la vida por las ovejas y quien nos enseñó que “si el grano de trigo no cae en tierra y muere...” (Jn 10, 5, 15, 17). Él que anuncia su pasión y muerte por tres veces (Mt 16, 21; 17, 22; 20, 17) y quien dijo a cuantos quisieran seguirle que deberían estar dispuestos a beber el cáliz que Él iba a beber... (Mt 20, 23). Y es que Jesús quiso cumplir la voluntad del Padre y su muerte es eso: volver al Padre con el mundo salvado por su sangre (Jn 7, 33 y 8, 21).

• Los Evangelios nos muestran que la vida y el ministerio de Jesús es un combate contra el mal para rescatar a los hombres, esclavos del pecado y llevarlos hasta el Padre (Mt 4, 10). La muerte es su hora, ella no tiene poder so-bre Él, pero se somete para salvar al hombre (Mt 4, 10; Jn. 18, 37 y 19, 30). Él nos enseña “que no hay amor más grande que dar la vida por los amigos” (Jn 15,13), y que “cuando el mundo os odie tened presente que primero me ha odiado a Mi” (Jn 15, 18) [ver Jn 12, 12, 24-25; Lc 9, 3; 14, 26. Mt 10,16, 24 y 28; 10, 39; 24, 9]. La muerte de Cristo es martirio porque es testimonio de amor fi el al Padre, y testimonio de amor hacia nosotros por quie-nes ofrece su vida para destruir el pecado y abrirnos el camino de la reconciliación y de la esperanza. Con su muerte rescata y afi rma el poder de la libertad del justo, la obedien-cia del Hijo sobre todo poder terreno y contra toda codicia, instrumentos del Demonio.

• Jesús vive su muerte, injusta y terrible, en la Última Cena haciéndola ofrenda y alaban-za, sacrifi cio de redención... y en la Oración de Getsemaní “No se haga mi voluntad sino la tuya...” (Lc 22,42). En Hebreos, la muer-te de Jesús es el sacrifi cio defi nitivo del Hijo obediente, por lo que será resucitado y se convertirá en causa de salvación eterna para todos.

• La eucaristía es la celebración de la muerte de Jesús, el ofrecimiento y la entrega de su vida por su obediencia y por su amor. Quienes la celebran y se alimentan de ella se hacen

capaces de imitar al Maestro... y la comuni-dad que lo vive se hace verdaderamente mar-tirial.

• Los inicios de la Iglesia: los discípulos de Je-sús y primeros cristianos. Jesús les instruyó les formó: “lo que a mí me suceda os pasará a vosotros”; “serán perseguidos por causa del Maestro, les azotarán y llevarán a los tribu-nales”; “el discípulo no puede ser más que el Maestro... pero el Padre del Cielo cuidará de todos, pues hasta lo hace de un par de gorriones”. Los textos de despedida, en los capítulos 14-17 de San Juan, nos hablan bien de todo esto; “os lo he dicho por adelantado para que cuando suceda no se turbe vuestro corazón”. Y el anuncio de Jesús se cumplió. Sus discípulos consumaron su testimonio con el martirio; antes que ellos el Diácono San Es-teban... La Iglesia se preparó con la oración para el testimonio que Jesús les había anun-ciado y así también a lo largo de la historia, siempre ha habido mártires [ver Hch 5, 17; 5, 40-41; 7; 8, 1; 21, 15-28].

Martirio de grupos de cristianos en los primer

¡Creo! Cofrades en la Fe X Hermandad de la Santa Vera Cruz X Número 13 X Otoño 2013 X Página 19

II. HISTORIA DE LA IGLESIA

En la historia de la Iglesia nos muestra la rea-lidad del martirio, la heroicidad de los mártires, el valor de su testimonio y el lugar de honor que siempre ocuparon en las comunidades cristianas... y todo porque consumaron su unión con Cristo por la fuerza del Espíritu para gloria del Padre. La vida del cristiano continúa la lucha contra el mal en el mundo “todavía no habéis resistido hasta la muerte en vuestra lucha contra el pecado” Hebreos 12, 1-4. Resistir hasta la muerte en esta lucha entra en la vocación del cristiano. La posibilidad del martirio está siempre presente ante nosotros.

III. LA REALIDAD CRISTIANA

La experiencia de la persecución les hace a los primeros cristianos llegar hasta el fondo de las implicaciones y exigencias del bautismo; en reali-dad, el bautizado muere con Cristo para resucitar con Él por la fuerza del Espíritu; pasa de la muerte

a la Vida para la gloria del Padre. Pablo lo expresa cuando dice: Estoy crucifi cado con Cristo, vivo yo pero no soy yo, es Cristo quien vive en mí. Busca la justifi cación que viene de Dios y desea hacerse semejante a Jesucristo, no de cualquier modo sino por su “muerte”; sólo el anuncio de la fe para la salvación de sus hermanos le retiene en este mundo (Fil 1, 20-30). Cuando llegue la hora defi nitiva, la muerte ya no será un drama, sino el coronamien-to, la manifestación y el cumplimiento de lo que ha vivido durante toda la vida: “Estoy a punto de llegar al fi nal, he mantenido la fe, llego al fi nal de mi carrera, espero entrar en la gloria del Señor” (II Tm 4, 6-8).

Y la experiencia de Pablo no es algo excepcio-nal, es más bien la condición de todo cristiano “los que quieran vivir piadosamente en Cristo Jesús, su-frirán persecuciones” (II Tm 3, 13).

Los mártires, en el martirio, viven al máxi-mo su condición de bautizados... la culminación es la misma muerte... llevan a cabo las implicaciones bautismales hasta el fi n, y así se convierte en testi-monio para los demás, para nosotros.

Pero sabiendo que uno no puede confesar “Je-sús es el Señor” si no es por la fuerza del Espíritu, una “confesión” tan plena como la del martirio, no puede darse sin una gracia especial de Dios, un don de su Espíritu: el don de la fortaleza, de la piedad y el temor de Dios.

Por eso nosotros, mirando a nuestros mártires de todos los tiempos y de toda la Iglesia, podemos aprender a vivir día a día, “en el martirio de la vida cotidiana” nuestra condición bautismal. Muerte a cuanto nos aparte de Él y resurrección a la vida en Dios.

A punto vienen las palabras de Benedicto XVI en su visita en la Isla Tibertina a la Basílica de San Bartolomé, dedicada a los mártires del siglo XX 3:

El amor santo de Dios impulsó a Cristo a de-rramar su sangre por nosotros. En virtud de esa san-gre hemos sido salvados. Sostenidos por esa llama de amor, los mártires derramaron su sangre y se pu-rifi caron en el Amor de Cristo que a la vez les hizo capaces de sacrifi carse también ellos por el amor. Los testigos de la fe tenemos que vivir este amor “mayor”, dispuestos a sacrifi car nuestra vida por el Reino de Dios. De este modo, llegamos a ser amigos de Cristo, confi gurados con Él, aceptando el sacri-fi cio hasta el extremo, sin poner límites al don del amor y al servicio de la fe. El testimonio de Cristo hasta el derramamiento de la sangre es la mayor fuerza de la Iglesia. Aparentemente la violencia de los totalitarismos y la brutalidad de las persecu-ciones pueden parecer victoriosas cuando llegan a apagar la voz de los testigos, pero Jesús resucita-do ilumina y fecunda su testimonio para que sea semilla de cristianos y levadura del mundo. En la debilidad del mártir actúa una fuerza que el mundo no conoce, la fuerza de la cruz, la fuerza del amor,

Martirio de grupos de cristianos en los primeros siglos, en el circo de Roma.

victorioso con la fuerza del Espíritu, cuando parece estar derrotado y vencido. “Derribados pero nunca vencidos” (II Cor 4, 9). “Cuando soy débil entonces es cuando soy más fuerte” (II Cor 12, 10). En la de-bilidad del mártir se manifi esta la fuerza creadora del amor de Dios.

• Los mártires son nuestros maestros de vida (el valor absoluto de Dios).

• Su memoria nos recuerda que vivimos en un mundo difícil, donde muchas veces domina el mal, que los confl ictos son posibles y que la primacía del amor del cristiano tiene que llevarnos a dar la cara y no ocultarnos en un disimulo vergonzante.

• No debemos buscar los confl ictos, ni sólo de-nunciar el pecado; nuestro quehacer es hon-rar a Dios y amar al prójimo… pero no somos ciegos ni sordos y sabemos cómo la misión de la Iglesia provoca la persecución más o menos larvada. Hemos de estar preparados.

• Los que viven sin Dios tratan de justifi car su posición y quieren convencer, aún a los cris-tianos, de lo innecesario que es la presencia de Dios en el mundo. El cristiano ha de tomar posición ante la privatización de nuestros ser de cristianos o ante el testimonio respetuoso y comprometido de nuestra fe.

• Si Tertuliano pudo decir que “El martirio es la mejor medicina contra el peligro de la idola-tría” nosotros podemos decir que la condición martirial de la vida cristiana es un antídoto contra la tibieza y la secularización de los cristianos; la condición martirial del cristiano fundamenta la opción de una vida en Dios y con Dios.

• “Los cristianos españoles somos hijos de nuestros mártires lejanos y cercanos…”. ¿Qué hubiera sido de nuestra fe y de la Iglesia en España, sin el muro insalvable de la fortaleza de los mártires? ¿Qué hubiera sido de nuestra propia fe, de nuestra vocación sin el esplen-dor de su testimonio?

• En este momento, ellos son nuestros mejo-res intercesores y nos dan ejemplo para vivir nuestra fe con entusiasmo, con sinceridad y con fuerza, con humildad y coherencia, sin miedos… una fe viva por el amor, la caridad y el servicio a los hermanos… el espíritu de perdón y concordia.

IV. EL MARTIRIO EN LA DOCTRINA DE LA IGLESIA

• Concilio Vaticano II

En la constitución Lumen Gentium, 42: “Je-sús, Hijo de Dios, mostró su amor entregan-

do su vida por nosotros. Por eso nadie tiene amor más grande que el que da su vida por sus hermanos (1 Juan 3, 16 y Juan 15, 13). Pues bien, algunos cristianos, ya desde los prime-ros tiempos, fueron llamados y serán llama-dos siempre, a dar este supremo testimonio de amor delante de todos, especialmente, de los perseguidores. En el martirio el discípulo se asemeja al Maestro, que aceptó libremen-te la muerte para la salvación del mundo, y se confi gura con Él derramando también su sangre. Por eso la Iglesia estima siempre el martirio como un don eximio y como la su-prema prueba de amor. Es un don concedido a pocos, pero todos deben estar dispuestos a confesar a Cristo delante de los hombres y a seguirlo en el camino de la cruz en medio de las persecuciones, que nunca le faltan a la Iglesia”.

“La Iglesia siempre ha creído que los apósto-les y los mártires, que han dado con su sangre el supremo testimonio de fe y de amor, están más íntimamente unidos a nosotros en Cristo (que otros hermanos que viven ya en la Glo-ria). Por eso, los venera con especial afecto, junto a la bienaventurada Virgen María y los santos ángeles, e implora piadosamente la ayuda de su intercesión” (50).

El Concilio dice también que la mejor respues-ta al fenómeno del secularismo y del ateísmo contemporáneos, además de la propuesta adecuada del Evangelio, es “el testimonio de una fe viva y madura... y numerosos mártires dieron y dan un testimonio preclaro de esta fe. El siglo XX ha sido llamado, con razón, ‘el siglo de los mártires’” (Gaudium et Spes 2).

• Catecismo de la Iglesia Católica: números 2473 y 2474

2473 El martirio es el supremo testimonio de la verdad de la fe; designa un testimonio que llega hasta la muerte. El mártir da testimonio de Cristo, muerto y resucitado, al cual está unido por la caridad. Da testimonio de la ver-dad de la fe y de la doctrina cristiana. Sopor-ta la muerte mediante un acto de fortaleza. “Dejadme ser pasto de las fi eras. Por ellas me será dado llegar a Dios” (San Ignacio de Antio-quia, Epistula ad Romanos, 4, 1).

2474 Con el más exquisito cuidado, la Iglesia ha recogido los recuerdos de quienes llegaron hasta el extremo por dar testimonio de su fe. Son las actas de los mártires, que constituyen los archivos de la Verdad escritos con letras de sangre:

“No me servirá nada de los atractivos del mundo, ni de los reinos de este siglo. Es mejor para mí morir (para unirme) a Cris-

Año de la fe X Parroquia de San Juan de Dios X Número 13 X Otoño 2013 X Página 20

to Jesús que reinar hasta los confi nes de la tierra. Es a Él a quien busco, a quien murió por nosotros. A Él quiero, al que resucitó por nosotros. Mi nacimiento se acerca... (San Ignacio de Antioquia, Epis-tula ad Romanos, 6, 1-2).

“Te bendigo por haberme juzgado digno de este día y esta hora, digno de ser conta-do entre el número de tus mártires [...]. Has cumplido tu promesa, Dios, en quien no cabe la mentira y eres veraz. Por esta gracia y por todo te alabo, te bendigo, te glorifi co por el eterno y celestial Sumo Sa-cerdote, Jesucristo, tu Hijo amado. Por Él que está contigo y con el Espíritu, te sea dada gloria ahora y en los siglos venideros. Amen” (Martyrium Polycarpi, 14, 2-3).

• Santos Padres:

- Es bien conocido cómo San Ignacio de Antio-quia, condenado a morir devorado por las fi eras, fue trasladado a Roma donde recibió la corona del martirio en el año 107 en el rei-nado del emperador Trajano. Tal era su deseo de entregarse totalmente a Cristo que veía en la muerte el camino para ello. Así se expresa respecto al martirio inminente:

“Por lo que a mí toca escribo a todas las Igle-sias, y a todas les encargo que yo estoy pron-to a morir de buena gana por Dios, con tal de que vosotros no me lo impidáis. Yo os lo su-plico: no mostréis conmigo una benevolencia importuna. Permitidme ser pasto de las fi e-ras, por las que me es dado alcanzar a Dios. Trigo soy de Dios, y por los dientes de las fi e-ras he de ser molido, a fi n de ser presentado como limpio pan de Cristo”.

- San Justino, fi lósofo y mártir cristiano que se negó a ofrecer sacrifi cios a los dioses, en la persecución de Marco Aurelio en el año 165, se expresaba así:

“Es nuestro deseo más ardiente sufrir por amor a nuestro Señor Jesucristo, para ser salvados. Este sufrimiento nos dará la salva-ción”.

- La lección de San Cipriano es espléndida cuan-do, obispo de Cartago y mártir del siglo ter-cero en la persecución de Valeriano, nos ma-nifestaba:

“¡Feliz cárcel, dignifi cada por vuestra pa-ciencia! ¡Feliz cárcel, que traslada al cielo a los hombres de Dios!”. Y cuando se decretó la sentencia de muerte por la que iba a dar la vida por el Señor, exclamó: “Gracias sean dadas a Dios”. En el Tratado sobre los apósta-tas, refi riéndose a quienes, fi eles a su fe, es-taban dispuestos a dar la vida por el Señor, el

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Beatos mártires franciscanos de Praga.

mismo Cipriano escribe: “Ahí está la cándida cohorte de soldados de Cristo, que, dispues-tos a sufrir la cárcel y armados para arrostrar la muerte, quebrantaron con su irresistible empuje la violencia arrolladora de los golpes de la persecución. Rechazasteis con fi rmeza al mundo, ofrecisteis a Dios magnífi co espec-táculo y a los hermanos disteis ejemplo para seguirlo”. Y otra vez San Cipriano en el mismo tratado, nos exhorta: “Miramos a los márti-res con gozo de nuestros ojos y los besamos y abrazamos con el más santo e insaciable afecto, pues son ilustres por la fama de su nombre y gloriosos por los méritos de su fe y valor”.

- San Fulgencio de Ruspe, hablando sobre San Esteban afi rma:

“Esteban, para merecer la corona que signi-fi ca su nombre tenía la caridad como arma, y por ella triunfaba en todas partes. Por la caridad de Dios no cedió ante los judíos que lo atacaban, por la caridad hacia el prójimo, rogaba por los que lo lapidaban… oraba para que no fueran castigados”.

- San Cornelio alaba la fortaleza del mártir:

“No hay manera de expresar cuan grande ha sido aquí la alegría y el regocijo, al enterar-nos de vuestra fortaleza: de cómo has ido tú a la cabeza de tus hermanos, en la confesión del nombre de Cristo”.

- Tertuliano, por su parte, refi riéndose a la cár-cel y a los encarcelados para el martirio, les alaba de esta manera:

“Hay oscuridad, pero la luz sois vosotros pre-cisamente; hay cepos, más vosotros estáis liberados por Dios; allí se percibe un mal he-dor, pero vosotros sois un perfume suave; es-táis en espera del juicio, pero seréis vosotros quienes haréis el proceso de vuestros jefes”.

- Escuchemos, por fi n, a San Agustín que nos dice:

“Por los hechos tan excelsos de los santos mártires, en los que fl orece la Iglesia por to-das partes, comprobamos con nuestros pro-pios ojos cuan verdad sea aquello que hemos cantado: Mucho le place al Señor la muerte de sus fi eles, pues nos place a nosotros y aquel en cuyo honor ha sido ofrecida” (Sermón 329); y en otro lugar: “El pueblo cristiano celebra la conmemoración de sus mártires con religio-sa solemnidad, para animarse a su imitación, participar de sus méritos y ayudarse con sus oraciones…” (Tratado contra Fausto, 20, 21). Y en el Sermón de la fi esta de San Fructuoso: “Bienaventurados los santos en cuya memoria celebramos el día de su martirio: ellos reci-bieron la coraza eterna y la inmortalidad sin

fi n, a cambio de la vida corporal. Y a nosotros nos dejaron su exhortación. Cuando oímos cómo padecieron los mártires nos alegramos y glorifi camos en ellos a Dios”. Para el Santo de Nipona, la grandeza de los mártires está en su maravillosa unión con Cristo: “¿Cómo podrían haber triunfado los mártires si en ellos no hubiera vencido aquél que afi rmó: Tened valor, yo he vencido al mundo? El que reina en el cielo regía la lengua y la mente de sus mártires, y por medio de ellos, en la tierra vencía al diablo y, en el cielo, coronaba a sus mártires. ¡Dichosos los que así bebieron este cáliz! Se acabaron los honores y recibie-ron el honor”.

• Los papas Pablo VI, el beato Juan Pablo II y Benedicto XVI:

En 1964 Pablo VI decía al canonizar a San Car-los Luanga y compañeros mártires:

“Los mártires africanos vienen a añadir a este catálogo de vencedores, que es el mar-tirologio, una página trágica y magnífi ca, verdaderamente digna de sumarse a aquellas de la antigua África. Estos mártires africanos abren una nueva época… La África, bañada por la sangre de estos mártires resurge libre y dueña de sí misma. La tragedia que los de-voró fue tan inaudita y expresiva que ofrece elementos representativos sufi cientes para la formación moral de un pueblo nuevo, para la fundación de una nueva tradición espiritual, para simbolizar y promover el paso desde una civilización primitiva hacia expresiones supe-riores del espíritu y a las formas superiores de la vida social”.

Y el beato Juan Pablo II en su intenso pontifi -cado valoró el testimonio de los mártires; canonizó o beatifi có a muchos y en sus homilías y discursos nos mostró cómo un heroísmo tal ha de venir de la fuerza de Dios, la gracia del Espíritu y el amor a Jesucristo, Rey y Señor de los mártires.

Así en la beatifi cación de tres carmelitas descalzas de Guadalajara (29-III-1987) decía: “Hu-mildes y gozosos testigos de la fuerza del amor de Cristo, las tres beatas carmelitas descalzas márti-res son para toda la Iglesia ejemplo de fi delidad heroica que brota de la atención amorosa a cumplir en todo la voluntad del Padre, con caridad y cohe-rencia evangélica”.

El 10 de octubre de 1993, en la beatifi cación de varios mártires andaluces, el sacerdote Pedro Poveda, la maestra Victoria Díez, los obispos Die-go Ventaja y Manuel Medina más siete hermanos de la Doctrina Cristiana, el la homilía decía: “Todo lo puedo en aquél que me conforta (Flp 4, 13). Hoy la Iglesia pone estas palabras del apóstol Pablo en labios de los mártires que en nuestro tiempo, han

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dado nuevo testimonio de una fe sorprendente. ¡En Cristo todo lo puedo! Esta es la fuerza del amor, manifestado plenamente en la resurrección… Se trata de mártires, es decir de testigos de verdad y de libertad… Con su sacrifi cio el mártir grita ante el mundo su elección libre de la verdad de Dios contra toda lisonja o amenaza de quien se opone a Dios”.

En el Consistorio del 13 de junio de 1994 de-cía a los cardenales: “Como cada siglo la historia de la Iglesia, también la nuestra ha dado numero-sos santos y beatos, y especialmente muchos már-tires. En el ya citado memorando sobre el tema de

la preparación para el gran jubileo, he subrayado la oportunidad de elaborar un martirologio contem-poráneo, que tenga en cuenta a todas las iglesias particulares, también en una dimensión y en una perspectiva ecuménica. Hay muchos mártires en las iglesias no católicas: ortodoxos en oriente y tam-bién protestante”.

En la Carta Apostólica “Tertio milenio adve-niente” habla de “aquella siembra de mártires y aquel patrimonio de santidad que caracterizaron a las primeras generaciones cristianas”… “En nuestro siglo han vuelto los mártires, con frecuencia desco-nocidos, ‘miles ignoti’ de la causa de Dios”.

El Papa pedía a las iglesias locales que no pierdan la memoria de los que han sufrido martirio, que se recoja la documentación necesaria pues al reconocer la santidad de estos hijos e hijas se ren-dirá máximo honor a Dios mismo.

En el mismo año de 1994, el 26 de diciembre, fi esta de San Esteban, Protomártir, a la hora del Án-gelus se oía la palabra del Papa: “La Iglesia se ha fortalecido constantemente con la contribución de los mártires que, como San Esteban, se han sacrifi -cado por la gran causa de Dios entre los hombres. El pueblo cristiano, por consiguiente, no puede y no quiere olvidar el don que le han hecho estos miembros suyos elegidos: constituyen un patrimo-nio común de todos los creyentes. El ejemplo de los mártires y de los santos es una invitación a la plena comunión entre todos los discípulos de Cristo”.

Benedicto XVI en Porta Fidei, convocando el “Año de la Fe”: “Por la fe, los mártires entregaron su vida como testimonio de la verdad del Evangelio, que los había transformado y hecho capaces de lle-gar hasta el mayor don del amor, con el perdón de sus perseguidores” (P.F. 13).

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SEGUNDA PARTE:

SIETE MÁRTIRES DE LA DIÓCESIS DE JAÉN. EJEMPLOS CONCRETOS DE TESTIGOS DE LA FE.

SIETE TESTIGOS DE LA FE EN NUESTRA DIÓCESIS:

+ Mons. Manuel Basulto Jiménez, Obispo de Jaén.

+ Félix Pérez Portela, Vicario General de la Diócesis y Deán de la Santa Iglesia Catedral.

+ Francisco Solís Pedrajas, Párroco y Arcipreste de Mancha Real.

+ Francisco López Navarrete, Párroco y Arcipreste de Orcera.

+ Manuel Aranda Espejo, Joven Seminarista de Monte Lope Álvarez.

+ José María Poyatos Ruiz, Joven de Acción Católica y de Adoración Nocturna de Rus.

+ Victoria Valverde González, Superiora de la Divina Pastora de Martos.

Algunos datos biográfi cos: su origen, su vida y testimonio martirial.

I. EL OBISPO DE JAÉN

MONS. MANUEL BASULTO JIMÉNEZ

Era natural de Adanero, un pueblo de Ávila y nació en 1869; ingresa en el Seminario de Ávila, y es ordenado sacerdote en el año 1892; fue párroco de Santo Tomás de Ávila y profesor en el Seminario Mayor; después Canónigo de León y Madrid. El Papa le nombró Obispo de Lugo en 1909 y en 1920 Obispo de Jaén hasta 1936 en que muere. Tuvo como lema la frase de Santa Teresa de Jesús “quien a Dios tiene nada le falta”. Mons. Basulto fue un obispo bueno y fi el, amó a la Iglesia y dio testimonio de ello con su vida, y con su muerte, pues nadie tiene más amor que quien da la vida por la persona amada. Fue un obispo de buena preparación teológica, de costum-bres sencillas, no dado al boato, acogedor con los sacerdotes y cercano al pueblo; los fi eles le que-rían. Concluyó el Seminario Mayor de Jaén, y puso los cimientos del Menor. Hizo prosperar en la dió-cesis la Acción Católica, la Adoración Nocturna, la Catequesis, actividades de acción social, de caridad y benefi cencia y actividades culturales. Se avanzó mucho en el apostolado seglar, en la piedad y en la formación de los sacerdotes.

Sufrimientos y gozos. A este obispo le tocó sufrir, especial desde 1930, porque la Iglesia era calumniada y perseguida, faltaba la libertad a los fi eles en la práctica religiosa y los sacerdotes en-contraban difi cultades en el desempeño de su mi-sión; no obstante también sintió el afecto de sus diocesanos, clero y fi eles. En 1935 celebró sus bodas de plata episcopales, en ellas recibió el afecto del clero y de los fi eles.

Prisionero en su propia Catedral y Marti-rio. Iniciada la guerra civil, 18 de julio de 1936, se afi anzó la persecución religiosa; así el día 2 de agos-to fue asaltado el Obispado y el Sr. Obispo hecho prisionero en la Catedral, con su hermana Teresa, su cuñado Mariano, junto al Vicario General. Tuvo que vestir de paisano y fue instalado, con la familia, en una sala para mejor vigilarlo. El obispo preso en su propia Catedral se convertía en un signo de po-breza, humildad y confi anza plena en Dios. Así se le oía decir ante cualquier comentario: “Todo sea por Dios Nuestro Señor…”. Tanto en la cárcel provincial como en la Catedral, convertida en cárcel, había una gran aglomeración de reclusos. Se decidió unos traslados: de la provincial 322 presos el 11 de agos-to y desde la Catedral, el día 12, más de 200; el Sr. Obispo irá en este grupo de presidiarios. Los testigos cuentan que por el camino sufrió toda clase de ve-jaciones, que le gritaban ¡muerte al obispo! y con palabras soeces le ofendían. Llegados al apeadero de Santa Catalina por el lugar llamado Pozo del Tío Raimundo, cerca de Vallecas, se realizó la gran ma-tanza, unos 179; al Obispo le dispararon, mientras con los brazos en cruz aclamaba a Cristo el Señor y perdonaba a los que le hacían mal.

Sepultura, exhumación de los restos y tras-lado a Jaén. Terminada la masacre, fueron sepul-tados en las fosas comunes y allí también el Obispo Las noticias llegaron a Jaén y poco a poco se fue sabiendo toda la verdad y la magnitud de la masa-cre. Todos reconocían que Don Manuel Basulto ha-bía muerto por ser obispo y defender a Cristo y a su Iglesia. Terminada la guerra, se exhumaron los restos y el cadáver del Sr. Obispo fue identifi cado por una prótesis dental y algún signo episcopal. En un tren funerario partieron los restos de todos ha-cia Jaén. El 11 de marzo de 1940 fueron recibidos en la capital del Santo Reino. Al pie del Altar de la Cripta de Sagrario de la Catedral, presidido por un impresionante Crucifi jo del escultor jiennense Ja-cinto Higueras, quedaron guardados los restos del Obispo de Jaén, Siervo de Dios Manuel Basulto Ji-ménez, y en una lápida de mármol se escribió: “A la Buena Memoria del Obispo Mártir Excmo. y Rvdmo. Señor Don Manuel Basulto Jiménez, que apresado en su casa por los marxistas y conducido a Madrid en un tren de presos, antes de llegar a la Capital, postrándose de rodillas y bendiciendo a sus impíos ejecutores, fue inicuamente fusilado el día 12 de agosto de 1936. Piadoso. Afable. Sabio. Elocuente. Vivió 67 años. Recibió público y solemne homenaje fúnebre en la ciudad de su título episcopal el día 10 de marzo de 1940. Sus restos fueron depositados en esta cripta de su Iglesia. En espera de la resurrec-ción de la carne”.

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Mons. Manuel Basulto Jiménez

II. FÉLIX PÉREZ PORTELA, VICARIO GENERAL DE LA DIÓCESIS

Y DEÁN DE LA CATEDRAL

Don Félix, también nació en Adanero (Ávi-la), en 1895. Pronto marchó la familia a Madrid e ingresó en aquel Seminario en 1907. Los estudios superiores los realizó en Roma y allí fue ordenado sacerdote por el cardenal español Rafael Merry del Val, celebrando la Primera Misa en la Capilla del Co-legio Español. Volvió a España y por dos años actuó como sacerdote en su diócesis de Madrid, pero en 1920 Mons. Basulto le propuso le acompañara a su nueva Diócesis de Jaén; don Félix aceptó y, desde ese momento, se entregará totalmente a su obispo y a la Iglesia de Jaén. Fue secretario particular del Obispo, Benefi ciado de la Catedral y poco después Canónigo; nombrado Canciller Secretario General de la Diócesis y Vicario General. Unido al Obispo y al presbiterio sirvió a la Iglesia de Jaén.

El perfi l humano y sacerdotal de don Félix

Don Félix era un hombre serio, cumplidor y exigente, a la vez que bon-dadoso y sencillo; tenía un trato muy humano con to-dos, de carácter ecuánime y con un gran dominio de sí, austero consigo mismo y generoso con los demás; decidido y ponderado en los

asuntos de gran responsabilidad, que por sus cargos tenía que afrontar; “un sacerdote de vida ejem-plar”, decían; cultivaba las virtudes sacerdotales: oración, entrega pastoral, estudio permanente de las ciencias sagradas, fi el al obispo, buen compañe-ro. Un castellano al servicio de la Iglesia de Jaén, fi el hasta la muerte.

Tiempos difíciles. A don Félix le tocó vivir los tiempos difíciles de la II República e inicio de la guerra civil, aún teniendo la oportunidad de es-capar, no se separó del Obispo, le asistió hasta el último momento y fue martirizado con él. A partir de julio de 1936 arreció la persecución y llegó el martirio; don Félix, fi rme en su fe, fi el a su Obispo, aún pudiéndose salvar “porque la cosa no iba con él”… padeció el mismo camino del calvario: trasla-dado en el llamado “tren de la muerte”, maltratado moralmente, asesinado con disparos, mientras per-donaba y confesaba su fe.

Don Félix, dejando solos a su anciano padre y a la propia hermana que les atendía, fue hecho pri-sionero en la Catedral, con el Obispo y la familia de éste, el 2 de agosto. Incluido en el supuesto traslado a Alcalá de Henares, 12 de agosto, fue sacrifi cado en las cercanías de un apeadero por el Pozo del Tío Rai-mundo. Afi rman que dijo a los que querían salvarle

“Lo que sea del Señor Obispo que sea de mí”. Doña Gabriela, hermana de don Félix cuenta: “me dijeron que mi hermano pidió lo mataran el último y se lo concedieron, que les animó a dar la vida por Cristo, les echó la absolución y dando un viva a Cristo Rey, le dieron muerte”. Sus restos, como los del Obispo, fueron echados a una fosa común en el cementerio de Vallecas; fi nalizada la contienda, fueron exhu-mados y trasladados a Jaén por la misma vía por la que habían ido al martirio, no consta que los de don Félix pudieran ser identifi cados, pero tenemos la certeza de que están en lugar sagrado, en la dig-na Cripta del Sagrario de aquella Catedral a la que pertenecía y que rigió por breve tiempo.

Actualidad del testimonio martirial. El tes-timonio de don Félix, como el de otros tantos sacer-dotes y fi eles, nos hace recordar las palabras de Su Santidad el Beato Juan Pablo II pronunciadas el 10 de octubre de 1993 en la beatifi cación del sacerdote jiennense y también miembro del Cabildo Catedrali-cio de Jaén, San Pedro Poveda, cuya sangre asimis-mo fue derramada el 28 de julio, unos 15 días antes que don Félix: “Todo lo puedo en aquél que me con-forta (Flp 4, 13). Hoy la Iglesia pone estas palabras del apóstol Pablo en labios de los mártires que, en nuestro tiempo, han dado nuevo testimonio de una fuerza sorprendente. ¡En Cristo todo lo puedo! Ésta es la fuerza del amor, un amor más fuerte que la muerte; un amor vivifi cante, que se ha manifestado plenamente en la resurrección. Pedro Poveda Cas-troverde, fundador de la Institución Teresiana, supo mantener el propio testimonio hasta derramar su sangre. Su máxima fue siempre responder, como Je-sús, a la voluntad del Padre… Se trata de mártires, es decir de testigos de verdad y de libertad. En el martirio resplandece la íntima conexión existente entre estas dos dimensiones, que la cultura actual siente la tentación de separar y, a veces incluso, de oponer. Con su sacrifi cio el mártir grita ante el mundo su elección libre de la verdad de Dios contra toda lisonja y amenaza de quien se opone a Dios”.

III. FRANCISCO SOLÍS PEDRAJAS,

PÁRROCO Y ARCIPRESTE DE MANCHA REAL

Don Francisco nació en Marmolejo (Jaén), el 9 de julio de 1877, hijo de Miguel y Antonia. Su padre era carpintero y él mismo trabajó en la carpintería. Estudió en el Seminario de Jaén y fue ordenado sa-cerdote el 22 de diciembre de 1900. Tenía 23 años cuando le destinaron, como Coadjutor, a Valdepeñas de Jaén; por oposición pasó a Cura Propio de Baños de la Encina. Con una comisión especial, en 1913, lo encontramos en Santisteban del Puerto y de aquí a Mancha Real como Párroco y Arcipreste, desde 1914.

Un Párroco de talla

• Una de las mayores preocupaciones fue atraer al mundo obrero, ofreciéndole toda la dimen-

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sión liberadora del Evangelio, expresada en la Doctrina Social de la Iglesia. Programó ac-ciones sociales de honda envergadura: distri-bución de grandes fi ncas entre los obreros; su plan lo expresó en el sermón que predicó en la fi esta de Ntra. Sra. del Rosario, el 9 de oc-tubre de 1915.

• Promovió la fundación de un colegio, dentro de la Institución SADEL, Sociedad Anónima de Enseñanza Libre, ante la falta de libertad que las leyes de enseñanza habían implantando.

• Cuidó del Templo Parroquial con exquisito acierto y elegancia. Estableció la Acción Ca-tólica en sus dos ramas de hombres y muje-res, con secciones según las edades y el esta-do familiar.

• Organizó la Catequesis y siempre estaba pre-sente en ella con los niños y catequistas. Ante la escasez y hasta el hambre que se padecía en grandes sectores, abrió un comedor, donde se repartía comida diaria a los necesitados.

• Fomentó la Adoración Nocturna y trabajó por las vocaciones sacerdotales Gran trabajador y apóstol entusiasta, fue un sacerdote bien preparado y siempre disponible.

Los testimonios de quienes le conocieron ma-nifi estan que don Francisco era un sacerdote celoso, entregado a sus feligreses, de oración y estudio.

El sacerdote don Francisco Cavallé, que le había conocido y recibido catequesis de él, dejó es-

crito: “don Francisco Solís fue tan sólo sacerdote, sacerdote de Cristo cien por cien. Fue párroco de todos sus feligreses, saliendo con remedios efi caces, a favor de sus almas en todas circunstancias. Fue sola y exclusivamente pastor de almas. Fue guía de almas en tiempos difíciles. FUE HOMBRE DE DIOS”.

Difi cultades y contratiempos. La persecu-ción religiosa, iniciada en los años 30, trajo a don Francisco grandes difi cultades en su trabajo pasto-ral, por la falta de libertad religiosa y por un verda-dero odio a todo lo católico, hasta que en 1936, fue recluido en la prisión de Mancha Real y de aquí pasó como “prisionero de Cristo” a la Catedral de Jaén; en ella se distinguió por el cuidado de los enfermos, el apoyo a sus compañeros, la disponibilidad para ayudar a todos los que padecían por diversas causas.

El martirio. Don Francisco Solís tuvo la suer-te de tantos elegidos de Dios, pues daría el testimo-nio supremo con el martirio. En la madrugada del 4 de abril de 1937 se manda a los presos levantarse de sus colchonetas. Prácticamente tratan de diez-mar la población reclusa. Entre los elegidos está don Francisco; sacan a los elegidos a la plaza de Santa María con las manos atadas y les hacen subir en unos camiones. Don Francisco animará en todo momen-to a los compañeros de martirio, les ayudará con jaculatorias, cantos a la Virgen y con su ejemplo. Llegados a las paredes del cementerio de Mancha Real comienza la masacre; él pide ser ejecutado el último, así les ayuda a todos, les absuelve y al fi n muere proclamando a Cristo como su único Rey y Señor.

Sepultura y exhumación de sus restos. Los restos fueron echados a una fosa común, como era el proceder de aquellas autoridades. Terminada la guerra, fueron exhumados todos; los de don Fran-cisco fueron identifi cados. En la Parroquia se ofi ció un solemne funeral; el pueblo pidió se llevaran al Templo los restos de su Párroco don Francisco Solís Pedrajas y así “de cuerpo presente presidió” aquel acto fúnebre, aunque su espíritu gozaba ya del Dios de la misericordia.

IV. FRANCISCO LÓPEZ NAVARRETE,

PÁRROCO Y ARCIPRESTE DE ORCERA

Nació un 2 de marzo de 1892, en la calle Nueva de Villanueva del Arzobispo; hijo de Andrés y María Fuensanta, y le bautizaron con el nombre de Francisco de Paula. La familia poseía una ferretería, “Ferretería La Llave”. Ambiente familiar religioso. Muy pronto murió su madre; el padre contrajo nuevo matrimonio y él se acogió a la Virgen, considerándo-la, como su propia madre Con 8 años, fue enviado a estudiar a Úbeda con unos familiares.

Vocación sacerdotal. Entrada al Seminario. Don Francisco fue llamado por Dios y respondió con total disposición hasta la muerte. Muy niño escri-

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bió a su padre diciéndole marcharía a misiones. Por el 1905 ingresó en el Seminario de San Felipe Neri, Baeza; tenía 13 años. Se mostró como un buen se-minarista y aunque aparentemente fuerte, con fre-cuencia caía enfermo. Tenía verdaderas cualidades artísticas y un espíritu religioso profundo.

Sacerdote y Primera Misa. Recibió la orde-nación de Presbítero el 23 de diciembre de 1916 en Córdoba por enfermedad grave del obispo propio, y celebró la Primera Misa Solemne en su Parroquia de San Andrés, el día 1 de enero de 1917. Fue enviado a Beas de Segura y Cañada Catena, donde realizó una labor extraordinaria. Atendía a las Monjas Carmeli-tas y el Colegio de la Divina Pastora… mucho queha-cer y poco cuidado con su persona, ciertas envidias y maledicencias…les hizo caer enfermo y marchó en 1927 a su pueblo, a casa del padre, para ser atendi-do. ¡Cuánto le echaron de menos!

De Villanueva del Arzobispo a Orcera

Llegó a Villanueva del Arzobispo y atendió a las religiosas de Cristo Rey y al colegio de huérfanos. Ayudaba en la parroquia, puso una escuela gratuita para niños y mozalbetes que habían quedado atrás, se ejercitó en manualidades y obras de artesanía, pero ante todo, rezó mucho al Señor y sufrió unido a su Pasión. Por fi n, el Obispo Mons. Basulto le nombró Párroco y Arcipreste de Orcera, a donde llegó el 12 de agosto de 1933, vísperas de la Patrona y titular

de la Parroquia. Rápidamente se puso a la labor, pa-recía sospechar que el tiempo iba a ser corto y no podía entretenerse en el camino:

• A su llegada buscó a las doce personas más pobres para conocerles y darles una limosna. Las invitaba a comer en las fi estas principa-les.

• Proyectó una gran acción misional en toda la Sierra de Segura. Igualmente tenía en sus pla-nes, construir una “casa sacerdotal” centro de acogida de sacerdotes, lugar de estudio, descanso y para la organización de los planes de pastoral.

• Fundó la Acción Católica, el Apostolado de la Buena Prensa y, dejó su buen ejemplo para el nacimiento de la Adoración Nocturna. Visitó las casas del pueblo, familia por familia, las cortijadas y aldeas, ayudaba en los pueblos del Arciprestazgo, andando o en caballería.

• Creía en el valor de la oración y, oraba in-sistentemente, también pedía oraciones a los Conventos de Clausura como medio efi caz para un apostolado fértil. Su dedicación y amor a los enfermos y a los pobres, es reco-nocido por todos. Aunque querido en Orcera y por sus habitantes, a don Francisco le tocó vivir un tiempo difícil durante los tres años que dirigió aquella parroquia. La persecución religiosa también se cebó en él.

El vendaval arrecia. A comienzos del vera-no de 1936, don Francisco enferma y el médico le manda vaya a casa de su familia y que se restablez-ca allí con un plan de comidas y descanso. Llega a Villanueva el 13 de julio pero, ante las noticias que llegaban, manifi esta su propósito de volver a la parroquia: “Me vuelvo a Orcera, mi sitio no está aquí”. Su padre se lo impidió, la persecución arreció y don Francisco entró en peligro.

Detención, condena y muerte. Fue deteni-do el día 28 de agosto de 1936; era la hora de co-mer; llegaron al domicilio familiar, preguntaron por el cura, él se hizo presente y le pidieron entregara las imágenes y cuadros religiosos para profanarlos y destruirlos. “Eso nunca, contestó valientemente, haced conmigo lo que pretendéis hacer con las imá-genes”. La condena estaba servida. Se lo llevaron, entre empujones y mal trato, en un camión salieron de Villanueva en dirección hacia Beas de Segura. En-tre los olivos, cerca del cortijo de la Venta Porras, junto a la vía del ferrocarril proyectado “Utiel-Bae-za”, en la boca del túnel número 13, le fusilaron, le rociaron de gasolina y viendo que no moría casi descuartizaron su cuerpo. Así encontraron sus restos en 1939 que fueron llevados al Cementerio de Villa-nueva y que serán trasladados a la Parroquia para su veneración.

Devoción y fama de santidad. En los tres pueblos, donde especialmente ejerció su ministerio:

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Villanueva, Beas de Segura y Orcera se le recuerda con cariño; su memoria ha ido pasando de unos a otros y se le venera como a “un santo mártir”.

V. MANUEL ARANDA ESPEJO, JOVEN

SEMINARISTA DE MONTE LOPE ÁLVAREZ

Origen y familia. Nació en la provincia de Jaén, término municipal de Martos, en el anejo de Monte Lope Álvarez, un 22 de marzo de 1916. Hijo de Francisco y Dolores, el último de los seis hijos. Era una familia de trabajadores creyentes, pero con pocas prácticas religiosas, pues en el lugar no había sacerdote ni iglesia. Manuel se desarrolla en su in-fancia y adolescencia con toda normalidad, asiste a la escuela de un “maestro idóneo”, pronto alterna con el trabajo del campo y tiene un temperamento alegre y espontáneo, cuerpo fuerte y bien desarro-llado.

Cómo fue la llamada de Dios y cómo res-pondió Manuel. Habría cumplido los 14 años, cuan-do un sacerdote de Martos comienza a frecuentar la aldea para la misa, algunos domingos y la doctrina cristiana. La familia Carrasco, había construido una Capilla, Manuel había contactado con el Sacerdote y con el Sr. Carrasco. Alguien podría encargarse de la doctrina, piensan en nuestro Manuel y se lo ofre-cen… Dios está preparando el terreno, ¿y por qué no, entrar en el Seminario? ¿Ser Sacerdote? ¡Es un chispazo! Pero ahora Manuel ha de conseguir el per-miso de sus padres. El padre, sensible al problema económico y al anticlericalismo naciente, se opone aunque al fi n, cedió, con el deseo de lo mejor para el hijo.

En el Seminario. Manuel ha superado la ado-lescencia y llega al Seminario cuando sus compa-ñeros son aún niños; sería una dura experiencia, que superó con fuerza de voluntad. Cursos 1931-32 y 1932-33. Sólo dos años en Baeza. Su aprovecha-miento en los estudios fue excelente. El primer año debió ser más difícil, pero sus cualidades hicieron que sólo con dos años los superiores lo vieran pre-parado para iniciar los cursos de Filosofía en el de Jaén. Tres años de Filosofía en Jaén: cursos 1933-36. En septiembre de 1933, llega Manuel al Semi-nario Conciliar de la Inmaculada y San Eufrasio, en la ciudad de Jaén. Fue seminarista obediente, fi el a las orientaciones y al reglamento; estudioso como lo dicen sus notas, era becario de la Catedral; fue muy piadoso: Amor a Cristo-Eucaristía, devoción al Sagrado Corazón; amor a la Virgen María y el Santo Rosario.

Su vida en las vacaciones de verano. Un verdadero apóstol en la catequesis a niños y fomen-to de las vocaciones sacerdotales; con los jóvenes y en el contacto personal. Preparaba a los que iban a contraer matrimonio; les prestaba libros y hablaba con ellos. Fuerza de voluntad, actitud férrea consi-

go, pero nunca dureza con los demás. Era un “após-tol itinerante”, que iba por los cortijos y cortijadas en un apostolado verdaderamente valioso. Manifes-tó siempre un especial respeto y piedad para con sus padres y hermanos, a los que consideraba campo especial de su apostolado y oración.

Preocupado por los problemas sociales de su tiempo; amor al Seminario y cuidado de su propia vocación. La personalidad del joven Manuel se va fraguando sobre los fi rmes pilares que cimien-tan la vida cristiana. Amor a Dios y amor al prójimo, rezaba mucho, iba a misa a los pueblos cercanos, vivía de fe y esperanza en Él. Además la cercanía a los pobres a los que ayudaba con lo poco que tenía, a veces se quedaba sin comer en el campo para dar-lo a los que trabajaban con él. Era un joven normal. Sus paisanos le aceptaban y respetaban hasta que el ambiente se hizo incómodo, sobre todo en el verano de 1934 y 1935.

¿Cómo se explica su muerte? Manuel en nada estaba implicado, pero no, ¡sí que estaba implicado y comprometido con la fe cristiana! Su muerte no podía explicarse porque fuera “un señorito”, le ha-bían visto ganando el jornal y cerca de los pobres. Tampoco por ideología política, no se identifi caba con ninguna, defendía la fe de la Iglesia. No por ren-cores personales; fue un niño y un muchacho con

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los demás y como ellos; él ya estaba por encima del ambiente, ni por clase alguna de interés político u hostilidad ideológica, desde los 15 años en el Semi-nario.

Aquel verano de 1936. El año 1936 se pre-sentó difícil; en junio Manuel llegó a su casa y se incorporó a las faenas del campo. Volvió a Jaén para el retiro de mes en el Seminario, el 14 de julio; de nuevo a casa el día 15; el 18 estalla la guerra. Sería el 21 de julio cuando es detenido y hecho prisionero en la iglesia de la Virgen de Carmen; se le veía bajo el púlpito, recogido en oración, ensimismado en Dios y meditando en lo que le va a pedir. Los guar-dianes o milicianos, se ensañaban con él; le mandan quemar los cuadros del Vía-Crucis, no lo consiguen; le amenazan, le ordenan que blasfeme, se niega ro-tundamente, le maltratan… Llegó el momento su-premo. El día 8 de agosto, hacia las 9, le sacan para el trabajo diario: barrer, recoger la basura, llevar un carrillo cargado de huesos para enterrarlos en el campo; va entre dos jóvenes armados de escopetas. Una vez frente al cortijo de “oliveros” o “ramales”, cerca de “La Patrocinia”, le mandan entrar en el oli-var; sortea la cuneta, el carrillo se le viene encima, le empujan, le dicen malas palabras y le dan algún varetazo; le hacen parar al tercer olivo, le mandan cavar un hoyo para enterrar los huesos. Se abre este diálogo de gloria:

• Ahora sí que vas a blasfemar. ¡Pues yo os digo que no diré ni una palabra contra Dios!

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• Tenemos cargadas las escopetas. ¡No y no!

• Pues te matamos. ¡Venga de ahí! Perdón, Señor, y Misericordia.

Así quedó su cuerpo tendido bajo el sol, junto al olivo; ¡que su alma había volado a las alturas más allá del sol... y las estrellas...!

Después de su muerte. Trasladado a Martos fue enterrado en una fosa común, terminada la guerra fueron reconocidos sus restos que hoy se en-cuentran en la Cripta del Santuario de Santa María de la Villa. Por todos es considerado un verdadero mártir de Cristo.

VI. JOSÉ MARÍA POYATOS RUIZ,

JOVEN DE ACCIÓN CATÓLICA Y

DE ADORACIÓN NOCTURNA

Nace José María en Vilches (Jaén) el 20 de oc-tubre de 1914, hijo de Blas y María y bautizado en la Parroquia de San Miguel. Familia numerosa y cristia-na. Por un tiempo vivió en Tíscar (Quesada). En Rus asistió a la escuela pública, era despierto, alegre y religioso; por el año 1921 hizo la Primera Comunión.

Juventud. José María de joven vivió en Rus en la calle Iglesia nº 3, allí atendió la tienda de co-mestibles que abrió la familia y donde demostró su espíritu de generosidad y caridad cristiana. Asistía todos los días a la Santa Misa, al rezo del Rosario y a las demás prácticas religiosas organizadas en la Parroquia. Ya en Rus abrió un Centro de Acción Ca-tólica y tuvo alguna difi cultad por sus convicciones cristianas. Se le buscó un trabajo en Úbeda y junto con su hermana María del Castillo, marcharon a vivir allí, donde se colocó en una fábrica de extracción de aceites de orujo.

Obrero cristiano y competente. Fue buen trabajador, buen compañero y cristiano practicante que nunca se avergonzó de manifestarlo y de hacer el apostolado entre sus propios compañeros. Perte-neció a dos asociaciones cristianas muy en boga en-tonces: La Acción Católica y la Adoración Nocturna.

Problemas y difi cultades. El ambiente crea-do en la República contra lo religioso, la falta de respeto a todo lo cristiano y a quienes trataban de vivir la fe, creció en modo desmedido con la entrada de 1936. En Úbeda había revuelta social, laboral y política, como en todo Jaén. José María comenzó a sentir una soterrada persecución de parte de algu-nos compañeros de trabajo en la fábrica, a la salida o entrada de ella: la razón era el ser cristiano y no esconderse de serlo. Nos quedan referencias muy concretas sobre el tema, por ejemplo el episodio de las cruces: comenzaron por pintar unas cruces sobre el montón de orujo por el que tenía que pasar,

y así tuviera que pisarlas, él manifestó su descon-tento ante los compañeros pero sin acusar a nadie ante la dirección, presiones ante un confl icto labo-ral. José María conocedor de la Doctrina Social de la Iglesia, no secundó ciertas revueltas en el trabajo y valientemente manifestó su postura, por lo que fue despedido del trabajo, cuando cayó la fábrica en manos del comité de trabajadores; todos decidie-ron despedir a José María, por tener ideas cristianas contrarias a la de ellos.

Presentimientos y predicciones. José María anunció a su hermana María del Castillo lo que le iba a suceder y la llegada de la SAFA a Úbeda; todo después se cumplió con fi delidad.

En torno al martirio. José María tenía con-ciencia clara de la proximidad de su martirio, no sólo eran las predicciones sino la certeza de los hechos que atenazaban cada vez más su libertad y con ella su vida. Al fi n se cumplió lo predicho por José María: le sacaron de su domicilio en Úbeda y le llevaron a declarar al Ayuntamiento, maniatado fue trasladado al Cementerio y allí junto a la cruz de la puerta, le mandaron volverse de espaldas, pero él quiso morir de cara y proclamando a Cristo como su Rey y Señor; su cuerpo quedó empapado en su propia sangre de joven amante de Cristo.

* * * * *

Manuel y José María nos dejan el testimonio de dos jóvenes que, aunque no se conocieran en la vida, pertenecieron a la misma Iglesia, vivieron la misma fe, se alimentaron de la Eucaristía, amaron a la Virgen María y terminaron dando la vida por su Señor. Y es que como decía Manuel: “Dadme unos pocos jóvenes buenos, honrados, cumplidores de sus obligaciones, convencidos de su fe católica y el mundo se salvará. Y si no, decidme ¿qué no puede hacer un joven?”.

VII. VICTORIA VALVERDE GONZÁLEZ, SUPERIORA DE LA DIVINA PASTORA

DE MARTOS

El día 14 de enero de 1996 se inició el Pro-ceso de Beatifi cación de la Religiosa Madre Victoria Valverde González. Su testimonio se dio en tierras jiennenses por lo que forma parte de los mártires de Jaén.

Instituto Calasancio Hijas de la Divina Pasto-ra. Las Religiosas Calasancias, “Las Pastoras” fue-ron fundadas en Sanlúcar de Barrameda (Cádiz) el 2 de enero de 1885 por el padre escolapio, hoy Beato Faustino Míguez, con el fi n específi co de la forma-ción integral de la mujer. Llegaron a Martos en 1917, a raíz del impulso recibido por el reconocimiento pontifi cio.

Madre Victoria Valverde González. Infancia y juventud. Nació el día 20 de abril de 1888 en Vicál-varo (Madrid) sus padres fueron Nicomedes y Ma-ría, naturales de Losana (Soria) eran jornaleros y vivían sencillamente, pero con espíritu religioso. En su adolescencia estuvo en el internado de las Hijas de la Caridad en Alcalá de Henares y de allí pasó al reciente Instituto Calasancio, Hijas de la Divina Pastora. Solicitó la entrada al noviciado de Sanlúcar de Barrameda en la primavera de 1910 y el 28 de agosto vistió el hábito. Se sintió gozosa al poder so-licitar la profesión y emitir votos temporales, el 16 de septiembre de 1911.

Religiosa entregada. Madre Victoria entra por el camino de la entrega a Dios en el servicio de la educación de los niños y jóvenes y así lo refl eja en su escrito a la Superiora General: “En medio de todo estoy contentísima y sólo pido al Señor me dé fuerzas y mucho amor al sufrimiento”. En 1912 es destinada a Monóvar (Alicante) y en 1915 a Monforte de Lemos (Lugo). Solicita los Votos Perpetuos y los emite el día 17 de septiembre de 1916, momento deseado, entrega total para la entrega defi nitiva.

Establecida la Congregación a Martos, Madre Victoria llegará a los pocos meses de abrirse la casa y quedará vinculada a ella hasta su muerte. El Co-legio fue reconocido en 1927, pero en 1934 hubo de adherirse a SADEL, por la exclusión de los religiosos en la enseñanza. Madre Victoria era la Superiora de la Casa. Fue una mujer débil físicamente, pero fuerte y robusta en Dios; de fe profunda, preocu-pada de las demás religiosas y en especial de las más jóvenes. Su amor a la castidad consagrada ha quedado bien patente porque no temía a la muerte sino a cualquier atropello que con ella pudieran hacer.

Persecución. Iniciada la guerra civil e inten-sifi cada la persecución, Madre Victoria continuó en el convento pero, pasados unos días, se hizo impo-sible seguir y marchó al domicilio de una familia de confi anza. Invitaron a la Madre a salir de Martos,

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pero decía: “Mientras haya una religiosa yo no me marcho de Martos”.

Detención y cárcel. El día 12 de enero a las ocho de la noche fue detenida, temblando en su cuerpo pero con la fuerza del Espíritu dijo: “Mis hijas no han hecho nada, soy yo la responsable de todas y la que debe sufrir lo que a ellas quieran hacer. Lo que tengan que hacer a mis religiosas me lo hacen a mí, a ellas perdónenlas”. Salió de la casa e iba tranquila. La llevaron a la cárcel en el Ayun-tamiento.

Martirio. Fue trasladada, prisionera, a la iglesia de San Miguel en la misma noche del 12 de enero, allí encontró a otras tres religiosas y se pre-paraban para la muerte, una de las cuales sería li-berada. Era ya la madrugada del 13 de enero de 1937. Junto a un buen número de presidiarios, la Madre Victoria y otras dos religiosas fueron trasla-dadas al anejo de Martos, Las Casillas; presenciaron la muerte de todos en el cementerio; al fi nal, ellas forcejearon para no entrar en él por temor a una violación, pero violentamente las introdujeron ase-

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1. UN AÑO DE LA FE: Ha querido el Papa que desde octubre de 2012 a noviembre de 2013, los cristianos intensifi quemos nuestra vivencia de fe, de palabra y con el testimonio de vida, la acción caritativa, el servicio a los hermanos...

2. Seguimos y trascribimos expresiones de la conferencia de Don Fernando Sebastián Aguilar, Arzobispo Emérito de Pam-plona Tudela con el título “Mártires en la vida de la Iglesia. La vida cristiana como vida martirial” en CONFERENCIA EPISCOPAL ESPAÑOLA. Ofi cina para las Causas de los Santos. “Mártires del Siglo XX en España. Don y desafío”. EDICE. Madrid 2008. Pg. 27-46.

3. Tomada de la conferencia de Don Fernando Sebastián Aguilar, ya citada.

sinándolas. Fueron muchos los testigos que conta-ron la tragedia. Al día siguiente el Alcalde de Martos mandó que echaran en fosas comunes los cuerpos de todos los asesinados junto con las religiosas.

Exhumación y lugar donde reposan sus res-tos. Los restos de los asesinados en el término de Martos, al terminar la guerra, fueron puestos en cajas, llevados al Cementerio de la ciudad y depo-sitados en un mausoleo hasta que, reconstruida la iglesia de la Virgen de la Villa, fueron trasladados a la cripta de la llamada Capilla de los Mártires, allí bajo el manto de la Virgen, reposan también los res-tos de la Madre Victoria, hasta la resurrección fi nal.

Madre Victoria, una verdadera mártir. Los fi eles consideran a la Madre Victoria una verdadera mártir. En la Congregación y en la ciudad de Martos ha gozado de esa fama por haber dado la vida a cau-sa de la fe en Dios, en defensa de su consagración al Esposo Cristo Jesús y porque esto sucedió como con-secuencia del odio a la fe, tantas veces demostrado históricamente. Aunque los perseguidores adujeran razones políticas o de índole social, la verdad bien demostrada, es que esta religiosa, como las demás, no participaba en movimiento alguno y, desde su de-bilidad, apenas signifi caban peligro alguno para la “revolución” implantada en España.

* * * * *

El afecto y la admiración hacia nuestros mártires, a lo que nos invita la Iglesia, nos ayu-dará a reafi rmar la fe, avivar la caridad y orar, perdonando a quienes puedan perseguirnos.

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Rvdo. Antonio María Carrillo Pérez, Pbro.Párroco de Santa María de la Villa

Rvdo. Manuel Quero Montilla, Pbro.Coadjutor de Santa María de la Villa

Rvdo. José Teba Merino, Pbro.Párroco de Santa Marta

Rvdo. Manuel Valdivia Chica, Pbro.Coadjutor de Santa Marta

Rvdo. Manuel Serrano Zafra, Pbro.Arcipreste de Martos

Párroco de Santa Ana y San Amador

Rvdo. Antonio Órpez Muñoz, Pbro.Coadjutor de Santa Ana y San Amador

Rvdo. Bernardino Espejo Garrido, Pbro.Capellán del Monasterio de la Santísima Trinidad

Rvdo. Antonio Cañada Fernández, Pbro.Capellán del Monasterio de la Santa Cruz (Santa Clara)

Rvdo. Manuel Garrido Izquierdo, Pbro.Capellán del Convento de la Divina Pastora

Rvdo. Juan Antonio Ramírez Navarro, Pbro.

Beata Francisca de la Encarnación Espejo Martos, o.ss.t.Religiosa del Monasterio de la Santísima Trinidad

Madre Victoria Valverde González, ICHDP

Superiora del Convento de la Divina Pastora

Madre Isabel de San Rafael Aranda Sánchez, o.s.c.Abadesa del Monasterio de la Santa Cruz (Santa Clara)

Manuel Aranda EspejoSeminarista

MÁRTIRES DEL SIGLO XX EN LA ANTIGUA SEDE DE TUCCI

Henos aquí. Nos hallamos en tierra de María Santísima a la que también podríamos llamar, desde hace algún tiempo, tierra martirial.

Nos encontramos dos seglares hoy frente a us-tedes, para compartir unos pensamientos, unas sen-saciones y unas enseñanzas que nos han trasmitido nuestros predecesores en la fe: los mártires.

La palabra “mártir” no debe sonarnos ex-traña ni rara debido a que desde que tenemos uso de razón hemos oído hablar del mártir Amador, de nuestro paisano marteño que en el siglo IX sufrió martirio por causa de su fe, junto a Luis y el monje Pedro.

Comunidad Parroquial de Nuestra Se-ñora del Carmen, reverendo párroco de Mon-te Lope Álvarez, D. Antonio Aranda -Presiden-te de la Comisión de la Causa de los Santos de la Diócesis de Jaén-, amigas y amigos de la Comisión Pro-Beatifi cación, de la Asociación Manuel Aranda y del coro Amicitia, buenas tardes y gracias por estar presentes.

A modo de presentación diré que me llamo Antonio Moncayo Garrido, un seglar católico y sen-cillo que lleva casi toda su vida trabajando en di-ferentes tareas parroquiales y desde hace tiempo en la pastoral de la religiosidad popular, más con-cretamente en el mundo cofrade. Además creo que gracias a las enseñanzas de mis padres en la fe, hoy me hallo entre ustedes.

¿No sé si se preguntarán por qué estamos aquí? En breves palabras se lo diré. El pasado mes de junio D. Antonio Aranda y D. Miguel Bueno se dirigieron a nosotros, en las jornadas martiriales organizadas por la Comunidad Calasancia marte-ña, manifestándonos su deseo de que dos seglares habláramos sobre el signifi cado que tenía para no-

sotros el hecho del martirio, más concretamente, lo que como creyentes representaba el martirio de Manuel Aranda. Ambos aceptamos.

En un primer momento yo os hablaré un poco sobre los mártires en general y en segundo lugar In-maculada os hablará del joven seminarista Manuel Aranda. Ambos temas los hemos abordado desde un punto de vista personal, nada doctrinal, ni dogmá-tico, ni biográfi co, debido a que la vida de Manuel creemos que ha sido tratada en diferentes ocasiones en los últimos años.

Quisiera hacerles un ruego y, este es, que apreciasen nuestras palabras desde un punto de vista eclesial como creyentes, que se abstrajeran de cualquier connotación histórica o peyorativa de nuestros relatos, debido a que nuestro interés es departir con ustedes unas notas que hemos prepa-rado con afecto.

* * * * *

Mi primer y más directo contacto con los mártires marteños del siglo XX fue hace dos o tres años, cuando D. Antonio Aranda -quien unos pocos años atrás había recibido el encargo del Sr. Obispo de dirigir la Ofi cina Diocesana para la Causa de los Santos-, le comentó a D. José Checa, mi párroco, que necesitaba una persona que le pudiera ayudar en la investigación en Martos, dado que llevando va-rios años en su cargo no había mucho material en los archivos de dicha Ofi cina referentes a nuestra localidad.

La tarea encomendada, o como yo lo llamo: “el trabajo de campo”, consistía en averiguar los fa-miliares -principalmente- de una serie de personas que fallecieron por causa de su fe y contactar con ellos para recopilar sus testimonios. Las personas objeto de investigación eran sacerdotes naturales

Notas martiriales en el Año de la Fe

ANTONIO MONCAYO GARRIDOHermandad de la Santa Vera Cruz. Martos (Jaén).

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Ante vosotros las reflexiones que dos miembros de esta Hermandad compartieron en la tarde del domingo veintidós de septiembre en la Parroquia de Nuestra Señora del Carmen de Monte Lope Álvarez, con motivo de la inminente beatificación del seminarista Manuel Aranda Espejo. En el espíritu amable y conciliador de este muchacho singular, esperamos que os ayuden a matizar vuestros pensamientos con pers-pectivas enriquecedoras y constructivas. La valentía y dignidad de la opción de “la otra mejilla” es lo único que puede cambiar el mundo. ¿Es difícil? Pareciera que sí, pero… conoce, celebra, vive y experimentarás.

de Martos, o que al menos habían ejercido su mi-nisterio en nuestra ciudad, así mismo se habló de la madre Isabel, abadesa clarisa del extinto Convento de la Santa Cruz o de laicos que dirigían el movi-miento de Acción Católica local.

Al contactar con familiares y allegados me iban relatando la historia y los sucesos que habían acontecido a los personajes en cuestión; todo aquel trabajo era previo al relato testimonial que más tar-de se recogía de forma ofi cial para la Causa de los Santos, levantándose la oportuna acta formal.

Recopilando las historias, me di cuenta de una serie de aptitudes coincidentes que, en los úl-timos momentos de sus vidas, caracterizaban a las personas sobre las que estábamos trabajando. Más tarde, al estudiar la temática martirial en manuales o leer la biografía de otros mártires no tuccitanos, iba comprendiendo que las aptitudes o característi-cas de estos individuos coincidían con las de muchos otros mártires o beatos ya proclamados.

A partir de esos momentos de estudio me pre-guntaba, ¿cómo debo ver como creyente a un mártir del siglo XX? o ¿cómo encontrarme con su padeci-miento martirial? ¿Qué me ha supuesto todo ello? ¿Qué me dice la proclamación de un mártir como beato para que yo continúe en mi fe y en mi vida diaria?

Estas cuestiones es lo que voy a abordar en unas breves notas:

UNA APTITUD, LA LIBERTAD

Ella me dice que un mártir es una per-sona libre.

San Pablo en su epístola a los Gálatas (5, 1) nos habla de la verdadera libertad de la fe: “Para

ser libres nos ha liberado Cristo. Manteneos, pues, fi rmes y no os dejéis oprimir”.

Sí, el mártir es un individuo libre. La libertad es para mí un regalo de Dios. Él me pone en mi ca-mino todas las opciones de vida posibles para que yo libremente elija.

Puedo tener fe o no, ser cristiano o no serlo, amar u odiar, reír o llorar, trabajar u holgazanear… Dios nos ha dado la sapiencia para discernir el bien del mal, lo correcto e incorrecto… y por ello, dentro de nuestra libertad como individuos, optaremos en la realización de un acto o una decisión.

El mártir no buscó la muerte, se la encontró a su paso. El mártir no eligió entregar su vida, decidió libremente seguir amando a Jesús. En ellos vemos refl ejada la muerte de Jesús, que no la buscó, pero la padeció.

A la práctica totalidad de los mártires le ma-nifestaron que si renegaban de su fe se podrían salvar, si insultaban y calumniaban no morirían, si apostataban serían liberados. Pero ellos, libre-mente, seguían fi rmes en su fe, en sus creencias a sabiendas que ello les traería consecuencias trá-gicas.

Ellos eligieron con libertad una opción por amor a Jesús.

OTRA APTITUD, EL AMOR Y EL PERDÓN

Ella me dice que un mártir ama y per-dona.

Los mandamientos de la ley de Dios los ence-rramos en dos: “Amarás a Dios sobre todas las cosas y al prójimo como a ti mismo”.

El mártir muere porque ama con todo su co-razón a Dios. En la gran tribulación que está pade-ciendo ama y se siente amado por el Padre. Ofrece su sacrifi cio y se entrega por amor a Él.

Si amar es darse a los demás, ¡cuán grande es darse a Dios!s por el inmenso amor que le profesa-ban los mártires.

Respecto del amor al prójimo, ¿qué pode-mos decir de los mártires? Que todos ellos murie-ron perdonando a los que iban a ser sus justicieros. Y ese perdón lo ruegan y solicitan que también lo realicen sus familiares. He podido leer numerosas cartas que se han publicado escritas por reos que cuando conocían su pena capital, en ellas solicita-ban a sus padres, hermanos, esposas e hijos que perdonaran a sus delatores, a los que lo habían encausado, a los ejecutores de la pena… que no guardaran rencor.

¡Qué bonita forma de amar al prójimo!: per-donar y no guardar rencor. ¡Qué difícil resulta mu-chas veces hoy en día llevar a la práctica este men-saje!

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Antonio Moncayo Garrido, en el momento de su inter-vención en la Jornada Preparatoria a la Beatifi cación

UNA TERCERA APTITUD, LA FELICIDAD

Ella me dice que un mártir era una per-sona feliz hasta el fi nal.

Los mártires estaban imbuidos de una gran fuerza del Espíritu Santo, obligatoriamente. Ellos eran felices porque con su muerte verían el cálido rostro de Dios, acariciarían prematuramente la pre-sencia del Supremo Hacedor.

Me viene a la memoria la faz sonriente y feliz de un sacerdote frente a sus verdugos, una paz y una felicidad que transmitía su rictus. Estoy seguro de que le apenaría dejar este mundo y a los suyos, pero su encuentro con el Altísimo, su sosiego ante el acontecimiento de la muerte, su serenidad ante su último viaje lo llena de júbilo; y esa alegría la exte-rioriza porque no le da miedo lo que va a suceder, porque es consciente de que Dios está junto a él.

En declaraciones de la religiosa trinitaria marteña Sor Teresa, en relación al cautiverio pade-cido junto a la beata Francisca de la Encarnación, manifi esta que una de las conversaciones entre las dos religiosas versó sobre la “dicha que recibirá el alma al encontrarse por primera vez con la grandeza que la Beatísima Trinidad tiene destinada para las almas que le han sido fi eles”. Éste era un pensa-miento de felicidad y gozo por su esperado encuen-tro con nuestro Señor.

MÁS APTITUDES, EL TESTIMONIO

Ella me dice que un mártir fue testigo fi el de su fe.

Tertuliano escribía en los primeros siglos que: “La sangre de los mártires es semilla de cristia-nos” y en la Constitución dogmática sobre la Igle-sia (n. 50) del Concilio Vaticano II, nos dice: “La Iglesia siempre ha creído que los mártires, que han dado con su sangre el supremo testimonio de fe y de amor, están íntimamente unidos a nosotros en Cristo. Por eso, los venera con especial afecto e im-plora piadosamente la ayuda de su intercesión”.

El testimonio que nos dan los mártires es su sí incondicional a Cristo. No dudan en continuar sien-do fi eles a su condición de católicos y ello debe ser ejemplo para nosotros. Ellos siguen ejerciendo su ministerio hasta el último día, hasta la última hora, hasta el último minuto… ellos siguen acompañando a los más débiles y desahuciados, porque son cons-cientes de que en ellos está Jesús presente y saben que les necesitan, que si se separan se encontrarán totalmente desamparados los indefensos.

Una de las defi niciones de mártir es ser testi-go de la fe. Por ello el mártir padece martirio por-que no niega ser seguidor de Cristo ante el tormen-to que padece o ante la afl icción que le angustia. Se afi rma en su convencimiento de ser seguidor de Cristo, aunque soporte gran pesadumbre.

Tenemos noticias de hace unos días de que sigue habiendo mártires en nuestro mundo; lo pode-mos ver en nuestros hermanos coptos, en cristianos egipcios y sirios que siguen siendo fi eles a Cristo y nos dan testimonio de ello. Puede apreciarse como, por acercarse a Jesús en sus templos, encuentran la muerte. No se esconden dando testimonio sin ningún tipo de alardeo, razón por la cual son sacrifi cados.

QUINTA APTITUD, LA COHERENCIA

Ella me dice que un mártir fue coheren-te con su vida.

Los mártires fueron consecuentes con lo que eran. Ellos ejercían ministerio sacerdotal, religioso o seglar, pero sobre todo eran cristianos católicos y lo fueron hasta las últimas consecuencias.

Ellos fallecieron por el hecho de ser religio-sos. ¡Esa fue su falta! Los mártires se ratifi caron en su actitud y condición de seguidores de Cristo. No hay testimonio alguno que manifi este que uno de ellos no fuera coherente con las enseñanzas reci-bidas y con el carisma ejercido dentro de nuestra Iglesia.

Sabían perfectamente lo que podría suceder-les por permanecer fi rmes en la fe debido a que, desde los inicios, los cristianos han venido pade-ciendo martirio en numerosos momentos históricos.

OTRA APTITUD MÁS, LA CONFIANZA

Ella me dice que un mártir confi ó ciega-mente en el Señor.

Ellos pusieron su vida bajo la protección del Altísimo porque eran conscientes de que Él no les abandonaría. Sí, partirían de este mundo, pero sería el fi nal de su peregrinación terrenal para llegar al encuentro fi nal y glorioso con Dios.

Los mártires no se sienten frustrados o de-jados de la mano del Señor, ellos están repletos de amor de Él y saben plenamente que Jesús está en todo momento a su lado, lo sienten, experimentan su calor y ello afi anza su mutua confi anza.

Ellos son sabedores de que el Padre los conoce uno a uno, de que sabe lo que le está aconteciendo a cada sacerdote, a cada religioso, a cada seglar… Los mártires se abandonan ciegamente en las manos de Yahvé, debido a que están totalmente imbuidos de su presencia.

Y, UNA APTITUD FINAL, LA ORACIÓN

Ella me dice que un mártir tuvo siem-pre la necesidad de orar.

La oración es una comunicación con Dios. Cuan-do decimos “Abba, Padre”, lo estamos llamando.

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En los mártires entiendo refl ejadas las pala-bras de Jesús en el Huerto de los Olivos: “Padre, si quieres, aparta de mí este cáliz; pero que no se haga mi voluntad, sino la tuya” (Lc 22, 42).

Durante los cautiverios el rezo del Santo Rosa-rio era una oración continua, rogaban la protección de nuestra Madre, de María, la joven de Nazareth y madre de Jesús. La llamada maternal y espiritual era constante para que la persecución y afl icción a que estaban siendo obligados fuera llevadera.

Muchos de nuestros mártires acompañaron y consolaron a numerosos seglares en la oración du-rante su permanencia en las cárceles improvisadas. Les pedían que imploraran por ellos, que perdona-ran sus pocas virtudes, que orasen o que le enseña-sen en esos momentos una oración para poder diri-girse a nuestro Creador.

La invocación a “Cristo Rey” en el último aliento de vida ha sido una constante entre los már-tires. La súplica del perdón por sus faltas, la súplica por ser acogidos por Dios, la súplica de perdón por sus ejecutores, la súplica porque llegara la paz… era una oración rogativa permanente de los que iban a entregar su alma.

* * * * *

Estas siete características que he apreciado en los mártires he querido compartir con ustedes. Creo que como cristianos estas aptitudes martiriales debemos tenerlas presente en nuestro caminar.

Por ello y si la Iglesia va a proclamar beatos a: monseñor Manuel Basulto Jiménez -Obispo de Jaén-, a Félix Pérez Portela -Vicario General de la Diócesis

de Jaén y Deán de la SIC de Jaén-, a Francisco Solís Pedrajas y a Francisco López Navarrete -párrocos-, a Manuel Aranda Espejo y a José María Poyatos Ruiz -seglares, el primero seminarista- y a madre Victo-ria Valverde González -religiosa calasancia, Superio-ra de la casa de la Divina Pastora en Martos- es por-que quiere que en estos siete hermanos diocesanos giennenses veamos sus aptitudes, características y testimonios para que nos sirvan de ejemplo en nues-tra vida como creyentes.

Hoy en día los cristianos hemos de ser testigos de Cristo en nuestro pequeño entorno, en el círculo en el que desenvolvemos nuestra vida, en nuestro trabajo, en nuestros quehaceres… Dar testimonio es ser coherente con nuestro bautismo, con nuestra confi rmación, con nuestra libre elección de ser se-guidores de Cristo.

En este Año de la Fe, el Papa Francisco nos ha dejado uno de sus grandes mensajes y este es: ”que seamos testigos, aunque haya errores, aunque haya caídas pero también ha de haber sobre todo perdón para retomar la fi delidad del camino”.

Que nuestros hermanos mártires, que van a ser iconos para nuestra vida a través de su beatifi -cación, intercedan por los aquí presentes, para que fi eles -como fueron ellos- demos testimonio de Cris-to y no caigamos en la tentación de hacer lo que el apóstol Pedro realizó; que no digamos que no cono-cemos a Jesús, que no neguemos que somos sus se-guidores, que no manifestemos que no sabemos de quien nos hablan… que no tengamos que oír cantar a un gallo que nos parta el corazón.

Muchas gracias.

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Jornada Preparatoria a la Beatifi cación de los mártires giennenses del siglo XX y en especial del seminarista Manuel Aranda. 22 de septiembre de 2013, Parroquia de Nuestra Señora del Carmen de Monte Lope Álvarez.

MESA EN LA JORNADA: María Inmaculada Cuesta Parras -ponente-, Miguel Bueno Aranda -Presidente de la Asociación Manuel Aranda-, Antonio Moncayo Garrido -ponente-, Rvdo. Antonio Aranda Calvo -Presidente de la Comisión Diocesana de la

Causa de los Santos de la Diócesis de Jaén- y Rvdo. Facundo López Sanjuan -Párroco de Monte Lopez Alvarez-.

Muchas veces decimos que no nos entienden y tal vez lo que ocurre es que no nos explicamos bien. Esta tarde yo quiero hacerme entender lo me-jor posible por todos cuantos habéis sentido curio-sidad por escuchar qué pueden decir dos personas de diario, como nosotros, sobre Manuel Aranda, por eso ante todo, buenas tardes o tardes-noches en este domingo de septiembre que ya casi se acaba, el domingo y septiembre y que invita al pensamien-to consciente y sosegado en mitad de estos olivos nuestros milenariamente nombrados, tan evoca-dores, más en el contexto del acontecimiento que hoy nos reúne aquí. Los olivos son ya en sí mismos metáfora de grandes momentos, como el de Geth-semaní o digamos el del ocho de agosto de 1936. Y puesto que me vais a permitid hablar y expresarme, doy gracias a la asociación Manuel Aranda que nos ha invitado a encontraros con todos los que aquí os encontráis, al Párroco de este lugar, a su comunidad parroquial que nos acoge y todos vosotros que estáis dispuestos con valentía a escucharme, como ya ha-béis escuchado a Antonio.

Me llamo Inmaculada Cuesta Parras y soy na-tural de Martos. Soy una mujer trabajadora, esposa, madre de familia, y ante todo soy cristiana; ya veis, igual que muchas de las que estáis aquí y por ello convendréis conmigo que mantener hoy tal carta de presentación ni está a la moda, ni tiene glamour, ni está bien visto, y sin embargo a mí la perseverancia en tales cotidianas titulaciones me da la vida y me alienta en su ejercicio.

Como habéis escuchado esta tarde venimos arropados al amor de este grupo de trovadores que gustamos y disfrutamos de la música como medio de oración y refl exión colectiva, toda vez que nos permite realizar nuestro particular y especial apos-tolado cantando las maravillas y misterios de nues-tro Señor.

La canción que ha abierto este acto, introdu-ciéndonos en este ambiente cálido y especial que aquí tenemos, como os habréis podido percatar, está dedicada a nuestro Manuel Aranda. El arreglo musical es de nuestro amigo Pepe Colodro y la letra es mía. Hacía tiempo que tenía ganas, necesidad, de escribir los versos para una canción dedicada a Manuel. A través de ellos he querido expresar cómo el amor y la pasión inmensa, que sentía nuestro pai-

sano por el Dios del amor, quemaba tanto en sus adentros que su boca y sus actos pregonaron siem-pre una trova continua a la misericordia que él hizo patente en su vida. Por eso y como forma de ser con-secuente con lo proclamado durante su corta estan-cia entre nosotros, el hecho del perdón, de “poner la otra mejilla”, ha sido el legado, el mensaje que desde el mismo día de su muerte hasta hoy nos ha venido interpelando, sorprendiendo, seduciendo y mostrándonos que el auténtico sentido de la vida es vivirla conforme a la lógica humana del evangelio.

Cuando la Asociación “Manuel Aranda” nos propuso dirigirnos a vosotros a través de esta con-ferencia, o charla, o acaso “conjunto de palabras”, dado que por fortuna, la fi gura de Manuel no es aje-na en la provincia de Jaén, y mucho menos entre sus paisanos de Martos y Monte Lope Álvarez, al margen de su difusión y repercusión en otros ámbitos terri-toriales superiores, y que por tal circunstancia mu-cho y bien se había dicho y escrito sobre su fi gura, entendí, al menos en lo que a mí se refería, sería un epíteto innecesario, como decir hierba verde, volver a reproducir rasgos de su personalidad, he-chos de su vida y particularidades de las muchas y hermosas que habitaron en la existencia de nuestro Manuel. Permitidme por tanto que comparta con vo-sotros otras cuestiones que también pienso pueden ayudarnos a todos a ahondar más en esa maravilla que fue Manuel Aranda, y que no es sino todo aque-llo que para mí ha supuesto conocerlo, mi propia experiencia personal en relación a su testimonio, aquello sobre lo cual Manuel me ha ayudado a pen-sar, a madurar, a refl exionar.

Con franqueza he de confesar que hasta el año 2006 no recuerdo si conocía quien era Manuel Aranda, y digo que no lo recuerdo desde tal fecha para atrás, porque si sé que a partir de aquel año ya soy consciente que conocerlo, de haberme lleva-do una gratísima sorpresa cuando advertí que aquí al lado había habido un muchachillo, como solemos decir por estos lares, que había dado su vida por ser cristiano. La fecha puedo manifestarla con esa rotundidad porque la causa por la cual Manuel se me acercó de soslayo fue nuevamente la música. Pues bien, como algunos o muchos de vosotros sabréis, pertenezco a la “Coral Tuccitana” y allá que fuera el año 2006, en su primavera comenzamos a aprender

Manuel Aranda, una experiencia de fe

MARÍA INMACULADA CUESTA PARRASHermandad de la Santa Vera Cruz. Martos (Jaén).

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un tema nuevo, era un himno dedicado a un semina-rista que había sido asesinado precisamente por esa condición al principio de la guerra civil española. Fernando Colodro, nuestro director nos indicó que era paisano nuestro, natural de Monte Lope y nos explicó brevemente de los rasgos y circunstancias de su vida aquellas más signifi cativas, destacando el hecho de llevar bastante adelantado el proceso de beatifi cación, además de repartirnos una estampita con su fotografía. Aun a pesar de las ropas sacer-dotales que Manuel llevaba, su porte, seriamente inocente, era el de un niño, al menos esa fue la im-presión que a mí me causó su retrato. ¿Pero cuántos años tenía?, no sé, me dijo Fernando diecinueve o veinte, muy jovencillo.

Con el alma casi en un puño, conmovida por su historia me aprendí aquel himno en mitad de una búsqueda espiritual que me llamaba saber más so-bre él. Así a través de la letra de Antonio Aranda y de Miguel Calvo Murillo -que a tenor de la opinión del premiado poeta giennense, Javier Cano, es éste el último nuestros de los poetas costumbristas-, así como de la sentida, cadenciosa e intimista melodía que la envuelve, sin tópicos, Manuel se me clavó en el alma y yo lo dejé porque comprendí que había encontrado algo grande.

A partir de ese momento comencé a leer las pequeñas publicaciones divulgativas sobre la fi gura de Manuel que la asociación había editado y que me llevaron a familiarizarme con él de una manera más consciente, emocionándome con la valentía de un muchacho que no cedió ante la violencia, que no se hundió en la miseria humana que le rodeaba, y que aun a pesar de la negatividad de las circunstancias murió más vivo que nunca creciendo hacía arriba hasta su mismo fi nal.

¿Qué era eso? ¿Qué es lo que albergaba Ma-nuel en su interioridad? Eso era Dios que se hace fuerte en los más débiles y Dios sin duda se hizo fuerte en Manuel. El Dios que se manifestó con glo-ria en la menudez de un niño pobre nacido como los pobres y un pobre hombre abandonado clavado en una cruz, muerto como un proscrito, vuelve a hacer-se tangible en gente como Manuel, como en Madre Victoria, como en José María Poyatos, como en tan-ta gente que ha muerto por la verdad, y verdad sólo hay una, sea del color que sea, hable como hable, se vista como se vista, la verdad es solo una. YO SOY EL CAMINO, LA VERDAD Y LA VIDA. Recientemente he oído al Papa Francisco pronunciar palabras asom-brosas sobre el contenido de la verdad. La verdad es única, la verdad es el contenido de los valores evan-gélicos de paz y justicia mesiánica, pero la llamen como la llamen, se reconozca o no su revelación y procedencia, quien muere por la justicia, la liber-tad, la solidaridad, el servicio, el respeto, la paz, la dignidad humana, muere por la verdad. Y Manuel murió por todo eso.

Así, con el corazón abrigado por el carisma de Manuel estrenamos el himno en el Salón de actos del

Colegio San Antonio el dos de diciembre de 2006, precisamente en un acto de la asociación. Tengo que decir que para los miembros de la Coral Tuccita-na éste es, de los muchos himnos que hemos apren-dido, si no el favorito, sí de los favoritos, por haber calado en proporciones diversas la experiencia del “muchachillo del Monte” en cada uno de nosotros, amén de apreciarse por todos su calidad técnica. Previamente al estreno realizamos una grabación del mismo en junio de 2006 en la Capilla del Colegio San Antonio a la que asistieron diversos miembros de la Asociación Manuel Aranda, tras la cual todos ellos nos saludaron afectuosamente dándonos las gracias muy amablemente. Pues bien, guardo de aquel día un recuerdo precioso de D. Antonio Aran-da, que por aquel entonces no nos conocíamos per-sonalmente; no creo que él lo recuerde porque ha pasado ya bastante tiempo, pero se dirigió a mí y me dijo “Te he visto como cantabas, estabas realmente emocionada”. No sé con qué torpes y apresuradas palabras respondí al sentirme delatada y es que era muy fuerte cantar “Manuel, Manuel, en el olivar te oí cantar, en el olivar te oí cantar, en el olivar te oí cantar, Paz, paz, paz.”, y al fi nal la paz de Manuel saltó del papel y terminó notándose.

Con posterioridad al estreno, en la primave-ra del año 2007, en concreto el día de San Amador, nuestro himno se estrenó aquí, en esta Iglesia en una misa cargada de especialidades; la primera es que, como he indicado, se celebró el día de la con-memoración de otro mártir paisano, en relación a lo cual me pregunto si Manuel se habría preguntado en

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torno a Amador, él sensible que era las cuestiones de fe profunda; la segunda fue la visita que reali-zamos a la cruz, al olivar de Manuel donde cantó esa paz de los versos del poeta, “PERDÓN, SEÑOR, Y MISERICORDIA”, según los testimonios; pluralidad de palabras y un mismo contenido.

Una cruz blanca fue sintagma, casarama de oriente, luz que muy heridadeshiciera un verano en primaverade frutos matizando aquel oscuronoche, esa tensión del mundo y díascon alarde de fuerza y escopeta.Pobrecilla la cruz blanca valientetransformó del paisaje su espesuradándole a la advertencia otro sentidosembrándose en su arado de costumbre.Una memoria es la cruz blanca. Tengoya una hora de aquel tiempo en los ojosque te piensan Manuel como quien buscamostrarnos con tu amor la faz del Logos.

Continué encontrándome con Manuel a través de otras publicaciones de más envergadura como las escritas por Antonio Aranda Calvo tituladas, “Un amor más grande que la muerte” o “Manuel Aran-da, la fi delidad a Cristo”, editadas por la Asociación Manuel Aranda, u otras como la editada por la Obra Social y cultural de Cajasur escrita por Antonio Ruiz Sánchez, canónigo de la Catedral de Jaén, titulada “Monseñor Manuel Basulto Jiménez y compañeros: Ejemplaridad de vida y martirio”.

Ante ello me tuve que plantar e interrogarme con rigor. Cierto era que a nivel humano aquella his-toria me había conmovido, su cercanía en el espacio y en el tiempo fue aquello que en primer lugar cap-tó mi atención, máxime teniendo en cuenta que soy madre de un niño, que aunque dista bastante de la edad de Manuel, al fi n al cabo era, como decimos por aquí, un “angelico”. Mi amiga Maricarmen Agui-lera, que está ahí con los chicos del coro, cuando me habla de las inquietudes, anhelos y preocupacio-nes de su hija menor, que ronda los años de Manuel, me ha dicho muchas veces, “es que es un angelico”, y yo siempre que lo dice me acuerdo de Manuel, y pienso realmente que era un ser inocente para nada andaba vuelto de las cosas de la vida, aun a pesar de que los muchachos de esa época madura-ran antes que los de nuestro presente actual, todo lo cual me colocan en una situación de sintonía de madre con las experiencias de otra madre a la que los asesinos de su hijo fueron a pedirle una sábana para enterrarlo.

Pues bien, a todas esas cuestiones, como digo humanas, que hicieron que Manuel se parara delan-te, se unieron otras quizás ya más contundentes… su espíritu de lucha y superación, su dulzura, su amor a los desfavorecidos, sus inquietudes sociales (son sorprendente los escritos y manifestaciones de Ma-nuel en defensa del salario justo y de la dignidad de los trabajadores, no tienen desperdicio), por afán

por el estudio, por llevarles la cultura como medio para la desaparición de las desigualdades en una época en la que éstas eran en sí mismas una lace-ración, una herida abierta en nuestra sociedad. Una vida con tales manifestaciones y aptitudes era real-mente una vida, una vida verdadera, por eso com-prendí que Manuel murió como murió porque vivió como vivió, porque nadie puede dar lo que no tiene y él murió dando todo cuanto tenía, todo su amor, ese amor grande que proviene del auténtico AMOR GRANDE DE DIOS. Él fue testigo, él fue coherente, él enseñó con su vida y la dio por Cristo y su evangelio.

Subiendo un nuevo escalón, caí aún más en la cuenta de la catequesis en primera persona que Manuel viene dándonos para quien quiera mirar. Su vida es una ventana a la comprensión de signifi ca-dos claves para nuestra fe, que es el sustento de nuestra esperanza, a destacar sobre todos, EL REI-NO DE DIOS, LA PASCUA Y LA PARUSÍA, todo lo cual se predicó en la vida de Manuel porque ya se había predicado previamente en la vida de Jesús de Na-zareth.

El REINO DE DIOS

Manuel viene por su forma de conducirse en la vida a proclamar el Reino de Dios como una buena noticia y sus contemporáneos, al igual que los de Jesús, lo admiraron como una maravillosa novedad, allí en un ámbito rural, humilde y cuasi abandonado en donde surge un muchacho distinto que se preocu-pa por ellos, diferencia que sin embargo lo convirtió en detonante de una cadena de reacciones que aca-baron siendo incontrolables por parte de sus propios paisanos.

Al igual que la irrupción de Jesús en la his-toria imprimió un dinamismo equiparable a lo que fue la Fe de Abrahán, o el “Heme aquí” de Moisés liberando al pueblo de Ejipto, los mártires impri-men en el contexto en el que aparecen ese mismo dinamismo, pues son semilla de toda esa revelación y experiencia que germina en los momentos más in-verosímiles.

Fijaros en el paralelismo, en cuanto a la in-tensidad dramática del momento histórico, entre aquel en el que se anuncia por Jesús de Nazareth la llegada del Reino de Dios y aquel en el cual sur-gen los mártires. Pensad en aquel Israel del siglo I en donde la esperanza mesiánica había perdido su aliento y parecía carecer de sentido:

1. Desde el punto de vista económico y social la situación resultaba insostenible debido a las cargas fi scales que se debían satisfacer, en donde además de los impuestos nacionales y religiosos se habían de afrontar los impuestos a pagar al invasor romano. Muchos pequeños propietarios hubieron de vender sus propie-dades y la mendicidad pululaba por doquier.

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2. Desde el punto de vista político se encontra-ba invadido por Roma y el ansia de liberación consumía a aquel pueblo.

3. Todo ello, el conjunto político, económico y social se convertiría en un problema teológi-co, puesto que el pueblo objeto de la promesa divina se sentía abandonado y ultrajado, por lo que la identidad religiosa de Israel estaba cuestionada por el propio pueblo, todo lo cual hacía que se respiraran aires de frustración y agotamiento.

¿Os suena la situación? El tiempo en el que Manuel deja su casa y decide hacerse sacerdote no podía ser peor. España se movía entre convulsiones: Constantes desigualdades, involución social, analfa-betismo generalizado; cuestiones éstas que conlle-varon a colocar como culpables de esa penosa situa-ción a la religión y a Dios como un enemigo. Ya los ideólogos de la época lo había manifestado feroz-mente ante la gravísima situación en la que habían quedado, tras la segunda revolución industrial, las criaturas que trabajaban en las fábricas, que eran el símbolo del progreso, y que los sociólogos vinie-ron a llamar, entre otros nombres, la masa obrera, sin protección alguna, sin derechos, siendo Dios el señalado, el condenado, el declarado como enemi-go público número uno ante aquella barbaridad. Y cierto es que la religión no supo dar del todo bien la respuesta necesaria y que terminó siendo la propia Iglesia, en cierto modo y ciertos aspectos, también culpable de ese pecado social. Por otra parte el es-cándalo no termina ahí, puesto que hubo otros que utilizaron la religión como vehículo para conducir el ganado, pero en el mal sentido, manipulándonos, de modo que pareciendo que defendían a Dios en reali-dad lo utilizaban para su propio benefi cio. Pobrecito evangelio que nos fue traído para nuestra propia li-beración y ha terminado siendo convertido en deter-minados momentos en blanco de iras por parte de unos y manipulado por parte de otros. Por eso ante este tipo de situaciones de injusticia, gente como Je-sús de Nazareth, como Manuel han sido el objeto de las frustraciones humanas por amenazar el cotarro montado a nivel ideológico e hizo que se acabara con ellos de forma violenta. No obstante ante esa encru-cijada de la historia, tanto Manuel como Jesús expre-saron su “Heme aquí” en coherencia con su misión, con la misión de Jesús como salvador y con la misión de Manuel como cristiano, que es la misma misión que todos tenemos, la de transformar el mundo para hacer de él un cielo nuevo y una tierra nueva. Por eso se hace necesario manifestar que nadie puede ma-tar por sus ideas, que cualquier ideología por loable que sea se deslegitima cuando emplea la fuerza para imponerla, en lugar de proponerla, por ser contrario de raíz a la naturaleza, dignidad y libertad con las que Dios nos ha creado. Y esto debemos aplicárnoslo todos, que también los cristianos, en determinados momentos de la historia, nos hemos cubierto de glo-ria, como acuña esa frase popular tan usual.

Así el anuncio del Reino que Manuel hizo a través de su vida implicó una defensa radical de la libertad de Dios, que no se deja apresar por las ma-nipulaciones humanas, la libertad propia del ejerci-cio de su misión y es desde esa libertad desde don-de Dios desvela su sorprendente modelo de actuar, mostrándose en quienes claman y se mueven desde la impotencia, a la vez que manifi estan su fortaleza desde el perdón, que en Manuel no fue gesto de de-bilidad, sino de mayor energía, de confi anza en Dios. De esa forma se manifi esta el Reino, que supone la superación de la ley del talión en una radical opción por la no violencia, por el amor a los enemigos. Por eso Manuel murió perdonando y siempre habremos de hablar de él en términos de reconciliación.

Otra cualidad a través de la cual Manuel hizo presente el Reino de Dios, y esa es alucinante, fue desde la sencillez de lo habitual como encuentro diario con la gracia como milagro cotidiano. En su aprendizaje y estudio, en su trato con la familia, formadores, compañeros, paisanos. En esa forma-ción humana y espiritual Manuel hace presente las parábolas de crecimiento que se recogen en el evan-gelio sobre el Reino, aun siendo consciente de la dureza de la realidad en la cual Manuel no es ningún iluminado, pues desde un primer momento conoce las amenazas que le envuelven, solo que la fuerza y la alegría de Dios estaban con él. También a través de su experiencia de la fi liación de Dios, de su rela-ción especial con el Padre, Manuel no vivió bajo las normas que le obligaban a un comportamiento de-terminado, sino que lo hizo experimentando un don que le llevó a sentirse tocado, amado, salvado por Dios y que condicionó su relación con Cristo y con los hombres. Entiendo que en Manuel la experiencia de la salvación de Dios tuvo que ser esencial, sin la cual no podría comprenderse su actitud ante la vida y ante el martirio. Es Manuel, pues, un presente continuo de las Bienaventuranzas que practicó toda su existencia hasta sus últimas consecuencias.

LA PASCUA

Manuel también ha experimentado ya la Pas-cua de Cristo. Previamente sintió también la angus-tia de Gethsemaní, encarcelado en la iglesia, ante la incertidumbre de su destino. La noche oscura extendió sus tinieblas sobre el corazón de Manuel quien se mantuvo, como Jesús, por la oración que lo sustentó durante su vida y lo alentó en su particular camino hacia la cruz.

Manuel murió como Jesús, como expresión de la perversidad del poder y su muerte sólo pue-de ser entendida por quien capte la novedad de un Dios crucifi cado. El destino de muerte que padeció Manuel responde a un Amor originario que rompe desde dentro el círculo del odio y la violencia, por eso la muerte de Manuel, al igual que la de Jesús es una victoria. Y como la acción de Dios no conoce fronteras y siendo un Dios de vivos que no de muer-

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tos, allí en mitad de aquel fracaso a nivel humano, el Padre resucita a Manuel confi rmando su vida y el sentido de su muerte y nos convierte a nosotros que miramos a Manuel y nos dejamos seducir por su testimonio en coprotagonistas de su historia, descu-briendo a Jesús Glorifi cado con las llagas de la cruz en Manuel muerto de aquella manera tan injusta, lo cual nos lleva directamente al tercer punto.

LA PARUSÍA

Rezamos en el Credo “Y de nuevo volverá con gloria para juzgar a vivos y a muertos”. Entre otras muchas connotaciones de este concepto de Parusia o nueva venida de Cristo, aún es necesario saberlo ver, reconocerlo, sobre todo teniendo en cuenta que en su tiempo no fue reconocido por muchos y que aún a día de hoy, después de más de veinte siglos sigue sin serlo.

Por ello y puesto que el Resucitado se mues-tra y se hace presente como aquel que ha sido cru-cifi cado, portando en su carne las llagas de la cruz, se incluye como manifestación de fe el descenso de Jesús a los infi ernos, a la inmundicia, en conexión con el carácter mortal de la vida humana. La forma gloriosa del Hijo de volver al Padre es por y entre “los infi ernos” y abismos de la muerte, lo cual es pasado retornando de continuo a través de las “ex-periencias abismales” de los hombres. Experiencia como la de Manuel, que es el lenguaje de Jesús, El que retorna, el que se pronuncia a través de los aniquilados, de los despreciados, de los caídos, de todos. Manuel hizo posible esa Parusía, abriéndose camino entre los infi ernos de este mundo para ins-taurar la defi nitiva y contundente paz del Mesías, de la reconciliación universal. Por eso en la medida en la que cada uno de nosotros nos abramos con sensi-bilidad ante los quejidos, clamores y lamentos que atraviesa este mundo, como hizo Manuel, la Parusía se estará produciendo.

Todos estos temas son más profundos y re-quieren una refl exión aún mayor que estas breves que yo os he expuesto, pero pueden darnos, como he dicho, alguna pista para continuar. En defi nitiva Manuel me ha confi rmado en muchas de las cuestio-nes que yo pensaba y me ha enseñado otras en cuya cuenta no había caído, todas las cuales me llevan y nos llevan a todos a hacer de nuestra vida diaria un territorio de misión: en casa con la familia, en el trabajo, con los amigos, en el trato diario con perso-nas distintas, y si bien es cierto que el panorama ac-tual, a Dios gracias, no es terrible como el que vivió Manuel, tampoco estamos en un buen momento en una época en la que los cristianos seguimos siendo blanco de otras iras que abarcan un amplio abanico de actitudes que van desde el ataque verbal agresi-vo y contundente a nivel social e incluso institucio-nal, hasta la risita de quien te considera, eso que llaman “Beato”, y te hace chiste y mofa en cual-quier contexto del día a día. Tampoco la situación

de la Iglesia en España en la actualidad carece de la necesidad de dar respuesta a bastantes cuestiones de nuestra sociedad, y que se muestra dividida, no en cuanto a la doctrina, pero si en cuanto la orga-nización y formas de llevar este conglomerado de seres humanos unidos en Cristo que somos la Iglesia y en donde no se puede perder de vista que organi-zarse se puede organizar como considere, siempre y cuando no lastimen los valores del evangelio.

En fi n, todo sigue estando por hacer, hacerse desde la esperanza que personas como Manuel nos enseñan continuamente. El Evangelio dice que no-sotros somos la sal de la tierra y Manuel sin duda lo fue, por eso el día 13 de octubre la Iglesia lo va a pregonar, a festejar, a bendecir, a glorifi car.

Reitero las gracias a todos, Asociación Manuel Aranda, Parroquia de la Virgen del Carmen, a to-dos vosotros y al coro “Amicitia” que nos ha acom-pañado en este acto y cuyas andanzas siempre me recuerdan a una canción de otro magnífi co poeta, José Manuel Montesinos -conocido por todos por la edición que la parroquia realizó de ese disco com-puesto en la espiritualidad de Manuel-, cuyos versos cantan:

“Hasta el último confínpor saciar toda mi sedpor calmar tanto doloryo me voy con soñadoresanunciando a mi Señor”.

Para eso para despedirnos, este conjunto de soñadores cantamos el Himno a Manuel, con el cual y al margen de su interpretación (es broma), quere-mos anunciaros a nuestro Señor a través de su testi-go valiente y fi el, Manuel Aranda Espejo. GRACIAS.

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María Inmaculada Cuesta Parras, en el momento de su intervención en la Jornada Preparatoria a la Beatifi cación

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TARRAGONA

Domingo, 13 de octubre de 2013