Autor: Raúl del Valle Rodríguez
Diseño de portada: Marta Pagès Rufé
Edición: Actuavallès Passeig Gaudí, 31 08203 Sabadell
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Prólogo. ............................................................................................................................ 6
Relatos ............................................................................................................................. 7
Últimas notas de Julio Verne ........................................................................................ 9
Los panes y los peces ................................................................................................... 9
La venganza de las nubes ........................................................................................... 10
Cuando el enemigo está en casa ................................................................................. 11
El gen de la estrucioniformidad .................................................................................. 12
Goliath ........................................................................................................................ 13
Formas de cambiar una rueda ..................................................................................... 14
Las profundidades. ..................................................................................................... 15
Poemas. .......................................................................................................................... 16
Cosas de mayores ....................................................................................................... 18
La vida, instrucciones de uso ...................................................................................... 18
Estrategias discursivas para vencer el desamparo ...................................................... 20
La madurez de Peter Pan ............................................................................................ 22
Querencias, esperanzas y temblores ........................................................................... 23
Relaciones cromáticas entre el alcohol, el orín y los poetas ..................................... 25
Ensoñaciones de un psicópata que ve en sueños el futuro ......................................... 26
Diccionario abreviado de jardinería o cosas que pueden hacerse amontonando
restos de poda. ............................................................................................................... 27
6
Prólogo.
En estos 20 años de actividad ininterrumpida, el barco de Actuavallés se las
ha visto con todo tipo de tormentas: desde los frecuentes e inevitables
fallecimientos de sus usuarios cuando no existían tratamientos eficaces para
detener el avance del VIH en el organismo, hasta los recientes embates del
neoliberalismo capitalista que, en su proceso de desmantelamiento del
estado del bienestar, está dejando a las entidades del tercer sector en una
situación más que complicada justo ahora que nuestra labor es más
necesaria que nunca y cada vez para más gente.
En cualquier caso, no nos queda otra que seguir tocando aunque el barco
parezca hundirse, como los músicos del Titánic o como Socrates quien,
condenado a muerte y a la espera de que le trajeran la cicuta, pidió que le
enseñaran una nueva melodía para tocar con la flauta a pesar de que le
quedaban pocas horas de vida. El filósofo rumano Emile Cioran,
comentando la anécdota de Socrates, afirmaba que uno sólo debería tener
derecho a aprender aquello que querría aprender incluso pocas horas antes
de morir.
Así que, este año, para celebrar Sant Jordi, en Actuavallés nos disfrazamos
de editores y sacamos esta pequeña edición pirata con cuentos y poemas
cedidos de forma desinteresada por uno de nuestros técnicos, Raúl del
Valle Rodríguez, con la esperanza de que, si mañana se acaba el mundo, al
menos tengamos algo que leer.
7
Relatos.
8
Últimas notas de Julio Verne
Al principio pensé que era cosa mía. Altibajos emocionales regidos por la
lógica del péndulo. Mi leve tendencia a la depresión. Llevo dos años
viviendo en este semisótano sin apenas luz natural, con el suelo como
medio metro por debajo del nivel de la acera. Se agradece cuando vienes
cargado del súper pero te deja el ánimo a la altura del betún.
Hace unos meses, inesperadamente, me quedé en paro y empecé a pasar
mucho más tiempo en casa pero, en lugar de aprovechar las ingentes
cantidades de tiempo libre que me proporcionaba mi nueva situación
laboral en hacer cosas útiles, me pasaba el día tirado en el sofá, viendo
programas estúpidos en la tele, acumulando latas de cerveza vacías y
ceniceros llenos de colillas, sin salir a la calle más que para realizar las
compras imprescindibles. Las pocas veces que lo hacía me daba la
impresión de que el piso estaba cada vez más enterrado, como si se
estuviese hundiendo, como si estuviese sufriendo un lento e inexplicable
naufragio en seco. Pero, como ya dije antes, lo atribuí a mi estado anímico
y no volví a pensar en ello.
Mi tendencia a la clausura iba a más. Cada vez hacía compras más grandes
que me permitían pasarme largos periodos sin salir al exterior. Por eso no
me di cuenta de que el proceso se estaba acelerando.
Hace ya unos días que se terminó la cerveza. No tengo luz ni agua. Acabo
de apagar mi último cigarrillo. Sé que no aguantaré hasta ese momento,
pero a veces me pregunto cuanto faltará para llegar al centro de la Tierra.
9
Los panes y los peces
Como cuando crees haber pasado una página y descubres que has pasado
dos, al meter la cucharilla en la taza de café y efectuar el clásico
movimiento circular en aras de la disolución del azúcar, me doy cuenta de
que entre mis dedos hay en realidad dos cucharas. Vendrían pegadas la una
a la otra, me digo para tranquilizarme tras el sobresalto inicial. Dejo las dos
cucharas en el platillo donde reposa la taza y me llevo ésta a la boca para
comprobar la temperatura del cortado.
Demasiado caliente, me digo, tendría que haberlo pedido con la leche
natural. Y, al ir a devolver la taza al plato, el sonido de la porcelana contra
la porcelana antes de lo esperado me hace comprender, horrorizado, que en
el plato del que he levantado la taza, reposa otra taza exactamente igual a la
que sostengo yo en mi mano.
Sin pensármelo dos veces, dejo la taza en la mesa y me levanto con la única
idea en la cabeza de abandonar cuanto antes este bar. Un instante antes de
alcanzar la puerta escucho mi propia voz que, desde la mesa, me llama por
mi nombre.
10
La venganza de las nubes
Historias que me cuento las noches de tormenta, cuando la lluvia arrecia y
de repente comprendo que llevamos siete días de lluvia y pareciera que ya
no va a dejar de llover nunca. Que el amanecer en realidad es un monstruo
mitológico en el que creían los antiguos griegos y que tiene el corazón tan
duro que nunca se digna aparecer, se queda tumbado en el Olimpo sin
importarle lo más mínimo que la humanidad se muera de frío. Una especie
de Bartleby cósmico que ha comprendido hace ya tiempo que en realidad
ya nada importa.
¿Cómo era aquello de la gota malaya? El continuo gotear sobre un mismo
punto de la frente de cualquier desgraciado. Una tortura sencilla y eficaz.
Una gota cada cinco segundos. Sin descanso. Por lo visto, en tres horas la
erosión ya permite observar el minúsculo cráter en el cráneo, pero al
torturado aún le quedan muchas gotas que soportar. Dicen que,
normalmente, al tercer día, totalmente perdida la razón, fallece por paro
cardiaco.
¿Cuántos días de lluvia serán necesarios para que empiecen a agujerearse
los techos? ¿Cuántas gotas habrán de caernos encima antes de al fin
alcanzar la muerte?
11
Cuando el enemigo está en casa
Mi habitación es un ser vivo que conspira contra mi persona en forma de
lenta marea de ropas, libros y objetos varios; una marea que va subiendo
parsimoniosa y casi imperceptiblemente, ganándole minuto a minuto
centímetros al aire, apropiándose de un espacio que por jerarquía me
pertenece.
De vez en cuando me levanto bravo y pongo un par de lavadoras, recojo
algunos libros, despejo la mesita de noche, barro el trozo de suelo que haya
quedado libre, doblo la ropa que en mi delirio considero que aún está
limpia, la amontono en el armario y, a veces, si estoy especialmente
inspirado, incluso cuelgo de las perchas alguna chaqueta o pantalón.
Pero es absurdo, un gasto inútil de energía. Cuantas más cosas recojo, de
más espacio dispone la entropía para manifestarse en toda su intensidad. Al
final un día comprendí que lo mejor era desentenderse, dejar que el
desorden campe a sus anchas, permitir que llegue a su punto de saturación,
al instante en el que ya no quepa nada más. ¿Qué pasaría si Sísifo se
sentase en lo alto de la montaña sin importarle un carajo hacia dónde ruede
la piedra que en teoría está condenado a empujar eternamente?
De momento la marea ha subida hasta la altura de mi ombligo, empieza a
hacerse dificultoso avanzar a través de ella, todas las noches tengo que
cavar entre los libros y la ropa para encontrar mi cama. Me da miedo
alguna mañana despertar enterrado o simplemente no despertar, así que
hace ya tres días que me acuesto con el snorkel en la boca.
12
El gen de la estrucioniformidad
La cosa empezó así, de repente, la gente se arrodillaba en una glorieta o en
el jardín de su casa o en cualquier lugar donde el suelo fuese lo
suficientemente blando como para poder cavar un hoyo con sus propias
manos, enterraba la cabeza en el hoyo y devolvía a éste, evidentemente a
ciegas, cuanta tierra fuese necesaria para no poder respirar y morían así,
con la cabeza enterrada como si fuesen cebollas humanas o avestruces
cansados de correr por la sabana.
La imaginería popular vio en ese comportamiento una prueba evidente de
la estrucioniformidad de la especie humana; el hombre, en realidad,
descendía del avestruz.
Para cuando algún zoólogo levantó la voz haciendo notar que eso de que
los avestruces entierren la cabeza en el suelo es un mito creado por un
dibujante americano y no un comportamiento propio del animal en
cuestión, ya casi no quedaba nadie que lo pudiese escuchar.
13
Goliath
Al día siguiente, en el campo de batalla, cadáveres sobre el mármol y en el
fregadero; pequeños cuerpos retorcidos encima de los platos, aferrados en
su última agonía al cristal de un vaso con un resto de cerveza en el que
flota una colilla de tabaco rubio.
Es la parte más pesada del asunto, retirar los cadáveres y fregar con
esmerada minuciosidad para eliminar cualquier resto de insecticida. Las
matanzas de hormigas son peligrosas en una cocina sin recoger, el
insecticida coloniza tus sartenes, platos y cubiertos y, si no se toman las
debidas medidas higiénicas después de la batalla, puede acabar
intoxicándote en lo que constituiría una irónica venganza post mortem.
De niño me fascinaban los imanes. En verano me pasaba tardes enteras
sentado en el balcón armado con un par de ellos, buscando alguna hormiga
a la que tender mi trampa. La trampa consistía en sostener los dos imanes a
ras de suelo, lo suficientemente cerca como para que, cuando la hormiga en
cuestión cruzase entre ellos, al soltarlos saliesen disparados el uno contra el
otro.
Clink.
Lasaña de hormiga, me gustaba llamarlo.
14
Formas de cambiar una rueda
Llevaban dos horas de camino y no habían dejado de discutir desde que se
subieron al coche, así que, en cierto sentido, a los dos les vino bien el
pinchazo: una tregua, un tiempo muerto, la excusa perfecta para no tener
que compartir el mismo espacio.
Él bajó a cambiar la rueda entre maldiciones; ella se quedó en el interior
del vehículo, fumando en silencio y observando, por el espejo retrovisor, la
figura acuclillada de su marido que no acertaba a poner bien el gato
hidráulico.
Entonces vio emerger, de entre los árboles, lo que parecía ser un oso pardo.
Por suerte reaccionó deprisa y, después de subir las ventanillas, bajó el
seguro de las puertas.
15
Las profundidades.
Lo malo de las profundidades es que no admiten el estatismo, uno no
puede resignarse a habitar en ellas y quedarse ahí sentado en un rincón
cualquiera de su pozo particular, un pozo que, por otra parte y como todo
pozo que se precie, carece por completo de rincones.
En las profundidades no hay lugar para la quietud o el descanso, en el
preciso instante en el que uno decide dejar de luchar por salir de ellas –
total, igual no vale la pena-, en cuanto bajas los brazos admitiendo tu
derrota es como si el suelo en el que te apoyas cediese bajo tus pies y otra
vez te encuentras cayendo, como si el pozo no tuviese fondo o no tuviese
más fondo que el de tu propia resistencia: seguirás cayendo mientras
aguantes la caída, seguirás arrastrándote mientras las piernas y el vientre y
los brazos te lo permitan.
Hay una leyenda judía que dice que en cada generación de hombres
nacen treinta y seis hombres justos, treinta y seis almas puras destinadas a
soportar sobre sus hombros todo el sufrimiento del que se hagan
merecedores a lo largo de sus vidas el resto de hombres de su generación,
treinta y seis desgraciados que sufrirán como perros mientras vivan.
Y cuenta la leyenda que, cada vez que uno de esos hombres muere,
Dios en persona acoge el alma entre sus dedos y los frota sin descanso para
hacerla entrar en calor y que, en ocasiones, es tanto el frío que el alma ha
acumulado en su interior, que tarda cientos de años en conseguir que deje
de temblar.
16
Poemas.
17
Cosas de mayores.
A veces piensa en hacerlo al revés, por delante.
Enterrar la nariz en el justo centro de la almohada
y apretar los extremos con fuerza contra los oídos
hasta que no le quede una brizna de aire en los pulmones
para tal vez así encontrar un silencio de verdad
en el que poder dormir tranquilo.
Lo piensa con los ojos clavados en el techo de la habitación
y la almohada apretada contra las orejas.
Lo pìensa y mientras lo piensa
siente que la cabeza le va a estallar,
"igual ya se han dormido",
se dice antes de ir, poco a poco,
aflojando la presión.
Parece que no se oye nada.
El niño suelta la almohada,
se incorpora en la cama,
pega la oreja a la pared.
Más allá de los latidos de su propio corazón
no escucha más que un ligero y acompasado
ronquido de hombre
y, como de muy lejos,
el lento y entrecortado
llanto de una mujer.
18
La vida, instrucciones de uso
Escupir en la cara
sólo de quien lo merezca,
obedecer siempre a las tripas
antes que al cerebro,
someterse, de tanto en tanto,
a los dictados del azar y el deseo,
no caer en la tentación
de reservar del mundo
sólo un rincón tranquilo.
Sentarse a mirar sólo aquello
que merezca ser mirado,
guardarse como de la peste
de la amistad de los injustos,
del favor de los crueles
y de la estéril protección
de los cobardes;
no limitarse a vivir
en las miradas ajenas
ni romper en vano el incómodo
silencio de los ascensores.
Comprender que en la debilidad
reside la fortaleza,
que el azul sólo es azul
porque así nosotros lo miramos,
no buscar el fácil halago
19
de los ignorantes
ni la estúpida admiración
de los mediocres.
Conformarse con poder dormir
cuando dormir bien no se pueda,
aprender a distinguir
la cáscara del fruto,
el dolor de la dolencia,
saber que toda posesión
es el anticipo de una carencia.
20
Estrategias discursivas para vencer el desamparo
Hoy está en celo la gata de enfrente.
El calor hace impensable
cerrar la ventana.
Sus inquietantes maullidos se escuchan
como si estuviese aquí mismo,
dentro del armario.
Como si tuviese encerrado a un bebé hambriento,
o a la madre que sostiene a su hijo muerto entre los brazos
y que ya ha llorado tanto
que no le quedan fuerzas más que para esa especie
de gemido sostenido que ya ni siquiera
llega a ser un grito.
Ahora se ha callado.
La gata, digo.
.............................
Dibujar tu mirada
dibujarla como una forma
de arrebatártela.
Tan cerca del abismo
como de tus ojos.
Un sortilegio,
una sustracción mágica.
21
Lograr a través del dibujo,
gracias a la tinta,
la tan anhelada extracción
de tus globos oculares.
Para echárselos a los cerdos.
......................................
La vida es corta,
los días estrechos.
A veces aprietan tanto
que hasta cuesta respirar;
Entonces, claro, me veo
como un pececillo naranja
boqueando bajo el sol
sobre la última mancha de humedad
de un charco que se evapora.
Por suerte tenemos los bares y la lluvia,
Camarón y las tormentas.
Por suerte uno puede emborracharse
hasta quedar sin sentido
con la esperanza de que llueva
y, para cuando se pase la resaca,
haya subido por fin la marea.
22
La madurez de Peter Pan
Descubrir un día que el café,
que siempre te había gustado dulce,
ahora te gusta sin azúcar.
Que un canto aplazado, finalmente,
quizá no llegue a cantarse nunca.
Que hay trenes que se dejan pasar
sin que uno sepa
que esa vez era la última.
Que no hay más verdad que tu sombra
arrastrando su peso por las aceras;
que cada vez es más dura la resaca
y da menos risa la borrachera.
23
Querencias, esperanzas y temblores
Quiero dejar de escribir
versos sentimentales
sólo admisibles en adolescentes empachados de Bécquer
y del Neruda de los versos tristes
y el me gusta cuando callas.
Quiero evitar –pero me cuesta- la rima fácil,
los poemas de amor, los cuentos efectistas,
la tendencia a salpimentar la ficción
con mediocres pedacitos de mi vida.
Quiero evaporarme como un charco
cuando sale el sol con fuerza,
escapar como el humo acumulado en el salón
al abrir el balcón una noche de fiesta.
Quiero cantar –pero no sé- canciones tristes
como recoger pájaros muertos de la calzada,
hasta desaparecer en la melodía
y reencarnarme en una lágrima.
..................................................................................
Suena feo, pero los sentimientos
no son más que una determinada
configuración electroquímica en tu cerebro.
24
Tenemos el privilegio de ser los últimos
humanos en el camino hacia la máquina.
Alrededor del 2200 los poetas
se irán a vivir al subsuelo con las ratas,
nuestros semejantes.
En el 2666 el mundo será un enorme cementerio
en el ojo sin párpado de un nonato.
....................................................................................
El ser humano, ese bicho despreciable
que de tanto repetírselo a sí mismo
ha acabado por llegar a creerse
la culminación de algo, el huevo del picnic,
la guinda del pastel, el ajo de todas las salsas;
punto álgido de un proceso
que se inicia en el big bang
y se proyecta hacia el infinito.
Estúpida presunción, verborrea de borrachos,
delirio de científicos jugando a ser dioses,
consuelo para idotas incapaces
de aceptar que no son más
que el conglomerado de moléculas
que estúpidamente los conforman.
25
Relaciones cromáticas entre el alcohol, el orín y los poetas
Alcoholismo de baja intensidad.
El solitario de la xibeca.
A veces me pregunto a qué se debe
que beban tanto los poetas,
¿será que en el fondo del vaso habitan
antes de ser escritos sus poemas?
Decía leopoldo maría panero que le gustaban,
por ser del color de la orina,
el whisky y la cerveza.
Claro que, cuando uno se emborracha,
la orina es incolora,
¿será esto la literatura?
¿habrá que pasarse al vodka?
26
Ensoñaciones de un psicópata que ve en sueños el futuro
(niños corriendo descalzos
por un descampado cubierto de cristales rotos
y colillas encendidas)
Imágenes que te asaltan a veces
en el mismo centro de la pesadilla,
(enormes extensiones de campos quemados
donde aún se distingue el borboteo del tuétano
entre las brasas encendidas)
cuando llega el sueño y la fiebre se dispara
y en cualquier momento cualquiera
puede acabar con tu vida.
27
Diccionario abreviado de jardinería o cosas que pueden hacerse
amontonando restos de poda.
28
Aroma.
Conservo tu olor retenido
en la palma de la mano izquierda .
En alguna de mis viejas libretas
juré y perjuré no volver a escribirte
nunca más un poema.
Pero ahora me acuesto sin ti y descubro
tu olor retenido en la palma
de mi mano izquierda.
Mira qué sencillo me resulta
quebrantar una promesa.
Caligrafía.
En el pupitre de delante una letra
entrevista por encima
del hombro de su propietaria;
una caligrafía que engorda y adelgaza
en ciclos que parecen naturales,
como si respirara;
una caligrafía que inclina los palitos
de las t y de las d y de las l
hacia uno y otro lado -sístole, diástole-,
29
como si, además de respirar, latiese.
Al final de la clase, camino de la puerta de salida,
intento ver de reojo por última vez su letra
y mis ojos se encuentran con un pezón
que se eriza al contacto con la tela de la camiseta.
La chica que respira y late
a través de su propia caligrafía,
esta mañana vino a clase
sin sujeción de ningún tipo.
Cicatriz.
Ni es muy honda ni, gracias al maquillaje, se aprecia bajo la luz de los
focos, pero durante el día es perfectamente visible surcándole el rostro. Una
recta perfecta que atraviesa la parte izquierda de su cara, desde la comisura
de los labios hasta media mejilla, como si alguien hubiese intentado
alargarle a la fuerza la sonrisa.
Confesión.
En la vida nunca se me han dado bien los finales. O son demasiado
abruptos o demasiado dilatados. O se demoran hasta la náusea o son tan
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expeditivos y eficaces que parece que nunca hubiese existido la etapa que
con ellos concluye.
Todo esto es por el cambio de estación, por el cambio de estado, por el
curso que aún no comienza, porque no escribo, porque masturbarse dos
veces al día no es ni de lejos saludable a partir de los treinta, porque tengo
el piso hecho una pocilga, porque ya empiezan las alfombrillas del coche a
estar otra vez llenas de colillas.
A veces pienso que el mundo me queda grande, que me sobran al menos un
par de tallas, que haría falta hacerle algún remiendo pero, por más que
busco, no consigo encontrarle las costuras.
Economía.
Al salir a la calle me di cuenta de que iba descalzo, al parecer me habían
robado los zapatos.
Hacerse el dormido no es la mejor forma de dormir pero, si te lo haces con
convicción, puede acabar desembocando en el sueño.
Quiero decir que yo estaba despierto cuando entraron, no abrí los ojos pero
estaba despierto. Creo que eran tres, supongo que los tres iban borrachos.
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Erizo.
En invierno
adquiere dimensiones trágicas
el amor de los erizos.
Si se abrazan,
se lastiman con sus púas;
si se separan,
se mueren de frío.
Esperanza.
No esperar nada de nadie
ni permitir que nadie
espere nada de uno.
Intentar imaginar que el mundo
no existe más que en tu mente,
que mañana, al abrir los ojos,
descubrirás que todo es mentira.
La persistente pesadilla
de un borracho que por error
está soñando tu cerebro.
32
Funambulismo.
Una estación chiquita en medio de ninguna parte. Un atardecer lento que va
tiñendo el cielo al otro lado de los cables del tendido eléctrico. Un niño que
mira los pájaros posados en los cables y se imagina que, un día de estos, en
lugar de volver al circo en el que trabaja, trepará por uno de aquellos postes
y dará la vuelta al mundo.
Futuro.
A veces me siento triste
sin venir a cuento.
Los placeres cotidianos,
la comida caliente,
las sábanas limpias,
no consiguen causar en mí
el más mínimo efecto.
Mis programadores no lo entienden,
me reprograman,
me reconfiguran,
revisan mis circuitos.
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Grafomanía.
X es grafómano, un enfermo de la escritura. Alguien para quien las
personas, los objetos y los aconteceres tanto de la vida en general como de
su vida en particular, sólo cristalizan como verdadera realidad en el
momento en el que los inserta en alguna de sus libretas.
X atribuye su grafomanía a la extraña propensión que existía entre sus
profesores de primaria al recurso de la copia como forma de castigo; a
hacer escribir n veces la misma frase ante la menor travesura o salida de
tono de los alumnos.
X, que de niño era más bien revoltoso e indisciplinado, se pasó gran parte
de la Educación General Básica con un bolígrafo en la mano, sentado frente
a un folio que se iba llenando de palabras que, a fuerza de repetidas,
dejaban de tener sentido. Frases del tipo No hablaré en clase o No insultaré
a mis compañeros o No pegaré a nadie.
Curiosamente, aquella especie de suplicio medieval acabó sentándole bien
a X. le relajaba el sonido del bolígrafo deslizándose sobre el papel, el breve
refulgir de la tinta un instante antes de secarse, la forma en la que las letras
se le iban tendiendo hacia la derecha a medida que avanzaba el proceso…
Como un monje budista dibujando un mantra, así me sentía copiando
quinientas veces la misma estúpida frase, completamente solo en el aula
después de que se hubieran terminado las clases; sobre todo cuando el
profesor de turno, una vez acabada la faena y en un alarde de crueldad
innecesario, rasgaba las hojas ante tus ojos y arrojaba los pedazos
resultantes a la papelera, escribe X, ya adulto, en una de sus libretas, y es
34
un tema sobre el cual, con el paso de los años, vuelve con relativa
frecuencia.
Herida.
Pensar en cosas simples.
El olor de la tierra mojada
cuando de repente
y contra todo pronóstico
estalla un chaparrón.
El sonido del mar;
el color del cielo.
Pensar en cosas simples.
Luchar contra la sensación
de que otra vez estoy solo.
No dejar crecer las grietas,
recuperar de cualquier manera
algo parecido a la sonrisa.
Pensar en cosas simples.
Convencerme , pese a las apariencias,
de que no te has ido.
35
Hoguera.
Los sinónimos no existen,
la palabra es ante todo sonido,
las frases brillan en frecuencias concretas,
el párrafo debe ser
correlato de esa danza.
Hay que arder mientras se escribe
si se quiere ser digno
de semejante privilegio.
Miedo.
Muchacho acurrucado en un rincón
de la habitación a oscuras
que puede escuchar perfectamente
el latido que le confirma
que tampoco allí está solo.
Palabras.
La palabra nace como sonido,
la oralidad precede
en mucho a la escritura.
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La palabra escrito no es sino un intento
de fijar la palabra hablada,
de dotar del atributo de la permanencia
a algo que en esencia es efímero y contingente,
de fotografiar el sonido mucho antes
de que existiese método alguno
de registro auditivo.
Ahí reside la profunda paradoja
de la palabra escrita,
representante sobre el papel
de una entidad sonora
condenada al silencio.
Pienso en la literatura desde dentro,
el aspecto que debe tener
el interior de lo literario.
El paisaje es desolador,
un desierto de silencio donde todos
parecen estar hablando,
el mundo visto desde el cerebro
de un cantaor sordo y ciego
que no deja de cantar.
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Pecera.
Un astronauta perdido por las playas de Menorca en mitad del invierno, con
su escafandra de humo y su anhelo de soledad y distancia, de atardeceres
vistos desde el espacio y amaneceres que han perdido su capacidad de
generar significados.
Un astronauta que mastica su derrota y descubre entre los pliegues de sabor
que no existe la victoria, que para él, en este planeta y en este tiempo, no
hay posibilidad alguna de escurrirle el bulto a la derrota.
Un astronauta que respira en silencio e imagina que los dibujos
entrecruzados que deja sobre la arena húmeda de ciertas playas el mar en
retirada son en realidad una escritura secreta, un alfabeto desconocido;
como si el mar fuese un inmenso poeta líquido que compone extraños
poemas sobre la arena; poemas que, quizá, sólo logren entender las nubes o
las aves migratorias.
Poema.
A veces las palabras se confabulan para,
desde una simplicidad extrema,
crear instantes de belleza
sólo comparables a cosas tan simples
como una puesta de sol en Gabdos
o una buena tormenta
sobre un techo de Uralita.
38
Refugio.
Una lluvia tenue y extrañamente persistente, como la resaca de tres
cervezas y dos canutos a destiempo. Un túnel bajo las vías del tren -o bajo
la autopista o bajo algún edificio-; un túnel de techo abovedado bajo el que
refugiarse de la lluvia. La chica joven apaga el porro mientras abre la funda
de su instrumento, lo saca, lo monta, se lo lleva a la boca y empieza a
soplar. El sonido dulzón y melancólico de la trompeta impregna
amplificado el aire del interior del túnel, como si fuese un cuenco puesto
del revés. Fuera sigue tercamente lloviendo. Por encima, quizá, está a punto
de pasar un tren.
Soledad.
Dolores que se solidifican y adquieren
el aspecto de alguien que se aleja,
un nuevo espejismo que se disuelve
en el horizonte, una retahíla
de cuerpos decapitados, el anhelo
de la soledad más absoluta,
de ser la única persona en el mundo
capaz de ver el mar.
39
Tormenta.
Un mar desconcertado
que no sabe qué hacer con tanta agua
y se enfurece y encabrita
y arroja sobre la arena de las playas
el descarnado cuerpo
de todos sus ahogados.
Trinchera.
Como a los golpes y sin fortuna
camino por este mundo,
sin encontrarle las costuras
ni mucho menos el rumbo.
Como a los golpes y a malos pasos,
coleccionando por los rincones
ceniceros que se desbordan
bajo el signo de Diógenes,
trastos por todas partes,
meadas fuera de tiesto,
platos llenos de comida fosilizada,
algún que otro amigo muerto.
Como a los golpes y sin remedio
pero aguantando la compostura,
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con la frente todo lo alta que se pueda
sin dejar la garganta al descubierto.
No vaya a ser que alguien se anime
a darme en la tráquea el golpe
que sin duda me merezco.
Versos.
Los hay como disparos
condenados a repetirse,
te atrapan durante días y no puedes
dejar de recitarlos en tu cerebro
una y otra vez; como si
esa conjunción de palabras concreta
creara una necesidad en tus neuronas,
una pequeña adición,
un picor que sólo se calma
repitiendo entre dientes
los versos en cuestión.
El corazón,
si pudiera pensar,
se pararía.
El mar recordó, de pronto,
el nombre de todos sus ahogados.
41
El amor es mentira.
La caricia es mentira.
La amistad es mentira
Western.
Aprender a esperar.
Saber que, en un momento dado
y sólo con el clima apropiado,
todo se ordena como por ensalmo,
como si alguien hubiese decidido
que justo en ese instante
ha llegado la hora
de empuñar el revólver.
Carroña putrefacta,
alimento para gusanos.
La herencia de la sangre,
la alegre responsabilidad de saberse
parte de una estirpe de asesinos.
La mirada fría y el gesto adusto,
el pulso sereno al apretar el gatillo,
la clara conciencia de que todo hombre
es la prefiguración de su cadáver,
futura carroña putrefacta,
alimento para larvas y gusanos.
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