metroligero [30]
brevemente [25]
Relatos en cadena
dindondin [26]
entrecocheyandén [28]
Bombazón, Ramón Molleda
andéndos [9]
Pájaros a la deriva entre constelaciones, Tere Susmozas
elmuro [3]
decamino [27]
cuentoscomochurros [18]
lapuertadelanevera [21]
juliagosto2015nº39
andénuno [5]
La agonía de un pueblo, Giovanni Verga
Publicamos el relato ganador de la VIII temporada de Relatos en Cadena, que se
hizo acreedor del premio anual de 6.000 € que otorgan Escuela de Escritores y
Cadena SER: ¡enhorabuena!
diccionariodesaturno [22]
sinopsis [23]
Edita: Grupo Andén C/ Feijoo, 6 - 4ºA - 28010 Madrid | [email protected] | www.grupoanden.com
Comité editorial: Alejandro Moreno, Víctor García Antón, Leticia Esteban | Editora: Natalia Muñoz.
Asesores de contenidos: Sergi Bellver, Juan Carlos Márquez, Kike Cherta, Juan Martini (Buenos Aires, Argentina)
y Mónica Pano (Argentina)
Publicidad: [email protected] | Diseño: www.jastenfrojen.com
Ilustración: Ilustración portada e interior: © Leticia Esteban | www.leticiaestebanilustracion.com | [email protected]
nove
dade
s
Con la colaboración de:
andéntres [15]
Carne rota, Flavia Pantanelli
3
En este número veraniego (o invernal) de
Cuentos para el andén huiremos de un volcán
ayudados por Giovanni Verga, un clásico italiano
del XIX, custodiaremos con Tere Susmozas un
pequeño brote de esperanza que surgió en no
sabemos qué planeta y cojearemos un poco
por culpa de Flavia Pantanelli, una de las selec-
cionadas en el I Microconcurso que organiza-
mos en 2015, que nos dejará la carne rota en un
texto inédito de su próximo libro. Hablaremos
también del fenómeno cochousing: mayores
que se independizan. Y más cosas. No te quita-
mos más tiempo, esperamos que lo disfrutes.
Cuentos para el andén
@cuentosanden
www.grupoanden.com
Te escuchamos:
elmuro
Finalistas:
Sin título - Alejandra Montiel.
Neuquén Capital (Argentina)
Rompiendo barreras - Pablo Vargas.
Granada (España)
Sin título - Edurne Oyanguren.
Bilbao (España)
Tema: Barreras Ganador: Barreras - Isabel Palop. Granada (España)
Concurso de fotografía Participa enviando tus fotos a [email protected] las bases y mira las fotos en Facebook y grupoanden.comTema del próximo concurso: Calor
andénuno
5
"¡BOLETÍN sobre la erupción! Fuego en Nicolosi". La gente
acudía de las inmediaciones, a pie, a caballo, en carroza,
según sus posibilidades. Una densa polvareda dibujaba el
zigzag de la carretera a lo largo de la cuesta, entre el verdor
de los viñedos. A cada paso se veían carros que venían del
pueblo amenazado, cargados de enseres, mercancías,
maderas e incluso postigos y barandas de balcones; el des-
mantelamiento de un pueblo a punto de desaparecer. Y
con los bártulos, encima de los carros y a pie, hombres y
mujeres taciturnos que llevaban a cuestas niños soñolien-
tos, con los rostros rojos por el calor y la angustia. A lo largo
del camino, los lugareños de caseríos y villorrios se asoma-
ban para ver con las manos en la barriga; alguna viejecita
que colocaba una imagen milagrosa en el dintel de la puer-
ta o en la cancela del huerto; los chiquillos que jugaban tira-
dos en el suelo; y en las puertas de par en par de las ermi-
tas, la estatua del santo patrón, reluciente bajo el baldaquín,
como un fantasma aterido, con las velas apagadas y flores
de papel delante. En la plazoleta de Torre del Grifo descar-
gaban carretadas enteras de puntales y tablas para las case-
tas de los desterrados. Las bombas de agua regresaban a
galope, con el estrépito de carros de artillería, y en lo alto, allí
enfrente, detrás de un telón de ceniza, el volcán tenebroso
arrojaba al aire, con un estruendo subterráneo, columnas de
fuego a quinientos metros de altura.
A la entrada del pueblo había un montón de carros y
caballos, gente que gritaba y soldados con el fusil en ban-
dolera; casi la vanguardia de un ejército en retirada. Se cami-
naba sobre una arena negra, entre dos filas de casas des-
La agonía de un puebloGiovanni Verga
6
andénuno
manteladas, deformes, con puertas y ventanas arrancadas.
La gente todavía se afanaba en llevarse algo consigo. Por el
balcón de una casa nueva bajaban un armario monumen-
tal, gritando: ¡Apartaos! Una vieja estaba al cuidado de unas
gallinas sentada encima de un cesto, en un patio atestado
con maderas y aros metálicos de hacer barricas. Y aquí y allá,
a través de las puertas sin hojas, se veía a algún pobre dia-
blo que daba la espalda a habitaciones desnudas, esperan-
do, cruzado de brazos y el rostro largo, en silencio, como en
la antesala de un moribundo. En la acera del Casino di
Compagnia, alineadas en dos filas de sillas, unas señoras
que habían ido a ver el espectáculo se abanicaban; los hom-
bres fumaban; un vendedor de sorbetes pasaba ofreciendo
agua fresca. El baldaquín del Santísimo estaba apoyado
contra el muro, con los postes en un haz, y delante de la
iglesia abierta, sin luces encendidas, se veía únicamente el
resplandor de unos santos dorados en el altar de luto, al
fondo. Y por encima de todo ello, del chismorreo y del
estruendo, por encima de las explosiones del volcán, la
campana tocaba a procesión, sin cesar un instante.
Al Norte, en dirección al Etna, la carretera se alejaba en
medio de dos hileras de arbustos de retamas, repleta de
curiosos que iban a ver, riendo y armando alboroto, llamán-
dose desde lejos. Se oían los chillidos sofocados de las seño-
ras que se balanceaban sobre las albardas mal sujetas de las
mulas, y las voces de quienes vendían gaseosa, cerveza,
huevos y limones en tenderetes improvisados. A medida
que los más alejados llegaban a la cuesta, se escuchaba gri-
tar: ¡Mirad! ¡Mirad!, en un tono casi de júbilo. Enfrente, a
derecha y a izquierda, hasta donde alcanzaba la vista, se veía
el borde de una ribera escarpada, negra, humeante, surcada
aquí y allá de grietas incandescentes, de las que brotaba
una corriente de lava con un rumor seco de inmensos mon-
tones de escombros al caer. A dos pasos, las retamas en flor
aún se movían con la brisa de la tarde; las señoras se agarra-
7
andénuno
ban con fuerza del brazo de sus acompañantes, con un
estremecimiento delicioso; otros se dispersaban por entre
las viñas, siguiendo el curso de aquella corriente amenaza-
dora, saltando por encima de pretiles y hornachos, las muje-
res sujetándose las faldas, en un ondear infinito de velos y
sombrillas, mientras el crepúsculo moría al Oeste. Al fondo,
la marina se desvanecía al par que la riada de lava parecía
incendiarse en el horizonte tenebroso. Desde el pueblo per-
dido en la oscuridad llegaba ininterrumpido el tañido de las
campanas y un murmullo confuso y quejumbroso, un bullir
de luces que se acercaban como luciérnagas de paso. A
continuación, de entre las tinieblas de la carretera, surgió
una procesión extraña, hombres y mujeres, descalzos, gol-
peándose el pecho, recitando salmodias en voz baja, con
una nota insistente y llorosa en la cual no se oía más que:
¡Misericordia! ¡Misericordia! Y en el bullicio negro e indistin-
to de los penitentes, entre cuatro antorchas humeantes al
viento, se balanceaba un Cristo de madera, renegrido, rígi-
do, casi siniestro, sobre los hombros de los hombres que se
hundían en la niebla.
tw Del libro: Cuentos milaneses. Ed. Traspiés, 2013.Giovanni Verga (Catania, 1840 - 1922), fue uno de los precursores del "verismo", corriente artís-tica que influiría en la literatura, la pintura y la música de su momento, también en autores con-temporáneos como Francis Ford Coppola, que en El Padrino III le rindió un homenaje explícito.Es autor de Novelle rusticane (Cuentos rústicos, 1883), donde se encuentra el relato CavalleriaRusticana, que sirvió para escribir el libreto de la ópera homónima de Pietro Mascagni.
9
andéndos
CUANDO ya casi había olvidado el verde, nació otra vez la
hoja. Y nació erguida hacia el sol menguante y la luz estelar de
la semi-noche perpetua, violenta.
El primero en verla fue el niño sin pelo.
Se asombró tanto que bajó corriendo la ladera estéril, atrave-
sando el río sin cauce, hasta entrar en el poblado. Corrió tan
aprisa que, al llegar, sintió sed. Sólo pude darle unos cuantos
hongos desecados previos a la erupción del último volcán.
Luego, a voz en grito, bajo el cielo de estrellas fijas, nos contó lo
que había encontrado con tanto temblor en la voz que le creí-
mos loco. Durante tres jornadas, con sus lunas dobles, insistió
sin que le prestáramos atención hasta que, cansado de que
nadie le creyera, con el dedo índice de una de sus manos, la
dibujó en la tierra árida que nos encalla los pies. Desde sus ojos
a la yema escueta de su dedo, alumbrados por Venus, pudimos
reconocer la hoja. Fue tanta la emoción de los más viejos que,
si les hubiera quedado algún jugo en sus ojos, habrían llorado.
Con la mirada fija en la cabeza rosada del niño, los que aún
teníamos aspecto ágil, por ser jóvenes o estar todavía sanos,
ascendimos por la ladera tras él.
Mientras andábamos, saludé en silencio los lugares donde
habían estado mis cosas hacía algún tiempo. Lugares en los que
había habido algo de mí antes de que todo fuera del negro
basáltico y donde, ahora, nos esperaba la hoja. El niño no había
mentido. Ahí la encontramos, sola, única, huérfana, elíptica, frá-
gil, apenas larva, coronando un tallo corto y, quizá, débil. Su
color verde saltó a mis ojos con tanta viveza que caí de rodillas
en la tierra sintiéndome sin edad, ni nombre. Entendiendo la
semioscuridad constante como el paso uterino del propio
Pájaros a la deriva entre constelacionesTere Susmozas
10
andéndos
mundo, capaz de renacer por sí sólo una y mil veces. Aunque no
pude evitar preguntarme qué arroyo subterráneo podía estar
dándole vida. O si le bastaba la fuerza decadente del sol para
nutrirse. O si era la luz inmóvil de las constelaciones quien le
daba alimento.
Como nos había guiado hasta ella, no pudimos hacer otra
cosa que abrazar al niño. Lo abrazamos hasta estrangularlo e
izando su cuerpo inerte, menudo como el de un ave, volvimos
al poblado. Dijimos que no habíamos encontrado nada. De lo
demás echamos la culpa a los perros enloquecidos por la rabia
mientras amontonábamos neumáticos, tan viejos como inservi-
bles, para construir una pira. El niño calvo era tan menudo que
se consumió en poco tiempo. Si aún tenía madre, nadie lloró
por él, pero sí graznaron algunos pájaros en lo alto al percibir,
quizá, la luz de la hoguera. Para no oírlos tuve que taparme los
oídos con las manos y mirar así, ensordecido, las llamas.
Después, aprovechando las sombras que proyectaba el fuego,
susurramos la existencia de la hoja a un grupo de elegidos.
Dispuestos a conquistarla, algo más tarde, cargamos con
unas pocas pertenencias y nos marchamos. Dejamos allí, dur-
miendo, a los ancianos con sus lamentos sin lágrimas, y a los
que padecían la enfermedad oscura de la sed. Sólo habíamos
dado unos cuantos pasos, cuando me pareció escuchar, como
lejana, una risa viva, radiante, gozosa. Miré hacia el cielo y supu-
se que era Venus, la estrella ancestral, centro de todo. Y segui-
mos caminando, en silencio, tanteando en la tenue luz constan-
te, hasta el lugar dónde nos esperaba la hoja.
Nada más llegar, el paisaje gris y áspero comenzó a difumi-
narse ante mis ojos, casi a desvanecerse, arrugándose por los
bordes como un mapa antiguo. Cuando logré rehacerme, tem-
blaba tanto que besé los ojos secos y el rostro macilento de la
mujer que estaba a mi lado. Luego miramos al cielo. Las estre-
llas colgaban tan bajas que parecía que el mundo estuviera a
punto de comenzar a girar otra vez, saliendo de su estanca-
miento.
11
andéndos
Junto a la hoja, acampamos.
No podíamos hacer otra cosa que congregarnos alrededor
de ella, cuidarla y esperar. Por eso, aunque las noches, como los
días, eran siempre heladas, claras, rutilantes, no nos importó
dormir al raso. Y cada vez que se mecía con el viento, yo imagi-
naba en ella una bandera ondeando al aire. Porque la veía
inmensa, multiplicándose hasta saturar todo de verde, mientras
nosotros también crecíamos. Como ella, habíamos renacido.
Por eso, siempre bajo la atenta mirada de Venus, solíamos unir-
nos los unos a los otros con la lascivia que nos otorgaba saber-
nos el principio de todo. Rompíamos así la calma mortecina del
mundo con gemidos y susurros, risas que manaban del centro
de nuestros estómagos encogidos. Luego, mientras todos dor-
mían, a mí me parecía escuchar un croar de ranas a pesar de
que no habíamos descubierto cerca ninguna ciénaga. Y otra vez
la carcajada frenética de la vieja estrella que, ya en movimiento,
parecía ir desplazándose hacia el sur.
Poco a poco, la hoja iba creciendo.
Solíamos guarecerla con nuestros cuerpos de las ráfagas de
aire procedentes de la estepa. Mientras, pensábamos cómo la
aislaríamos cuando llegara el solsticio de invierno o el insopor-
table calor del equinoccio. Incluso llegamos a construirle un
cercado con piedras para guardarla de los hocicos de los perros
vagabundos. Con el paso de los días, yo mismo le hice un
espantapájaros con jirones de un traje viejo de buzo. Siempre
me asustaron esos esqueletos alados que de vez en cuando tiz-
naban el cielo con sus reclamos sedientos. Pájaros a la deriva
que no tenían dónde emigrar o posarse y que, a menudo, caían
desplomados en pleno vuelo ante nosotros.
Desapareció el sol por un tiempo y asomó de nuevo crecien-
te para cuando el tallo sobrepasaba nuestros tobillos. La semi-
oscuridad comenzó a disiparse durante varias horas por jorna-
da para dar paso a una claridad templada, seguida de una oscu-
ridad subterránea. El día y la noche parecían imponerse de
nuevo con continuidad cíclica.
12
andéndos
Cierto amanecer, cuando aún dormíamos, el sonido de esa
risa que yo achacaba a Venus me despertó, pareciéndome más
cercana que nunca. Al abrir los ojos descubrí que un niño había
saltado el cercado y estaba junto a la hoja. Tardé en incorporar-
me porque una de las mujeres dormía recostada sobre mí.
Cuando pude hacerlo, comprobé que no era uno de los nues-
tros. Tenía los ojos, la piel y el pelo color ceniza, en sintonía con
el paisaje volcánico. Como la primera vez que vimos la hoja,
también él parecía hipnotizado por el verde.
Al descubrirme mirándole, en vez de asustarse, con voz algo
ronca y la marcada pronunciación de un acento extranjero, dijo
algo que no pude entender. Mientras le susurraba que se aleja-
ra de allí, me levanté, cuidando de que mis movimientos fueran
lentos para no asustarle. El niño me miraba fascinado, repitien-
do una frase ininteligible mientras señalaba el tallo verde. Quizá
sonreía.
Poco a poco el resto se fueron despertando, poniéndose en
pie tan sorprendidos como somnolientos. Temerosos, fuimos
acercándonos al niño. Pero mientras lo hacíamos, se atrevió a
tocar la hoja. Le gritamos casi enloquecidos y él, con un tirón
brusco, la arrancó con su tallo y sus raíces que, largas, finas y
amarillentas, temblaron al aire desprotegidas. Noté un calambre
áspero en la boca del estómago mientras nos armábamos con
piedras que levantamos contra él. Amenazándole con ellas, le
ordenábamos que no se moviera. Aun así, el niño ladrón, saltó
fuera del cercado sin soltar la hoja.
Quisimos atraparlo.
Pero el miedo a perder lo único que teníamos nos volvió tan
torpes que él se zafaba hábilmente, una y otra vez, mientras yo
sentía que era el propio mundo el que se me escurría entre los
dedos. Finalmente salió corriendo. Aunque le perseguimos des-
esperados, era mucho más rápido que nosotros, debilitados ya
por la sed. No tardó en perderse en el infinito del horizonte sin
que supiéramos de dónde había venido, si fue real o sólo una
manera perversa de despertarnos del sueño.
13
andéndos
tw Del libro: Terrestre océano. Ed. Torremozas, 2015.Tere Susmozas (Madrid). Ha participado en varias antologías como Relatos03 (Tres RosasAmarillas) y La carne despierta (Gens). La revista Letures d´Espagne ha traducido al francés algu-nos de sus microcuentos. En 2014 fue galardonada con el XVII Premio Internacional de RelatoJulio Cortázar.
Durante varias lunas estuvimos casi sin decir nada, sintiéndo-
nos desolados. Apenas habíamos renacido para acabar siendo
otra vez los mismos hombres. Luego, nos marchamos de allí
porque, sin la hoja, aquel lugar no era diferente a todo lo demás.
Ahora nos hemos vuelto errantes.
El brillo de Venus no es visible a pleno sol y sólo a veces, en
las noches más claras, la vemos parpadear a lo lejos. Ya no
hablamos de futuro, pero tampoco dejamos de buscar algo que
rompa el paisaje ceniciento. Por ahora no hay rastro del verde.
Tampoco de nadie más, por ahora. Mientras caminamos, a
veces, pienso en el espantapájaros que hice para la hoja y que
quedó junto al cercado vacío. Me pregunto si seguirá allí, solo,
olvidado, fantasmal, ridículo, quizá expectante.
andéntres
15
SERVIME otra, Turco.
Y cómo querés que ande, Turquito. No puedo pisar
bien del todo, me tira la pierna, de noche me arde como
el fuego. Mañana tengo que volver al puesto, todavía
con la pierna inútil. Y ahí va a estar el patrón. El patrón
de mierda y su perro también de mierda. Lo calé ense-
guida, apenas lo vi, que ese perro era jodido. Fue al
pedo decírselo a Don Julio, qué me iba a dar bola, creí-
do, como todos los de la ciudad. No, si el patrón es mas
gil con los perros que con las minas. Al menos este no
lo cornea, pero ya le bajó como tres terneros. Pedazo de
perro es, para qué te voy a mentir. Un ovejero
como hace mucho que no se ve.
Dame otra caña, Turco. Sí, ya sé que es la última.
A ver si se me apaga un
poco algo acá adentro.
Salud, hermano.
Más de una
vez le dije al
viejo que el
Rob se le
estaba ceban-
do. Una tarde,
mientras volvía de la
ronda, lo vi corriendo
a los animales, entre-
verado con otros
perros, de los que cru-
Carne rotaFlavia Pantanelli
16
zan la alambrada. Y yo de perros sé largo rato. Se lo vi en
la mirada. La mirada roja del perro cebado de sangre. Se
debe haber cebado primero de hembra, después de
sangre. Qué carajo importa si un perro es de raza, o de
monte, un perro es un perro y, o tiene huevos, o no
tiene. Y este tiene. Creéme, Turco, este tiene.
Al principio no se siente mucho, y uno un poco se lo
toma a joda, cree que el bicho está jugando. Después,
cuando ves que no larga, cuando sigue, y empieza des-
pacito a doblar la cabeza para la derecha sin dejar de
mirarte con esos ojos de diablo, y tira para la izquierda.
Tira de la carne y sentís como un trac y después otro trac
de los músculos, los tendones cortándose, reventándo-
se, ahí tampoco sentís dolor. No es dolor lo que sentís,
es otra cosa. Y cuando empieza a saltar la sangre, te que-
das mirando porque no entendés qué es eso. Ahí tam-
poco.
Ah, me das la yapa. Salud, Turquito. A ver si me aga-
rro una curda y después le van con el cuento al patrón,
que lo vieron a Caballero salir borracho de lo del Turco.
El dolor viene después, cuando la cosa empieza a
enfriarse, y te ves la carne colgando del flanco, y sentís
algo ahí que te late, y no es el corazón porque está en la
pierna, más abajo de la rodilla, y la sangre que antes era
roja y líquida se te empieza a poner negra. Ahí sí duele,
pero lo que te mata es la desesperación porque sabés
que estás a dos potreros del puesto, y montás con la
fuerza de los brazos, porque la pierna la tenés inútil, y
gracias a dios que el caballo sabe el camino, porque
quedás boleado, cruzado en el apero y el campo se
empieza a poner amarillo. Amarillo como el cielo, y de
pronto ves todo negro y lo único que brilla en la negru-
ra son los ojos del bicho, esos ojos endemoniados, y
seguís escuchando por días y días el trac, trac de tu
carne rompiéndose.
andéntres
17
andéntres
Y mañana va a estar ahí, tirado a los pies del patrón.
Los dos tomando el fresco en la galería, y mientras Don
Julio da las órdenes del día, el Rob se va a estar lamien-
do las patas o descarnando algún hueso, igual que des-
carnaba mi pierna, mientras el viejo le pasa la mano por
el lomo, le acaricia las orejas. Y yo: Sí, Don Julio; No, Don
Julio, que no me vuelvo a meter con su perro; Sí, Don
Julio, es como usted dice; Sí, Don Julio, hay dos terneros
muertos en la zanja; No, Patrón, no son cazadores, son
los perros cimarrones. Si, Patrón, mañana mismo le arre-
glo el alambre.
Pero mirá, Turco: cualquier día de estos, apenas el
viejo salga para la Capital me lo agarro al perro de mier-
da, lo llevo al bañado en la chata, y como que me llamo
Carlos José Caballero, ahí nomás, le meto un chumbazo
en la boca.
tw Relato inédito, será publicado en el libro Carne Rota, Ed. Modesto Rimba, en agosto de 2015. Flavia Pantanelli: Vivo en Buenos Aires. Tengo 48 años. Escribo lo que me raja el pecho y todo lo que me lozurza. Escribo con todo el cuerpo, sin parar, hasta agotarme. Escribo con furia pero, más, con melancolía.Escribo porque ahí, negro sobre blanco, me despliego. Y entonces respiro. Y me miro. Y me comprendo.
cuentoscomochurros
bosque18
El
19
cuentoscomochurros
EN el corazón de nuestra ciudad hay un
bosque frondoso de castaños. Cuando las muje-
res de la ciudad echamos una cana al aire, decimos que
nos hemos perdido en el bosque. Es la excusa que
ponemos.
—Dónde has pasado la noche —preguntan nues-
tros maridos.
—Me perdí en el bosque —decimos nosotras.
Por eso la autoridad ha iluminado el bosque, para
que no se pierda la gente. Instaló fluorescentes de colo-
res en los troncos de los árboles. Hay torretas con focos
halógenos. Farolillos y capuchinas cuelgan de rama en
rama. Nuestro bosque parece una verbena y, a poco que
una se descuide, tropieza con los cables eléctricos que
hay por todas partes.
Pero no todo iba a ser negativo. Gracias a la ilumina-
ción, hemos descubierto las ruinas de un castillo en lo
más intrincado del bosque. Nunca las hubiéramos visto,
es verdad, de no ser por los focos. Como en bosque ilu-
minado ya no hay manera de perderse, las ruinas nos
valen de excusa.
—Llegaste muy tarde anoche —dicen nuestros
padres.
—Me perdí en las ruinas —contestamos nosotras.
Ha habido reclamaciones. Por eso la autoridad ha
rehabilitado las ruinas del castillo, para que no se pierda
la gente. Llevaron piedras de la cantera para levantar
almenas y empalizadas. Se ha limpiado de hojas secas el
foso. En el patio del castillo hay ahora banderolas y un
estanque con carpas azules. Cada vez es más complica-
do echar una cana al aire.
—Por qué llegas tarde a trabajar -preguntan nues-
tros jefes.
—Me mordieron las carpas y fui a la enfermería —
decimos ahora las mujeres.
La autoridad está encerrada en su despacho buscan-
do cómo domesticar las carpas azules del estanque.
tw Colaboración mensual con Cuentos como Churros: ellos eligen una de lascuatro fotografías seleccionadas de El muro y cocinan con ella un rico churroque publicamos aquí. La fotografía es de Alejandra Montiel, finalista de nues-tro Concurso de Fotografía de este mes.
ilu
min
ad
o
ue
Juan Carlos SantaLa deuda exterior se dis-para. Mis pulsacionesestán al mínimo. La bolsafluctúa y mi sueldo sigueen el congelador.
Sandra
Mis acreedores dicen
que les debo dinero. Yo
les otorgo el beneficio
de la deuda
Pepa M.B.Tú ves en ella un vampiroeléctrico, yo una amantemadre nutricia...¡ ¿Quieresaún discutir quien se queda
esta nevera?!
Mª José Mellado
Si vendes humo corres
el riesgo de que se
transforme en nube y la
tormenta descargue
sobre tu cabeza.
MikelLe he vendido mi
alma al diablo, total,no creo en esas
mierdas...
Vender
Noelia Antonietta
Ha llegado el punto en
que no quieres discutir, te
entiendo. Yo también he
recurrido a la nevera,
y no hay nada allí.
https://fotosdesdelabase.wordpress.com/
http://desiertosyjardines.blogspot.com.es/
Déjale una nota al mundo en La puerta de la nevera: www.grupoanden.com
DDiissccuuttiirr
DDeeuuddaa
lapuertadelanevera
21
ESTADO
1. Reunión de humanos no necesaria
-
mente permanente, en un esp
acio no nece-
sariamente contin
uo, bajo una autorid
ad no
necesariamente le
gítima. Algur.
2. Ente imaginario
, situado por e
ncima del b
ien y
del mal, q
ue maneja a lo
s ciudadanos c
omo si fue-
ran sus marionetas,
disfrazando sus actos en el
objetivo utópico del b
ien común. Pepa M.B.
FRONTERA
1. Una línea que sin
serlo
divide la historia
de los
hombres. Hugo Passa
s. http
s://hugopassa
s.wordpress.c
om/
2. Dícese de la línea im
aginaria donde los ig
uales se
piensan diferentes. A veces s
u desarrollo
transcurre
paralelo a accidentes naturales, b
uscando en ellos
un sentid
o que no tienen. Pedro Gda
GUERRA
1. Pelea concentrada de naranjas e
xprimidas y
limones d
eprimidos. R
osi García.
http://d
ibujandounpensamiento.blogspot.com.es/
2. Juego destr
uctivo en el cual si
empre pierden
los mism
os. Antonio.
ttp://e
lpaseodelcancerbero.blogspot.com.es/
Una nueva civilización está empezando de cero en
Saturno, aún no tienen claros algunos conceptos,
¿les echas una mano con el diccionario?
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2
3
1
22
diccionariodesaturno
23
sinopsis
Tenemos el título del próximo éxito editorial, nos falta la
sinopsis ¿nos ayudas? Participa en www.grupoanden.com
«El último día»
Aterrados ante el descubrimiento fortuito de una fórmula para
paliar los efectos de la estupidez humana, tres jóvenes científicos
polacos debaten sobre los devastadores efectos que podría desatar
su hallazgo. Está en juego el fin de una especie, del planeta, más
aún: de la liga de fútbol profesional...
Olsen
«La mentira»
"¿Deseas realmente conocer la verdad?" Con este desafío a la curio-
sidad comienza la biografía no autorizada de uno de los líderes polí-
ticos más influyentes del pasado siglo. La desclasificación de sus
notas en cajas de cerillas, servilletas y posavasos ha permitido des-
velar la irrenunciable mentira diplomática que sostiene al mundo.
Maribel Rodríguez
¿Que los niños siempre dicen la verdad? Falso. Un ensayo psicológi-
co que pone al descubierto las estrategias mentales que utilizan
niñas y niños para mentir. Porque la mentira comienza antes de lo
que tú piensas.
Gabriela Romero
En el olvidoSemana 33 de concurso: 22 de junio de 2015Ganador: Ignacio J. Borraz
Aquel ser diminuto que golpeaba la lente desde el
otro lado bien podría haber sido el tío Francisco. Era una
epidemia extraña aquella que azotaba a la tercera edad. A
medida que nos íbamos olvidando de ellos, empequeñe-
cían hasta casi desaparecer. Volví a mirar al ser y ya no le
reconocí, solo me parecía vagamente familiar. En ese
momento estalló como una frágil pompa de jabón y yo
pude seguir con mis deberes de química.
La costumbreIgnacio Artacho Lara
Todo estaba dibujado en la pequeña libreta gris que llevaba en
el bolsillo de su pantalón: los primeros garabatos intrascendentes;
los avances prometedores que llevarían a laboratorios de medio
mundo a disputarse sus servicios; aquellos insoportables castillos
de ecuaciones que le consumieron las noches y el matrimonio; la
hermosísima serie de bocetos de virus y bacterias merecedora de
figurar en el catálogo de cualquier pinacoteca. Y, por fin, el hallazgo
formidable, la cifra y la fórmula que -de demostrarse- supondrían el
fin de la enfermedad. Todo estaba en aquella libreta que siempre
llevaba en el bolsillo del pantalón y que ahora golpeaba rítmica-
mente contra el cristal a cada vuelta del tambor de la lavadora.
juni
o
25
brevemente
Ganador anual de la VIII Edición de Relatos en Cadena
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dindondin
Mongolia, el musical18 de septiembre en La Rambleta
Entrada: 15€. Valencia
http://www.lovevalencia.com
I Concurso iberoamericano de cuentos sobre discapacidadEntrega de materiales: 7 de septiembreOrganiza: La Red
http://www.escritores.org/
Festival de música contemporánea6, 13, 20 y 27 de septiembre. Organizado por laAsociación Madrileña de CompositoresTeatros del Canal. Entrada libre. Madrid
http://www.teatroscanal.com
Taller: Documental y periodismo de investigación8, 15, 22 y 29 de agostoDistrito de Pueblo Libre. Lima
http://www.enlima.pe
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decamino
Un jubilar (de iubilare=gritar de alegría y
lar=hogar) es una cooperativa autogestiona-
da de personas mayores que diseñan con
métodos participativos el lugar donde
desean vivir. Existen cientos de experiencias
en muchos países, muchas se conocen como
"senior cohousing".
El fin de la Asociación Jubilares es la creación y
mejora de entornos donde envejecer con
autonomía y participando en la comunidad.
Lo hacemos mediante la difusión de modelos
de vida colaborativa a distintas escalas, investi-
gación, promoción del paradigma de envejeci-
miento activo, o planificación de sistemas inte-
grales y centrados en la persona.
“
”
tw En la actualidad facilitamos la creación de comunidades jubilares en Madrid, Barcelona, Extremadura,Asturias, Canarias… Formamos parte del Grupo de Trabajo español de la Red de Ciudades Amigables conlas Personas Mayores de la OMS. Estamos traduciendo al castellano el mítico "Manual de Senior Cohousing"de Charles Durrett. Visita nuestra web www.jubilares.es y participa en: blog.jubilares.es. También puedeshacerte socio/a.
www.jubilares.es
entrecocheyandén
Aquella noche llovió torrencialmente y el agua limpió el
polvo acumulado en las calles. A la mañana siguiente había dos
novedades en la ciudad. La primera, el aire fresco y respirable
que purificaba los pulmones de todos los ciudadanos. La
segunda, un tipo desgarbado, sin reloj y sin corbata que ama-
neció tumbado bajo la estatua del ángel caído. Hasta tal punto
estaba empapado que se hubiesen necesitado un par de cubos
para escurrir su camisa de franela. Pero se levantó sin pereza, sin
sentir el peso de la lluvia caída, y caminó con los brazos abier-
tos para secarse al sol o, quizás, para dar un abrazo a quien se lo
pidiese. Así se comportan los tipos que no llevan reloj ni corba-
ta, o los que no tienen el rostro enjuto ni impertérrito, ni los ojos
enterrados en las fosas, esa clase de tipos que ya no existen en
el tiempo pretérito en el que nos encontramos (encontraremos,
encontraríamos).
Pasaban las horas y la expectación comenzó a crecer en las
avenidas del parque, por donde seguía transitando con los bra-
zos abiertos, sin cerrar su sonrisa ni morderse la lengua. Y como
tampoco evitaba el saludo ni escondía sus intenciones, alguien
llamó a la policía. La cosa tenía mala pinta para él, pues ni
siquiera sufría el acto reflejo de mirarse la muñeca aunque se
hubiese olvidado el reloj, ni se llevaba la mano al cuello para
ajustarse la corbata, que bien podría haberse dejado en casa
(todos somos humanos; o seremos, o seríamos). Lo que levantó
más suspicacias entre los agentes fue el hecho de que no le
temblase el pulso, ni le importase pisar los charcos en su pre-
sencia. Además, se empeñaba en sonreír sin bajar la vista, dispa-
rándoles con aquellos ojos abiertos de par en par.
BombazónRamón Molleda Alumno de Creatividad literaria
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entrecocheyandén
El hombre que le había denunciado se acercó para señalar
algún que otro aspecto que la policía —absorta como estaba
ante aquella mirada desafiante— había pasado por alto. Y eso
que el bulto en el pecho —bajo los cuadros simétricos de su
camisa— no era poca cosa, sino del tamaño de una cantimplora.
—¡Quieto! —gritó uno de los agentes dando un paso atrás y
desenfundando su pistola.
El tipo sin reloj y sin corbata, que no tuvo que levantar los
brazos porque aún no los había bajado, dijo unas palabras que
nadie escuchó.
—¡Atrás todos! —Ordenó el policía a sus compañeros- creo
que lleva una bomba.
Colocados a los metros reglamentarios le pidieron que se
desabrochase poco a poco, muy poco a poco, la camisa.
Decenas de paseantes se habían detenido también a una
prudente distancia y, sin perder detalle, se hacían la señal de la
santa cruz: líbranos, Señor, Dios nuestro (vuestro, de ellos). Una
nube solitaria, no más grande que un elefante, ocultó el sol por
espacio de unos segundos y se borró de repente sin dejar ras-
tro.
Cuando los rayos del sol volvieron a resplandecer en sus
armas, los agentes ya estaban cegados por aquel órgano prohi-
bido. En realidad nunca habían visto ninguno. Y qué tamaño.
Un corazón viscoso como un animal despellejado, y a la vista de
todo el mundo, palpitando a un ritmo intrépido.
—¡Llamen a los artificieros! —vociferó el delator al borde de
un ataque de nervios.
tw Ramón Molleda: Escribe relato corto y microrrelato desde hace veinte años. Ha escrito cuatro volúmenes caseros de relato: No se preocupe, Corramos un tupido velo,Episodios en REM y Mis primeras impresiones de ti, finalista del concurso Asturias Joven deNarrativa, 2002. Actualmente compagina la escritura con su trabajo como desarrollador decontenidos on-line. Su blog: www.deliberado.com
metroligero - holakokoro
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tw Kokoro es un personaje singular, que se cuela en CpA, para contarte historias en pocas palabras.
© Jasten Fröjen