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EL ECUADOR PREHISPÁNICO 

POBLAMIENTO DEL TERRITORIO

GENERALIDADES. El hombre llegó tardíamente al Nuevo Mundo, ya siendo un Homo Sapiens plenamente desarrollado. Esto impone a su primera migración una fecha máxima de unos cincuenta mil años de antigüedad, aunque se supone que debió darse en fechas muy posteriores.

Las glaciaciones fueron el fenómeno detonante que propició el poblamiento humano del continente americano en la más lejana prehistoria. Éstas se relacionan con amplias oscilaciones climáticas, que a su vez fueron factores de desplazamiento de los organismos vegetales y animales, influyendo incluso en el surgimiento de nuevas variedades, detectadas por la paleontología y paleoetnobotánica, así como en la extinción de otras.

No es sino hasta el último período glaciar pleistocénico cuando el hombre hace su aparición por el Norte de América. De este período, para Sudamérica, puede decirse actualmente, con bastante seguridad, que sus hielos no avanzaron más allá de la base oriental de la alta cordillera andina, excepto en el extremo Sur del continente, es decir, la zona magallánica, en donde llegaron hasta el océano Atlántico.

El estrechamiento de Sudamérica hacia el Sur, unido a los efectos del clima oceánico, llevaron a la formación de un casquete de hielo continental relativamente limitado que cubría toda la Patagonia chilena, Tierra de Fuego y sólo parte de la Patagonia argentina. Entre los 30º y los 40º S los hielos andinos forman una masa continua, bajando hasta los valles del piedemonte argentinos y chilenos. Más al Norte, sólo en la alta cordillera y rodeando a cimas aisladas de más de 4.500/5.000 m existen masas de hielo mayores de las que aún se conservan. Reaparece una faja continua a una altitud oscilante entre 3.500/4.000 m, en las ramificaciones de las cordilleras del Centro-Norte de Perú. En el Ecuador y Colombia los glaciares son numerosos pero relativamente pequeños, y se hallan, por lo general, a una altura mínima de 3.300/3.800 m. En la cordillera oriental de Colombia (sabana de Bogotá) se ha calculado que la temperatura

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durante las fases de glaciación máxima era de unos 8º C inferiores a las de hoy día; en cambio, en los momentos más cálidos de los períodos interglaciares, la temperatura era de unos 2 a 3º C superior.

A todo lo largo de los glaciares sudamericanos corría una faja de vegetación tipo tundra, que desde el Sur de Perú tomó gran amplitud; luego sería una zona con bosques de coníferas más amplia que la actual, que termina en el Norte argentino para ser sustituida por una faja cada vez más ancha de estepa fría, y paralela a ésta una estepa-pradera más estrecha que la de la actual «pampa húmeda». En la extensa área guayano-brasileña hubo, asimismo, desplazamiento de los bosques tropicales, las sabanas y la selva ecuatorial.

El fin de la etapa glaciar se produce con el período conocido como Holoceno, en el que se produce un franco retroceso de los casquetes helados. Es una etapa en la que encontramos aumentos y retrocesos en la humedad, con alzas y bajas en la temperatura, que han podido ser identificadas en la cueva de Lauricocha (Perú), sirviendo de referencia para las áreas andinas septentrional y central.

Este es el medio biogeográfico en el que se desarrolló la irrupción humana en América, sus sucesivas migraciones y, con ello, el poblamiento de las distintas áreas continentales. Las primeras corrientes del poblamiento americano, que parecen provenir de Asia, debieron seguir dos caminos: uno por el Estrecho de Bering, todavía un puente territorial, con Alaska no cubierta por el hielo salvo en las altas motañas, y el Bering seco, un corredor abierto entre el casquete glaciar y los glaciares de montaña de la gran Cordillera de las Rocallosas, que se debió abrir posiblemente en el interestadial entre Tazewell y Cary (dentro de la glaciación Wisconsin, última fase glaciar Norteamericana), y que, después de Cary, formaba ya una ancha faja accesible a lo largo del casquete glaciar, a lo largo del Mackenzie y de la región de las praderas canadienses para buscar la región del Missouri y del Mississippi.

Otra posibilidad la ofrece la probable mayor anchura de la costa del Pacífico de Norteamérica, en el borde de sus cordilleras litorales, fenómeno semejante al ocurrido en las costas del Este de Asia, con lo que sería posible que hombres procedentes de esta última región bordearan América por las costas pacíficas hasta Vancouver y penetraran en la Gran Cuenca y en el Sudoeste de los Estados Unidos, México y, salvando la zona montañosa del istmo de Panamá, penetraran en Sudamérica llegando hasta las regiones patagónicas.

Los caminos que seguirían en el subcontinente sur, desde Panamá, serían, por la costa de Venezuela, por los valles del Magdalena y del Cauca, a través de Colombia y por el Ecuador, Perú y Bolivia. Mientras por una parte seguirían

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hacia la costa del Norte de Chile, por otra buscarían el Sur de Brasil, penetrando en el Matto Grosso hasta llegar a Minas Gerais o, a través de las tierras altas de Bolivia y del Chaco argentino, llegarían a Uruguay, la Pampa y la Patagonia, alcanzando los territorios magallánicos y la Tierra del Fuego. Al menos tres migraciones se produjeron hacia el continente americano, siendo dos únicamente las que penetraron hasta Sudamérica:

(1) La primera migración correspondería a una etapa de cazadores-recolectores inferiores que utilizan una industria de lascas y nódulos (bifaces, choppers), ubicada temporalmente entre el 70.000 y el 25.000 a. C.

(2) La segunda migración correspondería a grupos de cazadores especializados que utilizan puntas bifaciales talladas por presión. Esta migración se localiza entre el 13.000 y el 10.000 a. C.

En los orígenes culturales americanos, por tanto, se aceptan tres grandes etapas iniciales dentro de la fase Paleolítica: la Cultura de nódulos y lascas (1.ª migración), la Cultura de Cazadores Especializados (2.ª migración) y la Cultura de Cazadores-Recolectores y Cultivadores (plenamente americana), siendo esta última la que daría paso a la Revolución Neolítica, y al desarrollo de las culturas agro-alfareras y, con el tiempo, de los grandes complejos socioculturales ecuatorianos.

 

CULTURA DE NÓDULOS Y LASCAS. Esta cultura ha sido denominada genéricamente con el nombre de Protolítico, englobando todos los fenómenos y tradiciones materiales que transcurren desde las fechas dadas para el poblamiento inicial hasta la aparición de industrias líticas elaboradas, producto, sobre todo, de la segunda migración.

En la Península de Santa Elena, en el sitio de Exacto, se han localizado materiales de esta cultura, caracterizados por la presencia de toscos instrumentos realizados a partir de lascas de sílex o nódulos tabulares con retoque marginal. También en la zona serrana septentrional se encuentra el yacimiento de Urcuhuayo, próximo a Alangasí, con materiales semejantes a los encontrados en Exacto, y en el que se localizaron restos de un mamut muerto y parcialmente quemado por el hombre.

Con esta cultura de nódulos y lascas podría relacionarse el cráneo fósil de mujer encontrado en la quebrada Chalán, cerca de la aldea de Punín (Riobamba). Dicho cráneo apareció en el interior de un depósito volcánico que contenía fósil

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de caballo, mastodonte andino y mylodón, que no estaban en asociación directa con el cráneo, hallado a unos 15 m de ellos, pero que es muy verosímil que sean contemporáneos, con lo que los restos humanos de Punín serían pleistocénicos.

Estas industrias tienen sus paralelos en los yacimientos de El Abra (Colombia), con una fecha de C-14 de 12.460 ± 160 a. C., y de Oquendo, en la costa central de Perú, lo que nos lleva al conjunto de evidencias protolíticas de los Andes Centrales, con algunas fechas que rondan los 20.000/12.500 a. C. Se supone que estos grupos de cazadores incipientes debían ser pequeños, con una economía básicamente recolectora y caza como actividad suplementaria.

 

CULTURA DE CAZADORES ESPECIALIZADOS. El yacimiento más conocido de este período es el de El Inga, ubicado al Este del Ilaló, entre este cerro y la Cordillera Oriental, a una altura de 2.520 m.s.n.m., con varios niveles arqueológicos y dándose como fecha más antigua la del 9.030 a. C. Han sido localizados más de 50 sitios en un área de 17/18 km alrededor de Tumbaco, Puembo y Pifo en el Norte hasta Alangasí y la Merced en el Sur, la mayoría con una ocupación que pervive hasta períodos cerámicos, y con un rasgo típico que las identifica: el uso de la obsidiana para la realización de sus puntas.

Los niveles inferiores de El Inga presentan unos materiales que han sido definidos como de transición entre las dos fases citadas de cazadores incipientes y especializados. Los instrumentos más frecuentes son buriles, perforadores y raederas, así como algunas puntas, con retoque unifacial, que pudieran ser de proyectil. El hueso y estas posibles puntas de proyectil son las que conceden al conjunto su carácter transicional. Paralelos de estos conjuntos los encontramos en los sitios colombianos de Tequendama y Tibitó. 

Los niveles superiores se relacionan con los dos grandes horizontes industriales/culturales de esta etapa: el horizonte El Inga-Fell I - Los Toldos, cuyas fechas más antiguas están en torno al 9.000 a. C., y cuyo rasgo diagnóstico son las llamadas puntas de «cola de pescado», y el horizonte andino de puntas lanceoladas o foliáceas, comenzando hacia el 8.000 a. C., y con sitios tan conocidos dentro del área andina como Lauricocha, Viscachani o El Inga II.

Del primer horizonte, en El Inga, se recuperaron más de 80.000 piezas de obsidiana y basalto, entre las que abundan las puntas de proyectil con la típica acanaladura en el pedúnculo, que les da a estos últimos la conocida forma de «cola de pescado». El sitio ha sido identificado como un campamento-taller en el que, junto con las citadas puntas, aparecen cerca de otros cincuenta tipos de

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artefactos. Asimismo encontramos, a mayor altura aún, los sitios de Cubilán, entre las provincias de Azuay y Loja. Estos son campamentos provisionales, básicamente talleres, fechados entre el 8.550 y 7.150 a. C. La industria lítica es algo diferente de la anterior y se relaciona en gran medida con la llamada cultura de Paiján. El material de fabricación de los instrumentos (raspadores, cuchillos, perforadores y puntas) también cambia, siendo en este caso la materia prima el pedernal.

Por su parte, el segundo gran horizonte lítico se caracteriza por la presencia de puntas de proyectil alargadas, sin pedún-culo, de forma lanceolada o foliácea, trabajadas básicamente a percusión. Aunque los materiales están presentes en El Inga, el yacimiento tipo de este horizonte es Lauricocha, en los Andes Centrales, cerca de las fuentes del río Marañón. 

Con características diferenciales respecto a los dos anteriores horizontes, se desarrolló entre el 8.000/5.500 a. C. en la costa Norte de Perú y sierra Sur del Ecuador el llamado Complejo Paiján, que presenta claras diferencias con los anteriores en la elaboración de las puntas de proyectil que, en este caso, tienen un largo limbo triangular y un pedúnculo estrecho.

Estos grupos parecen haber sido principalmente cazadores-recolectores y su área de influencia llega hasta El Inga III a través de la Cueva de Chobshi, en el Azuay. El sitio, localizado a 2.400 m de altura en una zona de bosque montañoso, presenta cuarenta y seis tipos de herramientas diferentes, asociadas a fauna moderna, y realizadas, en su mayor parte, en cuarcita o pedernal.

Es interesante anotar la aparición de instrumentos ejecutados en obsidiana, materia prima que hubo de ser importada y que nos habla de la movilidad de estos grupos. Los individuos que desarrollaron todas estas industrias seguían agrupándose en bandas, aunque éstas eran más numerosas y tenían mayor número de miembros que en la fase anterior, con un cierto tipo de rangos dentro del grupo, y dedicándose a la caza y la recolección paralelamente (probablemente con una clara división sexual del trabajo), cazando los últimos animales de la fauna pleistocénica, así como animales de menor tamaño, como los venados y la danta o tapir, y recolectando semillas, frutos y raíces comestibles de las plantas silvestres de los páramos o los valles cercanos.

Por último, un sitio precerámico costero, el sitio de Vegas en la Península de Santa Elena, con una fecha del 8.000 a. C., presenta materiales de esta tradición cultural descrita, así como una nueva industria que va a marcar una revolución en la cultura humana, los orígenes de la agricultura, y que conforman la última fase del paleoindio ecuatoriano.

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CULTURA DE CAZADORES - RECOLECTORES Y CULTIVADORES. Durante muchos años se pensó que agricultura, cerámica y sedentarismo eran rasgos que iban indefectiblemente unidos en el esquema de la evolución humana. Sin embargo, gracias a la localización de una serie de yacimientos y a una más correcta interpretación de los resultados, hoy en día queda claro que los orígenes de la agricultura son un fenómeno que se inicia en esta fase precerámica.

Hacia el 6.000 a. C. comienza una fase de «óptimo climático» que debió influir significativamente en una progresiva domesticación tanto de animales como de plantas. Evidencias de este fenómeno las encontramos en todo Sudamérica, como lo demuestran los hallazgos de Guitarrero II, Ayacucho-Jaywa, Huachichocana, Tiliviche, Pachamachay, Telamarchay y Vegas, entre otros.

Así, entre las evidencias fósiles de plantas recuperadas en yacimientos arqueológicos encontramos: leguminosas, pallar, frijol, achiote, calabaza, maíz, lagenaria, etc. Del mismo modo, en varios yacimientos se evidencian las relaciones entre el hombre y el cuy y las distintas especies de camélidos.

La cultura de Vegas, junto con Siches en la costa Norte del Perú y Cerro Mongote en Panamá, representan una tradición común y sugieren una interacción temprana entre los antiguos pobladores de lo que hoy es el Ecuador con otras áreas del Nuevo Mundo. 

Los rasgos comunes a esta tradición son una industria lítica orientada al trabajo de la madera y a la labranza, por las hachas y azadas de piedra pulida que allí se encuentran; el uso de cementerios para disponer a los muertos; y la explotación de los recursos de los manglares, de los estuarios y del sublitoral, así como de la caza de venados, perros salvajes y piezas menores de las planicies costeras. 

Basándonos en las evidencias de Vegas, podemos añadir que estas gentes vivían en casas de paja en forma de colmenas, similares a las excavadas en Chilca, al Sur de Lima (Perú), y que practicaron una forma de agricultura incipiente. Parece que por lo menos alrededor del 6.000 a. C. pudieron haber empezado a cultivar maíz, ya que el análisis de fitolitos de los suelos del sitio Vegas así lo indica.

Estos sitios de Vegas se encuentran localizados en las vegas de los arroyos que drenan las terrazas de los 30 m de la Península de Santa Elena. Estos contienen agua solamente algunos meses en los años de mucha pluviosidad. Cerca del sitio

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Vegas se halló un sitio, básicamente precerámico, aunque contenía unos pocos fragmentos de una cerámica muy ordinaria, que recibió el nombre de Achallán. 

Desafortunadamente este sitio fue destruido antes de que pudiese ser investigado más en profundidad. Sin embargo, bien pudiera representar la continuación de la tradición tipo Vegas, hasta la aparición de la cerámica bien desarrollada en la Península y que conocemos como Cultura Valdivia.

Resumiendo, podemos decir que estos grupos, en sus inicios, comparten rasgos y características con sus homólogos euroasiáticos, aunque muy tempranamente comienzan a aparecer rasgos de desarrollo autónomo. Fueron grupos que en la Sierra eran nómadas, cazadores y recolectores y que, en la Costa, por la mayor presencia de recursos alimenticios autorrenovables (mar y manglar), pudieron desarrollar tempranamente el sedentarismo y la horticultura, además de la tradicional cacería y recolección. Cabe señalar que existen evidencias de pesca, tanto de especies de aguas someras como de aguas profundas, lo que demuestra conocimientos de navegación.

 

PRIMERAS SOCIEDADES AGRO-ALFARERAS

GENERALIDADES. Genéricamente, englobamos a estas primitivas sociedades agro-alfareras dentro del Período Formativo, subdividiéndolo en distintas fases de acuerdo con el grado de complejidad alcanzado por los distintos grupos a lo largo del proceso de evolución sociocultural.

En los Andes Septentrionales, en los que se encuadra el territorio ecuatoriano, encontramos grupos cerámicos más de un milenio antes que en los Andes Centrales.

En el Ecuador, localizamos una de las culturas cerámicas más antiguas conocidas hasta el momento en el Nuevo Mundo, la Cultura Valdivia, comparable al yacimiento Monsú (Colombia), con sus complejos cerámicos Turbana y Monsú, y con una cierta homogeneidad con los materiales de Puerto Hormiga, también en Colombia.

Encontramos tres fases en el desarrollo de las primeras culturas agro-alfareras del Formativo ecuatoriano: Formativo Temprano, Formativo Medio y Formativo Tardío, con tres culturas que las representan, Valdivia, Machalilla y Chorrera, respectivamente.

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FORMATIVO TEMPRANO (3.990 - 2.300 a. C.) Valdivia representa la cultura con cerámica más temprana del Ecuador y, posiblemente, la más antigua de las hasta ahora conocidas en el Nuevo Mundo.

Fue en 1956 cuando el arqueólogo ecuatoriano Emilio Estrada localizó el yacimiento, detrás del pueblo de agricultores de Valdivia y su gemelo, el pueblo pesquero de San Pedro, pudiendo ubicar el material recogido en un contexto cronológico. Ya con anterioridad se habían recogido materiales de este período, aunque sin poder fecharlos, e incluso, Francisco Huerta, Carlos Zevallos y Olaf Holm estaban trabajando en un material similar hallado en la superficie, detrás del cementerio de San Pablo, al Sur de Valdivia, cuando Estrada publicó su hallazgo.

Estrada, con la ayuda de Clifford Evans y Betty Meggers del Instituto Smithsoniano, llevó a cabo en 1957 un exahustivo análisis del sitio Valdivia y del material de la excavación, y juntos postularon que la cultura Valdivia era una adaptación de pescadores-recolectores al litoral y que los sitios Valdivia se encontrarían sólo en el perfil marítimo o muy cerca de él. Debido a las similitudes en técnicas de decoración y motivos artísticos con las cerámicas del Neolítico japonés, conocidas como Jomón, ellos propusieron una teoría sobre un viaje accidental de pescadores japoneses, que llegando hasta la costa ecuatoriana introdujeron el estilo cerámico japonés en América.

Esta teoría capturó la imaginación de muchos arqueólogos, quienes vieron en ella una manera fácil de explicar el inicio del desarrollo cerámico en el Nuevo Mundo. Sin embargo, tanto arqueólogos japoneses como algunos ecuatorianistas de prestigio (Donald Collier y Donald Lathrap, entre otros) criticaron la teoría Jomón desde diferentes puntos de vista. No fue hasta 1970, cuando el ecuatoriano Presley Norton excavó en Loma Alta, que las verdaderas raíces de Valdivia fueron descubiertas.

Loma Alta, un yacimiento tierra adentro, 15 km río arriba del sitio epónimo, es un asentamiento Valdivia en la floresta tropical húmeda que caracteriza a estos valles costeros y sin ninguna orientación marítima. Las fechas por radiocarbono de la fase Valdivia I en Loma Alta resultaron ser más antiguas que las que fechaban el material San Pedro, en el sitio epónimo de Valdivia en la desembocadura del río.

Esto podría indicar que Valdivia representa una cultura de tierra adentro que se expandió por la costa y no, como inicialmente se pensaba, una adaptación previa

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al litoral influenciada por pescadores del Neolítico japonés. Asimismo, la localización en la pampa de San Pablo, por Zevallos y Holm, de maíz carbonizado asociado a un plato Valdivia, unido a la evidencia de representaciones de mazorcas y plantas de maíz en la cerámica de este período, hizo que se propusiese una nueva interpretación de la sociedad Valdivia, más como un complejo de agricultores que como pescadores-recolectores.

Por tanto, las evidencias en contra de la teoría Jomón empezaban a acumularse, pero aunque se iban conociendo datos sobre sus actividades agrícolas y sus técnicas de manufactura, principalmente cerámica, poco o nada se conocía sobre el modo de vida, patrones de asentamiento, etc.

Sin embargo, en 1971 el arqueólogo ecuatoriano Jorge Marcos localizó, en el Valle del Chanduy, al Sur de la península de Santa Elena, un sitio de ocupación Valdivia que se denominó Real Alto. La constitución de las estructuras del yacimiento sugirió que las edificaciones habían sido erigidas rodeando un espacio central que no presentaba más ocupación que la evidenciada por dos montículos mayores que se levantaban en oposición, uno frente a otro, en el centro de este espacio, y dos menores, cada uno al lado derecho del mayor, mirando hacia el espacio interior que designaban como plaza. Asimismo se localizaban más de 100 casas elípticas a su alrededor, de 8 x 10 m cada una, con paredes de madera y bahareque, y techumbre de hojas de palma o de paja. Estas edificaciones domésticas albergaban a familias extendidas y revelan áreas ocupacionales con una marcada división sexual.

La presencia de montículos ceremoniales en la plaza nos habla de una sociedad estratificada, con la posible existencia de sacerdotes o sacerdotisas. Algunos antropólogos consideran que podrían representar una organización de tipo matriarcal, lo cual se corroboraría con la abundancia de estatuillas femeninas llamadas «Venus», así como con el hallazgo del enterramiento de una mujer a quien, supuestamente, se le ofrendaban con periodicidad varones adultos.

La ocupación de Real Alto empezó sobre el 3.200 a. C. El conjunto cerámico típico del Valdivia más temprano (hallado por Norton en Loma Alta) y los fechados radiocarbónicos así lo evidencian.

Las casas eran elípticas en planta y hechas de varas flexibles, que aparentemente se doblaban hacia el centro de la casa amarrándolas juntas, formando así el armazón. Luego otras varas se sujetaban creando cercos horizontales a los que se ataban los haces de paja u hojas de palma.

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Durante la primera ocupación de Real Alto los suelos del poblado eran todavía de arcilla natural (común del área), siendo, sin el aporte de otro material, muy plástica y pegajosa durante el período de lluvias. Para corregir lo resbaladizo del piso, los Valdivia tempranos pavimentaron los espacios entre las casas con las valvas de la concha prieta de los manglares (Anadara Tuberculosa), consumida preferentemente de entre los moluscos que se obtenían en las recolecciones costeras o del manglar.

La existencia de torteros de piedra implica la actividad del hilado de fibras vegetales en esa época; la existencia de manos y metates (piedras de moler) sugiere la molienda de grano, preferentemente maíz. Las evidencias localizadas en Real Alto indican que desde la más temprana ocupación del sitio, el maíz se cultivaba con varias clases de frijoles, judías y posiblemente plantas de raíces comestibles.

La primera ocupación de Real Alto fue seguida por la que se ha denominado Valdivia I, sin que podamos anotar mayores cambios en el modo de vida de Valdivia. El siguiente nivel ha sido denominado San Pedro, por el conjunto localizado en el sitio epónimo de Valdivia.

El conjunto cerámico de San Pedro no es típico Valdivia, y aún existen problemas sin resolver sobre su significación. Sin embargo, el hallazgo de material San Pedro en un nivel entre Valdivia I y Valdivia II ayudaría a colocar este material en perspectiva.

Durante la fase Valdivia II aparecen, por primera vez, pozos de almacenamiento acampanados y la vivienda se construye más grande y sólida que en ocupaciones anteriores. La planta de ésta permanece elíptica, pero la pared perimetral se hace con postes, de madera o caña, enterrados de punta en pozo o trinchera. Es en este período cuando se construyen los dos montículos principales, en el centro de la plaza, creando así un recinto ceremonial interior.

Durante las fases posteriores, estos montículos fueron reconstruidos siete veces y cada vez se hicieron de mayor tamaño, revocándolos en cada ocasión con arcilla blanco-amarillenta. Las edificaciones que coronaban cada montículo fueron reconstruidas una vez antes de proceder con la destrucción y reedificación del recinto ceremonial. Este paso, iniciado en la fase II, convertía a Real Alto en una aldea con templos y a la sociedad Valdivia de la época en propulsores del proceso hacia la revolución urbana en el área septentrional andina.

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En la fase III, Real Alto alcanzó su mayor índice poblacional. Aproximadamente 150 casas formaban barriadas alrededor de los tres lados de la plaza central, ocupando un área de más o menos 600 x 400 m.

El tamaño de la aldea se mantuvo estable durante los siguientes 340 años, durante las fases IV y V (2.755 a. C.). Hacia finales de la fase V, el cercano río Verde estabilizó y profundizó su cauce, el que se ha mantenido hasta nuestros días, definiéndose así las vegas y las tierras de sembrados.

La orientación agrícola de las gentes de Real Alto produjo un cambio significativo en el paisaje. Pequeñas charcas empezaron a aparecer diseminadas a lo largo de las alturas que dominaban los terrenos de cultivo regados por los ríos Verde y Real. La aldea original empezó a funcionar más y más como un centro ceremonial. Los montículos de la plaza interior fueron cada vez de mayor tamaño y el número de viviendas empezó a decrecer. Sin embargo, el número de pozos de almacenamiento campaniformes aumentó, lo que indicaría que allí se almacenaba el excedente de maíz de la región para la estación de sequías. 

En las fases más tardías hay evidencias de conocimiento del uso del telar con lizos. Los tejidos de algodón de Real Alto serían casi un milenio más antiguos que los primeros tejidos hechos en telar y el cultivo de algodón en la costa del Perú.

Para las fases VI y VII, la sociedad Valdivia se nos muestra como aldeana-campesina (o urbana-campesina, según zonas). Aunque la sociedad Valdivia debió permanecer igualitaria, las simientes de la estratificación social se pueden adscribir a la creación de grupos de especialistas, que administraban el bienestar material y espiritual de las comunidades en las aldeas con templo. 

Coetánea con las fases más tardías de Valdivia, surge Cerro Narrío, en la Sierra Sur ecuatoriana, sobre el 2.850 a. C. Este asentamiento presenta una de las secuencias culturales de ocupación más largas de todo el Ecuador. La arqueología del área nos revela que desde las épocas más tempranas del estadio agro-alfarero hubo una gran relación entre esta región y la costa, así como con el Oriente y con la región norandina de Perú. 

En el Oriente ecuatoriano, el arqueólogo P. Ignacio Porras, ha identificado un complejo cerámico que ha designado fase Pastaza, el cual es coetáneo con la fase temprana de Cerro Narrío, y su cerámica tiene similitudes con la de las fases finales de Valdivia. 

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Otro sitio del Formativo Temprano en el Oriente, y aproximadamente de la misma época, es el de la Cueva de los Tayos, en la que junto con el material cerámico apareció gran cantidad de la concha Spondylus Princeps (tanto trabajada en objetos como sin trabajar), lo que nos habla de una red bidireccional de intercambio de productos entre la Selva, la Sierra y la Costa, desde épocas muy tempranas.

La cerámica es, como ya hemos dicho, uno de los aspectos más notables de lo que conocemos como cultura Valdivia, ya que es de una variedad de formas y decoraciones realmente extraordinaria, sobre todo si tenemos en cuenta su antigüedad. 

Fabricada por enrollamiento o modelada a mano, con cocción oxidante o reductora, presenta dos formas (genéricas) predominantes: vasijas con cuerpos subglobulares de cuello alto y boca grande con los labios vueltos hacia fuera, y cuencos pandos o bajos con los hombros carenados en un ángulo que rompe bruscamente el perfil del recipiente.

La decoración es generalmente geométrica, con representación de motivos figurativos zoomorfos y fitomorfos rayanos en la abstracción y posiblemente cargados de simbolismo, realizada mediante incisión, excisión, impresión, estampillado, peinado o modelado, entre los más representativos.

Lo más notable, sin embargo, en lo que se refiere a la cerámica, son las famosas y extraordinarias figurillas antropomorfas, generalmente femeninas, fabricadas mediante la unión de dos rodillos de arcilla, de los cuales el superior era notablemente elaborado. Por lo general, las caras son hermosamente expresivas, efecto que se logró con algunas indicaciones de rasgos faciales. El tocado y el cabello recibieron un tratamiento especial, generalmente dándoseles un engobe rojo bien pulido. Asimismo, se conoce una serie muy reducida y tosca de figurillas realizadas sobre piedra. Otro elemento destacable es el de los objetos de concha, tanto utilitarios, como es el caso de los anzuelos y las cucharas trabajados sobre madreperlas, como suntuarios, entre los que encontramos colgantes sobre Pinctada mazatlanica o las cuentas de collar o chaquiras trabajadas sobre la franja roja del Spondylus Princeps o del Spondylus calcifer.

 

FORMATIVO MEDIO (2.250 - 1.320 a. C.) Sin que estén muy claros sus orígenes, aunque las últimas investigaciones apuntan hacia una lógica evolución desde Valdivia, aparece, en el Suroeste del Ecuador, la Cultura Machalilla, a la

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que podríamos considerar como una de las más influyentes expresiones en la cerámica del Nuevo Mundo.

De hecho, algunos investigadores ven influencias Machalilla en la cerámica de Colima (México) y en los niveles inferiores de San Agustín (Colombia). También influyó en los ceramistas de los sitios formativos de la Sierra Norte del Ecuador, como Cotocollao, cerca de Quito.

De ser ciertas estas influencias, sobre todo las mexicanas, podríamos apuntar un amplio desarrollo de las rutas comerciales a corta, media o larga distancia, así como los comienzos de lo que fue un precoz desarrollo de la navegación prehispánica a lo largo de la costa del Pacífico. Se observa un cambio profundo en las técnicas cerámicas: innovaciones en las formas, sobre todo en las figurillas antropomorfas, que son tanto vasiformes y huecas como sólidas y macizas, así como algunas de un tamaño considerablemente mayor que en Valdivia, cuya tradición derivaba hacia el estilo Chacras, y que se ve interrumpido con la fase Machalilla.

Rostros planos redondeados, con prominente nariz y ojos del tipo «grano de café», decoración pintada en rojo y la aparición de orificios en las orejas, parecen relacionarse más con una tradición septentrional en los Andes que con la propia costa o sierra ecuatoriana.

Somáticamente, el concepto de mujer es otro, y comienzan a aparecer más frecuentemente figuras masculinas. Asimismo, una abundante decoración corporal de estas figurillas, nos insinúa la posible existencia de diferenciadores sociales de rango, clase o status.

Por su parte, de la vajilla cerámica cabe destacar la incorporación de botellas con cuello alto y decoración lineal, y cuencos con pedestal bajo y decoración incisa en la parte superior. Pero quizás lo más nuevo y característico sea la aparición de las botellas de asa estribo, que pasará a ser un elemento diagnóstico de las culturas del Norte de Perú, y que parecen ser el resultado de la evolución de las vasijas de doble pico y puente.

Son, por otra parte, frecuentes los perfiles fuertemente carenados y la decoración incisa, con relleno de arcilla blanca, que hace destacar el diseño, generalmente geométrico, sobre un fondo marrón o amarillo oscuro. Fondos «raspados», además de asas-estribo, ponen en relación esta cerámica con Cerro Narrío en la Sierra Meridional del Ecuador.

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La corta duración del estilo Machalilla tendría su explicación en que ésta no representaría más allá de tres o cuatro fases a continuación de las de Valdivia, con una duración entre 200 y 250 años cada una, en vez de una cultura distinta de breve existencia. En cierto sentido, Machalilla es, como apuntamos con anterioridad, más que un Formativo Medio, una etapa entre el Formativo Temprano (Valdivia) y el Formativo Tardío (Chorrera). 

Durante este período, en la Sierra Sur del Ecuador, Cerro Narrío temprano continuaba sustentado por el maíz como base calórica de su dieta. En la Sierra Norte, la gente que vivía alrededor de una laguna al Norte de Quito, en Cotocollao, parece haber tenido fuertes contactos con la costa Norte de la provincia de Manabí, así como también con sitios de la selva y sierra peruana, como Tutishcainyo temprano y Kotosh Kotosh.

Si bien no llegó a abarcar una territorialidad tan extensa como la de Valdivia en la planicie costera, es notable la penetración Machalilla hacia la Sierra y la zona de selva amazónica, siendo localizada, por ejemplo, en la ya citada Cueva de los Tayos, en la que se encuentran las diagnósticas botellas de asa-estribo de tipo Machalilla, con un fechado en los últimos momentos de la fase.

 

FORMATIVO TARDÍO (1.300 - 550 a. C.) Es poco lo que se conoce sobre la forma de vida Chorrera, cultura tipo del período Formativo Tardío, cuya denominación proviene del sitio epónimo que se localiza en la cuenca del Guayas, como tampoco conocemos del estilo de vida Machalilla. Sin embargo, Chorrera parece haber sido una amalgama de grupos contemporáneos e interrelacionados, con modelos y pautas comunes, que explotaban los diversos ecosistemas del área costera y parte de la Sierra del Ecuador. Dadas las semejanzas y la supuesta homogeneidad entre estos diferentes grupos/fases culturales, se acuñó el término Horizonte, en un intento de homogeneizar los conocimientos de rasgos comunes y dispares que sobre ellos se tenían.

Aunque quizás el término Horizonte no sea estrictamente el apropiado para denominar esta etapa del desarrollo histórico de los Andes Septentrionales (en este caso Ecuador y el Sur de Colombia), dado que las distintas fases Chorrera conservan un grado de diversidad considerable, e igualmente el lapso temporal es muy amplio, creemos que es el que más fácilmente puede integrar de algún modo toda esa serie de características sociales, y sobre todo materiales, que reconocemos como Chorrera y estilo Chorrera o Chorreroide.

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El desarrollo de este Formativo Tardío es contemporáneo de Chavín, si bien no presenta el carácter preurbano de éste, manteniendo un modo de vida aldeano, bien adaptado, en el que la comunicación y el intercambio parecen haber jugado un gran papel.

La cerámica Chorrera es más conocida, ya que, durante mucho tiempo, ésta ha sido una zona favorecida por los estudiosos de la arqueología ecuatoriana, dada la importancia y significación de los yacimientos costeros. A partir de los materiales suministrados por estas excavaciones, se han reconocido varios complejos culturales según los distintos territorios: Chorrera y Guayaquil en el Guayas, Engoroy en la Península de Santa Elena, Chorrera-Bahía y Bahía I en Manabí, Tachina y Pre-Tolita en Esmeraldas, e Inguapi en el Sur de Colombia. 

Generalizando, podríamos decir que los estilos Engoroy y Tachina parecen corresponder a la cerámica manufacturada por los grupos del litoral y los pueblos navegantes del Sur-Centro y Norte del Ecuador, respectivamente; al primer estilo se le encuentra en los asentamientos de la Península de Santa Elena, en la costa Norte de la provincia del Guayas, en la costa Sur de la provincia de Manabí, en la Isla de La Plata y frente a ésta; por su parte, el segundo se localizaría en el Norte de Manabí, la provincia de Esmeraldas y el Sur de Colombia. 

En el interior, en la cuenca del Guayas, en la planicie esmeraldeña y en los valles de Manabí, se desarrollaría el estilo clásico Chorrera, con sus magníficas representaciones, a las que más adelante haremos referencia.

Todos comparten, con lógicas particularidades, unos mismos rasgos formales en la ejecución y decoración de las vasijas cerámicas. La cuidadosa selección de las arcillas y su particular modo de cocción dan, a la cerámica Chorrera, un inconfundible aspecto, en el que destaca el nervio central grisáceo y la finura y sonoridad de sus paredes, así como los gruesos engobes -rojos, blancos, cremosos o negros- pulidos o bruñidos, que cubren toda la vasija o se combinan en zonas. 

Las decoraciones que destacan son las incisas, las negativas (conseguida mediante el ahumado de la vasija una vez cubierto el diseño decorativo con una capa protectora, generalmente cera), y la pintura iridiscente, a base de pigmento de hematites especular, que le da un brillo metálico cuando se ahúma.

Esta última técnica se ha localizado en varias zonas de Guatemala, por lo que se ha especulado con la posibilidad de un contacto marítimo entre las dos regiones y una dirección, Ecuador-Guatemala, en la difusión de esta técnica decorativa en concreto.

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A pesar de la innovación que suponen algunas de las técnicas de decoración Chorrera, lo más destacable de su cerámica es la gran variedad de formas de las vasijas y la perfección de su modelado. Los recipientes imitan todas las figuras de la naturaleza, vegetales (calabazas, tubérculos, frutas) y animales (perros, monos, sapos, osos hormigueros, peces, tortugas, murciélagos), tan fidedignamente que es fácil reconocer la especie que representa.

Sumamente indicativas son las botellas con un alto y estrecho vertedero y asa lateral, en la que es frecuente que se encuentre alojado un silbato que funciona con el cambio de presión producido al llenar o vaciar la botella.

Las figurillas no son ahora tan abundantes en el área como durante el Formativo Temprano. Las hay sólidas, generalmente más pequeñas y huecas, de tamaño mayor y con rasgos muy singulares: ojos de tipo «grano de café», brazos y piernas abultados y cortos, y un gorro o turbante en la cabeza que semeja un casco.

Los asentamientos Chorrera parecen haber sido dispersos, cubriendo un amplio territorio geográfico, pero sin ninguna evidencia de desarrollo urbanístico. No se conservan restos de edificaciones, que estarían realizadas con materiales perecederos, como la madera y el bahareque, aunque sí tenemos vasijas que muestran dos tipos de casas: redondas, de paredes verticales y techo cónico unas, y otras más amplias de planta rectangular y cubierta a dos aguas.

En estas condiciones es más difícil estimar la magnitud de los poblados, pero la misma extensión del sitio epónimo Chorrera, en el Guayas, y los más recientes hallazgos en Cotocollao, en la sierra, hablan de asentamientos de un cierto tamaño y densa población.

Por otro lado, el reciente descubrimiento de cerámica Chorrera asociada a campos de cultivo elevados en el Guayas, confirma los indicios, aportados por dos fechas radiocarbónicas (2.005 y 590 a. C.) de los suelos en la base de los camellones, acerca de la antigüedad de estas obras de ingeniería agrícola, que suponen un alto nivel de organización social. Presumiblemente, la cima de los camellones era usada como semillero durante las épocas de inundación y en las de sequía era posible sembrar en las zonas bajas, que habrían retenido la humedad.

En esta misma época encontramos los primeros vestigios de conocimientos metalúrgicos con el uso del cobre y el oro (tanto en la Costa como en la Sierra). Mientras la presencia de este último no causa mayor incógnita, dado que se encuentra en la mayoría de placeres formados por los ríos, el origen del cobre no

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está definido; no obstante, la suposición generalizada es de que su procedencia es serrana y de que pudiera haberse constituido como un importante producto de trueque con los codiciados Spondylus y Strombus.

Finalmente, hacer referencia a que durante este período se advierte un uso intenso y generalizado de la obsidiana, cuyas fuentes de materia prima están en la sierra volcánica, constituyendo una prueba más de la interrelación de ambas zonas.

El horizonte Chorrera está representado en la sierra por las fases Chaullabamba en el Sur y Cotocollao en las proximidades de Quito. En los territorios ocupados por las gentes de Chaullabamba es diagnóstico el uso masivo de la concha como material para la fabricación de variados utensilios, lo que refrenda la observación acerca de la intensidad de las relaciones entre las diferentes manifestaciones de la cultura Chorrera. Las conchas de Spondylus princeps o calcifer, Strombus galeatus y Anadara grandis eran convertidas en placas o pequeñas figuras grabadas, cuentas, o utilizadas enteras como trompetas o con otros fines rituales.

La asociación formada por el Spondylus y el Strombus tiene un marcado carácter ceremonial en el Área Andina, siendo especialmente evidente en estos horizontes contemporáneos Chavín-Chorrera, aunque mantendrá su significación durante todo su desarrollo histórico.

Mención especial merece el sitio de Cotocollao, en la ladera del Pichincha, a 2.850 m de altura, ya que es el yacimiento Formativo más antiguo de los encontrados en la sierra ecuatoriana. El poblado estuvo situado en las cercanías de un lago, hoy desaparecido, y las excavaciones han revelado que en él vivieron más de un millar de personas en casas rectangulares (4 x 6 m). Igualmente, ha sido localizado un cementerio, ocupando un lugar prominente dentro del conjunto, en el cual se aprecian hasta tres formas distintas de enterramiento, que parecen corresponderse con las distintas fases de ocupación que es posible apreciar.

El asentamiento estuvo ocupado, al menos, desde el 1500 a. C., y sus primeras cerámicas comparten rasgos con las de la cultura Machalilla, siendo el «asa-estribo» el más evidente. Es en su segunda etapa (1.300 - 900 a. C.), cuando las vinculaciones con Chorrera son más claras, encontrándose «botellas silbato», formas carenadas y pintura iridiscente. En un tercer momento de la ocupación (900 -500 a. C.) aparecen unas vasijas hondas, de paredes verticales y base tronco-cónica que son típicas de la cultura Cotocollao y que tienen su réplica en piedra.

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Sin estudiar todavía, pero compartiendo las características que les hemos presentado, se han localizado asentamientos diseminados por una amplia faja de terreno, desde las laderas del Pichincha, a 3.000 m de altura, hasta los cercanos valles templados.

La similitud entre la cerámica Chorrera y la de las fases tardías de la secuencia de Cerro Narrío temprana es tal que, a veces, es difícil determinar si algunos ejemplos son cerámica Cerro Narrío llevados por tráfico a Manabí o viceversa. La interacción entre la sierra y las tierras bajas aparenta haber sido muy fuerte durante esta época, extendiéndose tanto hacia la Costa como hacia Macas en el Oriente.

Al finalizar el período Formativo Tardío, empezaron a surgir en el Ecuador formaciones sociopolíticas con un nivel de Jefaturas regionales. De éstas, Cerro Narrío fue la más poderosa, ya que el hecho de haber empezado a funcionar, por lo menos un milenio antes de la época, como un centro de redistribución del Spondylus hacia Perú, y controlar el excedente de productos «exóticos», debió haber servido para consolidar un estrato de poder sin paralelos en el área. Hegemonía que las formaciones sociales Cerro Narrío-Cañar mantendrían hasta la conquista incaica del Sur del Ecuador.

Por otra parte, en el Norte, una potencia sociocultural, política y religiosa ha ido cobrando forma. Su centro más representativo será la isla de La Tolita, en la desembocadura del río Santiago, cerca de la actual frontera con Colombia.

Este territorio, en el que penetraba el control de La Tolita hasta, al menos, el Golfo de Buenaventura (Valle del Cauca/Choco, Colombia), es un área que pertenecía al mismo conjunto cultural ya desde la etapa Formativa.

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LOS SEÑORÍOS INDEPENDIENTES

GENERALIDADES. Este período, que por sus especiales condicionantes se ha dado en llamar Período de Desarrollo Regional (500 a. C. - 800 d. C.) se caracteriza, como ya ha quedado expresado, por la formación de una serie de grupos culturales, que por su organización sociocultural, política y económica podemos denominar como «Jefaturas» o «Señoríos», en cada uno de los cuales, uno de los miembros más representativos de una gran familia, que le apoyaba en su consolidación de status en relación con los demás miembros del grupo, se elevó a un mayor rango, manteniendo a los demás individuos, dentro de su área de influencia, bajo su mando, controlando, asimismo, el proceso de redistribución

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de productos, y con ello todo el proceso económico de subsistencia y desarrollo del grupo.

Comparando los señores entre sí, hay elementos suficientes para señalar fronteras culturales porque tienen marcadas diferencias, pero también existen varios rasgos en común. Los linderos culturales que determina la arqueología a través de los vestigios materiales jamás permitirán hablar de fronteras exactas o formaciones de lo que los antropólogos, hoy en día, consideran «nacionalidades».

En las fases finales de Cerro Narrío temprano aparecieron elementos culturales característicos: pintura blanca sobre rojo, asientos de arcilla y puntas de proyectil de piedra tallada. En la base de todas las secuencias culturales del Desarrollo Regional costero, desde Bahía hasta la costa Norte peruana, aparece la decoración blanco sobre rojo y los asientos y compoteras gigantes de arcilla.

La variedad, en tamaño y forma, y la riqueza en motivos decorativos de los ejemplares de Cerro Narrío, sugiere que éstos fueron los antecedentes de los que aparecen en las fases Bahía, Guangala, Guayaquil y Jambelí de la Costa, que son similares pero no tan ricamente decorados.

Hay evidencias de actos de violencia en la costa, posiblemente utilizada por grupos serranos, con puntas de proyectil de horsteno tallado, que se localizan especialmente en los asentamientos Guangala más tempranos, teniéndose constancia de su presencia también en algunos yacimientos Bahía. 

La influencia y la ocasional incidencia violenta de Cerro Narrío en la Costa al finalizar la hegemonía Chorrera fue, posiblemente, el resultado de las jefaturas regionales costeras, que trataban de controlar áreas mayores y aumentar su esfera de influencia en la red de tráfico a larga distancia que se centraba en el intercambio de la concha Spondylus. Los mercaderes de Cerro Narrío, que por tanto tiempo habían controlado el tráfico a larga distancia de este «bien preciado», aparentemente usaron la fuerza para mantener la reciprocidad con sus tradicionales asociados en el intercambio de Spondylus, quienes al tiempo estarían tratando de obtener una participación mayor en el proceso de redistribución de la preciada concha.

La presencia de Narrío en la costa durante esta época obedecería, entonces, a la necesidad de mantener la tradicional red de intercambio y el flujo hacia Perú de esta «insignia de la cosmología andina» que los quechuas llamaron «mullo».

Sin embargo, esta red de intercambio basada en el tráfico de Spondylus sirvió para crear la serie de jefaturas que se conocen bajo el genérico de Desarrollos

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Regionales. La fase La Tolita aparece como una manifestación de la gente que controlaba las cuencas del río Santiago, en Esmeraldas y del Patía en Colombia. La gente de la fase Tiaone y Atacames temprano se encontraba ocupando la boca del río Esmeraldas y el Atacames. La sociedad que conocemos como Jama-Coaque controlaba el área que cubre las cuencas de los ríos Quinindé y Esmeraldas y las de Cojimíes y Jama en Manabí, entrando hasta la sección norteña de la cuenca del Guayas. La cultura Bahía controlaba los valles de los ríos Chone y Portoviejo en Manabí central, extendiendo su influencia a los pequeños valles costeños del Sur de Manabí y Norte del Guayas, así como manteniendo una interacción bien estrecha con sus variantes culturales conocidas como Tejar, Río Daule y Guayaquil. En la planicie costera de la cordillera Chongón-Colonche, hacia el Pacífico, floreció la cultura Guangala. Por su parte, el Golfo de Guayaquil, la isla de La Puná y la Provincia de El Oro, y la costa Norte peruana estaban bajo el control de lo que en Ecuador conocemos como la fase Jambelí.

¿Qué produjo la diferenciación cerámica entre estas jefaturas del período de Desarrollos Regionales?

En realidad, la aparente gran diversidad es patente solamente en la decoración y tratamiento de superficies de la cerámica, mientras que las formas de las vasijas utilitarias y ceremoniales, y los vasos y botellas escultóricas son parecidos a través de todas las manifestaciones costeras de este período. Las figurillas, generalmente, se parecen; la diferencia se encuentra en el vestido y ornamentación de las mismas.

Todas las Jefaturas costeras de la época accedían a la red de intercambio marítimo a larga distancia a fin de obtener la preciada bivalva tropical, el Spondylus, de su hábitat natural, a lo largo de la costa del Pacífico. 

Lo que pudo distinguir a estos grupos, aparte de la distinta modalidad de decoración y vestimenta, pudo ser la adopción de algunos de los dioses de los grupos con los que intercambiaban el Spondylus en el Norte. 

Tolita, Tiaone, Jama-Coaque, adoptaron decoraciones de influencia mesoamericana, como el Huehueteotl (el viejo dios del fuego), tema omnipresente en La Tolita, o el Tlaloc, sumamente representado en Jama-Coaque.

Además, las influencias Bahía aparecen en el Golfo de México, en Veracruz, en donde traficantes mayas probablemente establecieron contactos con navegantes Bahía a través del istmo de Panamá. La cerámica Guangala muestra

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rasgos que sugieren una interacción muy cercana con Costa Rica y Guatemala, un área que, aparentemente, había estado en contacto con la costa del Guayas desde la fase Engoroy. Las culturas de la cuenca del Guayas muestran gran similitud con Bahía y Cerro Narrío medio, indicando que el tráfico entre la Sierra Sur y Manabí continuó a través de la cuenca del Guayas.

El clima alterno de lluvias y sequía no permite que en el Ecuador, salvo muy contadas excepciones, se conserven los materiales orgánicos como la cestería, la madera o los textiles. En este último caso, su existencia sólo puede deducirse por las improntas que dejaron en la cerámica cuando todavía estaba fresca y que demuestran un amplio conocimiento de las técnicas textiles. Otro elemento como los torteros o fusayolas, para el hilado, así como la vestimenta documentada en las estatuillas, también permiten asegurar que el tejido era una actividad de importancia económica y ceremonial, pues es evidente que el rango de los personajes está representado en la complejidad de su atuendo personal. La metalistería llega a su apogeo, destacándose el área de La Tolita y de Jama-Coaque, en donde existieron talleres especializados. Lo más llamativo es el haber logrado combinar el platino con el oro mediante una «sintetización» o «aglutinación», venciendo así la enorme diferencia entre el punto de fusión de ambos metales.

De los tiempos del Desarrollo Regional encontramos sorprendentes vestigios de cómo el hombre dominó y controló la naturaleza mediante la construcción de albarradas, terrazas y camellones para acumular agua como reserva para la época de estío, aprovechar las lluvias tenues de las alturas durante la sequía en el caso costeño, o evitar la erosión y dotar de canales de irrigación a las pendientes en el caso serrano, o para poner en uso los terrenos susceptibles de inundaciones y controlar las heladas.

Los estudios arqueológicos de la Sierra, para este período, se han dificultado considerablemente por las erupciones volcánicas que se han producido durante milenios, que, por lo demás, impidieron la existencia de asentamientos humanos prolongados.

A diferencia de la Costa, que tiene numerosos recursos alimenticios, algunos autorrenovables, la ecología de la Sierra impuso una fuerte restricción al sustento del hombre, limitándolo a la explotación de la tierra, ya que del pastoreo no existen evidencias definitivas, al menos para este momento. Consecuentemente, cada familia, o grupo de familias, se vieron obligados a vivir en, o muy cerca de su parcela, lo que explicaría por qué, hasta la fecha, no conocemos vestigios de urbanismo, salvo en contadísimas excepciones, durante el Desarrollo Regional. 

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La alfarería serrana evidencia una elevada tecnología, por ejemplo, la cerámica Panzaleo es llamativa por la extremada finura de sus paredes (2 mm) a pesar del considerable diámetro (hasta 60 cm) de sus vasijas globulares y por la minuciosidad en ciertos diseños negativos. Tuncahuán, por su parte, se impone por la notable creatividad de las decoraciones ejecutadas en negativo con sobrepintura roja. El cuerpo cerámico utilitario no difiere, morfológicamente, del festivo o ceremonial; el elemento diagnóstico de lo ritual radica, precisamente, en la riqueza cromática de las piezas. Si bien las tradiciones Panzaleo y Tuncahuán se originan en el Desarrollo Regional, su apogeo, tanto desde el punto de vista artístico como socioeconómico pertenece, más bien, al siguiente período, el de Integración.

En la Sierra Norte y Norcentral, la falta de datos provenientes de excavaciones científicas pertinentes a este período nos deja prácticamente con un cuadro en blanco.

Sin embargo, se vislumbran contactos con la costa en Cotocollao y en el valle de los Chillos, al Sudeste de Quito. Influencias amazónicas y costeras se evidencian en las provincias de Cotopaxi y Tungurahua. En Chimborazo hallamos la cultura Tuncahuán, y en Cañar, Azuay y Loja, Cerro Narrío medio está presente.

A continuación vamos a presentar los rasgos más característicos de algunas de las culturas más representativas de este período de los desarrollos regionales.

 

CULTURA TOLITA - TUMACO. El significado de esta cultura es todavía de difícil interpretación. Su influencia se extiende por la costa Sur de Colombia y la parte Norte de la provincia de Esmeraldas.

El yacimiento más conocido, La Tolita, en Esmeraldas, situado en un islote en la desembocadura del río Santiago, ha sido saqueado durante siglos, inundando los museos con colecciones de figuritas cerámicas y objetos de oro, que si bien hablan de la gran capacidad artística de estas gentes, dejan grandes incógnitas acerca de otros aspectos de su desarrollo cultural, como es el de la construcción y finalidad de las grandes «tolas» o montículos que le son característicos. En la actualidad se están llevando a cabo las primeras excavaciones sistemáticas, sin que todavía se tengan publicaciones definitivas.

Las actuales excavaciones han obtenido fechas desde el comienzo de la era hasta aproximadamente 500 años después para este período clásico. Su fase final

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(Tolita tardío) se corresponde con la fase Tiaone, en la desembocadura del Esmeraldas, con la que comparte gran cantidad de rasgos.

Las cerámicas de La Tolita muestran influencias tanto de las formas peruanas (vasos dobles, doble pico, etc.) como de las mesoamericanas (trípodes, copas, incensarios), y son famosas por la diversidad de sus modelados zoo-antropomorfos y el barroquismo de sus decoraciones incisas o pintadas.

Es necesario hacer mención especial de las abundantísimas figuritas cerámicas, en las que se encuentran, por un lado, representaciones de escenas de la vida diaria y de animales del entorno, de carácter naturalista, y por otro -las más difundidas- personajes exentos, de diversos status, principalmente mujeres, vistas de frente, de tocado característico, luciendo deformación craneana, y con un faldellín cubriendo su sexo; con menos frecuencia aparecen figuras ejecutadas en otros materiales como el hueso.

Otra importante faceta de esta cultura es la metalurgia, en la que destaca el uso del platino, que no se conoció en Europa hasta el siglo XVIII, precisamente transmitido desde esta zona por Antonio de Ulloa. Sus trabajos en oro y plata son de gran perfección técnica y artística, singularmente en la ejecución de máscaras y pequeños adornos.

En los trabajos con estos materiales se encuentran conexiones claras con culturas peruanas, como son Moche y Vicús, que también destacaron en su habilidad y técnica orfebre.

 

CULTURA TIAONE. La Cultura Tiaone, contemporánea de La Tolita, se extiende por la cuenca del río Tiaone y las orillas del bajo Esmeraldas, correspondiendo sus asentamientos con una adaptación al bosque tropical, con asentamientos preferenciales a orillas de los ríos y poblamiento disperso.

Cultivaban parcelas de regular tamaño con técnica de roza y régimen rotatorio para obtener cosechas de maíz, algodón y tubérculos (yuca, principalmente), quizás compatibles con huertos de rendimiento permanente en las orillas de los ríos. Caza, pesca y recolección eran también procedimientos complementarios de la dieta, si bien la proximidad a las playas no tuvo influencia decisiva sobre las estrategias de explotación del medio.

El yacimiento tipo en el que nos basamos es el de La Propicia, localizado en la desembocadura del río Tiaone en el Esmeraldas. La mayor cantidad de

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evidencias materiales con las que contamos se refiere a la industria cerámica, en cuyo material se fabricaron vasijas, figurillas, silbatos, máscaras, ralladores, fichas, discos perforados, chaquiras, pintaderas, torteros, etc. La cerámica de La Propicia es, en general, de buena factura, paredes relativamente finas, buenas arcillas y regular cocción; de formas variadas, en las que la decoración es generalmente pintada, predominando el rojo y presentando algunos casos de modelado; son frecuentes las vasijas engobadas, siendo variadas las formas, entre las que hay una cierta proporción de polípodos.

 

CULTURA BAHÍA. Dentro de las culturas que, durante este período, se están desarrollando en la costa ecuatoriana, la Cultura Bahía destaca por su carácter preurbano, rasgo que anuncia a sus sucesores, los famosos manteños, de los que hablaremos más adelante.

Se extiende desde el río Chone y Bahía de Caráquez hasta la frontera con la provincia del Guayas. Cerca de la Manta actual se encuentra el sitio de Los Esteros, con numerosos montículos construidos superponiendo plataformas de muros reforzados con piedras y rampas o escalinatas de acceso. Emilio Estrada, el primero que estudió este yacimiento, opina que encima de las plataformas de mayor tamaño se localizarían grandes casas comunales o templos, lo que parece ser corroborado por representaciones de éstas en cerámica.

En la cercana isla de La Plata debió de existir un santuario Bahía, tal y como se puede desprender de los hallazgos arqueológicos, que muestran la ausencia de cerámica doméstica u otros restos de habitación, así como grandes acumulaciones de figurillas fragmentadas.

Las características generales de la cerámica Bahía también son diferentes de las de las culturas más al Norte. Hay formas nuevas, como la copa de base alta, y, junto a la pintura iridiscente y negativa -herencia Chorrera- , un uso generalizado de la pintura poscocción, que les da una mayor policromía. Las figuras cerámicas, que son igualmente abundantes, están fabricadas a molde, llamando la atención las del tipo «Gigante», de 50 a 60 cm de altura.

Todas estas figurillas muestran una gran complicación en su vestimenta y adornos, lo que hace pensar en una sociedad estratificada.

 

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CULTURA GUANGALA. Esta cultura, que continúa la tradición Chorrera, se desarrolla en una de las zonas más desérticas del Ecuador y, quizás, debido a estas condiciones ambientales desfavorables no se observa el grado de urbanismo de Bahía, estableciéndose la población con un patrón de aldeas dispersas.

Parece una cultura bien adaptada, cuyas bases de subsistencia se encontraban en el mar y la agricultura. Sus yacimientos aparecen por la costa ecuatoriana, singularizándose por la fabricación de instrumentos líticos de caza y por el destacado nivel tecnológico de sus cerámicas. Las formas de éstas son más sencillas que las Chorrera, pero continúan su perfección técnica. La decoración es pintura blanca sobre rojo, rojo anaranjado sobre ante, bruñido y negativo.

 

NEGATIVO DEL CARCHI. Hasta el momento, las culturas de la sierra, como la que ahora presentamos, han recibido mucha menor atención que las de la costa por parte de la investigación arqueológica. En consecuencia, tenemos mucha menos información, y la que tenemos se encuentra fragmentada en un sinfín de culturas o fases que parecen referirse a un mismo tipo de evidencia: un pueblo, o pueblos, que decoran sus vasijas cerámicas con dibujos en negativo sobre el engobe del fondo. Por esta razón, el nombre de Negativo del Carchi puede abarcarlos a todos, al menos hasta que se desarrollen trabajos de investigación más en profundidad.

En el altiplano del Sur de Colombia y del Norte del Ecuador, área en la que se desarrolla esta manifestación cultural, la economía es predominantemente agrícola, siendo un excelente complemento la caza en los bosques fríos.

La excesiva pluviosidad llevó a la población a asentarse en zonas elevadas y a preparar sus campos de cultivo con el sistema de «camellones».

Existía una estratificación social, tal y como se deduce de sus enterramientos, los cuales son el aspecto más conocido de esta cultura.

Las tumbas son de pozo y cámara. El pozo, cilíndrico, podía llegar hasta los 20 metros de profundidad y la cámara ser una o varias, pudiendo estar conectadas por pasadizos, bien entre ellas, o bien con las de otros conjuntos. Este tipo de entierros es común en la zona serrana de Colombia, con la que la unen muy estrechos lazos.

En cerámica, las copas de base tronco-cónica alta y los cuencos de base anular son las formas preferidas para plasmar los diseños negativos. También son muy

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populares las figurillas cerámicas, entre las que destaca un «pensador» sentado en un banquillo y masticando coca.

Muy relacionada con esta cultura y sin que estén todavía muy establecidos los límites entre ambas, se encuentra más al Sur y hacia el Oriente la Cultura Panzaleo-Cosanga.

 

CULTURA TUNCAHUÁN. Más al Sur aún, en la cuenca de Riobamba, está el área de difusión de esta cultura, que es portadora de un estilo cerámico de gran difusión y que lleva el mismo nombre.

Las formas más típicas son las compo-teras, copas de base anular tronco-cónica, y las jarras alargadas de fondo apuntado. La decoración es negra pintada en negativo, acompañada del rojo y el blanco, siendo los motivos decorativos geométricos simples y simétricos.

 

CULTURA ATACAMES. Más o menos coincidiendo con la pérdida de importancia y abandono de La Tolita (350 d. C.), en el resto de Esmeraldas se observa un fuerte cambio con respecto a la situación de siglos anteriores. A partir de esta fecha de abandono, existe un vacío de información para la costa ecuatoriana al Norte del río Esmeraldas.

Sin embargo, al Sur del citado río, comienza a adquirir personalidad propia, con sus principales fechas en torno al 700 d. C., la Cultura Atacames, apreciándose un importante cambio en el patrón de asentamiento de toda la zona.

El yacimiento de Atacames, aunque se encuentra destruido por la población actual, la potenciación turística y las labores agrícolas en más de sus dos terceras partes, evidencia un crecimiento rápido de la población en función de nuevas estrategias adaptativas.

Sus habitantes, en esta fase temprana del sitio, se distribuían en una serie de plazas contiguas de manera lineal, enmarcadas éstas por las «tolas» en las que se localizaban las viviendas a lo largo de, al menos, dos kilómetros de costa, haciendo uso abundante de los recursos marinos.

Tanto la tecnología cerámica como los motivos decorativos cambian bruscamente, observándose un cierto descuido en la elaboración, que contrasta

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con la variedad de formas, la mayor parte de ellas con connotaciones netamente funcionales. La decoración está constituida básicamente por diseños geométricos rojos sobre un ligero engobe crema. Por otra parte, es de señalar que las figurillas pierden el protagonismo que tenían en La Tolita o en Tiaone, por hablar de sus áreas más próximas.

De una manera general se observa una mayor relación de Atacames con las culturas de la costa Sur, aparentando ser, en estos momentos, el punto costero más norteño al que llegan coletazos de los cambios producidos en la zona central andina. En el Sur de Manabí, la cultura Bahía evoluciona hacia un mayor urbanismo y anuncia lo que será la posterior cultura Manteña. En esta misma provincia, más al Norte, entre Bahía y Atacames, encontramos la cultura Jama-Coaque, conocida fundamentalmente por colecciones de museos, y en cuyos asentamientos se están llevando a cabo excavaciones, sin que, por el momento, se pueda determinar en qué grado podrían, o no, conformarse como una sola con la de Atacames.————————————————————————————————

LAS JEFATURAS DESARROLLADAS Y EL ORIGEN DEL ESTADO

GENERALIDADES. Al finalizar el Desarrollo Regional, se produjo un cambio general en el estilo cerámico de la costa. Los rojos encendidos se opacaron, los grises fueron reemplazados por el negro bruñido y la sobriedad en las expresiones artísticas que caracterizarían a las jefaturas integradas de nuestro posclásico empezó a aparecer. Es lo que conocemos como el Período de Integración, que abarcaría desde el 700 d. C. hasta la llegada de los Incas al Sur, en 1480, o hasta la llegada y asentamiento de los españoles, en 1533.

Ciertos jefes comenzaron a ejercer su autoridad sobre grupos distantes y de esta manera las jefaturas regionales integraron vastas regiones bajo su control. Los mercaderes-navegantes de la costa formaron una liga o confederación para el intercambio a larga distancia, la que al momento del contacto con los españoles estaba bajo el comando del señor de Salango, al Sur de la provincia de Manabí.

En esa época los españoles se encontraron con poblaciones costeras de más de 30.000 habitantes, con flotas de canoas y balsas capaces de navegar grandes distancias. Las fuentes etnohistóricas para el litoral son escasas, pero destaca el relato de Bartolomé Ruiz, piloto de Francisco Pizarro que, en 1526, capturó una de estas balsas oceánicas de los Manteños. Su detallada descripción del botín de esa embarcación es un verdadero manifiesto de carga que revela el alto desarrollo de ese grupo, pues se trataba, evidentemente, de una nave de mercaderes. Un relato posterior (1575?) menciona el tráfico entre Chincha (Perú) y Portoviejo

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(Manabí). Otras fuentes escritas, además de la evidencia arqueológica, particularmente la difusión de la tecnología metalúrgica, confirman que el tráfico se extendía a lo largo de la costa del Pacífico hasta las regiones Mesoamericanas.

Varios documentos etnohistóricos corroboran la existencia de una organización de mercaderes, llamados «mindalaes», en la región Norte interandina. Igualmente, a lo largo de todo el Ecuador, hay indicaciones de un activo intercambio entre Costa, Sierra y Oriente. Estos mindalaes articularon, en cierta medida, las relaciones interétnicas de los diversos grupos de los actuales territorios de Ecuador, Norte-Centro de Perú y Sur-Centro de Colombia, siguiendo antiguas rutas comerciales, a través de las cuales llegaron a las diferentes regiones productos exóticos, procedentes de la Costa, la Sierra, el Oriente, e incluso de territorios más alejados como Chile, Guatemala, México, etc.

Los jefes de esta confederación vivían en la opulencia y decadencia del Otomán. Los manteños tenían una corte de jóvenes «efebos», enjoyados, para satisfacer las fantasías homófilas de los señores principales, y Tumbal, el régulo endiosado de la Puná, tenía un harén resguardado por eunucos, completamente emasculados y desfigurados para asegurar la fidelidad de sus concubinas.

El Período de Integración está marcado por el empleo de una ingente mano de obra para la construcción de montículos artificiales (tolas) que, en este momento, tuvieron varias funciones simultáneas: bases de las viviendas de los señores gobernantes o «caciques», plataformas de centros ceremoniales y cementerios. Una tradición arquitectónica singular existe en territorio Manteño, con una ciudad formada por más de 300 edificios con cimientos de piedra y paredes de adobe. 

Todo ello nos lleva a hablar de que en este período se ha producido un cambio hacia la monumentalidad y los grandes proyectos, que implicaban mover ingentes cantidades de tierra, piedras y otros materiales.

La estratificación social había llegado a un nivel tal, que verdaderos ejércitos de trabajadores servían a sus señores en lo que fue prácticamente una radical modificación del paisaje. Cientos, hasta miles de personas, fueron puestas a trabajar en la construcción de grandes tolas, haciendo canales de drenaje y embarcando los terrenos anegadizos para incorporarlos a la producción. En los valles, grandes plataformas de piedra y terrazas de cultivo se construyeron para sustentar a centros ceremoniales y aprovechar la garúa, en los cultivos de ladera, de las cordilleras costeras. Una fuerza de trabajo semiesclavizada llevaba

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adelante estas obras públicas, y la gran cantidad de piedras de honda y rompecabezas que se encuentran nos habla de una fuerza guerrera regular.

En los valles costeños, los señores, régulos-chamanes, hicieron construir los centros ceremoniales de montículos y templos, plazas, postes heráldicos de bellas maderas incorruptibles, estelas de piedra y cementerios en donde se enterraba a la gente principal, en grandes tumbas de pozo con cámara. Las prácticas funerarias fueron similares a través del área en este tiempo, y las diferencias aparentes obedecieron principalmente a razones ecológicas. Las tolas de enterramientos de la cuenca del Guayas y la planicie esmeraldeña fueron concebidas como colinas artificiales en las que, en algunos casos y zonas, se construyeron tumbas de pozo con cámara, al colocar una serie de urnas desfondadas que formaban el pozo sobre una urna de gran tamaño en la que se colocaban cadáver y ofrendas, conformando la cámara.

Tolas y otras obras de tierra de este período se encuentran a través de todo el Ecuador. Los campos elevados y came-llones se construyeron no sólo en la costa, sino también al Noroeste del lago San Pablo y otros sitios de la Sierra y del Oriente.

Varios complejos de montículos han sido hallados en esa región, incluyendo el de Santay, excavado por Porras. Sin embargo, poco es lo que conocemos de las culturas que edificaron los montículos en el Oriente.

La Sierra Norte del Ecuador es famosa por los grandes sitios, con pirámides de toba volcánica (cangahua), como el gran centro de Cochasquí, al Norte de Quito, en el que destacan, junto a las grandes pirámides con rampa de acceso y cúspide truncada (en las que se observa la existencia de huellas de las estructuras que las coronan, así como restos de «canales» y marcas que nos hablan de posibles observaciones y anotaciones astronómicas), la gran cantidad de montículos habitacionales en la parte baja de la ladera en la que se asienta este gran conjunto ceremonial.

Esmeraldas, la provincia norteña de la costa del Ecuador, comparte con Colombia un sistema fluvial rico en oro. Durante el período de desarrollo regional floreció el complejo Tolita-Tumaco. La explotación de los variados recursos fluviales, en especial el oro y el platino, continuó a través del Período de Integración, y los descendientes de estas gentes son quizás los Cayapas, que aún viven en la región.

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Más al Sur de la provincia de Esmeraldas, el grupo Atacameño, grandes agricultores, controlaban los territorios ocupados por las culturas Tiaone y Jama-Coaque en la fase anterior.

Sin embargo, Atacames propiamente, estaba ocupado por un enclave manteño controlado por el señor de Salango. Los navegantes y chamanes-mercaderes manteños, que propiciaban sus andanzas con sacrificios humanos y la caza de cabezas, tenían un centro metropolitano en el Sur de Manabí, en el área comprendida entre los pueblos de Puerto Cayo y Ayampe. La capital estaba formada por una serie de complejos urbanos, cuyas ruinas se pueden todavía ver en Aguas Blancas, Puerto López y Salango. Esta gente controlaba la mayoría de los puertos marítimos del Ecuador prehispánico, de Atacames al Norte y, con toda probabilidad, hasta la Puntilla de Santa Elena al Sur. 

En la planicie costera, controlando los mismos valles que fueron habitados durante el período anterior por la cultura Bahía, vivieron los Huancavilca. Esta cultura a veces llegó hasta la costa marítima desde Ayampe hasta San Pablo, al Norte de la Península de Santa Elena y al Sur de ésta, los huancavilca ocuparon los valles de Chanduy a Posorja en el Golfo de Guayaquil, y cruzaron la cordillera costera para ocupar la vertiente occidental del río Daule, en la cuenca del Guayas.

En la boca del Golfo de Guayaquil, como un tapón y controlando el acceso a éste, se encuentra la isla de la Puná. «Primos» de los manteños, huancavilca y tubesinos, los puneños eran navegantes, mercaderes y corsarios, y despreciaban a otros grupos, especialmente a los que explotaban el manglar y el estuario del Guayas.

Estas gentes, llamados chonos, vivían bordeando el Golfo y río arriba por el Guayas hasta el área donde se encuentra Guayaquil. En la provincia de El Oro, los chonos ocupaban el manglar del Jambelí y los tumbesinos el Sur de esa provincia y el extremo Norte de la costa del Perú.

Que los manteños, huancavilcas, puneños y tumbesinos formaron una liga de mercaderes, como lo había sugerido el notable arqueólogo ecuatoriano Jacinto Jijón y Caamaño, es un hecho indudable. A través de esta área existieron grupos de especialistas que se dedicaron a la manufactura de tejidos, plumería y artefactos de cobre, plata y oro; colectaban piedras semipreciosas y elaboraban fina artesanía de conchas. Todo esto se hacía principalmente para intercambiar con el Norte el preciado spondylus, el cual les permitía obtener coca, cobre nativo, turquesas, lapislázuli y otras materias primas y elementos manufacturados de Perú y Chile.

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En la cuenca del Guayas, al Este del río Daule, los Milagro-Quevedo administraban las tierras agrícolas de mayor importancia en la costa pacífica de Sudamérica. Los señores de esta área no solamente supieron orquestar el uso de la mano de obra semiesclavizada a niveles de gran productividad a través de un sofisticado programa de ingeniería hidráulica, sino que también promovieron las expresiones artísticas, tanto en metalurgia como en textiles, excelentemente decorados con la técnica de urdimbres anudadas (Icat). Ambos son rasgos compartidos entre Milagro-Quevedo y Cañari, lo que indica una continuada interacción entre los dos grupos.

Los Cañari controlaban durante este período las mismas tierras que en épocas anteriores habían sido ocupadas por la gente que dejó la huella de su existencia en Cerro Narrío. Las culturas Capulí, Tusa y Piertal controlaban entonces la Sierra Norte del Ecuador y se extendían al departamento de Nariño, en Colombia. Estos grupos parecen haber tenido una influencia norteña, aunque en Capulí encontramos rasgos típicos de las tierras bajas, tales como la masticación de coca y los «bancos de chamán». Esta influencia amazónica ha sido demostrada, afectando a la cultura Panzaleo, que cubrió los territorios de las provincias de Tungurahua, Cotopaxi y Sur de Pichincha, cuya cerámica en decoración y formas tiene una temática explícitamente selvática. Los figurines se encuentran sentados en «bancos de chamán» y el jaguar reina como elemento supremo entre los animales representados.

Entre las gentes que poblaron la provincia de Carchi y los Panzaleo existió un grupo que muchos autores han llamado Cara, que construyeron complejos ceremoniales - administrativos, compuestos de grandes pirámides construidas en bloques de toba volcánica o cangahua, a cuya cúspide se accedía por descomunales rampas. Los Caras controlaban la provincia de Imba-bura y Norte de Pichincha. Su centro principal era Cayambe, pero el centro regional mejor conservado es el de Cochasquí, que aparentemente controlaba el valle de Guayllabamba.

Los Caras fueron los últimos en resistir el avance de los incas en el Ecuador y después de una fiera y tenaz lucha se derrumbaron, permitiendo su avance hasta el Sur de Colombia. Los grupos que habitaban la provincia de Chimborazo posiblemente continuaron siendo una de las principales avenidas de contacto entre la costa y la sierra. De las culturas serranas en el Período de Integración, Carchi, Caras, Panzaleo y Puruhá formaron sociedades no muy bien estructuradas a nivel de jefaturas locales, las que posiblemente se unían en confederaciones en su área cultural, en respuesta a estímulos externos, como serían el resistir el embate guerrero de otros pueblos. Ese no fue el caso de los Cañari, porque si analizamos la historia de la conquista Cañar por el Inca, solamente una bien

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estructurada Jefatura regional, desarrollada casi hasta los niveles de Estado, es posible dadas las características de la sociedad Cañari.

A lo largo del texto hemos empleado la terminología al uso hasta el momento, integrando a los distintos grupos sociales del Período de Integración ecuatoriano dentro del modelo de las Jefaturas. Sin embargo, en los últimos años se han venido desarrollando trabajos que critican esta postura, como parcial y restrictiva, planteando la necesidad de un marco sociocultural más amplio para este momento, en el que varios grupos que poblaban el Ecuador habían desarrollado modelos sociales, políticos y económicos propios ya de un Estado pleno y no de una Jefatura, con lo que de restrictivo conlleva el término.

   Vamos a presentar a continuación algunas de las culturas más representativas de este período.

 

CULTURA ATACAMES - BALAO. La Cultura Atacames-Balao, en la zona Sur de la provincia de Esmeraldas, se muestra como una pervivencia de la Cultura Atacames, ya descrita en el Período anterior. Sus dos yacimientos más significativos en el área son: en primer lugar, Atacames, junto al sitio epónimo, hábitat que se ha convertido en un gran centro poblacional y que fue conocido por los españoles; en segundo lugar estaría Balao, localizado en torno a la desembocadura del estero del mismo nombre, pocos kilómetros arriba de la ciudad de Esmeraldas siguiendo la línea de playa, con un poblamiento disperso ocupado en la pesca, el marisqueo y la agricultura de subsistencia. La preparación de productos marinos para su conservación (salazones, ahumados, etc.) debió tener una gran importancia.

Habría que hacer notar que para estas fechas se observan ciertos cambios, los cuales parecen estar indicando que los pueblos de esta zona tienen establecidos fuertes contactos de carácter comercial con los grupos manteños y participan de la red de intercambio organizada en torno a las demandas incaicas de spondylus.

La población crece, asentándose en núcleos semiurbanos en la costa y de forma dispersa en el interior. La planificación del núcleo principal, Atacames, cambia, y el registro arqueológico muestra un gran descuido en la elaboración de las cerámicas, que son ahora más toscas y gruesas. El instrumento por excelencia es el tortero o fusayola, muy abundante, evidenciando la creciente importancia de los tejidos, propia de este período. Por otra parte, la base agrícola es el maíz, para cuyo procesamiento aparecen los grandes metates.

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La famosa balsa localizada por Bartolomé Ruiz, a la que ya hemos hecho referencia, procedente de Salango, se dirigía hacia Atacames con intención de obtener spondylus.

A juzgar por el registro arqueológico, los habitantes de Atacames y los pueblos vecinos entregaban las conchas del preciado molusco sin ninguna elaboración, proceso que se llevaría a cabo en las costas de Salango, como evidencian las enormes acumulaciones producto de esta actividad allí localizadas.

 

CULTURA MANTEÑA. Con el nombre de Cultura Manteña nos referimos, arqueológicamente hablando, a los restos materiales de los diferentes pueblos que habitaron la costa de Manabí, desde Bahía de Caráquez hasta el Golfo de Guayaquil, y que los cronistas identificaron como Paches, Huancavilcas, Punáes y Tumbecinos; todos ellos reputados marineros y comerciantes. Algunos autores proponen considerarlos como una «macroetnia», dado que, en unas ocasiones parecen tener independencia política y, en otras, las evidencias sugieren una cierta integración, como es el caso de la arqueología de la región.

La cerámica manteña es sumamente característica. En el Norte es de color negro o grisáceo y lleva un pulido brillante; las decoraciones más frecuentes son incisiones geométricas realizadas antes de la cocción. Las ánforas de cuerpo fusiforme, base anular y gollete con decoración plástica, normalmente una cara humana o de felino, así como las compoteras altas -a veces de más de 60 centímetros- , son las formas más difundidas. También los incensarios, con representaciones humanas en bulto redondo y base campaniforme, son altamente representativos.

Al Sur, la única variación que se aprecia es el colorido, rojizo en vez del negro-gris norteño, resultado de un proceso diferente de cocción. También en cerámica encontramos pitos, ocarinas y multitud de torteros.

En piedra tenemos estelas, hachas ceremoniales y, sobre todo, unas originales sillas, con el asiento en forma de U, en un zócalo tallado en forma de tigre. En metal hay tiaras, coronas, patenas y aretes en cobre y plata.

Por toda la costa aparecen restos de núcleos de población planificados, siendo los más conocidos Manta y Salango. Ya hablamos antes de cómo el Señorío de Salangone debió controlar el comercio con el Sur, pero las marineras balsas manteñas recorrían la costa, desde México al Sur del Perú, con fines comerciales.

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CULTURA MILAGRO - QUEVEDO. La cultura arqueológica de Milagro-Quevedo se identifica con la «macroetnia» de los Chonos, conjunto de pueblos que habitaban las fértiles tierras de la cuenca del Guayas. El papel de éstos, grandes productores agrícolas, tuvo que ser relevante en la red de intercambios dentro del área Andina Septentrional, no pudiendo quedar minimizada.

La agricultura, que se practicaba en todo el área desde el Formativo, se intensifica notablemente gracias a los campos elevados y los camellones, aumentando en gran medida su producción. El tipo de asentamiento que el cuidado de estos campos requería, o quizás la falta de suficientes reconocimientos arqueológicos, no han permitido la localización de grandes concentraciones de población.

Sin embargo, tenemos la constancia de que una de las características más representativas de este grupo y momento es la construcción de grandes tolas (montículos artificiales) para la localización de viviendas.

La cerámica, de menor importancia que entre otros grupos, es monocroma y con decoración incisa. Las formas más típicas son los platos (de base plana), cuencos, ollas trípodes y grandes vasijas para almacenamiento / enterramiento. Más conocidas son las ollas y platos trípodes con decoración plástica de sapos, culebras y otras alimañas, lo que le ha valido el calificativo de «cocina de brujos».

En los yacimientos de esta cultura aparecen también -con mucha frecuencia- unas «hachas moneda» de cobre martilleado.

 

CULTURAS DE LA SIERRA DEL ECUADOR. LA ETNOHISTORIA. Las culturas de la Sierra del Ecuador jugaron un importante papel dentro del Imperio Inca -el Tahuantinsuyu- , existiendo numerosas fuentes documentales para su estudio, tanto las referidas a la conquista incaica como las referentes al área ecuatoriana en concreto.

Las más tempranas fuentes españolas, desde la crónica de la conquista del Perú, de Francisco de Xerez (1534), hacen referencia al territorio ecuatoriano como el reino de Quito, señalándolo como la frontera extrema septentrional del imperio incaico. Sus moradores naturales sufrieron el impacto de la conquista inca, viéndose su cultura tradicional sometida a nuevas influencias que, a pesar

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de haberse implantado apenas 40 ó 50 años antes de la nueva oleada de conquistadores españoles, modificaron sustancialmente sus comportamientos socioculturales y, por supuesto, todos sus modelos de organización política.

Aunque el jesuita Juan de Velasco divulgó en el siglo XVIII una historia de todos los pueblos preincaicos del Ecuador, basada en tradiciones orales conservadas hasta su época, sus datos parecen no resistir la crítica sustentada en una abundante, aunque fragmentaria, documentación colonial. Hasta tal punto es confusa, que resulta difícil establecer con certeza el nombre de las etnias asentadas en el área de lo que fue después el importante asentamiento que en la historia oral de los incas se denominó Quito.

En el Norte, a ambos lados de la frontera ecuato-colombiana, vivían los Pastos y Quillancingas, con una metalurgia muy relacionada con la del Valle del Cauca, e identificados arqueológicamente por los complejos cerámicos Calpulí, Piartal, Tuza y Cuasmal.

Los Caras ocupan parte de Imbabura y Pichincha, hacia el Norte y Oriente de Quito, integrando diferentes señoríos o unidades políticas, cuya mención confusa y ambigua en las primeras crónicas hace difícil la exacta delimitación de los respectivos territorios e, incluso, de algunos de sus principales emplazamientos.

Los Carangues, en Imbabura, han dejado importantes restos arqueológicos de densos poblados, con construcciones de pirámides con rampas de acceso y montículos habitacionales, como es el caso, ya citado, de Cochasquí.

Más al Sur, en la región de Cañar, Cuenca y Jubones, se asentaba la etnia Cañari, asociada a la cerámica Cashaloma y Tacalshapa. El sitio arqueológico más importante es Ingapirca, con zonas de vivienda para la elite, que edificarían sus casas sobre grandes plataformas ovales, y construcciones de carácter ceremonial, Pilaloma, a las cuales se añadirían más tarde los edificios correspondientes a un centro administrativo provincial del imperio incaico.

A partir de los testimonios que en las probanzas de sus linajes y méritos presentaron sus descendientes ante la Corona española para ser reconocido su antiguo rango, se deduce que los señores de Carangue y Otavalo ostentaban el título genérico de Ango, y los de Cayambe el de Puento. Entre ellos, como entre los señores étnicos de Quito, parece advertirse la existencia de un tipo de relaciones basadas en alianzas y en el respeto mutuo de una práctica común a todos ellos: la de aprovechar recursos estratégicos existentes en los diferentes ambientes ecológicos que explotaban en asentamientos temporales a partir del establecimiento de verdaderas colonias multiétnicas.

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Los condicionamientos ecológicos no propician la aparición de hábitats en grandes concentraciones, sino en núcleos pequeños, denominados en quechua llatja, de los que los mayores, verdaderos centros nucleares de cada señorío, eran los que se organizaban alrededor de la casa del cacique. El resto eran pequeños asentamientos dispersos, que no responden a una falta de organización de sus comunidades, sino a una equilibrada relación entre las tierras de cultivo, las viviendas y los pequeños centros rituales que servían como nexo de unión, junto con el centro nuclear, entre todas ellas.

Cada una de las comunidades menores, el «ayllu» en quechua, de 50 ó 100 familias, estaba sujeta a un cacique o señor al que reconocían como gobernante y al que pagaban tributo.

Existía una jerarquización del poder que la documentación colonial matiza: el Cacique principal y los «principales» de las comunidades. Las bases en que se sustentaba el poder de los Señores radicaban, en buena medida, en el hecho de que recibían tributo de sus sujetos, pero, sobre todo, en el carácter poligínico de sus familias, no sólo porque las mujeres producían riqueza, sino porque al proceder muchas de ellas de otros grupos o señoríos garantizaban la eficacia de las alianzas que se establecían entre los Caciques, lo que permitía el libre intercambio de bienes y productos para atender a las necesidades suntuarias o de mera subsistencia de comunidades que no eran totalmente autosuficientes.

La documentación colonial confirma que esta tradición de establecer relaciones matrimoniales intercacicales se mantuvo durante los siglos XVI y XVII, y nos informa sobre la existencia de esa jerarquización social y la centralización administrativa y política, legitimadas ideológica y económicamente en la recta sucesión de los cacicazgos, aún después de haber desaparecido como tales unidades políticas.

De esta forma, se pudo mantener el respeto por ese modo de explotación compartida de los recursos por parte de colonias multiétnicas. En la región de los Caras, la figura de los mindalaes supuso un medio de relación económica regular.

Tampoco faltaron las alianzas militares, surgidas ante la necesidad de una defensa común por el peligro de agresiones exteriores.

Esto pudo representar el surgimiento, en determinado momento, del liderazgo de uno de los caciques sobre los demás y la posibilidad de que se avanzara en el proceso de constitución de unidades políticas de mayor entidad, origen del Estado.

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Resulta indudable que en los últimos años del siglo XV, y para enfrentarse al empuje de la expansión inca, el liderazgo de todos los caciques de la zona lo sustentaba el Puento de Cayambe, que supo aglutinar las fuerzas defensivas de todos los grupos de la región para hacer frente, en una guerra que duró 10 años, a los ejércitos incaicos.

En el año 1583, don Hierónimo Puento, como cacique principal del pueblo de Cayambe, presentó una probanza en cuyo interrogatorio se incluye, en una de sus preguntas, la afirmación de que sus abuelos Maxacota Puento y su padre Quiambia Puento «antes y después que los incas los subjetaren, sus pasados e ellos fueron señores e mandaban los pueblos de Cayambe, Cochisque e Otavalo y sustentaron la guerra contra los incas tiempo de diez años poco más o menos, sin ayuda de otros naturales, e impedido, los dichos pasaron a la conquista y así fueron muertos y vencidos los dichos caciques de Cayambe».

La respuesta afirmativa de los testigos presentados parece otorgar al señorío de Cayambe la categoría de organización política hegemónica de la región. Esta apreciación, aunque real, es matizable, porque sin duda, también los Angos de Otavalo ejercieron un fuerte control en las relaciones interétnicas con sus grupos vecinos, que reanudaron inmediatamente después de la desintegración del Tahuantinsuyu, con la subsiguiente liberación del dominio incaico.

En todo caso, no queda ninguna duda sobre la homogeneidad cultural de la región de Otavalo-Cayambe, y de la decidida oposición que sus habitantes ofrecieron a su conquista por los incas hacia el año 1490.

La capacidad defensiva de los pueblos Caras queda puesta de manifiesto no sólo en las referencias documentales, sino en la existencia de un eficaz sistema de construcciones fortificadas o pucarás, que aunque fueron reconstruidas o reutilizadas por los incas para asentar sus dominios en la zona después de la sangrienta lucha con la confederación cayambe - caranque - otavalo, cumplieron una indudable función militar en tiempos preincaicos.

En el siglo XV, la capacidad demográfica de las sociedades locales preincaicas ha sido estimada de unos 50.000 a 100.000 habitantes, que no pudieron impedir, a pesar de su tenaz resistencia, el verse sometidos a la dominación cuzqueña.

A continuación vamos a detenernos en algunas características de uno de los grupos más representativos y más poderosos del mundo ecuatoriano preincaico, que pervivieron a su conquista y a la de los españoles, llegándonos de ellos, a través de la Etnohistoria, gran cantidad de información, los Cañaris.

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LOS CAÑARIS. En la hoya de Cañar, al Sur del nudo de Azuay, tuvo su hábitat un grupo étnico cuyas referencias en las crónicas andinas están siempre asociadas a su conquista por los incas, y en la documentación colonial a su consideración privilegiada en la sociedad cuzqueña del siglo XVI, como reconocimiento al notable apoyo que prestaron a los españoles en los momentos iniciales de su asentamiento en la antigua capital del Tahuantinsuyu, en la que ellos mismos estaban ya establecidos desde mucho tiempo atrás. Habían llegado, trasladados desde su tierra de origen, como consecuencia de la política colonizadora de los incas, que tras la ocupación del territorio cañar los habían convertido en un grupo privilegiado al que el propio Huayna Cápac había confiado su guardia personal.

Es indudable que su idioma originario no fue el quechua, que fue rápidamente olvidado a raíz de la conquista española para volver al uso de la lengua propia. Cuando en el año 1593 se celebró el primer Sínodo Diocesano del Obispado de Quito, uno de los capítulos de sus resoluciones aconsejaba la elaboración de catecismos de Doctrina Cristiana en las lenguas indígenas que todavía se hablaban en la diócesis. El de la lengua cañar y puruhá se encomendaba al presbítero Gabriel de Minaya como experto en ellas, aunque no sabemos si llegó a escribir estos catecismos, puesto que no son conocidos.

El lingüista Antonio Tovar se inclinaba a inscribir la lengua cañar en el tronco del grupo yunca costero, pero relacionándola con la puruhá, sin descartar el posible origen de ambas en la gran familia macrochibcha.

No obstante, los pueblos meridionales del Ecuador, y entre ellos el Cañar, parecen haber recibido desde un tiempo muy anterior a la expansión inca -el influjo de cuya cultura se extendió con notable intensidad en todo su ámbito geográfico- el impacto de la tradición tiahuanacota que se advierte en los vestigios arqueológicos de lugares que fueron importantes centros ceremoniales y cuya toponimia está recogida en tradiciones todavía vivas en el siglo XVI.

Es cierto que el centro más importante del pueblo cañar tomó el nombre quechua de Tumibamba o Tomebamba, y que éste constituyó la referencia más frecuente a todo lo que en las crónicas del siglo XVI se consigna sobre él. Sin embargo, tampoco hay ninguna duda de que Tomebamba se hizo sobre las bases de una ocupación Cañar muy anterior, a cuyo valor estratégico se unía el de su prestigio religioso.

Nada se sabe con certeza del nombre de la Tomebamba preincaica, salvo las referencias muy imprecisas a las tradiciones antiguas que recogieron después algunos cronistas, y entre las que no figura la de Gaupdondélic, mencionada en

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un documento colonial de 1582. Según Sarmiento de Gamboa (1573), estaba asentada al pie de un cerro llamado Guasano, que para el clérigo Cristóbal de Molina (1575) era Huacayñán. Ambos autores señalan este cerro como el lugar mítico del origen de los Cañaris, en el cual encontraron un refugio seguro contra el diluvio porque su altura se elevaba a medida que subía el nivel de las aguas.

Un mito semejante a éste explica, también, el origen de los pueblos selváticos ecuatorianos de la región de Mainas. El erudito ecuatoriano Federico González Suárez encontraba la confirmación de este mito cañar en el hallazgo, cerca del pueblo de Azogues, en un sitio denominado Huapán, de un suntuoso enterramiento en el que se habían depositado como ofrendas gran cantidad de pequeñas hachas de cobre, con grabados representando culebras y guacamayas, que son elementos presentes en el texto recogido por Cristóbal de Molina.

Una confirmación más explícita a la toponimia cañar y al prestigio religioso y mítico del primitivo asentamiento de la Tomebamba preincaica nos los brinda otro clérigo, Cristóbal de Albornoz, que en 1580 elaboraba una relación de los más importantes adoratorios de los indígenas andinos. En la provincia de los cañaris menciona tres de ellos: «Guasaynán, un cerro muy alto de donde dicen proceder todos los cañares y donde dicen huyeron del diluvio y otras supersticiones que tienen en el mismo cerro; Puna, que es un cerro alto de piedra que asimismo dicen creció en tiempos del diluvio; y Molleturo, guaca muy principal de los indios cañares, es un cerro muy grande donde tuvo Topa Inga Yupanqui muchas sumas de guacas de muchos nombres».

Respecto de la toponimia Guasano o Guasaynán, todavía en el siglo XVIII subsistía el pequeño pueblo de Guasunto, situado en los 20º 13' de latitud austral, a orillas de un río del mismo nombre que lo toma de una nación de indios, según se dice, de terreno muy fértil y que produce muchos frutos en las haciendas del castillo del Inca, Sincayac y Savañac.

La hacienda del castillo del Inca es el sitio de Ingapirca, en Hatun Cañar, edificada en un cerro, contrafuerte de la cordillera de Huairapungo, que separa los valles de Cañar y de Cuenca, situado a 20º 33' de latitud Sur. Fue uno de los lugares sagrados de los cañaris, reutilizado por los incas, que edificaron en él uno de los más importantes conjuntos arquitectónicos de finalidad religiosa que pudo contener en su interior una importante huaca de origen. En uno de sus recintos, considerado como centro habitacional anejo al templo, se han encontrado restos cerámicos de una antigüedad que oscila entre el 920 y el 1.040 d. C., lo que indica su existencia y su importancia en la cultura local cañar.

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A escasa distancia de este sitio se encuentran los restos de otro conjunto llamado Pomallacta, que resulta aventurado, aunque sugerente, identificar con el cerro Puna, que según la tradición popular, conservada en el siglo XVIII, tenía una comunicación subterránea con Ingapirca. Pomallacta, mencionada por el cronista Cabello Balboa como presidio militar incaico, estaba asentada en los términos de los Guasuntos.

Finalmente, Molleturo, la huaca principal de los cañaris, mantuvo su nombre para designar a un pueblo próximo a la cuenca colonial, la Tomebamba de los incas, en cuyas cercanías se encontró a mediados del siglo pasado, en el asiento de Chordeleg, situado en el valle de Gualaceo, una verdadera necrópolis, en cuyos sepulcros se habían enterrado ricos objetos, de indudable finalidad ritual, como ofrendas o adornos de los cuerpos de personajes que, sin duda, poseían un alto status.

Los cañaris, a juzgar por la persistencia de sus tradiciones y por las referencias a sus guerras con los incas, habían alcanzado, en su prolongado asentamiento en la región Sudecuatoriana, un notable nivel de desarrollo sociocultural, y su organización política debió ser comparable a la de sus vecinos norteños. Una confederación de sus cacicazgos pudo surgir para oponerse al empuje de los ejércitos incaicos. El cronista Cabello Balboa consigna los nombres de tres de estos caciques, que después de haber sido sometidos por Tupac Ynga Yupanqui intentaron rebelarse contra él: Pisac Cápac, Cañar Cápac y Chica Cápac, que tras ser derrotados sufrieron grandes castigos, obligándoles a colaborar en la construcción de una fortaleza.

Su cultura tradicional fue la propia de pueblos agricultores que desarrollaron un fuerte espíritu belicoso, porque como guerreros son mencionados en las crónicas y como hábiles cultivadores de la tierra fueron trasladados muchos de ellos hasta la región cuzqueña. Entre los cultígenos se encontraban: maíz, patata, calabaza, ají, yuca, etc. La abundancia de caza y pesca, en los ríos, proporcionaba un magnífico complemento a la dieta.

Las faenas agrícolas corrían a cargo, fundamentalmente, de las mujeres, mientras que los hombres se ocupaban en sus continuas guerras, que tenían también como finalidad conseguir aquellos productos de los que carecían, como la sal y el algodón.

Los poblados constituían unidades de hábitat de diferente extensión, con viviendas dispuestas alrededor de la casa del cacique. La abundancia de madera en toda la región determinó un tipo de arquitectura en la que la piedra sólo fue utilizada con profusión tras la conquista inca.

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Las casas se construían con troncos de árboles y adobes de barro, cubiertas de paja. La del cacique de planta cuadrada, grande, con un patio delantero, y las de los miembros comunes, circulares y de pequeñas proporciones, lo que parece indicar una estructura familiar monógama, con reconocimiento de vínculos de parentesco.

 

 

 

 

 

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