El encuadre como lastre. Una resistencia al dispositivo psicoanalítico
Daniel Waisbrot
"El psicoanálisis corre el riesgo de sucumbir no en razón de la fuerza de sus oponentes, sino implosionado por sus propias contradicciones internas, ante la imposibilidad de abandonar los elementos obsoletos y realizar un ejercicio de recomposición de la dosis de verdad interna que posee. (...) Este trabajo no puede realizarse sin una depuración al máximo de los enunciados de base y un ejercicio de tolerancia al dolor de desprenderse de nociones que nos han acompañado, tal vez, más de lo necesario. (...) Quedamos adheridos no sólo a las viejas respuestas, sino a las antiguas preguntas que hoy devienen un lastre que paraliza nuestra marcha. Y en esa lentificación, sí, por supuesto, la tortuga puede ganar la carrera”.
Silvia bleichmar1
Encuadres en desorden.
Un paciente quería comprar un departamento y no podía decidirse a hacerlo. Vacilaba y
vacilaba y llevaba sus dudas al análisis. Un buen día, se entera que su analista invirtió en la
compra de un departamento. Se entera por esas cosas de la vida. Allí comienza un período de
ansiedad y actuaciones, enojos con su analista “porque no se lo había comentado” Esto le
permite a su analista reconstruir ciertas experiencias infantiles. “En su casa –dice el analista-
sus padres nunca realizaron nada, absolutamente nada sin informarle y consultarle,
conociendo el, por lo tanto, todos los detalles del curso de la vida familiar”. La tormenta
transferencial incluía acusaciones al analista y ciertas fantasías de suicidio . “Para el paciente se
rompió un algo que era así y que debía ser como siempre lo fue y no concebía que pudiese ser
de otra manera. Y esta condición la había podido mantener en su vida por medio de una
restricción y limitación en la relación social. Había salido a la luz lo mas fijo y estable de su
personalidad, su mundo fantasma”.
Esta no es una viñeta mas como cualquier otra. Me atrevería a decir que es un fragmento clínico
crucial para la historia del psicoanálisis. El analista era Jose Bleger, y está relatada en el famoso
artículo que marcó a fuego a una generación de analistas argentinos y del mundo. Me refiero al
“Psicoanálisis del encuadre psicoanalítico”2, publicado en 1966.
1 Bleichmar, Silvia: “Sostener los paradigmas desprendiéndose del lastre. Una propuesta respecto al futuro del psicoanálisis”. Revista Aperturas psicoanalíticas, Revista Virtual, Nº 6, Buenos Aires, Noviembre de 20002 Bleger Jose: “Psicoana´lisis del encuadre psicoanalítica. 1966. Ficha AAPPG
Tan crucial sería que dos años y pico después de la muerte de Lacan, en 1984, el texto fue
centro de una polémica al ser trabajado e intervenido en el 3° Encuentro Internacional del
Campo Freudiano. Allí, lo discuten Collette Soler, Diana Etinger de Alvarez y Juan Carlos
Indart. 3.
No olvidemos que la polémica alrededor del encuadre generó el surco más importante en la
historia del psicoanálisis mundial al dividir “casi” definitivamente al lacanismo de la IPA
merced al acto de expulsión de Lacan de la institución creada por el fundador.
Una década después de su muerte y con la inevitable tentación internacionalista del lacanismo
más allá de Lacan, se fundó la Asociación Mundial de Psicoanálisis el 1° de febrero de 1992.
Cinco años después, el presidente de la IPA Horacio Etchegoyen y el presidente de la AMP
J.A.Miller se encuentran para iniciar el deshielo, para romper el silencio y de paso… para
marcar que entre ellas dos cabía la totalidad del psicoanálisis. En los papeles, bonito gesto de
acercamiento al pensamiento del otro, pero fundamentalmente, gesto de tope dirigido al
despliegue imparable tanto del psicoanálisis lacaniano anti- milleriano como al brutal
crecimiento de los cientos de lugares donde el psicoanálisis no lacaniano latía y generaba
“temblores del pensar”. En nuestro país, desde los hospitales, la facultad de psicología, las
instituciones psicoanalíticas fundadas después del golpe, el bullicio era incesante. Buenos Aires
era sede de la mayor población mundial que había abrazado al psicoanálisis como su causa y
que se ofrecía como público deseoso a un glamour francés a su vez necesitado de público.
El abrazo Miller-Etchegoyen, pretendía dejar a un lado ese bullicio que latía en diversos
ámbitos. Por un lado, los lacanianos que se definían muy claramente como “anti-millerianos” y
por el otro, todo el espectro psicoanalítico que no abrazaba el pensamiento de Lacan aunque
podía incluirlo, pero que vibraba totalmente por fuera de las instituciones ligadas a la IPA.
Pero volvamos a aquel texto. Jose Bleger planteaba que para que el proceso psicoanalítico
funcione es necesario mantener constantes ciertas variables que lo enmarcan.
El encuadre, entonces, sería un “no proceso”, un telón de fondo que se establecen entre paciente
y analista al formular el contrato analítico para permitir que en su interior se despliegue el
proceso. Incluye los rehusamientos del analista y la asociación libre del paciente.
La idea de Bleger es que el movimiento (o el proceso) solo puede captarse en función de la
quietud del fondo donde este se desarrolla. En ese marco, es necesaria la permanencia estable
de las variables del tiempo, del espacio y del dinero.
Hablar de encuadre implica entonces un juego entre lo constante y lo variable, entre
movimiento y quietud, entre proceso y fondo o no proceso. A la manera de los matrimonios,
o de cualquier tipo de contrato, solo hace ruido cuando se rompe. Allí aparece la discusión sobre
la “letra chica” del contrato.
3 Tercer Encuentro Internacional del Campo Freudiano. Buenos Aires, Julio de 1984
Se trata de una concepción del análisis que pretendía poner entre paréntesis la realidad externa,
y crear un marco de estabilidad donde las cuestiones se jugaran en relación al mundo interno y a
lo que de ello se proyectaba en la figura del analista. El análisis entendido como regresión
polimorfa expandida, trabajo en transferencia, diván para crear estados de ensoñación
(dispositivo para la escucha de la histeria), cuatro sesiones semanales y abstinencia-neutralidad
del analista.
Al respecto me resultaba interesante como presentaba el problema Ricardo Avemburg: “…estoy
notando que la palabra encuadre me genera una cierta incomodidad y me es más natural
hablar de la forma en que ha de desarrollarse el tratamiento en lugar del encuadre bajo el que
ha de desarrollarse el tratamiento. Releo la definición de encuadrar, caracterizada como un
encerrar; normalmente cierro la puerta del consultorio en cuyo caso el consultorio es el
encuadre dentro del cual se encierra el proceso, pero no habría inconvenientes (y lo he hecho,
por ejemplo en el hospital) de trabajar en un espacio abierto. Cuando cierro el contrato,
encuadro sus términos, pero ninguna de estas características me parece esencial al proceso
analítico. La forma en relación con el encuadre, tiene un carácter de menor exterioridad al
proceso mismo y es inseparable de sus contenidos (un cuadro sigue siéndolo aún sin su marco).
Definitivamente, no me gusta la palabra encuadre”.4
Lo que está en juego, entonces, no es menor, se trata de la dirección de la cura.
El encuadre se constituye en un “mundo fantasma” el de la organización más primitiva e
indiferenciada, la simbiosis, y se pone en evidencia cuando se rompe. Así, los aspectos
indiferenciados se depositan en el encuadre y no forman parte del proceso analítico. Si e l
analista rompe el encuadre, al decir de Bleger, genera una situación catastrófica porque abre un
agujero por donde la realidad se entromete. “La dependencia y la organización psíquica mas
primitiva solo puede ser analizada dentro del encuadre del analista, que no debe ser ambiguo,
ni cambiante, ni alterado”.
No es la misma posición que en Winnicott.
En 1948, Winnicott estableció la hipótesis de que "es posible establecer un lazo clínico entre el
desarrollo del bebé y los estados psiquiátricos y del mismo modo entre los cuidados del bebé y
los cuidados propios del enfermo mental".
También se trata, en este caso, de metaforizar el cuidado materno. En este contexto, el setting
analítico metaforiza ese cuidado: cada uno de sus detalles, silencio, cumplimiento de la hora,
espacio, interpretaciones, tiene una importancia capital. Sin embargo, hay dos diferencias
importantes respecto del esquema blegeriano. La primera es que si el análisis puede funcionar,
no es solo por la adecuación a a sus necesidades, sino por la inevitable falla del analista, por las
desilusiones que va a generar inevitablemente. Y son justamente esas fallas las que pondrán en
eco su experiencia primaria permitiendo que pueda reaccionar de manera diferente a como lo
4 Avemburg, Ricardo.: “Sobre el encuandre en psicoanálisis” Revista Psicoanálsis, Apdeba Vol. XXVI Nº 1
hizo en aquel entonces. Y la diferencia no es menor. Winnicott “sabe” que el analista
inexorablemente va a fallar.
La otra diferencia, es la distinción entre los pacientes neuróticos y los pacientes severamente
perturbados respecto a la importancia del “marco”:
“Allí donde hay un yo intacto y el analista puede dar por sentados estos detalles precoces del
cuidado infantil, entonces el marco del análisis carece de importancia en relación con la labor
interpretativa. (Al decir «marco» me refiero a la suma de todos los detalles del control.) Aun
así, hay una dosis básica de control en el análisis ordinario que es más o menos aceptada por
todos los analistas. En la labor que estoy describiendo, el marco cobra mayor importancia que
la interpretación. El énfasis se traslada de uno a otro. El comportamiento del analista,
representado por lo que he llamado «el marco» por ser suficiente en lo que hace a la
adaptación a la necesidad, es percibido gradualmente por el paciente como algo que da pie a
una esperanza de que el verdadero self pueda por fin correr los riesgos propios e empezar a
experimentar la vida.”
Pero volvamos a nuestra viñeta y a la polémica instalada en aquel entonces.
El cuestionamiento de los autores que nombre anteriormente (C. Soler, J. C. Indart y D. Etinger)
no se refiere a lo que sucedió en la sesión, donde pareciera que efectivamente algo del fantasma
del paciente se hubiera conmovido, sino a las conclusiones que Bleger saca de este análisis. La
situación parecería confirmar para el, que la ruptura del encuadre produce situaciones
catastróficas, cuando en verdad, -sostienen los autores- , es esa “ruptura del encuadre” producto
de la emergencia de la realidad del analista la que abre al mundo del fantasma. Si lo que Bleger
pretendió plantear en el análisis de este caso son los riesgos de la ruptura del encuadre “del
analista” lo que se desprende de su relato es todo lo contrario, si no se hubiera roto, si el analista
no hubiera “fallado” si todo se hubiera mantenido inmutable sin que “la realidad” agrietara el
dispositivo, el paciente ¿hubiera podido acceder a ese recuerdo y los fantasmas concomitantes?
“¿Que habría sucedido si en lugar de intervenir el azar lo hubiese hecho el propio analista?
Un. ¿sabe que me compré un departamento? ¿No habría podido quizás precipitar ese choque
con lo imposible, ese encuentro con lo real?”5
Ahora bien, también Bleger se hace una pregunta similar.
Quiero señalar en este ejemplo cómo la "no repetición", por cumplimiento con el encuadre,
trajo a la luz una parte muy importante de su personalidad: lo más fijo y estable de su
personalidad, su "mundo fantasma". Pero quiero subrayar que el mantenimiento del encuadre
es lo que permitió el análisis de la parte psicótica de la personalidad. Lo que intento plantear
es ¿cuánto de ello no aparece y no resulta posiblemente nunca analizable? No sé dar respuesta
a la pregunta.”
5 Etinger de Alvarez, Diana: “Setting, encuadre, discurso” en “¿Como se analiza hoy?” Editorial Manantial. 1985
“No se responder a esa pregunta”. Sin embargo Bleger responde, toma un camino cuando
sostiene: “Es así como ahora podemos reconocer mejor la situación catastrófica que siempre,
en grado variable, supone la ruptura del encuadre por parte del analista (vacaciones,
incumplimiento de horarios, etc.), porque en estas rupturas (las rupturas que forman parte del
encuadre) se produce una "grieta" por la que se introduce la realidad, que resulta catastrófica
para el paciente”.
Recapitulemos: el paciente se entera que el analista pudo lo que el no pudo y lo reclama. Esto
permite acceder a fantasmas de infancia que repercuten aún hoy en su vida. El análisis avanza.
Sin embargo Bleger sigue sosteniendo que no se lo puede dejar caer. Lo que pasó en ese análisis
fue interesantísimo, pero ¿porque Bleger retrocede ante su propio descubrimiento? ¿Porqué no
concluye que a veces que algo del encuadre se rompa puede ser muy útil? Porqué, incluso, no se
atreve a eso que después se atrevió Lacan al proponer la cuestión de la “vacilación calculada”,
como recuerda Guillermo Vilela?6
Llama la atención como Bleger logra darle un valor y hacer uso de eso que emergió. Su
brillantez clínica no está puesta en duda, pero lo que le habría permitido salir de su teorización,
lo utiliza para sellar la inalterabilidad del encuadre.
Se pregunta la autora: “¿Cuál es el obstáculo que le impide continuar por el camino al que lo
conduce su propia teorización? ¿Por qué no puede preguntarse por una estrategia analítica
que podría permitirle salir del impasse y clausura la cuestión que con tanta agudeza había
inaugurado?”7
Lo que está en juego es que no todo en un análisis se juega en la dimensión simbólica. La viñeta
muestra que la emergencia de la “grieta de la realidad” produce, justamente porque, al decir de
la autora, se trata de “alterar el encuadre para mantener el discurso analítico en el que el
analista encarna justamente un real”
La presencia de un real “despertó” al paciente, toda la concepción del encuadre inmutable
trastabilla y Bleger renuncia a su propio descubrimiento.
Ahora bien, se trata de una discusión que implica diversos posicionamientos teóricos. La teoría
de Bleger sostenida muy fuertemente en aquellos años, se apoya en la teoría de las relaciones
objetales. La relación analítica reinstala la relación objetal primaria y por lo tanto debe ser
especialmente cuidada. Si el analista ofrece un objeto estable, que de alguna manera genere
condiciones similares a los cuidados maternales, se estarían recreando las condiciones para dar
una apoyatura real a las fantasías. Ese es el fundamento teórico de la invariabilidad del
encuadre. Si todo esto funciona, habrá experiencia rectificadora en el análisis y el paciente
podrá rescatarse de ese mundo fantasmático.
6 Vilela Guillermo: “La clínica del Dr. Lacan” en www.imagoagenda.com
7 Ibid. 5
La interpretación de la transferencia sería el medio privilegiado de este procedimiento que hace
centro en el mundo simbólico. Pues bien, es allí donde justamente viene la crítica de los autores
lacanianos que estoy mencionando.
Lo que emerge para estos autores en la viñeta de Bleger, es justamente lo real que va más allá
del campo simbólico y que desde las teorizaciones no lacanianas, no podía ser visto. Y
consecuentemente, la propuesta técnica del acto analítico, congruente con la intervención en lo
real, allí donde la interpretación no sacude, es lo que se encuentra en el horizonte de la
intervención planteada como “¿Sabe que me compre un departamento?”
La polémica es riquísima, los expositores brillantes y la riqueza de las teorizaciones muestra la
potencia del gesto freudiano. El problema es la alienación a los discursos institucionales y el
enamoramiento del propio pensamiento que había nacido como productivo. Me gusta como lo
plantea Juan Carlos Indart en ese mismo texto: “Mi idea es que toda agrupación que haga del
encuadre el precipitado de sus identificaciones es una sociedad de ayuda mutua contra el
discurso psicoanalítico. Y toda agrupación lacaniana que haga de las estipulaciones del
encuadre (como la sesión corta o de tiempo variable, por ejemplo) el rasgo de su constitución,
también es una sociedad de ayuda mutua contra el discurso analítico.”
En el principio...era el verbo...
El 4 de enero de 1928, Freud le escribe a Ferenczi, una carta sobre la actividad del analista.
Freud reflexiona sobre lo que fue pasando con las “reglas”. Miren lo que le dice: “Las
recomendaciones sobre técnica que yo he escrito hace tiempo eran escencialmente de carácter
negativo. Consideraba entonces que lo mas importante era destacar cuales son las cosas que no
se deben hacer, y señalar las tentaciones que pueden inducirnos a tomar orientaciones que son
contrarias al psicoanálisis. He dejado libradas al “tacto” casi todas las cosas positivas, es
decir, lo que uno debe hacer. (…) Consecuencia de aquella actitud mía fue que los analistas
dóciles, no supieron entender la elasticidad de las reglas que yo les había impuesto. Se
sometieron a ellas, como si fueran tabúes8. Todo esto tendrá que ser revisado alguna vez, claro
está que sin apartarse de las obligaciones que mencioné” (Jones. E. 1976).
¿Como denomina Freud, eso que sucede en un análisis? ¿Como llamaba a eso que después, se
denominó “encuadre”?
Para adentrarme en ello, voy a incluir algunas citas breves de algunos textos claves. Voy a
poner en negritas las nominaciones que utilizaba.
Comencemos con sus “Consejos al medico” (1912):
1) He decantado las reglas técnicas que propongo aquí de mi experiencia de años....
8 El subrayado es mío.
2) Esta técnica ha resultado la única adecuada para mi individualidad; no me atrevo a poner
en entredicho que una personalidad de muy diversa constitución pueda ser esforzada a
preferir otra actitud....
3) No se como encarecería bastante a mis colegas que en el tratamiento psicoanalítico tomen
por modelo al cirujano que deja de lado todos sus afectos y aún su compasión humana y
concentra sus fuerzas espirituales en una meta única: realizar una operación lo mas acorde
posible a las reglas del arte.
4) Agrego algunas otras reglas que implican dar el paso desde la actitud del médico hacia el
tratamiento del analizado.
Durante la primera época de sus escritos, aún en este texto, las nominaciones son estas. Reglas,
técnica, tratamiento. Me interesa recalcar ya desde el inicio, como Freud no piensa en una
universalización de esas reglas. “La única adecuada a mi individualidad”, nos dice. O sea que
no se trata solamente del “caso por caso” de una clínica abierta a la singularidad, sino desde el
vamos, del “analista por analista” que se lanza en su ejercicio de conducir un análisis. Y es claro
que todo el pensamiento freudiano y el psicoanálisis de allí en mas, se ha visto en figurillas para
sostener sin cerrar, sin clausurar, sin universalizar, un trabajo de analista que pudiera bascular
entre un conjunto indispensable de reglas para su posicionamiento, y la libertad suficiente para
hacer como cada uno lo considere adecuado a su estilo, sin abrir de par en par las puertas de la
arbitrariedad.
Decíamos que reglas, técnica, tratamiento eran las formas de llamar a su quehacer. Sin embargo,
apenas un año mas tarde, en una especie de “segunda parte” de este primer texto al que subtituló
“Consejos al médico II “, cambia. Se trata de “Sobre la iniciación del tratamiento” (1913). Allí
dice:
1) En este trabajo intentaré compilar para el uso del analista práctico, algunas reglas sobre
la iniciación de la cura. Entre ellas, habrá estipulaciones que podrán parecer triviales y en
efecto lo son. Valga en su disculpa no ser sino unas reglas de juego que cobraran
significado desde la trama del plan de juego.
2) La extraordinaria diversidad de las constelaciones psíquicas intervinientes, la plasticidad
de los proceso anímicos y la riqueza de los factores determinantes se oponen a una
mecanización de la técnica psicoanalítica y hacen posible que un proceder de ordinario
legítimo no produzca efecto algunas veces mientras que otro habitualmente considerado
erróneo lleve en algún caso a la meta.
3) Puntos importantes para el comienzo de la cura analítica, son las estipulaciones sobre
tiempo y dinero.
4) El punto siguiente sobre el que se debe decidir el comienzo de una cura, es el dinero.
5) ...cierto ceremonial de la situación en que se ejecuta la cura. (refiere al diván)
6) ...una vez reguladas de la manera dicha las condiciones de la cura, se plantea esta
pregunta. ¿En que punto y con que material se debe comenzar el tratamiento?
Como ven, la cuestión empieza a complejizarse. Si bien sigue conservando la nominación
“reglas”, aparece una nueva: “la cura” y otra que me resultó interesante: “estipulaciones”. A
partir de aquí y hasta el final de la obra, mantendrá estas nominaciones, casi diría
preferencialmente, junto a otras que usa muchas menos veces como la de “tratamiento” o
“técnica”.
Freud imagina aun analista pensando y no alienado, no “mecanizado” a un conjunto de reglas.
Es un Freud que se propone “blando” más que demasiado consistente.
Y un par de citas mas de este recorte arbitrario. Vayamos a “Análisis terminable e interminable”
(1937)
1) No solo la complexión yoica del paciente, también la peculiaridad del analista demanda su
lugar entre los factores que influyen sobre las perspectivas de la cura analítica....
2) ..por último, no se olvide que el vínculo analítico se funda en el amor por la verdad, es
decir, en el reconocimiento de la realidad objetiva y excluye toda ilusión y todo engaño.
Como en varias de estas citas, la peculiaridad del analista es incluida como factor esencial en la
“cura analítica”, nominación que finalmente sostiene. Me pareció simpático lo de “vínculo
analítico”, mas allá de no tener el valor conceptual que pretendemos darle desde una perspectiva
vincular en psicoanálisis.
Pareciera que Freud nunca quiso sacralizar demasiado eso que es el comienzo, las
estipulaciones, las reglas, las reglas de juego, la técnica en general. Desde esta perspectiva, me
parece que la aparición de la idea de “encuadre” cristalizó una de las líneas en tensión en el
espíritu freudiano, invisibilizando justamente esa tensión. Me resulta importante recuperarla,
conservarla, hacerla trabajar. Pensar quizás, con ese espíritu abierto, que simplemente hacemos
algunas estipulaciones y marcamos algunas reglas para que comience el juego.
Freud nunca usa la palabra encuadre. En esos textos que fuimos recorriendo lo denomina de
diversas formas, quizás prevalece la nominación de “cura analítica” hacia el final, entre otras
formas como “reglas técnicas” o “tratamiento psicoanalítico”, también “trabajo
psicoanalítico”, pero en un Freud que intentaba conceptuar su quehacer, no puede dejar de
llamar la atención que no haya usado una palabra para hacer concepto. Casi pareciera una
decisión política.
Sin embargo hay un momento crucial en la historia del Psicoanálisis: aparece la
estandarización.
Al concluir la 1º guerra mundial, el problema de la formación de los analistas comenzó a tomar
cuerpo en los debates de la IPA. La excomunión de Jung y Adler al comienzo y de O. Rank y S.
Ferenczi después, disparó la necesidad de comenzar a pensar en cómo sistematizar la formación
de los analistas. En 1924, la Comisión de Enseñanza de la Sociedad Psicoanalítica de Berlín
decide reglamentar el ingreso de los aspirantes y las actividades de formación, “creando así el
primer instituto de psicoanálisis que se constituyó, con algunas modificaciones, en el modelo
universal de la formación de analistas tal como la conocemos hoy en día.”9 La tarea fue
encomendada a Max Eitingon, fundador del Instituto Psicoanalítico de Berlín. Eitingon, un
paciente de Freud sin experiencia como psicoanalista, fue quien estableció el famoso tríptico de
formación para los analistas. Al análisis personal se lo denominó primero “análisis didáctico” y
luego, a instancias de Numberg en 1919, fue reemplazado por “análisis de formación”. Fue Max
Eitingon el que propuso el término “análisis de control” para eso que hoy conocemos con el
controvertido nombre de supervisión.
Hacia la década del 30, un cambio sustancial va a producirse. El análisis de control dejó de estar
en manos de los analistas en forma individual para pasar a ser una responsabilidad de las
asociaciones psicoanalíticas. “Es así que funda la Trainning Comission que desde la IPA
coordinaba todas las asociaciones psicoanalíticas. Esto significaba que los miembros
individuales ya no podían analizar y formar aspirantes libremente, sin la previa aprobación de
la asociación. Los autorizados a brindar tratamiento al candidato se conocieron como analistas
didactas; los autorizados a supervisar recibieron el nombre de analistas de control. A veces
ambas funciones podían reunirse en una sola persona y a veces no”10
Desde el vamos, la cuestión oscilaba entre dos modalidades de pensar la tarea del control: como
aprendizaje técnico (Analysenkontrolle: control de análisis) o como intentos de dilucidar las
dificultades del analista como producto de lo aún no analizado en si mismo (Kontrollanalyse:
análisis de control).”La orientación teórica que le es imprescindible la obtiene mediante el
estudio bibliográfico respectivo y más concretamente en las sesiones científicas de las
asociaciones psicoanalíticas así como por el contacto personal con los miembros antiguos y
experimentados de las mismas. En cuanto a su experiencia práctica, aparte de adquirirla a
través de su propio análisis, podrá lograrlo mediante tratamientos efectuados bajo el control y
la guía de los psicoanalistas más reconocidos"11
Estandarización, disciplinamiento, control.
Luego, más cerca de los años 50, la IPA se fue normatizando en una dirección iniciada por E.
Racker y Paula Heimann alrededor de la contratransferencia. Por otro lado, el lacanismo iba
creciendo en una dirección muy diferente. Durante esos años y sobretodo a partir del Informe de
Roma, leído por Lacan en Julio de 1953, se marca una divisoria de aguas en el interior de la
comunidad psicoanalítica que culminaría una década después con la expulsión de Lacan de la
IPA.
Y allí comienza todo lo que describí en la primera parte del escrito.
9 Campalans Pereda Luis, Trasmisión del psicoanálisis, formación de analistas. Psicolibro Ediciones 2012. Aclaremos que el autor de esta cita habla de lo que ocurre en el seno de la IPA 10Bercovich, Mirta. La supervisión en www.espaciopotencial.com
11 Freud, S.:¿Debe enseñarse el psicoanalisis en la universidad? Amorrortu EdicionesT.XVII
Me resulta importante ver que fue pasando con el “asunto del encuadre” a partir del lacanismo.
Plantee en otro texto que muchas veces, las “nuevas verdades” que aparecen en el horizonte de
un pensamiento, tienden rápidamente a instituirse como slogans y se van vaciando
conceptualmente. De un pensamiento potente que destituye verdades esclerosadas e instituyen
novedad en el pensamiento, se va pasando a un nuevo saber consagrado que vuelve a repetir el
vicio que lo hizo nacer como pensamiento nuevo.
Encuadres que varían...y desvarían...
Me pareció muy interesante un texto que quiero comentarles escrito por un brillante colega cuya
práctica psicoanalítica lacaniana está más que comprobada. Se trata de Roberto Harari y su texto
se llama “Que varía y que desvaría en una clínica lacaniana”.12
Escuchemos lo que “desvaría”: “Primera afirmación, que debería ser -¿lo es?- obvia: el
acontecimiento Lacan en la disciplina psicoanalítica no es, ni puede ser, sin consecuencias en
el orden de lo designado en ella como “dirección de la cura”. En tal respecto, el conocido
“encuadre” entronizado por el otro psicoanálisis no puede sostenerse en sus parámetros –
cuyas coordenadas intentan vanamente estrangular un real- si se asumen las enseñanzas del
psicoanalista francés. Ahora bien, si en ese contexto –cura-tipo- es donde cabe plantear las
variancias ¿cómo encararlas? ¿Cómo orientarse sin caer en desvaríos, rayanos muchas veces
con la pantomima histérica, con la infatuación, con la neta sugestión, cuando no con la
iatrogenia lisa y llana?”
El autor hace centro en aquella frase de Lacán cuando dijo “Hagan como yo, no me imiten”,
donde sienta los pilares de su enseñanza. R.Harari glosa así este dilema: “Separaos de la
identificación imaginaria con mi persona –con su insoslayable reverso agresivizante y
concurrencial-, mas haced conmigo tal cual yo mismo lo hiciese con las enseñanzas derivadas y
deducibles de la obra de Freud”.
El texto en su totalidad merece ser leído por la audacia de la crítica hacia la fascinación
alienante de un pensamiento vuelto verdad última, furiosa, fatal. Pero quiero señalar alguna de
esas críticas para situarnos con fuerza en el debate.
Si el pensamiento de Bleger y sus teorizaciones fue objeto de crítica fundada y polémica, me
parece de valor hacer lo mismo con la clínica lacaniana, -deberíamos decir mejor con cierta
clínica lacaniana ya que no se trata de homogeneizar un pensamiento haciendo caer la potencia
de su diversidad- y mucho más si es formulada desde adentro, desde un conocedor profundo y
respetado.
“¿Podríamos presuponer que esta inventiva, que esta fructífera imprevisión, habría de jugarla
el analista de acuerdo con la circunstancia de citar o, incluso, de recibir sin cita a los
12 Harari, R.: ¿Que varía y que desvaría en una clínica lacaniana? II Congreso de Convergencia, Enero de 2007. En www.convergenciafreudlacan.org
analizantes y dejarlos aguardando, en la sala de espera, su insondable y repentino llamado
para iniciar la sesión? Se argumenta que, en tal sentido, resulta decisivo, en orden a la eficacia
de dicho proceder, que el analizante no sea convocado de acuerdo con alguna posible
anticipación de su parte. De modo que, por ejemplo, la atención al convencional y ciudadano
“orden de llegada” Ahora bien ¿es esto frustrar la demanda? ¿Es sustraerse, por parte del
analista, al lugar de objeto fácilmente accesible? ¿ Es des-ritualizar la cura? ¿Es darle cauce
efectivo al deseo del analista? (...) A mi modo de ver este proceder del analista comporta la
arbitrariedad gozosa del Amo omnipotente e inductor de celos inscribibles en el mito edípico,
quien, por otra parte, es capaz de legitimar su dictum indicador de “turnos” debido a que, por
“salir” de él, por ser dicho por él, es inherente e indiscutiblemente justo y “terapéutico”.
Cabría decir que el analista dispone a su antojo del tiempo del analizante. ¿De qué se trata?
Del sintagma cristalizado y vacío que reza así: en psicoanálisis pensamos y obramos en función
de otro tiempo, que es el tiempo lógico, y no el cronológico. Mas ¿cómo se llama el tiempo del
“haz de mí lo que quieras”? Desvarío, en efecto.”
Y una más:
“¿Será el silencio propio de la rigidez cataléptica el mejor antídoto, por parte del analista,
para sostener la neutralidad requerida por el desempeño de nuestro quehacer? ¡Vaya! ¿Cómo
entender, entonces- y valga tan sólo como ejemplo princeps-, la referencia de Lacan en orden a
su estimulación en pro de las salidas de dicha neutralidad, conceptualizadas como “vacilación
calculada”? ¿Silencio contumaz y empedernido en aras del sostén de la neutralidad, para así
no realizar sugestión alguna? Otro desvarío.”
Es que la controversia también se produce en el interior del lacanismo, muchas veces cruzado
por distintas teorizaciones, indudablemente atravesadas por la política y la propiedad de los
escritos. Recordemos que a la muerte de Lacan, J.A.Miller fue designado como heredero de sus
obras. Miller era quien “establecía” esos escritos. Michel Sauval recordaba una cita de Miller en
la que decía “siempre cofirmé con Lacan los contratos de edición, jurídicamente tengo el estatuto de
coautor"13
Michel Sauval recuerda que el capítulo probablemente más famoso de esta historia de las
transcripciones y publicaciones es el correspondiente al seminario 8 "La transferencia",
transcripción encarada por psicoanalistas ajenos a la familia de Lacan. Cuando todo estaba
listo, el intento de publicación en el boletín "Stécriture" fue frenado por el fallo judicial
condenatorio de 1985.14
13 "Entretien sur le Séminaire", título con que se publicó en "Bloc-notes de la psychanalyse" una entrevista a Jaques-Alain Miller, transcripta por François Ansermet, y que fue publicada en español por Tres Haches con el título de "El establecimiento de 'El Seminario' de Jacques Lacan".
14 “A comienzos de 1991 Seuil publica la versión "oficial". A los pocos meses la école lacanienne de psychanalyse publica "Le transfert dans tous ses errata", en el que se señalan, página por página, todos los errores de la edición Seuil. La evidencia y consistencia de esas críticas fueron tan contundentes que la editorial Paidos canceló la publicación de la traducción al castellano y
“...Tomamos a nuestro cargo la defensa del psicoanálisis...”
El psicoanálisis, como sucede con las diversas disciplinas del pensamiento, va pendulando
permanentemente entre la custodia de ciertos saberes consagrados, y la necesidad de abrirse a la
novedad instituyente. En ese sentido, la búsqueda incesante de la verdad choca con su propia
imposibilidad. Una de las formas en las que se percibe el intento vano de resolver esa
oscilación, es la tendencia a la homogeneización del pensamiento.
Y parece que la clínica lacaniana también tiene sus intentos de estandarización. En ese sentido,
me resultó muy interesante un texto presentado en el IV Congreso de la Asociación Mundial de
Psicoanálisis realizado en Comandatuba, Brasil. Es un texto presentado por la Asociación
Freudiana de Arequipa. Ya desde el título, el texto me impactó: Proyecto de Declaración de los
principios de la práctica lacaniana.15 Desconozco el destino final de este proyecto de
declaración, si fue o no suscripto por el Congreso, pero su sola presencia en la página oficial de
una institución miembro de la AMP, constituye un analizador interesante. El proyecto surge
ante los primeros efectos que tuvo en las instituciones psicoanalíticas la publicación del “Libro
negro del psicoanálisis” en ese mismo año. El texto se pregunta en uno de sus párrafos “¿que se
puede esperar de un análisis lacaniano?” Es una frase interesante porque supone una
homogeneidad entre “los lacanianos”. Tentación en la que solemos caer todos, tanto se trate de
grupos que compartan formas parecidas de pensar como familias, parejas y diversos conjuntos.
Se hace necesario en este sentido, pensar la tensión existente entre la necesidad de ir creando
un “común”, un “nosotros” que nos habita en toda comunidad, con la inevitable diferencia que
late en quienes integran ese conjunto.
El “nosotros” da pertenencia, apoyatura, sensación de habitar un mismo mundo, pero en la
medida que se va constituyendo como rasgo identitario va perdiendo su cualidad de apoyatura
par convertirse en mandato, exigencia homogeneizante que anula la diversidad inherente a ese
mismo conjunto. De cómo se juegue esa tensión entre lo homogéneo y lo diverso, se estará más
cerca de las sectas, o más cerca de agrupamientos que ayuden a sostener el propio pensamiento.
la versión de Seuil practicamente fue retirada del mercado. 10 años despues, en 2001, Seuil publica una nueva versión que recoge casi todas las correcciones marcadas por la ELP, sin mencionar ni una vez el origen de las mismas. Y en 2003 publica la traducción al castellano.La amenaza de persecución judicial que implicó el caso "Stécriture" condenó a la clandestinidad a todas las actividades de transcripción crítica de los seminarios, por casi 20 años. Recién a partir de la difusión por internet, a partir del 2002, de los registros sonoros de los últimos seminarios de Lacan, y algunas otras circunstancias políticas sincrónicas, Miller hubo de rendirse a la imposibilidad de controlar y conservar en sus manos la actividad de transcripción y lectura de los seminarios, Motivo por el cual pudieron salir a la luz varios de esos trabajos desarrollados en la clandestinidad” Michel Sauval “La angustia” .Lecturas del seminario. En www.michelsauval.com15 Proyecto de declaración de principios de la práctica lacaniana. En http://lacanianosarequipa.wordpress.com/proyecto-de-la-declaracion-de-los-principios-de-la-practica-lacaniana/
El texto es muy extenso y voy a centrarme y recortar algunos aspectos que hacen a nuestro
tema. Dice:
“Una época como la actual, en la que el debate sobre la eficacia del psicoanálisis ha salido de
las sociedades analíticas y se ha instalado en los medios de comunicación, En esta época,
entonces, que no es la que conoció Freud, que no es la que conoció Lacan, los psicoanalistas de
la Asociación Mundial de Psicoanálisis tomamos a nuestro cargo la defensa del psicoanálisis.
Y damos a conocer los principios que orientan nuestra práctica para que todos aquellos
interesados en el psicoanálisis sepan qué pueden esperar de un análisis lacaniano.”
Los analistas lacanianos,
No utilizamos el poder de la sugestión, que hipnotiza y desresponsabiliza.No sostenemos que el psicoanálisis sea un diálogo.No pretendemos ninguna reeducación emocional o moral. Renunciamos a todo intento de moldear al paciente a nuestra imagen y semejanza.
Los analistas lacanianos, afirmamos :
Que no consideramos que la cura analítica deba desarrollarse en un encuadre definido e intangible
Que no estimamos que el encuadre óptimo esté constituido por cuatro sesiones semanales regulares, de duración larga y fija.
Que no pensamos que el dispositivo clásico – el paciente recostado en un diván y el analista sentado detrás, fuera de su vista- sea el único indicado para la aplicación del análisis
Que el encuadre lacaniano es minimalista: solo exige que analista y paciente se encuentren en el mismo espacio al mismo tiempo. Esto exige una presencia corporal. En consecuencia, no practicamos el análisis vía Internet aún cuando el analista y el analizante pueden utilizar todos los medios técnicos disponibles para comunicarse a distancia si fuera necesario
Que la sesión lacaniana es lo más corta posible, pero puede no serlo.
Que la duración de la sesión es impredecible, y ese es el resorte de su efecto.
Que una interpretación cuyos efectos pueden predecirse, no es una interpretación.
Que la interpretación es asemántica: no traduce las palabras del analizante, no transmite un saber, va contra la proliferación de sentido. Y esa es una de las razones de su brevedad.
Que no utilizamos la contra-transferencia como instrumento para acceder al inconsciente del paciente. Que no interpretamos la transferencia como ilusión, ni como error, ni como repetición. Esto equivale a decir que no interpretamos la transferencia.
Que la experiencia del análisis no promete la felicidad”.
Lo que me sobresaltó de esta propuesta no es tanto su contenido. Podría decir que coincido con
sus proposiciones en un altísimo porcentaje, y todo ello sin identificarme con “ser lacaniano”.
Es más, creo que podrían ser ideas más o menos consensuadas por muchísimos analistas,
lacanianos o no. Pero lo que verdaderamente me impacta, es que a alguien se le haya ocurrido
construir una especie de “decálogo de un buen analista lacaniano” y que eso cobrara el estatuto
suficiente para ser llevado a discusión en un congreso mundial de Psicoanálisis. Es eso, y no su
contenido, lo que lo vuelve por momentos desopilante. Allí, en la concepción, se parece mucho
a las exigencias de la época del encuadre en términos de lo que “hay que hacer” siempre,
siempre, siempre; esa tendencia estandarizante que bulle casi como labor militante en el texto.
Y si bien rescato la pasión que ello significa, me produce escozor como propuesta alienante.
Porque es allí donde la tendencia alienante gana terreno. Es justamente allí donde debe ser
marcada, investigada y –digo bien- perseguida hasta en sus confines últimos, hasta allí donde no
se avizora, porque se ha vuelto celular, porque forma parte del tejido mismo que la constituye.
Y porque es allí, en este tipo de formulaciones, donde un saber se vuelve violencia institucional,
violencia institucionalizada. ¿Estamos acaso los analistas de las diversas corrientes de
pensamiento contemporáneo, exentos de estos riesgos?
El Dispositivo al psicoanálisis
“La práctica es un conjunto de conexiones de un punto teórico con otro, y la teoría un empalme de una práctica con otra. Ninguna teoría puede desarrollarse sin encontrar una especie de muro, y se precisa la práctica para agujerearlo. Una teoría es exactamente como una caja de herramientas. Es preciso que sirva, que funcione. Si no hay personas para utilizarla, comenzando por el teórico mismo, que deja entonces de ser teórico, es que no vale nada, o que el momento no llegó aún. No se vuelve sobre una teoría, se hacen otras, hay otras a hacer.”
Gilles Deleuze 16
Lacan, Foucault y Deleuze eran viejos conocidos. En Mayo de 1961, cuando Foucault publica
la Historia de la locura, Lacan comprendió que había en él un aliado importante. Hasta allí,
recuerda E. Roudinesco, ninguno de los filósofos de la época había tomado en serio un diálogo
con Lacan. “Ni Koyre, ni Merleau-Ponty, ni Bataille, ni Levy-Strauss, ni Heidegger se habían
tomado el trabajo de leer sus obras. Pero esta situación estaba cambiando con el advenimiento
16 Entrevista a M. Foucault por G. Deleuze. “Microfisica del poder” en www.ssociologos.com
de una nueva generación filosófica alimentada por el estructuralismo. Entre ellos, Michael
Foucault, Louis Althusser, Giles Deleuze, Jaques Derrida17.
En ocasión de la expulsión de Lacan de la Escuela Normal Superior de Paris donde dictó su
seminario hasta 1969, luego del Mayo Francés, fueron pocas las voces que se alzaron en su
defensa. Gilles Deleuze fue uno de los pocos que escribió un artículo sobre esa expulsión: “El
Dr. Lacan es uno de los maestros del pensamiento actual. Sería extremadamente lamentable e
inquietante que se viera privado de un lugar de enseñanza pública.”18
Un tiempo más tarde, luego de haber publicado G. Deleuze “El anti-Edipo”, Lacan “lo convocó
a su departamento lleno de analizantes y le explicó lo “nulos” que eran sus discípulos, con
excepción de Miller. Después añadió: “es alguien como usted lo que necesito absolutamente”.
Lacan estaba persuadido que El anti-Edipo había sido fabricado a partir de sus seminarios
donde se encontraba ya, según él, la noción de máquina deseante”19
Si así fuera, si algo de la noción de “máquina deseante” pudiera anticiparse en los textos de
Lacan, no es menos cierto que la noción de dispositivo surge de las entrañas del pensamiento de
M. Foucault primero y de G. Deleuze después, lo que haría pensar entonces en ese conjunto
como una verdadera “máquina deseante”.
Jairo Baez20 nos recuerda que si tomamos como referencia dos textos muy conocidos de M.
Foucault como “Vigilar y Castigar” e “Historia de la sexualidad”, “Se puede decir que el
dispositivo no es un discurso de verdad sino un artificio de vida. En Foucault el dispositivo se
muestra como lo único posible de ubicar en tanto la verdad no es ya soportada en ningún
discurso y menos en una práctica que pueda ser asumida como unificada e incontrovertible y en
cambio, sí, son susceptibles unas estrategias de poder que sostienen una praxis de las
relaciones humanas”.
Lacan trabaja la cuestión del dispositivo y su preocupación va a centrarse en él en tanto
psicoanalítico.
“El dispositivo analítico no es un espacio ni un tiempo donde se encuentran dos sujetos (esto
es, la sesión analítica); el dispositivo analítico es todo lo que posibilita ese encuentro, ese
artificio donde la palabra se hace indispensable: la teoría, la experiencia particular, las
tácticas, las estrategias, los espacios de formación, la ética, la crítica y el mismo rechazo de los
detractores, forman parte de lo que Deleuze llama las líneas de convergencia y las líneas de
quiebre. El psicoanálisis, desde Lacan, se comprende como un dispositivo y menos como una
17 Roudinesco, E.: “Lacan” Fondo de cultura económica. 1994
18 Ibid
19 Ibid
20 Baez, J.: “Una respuesta a la pregunta por el dispositivo” en Red de Revistas Científicas de América Latina, el Caribe, España y Portugal Sistema de Información Científica. www.redalyc.com
disciplina; pues la disciplina analítica es solo parte de dispositivo, siempre en falta, siempre
buscando su pureza sin conseguirlo nunca, siempre en formación y performación.”21
Es notable la difusión que ha tenido como concepto entre nosotros, como así también en la
vastedad del campo de las ciencias sociales.
Pero retomemos la noción de Michael Foucault: el no se refiere con la noción de dispositivo a la
descripción de una operatoria estricta sino justamente a lo contrario, quiero decir, a un conjunto
de elementos que no pueden sistematizarse como un procedimiento.
De hecho, evita dar una definición precisa y dice por ejemplo: “un conjunto resueltamente
heterogéneo que incluye discursos, instituciones, instalaciones arquitectónicas, decisiones
reglamentarias, leyes, medidas administrativas, enunciados científicos, proposiciones
filosóficas, morales, filantrópicas, brevemente, lo dicho y también lo no-dicho, éstos son los
elementos del dispositivo” (Foucault, M. 1976).
Como ven, no deja casi nada de lado y señala que lo que más importa es el vínculo que puede
existir entre estos elementos heterogéneos. El dispositivo, es la red que los implica. Lo
importante, lo que hace diferencia en su conceptualización, es que estos elementos diversos,
heterogéneos, están anudados, y que por lo tanto, no hay uno sin los otros.
Hasta allí, Foucault hablaba de “episteme” en relación al saber y las formaciones discursivas. A
partir de este texto, hablará de “dispositivo” y de “disciplina”. ¿Qué ha cambiado en sus
teorizaciones? “Lo que ha cambiado es la relación del saber con el poder. Mientras la episteme
es un dispositivo específicamente discursivo, que tiene que ver con la disposición de los
enunciados dentro de una teoría científica. El dispositivo que después conforma, está
determinado por las prácticas sociales y el poder que las atraviesa.” (Fernandez, H. 1999)
La novedad que pone en escena la idea de “dispositivo”, es que Foucault va a incluir en las
producciones discursivas, el atravesamiento por el poder y el saber. Esto no estaba tan presente
en el concepto de “episteme”.
“Pero ¿qué es un dispositivo?” –Se pregunta Deleuze- “En primer lugar, es una especie de
ovillo o madeja, un conjunto multilineal. Está compuesto de líneas de diferente naturaleza y
esas líneas del dispositivo no abarcan ni rodean sistemas cada uno de los cuales sería
homogéneo por su cuenta (el objeto, el sujeto, el lenguaje), sino que siguen direcciones dife -
rentes, forman procesos siempre en desequilibrio y esas líneas tanto se acercan unas a otras
como se alejan unas de otras. Cada línea está quebrada y sometida a variaciones de dirección
(bifurcada, ahorquillada), sometida a derivaciones. Los objetos visibles, las enunciaciones
formulables, las fuerzas en ejercicio, los sujetos en posición son como vectores o tensores”
(Deleuze, G. 1990).
Según las analiza Foucault; los dispositivos son máquinas para hacer ver y para hacer hablar.
La visibilidad no se refiere a una luz en general que iluminara objetos preexistentes. “Cada
21 Ibid
dispositivo tiene su régimen de luz, la manera en que ésta cae, se esfuma, se difunde, al
distribuir lo visible y lo invisible, al hacer nacer o desaparecer el objeto que no existe sin ella”.
Foucault distingue tres instancias, que son Saber, Poder y Subjetividad, y me interesa resaltar
específicamente, la idea de que ninguna de ellas posee límites definitivos, contornos precisos,
sino que lo fundamental es lo que pasa entre ellas, las múltiples cadenas de variables que
posibilitan.
Ello permite pensar que un dispositivo hace posible una línea de subjetivación y no otras. Estas
ideas, rompen con la posibilidad de pensar en dispositivos fijos, invariables, eternos, ya que el
dispositivo va a definirse por la posibilidad de novedad que traiga, por su capacidad de
transformarse hacia un dispositivo futuro. “En la medida que escapan de las dimensiones de
saber y de poder, las líneas de subjetivación parecen especialmente capaces de trazar caminos
de creación que no cesan de abortar, pero tampoco de ser ser reanudados, modificados, hasta
llegar a la ruptura del antiguo dispositivo” (Deleuze, G. 1990)
De manera que el dispositivo, hace referencia a una disposición, a tener una serie de
instrumentos y disponerlos de determinado modo. A una serie de prácticas para hacer frente a
una situación y conseguir un efecto.
En este sentido, la idea de dispositivo psicoanalítico, incluye –como conjunto heterogéneo-
discursos, (teorías, prácticas), instituciones, instalaciones arquitectónicas, (divanes, sillones,
escenarios), decisiones reglamentarias, leyes, medidas administrativas, enunciados científicos,
etcétera, etcétera, etcétera. Ello excede enormemente lo que tradicionalmente se ha conocido
como encuadre, ya que se trata del conjunto de los elementos que se disponen ante la situación
para hacer frente a las cuestiones que aparezcan en la clínica, y que conforman una red.
El dispositivo psicoanalitico, será entonces, ese conjunto de herramientas de las que disponemos
para que aparezcan más palabras que permitan simbolizar aquello proveniente de las distintas
fuentes de sufrimiento, para hacerlas mas audibles, para permitir nuevas líneas de subjetivación.
En ese sentido, el dispositivo psicoanalítico no implica procedimientos sistematizados y
predeterminados a priori, sino que se constituye en situación convocando a la singularidad de
esa situación planteada.
Así, será el dispositivo psicoanalítico, aquello de lo que un analista se sirva para poner a trabajar
en el o los pacientes, su condición de sujetos de deseo, sujetos del vínculo y sujetos sociales.
El dispositivo hará o no posible una línea de subjetivación, y es en si misma una línea de fuga,
en tanto escapa a las líneas anteriores, se les sustrae. Arma una línea pero no sigue otras.
Entiendo que solemos llamar “dispositivos” a la “disposición” que tenemos al recibir en el
consultorio a un sujeto, una pareja, una familia, a un grupo, o a intervenir en una institución. Sin
embargo, siendo conceptualmente estrictos, el dispositivo es el psicoanalítico, siendo muy
variadas las herramientas que podemos utilizar en el uno a uno de cada situación.
Palabras cansadas
“ Si algo sabemos los escritores es que las palabras pueden llegar a cansarse y a enfermarse, como se cansan y se enferman los hombres o los caballos. Hay palabras que a fuerza de ser repetidas, y muchas veces mal empleadas, terminan por agotarse, por perder poco a poco su vitalidad. En vez de brotar de las bocas o de la escritura como lo que fueron alguna vez, flechas de la comunicación, pájaros del pensamiento y de la sensibilidad, las vemos o las oímos caer como piedras opacas, empezamos a no recibir de lleno su mensaje, o a percibir solamente una faceta de su contenido, a sentirlas corno monedas gastadas, a perderlas cada vez más como signos vivos y a servirnos de ellas como pañuelos de bolsillo, como zapatos usados”.
Julio Cortazar 22
El encuadre, ya no viene como antes. Una inmensa cantidad de psicoanalistas no coincidimos ni
con su sustento teórico ni con los supuestos beneficios que su implementación traerían a una
clínica del sufrimiento en sus diversas variedades. Desde ya, nunca en sus formas canónicas, ya
vencidas hace largo tiempo.
Sin embargo, la palabra, insiste. Como otras, como podrían ser “supervisión” o “neutralidad”.
Lastres que insisten y de los que no podemos desprendernos. Pero aclaremos bien el punto. No
se trata del desprecio por el concepto ni por la genialidad con la que sus diversos autores
alumbraron otrora alguna oscuridad. Se trata más bien, de reconocer que aquello que alumbró el
pasado y generó potencia de pensamiento, hoy ya no ilumina y su llama no es más que un rastro
lejano de lo que alguna vez fue útil.
Y si embargo, insiste. No se trata, por ejemplo, de desprendernos de lo que ocurre en el
encuentro entre analistas más viejos y más jóvenes para pensar en algún análisis que se ha
atascado. Ese ámbito sigue siendo fundamental en la formación de analistas.
Decía unas páginas atrás que la cuestión giraba entre el “control” como elucidación de los
conflictos del analista, fundamentalmente contratransferenciales, en plena época freudiana
donde la contratransferencia era un obstáculo y solamente eso y otra dimensión ligada al
aprendizaje de una técnica, al manejo de los instrumentos, a una cuestión de la formación de un
analista. Quizás podamos decir que esa polémica subsiste hoy día en torno a la cuestión de la
“supervisión”, palabra traída al psicoanálisis por la escuela norteamericana que intentó de esa
manera quitarle el contenido prejuicioso de la palabra “control” y reemplazarla por una mas
“suave” que sin embargo no logra nominar un encuentro entre pares para poner a trabajar una
dificultad. Por eso digo, no se trata de atacar el espacio ...pero esa palabra...
22 Cortazar, J.: “Las palabras” Conferencia Madrid 1981 en www.escribirte.com.ar
Lo mismo sucede con la idea de “neutralidad”23. La idea de neutralidad fue generando la idea
de un analista vaciado de deseo, “neutro” y la noción de “abstinencia”, única empleada por
Freud, era suficiente para ello. No se trata de que el analista no desee, porque su sola condición
de sujeto social, político, ético, jurídico, hace imposible esa posición. De lo que se trata es de no
hacer jugar ese deseo en la escena analítica. Que se abstenga justamente porque neutro no puede
ser. Sin embargo, esa palabrita, insiste. Y en su insistencia, la neutralidad llevó por momentos a
una lógica del analista silenciado, desimplicado de su responsabilidad en la cura.
Algo similar ocurre con el encuadre. Y como psicoanalistas, no podemos pensar que su
insistencia sea un mero efecto del “hábito”, de una utilización burda del lenguaje.
Las palabras se cansan y se enferman. Pero los analistas muchas veces, no nos cansamos de
usar las palabras cansadas.
23 Para un análisis mas pormenorizado de la cuestión ver el capítulo “Abstinencia y neutralidad” de mi libro “La alienación del analista”. Paidos. 2002
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