8/3/2019 El Ultimo Cigarrillo
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EL NACIONAL - Sábado 28 de Mayo de 2011 Papel Literario/1
Papel Literario
¿Y los fumadores?
"Un cigarrillo es el tipo perfecto de un placer perfecto. Es exquisito, y nos deja
insatisfechos. ¿Qué más se quiere?".
Oscar Wilde
H abía pensado titular esta nota con la pregunta por los derechos de los
fumadores (¿Y los derechos de los fumadores?), pero de inmediato me percaté de
que esa interrogante confina el debate a la cuestión específica de si un fumador
tiene o no derecho a fumar, cuando lo que aquí está en juego va mucho más allá:
si el fumador puede o no existir.
Dicho en otras palabras: si la persecución de la que es sujeto ahora mismo,
devenido en pieza de caza, alcanzará al extremo de desaparecerlo de la realidad y
de la cultura.
Urge preguntarse quién es el fumador: un sujeto que ha sido abrumado, a lo largo
de su vida, por toda clase de reconvenciones. El fumador es ahora mismo el
sujeto advertido. El destinatario del único mandamiento que ha producido la
cultura occidental desde 1492, cuando los navegantes del reino de España
quedaron fijados en el asombro de ver a los indígenas aspirando un delgado rollo
de hojas de una planta desconocida hasta entonces.
Quince años antes de que el tabaco llegara a España y se extendiera en rápidas
zancadas por buena parte de Europa, la intolerancia religiosa y cultural se había
establecido con su Tribunal del Santo Oficio de la Inquisición (1478).
La historia de Rodrigo de Jerez es emblemática del destino que ha tenido el
tabaco en Occidente. Marinero de la primera expedición de Colón, se le tiene
como el primer fumador europeo. Al regresar a su país fue delatado, juzgado deforma sumaria y condenado a prisión. La sentencia lo acusó de "practicar algo
pecaminoso e infernal".
Si un signo es constitutivo de la genealogía del tabaco en Occidente, es la
asociación profunda entre afición al tabaco y rechazo y estigmatización del
mismo. Richard Klein, quien cita como fuente al historiador Ned Rival, describe
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la historia del tabaco, al menos hasta la década de los cuarenta del siglo XX,
como la sucesión de oleadas de expansión de los fumadores, que eran seguidas de
acciones o campañas persecutorias (quizás el apogeo del tabaco en Occidente
tuvo lugar en 1946, cuando Camel publicó un aviso que decía, "Más doctores
fuman Camel más que cualquier otro cigarrillo").
Las campañas sobre el fumador y en relación al hecho de fumar están basadas en
el principio de la desproporción: la del uso de todos los medios legales,
propagandísticos, pedagógicos y sociales al alcance.
Quien escoge fumar lo hace en condición de oposición. Es un insumiso que
resiste la hostilidad a su alrededor. Se sobrepone a la disuasión y a la coacción
que lo acecha. A medida que pasa el tiempo, el espacio público se estrecha o
desaparece para él: se torna espacio imposible para su esencia de fumador.
De lo anterior se deriva esto: al elegir fumar, al incorporar a la vida la práctica
del tabaquismo, el fumador ha escogido algo más que una fuente recurrente de
placer, más que una inseparable adicción: también ha trabado una relación con
las posibles consecuencias de fumar. El fumador sabe. Y, aún así, enciende el
siguiente cigarrillo. Y eso que sabe permanece fuera de la comprensión de quien
no ha fumado nunca.
Porque fumar no es una práctica exterior, accesoria de la personalidad. Si hay
fumadores de ocasión, los que aquí privilegio son de conformación. Fumadores
del alma. Fumadores que no conciben el funcionamiento del cuerpo y de lasensibilidad sin el susurro de su cigarrillo encendido.
Zeno Cosini o la disyuntiva
He aquí un hombre que conocía lo disyuntivo: había nacido en Trieste, en el seno
de una familia judía que provenía de Hungría. Creció en un ambiente católico.
Las ramas que confluían en su familia eran italianas y alemanas. Su lengua
materna era el triestino, variante del veneciano. Tras desempeñarse como
comerciante por varios países de Europa, se hizo escritor. Sus primeras obras no
tuvieron acogida. Tras volver a los negocios decidió aprender inglés. Durante unaestadía en Londres contrató a un profesor de esa lengua, que resultó ser James
Joyce, quien leyó Una vida ySenilidad , las dos novelas previas y le animó a
seguir escribiendo. Todavía tendría que finalizar la Primera Guerra Mundial, para
que Italo Svevo (1861-1928), cuyo nombre verdadero era Aron Ettore Schmidt,
publicara La conciencia de Zeno en 1923.
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Zeno Cosini es un hombre mediano en muchos sentidos: en la edad, en la vida
que lleva, en la prosperidad heredada de su padre. Va a ver a un terapeuta, que le
sugiere que escriba sus recuerdos. Cosini es un fumador irremediable. Sabe que
el tabaco le enferma, pero algo en él se rebela en contra de la posibilidad de
curarse. Frente a su esposa y frente al médico, se niega a ser despojado. Romper
con el tabaco (porque de eso se trata, de un rompimiento) es romper con laescritura, con el pensamiento, con el acto último de escoger si habrá o no un
último cigarrillo. Cada cigarrillo constituye un vínculo, lazo por el que se
entrecruzan los recuerdos, los hechos de su existencia, su visión de cuanto le
rodea.
Cito a continuación un fragmento de Robert Klein: "Cada uno de estos cigarrillos
implica la repetición de ciertos pequeños actos rituales, como los enumerados por
Cocteau: la ceremonia que supone coger un paquete de cigarrillos, extraer y
encender cada uno; la extraña nube que entra en el cuerpo y sale por la nariz.
Puede parecer paradójico que alguien escriba una sucesión de cosas y
gestos todos tan similares entre sí . Pero el inevitable e incesante retorno de algo
imposible de diferenciarse de lo anterior y lo siguiente es como el círculo o el
ciclo del tiempo, cada "ahora" es exactamente igual al ahora al que sustituye y al
que se anticipa. Una historia del tabaco es, por lo tanto, una breve historia del
tiempo, de la condición de la propia historia.
Este Zeno, que fuma cigarrillos como el antiguo, es el filósofo de las paradojas
del movimiento del tiempo".
Peligro de extinción
Un fumador encarna una lucha del espíritu: la de retener un tiempo que sea
estrictamente suyo: un tiempo para mirar ese malentendido que es vivir a través
de la espiral que se levanta del tabaco encendido. Pero ello no termina ahí: el
fumador quiere que su placer no se prolongue: quisiera que su habano, su
cigarrillo o la picadura de su pipa duraran siempre un poco más. Y hay más: el
fumador quiere más tiempo circular, es decir, una oportunidad más de encender
su próximo cigarrillo. Si en el retrato que le hizo Modigliani, Paul Guillaume
parece impenetrable en su placer de fumador, en El padre Melon encendiendo su pipa, cuadro de indescriptibles tonalidades verdes y amarillas que Pisarro pintó
entre 1879 y 1880, el anciano que se dispone a encender su pipa, casi de espaldas
al espectador, parece envuelto en la atmósfera de una soledad que nada podría
salvar.
Un tiempo más: la resistencia (la exigencia) del fumador se fundamenta en la
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convicción de que, en algún momento, podrá detenerse. El fumador continúa
siéndolo bajo el presupuesto de que romperá su relación con el tabaco cuando lo
decida él mismo. Mientras el fumador se debate en dejar de serlo (dejar de ser él
mismo), el activismo puritano, en el que coinciden, desde el puritanismo
republicano hasta el socialismo del siglo XXI, continúan cerrando el campo de
los fumadores.
Leonardo Sciacia hablaba de la medicalización de la vida (su lectura de La
muerte de Iván Ilich, de Tolstoi, lo persuadió de que ese relato muestra todos los
cerrojos que lo moderno ha cerrado sobre la posibilidad de morir). Pero ahora
quizás sea imprescindible denunciar la medicalización de la cultura, en buena
parte dedicada a sustentar el modelo único y total de una vida sana, fundada en la
idea de un catálogo en permanente crecimiento, de lo que no se puede, de lo que
no se debe, de lo que daña de forma inexorable.
La medicalización de la cultura es el impulso de amortiguar, de anestesiar la
vitalidad del presente, de promover que el tiempo del antiguo placer, de la
antigua adicción del tabaco ya pasó. Se pretende convertir al fumador en
artefacto de museo, junto a toda la vasta producción cultural que las distintas
formas de consumo humano del tabaco ha generado y circulado antes y después
de 1492: tradiciones milenarias; extraordinarias obras literarias; cuadros pintados
por más de cinco siglos; vitolas, empaques de picadura y cajetillas de cigarrillos,
algunos de las cuales han adquirido el carácter de emblemas de nuestra cultura.
Los activistas del programa de extinción de los fumadores no se limitan a quienesfirman decretos y regulaciones inconsultas, unilaterales y discriminatorias. Los
burócratas de la salud tienen cómplices: personas que dicen defender las
libertades, que se reivindican como occidentales de mente abierta, que aplauden
o guardan silencio ante el creciente cerco que se impone a los fumadores. ¿Será
posible que los no fumadores nos mantengamos impasibles ante el acoso que
viven los fumadores, esas personas que han escogido un modo de vivir, un
riesgo?
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Papel Literario
El último cigarrillo
E n alguno de sus siempre sagaces aforismos señala Lichtenberg que "nunca
sabremos cuántos versos afortunados de Shakespeare se deben a una copa de v
ino tomada a tiempo". Y de antaño sabemos que Christopher Marlowe, que fue
amigo y rival de Shakespeare, buscó la inspiración para sus versos no sólo en el
vino --como cualquier persona bien nacida-- sino también el tabaco. Incluso
llegó a escribir desafiantemente, porque era un talento pendenciero y a causa
de ello murió, que quien no ama a los muchachos y al tabaco no merece vivir.Sin ir tan lejos, nosotros podríamos decir --parafraseando a Lichtenberg-- que
nunca podremos saber cuántas de las mejores páginas de la literatura moderna
y contemporánea se deben a un cigarro o a una pipa fumados cuando se debía.
Nunca sabremos cuántas ni cuáles son, pero podemos estar seguros de que no
son pocas...
Ahora que tantos filisteos, con severas razones médicas o simplemente con el
resentido afán de fastidiar los deleites ajenos, nos detallan los atroces dañoscausados por el tabaco a la salud de quien fuma y de quien le ve fumar de cerca,
es oportuno recordar que también a ese delicado veneno le debemos, tanto los
fumadores como los no fumadores, bastantes cosas buenas: porque es posible
que fumar acorte la vida, como muchas otras incidencias, pero es seguro
también que amplía y estimula el arte, cuyo alcance es más largo y ancho que la
vida misma. El espíritu inspirador sopla donde quiere, desde luego, o quizá
donde puede, pero evidentemente a menudo ha llegado y sigue llegando
envuelto en el humo peligroso que produce la combustión de esa plantaamericana.
Algunos escritores del siglo XX son inimaginables sin el cigarrillo en ristre:
apenas recuerdo alguna fotografía de Albert Camus que no lo exhiba. Y a su
adversario Jean-Paul Sartre tuvieron que borrárselo en la imagen de portada del
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último instante de la vida también llega sin previo anuncio y se parece a todos
los demás.
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