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3. 3. Mundos alegóricos de Daniel Moyano
3. 3. 1. El duelo de los Aballay en El vuelo del tigre
Hemos observado que las novelas alegóricas1 constituyen una
de las ramas más importantes de la producción literaria escrita durante la
época (pos)dictatorial. También llegamos a la conclusión de que para
muchos autores el esquema alegórico constituye el único modo de
expresión de la derrota superando así la convicción de muchos autores y
críticos que las obras alegóricas se escribían casi exclusivamente por la
razón de escapar a la censura del sistema dictatorial:
“La alegoría es la faz estética de la derrota política (…) porque
las imágenes petrificadas de las ruinas, en su inmanencia, conllevan la
única posibilidad de narrar la derrota. Las ruinas serían la única materia
prima que la categoría tiene a su disposición.”2
Y precisamente es la derrota política que yace en el fondo de la
novela El vuelo del tigre que relata el destino trágico de Hualacato, un
pueblo del interior argentino que un día sufre la invasión de los
“Percusionistas” montados en los tigres que vuelan y tocando tambores.
Los protagonistas de la historia son los miembros de la familia Aballay
cuya casa es ocupada por un percusionista llamado Nabu. Éste desde el
primer día se pone a organizar y dirigir la vida dentro de la casa
controlando cada movimiento de sus habitantes prohibiéndoles vivir
libremente. Para los Aballay, la única manera de resistir y sobrevivir en
la cárcel en la que se convierte su propia casa, es guardar los recuerdos,
la historia familiar y del pueblo en la memoria. También buscan un modo
de comunicación que pueda escapar del ojo supervisor de Nabu
inventando un código non-verbal. Al final se establece un vínculo mágico
1 Cf. Novelas alegóricas para Avelar son “microcosmos textuales de una totalidad que ahora sólo se podía evocar de forma alegórica: en general retratan un cierto intervalo, un período circunscrito en que la historia se suspende, y el tiempo secular, progresivo, da lugar a experiencias que parecen eternalizadas, desprovistas de progresión, como si el orden reinante no fuera otro que el de la naturaleza. (...) La naturaleza se convierte aquí en emblema de la muerte y la decadencia, una manera de relatar una historia que ya no puede ser concebida como una totalidad positiva.” AVELAR, Idelber, op. cit., pág. 98. 2 Ibid., pág. 99.
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con la naturaleza que simboliza la armonía perdida y destruida por los
percusionistas y por medio de los pájaros se libran del opresor
arrojándolo al mar. Sarlo observa que El vuelo del tigre presenta “la
represión política en un pueblo del noroeste como el conflicto entre
culturas bajo la forma de una alegoría de la resistencia (…) Si el invasor
construye un panóptico e impone una versión reglamentarista de lo
cotidiano (…) el invadido responde con una afirmación de la memoria
colectiva, una reconstrucción del pasado, la invención de una lengua a
partir de la gestualidad y la resemantización de tramos del discurso del
invasor”.3
Desde inicio el narrador nos hace saber que el texto nos lleva a
la atmósfera de “un lugar otro”, es decir, nos sitúa inmediatamente en la
fábula alegórica que nos revela el lugar familiar y habitual como ajeno,
como ruina que deja la tormenta desatada en el inicio de la narración, en
este caso representada por los percusionistas:
“Cuando ellos llegan montados en sus tigres Hualacato se
inclina, modifica su paisaje. Se apoderan del tiempo y las cosechas, las
calles son cerradas o desviadas, los caminos no llevan a los lugares de
siempre. Hualacato se arruga. Las fachadas chorreantes llorando desde
sus grietas enfermas, especie de nuevo orden arquitectónico que turistas
de diversas lenguas corren a fotografiar ávidamente” (Moyano, 1981: 8).
Y es el momento “cuando se desentierra la pila de catástrofes
pasadas, hasta entonces ocultas bajo la tormenta llamada ‘progreso’”4:
“No es la primera vez que vienen. En cuarenta años el viejo los
ha visto llegar en caballos, en camiones, siempre de noche, desde todos
los puntos cardinales llegan ellos siempre, cambian todo de sitio
llamando sur al norte, lo miran todo sospechando, pueden derretir una
flor o una persona cuando miran, lo miran todo con los ojos que deben
tener la tristeza del mundo cuando se siente muy enfermo. Llegan de
noche mezclando su percusión, sus ruidos, a los ruidos de la vida”
Moyano, 1981: 9).
3 SARLO, Beatriz, “Política, ideología y figuración literaria“, Ficción y política. La narrativa argentina durante el proceso militar, Buenos Aires, Alianza Editorial, 1987, pág. 55. 4 AVELAR, Idelber, op. cit., pág. 316.
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La casa de Aballay puede representar la cripta de recuerdos de
la que es imposible escapar a la libertad, librarse del peso de los muertos.
Esta casa es un lugar de la protección de recuerdos eternizados en las
fotos, reproducidas en los recuerdos de la familia por haber sido robadas
a los Aballay por Nabu. Como representante del régimen represivo y
símbolo de la muerte él se esfuerza por dominar no sólo el espacio sino la
mente de los habitantes de la casa, su lengua y su memoria de la que
necesita sacar informaciones comprometedoras, sobre todo acerca de
Cachimba, uno de los familiares, sospechoso por la subversión. Y es
gracias a Nabu que la familia decide dar la cara a los recuerdos infelices
que a pesar de la presencia de la muerte garantizan la continuidad de la
existencia familiar. Por lo tanto la familia siente la necesidad de
recuperar las imágenes y las historias vinculadas a ellas e impedir el robo
de la memoria y así iniciar el trabajo del duelo. Entre los personajes
recordados destaca, por ejemplo, la tía Avelina cuya presencia imaginada
expresa claramente la situación críptica, la condición del espacio de la
casa como protectora de los muertos, recordados de las fotos (la
memoria) imaginadas por los Aballay:
“Por toda la casa caminando invisible la Avelina escondiendo
la camisa de Cachimba buscando un lugar alto para que puedan llegar los
perros. Como si ya estuviera muerta anda flotando por la casa. Es un
bicho invisible respirando. Uvelina de alas negras aleteando arrinconada
es un pájaro de tumbas, ya no tiene salida” (Moyano, 1981: 43).
El cambio de A por U en el nombre de Avelina es simbólico y
será explicado con más detalle abajo. Otro personaje clave del proceso de
duelo es uno de los miembros de la familia, un niño llamado Tite, muerto
de endemia. Este aparece en varias fotos imaginadas que durante mucho
tiempo la familia no se atrevía a mirar por causa del inmenso dolor:
“Prefiero aprovechar para ver de una vez por todas las [fotos]
del Tite, así después se rompen de una vez o se tiran. Siempre les tuve
miedo o algo parecido a esas fotografías. Pero ahora, con todo esto, me
animo. Es la oportunidad. Les borro las cruces que les hice y las miro por
primera vez naturalmente. No las escondo más. Si uno se pone a mirar
fotos, que aparezcan todas. El Tite es cierto como es cierto todo esto.
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Después de todo nos enseñó a morir. Después de todo él fue la primera
muerte. (...) Traigan todas las fotos. Quiero verlas todas ahora que está
Nabu, que al menos sirva para algo, ayudarme a encarar esas cosas que
trataba de olvidar. (...) A mí no me molestan, porque en cierto modo el
Tite sigue con nosotros. No me di cuenta hasta la llegada de Nabu. Antes
esas fotos eran cosas de muerto. También las daba vuelta rápidamente
como quien esquiva un cementerio” (Moyano, 1981: 31-32).
En este ejemplo podemos ver claramente varios significados
del trabajo del duelo que hacen los miembros de la familia Aballay. Por
un lado, el acto de la recuperación de la memoria a través del álbum de
fotos imaginario sirve para impedir la ruptura de la continuidad, para
evitar el olvido y de esta manera salvar o recuperar la identidad. Por otro
lado, el recuerdo, a pesar de su carácter traumático, ayuda al menos a
encarar los momentos difíciles de la invasión, a encarar la muerte que
rodea a todos en la casa tomada por la fuerza represiva. Podemos ver que
en el caso del niño Tite los Aballay en el trabajo del duelo logran
recuperar la energía psíquica de los recuerdos que la familia relaciona
con su pérdida. Sin embargo, lo que impide la consumación del proceso
del duelo es el cautiverio en la casa convertida en prisión, es decir, la
imposibilidad de conectarse con el mundo exterior y abandonar la casa,
protectora de los muertos.