ESTAQUEADOS. La historia en fuga
“Eva decía lo mismo: hay que poner las montañas donde
uno quiere, Juan. Porque donde las ponés, allí se
quedan. Así es la historia”
Tomás Eloy Martinez1
“...es una nueva etapa en la historia de las instituciones.
El Estado mental, la realidad imaginaria, todos
pensamos como ellos piensan y nos imaginamos como
ellos quieren que nos imaginemos... sólo es posible
crear un nudo blanco y empezar de nuevo”
Ricarso Piglia2
Introducción:
En un texto crítico acerca de la novela Santa Evita de Tomás Eloy
Martinez, Roberto Ferro escribe “Su lectura desliza hacia lo aporético la
ascéptica y sedante escisión entre discursos ficcionales y no ficcionales (...). Se
trata más bien de inscribir su lectura entre varias configuraciones de dominio
sin dominio”3. En este fragmento se encuentra cifrada una lectura que rechaza
enfáticamente toda pretensión de aislar la obra del exterior pero
simultaneamente reconoce que hay algo de ese exterior que se encuentra en
fuga constante. Alejado de las certezas –no en vano el título Vacilaciones en
torno de un género- Ferro parece introducirnos en un terreno donde cada paso
abre nuevas reflexiones, nuevas preguntas. El texto culmina con una
afirmación que hecha luz sobre una cuestión escencialmente problematica: “la
ficción es la condición de posibilidad de todos los discursos”4. Este será nuestro
nudo gordiano, el principio que iluminará el derrotero de nuestro trabajo y
nuestra lectura. Guiados por este principio propondremos un marco teórico que
ilumine un recorrido de lectura del cuento Estaqueados de Andres Rivera
teniendo siempre en cuenta que si la realidad es irreductible al lenguaje ya no
1 Tomás Eloy Martínez. La novela de Peron. Barcelona. Planeta. 1993 2 Ricardo Piglia. La ciudad ausente. Buenos Aires. Anagrama. 2006.3 Roberto Ferro. Santa Evita. Vacilaciones en torno de un género.4 Idem 3
se trata entonces de desenmarañarla representandola sino más bien de
reinventarla, crear un nuevo nudo. Si la historia no hace más que huir de
nosotros entonces la ficción más que opción es necesidad.
Discurso histórico, objetivación social y alienación
“El universo simbólico también ordena la historia y ubica todos
los acontecimientos colectivos dentro de una unidad coherente
que incluye el pasado, el presente y el futuro. Con respecto al
pasado, establece una “memoria” que comparten todos los
individuos socializados dentro de la colectividad. Con respecto
al futuro establece un marco de referencia común para la
proyección de las acciones individuales. De esa manera el
universo simbólico vincula a los hombres con sus antecesores
y sus sucesores en una totalidad significativa”
Peter L. Berger y Thomas Luckmann5
Configurar una memoria colectiva es asignar significados, con mayor o
menor consenso social, a hechos que por su relevancia se tornan socialmente
significativos. En este punto entran en juego la cuestión de determinar los
mecanismos mediante los cuales una sociedad elige aquello que le resulta
relevante y aquello que no, también la cuestión de los modos en que se logran
el consenso e incluso la hegemonía llegado el caso extremo; en todo caso
estas cuestiones superan el objeto de este trabajo, por lo que no serán
abordadas. Lo que queremos destacar aquí es que la historiografía tiene el
poder socialmente legitimado de seleccionar, destacar, jerarquizar, ignorar,
omitir, silenciar, establecer y asignar significados a los hechos que nos
suceden como sociedad. La profusión de verbos puede parecer exagerada
pero buscamos mostrar que su capacidad de acción es amplia y nunca
inocente. El poder del discurso histórico reside en su capacidad para operar
sobre el universo simbólico en tanto discuso socialmente relevante.
5 Peter L. Berger, Thomas Luckmann. La construcción social de la realidad. Buenos Aires. Amorrortu. 1994
Berger y luckmann definen al universo simbólico como “la matriz de
todos los significados objetivados socialmente y subjetivamente reales”. El
concepto matriz puede entenderse como útero o como molde, es decir como
lugar de gestación o como modelo para la fabricación en serie. Esta doble
acepción nos da una idea de cómo funciona el universo simbólico: por un lado
conforma el fundamento de nuesto pensamiento y por el otro cumple un rol
cohercitivo ya que los procesos de objetivaciónes que conforman el universo
simbólico le instituyen un estado que nos es impuesto y sobre el cual no
tenemos injerencia.
Si el universo simbólico es significación social objetivada, el discurso
histórico posee una prerrogativa fundamental para influir sobre estos procesos
de objetivación en tanto discurso que busca explicarlos y atribuirles significado.
La historia tiene la capacidad privilegiada –por estar socialmente legitimada- de
llegar a la médula de los acontecimientos colectivos y por ello su capacidad
para operar sobre los significados que la sociedad les atribuye. Pero la validez
de su discurso tiene como condición la obligatoriedad referencial, hecho que
convierte al discurso historico en una utopía que se debe a un referente
inasible.
La historiografía establece una serie de proposiciones de caracter
normativo que determinan el modo de ser dentro de una sociedad dada. La
historia oficial es un relato que explica el nacimiento de una nación, ordena y
selecciona los hechos y sus heroes, establece un panteón de bronce para sus
pro-hombres e incluso crea un mito alrededor de sus cualidades personales;
ellos pasan a ser portadores de la singularidad nacional y por ende son el
ejemplo a imitar, ellos marcan lo deseable, el deber ser de la nación y sus
ciudadanos. Como toda normativa tiene su caracter de obligatoriedad quienes
escapan a la regla son sancionados. La nacionalidad es el ejemplo por
excelencia de la manera en que la capacidad de producción de los hombres se
externaliza, se objetiva y luego se internaliza. La externalización es la
capacidad de los hombres de producir, de moldear y de asignar significado al
mundo, el uso que las sociedades hacen de este producto externalizado tiende
a objetivarlo y hacerlo subjetivamente disponible al total de la sociedad. De
esta manera el mundo objetivado se arroja sobre la conciencia de los hombres
durante los procesos de socialización cerrando un circulo dialéctico donde el
hombre es producto y productor de sus instituciones y de su historia. Pero en
ciertas ocasiones este círculo dialectico puede romperse y los productos del
pensamiento humano pueden –y de hecho lo hacen- independizarse y volverse
en su contra.
Según Castoriadis las instituciones son redes simbólicas creadas por las
sociedades6. Estas combinan un componente funcional, pues las instituciones
son creadas para que cumplan una función dentro de la sociedad y tienden a
perpetuarla, y un componente imaginario que no se puede explicar por su
caracter funcional, incluso a veces puede llegar a contrariarlo, y está más alla
de la actividad consciente de institucionalización. Hablamos de alienación, en
términos de Castoriadis, cuando las instituciones logran un funcionamiento
autónomo con respecto a la sociedad que las crea. “La alienación es la
autonomización y el predominio del momento imaginario de la institución, que
implica la autonomización y el predominio de la institución respecto a la
sociedad”7. La alienación es la incapacidad de los sujetos de dar cuenta de la
institución como su propio producto, como un constructo socialmente
establecido. La institución se autonomiza y deja de reconocer a la sociedad
como fundamento de su legitimidad y pasa a estar legitimada per se. En este
punto la institución logra su nivel de objetivación más alto y rompe con la
relación dialéctica que guarda con la sociedad. De esta manera el producto del
hombre se vuelve contra el hombre, quien deja de pensar sus instituciones
para pasar a ser pensado por ellas. En este sentido Castoriadis habla de la
institucion de un imaginario investido con más realidad que la realidad.
Ficción y momento instituyente
La historia oficial busca instituir un imaginario que nos piense y nos
defina. En sus comienzos quienes forjaron la nación argentina y sus
6 Cornelius Castoriadis. La institución imaginaria de la sociedad. Buenos Aires. Tusquets. 7 Idem 6. Pag 211
instituciones se vieron ante la necesidad de pensar múltiples emergentes,
tuvieron la necesidad de dar cohesión a grupos dispares de personas que
vivían en geografías dispares y tenían realidades igualmente dispares. En este
sentido decimos que la nacionalidad es un invento, el momento imaginario de
una institución que vino a suplir una falta fundamental y cuya justificación –lo
que Castoriadis llama el componente funcional- es la instauración del
monopolio del poder del Estado en la totalidad del territorio y sobre la totalidad
de sus habitantes. El modo en que el momento imaginario de esta institución se
imbrica con sus manifestaciones simbólicas es el nucleo al que debe dirigirse el
momento instituyente de la ficción.
Los símbolos constituyen modos estables de significar –a determinado
significante determinado significado-. El momento imaginario se llena de
significado y se une a algo del orden de lo fáctico, algo que puede ser concreto
o abstracto pero que en cualquier caso resulta subjetivamente aprehensible;
esto conforma un símbolo y el uso social lo cristaliza, lo inmoviliza. Pero, como
vemos, llegar al momento imaginario es relativizar la unión rígida entre los
términos de los símbolos, en tanto entonces somos capaces de dar cuenta que
toda institución es producto de cómo nos pensamos como sociedad, en
definitiva es producto de nuestra capacidad creadora. Llegados a este punto es
que logramos investir a la ficción con su verdadero y último poder creador. El
poder de la ficción es el poder de instituir nuevos imaginarios, es a la vez un
poder instituyente y un poder destituyente. La tarea –al menos una de ellas- de
quien trabaje con la ficción será, entonces, dar cuenta de lo inamovible para
repensarlo. No se trata de destruir aquello que ya fue objetivado –al menos no
necesariamente- sino de agregar nuevas perspectivas. Si el referente es
inasible entonces nuestra tarea, la tarea de la ficción, será abrir nuevas
ventanas hacia la realidad que nos permitan verla desde nuevos ángulos; ya no
pretender llegar a la cosa en sí, sino revolotear alrerdedor de ella, mirarla de
aquí y de allá, de cerca y de lejos, colocar un filtro para verla con otros colores,
abrocharle palabras en el lomo. Si toda textualidad produce activamente ya no
resulta necesario ni conveniente atarse a la ilusión de una referencialidad en
fuga constante.
Una lectura de Estaqueados
Es evidente que la Historia no quiere y no puede dar cuenta de la
totalidad de la vida pasada de una sociedad sino sólo de sus hechos
relevantes, sean estos políticos, sociales, económicos. La historia selecciona y
jerarquiza y en este proceso margina y silencia. Aquello que queda al margen
del discurso oficial es lo que da cuerpo a la obra de Andrés Rivera, “eso se
escribió en un informe militar extraviado (...) en los silencios del archivo
histórico nacional”8. Pero la faceta histórica es sólo la mitad del planteo. En
Estaqueados emergen nuevos conceptos relacionados al orbe de lo literario
que nos impelen a una reflexión que surja del cruce de ambos discursos: el
histórico y el ficcional. A conceptos como historia, sociedad se unen otros como
representación, ficción y lo que antes se presentaba como escisión o corte,
ahora se parece más a una sutura, una unión. Los límites se borran y la
geografía con la que se trabaja pierde en especificidad pero resulta aumentada
en tamaño y alcance. Paradójicamente este vasto terreno que se extiende ante
los ojos lectores nos despierta una sensación de vértigo propia de quien
transita por el filo estrecho que separa historia e imaginación, arte y
experiencia.
Desde la primera página del cuento puede leerse una resignificación de
una dicotomía de larga data en la literatura argentina y cuyas ramificaciones
llegan a nuestros días, actuando sobre la manera en que nuestra sociedad se
piensa a sí misma. Nos referimos a la dicotomía sarmientina de civilización y
barbarie. “El fortín que custodió la supervivencia de esos míseros poblados (...)
para que el mundo civilizado y católico admirase cómo la joven república
afrontaba (..) el incomprensible malón salvaje”. El imaginario instituido de la
época identificaba al fortín como la cifra de la civilización, la ciudad incipiente;
mientras que del lado del desierto se identificaba a la barbarie, representada
por el malón salvaje que volcaba su violencia sobre la joven república.
8 Andrés Rivera. Estaqueados. Buenos Aires. Seix Barral. 2008. Pag. 23. En adelante se cita por la presente edición.
El Capitán Gustavo Hantin, jefe de la guarnición, –“alto, rubio y buen
mozo por añadidura”– posee características que son paradigma de la civilidad.
Se formó en una academia militar –fundada por el señor Sarmiento- donde
aprendió disciplina y obediencia, donde forjo su ética, su amor por el mundo
civilizado, su coraje, astucia y prudencia. Pero Hantin cae en desgracia y es
enviado al desierto patagónico como jefe de un fortín alejado de las luces de la
civilización donde envejecerá y terminará sus días.
Estaqueados lleva la ficción a un terreno de disputa por el sentido que
los hechos históricos tienen para nuestra sociedad. Tiende puentes hacia
nuevas reflexiones activas acerca de nuestra sociedad, nuestro pasado y
presente político, nos lleva a indagar los alcances de estas nuevas fronteras,
nos invita a releer y repensar el pasado como acto soberano propio de quien
busca construir su presente. Esto puede leerse en la violencia gratuita que
Hantin ejerce sobre sus subalternos y la manera en que esa violencia se
reactualiza en hechos recientes de nuestra historia. Hantin, que encontraba en
la embriaguez la única manera de soportar la humillación del exilio en el
desierto, manda a estaquear al soldado Ramón Vera por no envejecer. La
gratuidad de esta determinación y la condición de militar alcoholico de quien la
ordena hacen recordar a uno de los episodios más tristes de nuestra historia
reciente: la guerra de malvinas. El modo en que realidad y ficción se entrelazan
en este episodio detiene la lectura y obliga a la reflexión. En ambos casos las
guarniciones de soldados estaban compuestas por los sectores más
vulnerables de nuestra sociedad, por un lado gauchos y marginales, por el otro
jovenes conscriptos que en su mayoría no superaban los 18 años de edad y
provenían del interior del país; en ambos casos habían sido arrastrados en
contra de su voluntad al combate; en ambos casos se vieron sometidos a
vejaciones por parte de sus superiores, llegando incluso a constatarse casos
de soldados estaqueados durante el conflicto de malvinas por sacar galletitas y
mermelada, entre otros actos de tortura.9
9 Vease edición del diario Pagina 12 del 15 de agosto de 2007. Disponible online en: http://www.pagina12.com.ar/diario/elpais/1-89717-2007-08-15.html
La relación entre discurso histórico y discurso ficcional nos llama a poner
en cuestión aquellas nociones que nuestra cultura y nuestra historia nos
entregan objetivadas. Una sociedad que busca ser artífice de su destino está
obligada a reinterpretarse constantemente, a reinstituir lo imaginario para evitar
que lo imaginario se vuelva en su contra. Nociones como nacionalidad y
soberanía deben resignificarse de acuerdo a los imperativos de la época.
Los dolores de la guerra marcan el inconciente colectivo de manera
abstrusa, difícil de descifrar. Si las experiencias son significativas en tanto
encuentran en la sociedad su principio y explicación, entonces toda experiencia
que atente contra la sociedad es necesariamente desgarradora, vacía de
sentido al sujeto pues atenta contra todos sus principios morales. Quien ve
derrumbarse a otro ser humano desde la mira de su fusil está presenciando, en
última instancia, el derrumbe de la red simbólica que lo sostiene como ser. El
acontecer de la guerra vacía de sentido a la sociedad que la sufre, quienes
vuelven de la guerra lo hacen enmudecidos pues la realidad es una
construcción social y el acontecer del campo de batalla atenta contra esa
construcción. Las sociedades ignoran y marginan a sus ex-combatientes
porque ven en ellos la cifra de aquello que los niega como sociedad. La
convergencia de ambos factores (vacío existencial y marginación social) nos
arroja un “dato, más simbólico que estadístico (...) la cantidad de suicidios de
ex combatientes argentinos de la Guerra de las Malvinas ya es superior al
número de los que cayeron durante el combate en las islas”10. La guerra es la
no experiencia en su grado de mayor desmesura, pero junto a la guerra
cualquier otro acontecer de violencia extrema despoja al sujeto de la
experiencia.
El Estado es el garante de la seguridad y la integridad de todos los
ciudadanos. Cuando el Estado se vuelve contra aquellos por quienes debe
velar se rompe el contrato tácito que mantiene a la sociedad cohesionada. Si
esto sucede es deber de la sociedad defender sus instituciones, resignificarlas,
empoderarse para arrebatar el poder a quien lo ejerce de manera discrecional.
10 Vease la edición del diario La Nación del 28 de febrero de 2006. Dsiponible online en: http://www.lanacion.com.ar/784519-no-cesan-los-suicidios-de-ex-combatientes-de-malvinas
La muerte de Gustavo Hantin a manos de Ramón Vera configura un acto de
toma de poder. La coronación de este acto de empoderación es la apropiación
de la botas de su superior, acto con alta carga simbólica.
En Estaqueados el cuestionamieto político ingresa al texto de la mano
de su dimensión ficcional y la manera en que esta se relaciona con el discurso
histórico. Aquello que intencionalmente renuncia a la referencialidad, aquello
que es dominio de la inventiva interpela a la dimensión histórica. Pero esta
interpelación no debe interpretarse como puro intento de destrucción ni como
pura cavilación filosófico-teórica acerca de la imposibilidad de recuperar el
hecho histórico desde el lenguaje (ésta puede ser una lectura posible pero
ciertamente no la única ni, quizá, la más importante). En Estaqueados Historia
y ficción se complementan. La hibridación, el cruce, el borramiento de la
frontera le otorga a esta escritura nuevas facultades, nuevas posibilidades de
operar sobre los nucleos significantes que el discurso histriografico ha
establecido. Ambos discursos se complementan y se dirigen hacia lo instituido
con un nuevo poder de resignificación.
Estaqueados nos ofrece una nueva historia marginal, incompleta,
configurada por desechos, por los archivos marginados por el discurso oficial;
una historia que nos deja muchas preguntas, que no se preocupa por
constituirse como espejo de los hechos porque se sabe incapaz, pero nunca
impotente; una historia que se escribe con minúscula y que interpela a la
mayúscula, que transita los caminos de la marginalidad y la subalternidad, que
nace del polvo de los archiveros cerrados de la historiografía argentina y de la
mera imaginación, y a caballo de ambas avanza por un camino escarpado y
zigzagueante, obligada a un equilibrio dinámico altamente productivo
Conclusión:
Si hay algo de lo que la ficción no puede desembarazarse es su
capacidad creadora. La ficción es creación y es esta condición la que le impide
recuperar sin pérdida. Los hechos son, si se los invoca desde el lenguaje dejan
de ser o, mejor dicho, son otra cosa. El lenguaje transforma, quita y agrega. En
este sentido es que decimos que la ficción es la condición de posibilidad de
todos los discursos. Podríamos reformular lo dicho en la siguiente sentencia: lo
real sólo tiene sentido porque se lo inventa, lo sólido se desvanece en el aire y
tan sólo queda de él lo que de él es dicho.
Estaqueados nos recuerda obstinadamente que el discurso histórico es
escencialmente fragil, que cualquier intento por asir la realidad no es más que
una ilusión, un ideal que se construye desde el lenguaje y queda atrapado en él
y que lo fáctico no vuelve a lo fáctico por mucho que uno lo conjure desde la
escritura. Pero también nos recuerda -con identica obstinación- que si bien nos
es imposible escapar del lenguaje, nuestras posibilidades dentro de él son
infinitas, que la ficción es la condición de posibilidad de todos los discursos. A
la manera del rey árabe de “Los dos reyes y los dos laberintos” estamos
recluidos en un laberinto sin límites, el lenguaje nos encierra y a su vez nos
permite decirlo todo, ponerlo todo en cuestión, incluso el lenguaje mismo y la
manera que desde él y por él nos relacionamos con nuestra sociedad, nuestra
historia, nuestras instituciones.
La capacidad creadora del lenguaje desnuda su caracter político. El
lenguaje le da sentido a la realidad, la define, cristaliza los hechos otorgandole
una interpretación. La interpretación, una vez instituida pasa a ser altamente
significativa para la sociedad que la acuño. De tal manera que la sociedad pasa
de interpretar y definir la realidad a ser definida por estas interpretaciones.
Es en este juego dialéctico que la ficción cumple un rol decisivo. En tanto
instancia de creación, la ficción es un arma de resignificación que se opone a la
objetivación oficial, la espada de Alejandro que con irreverencia y desenfado
destruye el nudo instituido. Pero esta destrucción tiene como contracara la
creación de un nuevo nudo. Desde el lenguaje se destruye para construir.
Bibliografía
• Andrés Rivera. Estaqueados. Buenos Aires. Seix Barral. 2008.
• Florencia Garramuño. La experiencia opaca. Buenos Aires. Fondo de cultura
económica. 2009
• Cornelius Castoriadis. La institución imaginaria de la sociedad. Buenos Aires.
Tusquets.
• Peter L. Berger, Thomas Luckmann. La construcción social de la realidad.
Buenos Aires. Amorrortu. 1994
• Roberto Ferro. Santa Evita. Vacilaciones en torno de un género.
• Ricardo Piglia. La ciudad ausente. Buenos Aires. Anagrama. 2006
• Tomás Eloy Martínez. La novela de Peron. Barcelona. Planeta. 1993
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