HIDALGO: LA HISTORIA COMO DRAMA SOCIAL1
Victor W. Turner
La Revolución Mexicana de Independencia en 1810 nos proporciona un
vívido ejemplo de un paradigma de raíz obrando en una serie de dramas sociales,
y al mismo tiempo nos ofrece una oportunidad para investigar ciertas propiedades
del ambiente social de la acción política, tales como el “campo” y la “arena”.
En realidad, la revolución fue una guerra contra la España colonialista, no
obstante la existencia de algunas diferencias similares a la revolución o guerra de
independencia norteamericana contra Inglaterra. Algunos historiadores, como por
ejemplo Hugh Hamill, llaman esta fase la “rebelión de Hidalgo” o la “insurrección”,
por Miguel Hidalgo, el párroco de Dolores en la intendencia de Guanajuato, quien
públicamente inauguró el largo proceso en México del sistema colonial español a
la estructura gubernamental de hoy bajo la férula del Partido de la Revolución
Institucional, el PRI. Otros historiadores omitirían los nombres de las personas
involucradas por un disgusto de “los grandes hombres” y “el culto a la
personalidad” al estilo de Pléjanov. Y otros aún no hablarían de una rebelión, sino
de la primera etapa de una auténtica revolución que sigue desarrollándose hasta
hoy, con muchos obstáculos. Pero dicen que los antropólogos tenemos que coger
los hechos desde el flujo de opiniones y conjeturas. Los mitos y los símbolos, tanto
los de la cultura popular como los de la cultura fina, constituyen para nosotros una
parte importante de los hechos. De todos modos, la rebelión de Hidalgo, la primera
fase de la independencia, es relevante para nosotros porque constituye
1 Victor W. Turner: “Hidalgo: History as Social Drama”, en Victor W. Turner: “Dramas, Fields, and Metaphors. Symbolic Action in Human Society”, Ithaca & London, Cornell University Press, 1974: 98-155. El texto fue presentado por primera vez como conferencia en 1970. La traducción es de Leif Korsbaek, quien desea agradecerle a Rosario Rogel el haberle proporcionado originalmente el texto, a Iván Gomezcésar por su interés y a Marcela Barrios Luna y Florencia Mercado Vivanco por haber revisado la traducción.
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exactamente el limen entre el periodo colonial de la historia de México, el curso
lento y aparentemente monótono de tres siglos (no obstante que la historiografía
reciente está corrigiendo la impresión de monotonía) que le siguió al primer
periodo breve y dramático de la conquista y el tercer periodo cuando México se
convirtió en una nación, en medio de una tormenta de guerras coloniales y civiles
y una revolución. Hidalgo tomó armas contra el régimen virreinal en 1810, e
Iturbide se volvió durante un breve tiempo el emperador de un México
políticamente independiente en 1811. Los años entre 1810 y 1821, y aún entre
1808 y 1821, constituyeron un periodo liminal complejo y dramático en el cual a
procesos lentos que se habían estado gestando durante siglos siguieron una serie
de dramas sociales rápidos que pusieron al desnudo muchas de las
contradicciones que estaban escondidas en aquellos procesos y generaron
nuevos mitos, paradigmas y estructuras políticas. Hidalgo tenía 57 años, no era un
jovencito, cando anunció la insurrección el 16 de septiembre de 1810, en la iglesia
parroquial de Dolores. Faltaría menos de un año antes de que fuera ejecutado en
Chihuahua a mediados del año 1811. Sin embargo, él inició el rito de paso de
México que empujaría al país hacia la existencia como una nación en el breve
drama social que él reconoció como la insurrección del pueblo, y no solamente
sería él el prestador y el hacedor de mitos, sino él mismo se convirtió en un
símbolo. En México, los grandes murales de José Orozco, David Siqueiros y Diego
Rivera y muchos otros, que representan episodios de medio año de la lucha de
Hidalgo, primero exitosa luego desesperada, se encuentran visibles en cada
ciudad y cada pueblo en México. El paisaje cultural mismo está firmado con el
nombre de Hidalgo. Un estado entero, y multitud de ciudades, suburbios, parques
y calles ostentan su nombre, y cada año, el 15 de septiembre a media noche,
repiten desde el balcón principal del palacio nacional en el zócalo de la Ciudad de
México las palabras que supuestamente transmitía el grito de Dolores, su grito, su
proclamación: “Mexicanos, viva México”. Abundan las estatuas de Hidalgo en
todas partes del país, en plazas y en parques; el difunto decano de los
historiadores mexicanos, Justo Sierra, dice que “sus fines dictó su amor por un
país que no existía fuera de este amor”, así que fue el quien le dio a luz al país, él
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es el padre de país, nuestro padre” (“Evolución política del pueblo mexicano”,
1957: 150). Inevitablemente, algunos historiadores, como por ejemplo el
conservador Mariano Cuevas, han intentado derrocar el mito de Hidalgo, pero no
han tenido mucha suerte. Nadie realmente se preocupa mucho por el hecho de
que tiene un gran número de hijos naturales con sus amantes y amas de llave, o
que no logró evitar que sus indígenas perpetraran una masacre indiscriminada,
violaciones y saqueo en Guanajuato y Valladolid. La arrogancia que lo llevó a
disfrutar el título y el uniforme de “capitán general de América” ya le ha sido
perdonada, y su arrepentimiento final por haber permitido tanta carnicería ya ha
sido olvidado. El símbolo ha tragado a su hombre, y es un símbolo de comunitas,
de México considerado como solidaridad más que como estructura.
Evidentemente, los eventos en los cinco meses de libertad después del
grito (Hidalgo fue capturado el 21 de febrero de 1811) se pueden describir como
una secuencia de dramas sociales y analizados en términos de la relación entre
drama social y campo social. Sin embargo, existe una serie de obstáculos que se
oponen a este procedimiento, algunos de carácter personal y otros tal vez
objetivamente insuperables. El primer obstáculo es el hecho de que yo tengo
solamente un conocimiento limitado de la insurrección de Hidalgo, basado
principalmente en fuentes de segunda mano, la mayor parte en inglés. En
segundo lugar, que sospecho que la totalidad de los datos que son necesarios
para caracterizar la naturaleza del campo social significante y las arenas políticas
a través de las cuales pasó el proceso de la insurrección de Hidalgo no está a
nuestra disposición ahora y nunca lo estarán. Hamill, por ejemplo, nos cuenta
(1966: 111) que nadie sabe exactamente qué dijo Hidalgo en el más famoso de
sus momentos públicos, en el grito de Dolores que inició el ritual nacional de
México que mencioné hace rato. Los tres relatos más importantes con los que
contamos, de Jesús Sotelo, de Pedro García y de Juan de Aldama, no coinciden,
ni siquiera están de acuerdo acerca de dónde pronunció el grito – si fue de la
ventana o de la entrada a la casa de Hidalgo – y los tres nos dan versiones
diferentes de lo que dijo. Aldama, por ejemplo, no dice nada acerca de una
conclusión en cresciendo, mientras que Sotelo sostiene que Hidalgo terminó
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“elevando su voz con gran valor ... (diciendo) que viva la Virgen de Guadalupe,
que viva la América para la cual vamos a luchar”. Pero según ninguno de los tres
gritó “viva México”, como una vez escuché al expresidente Gustavo Díaz Ordaz
pronunciar un tanto quieto (en la televisión) desde el porche de la iglesia
parroquial de Dolores de Hidalgo. Mucha gente de los que critican al presidente
alegan que fue a Dolores no tanto por fervor patriótico sino por miedo de
repercusiones, si gritara en México, por los por lo menos noventa estudiantes que
fueron fusilados en Tlatelolco a sus órdenes y por el encarcelamiento de ochenta
profesores y estudiantes sin juicio alguno durante las protestas en 1968.
Sin embargo, aún contra todos estos obstáculos podría ser instructivo
formular una declaración programática acerca de cómo un antropólogo con
orientación hacia la historia podría emprender la recolección de datos que le
permitirían elaborar una caracterización preliminar del campo en el cual empezó la
independencia. Es cierto que muchos de los insurgentes, los primeros héroes de
la primera Revolución Mexicana se han convertido en el pensamiento y en la
mirada populares en héroes míticos no muy diferentes de los seres de la aurora de
los aborígenes australianos o los ancestros clánicos de los trobriandeses quienes,
se cree, han surgido de hoyos en la tierra. La comparación sería en su lugar, pues
esos héroes insurgentes vinieron de la tierra en México, casi todos eran
americanos y no peninsulares, hijos de la tierra del Nuevo Mundo. Eran ó criollos –
personas de descendencia española pero nacidas en América (indígenas
americanos), ó mestizos, personas de descendencia mixta española e india y
nacidas en el Nuevo Mundo. Pero, ya que la lucha por la independencia se llevó a
cabo relativamente recientemente, en términos de tiempo histórico, existen
muchos tipos de documentos históricos y otros récords que nos proporciona una
evidencia objetiva mucho más rica de lo que esperaría un africanista como yó,
acostumbrado al estudio de tradiciones que en su mayoría son orales y la
memoria desvaneciéndose de los ancianos. Del periodo que nos interesa existen
también varias fuentes estadísticas, aunque tal vez no sean de las más confiables.
Yo escogí estudiar la insurrección en Hidalgo debido a su carácter
iniciatorio – en varios sentidos – y porque me parecía interesante después de mis
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viajes a través de una parte del escenario de Hidalgo en Querétaro, Dolores,
Guanajuato, Celaya y Guadalajara. También me parece que podría ser productivo
en proporcionarnos una especie de forma intermedia entre un drama social (con
sus implicaciones conservadores; un autor, Kenneth S. Carlson (1968: 425-434)
ha llegado al extremo de comentar que yo debería de haber utilizado la expresión
de “conflicto constituyente” en lugar de drama social) y un proceso revolucionario.
Fue una revolución abortada; sin embargo, ya que las unidades procesales, aún
las más pequeñas de ellas, dejan huellas simbólicas en el tiempo social, es de
interés teórico la naturaleza precisa del fracaso de la insurrección de Hidalgo, y
sus huellas simbólicas en el tiempo histórico real tuvieron efectos potentes en
dramas y procesos revolucionarios posteriores. Para el hombre Hidalgo fue un
fracaso, pero fue un éxito en la creación de un nuevo mito que contenía un nuevo
conjunto de paradigmas, metas y motivaciones para la lucha de los mexicanos.
Mis fuentes históricas para la insurrección de Hidalgo no son numerosas:
Hamill, Leslie Simpson, Luis Villoro, J Patrick McHenry, Eric Wolf, Justo Sierra.
Para los hechos de la insurrección me he apoyado fuertemente en el libro de
Hamill. El punto medular es mostrar de qué manera podríamos analizarlas en
términos de drama social, si tuviéramos suficientes datos, y sin embargo
quedarnos dentro del corral antropológico. Las arenas de la acción de este drama
van en términos físicos desde una ciudad pequeña hasta una región muy amplia;
su escenario final no es solamente la Nueva España en su totalidad (mucho más
grande que México, al cual sin embargo abarca), sino cubre también una buena
parte de Europa y de los jóvenes Estados Unidos e incluye, lo que es importante,
el fermento general de entre los soldados criollos de 1819 a 1824 en América
Latina. Concretamente empieza con un puñado de conspiradores en el Club
Literario y Social de Querétaro, que incluía al Padre Miguel Hidalgo, a Juan
Aldama y al Capitán Ignacio Allende, un oficial criollo a cargo de la milicia local;
Las cabezas de estos tres se pudrirían empotradas en solidaridad encima del gran
granadero en Guanajuato donde Hidalgo había ganado su victoria más decisiva.
Inicialmente estas cabezas estaban involucradas en una discusión inocente de las
doctrinas fascinantes de los enciclopedistas y de la Revolución Francesa, y
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posiblemente de la aplicación de ciertas doctrinas de los jesuitas (por ejemplo, las
de Francisco Suárez) al problema del lugar de la soberanía política, en la corona o
en el pueblo, y ¿quiénes son el pueblo, los criollos o los indígenas, o ambos? Más
tarde, después de que Bonaparte había secuestrado al rey español (quien luego
abdicó a favor del Príncipe Fernando) y había colocado a su propio hermano José
en el trono de España, los líderes del Club Literario y Social empezaron a forjar
una conspiración, intentando aplicar sus teorías en la arena política. Eso fue el
punto de crisis. La conspiración que forjaron fue tiernamente cándida. Cada año
hubo una gran fiesta al acompañamiento de un peregrinaje mayor a la Virgen de
La Independencia: Algunas fechas clave
1765-1772 Gálvez, visitador general. El virrey De Croix intenta reformar a la Nueva España de acuerdo al modelo centralizado borbónico
1763-1788 Revolución norteamericana
24 de junio 1767 Gálvez expulsa a los jesuitas. Rebelión popular en protesta. Gálvez cuelga a 85, encarcela a 674 y expulsa a 117 indios y mestizas en represalia.
1788 Carlos III de España muere. Godoy gobierna de hecho a España.
1789 Revolución francesa
1795 Godoy firma tratado con Bonaparte
1808 Bonaparte secuestra a Carlos IV y al príncipe Fernando
1808 El ayuntamiento criollo de la Ciudad de México se niega a reconocer a José Bonaparte como rey de España
Sept. 13 1808 La audiencia española nombra a Garibay virrey, reconociendo a la junta central de Sevilla como gobierno provisional de la España insurgente
Sept. 16, 1810 El Grito de Dolores, por Miguel Hidalgo
Sept. 28, 1810 Guanajuato se rinde a Hidalgo y Allende
Enero 17, 1811 Derrota de Hidalgo por Calleja en el puente de Calderón
Marzo 21, 1811 Hidalgo y Allende traicionados por un exinsurgente, Elizonde, y capturados cerca de Saltillo
Julio 30, 1811 Hidalgo es fusilado después de un juicio de cuatro mreses
1812 Constitución liberal de Cádiz en España
Dic. 22, 1815 Morelos es fusilado
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1820 Gobierno liberal en España bajo el coronel Riego
Sept. 27, 1821 Iturbide se nombre emperador de un México independiente bajo el Plan de Iguala. Coalición pasajera entre conservadores y liberales
1822 Iturbide es destronado
1824 Iturbide es fusilado, la república federal es establecida
San Juan de los Lagos, en la cual participaban por lo regular unos treinta y cinco
mil indígenas. Esta fiesta duraba dos semanas del primero de diciembre al quince,
y uno de sus principales aspectos comerciales fue un mercado de caballos era
posible adquirir buenos burros y mulas, que en las esperanzas de los
conspiradores formarían el núcleo de una caballería insurgente. Pero, si
estudiamos la relación entre símbolos religiosos con su eficacia en términos de
organización de movilización y movimientos políticos inmaduros, es tal vez más
importante que la principal atracción en San Juan de los Lagos (al oeste de
Guanajuato) era (y sigue siendo) la imagen supuestamente milagrosa de la Virgen
de Candelaria cuya figura fue utilizada por una indígena en 1623 para salvar la
vida de una pequeña acróbata (Volatina) que cayó encima de las puntas de un
gran número de cuchillos. El ocho de diciembre (la fiesta universal de la
Concepción Inmaculada) fue el día dedicado a la Virgen de Candelaria, cuando
muchos peregrinos – en su mayoría indígenas – entraron a San Juan de Los
Lagos. Este día una fuerza armada bajo el mando del Capitán Allende se
“pronunciaría” a favor de a independencia en nombre de Fernando VII, a quien los
criollos en aquel momento consideraron el soberano legítimo de España. Se
esperaba confiadamente que el pueblo se uniera, subiéndose a los corceles
convenientemente reunidos y, como la primera piedra de una avalancha, y pusiera
a México en movimiento revolucionariamente. Hidalgo y sus amigos estaban
concientes de la existencia, desde hacía algunos años, de otros grupos de
discusión política en otras ciudades, y esperaron que esos emergerían como
puntos de reunión para una lucha de independencia de la España bonapartista,
cuando Querétaro les diera un ejemplo y una dirección. Es interesante que
Hidalgo aparentemente había vislumbrado la posibilidad de movilizar las masas
rurales alrededor de una emblema de la Virgen. Según Hamill, podría haber
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tomado una bandera con una imagen de la Virgen de la Candelaria, en lugar de la
que tomó, la de la Virgen de Guadalupe. Sería preciso rápidamente coger la
propiedad española para financiar el movimiento incipiente.
Lo que me parece interesante a este estado temprano es la estrecha
relación entre los símbolos religiosos y la acción política en la historia de México.
Hamill escribió que “en la fase inicial de la insurrección los conspiradores habrían
invocado el factor religioso para jugar un rol santificador si no dominante. Con el
sacerdote elocuente Hidalgo de repente aprovechando las emociones despertadas
en los adoradores frente a la imagen de la virgen, le hubiera sido fácil incitarlos a
retener a los comerciantes españoles y sus mercancías” (1966: 114). Hamill,
también habla de un aspecto de “cruzada” en la “rebelión de Hidalgo”, a pesar del
hecho de que los enemigos españoles eran también fieles católicos. Por la ironía
de la historia, ¡los castellanos se habían convertido en “moros”! En efecto, nuestra
señora de San Juan de los Lagos era el sujeto de una devoción alentada por la
orden franciscana quienes, juntos con los dominicos y los agustinos,
proporcionaron a los primeros misioneros en México. Y, sin embargo, los
franciscanos se habían opuesto al crecimiento inicial de la devoción a la Virgen de
Guadalupe, que había sido fuertemente alentada por el clero seglar bajo la
dirección de Montúfar, el segundo arzobispo de México. En la última instancia,
como planteó Robert Ricard:
“El culto de la Virgen de Guadalupe y el peregrinaje a Tepeyac – el cerro
cerca de la Ciudad de México donde se dice que la Virgen Morada de
Guadalupe se mostró por primera vez al catequista Juan Diego, un indio
azteca, nos diez años después de la conquista española, de pura
casualidad el cerro donde habían adorado a la diosa prehispánica
Tonantzin antes de la llegada de Cortés ... se dice que este culto nació,
creció y triunfó con el apoyo del obispado ... en el contexto de la
turbulenta hostilidad de los frailes menores de México”2.
Los franciscanos alegaron que habían hecho todo lo que estaba en su
poder para convencer a los indios de que uno no adoraran o veneraran la imagen
2 Ricard, 1966: 191.
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material, sino a Dios o al santo que representa la imagen, mientras que el cuadro
milagroso que representaba a la Virgen Morada se había vuelto, con la ayuda del
obispo, un foco de la idolatría. En efecto, el Padre Francisco de Florencia quien en
el siglo XVIII escribió acerca de la Virgen de San Juan, señaló que la Virgen María
muestra su cara en imágenes para recordarnos que tenemos que mirar más allá
de las imágenes a la que nuestra fe reconoce y que nuestra voluntad venera, en
cada representación material.
Hay que recordar que Hidalgo pertenecía al clero seglar y que no habría
tomado una bandera con la imagen de la Virgen de la Candelaria si la rebelión se
hubiera desarrollado de acuerdo al plan, pues esta devoción, no obstante que era
inmensamente popular y atraía peregrinos de lugares tan alejados como la Ciudad
de México, Puebla, San Luis Potosí y Guanajuato, no cubría todo el país como
hacía el culto de la Virgen de Guadalupe. Hidalgo compartía con muchos otros
criollos americanos una sensación de identidad nacional y una sensibilidad para
los universales humanos, pero en su caso, debido a gusto y temperamento, más le
atraían vehículos de símbolos concretos, observables y dramáticos como centros
de unificación nacional, más que ideas abstractas de soberanía popular, como lo
hizo por ejemplo el revolucionario criollo dominico Fray Servando Teresa de Mier,
igual que otros también. Estos pensadores estaban bajo la influencia de ideas
deistas y de la Ilustración Francesa. Hidalgo entendió el poder movilizador de de
símbolos que contenían a un polo de su sentido designaciones orécticas y
sensoriales – como fue el caso de la imagen compleja de la Virgen morena
invocando ideas de maternidad, patria, madre tierra, y el pasado indígena, como
mostró Eric Wolf en su famoso artículo acerca de esta devoción focal mexicana.
Conceptos sin imágenes, tales como “soberanía popular” no podían despartar, y
luego canalizar, la energía de las masas populares. Y símbolos de cultos locales,
como la Candelaria, tenían un impacto regional más que nacional. Es por eso que
no me convence la visión de Hamill, de que fur una coincidencia que hizo que
Hidalgo no usara la Candelaria como su bandera sino la Virgen de Guadalupe. Los
conspiradores de Querétaro ya habían decidido que su movimiento debería ser
nacional. Es posible que Hidalgo no lo había calculado de manera fría y
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estratégica, pero sí sabía que si ondearía una bandera religiosa, entonces tendría
que ser una que simbolizaría la unidad y continuidad corporativas lo más amplias
posible.
No podemos saber cómo habrá sido el asunto, pues los espías del
gobierno, que entonces como ahora se desempeñan en los sistemas coloniales,
actuaron y desenmascararon el complot en Querétaro. Pero aún antes de que se
supiera de la traición, Hidalgo había avanzado la fecha de la insurrección al dos de
octubre y cambiado su curso.
Las denuncias de los conspiradores, algunas en la forma de cartas
anónimas, inundaron al gobierno. El capitán Arias, uno de los conspirados, se hizo
traidor y denunció la rebelión del dos de octubre. Por otro lado, Riaño, el
intendente de Guanajuato bajo la administración española, el buen amigo de
Hidalgo, titubeó en actuar contra el cura, aunque conocía perfectamente su papel
en la insurrección. Puede bien ser que esta demora le costó la vida al español,
poues el era uno de los primeros que sería muerto cuando los indio de Hidalgo
tomó Guanajuato un mes más tarde. Ahora el escenario está listo para el grito de
Dolores, que ya hemos descrito. Los eventos que fueron su causa inmediata se
han convertido en uno de los grandes mitos en la socialización política en México,
pues se vuelven a contar en el discurso del día de independencia cada año y se
encuentra en cada libro de texto de historia de la escuela primaria y secundaria.
Aún hoy, las monedas de cinco centavos se llaman “pepitas”, nombradas por
Josefa Ortiz de Domínguez quien inicialmente le advirtió a Hidalgo de que su
conspiración había sido descubierta en Querétaro; en esas monedas se encuentra
su retrato. Llegó el momento de la verdad cuando Pérez, el mensajero de Pepita,
fue a Dolores, cabalgó junto con Aldama, uno de los principales conspiradores,
para prevenir a Hidalgo y a Allende que se encontraba junto con el, de que el
complot había sido descubierto. Mientras que los demás discutían si huir y
exiliarse, Hidalgo y Allende declararon firmemente que iniciarían la rebelión
inmediatamente. Se dice, y eso puede ser mítico también, y sin embargo cierto,
que mientras que Hidalgo se ponía sus botas interrumpió el argumento excitado
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de Áldama a favor de la huida, diciendo imperiosamente, “muy bien, señores,
estamos perdidos. No hay otra cosa que hacer que ir a coger gachupines”.
Algunos han llamado la actuación de Hidalgo “brillantemente espontáneo”,
otros la han llamado “irracional”, y otros todavía, incluyendo a Hamill, “lógica”,
partiendo del hecho que no se podría esperar un resultado aceptable de un
rendimiento o huida, a que el tiempo era un factor estratégico y lo más
recomendable era una acción inmediata por un líder determinado (Hamill, 1966:
210). Considerando la cuidadosa preparación de parte de los conspiradores, por
ejemplo la producción y almacenamiento de armas y parque de Hidalgo, yo
también tiendo a estar de acuerdo y considerar su llamada a acción era
perfectamente racional, no obstante lo precipitado. Pero es cierto también que el
gobierno forzó la mano de los conspiradores y que Dolores no era el lugar idóneo
para iniciar una revolución. Hubiera sido mejor declarar una rebelión concertada
en varios poblados grandes, como por ejemplo Querétaro o el hogar de Allende,
San Miguel el Grande. Pero tal vez compensa esta desventaja el hecho que la
rebelión fue iniciado un domingo, pues era el día de plaza tradicional, y se podría
esperar que grandes cantidades de indios y mestizos atendieran la misa antes de
dedicarse al comercio. Y realmente, de acuerdo a la relación de Allende, ya a las
ocho de la mañana hubo más de seis cientos hombres, a pie y a caballo, que
habían llegado de los ranchos cercanos. Y a esos hombres dirigió Hidalgo su
primer llamado a insurgencia, la mayor parte de los historiadores, sin embargo,
ahora están de acuerdo en que Hidalgo ya estaba convencido de que la
independencia debía ser la meta principal, pero en aquel momento se cuidó en
subrayar que el fin de la rebelión fue el proteger al reino, cuyo soberano legítimo
era Fernando VII, contra los franceses. En aquel tiempo Fernando VII gozaba de
una considerable popularidad entre las masas en México, mientras que los
franceses estaban temidos. Es también probable que el cura entonces marcó los
clímaxes de su discurso con los lemas “Viva la religión” y “Muere el mal gobierno”,
que pronto aparecieron en los volantes crudamente impresos qe los miembros del
gobierno de Hidalgo distribuyeron. Es también probable que Hidalgo prometió
abolir el tributo que las autoridades coloniales les habían impuesto a los indios.
VICTOR TURNER: HIDALGO: LA HISTORIA COMO DRAMA SOCIAL 12
Parece que solamente después de esta arenga, y después de la toma de Dolores
inmediatamente en seguida, que Hidalgo a la cabeza de su pequeña banda
recogió la bandera con la imagen de la Virgen de Guadalupe, cuando pasaron por
la aldea de Atotonilco a medio día del mismo día.
Igual que la parroquia de Hidalgo, la ciudad de Allende, San Miguel, se
rindió a los insurgentes el mismo día, a la puesta del sol. La milicia local de
criollos, que Allende ya había subvertido, se pasó a los rebeldes, mientras que
todos los peninsulares se rindieron y fueron encerrados. El mismo día, con tantas
“esencias” “concentradas” salieron las primeras noticias de violencia de masas,
cuando las tiendas y los hogares de españoles fueron asaltados y saqueados.
Pero a esta altura Allende, cuyo énfasis siempre estaba en una toma del poder por
los criollos, aunque con el apoyo de los indios, tenía todavía suficiente autoridad
en su propia ciudad para controlar el desorden y luego, junto con Hidalgo,
establecer una tesorería insurgente y organizar una junta de ciudadanos de
criollos locales. Pero se vio obligado a conceder, bajo la presión de la creciente
hueste de Hidalgo de campesinos y obreros indios, qe el cura de Dolores sería el
dirigente supremo de la insurrección. En la noche de 19 de septiembre el ejército
de hidalgo alcazó las afueras de la ciudad rica de Celaya y el cura le entregó un
ultimátum al cabildo. En este ya estaba empezando a asumir una línea dura y
amenazó con ejecutar rehenes españoles si Celaya no se rindiera. Los regidores
se sintieron obligados a rendirse ante el ya grande ejército de hidalgo, y los
insurgentes entraron a la ciudad el 21 de septiembre, y la saqueó.
Fue en Celaya que Hidalgo asumió el título de “Capitán General de
América”, pero hay que recordar que hizo eso en el marco de un intento
sistemático de organizar el ejército con el fin de ampliar significativamente la
revolución. También fueron nombrados emisarios y tenientes. Ya vimos que
Hidalgo estaba conciente del alor de un símbolo dominante de nificación en la
bandera de Guadalupe, pero es bien posible que haya pensado que también se
requería un foco de liderazgo. Desafortunadamente, Hidalgo n era militar y puede
ser que hubiera sido prudente dejar la organización y la capacitación de su ejército
a Allende, un soldado competente, si se hubiera contentado con ser lo que
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Bertrand de Jouvenal ha llamado un “rex”, una figura trascendental que encarna
todos los más altos valores compartidos de una sociedad, y no había aspirado a
ser un “dux”, un organizador pragmático de grupos concretos para alcanzar metas
políticas limitadas, puede ser que a independencia habría sido alcanzado varias
décadas antes de que realmente ocurrió. Pero es posible que para entonces
Hidalgo no era ni rex ni dux, sino un profeta que se había vuelto carismático por
las comunidades despertadas y militantes del pueblo insurgente. Tanto rex como
dux son términos que hubieran podido aplicarse, y también posiciones
estructurales que podrían haber encontrado su expresión cultural en una situación
en la cual los criollos americanos se habían quedado firmemente en control de la
dirección de los eventos. Pero a la medida que grandes contingentes de indios se
agregaron a ejército, creció la influencia de Hidalgo y se redujo la de Allende y sus
seguidores criollos, ahora en minoría. Es posible que el lado profético de la
naturaleza de Hidalgo respondía demasiado vigorosamente, an si de manera
somnámbula, al ardor de sus indios y su violencia en los esfuerzos por quitarse de
encima tres siglos de opresión española. Pronto los componentes inconscientes e
irracionales de la insurrección llegaron a dominar los componentes de cálculo
racional. Pero es posible que exactamente en eso estriba el secreto de su poder
apremiante sobre la posterior historia mexicana y su influencia potente sobre el
arte y la literatura mexicanos, lo que algunos han llamado su carácter “existencial”.
Si podemos etiquetar este tipo de acciones revolucionarias que se
manifiestan en la insurrección, de manera provisional y en analogía con el uso de
Freíd, un “proceso primario”, como lo ha sugerido Darío Zadra, entonces tenemos
una pista para captar la naturaleza de procesos similares en otros contextos. Un
proceso primario no se desarrolla a partir de un modelo cognitivo conciente, surge
de la experiencia cumulativa de pueblos enteros, cuyas más profundas
necesidades y faltas materiales y espirituales durante largos tiempos han sido
negado una expresión legítima de parte de las elites que detienen el poder, que
operan de una manera análoga a la “censura” en los sistemas psicológicos de los
cuales habla Freud. Es bien posible que exista en ciertas situaciones
revolucionarias una relación empírica entre el derrocamiento de una autoridad
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política al nivel social y la liberación de controles represivos al nivel psicológico.
Junto con la violencia podemos encontrar creatividad, en el sentido de que toda
una estructura cultural escondida, ricamente vestida en símbolos, de repente sea
revelada y se convierte al mismo tiempo en modelo y estímulo para nuevos
desarrollos fructíferos – en la ley y en la administración, así como también en el
arte y en las ciencias. Procesos primarios de un carácter similar al de la Comuna
de París y los eventos de 1968 en Francia son discutidos en el texto de Ari Zolberg
“Moments of Madness” (“Momentos de locura”) de 1971. Una de las
características de este tipo de procesos primarios es que el desarrollo se presenta
como inevitable. No debemos percibir estos procesos, como en el caso de la
mayoría de los procesos culturales, como el producto de principios y normas
establecidos, que sea aisladamente, en conjunto o en conflicto entre ellos. Surgen
más bien de una profunda necesidad humana de modos más directos y igualitarios
de conocer y experimentar relaciones, necesidades que han sido frustrados o
pervertidos por aquellos procesos secundarios que constituyen el funcionamiento
homeostático de la estructura social institucionalizada. Por esta razón un proceso
primario posee una urgencia y un momentum que a menudo elimina a personas y
grupos que intentan controlar los excesos mediante la aplicación de sanciones
éticas y legales basadas en principios y valores establecidos. Los hombres que se
hallan atrapados en un proceso primario se encuentran en un estado de locura e
intentan establecer el reino (o la república) del cielo en la tierra, y proceden de
manera compulsiva para eliminar cualquier elemento que les parece representar
un obstáculo a este deseo. Entre más tiempo el deseo por la comunitas haya sido
acorralado, más fanática será la forma que asume el proceso primario cando
finalmente se escape del corral. Dije que “el desarrollo se presenta como
inevitable”, pero no hay que olvidar que un proceso primario no se desenvuelve en
un vacío social, sino en un campo social preestructurado y lleno de residuos
complejos de anteriores procesos primarios y secundarios. De algún modo, un
proceso primario se asemeja a una epidemia. Si fueron dejados solos, cada
proceso tendería a tomar su cauce y terminar su trayectoria. Pero son los doctores
que combaten las epidemias, las revoluciones son combatidas por el
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establishment. Con eso no quiero decir, por supuesto, que las revoluciones
pertenezcan a la patología social, realmente podemos decir que algunas de ellas
tienen muy claramente su valor terapéutico. Solamente deseo subrayar que
procesos primarios, tales como revoluciones y otros tipos de movimientos sociales
apremiantes, parecen tener una etiología y un momentum que les son propios y
que no se deja explicar en términos estructural-funcionalistas, y que este tipo de
procesos tienen un carácter gestáltico en el sentido de que tienden a moverse
hacia un clímax y una clausura apropiados y exhaustivos.
Los planes criollos de Allende y Aldama fueron barridos como barquitos de
papel en el tsunami que el grito de Hidalgo había puesto en movimiento. Después
de Celaya siguió Guanajuato. Una semana después del grito, por lo menos
veinticinco mil rebeldes, en su mayoría indios, dejaron Celaya para atacar aquel
rico centro minero, gobernado por el anterior amigo de Hidalgo, el intendente
Riaño. Casi parece como si eso fuera el momento en el que Hidalgo de manera
definitiva cortó los principales lazos con su anterior vida como un cura criollo,
ahora vio a Riaño solamente como un enemigo gachupín y Guanajuato como el
sitio de una gran fiesta de sangre. Hidalgo soltó a sus huestes contra la Alhóndiga,
el granero, el gran granero de la ciudad, más como el líder de un jihad – algo así
como el mahdi en el Sudán – que como un cura parroquial, cuando Riaño rechazó
su ultimátum y convirtió el granero en una fortaleza. Y en esta fortaleza se
encontraba, hecho significativo, no solamente los peninsulares de Guanajuato,
sino también muchos criollos, una clase que ya se sentía incómoda con el carácter
de las metas de Hidalgo. El 28 de setiembre los insurgentes atacaron la
Alhóndiga, masacraron a la mayoría de sus defensores y durante dos días
saquearon la ciudad, violando y matando a diestra y siniestra. Ha sido recordado
que Allende, sollozando y maldiciendo, intentó controlar a sus seguidores indios
utilizando el lado plano de su espada, mientras qe Hidalgo repetidamente
declamaba que no se les castigaría por lo que habían hecho o lo que harían.
El proceso primario convierte eventos fácticos en símbolos para la
posteridad, y el granadero fortificado de la Alhóndiga se convirtió en un símbolo
para los mexicanos, al mismo tiempo similar a y diferente de la Bastilla de la
VICTOR TURNER: HIDALGO: LA HISTORIA COMO DRAMA SOCIAL 16
Revolución Francesa. También se convirtió en un símbolo la muerte heroica en la
puerta de la Alhóndiga, así como también las hazañas heroicas de los tres
mineros indios que, al lado de Hidalgo, “cargaron a sus espaldas piedras grandes
para protegerse contra la lluvia de balas, y corrieron agachados a las puertas
donde prendieron fuego. Las llamas subieron por las vigas pesadas y pronto
devoraron las puertas” (McHenry, 1962: 81). Esta hazaña les despejó el camino a
los insurgentes quienes entraron y pelearon por el dinero y el botín que
encontraron allá adentro, entre los cuerpos sangrientos de amigos y enemigos. La
ira y las lágrimas de Allende al ver la masacre de los ciudadanos mexicanos,
criollos de clase media, y el compromiso de Hidalgo con la carnicería, que él
empezó a describir como la reconquista de México que cancelería la conquista
española que Cortés había completado casi tres cientos años antes, también se
hicieron símbolos de la energía trágica y creativa del descubrimiento de México de
sí mismo. Fue Octavio Paz quien, en su “Laberinto de la soledad”, nos invitó a ver
las figuras opuestas de esta historia como “formando parte de un solo proceso”
(1961: 147). Con su comentario tenía en mente pares revolucionarios opuestos
como Zapata y Carranza, Villa y Obregón, Madero y Cárdenas, así como también
otros héroes de la revolución de 1917. Pero se puede pensar también en los
héroes de la insurrección de Hidalgo y, en efecto, de todo el proceso de
independencia.
Lo que aquí nos interesa es la pareja heroica de Hidalgo y Allende. En
muchos sentidos la independencia presagiaba la revolución. A Hégel le habría
encantado la triada dialéctica que formaban las luchas por la independencia, la
reforma y la revolución. La primera y la última de estas tres fueron dominadas por
el proceso primario, mientras que la segunda por el proceso secundario o
“estructurador”. Octavio Paz ha comparado los protagonistas de la reforma con los
de la revolución, declarando que aquellos poseen “cierta sequedad” que los hace
“figuras respetables pero oficiales, héroes de un oficio público, mientras que la
brutalidad y la tosquedad de estos los ha permitido convertirse en mitos populares”
(1961: 147-148; véase también los corridos). La “tesis” de la independencia
comparte esta calidad mitopoética con la revolución, y los poderosos clérigos
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militares, Hidalgo, Morelos y Matamoros, igual que los guerreros dedicados,
Allende y Guerrero, encajan tanto con la imaginación popular y la furia creativa de
artistas como Orozco y Rivera como hacen los héroes de la “síntesis”, la
revolución de 1917. El mexicano arquetípico, el mestizo (“de sangre mixta”) es
frecuentemente representado por los muralistas como nacido del fuego, saliendo
de aquella lucha gozosa y mortal entre los principios opuestos, hombre blanco y
hombre cobrizo, europeo y americano, cristiano y pagano, católico y ateo. La
historia de México ha sido una continua ejemplificación de la regla de Blake:
“”Debo destruir la negación para redimir los contrarios”. La negación era para
México la estructura política jerárquica basada en una soberanía extranjera
española y posteriormente en todas otras formas de intervención extranjera y
dominación política y económica, que sea francesa, norteamericana, o cualquier
otra cosa. Pero los contrarios eran las tradiciones españolas e indígenas que se
juntan en la cultura mestiza de México. Eso es, por lo menos, al mismo tiempo el
mito y la aspiración. Como nunca se cansaba de señalar Justo Sierra, el famoso
historiador decimonónico que era, él mismo, un hacedor de mitos: “Los mexicanos
son los hijos de los dos pueblos, de las dos razas ... a ellos les debemos nuestra
alma. Las tres grandes rebeliones populares que hemos mencionado son los
dramas sociales nacionales que sirvieron, primero en términos simbólicos y luego
en términos ideológicos, para darle reconocimiento conciente a aquel hecho que
ya estaba presente latentemente en el periodo colonial. Justo Sierra no se refiere
tanto a un “cuerpo” mestizo, el producto de una mezcla genética, como a un
“alma” mestiza (siendo el alma el “ser”, el “ser humano”, la “fuerza”, el “marco”), el
producto de más de un siglo de confrontaciones violentas. Este énfasis mestizo
pan-mexicano, tan diferente del África del Sur que una vez conocí, es
probablemente una de las razones por las cuales los “movimientos” sobre
fundamentos o presupuestos indios, “tribales” o pre-colombinos son tam
manifiestamente inexitosos en el México moderno. Hidalgo se encontraba en el
radix, los orígenes humanos, de este proceso hacia una mezcla, o mejor dicho
síntesis, cultural, que es tan diferente de la situación en América del Sur, hablando
en términos generales.
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Ahora hemos acompañado a Hidalgo a Guanajuato y al asalto a la
Alhóndiga. Parece que Hidalgo tuvo cierta dificultad en nombrar a un nuevo
intendente en sustitución de Riaño, pues ya había empezado a enajenar al
aproximadamente millón de criollos en la Nueva España, de los cuales muchos
ocupaban cargos en el gobierno local. Para asegurarle a la insurrección una sólida
base monetaria Hidalgo también estableció una casa de la moneda en
Guanajuato, para eclipsar la que existía en la Ciudad de México, y luego nombró
oficiales para su propio ejército y tenientes que representaran la rebelión en otras
partes del país. Algunos de estos nombramientos eran acertados, en particular la
elección de José María Morelos y Pavón, otro cura guerrero – anteriormente
estudiante de Hidalgo en el Colegio de San Nicolás en Valladolid (hoy Morelia),
que sería uno de los héroes mártires de México. Por el han sido nombrado un
estado (Morelos) y una importante ciudad (Morelia). Todos estos oficiales
pertenecían a la pequeña sección de criollos que apoyaron a Hidalgo.
Desde el momento que las noticias de la insurrección llegaron a la Ciudad
de México, la propaganda de la corona había sido un intento por ganarse a los
criollos, tanto los de primera generación, conocidos como “criollos europeos”,
como aquellos que contaban con uno o dos generaciones de ancestros nacidos en
América, más o menos de descendencia española en términos de una definición
cultural, y conocidos como “criollos americanos”. Las personas que se
encontraban solamente a una distancia de una generación de España o casados
con esposas gachupinas eran particularmente vulnerables a la percusión del lado
d ela corona, pues muchos de sus parientes cercanos, .... eran “peninsulares”. Las
masacres de peninsulares por parte de Hidalgo, y el encarcelamiento, les dejó una
muy mala impresión.
Fue sobre este trasfondo de un creciente resentimiento criollo contra
Hidalgo que el líder insurgente avanzaron hacia Valladolid. En esta ciudad que ya
antes había sido el centro de na conspiración contra los españoles Hidalgo tuvo
que enfrentarse a otro viejo amigo suyo, el obispo electo de Michoacán, Manuel
Abad y Queipo, un clérigo liberal. Antes del rendimiento de la ciudad, el obispo
excomulgó a Hidalgo y Allende, juntos con otros dos líderes de los insurgentes. A
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la zaga de la excomunión seguían acusaciones de parte de la inquisición contra
Hidalgo, por herejía. Es dudoso, sin embargo, hasta qué grado el uso político de
estas herramientas religiosas tuvieron efecto sobre los seguidores indios de
Hidalgo, pero puede bien haberlos disuadido a los criollos urbanos de
comprometerse a apoyarlo. Ambos lados compartían la misma religión, y los
insurgentes insistían en que su movimiento no representara una amenaza contra
el futuro de la religión establecida en México. Alegaron que “nuestro movimiento
es un asunto puramente político, que no afecta a nuestra santa religión en lo más
mínimo”. Pero parece que la politización de la religión, por parte del establishment
español con los criollos que lo apoyaron, tuvo algún efecto en prevenir que se
extendiera más el apoyo de la clase media a los insurgentes. Es posible que
Hidalgo habría logrado su meta si todos los criollos hubieran permanecido neutros,
permitiendo una confrontación directa entre los indios y los españoles, pero
muchos de los criollos usaron su influencia sobre los indios, no solamente para
evita que se afiliaran a Hidalgo, sino volteándolos directamente contra la
insurrección. Alegaron que Hidalgo usaba a los indios solamente como carne de
cañón, y que de todos modos la chusma que el cura había movilizado no eran más
que unos “chichimecas”, los bárbaros del norte que antaño habían saqueado las
culturas avanzadas en el altiplano mexicano. Ya que muchos de los criollos
emplearon a labriegos indios, y podrían dejar a sus sirvientes y campesinos en un
estado de miseria y hambruna, es evidente que estaban en una posición para,
como dicen los politólogos, usar su “influencia” y “persuasión” contra ellos.
El último episodio (drama social) de lo que historiadores como Hamill por lo
regular llaman la primera fase de la insurrección de Hidalgo surgió cuando Hidalgo
continuó desde Valladolid hacia la Ciudad de México. El 29 de octubre,
exactamente seis semanas después del grito, los insurgentes se encontraron
frente a Toluca, y solamente una cordillera no muy elevada y 2,500 tropas de la
corona se interponía entre ellos y el gran botín, la Ciudad de México que Cortés
había ocupado muchos años antes, cuando era todavía Tenochtitlán. Pero los
defensores de la ciudad, bajo el mando del general Torcuato Trujillo, eran
soldados disciplinados apoyados por artillería regular, y no obstante que fueron
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obligados a retirarse, les inflingieron muchas bajas a las masas campesinas
indisciplinadas de Hidalgo, dos mil fueron muertos, muchos más heridos, y ,miles
de indios y castas (mestizos) abandonaron a Hidalgo. Más que alentar a las
fuerzas de Hidalgo, la victoria pírrica en Montes de las Cruces las desanimó.
Mientras tanto otro ejército de la corona, esta más grande bajo el mando del
general Calleja, el “carnicero Cumberland” de la Nueva España, se había reunido
en San Luis Potosí y había avanzado hasta Querétaro. Hidalgo, ahora solamente
con la mitad de los ochenta mil hombres que lo habían seguido desde Valladolid,
se quedó pasivo unos tres días en el pueblo de Cuajimalpa, intentando atraer a
otros indios de los pueblos del Valle de México. Un poco antes, algunos de los
indios habían intentado robar a Virgen de los Remedios de su templo en
Totoltepec, pero la tropa de la corona había frustrado el intento. Curiosamente,
lsegún a leyenda a manifestación o “refracción” de la madre de Dios los había
alentado a los hombres de cortés durante la noche triste cando fueron vencidos
por los aztecas. Otra leyenda nos cuenta cómo un soldado español en su huida
por el Puente de la Mariscala, al norte de la ciudad, había escondido la imagen,
una virgen de silla (?) bajo unos magueyes hasta que fuera redescubierto en 1540
por un cacique azteca, Juan Cuautli, que pasó cazando por allí. A los indios de
Hidalgo les debe de haber parecido que nuestra Señora de los Remedios todavía
estaba al lado de los españoles, y que Remedios se oponía a Guadalupe en otra
modalidad de la eterna dicotomía mexicana. De todos modos, Hidalgo se alejaba
de la Ciudad de México con sus huestes, por lo que se han propuesto muchas
explicaciones. Algunos dicen que Las Cruces había reducido el parque de los
insurgentes, otros que los defensores de la ciudad había colocado minas frente a
cada entrada a la ciudad. Los apologistas de Hidalgo insisten en que perdonó a la
ciudad por consideraciones humanitarias. Es difícil creer el testimonio que fue
publicado por el gobierno colonial y la inquisición después de la captura de
Hidalgo, según el cual Hidalgo se arrepentía amargamente de las masacres que
sus seguidores habían cometido en Guanajuato y deseaba ahorrarles a los
ciudadanos de la Ciudad de México un destino parecido. Hay siempre que
considerar confesiones arrancadas por los que tienen el poder con cautela.
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Supongo que es posible que el lado criollo de la personalidad de hidalgo en este
momento de cambio de la fortuna, pues tenemos que recordar que su padre era
gachupín, nacido en España, y se puede haber opuesto a cometer un parricidio
simbólico. En mi opinión es más probable que Hidalgo, sabiendo del avance de
Calleja y después de haber experimentado el poder de la organización militar y
haber visto cómo un pequeño ejército disciplinado podía inflingirles fuertes bajas a
sus grandes masas de seguidores que carecían de preparación militar, pensaría
que sería más prudente retirarse por el momento y proporcionarles a sus hombres
una tal preparación militar. Los argumentos de Allende, expresados con tanta
fuerza en Guanajuato, tal vez le habrán parecido más convincentes al caudillo
después de la Cruces. Puede ser que sus argumentos habrán sido: si entrara a la
Ciudad de México sus indios se podrían haber dispersado en busca de botín, así
haber sido una presa fácil para el despiadado Calleja. Sin embargo, eso fue el
primer titubeo importante de Hidalgo, simbolizando que se habían alcanzado los
límites del momentum inicial de la insurrección. El proceso primario había sido
hecho a un lado por la fría premeditación. Con este paso Hidalgo ni siquiera
recuperó la amistad de Allende, destruida en Guanajuato, pues de acuerdo al
testimonio del prisionero García Conde a esta altura la facción de Allende
empezaba a referir a Hidalgo como “el cura malicioso”. Es posible que si Hidalgo
hubiera avanzado habría tomado la capital, ganando suficiente apoyo de indios,
mestizos y criollos como para repelar a Calleja, pero es posible también que la
causa insurgente ya no atraía a la gente, y que Hidalgo estuviera conciente de
eso. En la prensa no faltaban, por supuesto, artículos en los cuales se comparaba
el retiro de Hidalgo con el de Áttila de Roma. Allá San Pedro había intimidado a los
bárbaros, aquí lo hizo la Virgen de los Remedios.
Ahora tendré que esbozar brevemente cómo pasó la última fase trágica de
la insurrección de Hidalgo. En el camino hacia el norte, hacia Querétaro, los
insurgentes fueron atacados cerca de Aculco por Calleja y perdieron casi todo su
parque, equipaje y animales – así como ocho mujeres de su burdel itinerante.
Aparentemente fue durante esta batalla que los hombres de la milicia criolla que
defendía la causa de Calleja decidieron quedarse leales a la causa española y no
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afiliarse a los insurgentes. Después de Aculco Hidalgo y Allende dividieron sus
fuerzas, regresando este a Guanajuato para fabricar parque nuevo y aquel a
Valladolid para reorganizar la tropa y reclutar más hombres. Hidalgo se desahogó
y dio expresión a su odio a los españoles ordenando la ejecución de unos sesenta
de ellos sin juicio, y posteriormente ordenaría la ejecución de otros 350
gachupines en Guadalajara; ya no era cuestión de capturar españoles, sino
sencillamente de ejecutarlos. Parece que ya se había entregado por completo a la
suerte de los indios y se había alejado de la posición de los criollos moderados, la
liminalidad creativa que a lo mejor se encontraba a la raíz de sus anteriores
profecías y su liderazgo carismático de un movimiento que fuera auténticamente
mexicano, aunque fuera de manera inconsciente. Desde la conquista ningún
movimiento popular ha tenido éxito que no fuera indio o europeo, tendría que ser
una síntesis de ambos o nada, por lo menos en principio o como mito, si no en
realidad.
Hidalgo regocijó al saber que su teniente Torres había entrado a
Guadalajara el 11 de noviembre, y él mismo entró a aquella bella ciudad (famosa
por sus mujeres hermosas pero dominantes) dos semanas más tarde, al
acompañamiento de música de boda y más tarde de un Te Deum cantado y con
una orquesta completa. Las autoridades criollas del lugar sabían cómo complacer
a un hombre cuyas veladas músicas en Dolores eran conocidas. Aquí también le
llegaron las buenas noticias del temprano éxito de su teniente Morelos quien
estaba ahora asediando a Acapulco, y del cura Mercado que acababa de ocupar
San Blas, cerca de la desembocadura del río Santiago. Pero ya con la caída de
Guanajuato al general Calleja quien inmediatamente colgó y fusiló a sesenta y
nueve ciudadanos, seleccionados para este destino por sorteo, en represalia por
las matanzas de Hidalgo.
Cuando el implacable comandante Calleja empezó a avanzar contra
Guadalajara con seis mil soldados bien pertrechados y bajo un excelente mando,
sus quejas, que ya dos veces se habían hecho notar, crecieron a claras
amenazas. Como de costumbre, Hidalgo y Allende estaban en desacuerdo acerca
de cómo enfrentar al enemigo. Hidalgo, con quien se habían juntado mucho más
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miles de indios insurgentes durante su estancia en Guadalajara, estaba a favor de
jugárselo todo, en una sola jugada, y lanzar a sus setenta mil soldados irregulares
contra el enemigo mientras que Allende, a quien las experiencias en Las Cruces y
Aculco había hecho cauteloso, aconsejaba evacuar la capital insurgente y dividir el
ejército en por lo menos seis partes, que en turno atacarían a la tropa de la
corona. Pero Hidalgo ganó, diciendo que estas medidas causarían una pérdida de
entusiasmo y moral, y provocarían una deserción en masa. Le faltaba todavía
aprender las amargas lecciones de Spártacus y Wat Tylor, que comunitas sola no
gana ninguna batalla; la estructura es más efectivamente destructiva. Así que
Hidalgo, espléndidamente vestido en uniforme y montado en un vistoso corcel,
llevó su enorme y ponderoso ejército de Guadalajara hacia aquel fatal puente de
Calderón, a once leguas al este de la ciudad. Allí Calleja insistía constantemente
en atacar con su ejército, mucho más pequeño pero más disciplinado, pero el
resultado de combate estaba en veremos hasta que una bala de un cañón de la
corona diera en una carreta de parque de los insurgentes. La explosión que
resultó no solamente mató a muchos indios, sino también incendió al pasto y
arbustos secos en el campo de batalla. Un fuerte viento alentó las llamas y las
empujó hacia los insurgentes, y se apreció las consecuencias de la falta de
disciplina: entraron en pánico, su huida se volvió un descalabro y Calleja barrió el
campo. Por lo menos murieron mil insurgentes, en comparación con las pérdidas
de Calleja de solamente cincuenta hombres – no obstante que su segundo en
mando Manuel de Flon, el Conde de la Cadena, murió hacia el final de la acción.
Todo el equipaje y la artillería de Hidalgo - optimistamente preparados para un
avance inmediato hacia la Ciudad de México después de la victoria contundente
que esperaba el generalísimo – fue cogido por los soldados de la corona. Hidalgo
y los demás líderes se vieron obligados a huir, y eso fue en efecto el fin de la
primera fase de la independencia conocida como la insurrección de hidalgo.
Historiadores, sin embargo, como por ejemplo Hamill, han alegado que aún si no
hubiera ocurrido el incidente de la explosión y las fuerzas de Hidalgo hubieran
ganado – y luego hubieran procedido a tomar la Ciudad de México – los rebeldes
no tenían esperanza de una victoria final, ya que había alienado a los criollos de
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su causa y habían provocado la gran mayoría de ellos a oponerse con fuerza. Han
llegado a decir que la insurrección ya había fracasado antes de la batalla en el
puente de Calderón, como un resultado de la masacre en Guanajuato.
Es siempre deprimente ser el cronista de una retirada – como se dio cuenta
Tolstoy en “La guerra y la paz”, aún cuando uno no tenga simpatía por los
vencidos – pues provoca miedos y ansiedades humanos de un tipo universal. Voy
a comprimir el cuento de las fortunas decepcionadas de los insurgentes en unos
pocos párrafos. Cerrado el camino, no solamente por Calleja sino también debido
a los éxitos de otros generales de la corona3, después de una retirada hacia el
centro y hacia el sur, los rebeldes se replegaron hacia el norte, donde el
movimiento ya había cosechado algunos éxitos en Zacatecas, el sur de Sinaloa y
San Luis Potosí, donde Hemera, un fraile lego de la orden de San Juan de Dios
había tomado la importante ciudad minera. Durante algún tiempo creían todavía
que les sería posible recuperar la fortuna, especialmente por la adquisición de
dinero y artillería en Zacatecas. Y Allende aprovechó un rato la desgracia de
Hidalgo en el campo de batalla por Calderón. Dos días después de la derrota, en
Pabellón en el camino hacia el norte, Allende y otros líderes que habían escapado,
le quitaron a Hidalgo el mando, aunque le permitieron quedarse como jefe títere
gracias a su carisma. Allende ahora sería generalísimo, pero no le sirvió de gran
cosa, pues las noticias de Calderón llegaron a Zacatecas antes que los
insurgentes. Los habitantes de la ciudad se quedaron fríos y adustos durante la
semana que se quedaron las tropas en la ciudad, y Allende decidido dirigirse hacia
más al norte para establecer contacto diplomático con los Estados Unidos, en la
esperanza de comprar armas y enlistar mercenarios de la república en el norte -
tal vez en algunos aspectos el modelo del intento de Allende de crear una
revolución de colonos de clase media. Mientras tanto, el astuto virrey Venegas, el
quinquésimo noveno virrey de la Nueva España, un soldado profesional que había
servido en la guerra peninsular contra el tirano Napoleón Bonaparte, haciendo uso
de la zanahoria de amnistía selectiva y el palo de opresión sin clemencia como los
medios tácticos para alcanzar metas estratégicas, había fortalecido la posición de
3 Como por ejemplo José de la Cruz en Michoacán
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la corona en los principales centros de población y poder. Pero la antorcha de la
independencia seguía ardiendo con fuerza entre los indígenas y las castas, y los
otros dos héroes legendarios de la independencia, el padre José Morelos y Pavón,
con los restos del ejército de Hidalgo, Vicente Guerrero y sus guerrillas en las
montañas en el país mixteco cerca de Oaxaca en el sur, seguían molestando al
gobierno español y sus aliados criollos. Finalmente, por supuesto, el acercamiento
de Guerrero al anterior comandante de las fuerzas de la corona Iturbide llevó a la
independencia de México de España en 1811. Pocos años después ambos habían
abandonado este mundo por la vía acostumbrada del asesinato.
Con Hidalgo removido de su posición dominante en el comando militar la
insurgencia perdió su principal personaje mítico y procesual y se desdibujó como
en la luz del día común y corriente, con poca esperanza. Así que no nos peude
sorprender que sus primeros líderes fueron traicionados por un exinsurgente el 21
de marzo de 1811 – como ha sido el destino de tantos héroes político-míticos de
México, como Emiliano Zapata, por ejemplo, un siglo más tarde, que han sido
traicionados por un judas en su propio campamento. Con eso se acabaron los seis
meses de gloria y miseria de Hidalgo, y fue capturado y sentenciado cerca del
oasis de Baján – un lugar que, por la ironía de la historia, es mejor conocido como
Nuestra Señora de Guadalupe de Baján. El chispazo de gloria de Hidalgo terminó,
como había empezado, con la humareda de miseria alrededor de Guadalupe.
Se ve que la historia repite los profundos mitos de la cultura, que han sido
generado en grandes crisis sociales, en puntos de cambio. Muchos
revolucionarios mexicanos han caminado por la vía crucis – como Cristo, hombres
del pueblo o religiosos, han transmitido un mensaje, han tenido un éxito inicial,
luego han sufrido desgracia o frustración o han padecido vejaciones físicas (aquí
caben muchas tristes variaciones), han sido traicionados por un amigo o un
supuesto allegado, han sido ejecutados o asesinados por las autoridades estatales
más altas, luego de lo cual han experimentado una curiosa resurrección en la
legislación, una canonización política que se manifiesta en la erección de
monumentos, en el arte popular y elitista, formas de indoctrinación en la escuela,
novelas, conmemoraciones, y otros modos de inmortalización social. Aquí quisiera
VICTOR TURNER: HIDALGO: LA HISTORIA COMO DRAMA SOCIAL 26
hacer referencia a lo que dije anteriormente acerca de procesos públicos primarios
que generan mitos, acerca de la función del mito proporcionando marcos
axiomáticos para subsistemas éticos y legales que funcionan internamente,
acerca de cómo los mitos religiosos – y sus componentes episódicos – constituyen
modelos para procesos dramáticos o narrativos que influyen sobre la conducta
social de una manera que adquiere la luz de una curiosa necesidad que se
sobreponen a cuestiones de interés, eficacia, o aún de moralidad, una vez que
adquiera auténticamente un apoyo popular. Estoy conciente de que eso es una
declaración intuitiva; sin embargo, debería ser posible formularla en términos más
rigurosos. Lo que aparentemente sucede es que cando se pone en movimiento un
importante proceso público de carácter dramático, entonces la gente asume los
roles que lleva consigo, que sea de manera conciente, preconciente o inconcente,
si no exactamente guiones no escritos, entonces tendencias profundamente
interiorizadas de actuar y hablar de modos suprapersonales o “representativos”
apropiados para el rol asumido, y preparar el camino para cierto clímax que se
aproxime a la naturaleza de un clímax dado en algún mito central de la muerte o
de la victoria de uno o varios héroes – o, en el caso mexicano, de la muerte-
victoria – en el cual han sido profundamente indoctrinados o “socializados” o
“esculturados” durante los años vulnerables e impresionables de la infancia, la
niñez y la lactancia. Es por eso que lo encuentro imposible entender la credibilidad
de Emiliano Zapata cuando fue invitado al encuentro final por una persona que es
conocida como traidor y renegado, a menos que fuera para cumplir la profecía que
frecuentemente había proferido, de que quería “morir por el pueblo”. En anteriores
ocasiones había evitado trampas similares; esta vez estaba, como lo expresa la
saga islandesa, “fey”. Otra manera de decirlo sería que “las representaciones
colectivas” habían sustituido “las representaciones individuales”.
El modelo es aquí el mito de Cristo, no de una manera cognoscitiva y
anémica, sino de un modo existencial y ensangrentado. Aún el emperador
Maximiliano se cuadró ante este mito, cuando se opuso a huir de México,
quedándose atrás para un inevitable martirio - ¿ para qué? Ni por la causa de los
habsburgos ni de Napoleón, sino para “hacer verdad la profecía”, o realizar el
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modelo que tantos símbolos del escenario cultural le habían presentado –
símbolos que presentan el mito procesual que termina en la vía crucis.
Maximiliano evitó por medio de esta muerte la desgracia total y de una manera
algo enredada se convirtió en una especie de héroe-mártir en su país adoptivo.
Sufrir una muerte sangrienta a manos del gobierno, después de haber sido
traicionado por un renegado de la causa de uno mismo, como Guajardo traicionó a
Don Emiliano Zapata, y después de proclamar un mensaje que incluye la
solidaridad con los pobres y explotados – esos son los ingredientes de una carrera
que, siguiendo un mito arquetípico, se convierte en un mito que puede generar
patrones de y para procesos individuales y corporativos. Pero de un modo
característicamente mexicano, el mito cristiano de sacrificio sin el uso de fuerza
contra las autoridades es aquí paradójicamente fusionado con el mito del héroe
épico que con armas se opone a los forasteros o a un gobierno fundado por
forasteros y, sin embargo, resulta curiosamente vulnerable a la traición o la mala
fe, frecuentemente traicionado por un compañero o un seguidor sobornado por
promesas dadas por los forasteros.
En el caso de Allende e Hidalgo el traidor fue un teniente coronel Francisco
Ignacio Elizonde, que empezó adherido a la causa real, cambió de banda cuando
el líder insurgente Mariano Jiménez ocupó la ciudad de Saltillo, y después de la
batalla de Calderón hizo un trato con el depositado gobernador de Tejas, José
Salcedo, y en secreto regresó al corral de los seguidores del rey. Por intervención
de Jiménez, Elizondo persuadió a Allende a dispersar los 1,500 hombres que le
quedaban a lo largo de la ruta a Baján, de manera que las norias tendrían tiempo
para rellenarse entre las visitas de los contingentes sedientos. Luego encontraría a
cada grupo con una guardia de honor en la oasis de Nuestra Señora de
Guadalupe, en Baján (Elizondo no era un malicioso sin causa; en Saltillo le había
solicitado a Allende ser promovido a general, a lo que había recibido un “no”
rotundo). Fue inmediatamente después de eso que el oficial jubilado de la milicia
criolla decidió traicionar los insurgentes retirándose. Como escribe Hamill:
En la mañana del 21 de marzo, Elizondo desplegó su tropa seleccionada de 342 soldados de caballería en dos compañías escondidas de cincuenta cada una y una guardia de honor, que
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formaba dos líneas a ambos lados de la vereda. Llegando por una colina baja, inmediatamente antes del oasis, de manera que no se veían de los carruajes que seguían, cada unidad – y finalmente el ejército entero – fueron metódicamente capturadas por los soldados escondidos después de haber pasado inocentemente por las filas de la guarda de honor. Demasiado tarde se dio cuenta Allende de la trampa. Intentando poner resistencia disparó en balde a Elizondo. Su valentía les costó la vida a su hijo Indalecio y al teniente Arias, que fueron matados a tiros dentro del carruaje, mientras que él y Mariano Jiménez fueron subyugados y amarrados. La escolta de Hidalgo de veinte dragones se dieron cuenta de lo desesperado de la situación, ya que sus refuerzas estaban muy lejos hacia atrás, y le avisaron al excomandante a no resistirse. El cura, convencido del concejo, levantó su pistola sin disparar. La rebelión de Hidalgo había llegado a su fin definitvo, y Elizondo había sido aún más exitoso que Calleja, pues el había destruido la horda, mientras que aquel había solamente aniquilado sus líderes.
No voy a discutir los siguientes juicios y ejecución de los líderes de la
insurgencia por los seguidores de la corona, que metódicamente “procesaron” a
sus prisioneros antes de ejecutarlos. La gente del partido del rey afirmaron que
algunos de los prisioneros, incluyendo a Hidalgo mismo, se retractaron y se
arrepintieron de sus actos antes de morir. Los mexicanos patriotas lo niegan y
alegan que, ya que la corona controlaba todos los documentos pertinentes al
proceso, su testimonio no se puede tomar en serio. Como sea que haya sido, en la
mañana del 30 de julio de 1811, el día después de haber sido degradado de su
calidad de sacerdote, Hidalgo fue colocado frente a un pelotón de fusilamiento en
el patio del anterior colegio de jesuitas en Chihuahua, donde había estado
encarcelado desde abril. Su último acto fue repartir dulces a sus verdugos
desconcertados. Después del fusilamiento, la cabeza de Hidalgo fue cortada y
colocada al lado de las de Allende, Aldama y Jiénes, que habían sido fusilado en
junio, en cuatro jaulas metálicas separadas, para que se pudrieran, en el techo del
granero de la Alhóndiga en Guanajuato, asaltada por los insurgentes menos de un
año antes. Fíjense, una vez más, de la curiosa simetría cíclica, no solamente
había Hidalgo ido de Guadalupe a Guadalupe, había regresado a la Alhóndiga.
Pero el mito creado por la secuencia de eventos en el drama social de la
insurrección resultó ser la primera fase de un proceso que no era cíclico sino
irreversible y que cambiaría la sociedad y la cultura de México para siempre.
VICTOR TURNER: HIDALGO: LA HISTORIA COMO DRAMA SOCIAL 29
Es una de las muchas ironías de la historia de México que el país logró su
independencia formal de España diez años después de la ejecución de Hidalgo –
bajo el liderazgo del conservador Iturbide, que había sido responsable de la
derrota de Morelos y su arresto. Mientras que los primeros insurgentes de manera
explícita había ..... su rebelión en términos de lealtad a la monarquía española
representada por Fernando VII, los iturbidistas expresaron la suya en términos de
una oposición al régimen liberal que había resultado de la rebelión de los
constitucionalistas españoles contra Fernando. La independencia fue alcanzada
por medio de una alianza poco sólida entre los criollos acomodados, por un lado y,
por otro lado, los criollos ordinarios más todos los mestizos y las masas indígenas.
El carácter poco estable del movimiento independentista explica su posterior
polarización en facciones liberales y conservadores en la guerra civil y a guerra
de intervención francesa a mediados del siglo.
Podemos tratar la insurrección de Hidalgo, aún en la anterior presentación
breve y superficial, como una historia de un caso extendido compuesta por una
secuencia de dramas sociales y desarrollándose en una serie de arenas en un
campo social en expansión. Sin embargo, no será posible tratarlo adecuadamente
de esta manera, porque mi propio conocimiento de las fuentes primarias acewrca
de la rebelión es insuficiente y también porque pienso que no tenemos suficiente
información total para caracterizar la estructura y las propiedades del campo social
como para satisfacer al antropólogo moderno. A título de ejemplo, no sabemos
suficiente acerca de los así llamados “seguidores” indios de Hidalgo, los que
Frants Fanon habría contado entre los “condenados de la tierra”, no solamente al
inicio en Dolores, sino también en otros puntos de su ruta de triunfo y fracaso,
como para decidir si es correcto cuando los historiadores los laman una “chusma
indomable e indisciplinada”. Cada tropa de aldea o regional puede bien haber
tenido su disciplina de coros, pero puede también haber existido oposiciones
tradicionales por razones tribales, lingüísticas, locales, faccionales u otras - y no
tenemos conocimientos de las redes, coaliciones y cuasi-grupos que pueden
haber surgido en relación con la rebelión. Todos estos elementos han atraído la
atención de la antropología solamente recientemente, y los tipos de datos
VICTOR TURNER: HIDALGO: LA HISTORIA COMO DRAMA SOCIAL 30
sistemáticamente reunidos que nos podrían proporcionar respuestas aceptables a
preguntas de la antropología política sencillamente no existen.
Sin embargo, podemos escudriñar los datos históricos con ojos que se han
agudizado a través de la investigación antropológica en el México moderno. Como
ejemplo, algunos de los comentarios de Robert Hunt acerca del faccionalismo
político en la actualidad en san Juan en Oaxaca (“The Developmental Cycle of the
Family Business”, 1966) y acerca de las relaciones entre las clases campesinas y
comerciales – con la ruta comercial subiendo por la escalera de status y poder
como un modo común de movilidad para la clase mestiza – puede iluminar las
líneas probables de hendidura política entre los campos insurgente y monárquico
en el tiempo de hidalgo, y dentro de cada campo. Como un programa puedo decir
qué tipo de marco de investigación se tendría que utilizar y qué tipo de datos se
deberían de reunir, con el argumento de que este enfoque ha sido muy productivo
en África y en estudios comparativos hechos a partir de la literatura antropológica.
El tópico principal de este capítulo ha sido examinar el papel que
desempeñan los símbolos y los mitos en los procesos sociales – en el presente
caso, el proceso de la revolución de independencia en México. Me limitaré a
definir el “campo político” como “la totalidad de relaciones entre actores orientadas
hacia los mismos premios o valores”, incluyendo como parte de “relaciones” “los
valores, significados y recursos” que enlista Marc Swartz en la “Introducción” a su
“Local Level Politics” (1968), incluyendo en “orientación” 1) la competencia por
premios y/o recursos escasos; 2) un interés compartido en salvaguardar una
determinada distribución de los recursos; 3) una disposición a conservar o socavar
un determinado orden normativo. Entre las categorías de “actores” encontramos a
españoles, criollos europeos, criollos americanos, mestizos e indios. En la Nueva
España, en tiempos de Hidalgo, los criollos americanos compitieron con los
criollos españoles y europeos por las posiciones superiores en el estado, el
ejército y la iglesia; los mestizos y los indios se encontraban en conflicto con los
españoles y con muchos criollos por el acceso y el derecho a la tierra. Por otro
lado, los criollos que compitieron entre ellos por los oficios y la autoridad tuvieron
un interés compartido por conservar muchos rasgos del sistema de distribución de
VICTOR TURNER: HIDALGO: LA HISTORIA COMO DRAMA SOCIAL 31
los recursos. De nuevo, muchos criollos eran, igual que los españoles, dispuestos
a defender el sistema colonial, y aún estaban capaces de persuadir o influenciar a
muchos mestizos e indios a compartir esta orientación. Al contrario, un número
limitado de criollos americanos, muchos mestizos y un gran número de indios
estaban dispuestos a socavar el orden normativo constituido por el sistema de
estado-iglesia del México español. Con “premios” no solamente se quiere decir el
control de derechos como símbolos de victoria o superioridad, tales como títulos,
oficios y rango. El punto medular en la discusión del concepto de campo político
es que ha sido creado por medio de una acción de un grupo que es dirigida hacia
una meta y es conciente y, no obstante que contiene al mismo tiempo conflicto y
coalición, frecuentemente la acción colaboradora es usado para fines de acción de
contienda. Merece nuestra atención también que los recursos que los actores
asignan y gastan en procesos en el campo, tales como dramas sociales, cambian
sobre la marcha en la medida de que ls eventos se suceden uno tras otro en el
campo concreto que se está estudiando o en otros campos en los cuales los
mismos actores actúan al mismo tiempo. Eso significa que los límites geográficos
dentro de los cuales la acción se desarrolla tiende a ampliarse, contraerse o
delimitar zonas de mayor o menor intensidad, o rodear enclaves de acción
dispersos más que una sola región, como las metas, los recursos, los premios,
valores, etc. son introducidos en o removidos de las arenas por las cuales pasan
las acciones. De manera que, en el caso de Hidalgo, el Grito de Dolores produjo
rebeliones en un número de regiones y ciudades discretas – el campo político en
realidad, en su manifestación espacial se parecía más, en su distribución en un
mapa, como una serie de gotas dispersas que un solo gran glóbulo. Y sin
embargo, con toda claridad vemos un flujo de información entre las gotas – aquí
vale la pena tener en mente el consejo de Kart Lewin: “busquen los canales de
comunicación” en el campo social. Es claro que necesitamos información acerca
del sistema colonial de carreteras, medios de transporte, correo y diligencias, y la
red de posadas establecidas a lo largo de las carreteras más transitadas, como
tendríamos también que estudiar el papel de los mestizos, los indios, los criollos y
los españoles en este conjunto de sistemas entrelazados. Los historiadores nos
VICTOR TURNER: HIDALGO: LA HISTORIA COMO DRAMA SOCIAL 32
enseñan que las noticias acerca de la masacre en Guanajuato llegaron al oído de
los habitantes de la Ciudad de México muy rápido, y que la noticia acerca de la
derrota de Hidalgo en Calderón llegó a Zacatecas antes que él mismo. Los
corredores militares desempeñaron también un papel importante en esta
transmisión de información. Hay que recordar que aún durante los procesos
revolucionarios siguen llevándose a cabo muchas interacciones sistemáticas y
repetitivas, y la ola de eventos únicos e irrevocables que constituyen la historia
revolucionaria propiamente no logra absorber todo. Así que, fuera de la
maquinaria política y legal de la colonia muchas actividades institucionalizadas
deben haber persistido – rutinas agrícolas, mercados, la distribución de
mercancías, el sistema sanitario en las ciudades (tal como existía en aquel
periodo), los servicios de correo y transporte, y otras. Todo eso constituiría el
marco del campo y constituiría también algunos de los premios hacia los cuales se
orientaron tanto los actores revolucionarios como los leales a la corona – las
condiciones regulares de la existencia pública, el control sobre la cual conforma
gran parte de la política.
He usado el término “campo” y he mencionado brevemente algunos de sus
rasgos. Me gustaría decir un poco más acerca del término “arena”, y más todavía
debido al hecho de que mi uso de este término ahora difiere considerablemente
del uso que hace mi buen amigo Marc Swartz (1968), aunque el suyo se
encuentra muy cerca del uso de Fredrick Bailey, Ralph Nicholas, Fredrik Barth y
otros. Marc Swartz ve la arena como
“Un segundo espacio ... un área social y cultural ... inmediatamente colindante al campo tanto en el espacio como en el tiempo (Es un espacio social y cultural que envuelve a los que están involucrados de manera directa con los participantes en el campo, pero no están ellos mismos directamente involucrados en los procesos que definen el campo ... El contenido de este segundo espacio, “la arena”, depende de las relaciones con los participantes en el campo, pero incluye más que el campo ... Además de los actores que la habitan, la arena contiene también el repertorio de valores, significados y recursos que poseen ests actores, junto con las relaciones entre ellos y con los miembros del campo. Los valores, significados y recursos en la posesión de los participantes en el campo pero que no utilizan en los procesos que constituyen el campo también forman parte de la arena” (1968: 9).
VICTOR TURNER: HIDALGO: LA HISTORIA COMO DRAMA SOCIAL 33
En lo personal más bien dudo si tenemos que darle otro nombre a este
segundo espacio. Si entiendo bien a Marc Swartz, parece que piensa que un actor
es influenciado significativamente en su campo primario o focal por el hecho de
que participa también en un número de otros campos. Sin embargo, eso no es
exactamente lo que dice. La participación en varios campos implica una
participación activa, mientras que el “segundo espacio” de Marc Swartz sugiere
que aquellos que son activos en un campo sean pasivos o no activos en su arena.
Yo prefiero considerar este lote de participación en varios campos como
determinante de la relación de ego con los recursos de su comunidad y de la
proporción de los recursos que está dispuesto a asignar o gastar en el campo que
estamos estudiando.
Así, antes del grito de Dolores, Miguel Hidalgo fue activo en varios campos,
varios conjuntos de relaciones entre actores orientados hacia las mismas metas o
los mismos premios. No solamente ra miembro del campo constituido por la
conspiración en Querétaro, sino también probablemente era (según el historiador
de la masonería mexicana, José María Mateos) miembro de la primera loggia
masónica en la Ciudad de México. Se dice que Allende también había sido
iniciado en esta logia, que abarcaba a muchos de los regidores criollos del
ayuntamiento municipal de la Ciudad de México. Aquí se discutieron libremente las
ideas y los valores de la Revolución Francesa. Otro campo en el cual Hidalgo
jugaba un papel protagónico era el desarrollo local de cultivos comerciales e
industrias por y para los indios. En su tiempo como cura en Dolores, Hidalgo
intentó iniciar un taller de alfarería, una industria de gusanos de seda y una
tenería, que serían tripuladas y dirigidas por indios. Alentó también a los indios
para que cultivaran viña y aceituna, a pesar de los esfuerzos españoles por
reservarles a los habitantes peninsulares de la colonia estas actividades. La
legislación que había sido diseñada con el fin de proteger las industrias
peninsulares y conservar los mercados coloniales le causó problemas a Hidalgo
pero persistió en este campo de relaciones y metas. Es interesante que el diez de
enero de 1810, justo ocho meses antes de que el Grito transformara gran parte de
México en un solo campo revolucionario, Hidalgo cenó en Guanajuato con sus
VICTOR TURNER: HIDALGO: LA HISTORIA COMO DRAMA SOCIAL 34
amigos, el intendente Riaño y el obispo electo de Valladolid Abad y Queipo, para
discutir la industria vinícola de Hidalgo, manejada por indios. E sacerdote invitó a
ambos a mirra el proceso de elaboración de uvas en septiembre. Los dos
aceptaron alegremente la invitación a ver esta maravilla de cooperación entre
criollos e indios que le aseguraría un mayor nivel de autosuficiencia económica a
la región de Dolores, y últimamente tal vez a todo el Bajío – pero, como ya vimos,
intervinieron ciertos eventos que hicieron que Hidalgo lo visitó a Riaño con sus
indios y posteriormente a Abad y Queipo. No menciono eso con el fin de subrayar
el aspecto trágico, como lo haría un novelista, en que los camaradas indios de
Hidalgo matarían a sus amigos españoles ni que su amigo clerical lo excomulgara,
sino para mostrar de qué manera los eventos en el campo A, la insurrección,
fueron influenciadas por los eventos en el campo B, la industria de los indios, en el
campo C, sus relaciones con las capas educadas en la provincia, y, por supuesto,
los campos D la conspiración en Querétaro, y E, la loggia masónica en la Ciudad
de México, también proporcionaron metas, ideas, símbolos, recursos, valores y
significados que les dieron forma a eventos y elaciones en el campo A. Los demás
campos no solamente constituyen un espacio secundario alrededor de la acción
en el campo A; las acciones de Hidalgo en los contextos de estos campos
influenciaron de manera activa las acciones suyas y de otra gente en el campo A.
Lo que tenemos a la mano es, por supuesto, no solamente una serie de campos
que se traslapan e interpenetran, sino también conjuntos de acciones que se
traslapan e interpenetran, siendo visibles las personas y las relaciones en cada
campo. Algunos campos, como el caso de la conspiración en Querétaro, son
organizados e intencionales y los conjuntos de acciones proceden en direcciones
específicas, mientras que otros, como la insurrección, contienen elementos y
conjuntos de acciones organizados, pero mucho es arbitrario y coincidental, como
el incendio del carro de munición de Hidalgo en Calderón, mientras que se
destaca el conflicto entre intereses y cosmovisiones opuestos, de nuevo no de una
manera ordenada sino en un gran número de pequeños encuentros y
confrontaciones, y coaliciones de tipos disparates entre fugitivos de sus posiciones
establecidas.
VICTOR TURNER: HIDALGO: LA HISTORIA COMO DRAMA SOCIAL 35
Los historiadores tampoco considerarían a la insurrección de Hidalgo de
esta manera. Ellos intentarían apreciar a partir de los documentos y materiales de
archivo de calidad muy variable lo que les pareciera ser la mejor posible relación
de los hechos, los eventos únicos en su sucesión temporal, aceptando algunos
documentos y rechazando a otros, dándole el peso adecuado a la perspectiva o el
ángulo desde la cual fueran hachas observaciones oculares y la distorsión
inherente a interpretaciones contemporáneas de estas observaciones. Tenemos
una deuda muy pesada a pagar con ellos por la selección de los datos en términos
de criterios científicos muy rigurosos. Pero en nuestro papel de antropólogos nos
interesan las interdependencias, la concatenación de los hechos y de los eventos,
las relaciones, los grupos, las categorías sociales, etc. Nos interesa la orientación
hacia premios y valores que colocan a los actores en relaciones de campo
específicas entre ellos, y de su punto de partida de lugares de intersección entre
los campos. Lo que capta nuestra atención no es la sucesión de hechos aislados
sino la sucesión de hechos conectados, la sucesión de conjuntos o sistemas de
relaciones, que nos interesa – la red compleja de Hidalgo de elaciones con sus
operadores indios y actores, la relación de Hidalgo con sus parroquianos en
Dolores en otro campo sociocultural, el campo de valores metas parroquiales, sus
relaciones en le campo con obispos, intendentes, pensadores radicales,
hacendados liberales, y otros en el campo de la gentileza local e intelectuales, a
favor o en contra de su pensamiento, su dimensión checoviana. Es claro que aquí
no estoy hablando de redes con el ego en el centro, sino de campos definitivos y
objetivos, en cada uno de los cuales Hidalgo participó en una variedad de roles
pero siempre y en cada lugar, nos aseguran los historiadores, con elocuencia,
encanto y fuerza – y, ¿porqué no decirlo? – con carisma. Cada campo le
proporcionaba oportunidades, recursos, conceptos, creencias; y cada uno le
impone ciertas limitaciones. Si nos distanciamos de la idea de la arena pegada al
“segundo espacio” de Marc Swartz, ¿qué significado le podemos asignar al
término de “arena”? Yo estaría a favor de colocarlo dentro del campo, hablando
crudamente, y hacerla menos abstracto que la noción de campo. La cultura de
Hidalgo fue una cultura hispanohablante, con muchos elementos derivados de la
VICTOR TURNER: HIDALGO: LA HISTORIA COMO DRAMA SOCIAL 36
antigua Roma. Yo he visto la arena en la plaza de los toros en la Ciudad de
México, la descendiente de la arena de gladiadores y sacrificios en la Roma
imperial. En la arena de los toros hay una lucha visible entre el hombre y la fuerza
de la naturaleza y competencia entre hombre y hombre cuando cada uno de los
matadores intentan hacerles sombra a los demás en su combate contra el toro.
Tenemos una unidad espacial delimitada con antagonistas bien visibles y precisos
que sean individuales o corporativos, que compiten entre ellos por premios u
honor. Una arena política o legal puede ser cualquier cosa desde un auténtico
campo de batalla al escenario de un caso jurídico o un debate verbal – desde el
campo de Calderón al juzgado de los siete de Chicago. El simbolismo y el estilo de
contención puede variar de arena a arena dentro del mismo campo general, como
va procediendo el drama social a través de su secuencia de fases y episodios. Así
que en el caso de Hidalgo, el simbolismo religioso de la bandera de Nuestra
Señora de Guadalupe en la primera arena después de que el grito palideció a
favor del simbolismo militar de la arena de Celaya (Capitán General de América),
mientras que el estilo de burguesía criolla de la conspiración de Querétaro (con su
énfasis en la discusión de problemas sociales como por ejemplo “¿dónde reside la
soberanía, en la monarquía, en las autoridades constituidas en la Nueva España,
o en el pueblo?”) perdió terreno en su contienda con el estilo indio y campesino en
la conquista de Guanajuato. Cada arena tiene su estilo y simbolismo ad hoc,
representando un depósito o una suma de estilos y símbolos de tiempos pasados,
en síntesis, conflicto o configuración.
De todos modos, cuando estudiamos los dramas sociales o el desarrollo de
las fases políticas, como llamamos Swartz y yo las unidades procesuales más
elaboradas que discutimos en la “Introducción” a “Political Anthropology” (1966),
tenemos que forjar un término para aquellos escenarios claramente visibles de la
acción antagónica que caracterizan los puntos críticos del cambio procesual. Si
seguimos a Swartz, aceptando su definición de la “arena” como algo más
abarcador que el “campo”, entonces nos vemos obligados a encontrar otro término
para nuestra plaza de toros político, nuestro cuadrilátero de confrontación,
encuentro y contención. ¿Porqué no mantener el uso ya establecido aquí?
VICTOR TURNER: HIDALGO: LA HISTORIA COMO DRAMA SOCIAL 37
Entonces podríamos decir (estoy en deuda por una fascinante
correspondencia con H. U. E. Thoden van Velzen del Afrika-Studiecentrum por los
principales rasgos de esta formulación) que una arena es un marco – que sea
institucionalizado o no – que funciona manifiestamente como escenario de
acciones antagónicas que tienen como fin llegar a una decisión públicamente
reconocida. El antagonismo puede ser simbólica o real, un intercambio de
mensajes o de señales que indican el cambio, como el grito de Dolores por medio
del cual Hidalgo le echó el guante al establishment en la Ciudad de México y al
gobierno provincial en México – o bien un intercambio de disparos y fusilamientos,
como en las sucesivas batallas en la lucha por la independencia. Los
contrincantes pueden buscar el poder sobre la mente entre ellos por el uso de
símbolos o sobre el cuerpo por el uso de la fuerza – o ambos métodos se pueden
utilizar, paralelamente o en serie. Pero de todos modos, una arena no es un
mercado o un forum, aunque cualquier de los dos se puede convertir en una
arena, bajo las condiciones adecuadas. En una arena, aunque existan una
cooperación manifiesta, coaliciones y alianzas, todo eso puede estar subordinado
a los modos dominantes de conflicto. El segundo punto relevante e importante es
que una arena es un marco explícito, nada está presente allá de manera
solamente implícita. La acción es definitiva y la gente se expresan con claridad;
cada quien ocupa su papel. La intriga se puede levar a cabo detrás de las
bambalinas, pero el escenario es una arena abierta. La cultura por supuesto,
prescribe las expresiones culturales de la interacción antagónica, y puede ser que
no sea fácil para una persona del occidente darse cuenta de que se encuentra en
una arena en una de las aldeas birmanas descritas por Melford Spiro en “Local
Level Politics” (1968), ya que la hostilidad real puede ser disfrazada bajo una
etiqueta elaborada sotto voce y otros dispositivos no violentos o que sirven
explícitamente para evitar la vergüenza. Y, sin embargo, si uno es capaz de
interpretar los símbolos culturales de comunicación correctamente, uno se da
cuenta de que está en proceso una lucha encarnada por el <poder netre dos
facciones políticas en esta área silenciada.
VICTOR TURNER: HIDALGO: LA HISTORIA COMO DRAMA SOCIAL 38
Cuando intento correlacionar la dimensión diacrónica de mi “drama social” o
desarrollo de fases contra la dimensión de estructura o marco - o “devenir rápido”
contra “devenir lento” – veo desarrollándose una arena a partir de la primera fase
de acción de “ruptura de las relaciones gobernadas por normas entre personas o
grupos de personas dentro del mismo sistema de relaciones sociales” (véase
arriba, p. 38). Una tal ruptura es señalada por una violación o incumplimiento
pública de una norma crucial que rige la interacción de las partes. Por ejemplo,
desde la perspectiva de las autoridades coloniales españolas, el rechazo de
Hidalgo a aceptar su arresto, o aún más, su Grito, constituyó una violación del
orden que ellos se habían comprometido a mantener. Aquí, como en muchas
instancias de ruptura política, Hidalgo utilizaba el idioma de la violación de la ley o
criminalidad como un símbolo de su rechazo del mismo orden constituido – que en
su visión ya no era, si es que alguna vez hubiera sido, el eco de “la voluntad
popular”, haciendo eco de sus modelos jacobinos y jesuitas. Esta ruptura,
simbolizada por el Grito, convirtió lo que ya era un campo implícito y al mismo
tiempo latente, es decir un conjunto de relaciones entre actores que estaban de
manera antagónica orientados hacia los mismos premios o valores (en este caso,
el control del aparato estatal), en una “arena” o, mejor dicho, una serie de arenas –
las ciudades sitiadas y los campos de batalla de la revolución de independencia.
Antes del Grito, el campo todavía no era un espacio de acción pública intrépida y
dramática; era más bien un espacio de conspiración, legislación colonial,
producción y distribución de parque en secreto, debates en asambleas,
incursiones esporádicas perpetradas por indígenas y mestizos, el exilio voluntario
o involuntario de criollos, las reacciones a las noticias acerca de Bonaparte en
España, artículos en periódicos, etc. A partir del Grito el drama se desarrolló en
una secuencia de arenas a la medida que se enturbiara el tramo y la acción
escalaba del nivel local al nivel nacional.
El tercer rasgo del concepto de arena está implícitamente presente en los
otros dos – la arena es el escenario en el cual se coloca la toma de una decisión
(Van Velsen enfatiza particularmente este rasgo). Hay una hora de la verdad
cuando se toma una decisión de primera importancia, aún si se decide dejar las
VICTOR TURNER: HIDALGO: LA HISTORIA COMO DRAMA SOCIAL 39
cosas como están – como en la Batalla de las Cruces, cuando el ejército de
Hidalgo se iba acercando a la Ciudad de México. Un callejón sin salida o una
tregua constituyen también una decisión. Por lo regular existe una particular arena
en la cual se toma una decisión que puede ser considerada final para la unidad
bajo estudio. En sistemas políticos fuertes y bien establecidos tal arena podría ser
la suprema corte de apelación, o podría ser el parlamento o la asamblea legislativa
o constituyente. Pero en el caso de un régimen que ha perdido legitimidad, la
arena podría ser las calles de la ciudad, donde una manifestación de fuerza
popular bastaría para expulsar el ancien régime, o un campo de batalla como el
Calderón o Gettysburg, o podría ser la ocupación por fuerza del área
administrativa de una ciudad. Donde sea que ganen los nuevos detenedores del
poder o pierdan los antiguos césares, no es relevante para la definición en este
contexto – la arena constituye el escenario de su interacción antagónica y una
decisión es tomada, por la fuerza, por la persuasión o por la amenaza de usar la
fuerza, que inicia la fase final del drama social, el proceso de ajuste de un grupo a
las decisiones tomadas en la última arena. El campo incluye los mitos y los
símbolos de España, de la Francia bonapartista y de los Estados Unidos
revolucionarios, tanto como de México as arenas fueron varios lugares en México.
Si tuviera que hacer un estudio antropológico serio del proceso entero de la
insurrección de Hidalgo, antes de considerar las fases sucesivas de esta unidad
procesual, buscaría la información accesible acerca de la estructura del campo, en
lo que los historiadores nos han transmitido de manera confiable acerca de la
“etapa final del periodo colonial”, cuando los grupos y los problemas de la
Independencia se formaron de manera observable. Luego intentaría caracterizar,
al estilo de Lewin, a totalidad de las entidades existentes, tales como grupos,
subgrupos, categorías, miembros, barreras y canales de comunicación, agregando
muchas otras cosas, como sistemas simbólicos, como mitos, rituales y visiones
ideológicas contemporáneas acerca de lo deseable o indeseable de la
estratificación de categorías, grupos, subgrupos etc., en el momento del
surgimiento de la protesta de Independencia. Es claro, por ejemplo, que en México
existían dos categorías mayores de españoles, los peninsulares o gachupines, y
VICTOR TURNER: HIDALGO: LA HISTORIA COMO DRAMA SOCIAL 40
los “blancos mexicanos”, o sea criollos, y que existían muchas gradaciones dentro
de la categoría criolla, basadas en riqueza, descendencia, ocupación y educación
– y que cada una de ellas estaba representada por diferencias ideológicas y
simbólicas, y sin embargo compartiendo símbolos comunes e intereses materiales.
En repetidas ocasiones, Hamill ha mostrado la existencia dentro del campo criollo
de una separación entre los criollos europeos y los mexicanos – aquellos que,
como Calleja, Flon y Riaño, se orientaron hacia la cultura y la estructura social de
España (incluyendo la aceptación acrítica del derecho divino del rey de España), y
aquellos que, constituyendo ya la mayoría, ya habían roto sus lazos con España y
se encontraban profundamente arraigados en el suelo mexicano. Las diferencias
de clases correspondían en gran medida esta división. Mientras que los criollos
superaron a los peninsulares en la proporción de alrededor de setenta a uno, los
criollos americanos aventajaron a los europeos en una proporción de
aproximadamente veinte a uno (según la estimación de Mamill). Los criollos
europeos eran por lo regular ricos, Se resentían a los gachupines porque el haber
nacido en España le daba a un hombre presentencia sobre su igual mexicano
(todos los prelados, arzobispos, obispos, virreyes, presidentes de la audiencia y
gobernadores en las ciudades capitales eran españoles nombrados por el rey).
Muchos de ellos tenían también intereses en las minas de plata altamente
lucrativas, especialmente en Guanajuato y Zacatecas, y en el comercio y en la
operación de las haciendas. Tenían esposas atractivas de familias acaudaladas,
con frecuencia familias europeas o criollas. Así que en toda competencia se
encontraban en una posición de ventaja, aún contra criollos de primera generación
con padres españoles. En su competencia con los gachupines, los alrededor de un
millón de criollos americanos se encontraban en una situación todavía peor. Un
alto porcentaje de ellos eran empleados municipales de baja categoría artesanos,
veladores y criollos de plebe, constituyendo una buen parte de la chusma citadina
en la Ciudad de México. Pero otros eran pequeños propietarios y profesionistas,
como Hidalgo y Allende. Algunos eran propietarios de ranchos, otros tenían
tiendas en la provincia, pequeños comerciantes, mientras que otros veían en
instituciones como el derecho, la educación y el ejército la esperanza de su
VICTOR TURNER: HIDALGO: LA HISTORIA COMO DRAMA SOCIAL 41
supervivencia, como en el caso de Allende. La mayor parte de los criollos
pertenecían a la burguesía o al campesinado acomodado, aunque algunos
pertenecían a la categoría que en el África del Sur se llamarían “poor whites”
(“blancos pobres”). Parece que los que buscaron el apoyo de los “indios” en la
insurrección fueron un segmento de los criollos americanos profesionales,
mientras que los criollos americanos que poseían tiendas y tierras apoyaron el
régimen colonial, juntos con muchos criollos europeos, por lo menos durante un
tiempo, y más por su miedo a los campesinos de Hidalgo que por algún tripo de
lealtad a España, que de todos modos mostraba señales de liberalismo en su
lucha contra Bonaparte. Sin embargo, esta clase de criollos americanos fue
probablemente el elemento decisivo en las primeras etapas del movimiento
independentista, y fue con el alejamiento a sus miembros que Hidalgo perdió la
esperanza de una victoria rápida y fácil que había tal vez previsto. Pues, los
criollos se encontraban dispersos por todo el país, aún en los pueblos pequeños,
mientras que los gachupines residían principalmente en la capital, en Veracruz y
en las principales ciudades de las provincias. Así que los criollos representaban la
influencia dominante educada entre los indios rurales y la población mestiza (o
casta). Los citadinos, españoles y criollos europeos por igual, fueron absorbidos
en el comercio de la metrópoli, en asuntos de estado e iglesia, en los
faccionalismos y a veces en los grupos de salón de la clase gobernante, por lo que
tenían poco contacto con las masas. Pero los criollos americanos se convirtieron
en líderes locales en un gran número de pequeños pueblos y aldeas, ya que los
campesinos vivían en ignorancia gracias a una educación inadecuada y la
opresión de la legislación colonial.
El término “indio” es altamente ambiguo, como ya lo han señalado Hamill y
Eric Wolf. En mi opinión no se puede aplicar a algún grupo tribal con un sistema
político y costumbres religiosas y de otro tipo que tienen su origen antes de la
conquista. Parece que la expresión como se usaba en los siglos XVII y XIX hacía
referencia a las masas deprimidas y carentes de privilegios. Muchos de ellos eran
en efecto mestizos, así como que muchos criollos americanos eran mestizos. La
principal diferencia entre muchos criollos y muchos de los indios se encontraba
VICTOR TURNER: HIDALGO: LA HISTORIA COMO DRAMA SOCIAL 42
más en su estilo de vida y nivel de educación, que en genotipos. La jerarquía
político-religiosa indígena fue destruida por la conquista, especialmente en las
regiones densamente pobladas de nahua, otomí y tarasca. El prestigio indígena,
prestigio social y riqueza se encogía hacia una base común de campesinos.
Algunos indios nobles – pero no muchos – fueron reconocidos por los españoles y
recibieron su apoyo social, pero estos pronto se perdieron en as filas de la
aristocracia criolla que se estaba desarrollando. Irónicamente, algunos se
manifestaron a la hora de la verdad como “criollos europeos”. Eric Wolf ha
señalado, con cierta sabiduría:
“Con la desaparición de la elite política indígena, también desaparecieron los especialistas que habían dependido de la demanda de dichas elites: los sacerdotes, los cronistas, los escribanos, los comerciantes a larga distancia de la sociedad prehispánica. Los emprendedores españoles sustituyeron a los pochtecas (mercaderes), los artesanos españoles ocuparon el lugar de los artesanos de plumería y los talladores de jade, y los sacerdotes españoles desplazaron a los especialistas religiosos. Ya pronto, nadie sabía como hacer mantas y decoraciones de plumas, cómo localizar y tallar el jade, cómo revocar las hazañas de los dioses y los ancestros en tiempos pasados (1959: 213).
Aunque puede ser que los campesinos indígenas en 1800 se hayan
asemejado a los antiguos indígenas en costumbres, habla, vestimenta y
apariencia física, en todos aspectos había sucedido un mestizaje biológico - con la
excepción de pequeñas comunidades aisladas como los seri, los yaqui, los
huicholes, los tarahumara y los comanches.
Sin embargo, como subraya tanto Wolf como Hamill, la clasificación cultural
de “indio”, incluyendo muchos tipos de miscegenaciones, hacía referencia a una
categoría económica muy real. Un indio tenía la obligación de pagar tributo a la
corona, a diferencia de un criollo que no la tenía. El tributo constituía una fuente
considerable de ingresos para la corona, por lo que el gobierno peninsular tenía
cierto interés en la preservación de una clase tributaria por medio de un número
de recursos culturales, como la prohibición de que los indígenas se vistieran en
ropa española, poseyeran caballos cargaran armas. Debían también tener cortes
de justicia separadas y no se les permitía servir en la milicia, lo que debe haber
sido una fuente de amargura para el miliciano Allende, pues cuando más los
necesitaba en la insurrección, no disponía de soldados indígenas entrenados y
VICTOR TURNER: HIDALGO: LA HISTORIA COMO DRAMA SOCIAL 43
experimentados. La abolición del tributo se convirtió en efecto en un asunto
candente durante el caso de Hidalgo, con todos los posibles aspectos simbólicos.
Entre septiembre y octubre de 1810 tanto los insurgentes como los royalistas
declararon que abolirían el tributo con el fin de ganar el apoyo de los indios. Era
mucho más que un asunto económico, pues simbolizaba el fin de la segregación
de los indios.
Se requieren estudios más profundos de los detalles de esta situación.
Mencioné la estructura de clases de México en la primera parte del siglo XIX para
mostrar al caracterizar un campo más que una arena, son estas relaciones de
similitud, tales como clases, categorías, roles parecidos y posiciones estructurales
que tiene la importancia principal en el análisis sociológico. Cuando llegamos a
analizar las arenas sucesivas, lo que nos importa es el análisis de la
interdependencia sistemática en los sistemas locales de relaciones sociales,
pasando de la demografía (cuáles son las proporciones de criollos españoles,
europeos, criollos americanos, castas e indios, si es posible desglosado en
términos de edad y sexo) a la estructura de clase y, de mayor importancia aquí, a
la distribución residencial, estructura genealógica y afiliación religiosa por
parroquias tanto como por la discriminación católica/no católica. Aquí se vuelven
aspectos importantes del análisis de arena los grupos corporativos, cuasi-grupos
faccionales y redes centradas en el ego de líderes. Al nivel nacional, el campo, la
categoría, la estructura de clases, universales culturales, similitud, iglesia, estado,
secta y partido son términos que pronto surgen en la mente e influencian la
recolección de datos. Al nivel de región y aldea, la arena, los grupos corporativos,
alineaciones que atraviesan las fronteras de clases, especificidades culturales de
costumbre y dialecto, similitudes, e patrón de las iglesias y parroquias locales en
términos de órdenes misioneras religiosas y control secular clerical, jerarquías de
gobiernos locales, y los faccionalismos locales tienen mayor relevancia
analíticamente. Sin embargo, es importante también captar, analizar y expresar de
manera coherente la interdependencia de campo y de la arena.
Es tal vez en arenas que la metáfora de “juego” y las estrategias de la
“teoría del juego”, tan caros a Fredrick Bailey, Fredrik Barth, Kenneth Boulding y
VICTOR TURNER: HIDALGO: LA HISTORIA COMO DRAMA SOCIAL 44
los numerosos contribuyentes a la “Journal of Conflict Resolution”, sea más
relevante: pues, las arenas son producidas en áreas localizadas de la vida social
donde la articulación social y el consenso cultural son más fuertes. Pero no creo
que el hombre entrepreneur o el hombre manipulador – y tampoco el hombre
pensador, el hombre cognitivo, de Lévi-Strauss – sea una descripción o un modelo
adecuado del hombre en la política (o el hombre en proceso, que es seguramente
más que el hombre en la política a secas). La política no es, ni en las arenas ni en
cualquier otro lugar, sencillamente un juego. Es también idealismo, altruismo,
patriotismo (no siempre el último recurso del villano), universalismo, sacrificio de
intereses personales, etc. Radcliffe-Brown pensaba que “valores” e “intereses”
fueran intercambiables como diferentes maneras de decir la misma cosa, pero
viéndolo desde el punto de partida de los asuntos humanos, eso no es el caso. La
gente está dispuesta a morir por valores que se contraponen a sus intereses, y
promover intereses que se oponen a sus valores. Y lo que nos interesa aquí es
este resultado práctico como se manifiesta en a conducta. Ciertos antropólogos
han intentado interpretar la acción política en términos de la teoría de los juegos,
cuyas premisas son el interés y el poder. Los juegos tienen reglas que son
aceptadas por ambos lados. Cada líder intenta maximizar intereses y propiedades
de poder a expensas del otro lado. En la experiencia histórica, como estaría de
acuerdo Weber, las clases medias educadas a quienes les gusta en sus
competencias, que sean violentas o tranquilas, introducir reglas de las cuales
ambas partes suscriben - pues son gente entrepreneuriales y racionales, tanto en
lo referente los medios como a los fines – y a veces sus hijos se vuelven teóricos
políticos y sociológicos. Pero con mucha frecuencia la política de la lucha de
clases no se apega a las reglas comúnmente aceptadas, y eso fue el elemento
poco culto que prevalecía en Guanajuato y que alejó a los criollos de la clase
media norteamericana del ejército indio de Hidalgo – y empezó a alejar Allende del
cura carismático que en el fondo de su ser se rendía ante la noción india de “jugar
en serio”. La teoría de los juegos es una herramienta excelente para interpretar
algunos tipos de competencia noble, pero es impotente ante los cambios sociales
que sacuden las premisas y los fundamentos del orden social. Donde existe un
VICTOR TURNER: HIDALGO: LA HISTORIA COMO DRAMA SOCIAL 45
disenso radical, no hay juego, por lo que la teoría de los juegos no se puede
aplicar. Una parte juega ajedrez, mientras que la otra “juega en serio”. Tenemos
que llegar más allá de los juegos para encontrar la consistencia y el orden en el
desorden manifiesto. Por un lado, nos podemos dirigir hacia el análisis marxista de
la estructura precisa de las fuerzas productivas y de las relaciones de producción
entrelazando y separando las categorías de los seres humanos involucrados; por
otro lado, deberíamos buscar los símbolos que captan su atención, canalizan sus
acciones y les proporciona un sentido a sus vidas. Las pragmáticas y los símbolos
son estrechamente aliados – a menudo a un grado sorprendentemente alto –
pues, no importa que más hagan, los símbolos concentran y condensan muchos
aspectos de la actividad humana en sistemas semánticos ligados a unos pocos
vehículos simbólicos propios al espacio público humano. Así que, para realmente
captar un aspecto importante de las semánticas de la Virgen de Guadalupe, como
la usaba Hidalgo en calidad de bandera o centro de movilización, para indios y
criollos sin distinción, tenemos que estudiar el debate entre los criollos, antes y
durante la insurrección, acerca de la idea de la soberanía y su propio locus o
fuente. Luis Villoro ha rastreado el progreso de este debate en su ensayo sobre
“las corrientes ideológicas en la época de la independencia” (1963: 203-241). El
muestra de qué manera las ideas asumieron nuevas formas y adquirieron nuevos
contenidos, bajo el estímulo de la praxis revolucionaria. En 1808, la capital
española fue ocupada por las tropas de Napoleón, pero el pueblo español
resonantemente tomó la resistencia en sus propias manos. De facto, de nuevo la
soberanía había caído en manos del pueblo. En a Nueva España se formaron dos
partidos – el Acuerdo de la Realeza, apoyado por oficiales públicos y comerciantes
gachupines, y el Ayuntamiento, o el Gobierno Citadina, de la Ciudad de México,
que por primera vez expresó el punto de vista de la clase media criolla americana.
En la opinión de Villoro, la desaparición de la monarquía legítima obligó a
los criollos a formular el problema del origen de la soberanía: Fernando VII retenía
el derecho a la corona pero ahora había sido introducida una idea que alteraba el
sentido de su autoridad; el rey no puede disponer de sus reinos – recuérdese aquí
que el rey de España gobernaba varios reinos, entre ellos la Nueva España – a su
VICTOR TURNER: HIDALGO: LA HISTORIA COMO DRAMA SOCIAL 46
antojo, no tiene el poder (la facultad) para alienarlos. Las abdicaciones de Carlos y
Fernando carecen de validez, dice Jacobo de Villaurrutia, el único juez (oidor)
criollo y el primer ideólogo de su clase, pues son “contrarias a los derechos a la
nación, a la cual nadie le puede dar un rey, a la excepción de la nación misma
(negando así la legitimidad del hermano y títere de Bonaparte), por el consenso
universal de sus pueblos, y eso solamente en el caso de la muerte de un rey sin
dejar a un sucesor legítimo al trono”. El jurisprudente Verdad, otro criollo, sostiene
en aquel momento que no obstante que la autoridad le llega al rey a partir de Dios,
no proviene de él de manera directa, sino solamente a través del pueblo (1963:
208).
Pero en este momento, los líderes criollos no asumieron una posición
radical. Alegaron que, si el rey le encuentra imposible gobernar la nación misma
puede asumir la soberanía, pero al regreso del rey el pueblo tiene que abrogar el
ejercicio directo de la autoridad. El lector recuerda que fue debido a la prevalencia
de este punto de vista entre los criollos que Hidalgo no promulgó el lema de
“independencia” en el grito, sino gritó “Viva Fernando”. Parece que los pensadores
criollos de entonces, por el término “nación” no entendieron la “voluntad general”
de los ciudadanos, sino que la soberanía se desarrolla sobre una sociedad ya
establecida, organizada en “estados” y representada por cuerpos gobernantes
establecidos, una totalidad orgánica y constituida. De manera que Juan Francisco
Azcárate sembró dudas acerca de la legitimidad de la “Junta” de Sevilla, que en
aquel entonces encabezaba la lucha contra Bonaparte, con el argumento de que
estaba establecida en base a la “chusma”, la gente común. En su opinión, igual
que en la de muchos de su clase, la gente común no es coextensiva con el
“pueblo”. El postula que “en la ausencia del rey, o en el caso de su impedimento,
su soberanía sigue siendo representada por el reino visto como un todo, y por la
clase que lo constituye – y, más específicamente por los tribunales superiores que
lo gobiernan, administran justicia, y por los cuerpos que transmiten la vox populi”.
El gobierno municipal criollo de la Ciudad de México plenamente endosaba estos
puntos de vista. El cuento de las relaciones entre el Acuerdo de la Realeza y el
gobierno municipal y sus debates acerca de la forma que asumiera un congreso
VICTOR TURNER: HIDALGO: LA HISTORIA COMO DRAMA SOCIAL 47
nacional, que representara a todas las clases, sería otro drama social entero.
Pero, tomando en cuenta que los símbolos y los lemas que utilizaban Hidalgo y
Allende provenían parcialmente de los mitos creados en estos debates como
charters de la legitimidad de los programas de las facciones involucradas, esos
debates merecen más que una mera mención. Los criollos buscaron un tipo de
contrato social sobre el cual podrían colocar su noción de una junta propia.
Sintieron que la asamblea debería consistir en deputados de todos los cabildos
seculares y eclesiásticos, consejos municipales locales o reuniones de capítulos.
En el pensamiento democrático tradicional español, estos cabildos, cercanos al
pueblo, siempre fueron considerados como el mejor baluarte de la democracia y la
mejor manera de resistirse al despotismo. Jugaron un papel importante en los
primeros tiempos de la colonia de la Nueva España, en los congresos en los
cuales encontraron en una relación estrecha con el parlamento español, e Cortes
peninsular.
Así que el gobierno municipal criollo estrena un movimiento de regreso a las raíces que habían sido escondidas por tres siglos de despotismo. .. Coloca el Contrato Social en el momento de la Conquista de México. Se postula que los derechos de los reyes españoles deriven del pacto hecho entre ellos y los conquistadores – y se postula que los conquistadores sean los ancestros de los criollos americanos. Gracias a este pacto, la Nueva España ha sido incluida en la Corona de Castillo, al mismo nivel que cualquiera de los demás reinos, teóricamente con la misma independencia que todos disfrutan... Como alegaba Azcárate, refutando la demanda de reconocimiento de la Junta de Sevilla, “América no depende de España, sino solamente del Rey de Csstillo y León; si el ey es encarcelado y sus tierras ocupadas por los extranjeros, la Nueva España debe convocar a los notables del reino y formar una Asamblea fundada en las Leyes de las Indias. Además, las unidades efectivas que formaran parte de la Junta deberían ser los cabildos municipales, que se encontraron bajo el control de los criollos americanos y no de los españoles. La Real Audiencia y el Virreinato eran instrumentos españoles establecidos sobre una nación que había sido plenamente constituida bajo el pacto entre el rey y los conquistadores. Era preciso un retorno a la época anterior a la monarquía absolutista (Villoro, 1963: 211-212).
A todas luces, los criollos están negando el pasado inmediato, el pasado
colonial, con el fin de alcanzar lo que ellos llaman el “principio”, un término que se
puede traducir como “principio”, “inicio”, “fuente” o “base”. Aquí son relevantes
todas sus ambigüedades: el principio puede ser visto como un principio racional
subyacente al gobierno sano o puede ser considerado como el inicio histórico de
un orden social. Muchos movimientos revolucionarios sufren de este dilema; si uno
VICTOR TURNER: HIDALGO: LA HISTORIA COMO DRAMA SOCIAL 48
quiere llegar a la base de la sociedad, uno tiene que retroceder en el tiempo. Así
nació la paradoja del movimiento revolucionario mexicano: para ir hacia delante,
para alcanzar el progreso, uno tiene al mismo tiempo que ir hacia atrás, hacia una
edad de libertad.
Desafortunadamente para los criollos moderados, una vez que se hubiera
vuelto legítimo buscar la base de la legitimidad yendo hacia atrás, algunos
radicales, como Hidalgo, empezaron a ir demasiado lejos hacia atrás. Para los
moderados, el retorno al pasado iba solamente hasta la conquista. Para ellos, el
“pueblo” era aquel grupo formado por “hombres honestos” de cierto nivel de
educación y estatus social en cada comunidad, hombres del cabildo que ahora
encontrarían su lugar en el brillo del sol nacional. Con mucho énfasis, el pueblo no
incluía a los indios ni a las castas (o mestizos). Alegaron que no fueron los
aborígenes que habían hecho el pacto con la corona, sino los conquistadores, los
míticos ancestros de los criollos americanos. En la primera asamblea convocada
por el virrey, e representante del partido de la corona ventiló exactamente este
punto, diciendo que si los criollos hablaban en serio acerca de buscar la soberanía
en el pueblo, entonces deberían prestar atención al pueblo originario, el pueblo
autóctono de México – en efecto, uno de los gobernadores presentes era
descendiente del emperador Moctezuma. Por este argumento, varios criollos
europeos, incluyendo al arzobispo Lizana, cambiaron su lealtad del gobierno
municipal al Acuerdo de la Realeza, la facción conservadora española.
Acertadamente tuvieron miedo de que el movimiento hacia atrás en búsqueda de
un principio y un origen no terminará hasta dar con su término real, la soberanía
efectiva de las amplias masas del pueblo mexicano.
Esta fue la posición cuando los eventos que describí anteriormente
irrumpieron en la historia de México.
Al grito de un criollo educado, Don Miguel Hidalgo, hijo de un gachupín, los indios rurales, los obreros mineros indios y mestizos, la gente común de las ciudades del Bajío responden con una revolución. La explosión se difunde tan rápido como lo permiten los medios de comunicación, y pronto se extiende a la nación entera. Aquí encontramos un movimiento casi unánime de las clases populares, y creo que nunca se ha visto semejante movimiento en la anterior historia de la Nueva España. Esta revolución es totalmente diferente del intento de emancipación por parte
VICTOR TURNER: HIDALGO: LA HISTORIA COMO DRAMA SOCIAL 49
de los miembros del gobierno municipal dos años antes. En lo referente a su composición social es fundamentalmente una revolución rural, apoyada por los obreros de las minas de plata, y el pueblo común, la chusma de las ciudades (Villoro, 1963: 215).
Ahora, los líderes de origen y educación de clase media intentaron canalizar
y dirigir esta torrente de proceso primario, esta insurgencia de “comunitas”
buscando su máxima expresión.
Igual que en otros procesos revolucionarios, las teorías y las concepciones
históricas en la independencia mexicana reflejan su composición social. Como ya
vimos, sus ideólogos eran letrados, hombres académicos tales como abogados,
sacerdotes de los más bajos escalones, miembros de los gobiernos provinciales y
periodistas. Pero cuando una vez entraran en contacto estrecho y práctico con el
pueblo, especialmente con las masas de indios, entonces las ideas, las creencias
y los símbolos que serían apropiados a su clase, tendieron crecientemente a ser
sustituidos por sentimientos marcadamente populistas. El pensamiento de los
criollos revolucionarios se radicalizó, avanzó más allá de los intereses específicos
de su clase y llegó a expresar los intereses de la comunidad más amplia. El
contexto social procesual, en el cual funcionaban, transformó las ideas. No hay
que olvidar que es la radicalización de la actividad revolucionaria en el proceso
primario que hace posible la aceptación de nuevas doctrinas e influencias
ideológicas – como se desprende del caso de los criollos letrados activistas – y no
al revés (véase Villoro, 1963: 215).
Villoro (1963: 216) divide el proceso de radicalización del pensamiento
criollo en dos etapas: (1) en los primeros años después de 1808 persisten las
ideas que tienen sus raíces en la tradición, las tesis del gobierno municipal de la
Ciudad de México son repetidas y desarrolladas. Pero del contacto con la nueva
situación surgen otros puntos de vista. Vemos la aparición de las primeras ideas
agraristas, hay signos de un moderado igualitarismo social, y el indigenismo tiende
a hacerse respetable; (2) en la segunda etapa, los intelectuales criollos se hacen
más abiertos a ideas democráticas alemanes y de Ginebra (de Rousseau), típicas
del liberalismo europeo. Villoro rastrea de manera muy detallada este desarrollo
VICTOR TURNER: HIDALGO: LA HISTORIA COMO DRAMA SOCIAL 50
de pensamiento en respuesta a la acción. Lo que nos interesa aquí es
principalmente lo que tiene a decir acerca de Hidalgo:
El savant criollo convoca al pueblo a la libertad. En este preciso momento es elevado a ser su representante. Y el pueblo lo hunde, lo absorbe en su ímpetu, hasta lo convierte en vocero de sus propias añoranzas y aspiraciones. El toma cada medida en su nombre, “para satisfacerlos”, para utilizar su propia expresión. Al apelar a “la voz comuna de la nación”, probablemente intentó usar aquella expresión en el mismo sentido qe los demás famosos criollos, de Azcárate a Quintana Roo. Sin embargo, la “nación”, que en realidad lo aclamaron, ya no eran los “cuerpos constituidos”, ni los representantes de los gobiernos municipales, sino los campesinos indios – que lo nombraron “Generalísimo” en las planicies de Celaya, las amplias masas que desde ahora en adelante lo apoyarían. En lo práctico, la “voz de la nación” es idéntica a “la voluntad de las clases populares”. Para legislar en su nombre, Hidalgo en lo práctico, elevó al pueblo ordinario a la soberanía, sin hacer en su corazón una distinción entre los estados y las clases. Así que su praxis revolucionaria les dio a las formulaciones políticas de los literati criollos un nuevo sentido y un nuevo contenido. Antes de que se hubiera desarrollado una teoría, el pueblo se había establecido como el origen de la sociedad. Los decretos de Hidalgo (e. g. Acerca de la abolición de la esclavitud) no hicieron otra cosa que dar expresión a esta soberanía efectiva y actual (en los términos que utilicé en The Ritual Process, convirtieron comunitas virtual en comunitas normativa, Victor Turner). La abrogación de los tributos que pesaron sobre los hombros del pueblo, la abolición de la esclavitud y la discriminación racial (de las castas), son indicaciones de la desaparición de las desigualdades sociales. Además, se dictó la primara medida agraria: las tierras les son devueltas a las comunidades indígenas. Se difundieron rumores acerca de un radicalismo más acentuada. Muchos le atribuyen a Hidalgo la intención de distribuir todas las tierras de México entre los indios y confiscar los productos de los ranchos y las estancias (fincas) para dividirlos de modo equitativo entre el pueblo (1963: 220-221).
La experiencia revolucionaria también radicalizó la perspectiva histórica que
discutimos antes. Algunos criollos radicales ahora tendían a rechazar todo el
orden jurídico de la colonia, considerando el periodo como tres siglos de
despotismo, ignorancia y explotación. Hidalgo y Morelos en particular
consideraban el periodo colonial como un intervalo tenebroso entre épocas que no
compartían su calidad negativa. Fue un periodo de encarcelamiento o de
servidumbre, o un tiempo de hibernación. Algunos lo vieron sencillamente como
un episodio que interrumpía el curso de una vida diferente y mejor. En el siglo
XVIII ya había empezado una reevaluación de la civilización precortesiana, y la
inteligencia se alimentaba de sus hallazgos. Fray Servando Teresa de mier, el
gran dominico radical, resucitó los argumentos del jesuita expulsado Clavijero, en
VICTOR TURNER: HIDALGO: LA HISTORIA COMO DRAMA SOCIAL 51
defensa de la civilización indígena planteó dudas acerca de la legitimidad básica
de la conquista. El y sus seguidores llegaron a postular que la colonia entera fue
un fraude, una dominación extraña e ilícita, una usurpación de derechos naturales
(véase Villoro, en Mier, 1963: 217-218). Es esta actitud que exactamente tiñó la
política de Hidalgo con los gachupines en Guanajuato y Guadalajara. Matarlos fue
una represalia justa. Los criollos radicales ahora bravamente renunciaron a su
propio pasado – que era post-conquista – y se solidarizaron con los indígenas, “los
dueños antiguos y legítimos del país”, como los llamaba Mier, “quienes una
conquista abominable no había logrado arrancar sus derechos” (Villoro, 1963:
225). ¿Qué le pasó entonces de la Magna Carta criolla, la “Constitución
Americana” pactada entre el rey español y el conquistador? ¿Se debería de
abandonar ante los derechos más primordiales de los indios? Eso es
evidentemente lo que pensaba Hidalgo, pero Allende lo vio de una manera
diferente. Y tampoco pensaban así la multitud de criollos que se voltearon contra
Hidalgo de manera explícita.
Hubo una extraña afinidad entre el criollo y el indio, una afinidad que
realmente fue expresada ideológicamente en el mito de la cancelación de la
conquista. No fue el producto de un movimiento romántico, como en el caso de la
influencia de Rousseau, Goethe y el joven Marx y Engels en Europa. No intentó
restaurar a pasado remoto con sus deidades pavorosos y su sed de sangre
Huitzilopochtli, Coatlicue, Chacmool, etc. No buscaba en las civilizaciones nativas
valores para sustituir aquellos de la colonia. Tal vez tanto Hegel como Lévi-
Strauss aprobarían la búsqueda de los criollos radicales. Intuitivamente sentían
que su época de independencia temprana era similar a la de antes de Cortés.
Como buenos cristianos, y esa sería la sensación de Mier, Hidalgo, Morelos y
Allende, podrían bien decir que ambos periodos, el de antes de Cortés y el de
después de la colonia, eran puros, sin la contaminación de la caída de gracia
colonial. En cierto sentido, la convergencia de periodos indígenas y postcoloniales
era puramente negativa; se encontraron porque ambos eran marginales al orden
que ambos negaron. Pero de su encuentro surgió un simbolismo curioso y
significativo. La conquista negaba la existencia de la sociedad indígena; la
VICTOR TURNER: HIDALGO: LA HISTORIA COMO DRAMA SOCIAL 52
independencia era, en términos hegelianos, la negación de esta negación. El
nuevo resurgimiento indígena invirtió la subyugación indígena en la conquista. De
allí el término que favorecía Hidalgo, reconquista, con ecos de los tiempos de la
reconquista de España de la dominación de los moros. Hidalgo se confirió a si
mismo le título de “comisionado por la reconquista y el nuevo gobierno de
América”. Anastasio Bustamante popularizó la idea de una guerra que replicaba
en reverso las venturas de Cortés y sus acompañantes, hasta los más mínimos
detalles. Existen muchas otras instancias de esta precisa inversión.
Pero estas ideas coexistían con la visión de los criollos moderados. Ambas
pueden ser consideradas como diversos grados de profundidad de un solo
proceso en marcha. Pero una vez que Hidalgo hubiera anunciado que el último
origen o principio era la libertad de todo el pueblo, el criollo promedio no podría
ignorar esta formulación. Tuvo que buscar orígenes precortesianos, y haciendo
eso no podía ignorar la revelación del pueblo como constituido principalmente de
indios y castas, y el hecho de que estos eran la auténtica base social del México
independiente. Había que volver a constituir la nación misma de nuevo, y la
ideología radical criollo así fue vulnerable a todo tipo de novedades, apertura a
una profunda antigüedad y apertura a nuevas doctrinas políticas, viniendo de
Europa y de los Estados Unidos.
No es posible en este texto desarrollar todas las implicaciones de la
vulnerabilidad criollo ante influencias de fuera del país. Aquí intentaré solamente
estudiar cómo ideas abstractas como “¿quiénes son el pueblo?” y “¿qué es la
soberanía?” son absorbidas por el sistema semántico asociado con vehículos
simbólicos sensorialmente perceptibles como La Virgen de Guadalupe, luego
serán convertidos en focos vivos de movilización de las masas populares.
Primero, sin embargo, debería llamar la atención al hecho de que la misma
tendencia a regresar a algún pasado, que sea pre o post-cortesiano, se nota tanto
en la religión como en la política. Pero en la religión no es un regreso al pasado de
las deidades aztecas. Para captar firmemente las masas, sus líderes educados no
podrían apelar al sistema religioso de la dominante autoridad precortesiana en el
VICTOR TURNER: HIDALGO: LA HISTORIA COMO DRAMA SOCIAL 53
centro de México, los aztecas, pues los tarascos, los otomies, los zapotecos y los
totonacos, para mencionar solamente unas pocas culturas coherentes, no
aceptaron a una sola cosmología, así como tampoco aceptaron una sola autoridad
política. Sus descendientes mantenían este sentido de autonomía cultural, aún
cuando sentían su unidad general como indios siendo de importancia política.
Pero en la religión, la nostalgia se ocupó de producir una versión más purificada
de la iglesia. A fin de cuentas, la iglesia tenía raíces más hondas que el estado
español, y si uno regresara por el tiempo, uno volvería hasta los primeros días de
la iglesia, los días antes de la jerarquía y Roma, mucho antes del nacimiento de
España y más todavía antes del nacimiento de la Nueva España. Todo empezó
muy silenciosamente - y con un tono político – con la protesta de hidalgo contra
las excomunicaciones (como la suya propia) que se debían a motivos puramente
políticos, y localizó sus causas en los intereses mundanos del clero y en la
distorsión de la religión por la autoridad el poder político. Más tarde, Mier, el Dr.
Cos y, especialmente, Morelos, señalaría el daño hecho a la iglesia misma por la
actitud del alto clero (español), y la necesidad de separar la religión de todo interés
terrenal. Pronto subrayaron nociones de una reforma eclesiástica. Aún Allende
proclamó las ventajas de ordenar y reformar el estado eclesiástico, y
particularmente el de las órdenes religiosas, reduciéndolas al rigor primitivo de sus
patriarcas y padres fundadores. El. Dr. Cos sostenía que el orgullo y el poder
mundano de alto clero había provocado a los cristianos a reaccionar como los
primeros cristianos que tenían comunión directa con el pueblo común y corriente,
mientras que los dignatarios eclesiásticos fueron elegidos democráticamente por
la asamblea de los feligreses. En respuesta a los que aseguraron que América
recaería en herejía, s se separara de la iglesia española, el Dr. Cos respondió: “La
religión emigrará de España para vivir entre los americanos en todo su pureza y
esplendor prístino; la temprana iglesia nacerá de nuevo; el sacerdote será
verdaderamente respetado, a diferencia de la situación hoy, en la cual no es
respetado” (citado en Villoro, 1963: 219). En pocas palabras, una nueva iglesia
sería fundada en América, es decir, en México, purificada de la corrupción
VICTOR TURNER: HIDALGO: LA HISTORIA COMO DRAMA SOCIAL 54
mundana y reviviendo los tempranos días de la cristiandad. Teresa de Mier
continua esta línea de argumento:
Examina los orígenes del caesaro-paplismo con su tentación a realizar el reino del cielo en términos de una sociedad mundana, a identificar la ciudad del cielo con su ciudad terrenal. Pregoniza una religión popular, pobre, sin privilegios, presidida por la tolerancia y el respeto por el derecho del otro, y libre de las influencias de ideología reaccionarias. En el ideal natural de la igualdad y libertad para todos los hombres, ve una correspondencia con la doctrina pura de los evangelios (Villoro, 1963: 219).
En pocas palabras, intentó combinar doctrinalmente la necesidad de
purificar el cristianismo espiritualmente con las nuevas ideas de libertad e igualdad
que los pensadores de la enciclopedia y de la revolución francesas habían
promovido.
Anteriormente mencioné la importancia de la multivocalidad en los símbolos
rituales dominantes. Todas estas ideas radicales criollas que he mencionado en
relación con la religión y la política – ambas siendo fratría en el sentido de William
Blake – parecen haber sido mutuamente involucradas en la selección de Hidalgo
de la bandera y la imagen de la Virgen de Guadalupe como la suprema emblema
de movilización de su movimiento. La Virgen de Guadalupe tenía continuidad
espacial con la madre azteca de los dioses, Tonantzin. Su culto emepezó
solamente quince años después de el culto a la madre azteca había sido
forzosamente interrumpido por la conquista. Además, de acuerdo al cuento
conocido por todo México en 1810, la reina del cielo había visitado a un simple
catecumen indígena, Juan Diego, no a un español, y mucho menos a un monje
español. El hecho de que Juan Diego nunca fue canonizado, a diferencia de
Bernadette en Francia, lo hizo aún más un objeto de simpatía e identificación para
los indígenas, que lo vieron como uno de los suyos y como un gachupín. A un
nivel social más profundo, ha sido señalado que cuando el poder secular
estructural se encuentra en las manos de un solo grupo, y donde ambos grupos en
México, tanto como en España, consideran la masculinidad y la patrilinealidad
como las fuentes de la autoridad, legitimidad, oficio, riqueza económica, y todo tipo
de continuidad estructural, entonces la unidad, la continuidad y la compensatoria
“poder de los débiles”, la sensación de la última coherencia de la comunidad, a
VICTOR TURNER: HIDALGO: LA HISTORIA COMO DRAMA SOCIAL 55
menudo es asignado a una mujer, especialmente a símbolos maternales, como
aludió Radcliffe-Brown en su artículo acerca de “Mother’s Brother in South Africa”
(1961). María-Tonantzin representó al pueblo común, a la última legitimidad de los
político-jurídicamente despreciados y rechazados en a vista de Dios. La conquista
había efectivamente destruido los dioses aztecas que, de todos modos, nunca
habían compelido la lealtad de los pueblos indígenas mexicanos. En efecto,
algunos temían a los dioses aztecas como a una plaga y aún hoy acuden a la
Virgen de los Remedios más que a la Virgen de Guadalupe. No obstante, cuando
el Padre Hidalgo, en la vieja tradición mexicana de líderes sacerdote-filósofos,
como Qeutzalcoatl de Tula de los toltecas, recogió la bandera de la virgen morena,
agarró un signo de integridad y panmexicanidad profética contra el que sus
oponentes realmente no podían poner nada, algo que le dio poder ritual a sus
mensajes empíricos y reales.
Su corazonada fue un acierto, nuestra Virgen de Guadalupe también fue
acogida por los criollos. Estas gentes eran también mexicanos indígenas, como
los indios, y muchos de ellos eran genéticamente mestizos. Como ya mencioné,
su futuro fue hasta cierto grado replicar el pasado prehispánico. La Virgen de
Guadalupe era lo más cerca que indios, que habían rechazado el paganismo
específico de los aztecas, encontrarían en su totalidad a una diosa india. Pero el
aspecto universal cristiano de todas refracciones de la hiperdulia debido a la
Virgen de Guadalupe en cualquier forma apelaba evidentemente a todos los que
se consideraban como americanos, aunque no indios; pues Guadalupe era el
México metropolitano, y no España, Italia, Polonia o cualquier otro país que
hubiera producido devociones marianas como resultado de visiones de los pobres
y afligidos. La “tesis” india y la “síntesis criollo-india”, estructuralmente abarcando
en un paréntesis la “antítesis” español-colonial fueron unidas en la devoción de un
principio femenino que se había convertido en un símbolo de guerra en lugar de
un símbolo de paz, porque la figura masculina del rey había sido vencida por la
historia, dándole al poder de los débiles la oportunidad a convertirse en el poder
de los fuertes. De nuevo, patrones sociales y estilos de vida de los criollos no
replicaron el supuesto pasado prehispánico; se reflejaron hacia atrás sobre el
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pasado y sobre aquellos que los criollos consideraron sus representantes vivos –
los indios – rasgos de cultura y estructura que habían adquirido durante sus tres
centurias en el Nuevo Mundo, incluyendo algunos de sus propios estilos de
piedad, que coincidía con algunos de los estilos religiosos de los indios. Por todo
eso, tiendo a considerar a la Virgen de Guadalupe como un símbolo indio, pero
también como un símbolo combinado criollo-indio, que incorporaba en su sistema
de significados no solamente ideas acerca de la tierra, la maternidad, los poderes
indígenas, etc., sino también nociones criollas de libertad, fraternidad e igualdad,
algunos de los cuales eran préstamos de los pensadores ateos franceses del
periodo de la revolución.
Además sería posible considerar, en términos exactos, la relación entre los
símbolos y cada etapa sucesiva del drama social o del desarrollo de fases
políticas. Sería posible verter algo de luz sobre el ritual y los símbolos políticos al
considerarlos no como sistemas abstractos atemporales, sino en su plena
temporalidad, como instigadores y productos de procesos temporales socio-
culturales. La Virgen de Guadalupe vive en escenas de acción, que sean de
devoción regular anual y cíclica por miembros de diversas regiones, ocupaciones
o grupos religiosos, o sea como símbolos multivocales de poderes populares en
tiempos de mayor crisis social. Per contra, Hidalgo, Morelos, Guerrero, Juárez,
Zapata, Villa y otros han sido transformados en símbolos por los procesos
primarios que los hicieron históricamente visibles cuando eran hombres vivos. Los
estudios de las relaciones entre los procesos y los símbolos en cualquier momento
dado y en su acumulación a través del tiempo son por el momento e principal foco
de mi investigación de campo y de historia.
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