7/22/2019 Historia Militar de La Guerra de Espana Tomo Primero
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MANUEL AZNAR
HISTORIA MILITAR DE LA GUERRA
DE ESPAA
TOMO PRIMERO
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1969
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A MIS HIJOS MANUEL, JAVIER Y JOS MARA,
COMBATIENTES DE ESPAA
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NDICE DEL PRIMER TOMO
NOTA PREVIA.................................................................................................9
ANTECEDENTES DE LA GUERRA.............................................................. 12
CAPTULO PRIMERO................................................................................... 13
ACCIN Y REACCIN DEL EJRCITO NACIONAL....................................13
OPERACIONES MILITARES......................................................................... 54
CAPITULO II..................................................................................................55
EL ALZAMIENTO DEL EIRCITO Y DE LOS PARTIDOS
NACIONALES................................................................................................55
El apoyo del pueblo al Ejrcito. Movilizacin de Falange Espaola.
La gran preparacin de los carlistas navarros. Una visita a Mussolini. ElGeneral Mola no!brado Gobernador !ilitar de "a!plona.
"actos y co!pro!isos de Mola con la #o!unin $radicionalista.
Una carta del General %anjurjo. &enovacin Espaola y 'ccin
"opular. Melilla se subleva. Le siguen $etu(n #euta y Larac)e.
*alance de triun+os y +racasos del 'lza!iento en las ciudades
espaolas. %ecreto viaje del General Franco a Marruecos. Franco
lanza su consigna de ,Fe ciega en el triun+o-. otas sobre la personalidad
del joven #audillo. #o!ienza la guerra. "anora!a
geogr(+ico de Espaa........................................................................................//
CAPTULO III...............................................................................................107
SITUACIN ESTRATGICA GENERAL PROBLEMA DE LAS
COMUNICACIONES EN LA TIERRA, EN EL MAR Y EN EL AIRE.............107
$raslado del Ejrcito de '+rica a la "en0nsula y constitucin en %evilla y en
pa!plona de las pri!eras colu!nas. 1bjetivos........................................234
CAPTULO IV...............................................................................................145
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MANIOBRAS SOBRE LAS FRONTERAS DE PORTUGAL Y FRANCIA.
MARCHA HACIA MADRID.......................................................................... 145
1peraciones de polic0a y de do!inio nacional en el interior de 'ndaluc0a.
Marc)a de la colu!na de %evilla )acia E5tre!adura. El ejrcito rojo pierde
las ciudades de Mrida y *adajoz. 6esde las llanuras del Guadal7uivir)asta el valle del $ajo. El general Franco do!ina la +rontera portuguesa y
asegura las co!unicaciones entre el orte y el %ur de Espaa. Maniobras
del General Mola sobre la sierra de Guadarra!a y a!enaza contra Madrid.
Las colu!nas de "a!plona triun+an en el "irineo occidental y se aduean
de las l0neas +ronterizas con Francia..............................................................28/
CAPTULO V................................................................................................198
SOBRE LA FRONTERA FRANCESA..........................................................198
'u5ilio +rustrado a la guarnicin de %an %ebasti(n. #o!bates en el "irineooccidental. 1rden de !arc)a )acia 9r:n y recti+icacin de la !aniobra.
En el ca!po de 1yarzun. #on7uista de 9r:n y de %an %ebasti(n por las
tropas del General Mola. Llegada del Ejrcito nacional a la l0nea del r0o
6eva.................................................................................................................2;e !aniobran con e5traordinaria agilidad y do!inan la l0nea del $ajo.
El general &i7uel!e intenta establecer un +rente de+ensivo para cortar el
avance del Ejrcito del %ur. Las tropas nacionales con7uistan $alavera de
la &eina. Fuerte contraata7ue rojo. Una colu!na de #aballer0a del
Ejrcito del orte entra en contacto con el del %ur a travs de la %ierra deGredos. El cerco de Madrid aprieta sus l0neas sobre la capital.
1peraciones en la provincia de 'vila. #ierre de los pasos )acia %oria....?/2
CAPTULO VIII.............................................................................................279
TRES CENTROS AISLADOS DE RESISTENCIA: EL ALCZAR DE
TOLEDO, OVIEDO, SANTA MARA DE LA CABEZA................................. 279
El coronel Moscard se subleva en $oledo. El ene!igo le obliga a
re+ugiarse en el 'lc(zar. %esenta y oc)o d0as de sitio. El )ero0s!oespaol alcanza ci!as incre0bles. Fases y circunstancias especiales del
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asedio. El d0a ?< de septie!bre varias colu!nas !andadas por el General
@arela libran a los sitiados y derrotan al Ejrcito !ar5ista en $olero. El
caso del coronel 'randa en 1viedo. La capital de 'sturias contiene el alud de
los !ineros 7ue pensaban lanzarse sobre #astilla. #erco y co!bates por la
posesin de la ciudad. Las colu!nas gallegas al !ando del General Mart0n
'lonso ro!pen las l0neas rojas y salvan a 1viedo. Epopeya gloria y a!arAgura de los sitiados en el santuario de %anta Mar0a de la #abeza BCanD......?4;
CAPTULO IX...............................................................................................402
CONVERSIN DEL FRENTE NACIONAL PARA LA LIBERACIN DE
TOLEDO Y MANIOBRA DE APROXIMACIN A MADRID.........................402
El General @arela to!a el !ando del Ejrcito de !aniobra )acia $oledo y
Madrid. Franco cu!ple su pro!esa de liberar a los sitiados del 'lc(zar.
Los co!bates de la liberacin. ?4 y ?< de septie!bre de 2;H Marc)a)acia la capital. 1peracin en cuatro +ases ruptura central avance por el
ala iz7uierda progresos sobre el ala derec)a y !ovi!iento de apro5i!acin
del dispositivo nacional )asta las orillas del r0o Manzanares........................83?
CAPTULO X................................................................................................436
EL ATAQUE FRUSTRADO SOBRE MADRID. - UN ARPN CLAVADO EN
LOS SUBURBIOS. - LA GUERRA CAMBIA DE SIGNO.............................436
'salto a la #asa de #a!po cruce del r0o Manzanares y do!inio de la #iudad
Universitaria. A 'parecen en !asa las *rigadas 9nternacionales. A&enuncia al
ata7ue +rontal de la capital de Espaa. A &ecti+icaciones de la l0nea del cerco. A
%ituacin t(ctica inveros0!il. La !isin del General Miaja. A Falta de reservas
nacionales. A Franco aplaza la solucin. A Los Ejrcitos del orte y del #entro
siguen !ontando la guardia en la %ierra........................................................8
CAPTULO XI...............................................................................................459
FINAL DEL AO 1936. FRANCO GENERALSIMO DE LOS EJRCITOS
Y JEFE DEL ESTADO. NOTAS SOBRE LA SITUACIN GENERAL....459Los rojos atacan en distintos +rentes a +in de aligerar la presin 7ue los
nacionales ejercen sobre Madrid. Iueipo de Llano desprovisto de !edios
!ejora en cuanto puede sus l0neas de 'ndaluc0a. Los rojos tratan de
des+ondar el +rente de 'ragn pero +racasan en las tres direcciones do
Jaragoza Kuesca y $eruel. Encarnizados co!bates o+ensivos del Ejrcito
separatista vasco en las rutas de @itoria. Episodio del pueblo de @illarreal.
El intento vasco!ar5ista de llegar a @itoria ter!ina en un sangriento desastre.
El general Franco asu!e la supre!a responsabilidad pol0tica y !ilitar de
Espaa. &eorganizacin del Ejrcito. &endi!iento de las tropas de'+rica. El Gobierno de @alencia recibe +uertes ayudas e5tranjeras. &usia
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ejerce el !ando rojo desde agosto de 2;. 'yuda italiana y ale!ana a la
Espaa nacional al travs de la Legin e5tranjera.........................................8/;
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NOTA PREVIA
Antes de que el lector ponga sus ojos en el primer captulo de
este libro me importa decir lo siguiente:
He pensado en ocasiones que el ttulo debiera decir Estudio
militar de la guerra de Espaa o Introduccin a la Historia de la
guerra espaola; pero la palabra estudio me pareca teida en
este caso de petulancia crtica; Introduccin a la Historia no se
acomodaba al contenido de la obra: opt, pues, por titularla
Historia.
Creo que no ser intil mi tarea. La he llevado a cabo antes de
que se hayan organizado los indispensables archivos y me han
faltado frecuentemente muchos elementos de juicio. Atribuya el
lector a esta circunstancia las lagunas inevitables. Cuando me he
encontrado sin datos autnticos, o no me han inspirado suficiente
confianza los que posea, he preferido abstenerme.
En todo caso, el propsito que me ha impulsado a escribir es
este: poner al alcance del lector, en general, y especialmente delprofano en el arte militar, un relato sistemtico hasta donde me ha
sido posible, de la guerra de liberacin de Espaa. Para ello he
tenido siempre en cuenta que un Ejrcito no es una sucesin de
episodios o de ancdotas ms o menos brillantes, sino un sistema
nacional en marcha. He pretendido contribuir al estudio y
vulgarizacin de los pensamientos y planes que nacieron en la
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mente del Generalsimo Franco para alcanzar la victoria. Y
finalmente, aspiro a que esta obra acreciente en los espaoles
dentro de la modesta medida que me es propia la aficin hacia la
literatura militar.Si alguno de esos designios queda conseguido, me sentir
satisfecho. En cuanto a los olvidos o posibles errores, pido al lector
que lejos de reaccionar sobre ellos con malhumor, me ayude a
subsanarlos en las ediciones posteriores, y los achaque, no slo a
mi flaqueza, sino a las extraordinarias dificultades con que he
tropezado para obtener en cada caso la informacin justa y
decisiva. Me interesa declarar que este libro slo se refiere a las
operaciones del Ejrcito de tierra, y que nicamente por excepcin
alude a otros aspectos de la guerra.
Quiero que conste mi gratitud hacia todas las personas que
me han auxiliado en la tarea de ordenar y esclarecer la
informacin; a cuantos Jefes y Oficiales del Ejrcito me han
ilustrado con sus conocimientos; al teniente coronel de Estado
Mayor seor Daz de Villegas, por el talento y la paciencia que ha
puesto en la lectura de las pruebas; al agudo crtico italiano
General Belforte, cuyas pginas y esquemas sobre la guerra de
Espaa me han servido en muchas ocasiones de inapreciables
guas; a los tres cronistas de guerra Ruiz Albniz, Snchez del
Arco y Martn Fernndez, porque me han permitido fijar conexactitud no pocos hechos; al ilustre gegrafo seor Dantn
Cereceda, por su acendrada colaboracin en las pginas
dedicadas a las referencias geogrficas de los campos de batalla; a
la seorita Ana Mara Gamazo, autora de los croquis, a Cifra y a
Campa por sus fotografas, y, en fin, a todos los que han hecho
posible este ensayo de explicacin de la guerra de Espaa y de la
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victoria de Franco.
Madrid, ao 1940
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ANTECEDENTES DE LA GUERRA
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CAPTULO PRIMERO
ACCIN Y REACCIN DEL EJRCITO NACIONAL
El Movimiento espaol, militar y popular, de 18 de julio de
1936, no fue un pronunciamiento. La ignorancia de esta radical
verdad ha trado a la poltica europea de los ltimos aos
consecuencias de alcance excepcional. Una buena parte deEuropa cay en la fcil interpretacin de la poltica espaola a la
moda y manera del siglo XIX. Vieron las gentes improvisadoras e
histricamente ignorantes de nuestra realidad nacional cmo unos
briosos cuadros de Jefes y Oficiales del Ejrcito se alzaban frente
al Poder constituido, y al punto se dijeron, creyendo sorprender
el secreto del problema: Pronunciamiento! Esta palabra,transvasada del idioma espaol a otras lenguas, ha contribuido por
s sola a deformar notoriamente la justa visin de Espaa.
Repitmoslo: el da 18 de julio de 1936 no se inici en Espaa un
pronunciamiento.
Es decir el Ejrcito no tom en esa fecha una actitud de
carcter profesional, porque en tal caso es seguro que su mpetuno hubiera rebasado los fracasos de los primeros das. Hay desde
hace tiempo en la vida espaola dos entidades que, de muy distinta
manera y por vas diferentes, vienen siendo objeto de una grave
injusticia: una es el Ejrcito; la otra es la Prensa. Vale la pena de
que expliquemos este concepto.
El Ejrcito y la Prensa han ejercido en Espaa desdeprincipios del siglo XIX una suplencia de organismos nacionales
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que, debiendo existir por pura y rigurosa necesidad del Estado, no
han representado nunca nuestra autntica realidad. Es evidente
que en un pas donde el Parlamento. las Academias, los Ateneos,
las Universidades, las publicaciones especializadas, las edicionesde alta cultura y todos los dems medios de expresin del
pensamiento nacional, habituales en los pueblos bien organizados,
funcionaran y trabajasen normalmente, la Prensa no tendra que
cumplir ms que aquella misin especfica, elemental y cotidiana
que es propia de su naturaleza y condicin. Con lo cual no se trata
de achicar la dignidad y eficacia del periodismo, sino de limitarlo a
su mbito y a su peculiar misin, sin sacarlo de quicio en cuanto a
sus propsitos y mucho menos en cuanto a su poder. Por
desventura, Espaa ha carecido durante toda la poca del
liberalismo poltico de esos otros rganos de expresin nacional a
que antes he aludido; de ah naci la grave y monstruosa
exageracin de los fines atribuidos a las publicaciones peridicas,
al punto que el pueblo espaol encontraba en la Prensa unadegenerada aunque forzosa sustitucin de los Ateneos frustrados,
de las Academias muertas, de las grandes revistas ausentes, de
los crculos literarios sin tono y de un Parlamento entregado a la
innocuidad o a la silvestre chabacanera. Por esto se suele pecar
de injusticia cuando se encomienda a los periodistas espaoles
responsabilidades que normalmente debieran estar fuera de surbita, sin tener en cuenta que, en funciones de suplencia, han
venido, durante ms de medio siglo, taponando huecos y cubriendo
brechas fuera de su natural jurisdiccin. No ha sido posible en todo
ese largo plazo encontrar para los jvenes universitarios, para los
ensayistas, filsofos, investigadores, crticos, poetas y polticos, va
ms eficaz de manifestacin y de accin que la de los peridicos;sin ellos, puede decirse que las mejores juventudes de Espaa,
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desde hace cincuenta aos, se hubieran agostado, consumidas en
su propia impotencia y en su melancola.
An es mucho ms grave lo que acontece con el Ejrcito
nacional en relacin con la historia de Espaa, sobre todo la delsiglo XIX y la de los treinta y seis primeros aos del siglo XX. Hay
quien incurre sistemticamente en la puerilidad de suponer a
nuestros militares corrodos por una caprichosa, elemental y directa
ambicin de mando poltico. Confieso que en muchas ocasiones
las apariencias han inspirado tal interpretacin. Pero cabe
preguntarse: cmo habra llegado el Ejrcito espaol, admitiendo
que la posicin histrica que le atribuyen fuese cierta, a tal estado
de espritu? Se olvida con demasiada frecuencia que los vagos
conatos de rgimen democrtico ensayados en Espaa se han
apoyado siempre en la inmensa farsa de unos partidos polticos
que, asegurando representar la opinin del pueblo, no eran otra
cosa que rtulos sin respaldo, voces sin aliento, palabras sin
doctrina y, en suma, sepulcros blanqueados de engaos y detraiciones a la fe de Espaa. Farsas y juegos como aquellos que
nuestra organizacin poltica sostena bastaban a veces para
conllevar las cosas en horas de una mnima normalidad; pero
apenas asomaban en el horizonte las realidades agresivas y
peligrosas que suelen agitar a los pueblos de tiempo en tiempo, los
partidos polticos coreaban aires plaideros y eran los primeros enacudir implorantes a la organizacin militar, al Ejrcito, para que en
ltima instancia salvara unas veces el honor y otras la existencia
misma de Espaa. A fuerza de verse atribuir por la comunidad de
los partidos polticos tan altas funciones salvadoras, el Ejrcito
acab por crearse en s mismo una mentalidad especial, que le
llevaba a verse como eje, o cimiento o resorte mgico de la vidaespaola. Se organiz, por consiguiente, en orden a una
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permanente centinela alerta para actuar de un modo decisivo
siempre que apareciese un peligro muy grave sobre los esenciales
valores de Espaa. Es la columna vertebral de la Patria dijo don
Jos Calvo Sotelo, el gran mrtir patriota, cado el da 13 de julio de1936. Por todo lo que acabamos de decir sumariamente se
comprende que Calvo Sotelo pudiera definir as al Ejrcito espaol.
Desde las guerras de Cuba y Filipinas, ltimo mpetu de una
Espaa imperial en sus territorios de Amrica, el pesimismo
espaol, subrayado y envenenado por influencias extranjeras muy
conocidas y examinadas de nuestros historiadores, dio en atribuir
al Ejrcito responsabilidades y culpas que no le correspondan.
Uno de los grandes pecados de la que ha sido llamada
generacin espaola del 98 consiste en haberse despreocupado
de cuanto aconteci en Cuba y en Filipinas desde 1895 hasta el
Tratado de Pars. Es inconcebible que un espaol medio y, si se
me permite el juicio, un espaol culto nacido entre 1890 y 1936, no
sepa seriamente una sola palabra de lo que fue para el alma y parael cuerpo de Espaa la terrible guerra de Cuba y no conozca, ni si-
quiera de un modo superficial, el proceso del decaimiento y del
vencimiento de Espaa en la maravillosa isla antillana. Sin temor a
equivocacin podramos ahora mismo plantear ante un senado de
espaoles doctos los problemas elementales de aquellos tres aos
atroces de historia espaola, y es seguro que sonaran comocaracolas vacas los nombres magnficos de nuestros hroes, los
de los caudillos cubanos, que al fin y a la postre no eran sino
prodigiosos retoos de nuestro propio ser; pareceran
inconcebibles o inventadas cuantas alusiones se hicieran a las
radiantes batallas, a las marchas geniales, a las complejidades
polticas, a los dolores, a las emociones, a los programas y a lasilusiones de Espaa que en aquellas campaas de Cuba
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florecieron. Lejos de prestarles atencin, convinieron los espaoles
en simplificar sus preocupaciones, y con decir que el Ejrcito era
culpable de cuanto en Cuba y en Filipinas haba sucedido, creyeron
haber encontrado el gran secreto de uno de los instantes msangustiosos y profundos de la historia de nuestro pueblo.
En aquella poca, igual que despus, la deformacin mental
de los espaoles sobre su propio caso fue alegremente acogida por
los pueblos del Occidente de Europa; entonces, esos pueblos no
se enteraron, o no quisieron enterarse, de que la guerra de Espaa
en Cuba tena dos aspectos diferentes: uno el civil, el interior, el
familiar y domstico que nos llevaba dolorosamente a guerrear con
magnficos hermanos nuestros, a quienes habamos dado sangre,
apellidos, religin, lengua, patriciazgo y todo un sentido de la vida y
de la cultura; el otro aspecto era el internacional, que aluda a la
permanencia de Europa en el corazn mismo de las aguas
americanas, all donde estn las llaves de las costas de los
Estados Unidos, del paso panameo, de toda la Tierra Firme y delposible canal de Nicaragua. Europa, aunque en algunos momentos
nos hiciera arrumacos de fingida amistad, se alegr de que Espaa
fuera derrotada en Cuba, sin pensar que por la derrota de Espaa
quedaba para siempre e irremediablemente vencida el alma
europea en las tierras de Amrica. Al menos, vencida desde el
punto de vista de una poltica directamente eficaz.Este mismo fenmeno, del que tendremos ocasin de tratar
en otras pginas de nuestro libro, se ha dado durante la guerra de
liberacin de Espaa. Una parte de Europa no ha querido ver que
la derrota o el triunfo de nuestra Causa nacional interesaban
profundamente al destino universal del alma y del pensamiento de
Occidente.
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Nada menos que desde la guerra de Cuba viene cultivndose
en una parte importante de la sociedad espaola y en anchas
zonas de la opinin extranjera la mana de que el Ejrcito es
responsable nico de todo lo deleznable que acontece en nuestropas. Interpretacin muy curiosa, por cierto, pues con slo examinar
las primeras pginas de la Historia espaola del siglo XIX se llega a
la conclusin de que casi todo cuanto somos en el orden poltico y
social es inexplicable sin el Ejrcito; a tal punto, que hasta el
progreso de las ideas liberales durante el siglo XIX, cuando esas
ideas eran el diapasn del mundo, exigi el activo funcionamiento
del instrumento militar, y no hay quien pudiera escribir la historia
del liberalismo constitucional espaol sin citar como personalidades
determinantes de su triunfo los nombres de dos Generales: don
Baldomero Espartero y don Juan Prim.
La acusacin contra el Ejrcito se acrecienta de modo
escandalosamente irreflexivo con motivo de nuestra guerra de
Marruecos, iniciada el ao 1909. Polticos y diplomtico, de temor
en temor y de apocamiento en apocamiento, nos llevaron a la
situacin de parientes pobres de Europa en lo tocante a los pases
del Norte de frica. La musa del miedo nos inspir el ao 1904,
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cuando Delcass, ministro de Negocios Extranjeros de Francia,
estuvo dispuesto, por razones de poltica anti germnica, a
brindarnos la vasta posibilidad de un verdadero imperio africano.
Estall la guerra el ao 1909 porque las tribus no lograbanentender la doctrina del protectorado y, adems, porque venan
siendo agitadas contra Espaa desde todos los centros secretos
del anti espaolismo europeo, y se produjeron aquellos
memorables y lgubres combates del Barranco del Lobo y del
Monte Gurug, donde si la victoria local no nos fue siempre
propicia, nos acompa en todo instante el sentido de la dignidad,
estuvo a nuestro lado el principio del honor y nos asisti, aun en las
horas ms tristes, la plena seguridad de la victoria final.
No vale la pena de que recordemos ahora la fabulosa cantidad
de vilezas, el innumerable cortejo de indignidades que una gran
parte de la poltica democrtica espaola puso en juego contra la
histrica y admirable actitud de nuestro Ejrcito. En este punto,
como en otros muchos, slo el olvido da sosiego y paz al espritu
de un espaol. Pero cada uno de nosotros debe cuidar de que esa
paz y ese sosiego no oscurezcan la luminosidad de las lecciones
polticas que la guerra de Marruecos est brindndonos desde
entonces.
Andando los aos, y cuando cada uno de los habitantes de
Espaa declaraba en las plazas pblicas la imposibilidad de
continuar viviendo dignamente dentro del sistema poltico que
envileca a nuestro pas, conocimos aquel esplendor extraordinario
de la mal llamada dictadura del General Primo de Rivera, mal
llamada con ese nombre porque, a pesar de la inagotable buena fe
y del fuerte patriotismo del dictador, la verdad es que apenas se
cumpli alguno de los supuestos previos de un autntico rgimen
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dictatorial.
El General Primo de Rivera, en nombre del Ejrcito, salv a
Espaa de una posible ruina, y en los siete aos de su Gobierno
elev considerablemente la moral pblica de nuestro pas, remediviejos daos, perfeccion nuestra tcnica, levant el nivel de vida
de nuestras clases media y proletaria, sujet ambiciones excesivas,
alent nobles anhelos, acrecent el decoro interior y exterior de
Espaa y cerr antiguas heridas de tal manera, que mirado su
gobierno desde la perspectiva que nos brinda Espaa y que nos
brinda asimismo Europa en el ao 1940, puede decirse, sin temor a
equivocacin, que la poca de la presunta dictadura coincidi
con el pice de la felicidad material del pueblo espaol,
cuidadosamente, amorosamente, paternalmente, vigilada por el
gran sentido poltico de la Restauracin monrquica. Cay, sin
duda, el General Primo de Rivera en la simplicidad liberal de
suponer que un dictador cumple sus fines esenciales cuando
aumenta el bienestar fsico de su pueblo, sin dar en la cuenta deque en toda ocasin, y mucho ms si el pueblo se llama Espaa, lo
que importa es acertar en lo principal, o sea en el espritu, aunque
se yerre en lo subsidiario y subalterno. El glorioso hijo del General
Primo de Rivera, aquel Jos Antonio Primo de Rivera que ha sido
una de las grandes luces del nuevo tiempo espaol, pudo decir de
la obra de su padre que haba fracasado porque no supo dar aEspaa un sentido histrico universal.
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organismos y fuerzas de Espaa que llevaban mucho tiempo
apartados de su deber. En un pas donde desde haca dos siglos
no haban sido infrecuentes los profesores sin culto universitario,
los sacerdotes sin ciencia teolgica y sin exgesis bblica, losestudiantes sin disciplina ni universal curiosidad, los polticos, sin
fervor ni espritu de sacrificio, los jurisperitos sin emocin de la
justicia, y el pueblo sin sentido de sus destinos, no es ridculo y
monstruoso que por cubrir esas quiebras y por saldar cuentas de
muy concreta responsabilidad, nos hayamos entretenido en buscar
como nico responsable precisamente al Ejrcito nacional, sin
pensar seriamente que al denigrarlo y perseguirlo tocbamos en el
eje mismo de nuestra vida y sin advertir que los militares, con todas
sus limitaciones, con todas las flaquezas humanas que queramos
atribuirles, han sido siempre, y especialmente en los momentos
decisivos, los espaoles ms adictos y atentos a su deber, la clave
del patriotismo, la luz de nuestros rumbos histricos?
Quien haya ledo estas primeras pginas comprenderperfectamente todo lo que ahora he de decir. Durante los aos de
nuestra segunda Repblica 1931 a 1936 el Ejrcito nacional
pareca mantener una actitud escptica y desviada de los asuntos
pblicos. Estaban hartos nuestros jefes y oficiales de orse acusar
pblicamente como elementos permanentemente intrigantes y
perturbadores de la vida espaola; estaban cansados de que se lespresentara a la opinin como vulgares aficionados a los mandos
polticos, por el provecho, dominio y privilegio que esos mandos
pudieran traerles; sin duda por tal hartazgo de injusticias (y para
que nuestro pueblo se acostumbrara a verlo en su verdadera y
limpia personalidad) lleg el Ejrcito de Espaa a situarse al mar-
gen de toda actividad relacionada con el Gobierno, no sin que enaquel aparente escepticismo se dejara adivinar cierto gesto,
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dictado por el instinto nacional y por la experiencia histrica, que
vena a decir a todo el pas: En el pecado que ests cometiendo
llevars la penitencia!
Grupos de jefes y oficiales encendidos en el amor de Espaarompieron ese escepticismo el da 10 de agosto de 1932,
lanzndose a una gloriosa rebelda que fue rpidamente sofocada
por el Gobierno. Sera equivocado sostener que el herosmo de los
que en aquella fecha cayeron fue infecundo; en su bro y en su
actitud hallamos el obligado antecedente del 18 de julio de 1936 y,
sobre todo, all resuena, con calidades profticas, el grito de
Espaa, alerta!
Una de las acusaciones mas profundas que lospropagandistas republicanos lanzaron durante las campaas
polticas del ao 1930 contra la Monarqua restaurada fue la de que
la institucin monrquica estaba condenada al decaimiento porque
se haba desnacionalizado. Esto no era sino una verdad a medias,
y una verdad a medias suele ser la peor de las mentiras. Pero es
absolutamente cierto, en cambio, que la Repblica ni siquiera lleg
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a nacionalizarse; se dio, desde los primeros tiempos, el arte y la
maa de dividir a Espaa en zonas incompatibles, de partirla en
pedazos a punto tal que en este pas, mucho antes de 1936, ms
que seres insertos en una normal ciudadana, parecamos antrop-fagos polticos, seres canibalinos impulsados por el designio de
devorarnos mutuamente.
Con tanto desinters y pureza de intencin asista el Ejrcito
nacional al ensayo de un nuevo rgimen espaol, que si se
hubieran cumplido los principios ms elementales de una sociedad
organizada con arreglo a moral y decencia los gobernantes
republicanos habran hallado en nuestros jefes y oficiales el
principal apoyo para su obra.
He pensado muchas veces que aun en aquellos ltimos
trances de julio de 1936, cuando caa acribillado a balazos el jefe
de la oposicin parlamentaria, don Jos Calvo Sotelo (y esos
balazos procedan de la fuerza pblica, encargada de garantizar
nuestras vidas), tuvo la Repblica ocasin de encauzar la
seversima indignacin nacional del Ejercito. Un Gobierno decidido
a representar a Espaa, resuelto a castigar inexorablemente a los
asesinos, cmplices, inductores y beneficiarios del crimen de que
fue vctima Calvo Sotelo; un Gobierno que hubiese levantado en la
plaza pblica el patbulo ejemplar, donde normalmente deban
aparecer colgados y cubiertos de ignominia los miserablesejecutores del crimen siniestro; un Gobierno resuelto a sacar de un
hecho tan monstruoso las congruas consecuencias polticas, es
seguro que habra podido contar con el apoyo enrgico, limpio, leal
y desinteresado de todo lo que en Espaa es y significa el Ejrcito
nacional. Pero era imposible que las cosas sucedieran as. El
destino histrico de los pueblos tiene a veces, en su marcha
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profunda, la exactitud y fijeza del movimiento de las constelaciones.
Las cosas tenan que acontecer como acontecieron, y no de otro
modo.
En julio de 1936 llevbamos dos o tres aos de or por todaEspaa la misma cantinela: Qu hacen y a qu aguardan los
militares? Los militares observaban en silencio. Saban entonces
y saben hoy que acaso los espaoles que con mayor congoja y
apuro les llaman en las horas crticas suelen ser los ms adustos y
secretos enemigos suyos cuando vuelven los das de la paz y del
orden externo. Tengo para m que muy pocas cosas son ms
condenables y ms viles que la posicin poltica de aquellas gentes
que toman a un Ejrcito nacional, nada menos que a un Ejrcito
nacional, como polica de sus egosmos y gendarme de sus
particulares intereses. En nuestra Historia el Ejrcito ha cumplido
siempre fines ms altos y ms nobles. Ahora, una vez ms, ha
reiterado esa elevacin moral para honor y gloria de Espaa.
Es el caso que, como digo, el Ejrcito nacional, cansado de
los viejos vilipendios, puso al pueblo espaol, muy
justificadamente, en el trance de que le llamara con fatigante
reiteracin, y slo cuando se hubo llegado a una perfecta
saturacin de la atmsfera espaola, cuando esa atmsfera estuvo
cargada de crmenes, de amenazas, de peligros decisivos y de
negaciones de la Patria, slo cuando, como ha acontecido siempre,fallaron por su base partidos, organizaciones intermedias, minoras
selectas, Parlamento, Academias, tribunas y otras esperanzas, el
Ejrcito se sinti nuevamente llamado a su sempiterna funcin;
alzse en un admirable movimiento y dijo: Aqu estoy! Vamos a
salvar a Espaa! Pero este Alzamiento de 1936 se diferencia de
todos los anteriores en que el Ejrcito nacional pidi al patriotismo
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valor del uniforme de nuestros soldados. Que no hay simpleza
mayor que la que nos brinda el refrn con decirnos que el hbito
no hace al monje, cuando es lo cierto que el hbito, si est bien
llevado y si quien lo lleva sabe de smbolos, es el monje mismo.* * *
Nadie puede afirmar, sin injuria de la verdad, que en el mes de
julio de 1936 el Ejrcito espaol fuera un deportista de la
revolucin. Jams se ha visto a nuestros militares ms entregados
a su propia y directa condicin, sin que por ello dejaran de estar
muy vigilantes en medio de los vaivenes de la conciencia espaola.
De tiempo en tiempo, algunos ncleos de la opinin pblica,
lgicamente sobreexcitados por la destemplanza y amargura de la
realidad circundante, pretendan apresurar las soluciones
salvadoras y simplificar los trmites mediante golpes de mano en
los que ponan excesivas esperanzas. Intentos todos ellos de muy
subida nobleza y de gran calidad espiritual, pero condenados deantemano a la solucin adversa, porque no haba sonado an la
hora exacta que nicamente el Ejrcito, actuando como sistema
nacional, poda fijar sin error. As, por ejemplo, cuando el Frente
Popular, obra directa del comunismo, alcanz en febrero de 1936 el
relativo xito electoral de que todos los espaoles hemos guardado
triste memoria, hubo muchas voluntades que creyeron llegado elinstante mejor, y se dispusieron a la salvacin de Espaa sin
aguardar los resultados polticos que fatalmente haba de producir
la preponderancia comunista en nuestro sistema poltico.
Razones y circunstancias de muy diversa ndole, cuya
explicacin no corresponde a estas pginas, impusieron
aplazamientos ineludibles.
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Antes de aquellas fechas, una nueva y vigorosa fuerza juvenil,
extraordinaria de tono y de doctrina, la Falange Espaola, fundada
y acaudillada por Jos Antonio Primo de Rivera, estudi dos
alzamientos. Una de las operaciones de santa y patritica ira que elfundador de Falange Espaola quiso poner en prctica mediante la
movilizacin de sus milicias, magnficas de temple, pero
numricamente exiguas todava en los tiempos a que me refiero,
fue el asalto y la conquista de la ciudad de Toledo. Proyectaba
Primo de Rivera reunir a los jvenes falangistas de primera lnea en
la imperial ciudad del Alczar. All se dara el grito y se lanzara la
consigna de la redencin de Espaa. La guarnicin de Toledo, los
cadetes del Alczar y la Guardia civil de la ciudad se incorporaran
automticamente al Alzamiento, o cuando menos permaneceran
expectantes, sin poner traba alguna al desarrollo del proyecto
falangista. Era evidente que el Gobierno de Madrid dispondra sin
prdida de tiempo el envo de unidades militares contra los
sublevados, los cuales aceptaban de antemano el sitio que lesamenazaba y se hallaban dispuestos a mantener hasta la muerte
su compromiso de sitiados. Entretanto, esperaban que las
guarniciones militares de las dems ciudades espaolas se fueran
sumando, una tras otra, al Alzamiento, con lo cual el resultado que
se apeteca quedara conseguido en plazo breve y rescatado el
Poder poltico de Espaa de manos de los comunistas y de suscmplices.
Jos Antonio Primo de Rivera lleg a exponer su plan a
determinados jefes militares, y entre ellos al entonces coronel don
Jos Moscard, que unos meses ms tarde haba de ingresar, por
fuero de su incomparable herosmo, en la Historia y en la inmor-
talidad de Espaa. No quiso el coronel Moscard resolver el asuntopor cuenta propia, aunque la lnea general del proyecto le inspiraba
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gravsimos recelos. Cuando emisarios autorizados solicitaron de l
resoluciones apremiantes, se limit a contestar: Conforme, si el
General Franco me lo ordena.
Aconteca esto el ario 1935.El otro propsito de alzamiento falangista pareca algo ms
cumplidero, aunque hoy, despus de nuestros tres aos de guerra,
hayamos comprendido claramente que los resultados hubieran sido
trgicos.
Se trataba de concentrar 4 5.000 militantes de Falange
Espaola en la frontera de Portugal. Determinadas secciones devanguardia iran provistas de ametralladoras, fusiles-ametralladores
y fusiles de repeticin; detrs marchara la masa principal, armada
con pistolas-ametralladoras y algunas dotaciones de bombas de
mano. Los alzados intentaran seguir la clsica ruta de invasin que
todos los tratadistas aconsejan para una fuerza que aspire a la
conquista de Madrid viniendo de Portugal. Se haba reledo enalgn cenculo el curioso librito de Mor de Fuentes que trata de
este sugestivo tema. Si la empresa sala adelante, todo quedara
bien logrado. Si, por el contrario, resultaba imposible forzar los
caminos defendidos por las fuerzas del Gobierno, los alzados se
batiran a la defensiva, con el designio de mantener hasta el
mximo un estado de inquietud y de zozobra ante el cual crean
los autores del plan tendra que rendirse irremisiblemente el
Poder vigente en Espaa. En el peor de los casos, Falange
Espaola hubiera medido ampliamente sus armas y aumentado la
lista de sus mrtires, y puesto que mrtires hacen religiones, la
Falange se impondra a la conciencia espaola por su coraje y por
su capacidad de combate y de sacrificio.
Este segundo proyecto se hubiera llevado a cabo, a pesar de
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Estos cuatro partidos, llegada la hora inexorable, haban de
suministrar el voluntariado civil que ira a incorporarse a lasformaciones militares y a encuadrarse con disciplina rigurosamente
castrense bajo el mando de los jefes y oficiales del Ejrcito
espaol.
Al lado de las masas que los cuatro partidos antedichos
deban movilizar, aunque en distinta medida, Espaa estaba
segura de que el frente anticomunista quedara engrosado por unamuchedumbre procedente de los partidos liberales, y aun de
aquellas organizaciones histricamente republicanas cuyo rtulo de
radicalismo estaba definitivamente superado por los hechos, y cuya
mana anticlerical no pasaba de ser una vieja y arrugada simpleza
anacrnica, sin la menor realidad ni significacin.
Un mes antes del 18 de julio de 1936, el autor de este librooy de labios del jefe monrquico don Jos Calvo Sotelo estas
palabras: La guerra civil que se avecina no ser una lucha fcil ni
un golpe de mano cuartelero. Si conseguimos que 30.000 jvenes
de Espaa 30.000 muchachos ardorosamente nacionales, se unan
al Ejrcito, nos habremos salvado. Si no sucede as, podemos
considerarnos inevitablemente perdidos. Cuntas veces ha
habido que renovar la cifra de los 30.000 jvenes dispuestos al
sacrificio durante los tres aos de guerra por la salvacin de
Espaa!
Muchos autores han descrito en libros y folletos de diversa
ndole la trgica situacin en que Espaa lleg a encontrarse
durante los primeros meses del ano 1936. El comunismo, inventor
de los Frentes Populares, se dispuso a probar entre nosotros la
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eficacia de su invento. Cuando leo en la Prensa de cualquier pas
civilizado la noticia de haberse constituido o de estar a punto de
constituirse un Frente Popular, no puedo menos de sentir
estremecimientos y apiadarme por la suerte que espera a lasvctimas futuras de ese diablico sistema de vida pblica. El
candor, en los casos mejores, y la interesada malicia en los peores,
arrastra a no pocos hombres, incoherentemente llamados de
izquierdas, hacia la alianza que los siniestros agentes del marxis-
mo les proponen con aire y gesto muy amistosos. Ha pasado una
terrible guerra civil sobre los campos y sobre las almas de Espaa.
El sufrimiento moral y material a que nuestro pueblo vivi
sometido desde el mes de julio de 1936 hasta el de abril de 1939,
supera todas las descripciones posibles. Mucho habremos de
padecer an, y tendrn que pesar largos sacrificios sobre nuestra
generacin y sobre la de nuestros hijos, como consecuencia de la
guerra. Sin embargo, el recuerdo del drama poltico espaol, tal
como se planteaba durante el primer semestre de 1936, continaparecindonos ms espeluznante; tanto, que repetidas aquellas
circunstancias, habra que reiterar la guerra. No ofreca la realidad
otra salida que la de batirse por la salvacin de una Patria, de una
sociedad y de una cultura. El comunismo plante ante los
espaoles un dilema implacable: o morir o matar.
Organizronse por entonces las fuerzas rojas de subversincon tan acabado mtodo que pronto fueron dueas, no solamente
de los resortes y recursos que ofrece la vida pblica de un pas,
sino aun de la misma existencia privada de los ciudadanos. El
crimen impune estaba a la orden del da; el robo, el saqueo, el
incendio, el motn, la provocacin, la injuria, la crcel y el agravio
ntimo iban haciendo de todas las personas de bien tristes esclavos
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de una tirana sin precedentes. Era evidente que cumpliendo
antiguas consignas lanzadas por los ms famosos jefes de la
revolucin moscovita (Lenin y Trotzky, especialmente) todos los
centros de agitacin y de subversivismo del mundo se aliaban paraconvertir a Espaa en el gran centro rojo del Occidente de Europa.
La posicin geogrfica de nuestro pas, maravillosamente situado
para actuar con la necesaria intensidad sobre Francia, Italia. Ingla-
terra y Portugal, era una verdadera y permanente tentacin,
brindada a los directores de la revolucin comunista. Desde los
primeros das de la Repblica se haba venido organizando el
golpe decisivo con excelente tctica y cuidados minuciosos. Los
Gobiernos republicanos, salvo en algunas breves etapas de su
actuacin, vivieron constantemente rebasados por los problemas
del orden pblico, que superaron, en trminos crecientes, las
posibilidades del Poder poltico. Quedse Espaa sin Ejrcito; de
modo tan completo que a principios de 1936 (podemos asegurarlo)
no exista ms ncleo militar eficaz y serio que el de las tropas deMarruecos, salvadas del cataclismo, sin duda, porque no se atrevi
la Repblica a descuartizarlas en vista de los fines de carcter
internacional que esas tropas cumplen al otro lado del Estrecho de
Gibraltar. Y aun as ya empezaban a organizarse muy seriamente
en toda la zona del Protectorado espaol norteafricano las clulas y
centros de accin comunistas, con la misin de minar y despedazaraquel ltimo reducto de una posible reaccin militar bien
organizada. Agentes rusos de muy conocida filiacin, aventureros
de todos los pases, delegados de las oscuras logias,
representantes del judasmo hicieron de Tnger un estratgico
Cuartel general, y desde all se dedicaron a secretas maniobras
revolucionarias. Pese a la clandestinidad de las operaciones que sellevaban a cabo, el Ejrcito pudo conocer perfectamente todo lo
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que se vena tramando, y comprendieron nuestros jefes y oficiales
que pronto les llegara la hora ineludible, y se les impondra la sa-
grada obligacin de acaudillar a todos los espaoles en una
verdadera Cruzada.Es conocida la estadstica que el jefe de la oposicin
monrquica, don Jos Calvo Sotelo, ley en el Congreso de los
Diputados para denunciar los delitos que por orden de los centros
marxistas de Espaa se haban cometido entre el 17 de febrero de
1936 y el 31 de marzo del mismo ao. Esa estadstica daba las
siguientes cifras
Asaltos y destrozos:
De centros polticos 58
De establecimientos pblicos y privados 72
De domicilios particulares 33
De iglesias 36TOTAL 199
Incendios:
De centros polticos 2
De establecimientos pblicos y privados 45
De domicilios particulares 15
De iglesias 106TOTAL 168
Huelgas generales 11
Motines 169
Tiroteos 39
Agresiones 85
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Heridos 345
Muertos 74
Como complemento de estos datos, los treinta y cuatro
ltimos das de gobierno del Frente Popular ofrecen el resumensiguiente:
Muertos 47
Heridos 216
Huelgas 38
Bombas y petardos 53Incendios totales o parciales 52
Atracos, atentados; agresiones 99
Adversarios polticos del Frente Popular
encarcelados por el terror policaco 12.000
En su libro Preparacin y desarrollo del Alzamiento nacional
recuerda el autor, don Felipe Bertrn y Gell, un prrafo del
discurso que el gran orador republicano don Emilio Castelar
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pronunci el ao 1873 para describir los horrores a que Espaa
haba sido conducida por la primera Repblica. La descripcin
deca: Una dictadura demaggica en Cdiz; sangrientas
rivalidades en Mlaga, que causaron la huida de casi la mitad desus habitantes; el desarme de la guarnicin de Granada, despus
de crueles batallas; las bandas de Sevilla y Utrera; los incendios y
los asesinatos de Alcoy; la anarqua, en Valencia; las partidas, en
Sierra Morena; el campo de Murcia, entregado a la demagogia; loa
burgos de Castilla, convocando desde las fbricas a una guerra de
Comunidades, como si Carlos de Gante hubiera desembarcado
otra vez en las costas del Norte; una horrible e histrica escena de
querellas y pualadas entre los cantonalistas y los defensores del
Gobierno de Madrid; la capital de Andaluca, en armas; Cartagena,
en delirio; Alicante y Almera, bombardeadas; la Escuadra
espaola, pasando del pabelln rojo al pabelln extranjero...
Esta evocacin de la Espaa de 1873, tan nutrida de espanto,
no bastara, sin embargo, a describir la situacin poltica y socialdel pas bajo el Gobierno de la segunda Repblica, o, mejor dicho,
bajo el ltigo del Frente Popular. Y an era ms estremecedor el
porvenir que se nos deparaba que el angustioso presente. Los
jefes del comunismo universal haban decretado ya que un
determinado da del mes de mayo de 1936 toda la campaa de
agitacin criminal, llevada metdicamente a cabo sobre elensangrentado cuerpo de Espaa, sera coronada por un asalto al
Poder poltico y por la instauracin de un rgimen de Soviets,
montado sobre la consabida triloga de los soldados
revolucionarios, los obreros y los campesinos. La fecha de mayo
acordada en Mosc hubo de quedar sin efecto porque para la
batalla decisiva pareci escasa la preparacin llevada a cabo hastaentonces. Resolvi el comunismo trasladar al da 29 de julio del
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mismo ao, o quiz al 1 de agosto, la vasta operacin proyectada.
Tan segura del triunfo estaba la revolucin internacional, que, a
pesar de su conocida aficin al clandestinaje, los principales
agentes y directores del marxismo no hacan ya secreto de suspropsitos. As, por ejemplo, el 24 de mayo, con ocasin de un
mitin celebrado en Cdiz, declaraba el lder Largo Caballero, en su
calidad de jefe del ala izquierda socialista: Cuando se rompa el
Frente Popular, que se ha de romper, el triunfo del proletariado
ser seguro; implantaremos la dictadura del proletariado, que no es
opresin contra la masa obrera, sino contra la clase burguesa y
capitalista.
La misma documentacin, oficial y secreta, del Komintern, con
todas sus consignas, rdenes y contrardenes dirigidas a los
centros revolucionarios de Espaa, no solamente era conocida del
Gobierno y de la Polica, sino que circulaba en copias, bastante
abundantes y al alcance de cuantos espaoles queran conocerla.
Hay un documento muy interesante de esa poca a que me refiero.Es, como si dijramos, la Orden general de operaciones que
dict Mosc cuando ya faltaban pocos das para el
desencadenamiento de la ofensiva general. Ese documento fue
repartido a todas las clulas comunistas de Espaa el da 6 de
junio de 1936. Merece que lo reproduzcamos. Deca:
ORDENES Y CONSIGNAS
a) Es urgente acusar, aun cuando no acten, a todos los
elementos directivos de las agrupaciones polticas llamadas
Falange Espaola, nacionalistas de Albiana, Accin Popular,
partido radical, Renovacin Espaola o monrquicos de Alfonso
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XIII, tradicionalistas o carlistas y a las Juventudes de esos partidos,
al Gobierno, a los elementos de la Direccin General de Seguridad,
a los gobernadores y a los alcaldes, sin ninguna clase de reparo ni
de titubeo, simulando e inventando, si es necesario, las relacionesy complicidades de los acusados con los elementos fascistas.
Deben emplearse todos los procedimientos que el ingenio sugiera,
y lo mejor es conseguir la detencin de los acusados para anular
as cualquier posibilidad de accin por parte de los mismos. Las
acusaciones deben extenderse no slo a los afiliados y
simpatizantes, sino tambin a los familiares y criados de los
mismos que pudieran sentir escrpulos al contemplar las deten-
ciones de los dems. Cada autoridad dispondr que las
detenciones sean intervenidas directamente por los milicianos de
filiacin marxista, y a los detenidos se les convencer
adecuadamente de que la violencia seria llevada ipso facto a su
mximo rigor si se produjera cualquier actuacin posterior de los
acusados o de sus cmplices.b) Hay que reforzar los grupos de choque y vigilancia de los
cuarteles, y entregar pistolas-ametralladoras a los militantes que
an no las posean. Estos grupos de choque y vigilancia estarn
enlazados con los que han de asaltar los cuarteles, los cuales
mantendrn a su vez enlace con el Comit comunista de cada
cuartel, y vestirn uniforme de soldado. Sern mandados pormilitares efectivos, de los que actualmente se dispone con absoluta
incondicionalidad. Entablada la lucha entre el grupo de choque y la
guarnicin del cuartel, los asaltantes tendrn fcil la entrada, se
pondrn inmediatamente en contacto con el Comit respectivo y
decidirn el plan de ataque dentro del propio cuartel.
c) Los Comits interiores de los cuarteles renovarn cada dos
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das sus relaciones de personal, clasificndolo, mediante signos y
colores, en enemigos, neutros, simpatizantes y adictos. Iniciada la
rebelin, el personal del Comit interior, bajo su directa
responsabilidad, eliminar rpidamente y sin vacilacin alguna atodos los que figuren en la clasificacin como enemigos, sin olvidar
que esta eliminacin debe alcanzar a Jefes, Oficiales, clases y
soldados. Cada miembro del Comit interior tomar las medidas
oportunas para llevar consigo, sin peligro de ser descubierto, la
relacin de los individuos de cuya eliminacin debe encargarse
personalmente. A los calificados como neutros se les someter a
vigilancia estrecha para evitar que reaccionen en sentido contrario,
procurando que su simpata se decida por la revolucin. Una vez
triunfante el golpe de mano, estos elementos neutros sern
duramente probados, y de ese modo desaparecer el peligro de los
cambios de actitud a que suelen inclinarse siempre estos
temperamentos poco resueltos, Los Comits interiores de los
cuarteles cuidarn de que los grupos exteriores de vigilancia entrenen el edificio so pretexto de ayudar a la fuerza para dominar la
rebelin. Al frente de cada unidad de grupos reunidos figurar el
jefe del grupo asaltante, al que todos obedecern, sin discutir su
calidad o su jerarqua. Cualquier discusin sobre este punto ser
sancionada inmediatamente y sobre el terreno por los dos
miembros ejecutores que tendr a su disposicin el jefe de grupo.d) Quedan modificados los grupos encargados de atacar y
eliminar a los Generales, tengan o no mandos; a los jefes de
Cuerpo y a los Coroneles, tengan asimismo mando o no lo tengan,
y sean de este o del otro matiz. Los ataques a los primeros estarn
a cargo de grupos formados por diez hombres. Dos de ellos, por lo
menos, irn provistos de pistolas-ametralladoras. Se advierte quelos Generales suelen ir acompaados de dos ayudantes o
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imprudencias, y se fijarn castigos ejemplares cuando sea
necesario un escarmiento.
i) Los militares que han de ser ms vigilados son los que
figuran como simpatizantes y adictos. Estas personas, llegadas anuestras filas, son elementos de conducta indeseable dentro del
Ejrcito, y con ellos ha de seguirse la misma tctica que se sigui
en Rusia: en el primer trmino se les utiliza, y luego se les da el
trato de enemigos, pues para que nuestra obra se consolide es
preferible un oficial neutro que uno que haya sido ya traidor a los
suyos, y maana pueda traicionar nuestra causa.
j) Debe llevarse con la mxima actividad la instruccin de las
milicias en cuanto a los movimientos, as como los ejercicios de
tiro, para lograr la mayor disciplina y la mxima eficacia en el
manejo de las armas de fuego, acostumbrando a todos a que
cumplan sin titubeos la misin que a cada uno se confe, y
hacindoles ver el peligro que para su vida representa la tibieza o
la traicin. Diariamente, y aprovechando la noche, se explicar la
tctica de la lucha en las calles. Las milicias encargadas de
defender poblaciones se situarn en las inmediaciones de los
lugares de salida, a fin de impedir que, derrotado el Ejrcito, pueda
marcharse al exterior de la ciudad. Se colocarn los nidos
metlicos de las ametralladoras mirando hacia las ciudades, y
cuando se vea que las fuerzas militares intentan salir, se les harfuego, llegando a utilizar las bombas de mano, si ello fuese
necesario. Otras milicias se situarn a un kilmetro de las ciudades
principales, con los mismos elementos que las anteriormente
citadas, as como con camiones blindados, armados con
ametralladoras, y tendrn como misin impedir por todos los
medios la llegada de refuerzos enemigos a las poblaciones. Estas
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milicias, prximas y alejadas, estarn enlazadas por medio de
automviles ligeros, dotados de pistolas-ametralladoras, y en la
mitad del camino habr reserva de ciclistas por si el auto sufre
avera. Asimismo, desde el interior de las ciudades hasta el lugaren que se encuentren las milicias contiguas habr enlaces de
ciclistas, que les tendrn al corriente de la marcha de la rebelin.
No es necesario encarecer la importancia y significacin de
este documento. Por s solo aclara mucho de cuanto sucedi en
Madrid a partir del 18 de julio de 1936. En sus prrafos se anunciacon fro horror aquel paisaje increble del asalto al Cuartel de la
Montaa; de los Jefes y Oficiales asesinados en masa; de los
centenares de caballeros de nuestra Escuadra arrojados al mar; de
los millares y millares de crmenes cometidos en la carne pura e
indefensa de ancianos, hombres maduros, mujeres y verdaderos
chiquillos; de los cien mil torturados y fusilados en Madrid; de las
noches temblorosas, cruzadas de disparos sobre las vctimas
previamente escogidas; de las violaciones, asaltos y homicidios,
robos a punta de pistola, saqueos, depredaciones, incendios,
sacrilegios, blasfemias, degeneracin sexual, corrupcin del alma
de los nios, prostitucin de la mujer y arrasamiento de todo lo
noble, exquisito y celeste que existe en la personalidad humana.
Ese documento es la revelacin acabada del gran monstruo queintento ahogar a Espaa, y que ahora, aniquilado aqu, vuelve sus
ojos sangrientos hacia otros pueblos.
Llegaron esas instrucciones a Madrid, como antes he dicho,
durante el mes de junio de 1936. Tuvo el autor de este libro
ocasin de leerlas porque muy pronto pasaron a enriquecer el
archivo secreto de nuestros Jefes militares. Mediado el mes de
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nombrado por el Frente Popular.
Considero imposible situar con la necesaria exactitud la gran
figura del General Franco en el centro de la Historia de Espaa sin
tener en cuenta el valor poltico, moral y militar de esa carta, en laque el patriotismo, la prudencia y la sabidura de Franco lanzan al
mundo espaol, sin violar para nada los esenciales conceptos de
jerarqua y deber, el ltimo grito de angustia, aquel que si hubiera
sido escuchado pudo todava evitar la catstrofe, pero que,
desodo, anunci la tragedia irremediable.
Todo el que lea con el necesario cuidado ese documento delque luego haba de ser, por designio de Dios, Caudillo de Espaa,
llegar a comprender algo que la puerilidad o la malicia europea no
han querido entender durante los tres aos de guerra. Despus de
la generosa y elevadsima advertencia que Franco formula,
quines merecen el ttulo de leales a Espaa y quines son los
verdaderos rebeldes contra ella? Quines los que representan al
Poder legtimo y quines los facciosos? La carta aludida dice lo
siguiente
El General de Divisin, Comandante militar de las islas Canarias.
Santa Cruz de Tenerife, 23 de junio de 1936.
Respetado Ministro, Es tan grave el estado de inquietud que en el
nimo de la oficialidad parecen producir las ltimas medidas militares, quecontraera una grave responsabilidad y faltara a la lealtad debida si no
hiciese presentes mis impresiones sobre el momento castrense y sobre los
peligros que para la disciplina del Ejrcito tienen la falta de interior
satisfaccin y el estado de inquietud moral y material que se percibe, sin
palmaria exteriorizacin, en los Cuerpos de oficiales y suboficiales.
Las recientes disposiciones que reintegran al Ejrcito a los jefes y
oficiales sentenciados en Catalua, y la ms moderna de destinos, antes de
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smbolo de conspiracin y desafecto. De la falta de ecuanimidad y justicia de
los poderes pblicos en la administracin del Ejrcito surgieron el ao 1917
las Juntas militares de Defensa. Hoy pudiera decirse virtualmente, en plano
anmico, que las Juntas militares estn hechas. Los escritos que
clandestinamente aparecen con I. iniciales U. M. E o U. M. R. son sntomasfehacientes de su existencia y heraldo de futuras luchas civiles si no se
atiende a evitarlo, cosa que considero fcil, con medidas de consideracin,
ecuanimidad y justicia. Aquel Movimiento de indisciplina colectiva de 1917,
motivado en gran parte por el favoritismo y la arbitrariedad en la cuestin de
los destinos, fue producido en condiciones semejantes, aunque en peor
grado, que las que hoy se sienten en los Cuerpos de Ejrcito.
No le oculto a V. E el peligro que encierra este estado de concienciacolectiva en los momentos presentes, en que se unen las inquietudes
profesionales con aquellas otras de todo buen espaol ante los graves
problemas de la Patria. Apartado muchas millas de la Pennsula, no dejan de
llegar hasta aqu noticias, por distintos conductos, que acusan que este
estado que aqu se aprecia existe igualmente, tal vez en mayor grado; en las
guarniciones peninsulares e incluso entre las fuerzas militares de Orden
pblico. Conocedor de la disciplina, a cuyo estudio me he dedicado muchosaos, puedo asegurarle que es tal el espritu de justicia que impera en los
cuadros militares, que cualquier medida de violencia no justificada produce
efectos contraproducentes en la masa general de la colectividad, al sentirse
a merced de actuaciones annimas y de las calumniosas delaciones.
Considero un deber hacer llegarla su conocimiento lo que creo de una
gravedad tan grande para la disciplina militar, que V. E. puede fcilmente
comprobar si personalmente se informa de aquellos generales y jefes deCuerpo que exentos de pasiones polticas viven en contacto y se preocupan
de los problemas ntimos y del sentir de sus subordinados.Francisco
Franco.
La lectura de esta carta nos devuelve a las primeras palabras
del captulo presente la guerra espaola de 1936 a 1939 no puede
ser considerada como un pronunciamiento; esto es dice Ortega y
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Gasset en su Eplogo para ingleses1 inadmisible aun como
simple designacin de hechos. Yo me pregunto si dentro del
concepto de lealtad cabe una actitud ms desinteresada y ms
pulcra que la adoptada por el General Franco ante el Ministro de laGuerra del Frente Popular. Ha sido y sigue siendo incomprensible e
intolerable que durante toda la guerra una buena parte de Europa,
aquella precisamente que tena para la Espaa nacional mayores y
ms estrictas exigencias, haya desconocido deliberadamente el
documento fechado en Santa Cruz de Tenerife y se haya
entregado a una pueril y elemental definicin verbalista de los
hechos espaoles, tomando como puntos de referencia
informaciones absurdas acerca de Espaa o superficiales
comentarios periodsticos. Fue asombroso ver cmo Franco y
todos los que con Franco estbamos pasamos por arte de
birlibirloque a la categora de desleales y rebeldes. Los enemigos
de Franco ostentaban, no se sabe por qu, el ttulo de leales y le-
gtimos. De simplificar tan graciosamente este problema y otrosparecidos, ha botado ese dramtico no entender una palabra de los
asuntos espaoles que ha caracterizado las interpretaciones
europea y norteamericana de nuestra guerra, y que de hecho viene
siendo la nota principal de cuanto se dice y se escribe sobre
Espaa desde hace muchos aos.
Cuando el Ejrcito nacional y todos los espaoles resueltos asalvarse de las masas comunistas clamaban su angustia con tanta
claridad y firmeza y anunciaban los riesgos del inmediato futuro;
cuando la conturbacin y la convulsin de nuestro pueblo
alcanzaban lmites extremos, ms all de los cuales no caba ya la
paz, un hecho de caracteres especialmente siniestros y brutales
1Ultima edicin de La Rebelin de las Masas.
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vino a rebasar esos lmites y trajo en su seno la declaracin de
guerra. El da 13 de julio de 1936, en las horas plidas de la
madrugada, fue asesinado el jefe de la oposicin parlamentaria,
don Jos Calvo Sotelo.En uno de los combares librados durante la guerra sobre el
frente de Madrid cay prisionero de las tropas nacionales un
soldado de la guardia de Asalto llamado Aniceto Castro. Este
hombre, ms que a revelar el secreto de aquel crimen de Estado
que conmovi al mundo, vino a confirmarlo.
Por la declaracin del soldado Castro, presente en losmomentos del asesinato, sabemos que en el cuartel llamado de
Pontejos, contiguo al Ministerio de la Gobernacin, se pact, urdi
y dispuso minuciosamente todo lo relativo a la muerte de Calvo
Sotelo. Dos das antes haba cado, vctima de un atentado, un
teniente de guardias de Asalto, apellidado Castillo. Este hecho se
present entonces como muestra de la actividad combatiente y
agresiva de Falange Espaola; pero ni en aquellos instantes ni
ahora se ha podido hacer toda la luz necesaria sobre los orgenes
del suceso, la personalidad de los autores e inductores, los
mviles, designios y alcance del asesinato cometido cerca de la
calle de Fuencarral. En cambio, es absolutamente exacto que en el
Parlamento, en los centros polticos y hasta en los cafs de Madrid
hablaban los elementos comunistas de la necesidad de eliminar avarios jefes polticos anticomunistas; y el primero en la lista era
Calvo Sotelo. El mismo da que ste cayera deban morir
igualmente don Jos Antonio Primo de Rivera, Jefe de Falange
Espaola; don Antonio Goicoechea, Jefe de los monrquicos
alfonsinos, y don Jos Mara Gil Robles, presidente de Accin
Popular. El primero de estos tres se hallaba encarcelado por la
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polica; los otros dos fueron buscados en sus domicilios el 13 de
julio; los asesinos renunciaron a su misin al ver que las vctimas
husmeadas no se encontraban en Madrid. El nico que tenan a su
alcance era el ex ministro de Hacienda de la Dictadura. Aunarrebatados por las consignas de destruccin y de muerte que
necesitaban cumplir, quisieron contar con un pretexto y una
ocasin que diera al asesinato de Calvo Sotelo cierto aire de
venganza popular y proletaria. Vino a traer esa ocasin y ese
pretexto la muerte misteriosa del teniente Castillo, comunista de
accin; ni el partido comunista, ni el Gobierno del Frente Popular, ni
su Polica se han credo en el caso de revelar los ltimos secretos
del suceso que cost la vida a este Oficial del Cuerpo de Asalto. A
quin sirvi su muerte?
Fijado el expediente, un grupo de milicianos (uniformados
varios de ellos) recurdese el documento comunista reproducido
en pginas anteriores conducido por un capitn traidor a la
Guardia civil y acompaado por un pelotn de guardias, ocup lacamioneta nmero 17 y, al filo de las tres de la maana, se dirigi a
la residencia de don Jos Calvo Sotelo. La Direccin General de
Seguridad supo desde el primer instante lo que aquellos
degenerados se proponan hacer. Revestidos de la autoridad que
el Estado republicano haba delegado en ellos, los guardias de la
camioneta, pertenecientes, con algunas excepciones, a las clulascomunistas de Madrid, violaron el domicilio de su vctima, cortaron
las comunicaciones de la casa con el exterior, arrancaron al Jefe
monrquico del seno de su familia, sin la menor piedad hacia la
esposa y los hijos, le engaaron con sin igual villana dndole a
entender que mientras estuviera entre agentes de la autoridad no
deba temer ningn desafuero, y le afirmaron que todo se reduca auna precaucin policaca encaminada a garantizarle la vida.
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Recordemos nuevamente la instruccin secreta del documento
llegado a Madrid desde Mosc en junio de 1936 y releamos aquella
parte en que se dice a los grupos de milicianos que cuando
detengan a un enemigo del comunismo para eliminarle lo harnfingiendo prestarle una ayuda de carcter personal para su
defensa.
De nada sirvi el privilegio de inmunidad que como diputado
de la Nacin pona al seor Calvo Sotelo a cubierto de toda
intervencin policaca, sin previa decisin de las Cortes. Nada
sirvi de nada. Entre esbirros de horrible memoria baj el Jefe
monrquico a la calle de Velzquez y fue obligado a sentarse en la
camioneta nm. 17, mientras sonrean bestialmente sus asesinos.
Detrs de la vctima colocse, por orden del traidor capitn
Conds, un criminal de profesin, llamado Vctor Crouce, de quien
slo recuerda el soldado Castro en sus declaraciones que haba
sido en tiempos anteriores pistolero a sueldo de la polica especial
encargada de guardar y defender al General Gerardo Machado,Presidente de la Repblica de Cuba. Apenas haba la camioneta
rodado unos centenares de metros, cuando a un signo del capitn
Condes, el pistolero, a traicin, y por la espalda, dispar un tiro
sobre la parte posterior del crneo de don Jos Calvo Sotelo. Cay
ste muerto en el acto y qued su cuerpo, muy robusto, en el
estrecho espacio existente entre dos bancos del vehculo policaco.Hzose un sombro silencio entre todos los que haban asistido al
crimen, y el conductor, perfectamente advertido y adiestrado de
antemano, tom la direccin del cementerio del Este. All, cuatro de
los asesinos sacaron el cadver y lo arrojaron sobre un montn de
tierra del Camposanto, diciendo, entre sarcsticos y cobardes, al
sepulturero: Ah tienes este fiambre. Debe ser un sereno que hamuerto en la calle durante la noche.
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A partir de la madrugada de aquel 13 de julio inolvidable
puede decirse que Espaa pasaba solemnemente,
dramticamente, a la situacin oficial y pblica de guerra civil. Ya
no caban remedios parciales. No era solamente que la revolucininternacional hubiese fijado ya la fecha del 29 de julio o del 1 de
agosto para iniciar su ofensiva, sino que el Estado espaol se
aada resueltamente a las fuerzas revolucionarias del modo ms
directo y elemental, poniendo los agentes de la fuerza pblica al
servicio del crimen poltico. El Gobierno del Frente Popular
declaraba rotundamente la guerra a todos sus enemigos. Esos
enemigos eran millones de espaoles que venan sufriendo las
ms graves persecuciones y los ms dolorosos agravios. En
nombre de la lealtad a Espaa, en defensa de los principios
cristianos y de su propia vida, aceptaron la declaracin de guerra.
Desde aquel momento, el Gobierno del Frente Popular pas a ser
un rebelde contra la Ley, un rebelde contra la Justicia, un rebelde
contra la Lealtad y contra la Historia de nuestro pueblo. Frente a surebelin, la Espaa nacional se puso en pie. Al frente de ella, como
siempre que suena una hora decisiva, estaba el Ejrcito nacional.
Nuestra lucha tuvo desde el primer instante el claro sentido de un
combate abierto entre la civilizacin y la demagogia. La tarea iba a
ser ruda, el camino largo, el esfuerzo agotador. Es, en efecto
dice el autor de la La Rebelin de las Masas muy difcil salvaruna civilizacin cuando le ha llegado la hora de caer bajo el poder
de los demagogos. Los demagogos han sido los grandes
estranguladores de civilizaciones. La griega y la romana
sucumbieron a manos de esta fauna repugnante que haca
exclamar a Macaulay: En todos los siglos, los ejemplos ms viles
de la naturaleza humana se han encontrado entre los demagogos.Esa difcil tarea de salvar una civilizacin es la que tom sobre s
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OPERACIONES MILITARES
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CAPITULO II
EL ALZAMIENTO DEL EIRCITO Y DE LOS PARTIDOSNACIONALES
El apoyo del pueblo al Ejrcito. Movilizacin de Falange Espaola.
La gran preparacin de los carlistas navarros. Una visita a Mussolini.
El General Mola, nombrado Gobernador militar de Pamplona.Pactos y compromisos de Mola con la Comunin Tradicionalista.
Una carta del General Sanjurjo. Renovacin Espaola y Accin
Popular. Melilla se subleva. Le siguen Tetun, Ceuta y Larache.
Balance de triunfos y fracasos del Alzamiento en las ciudades
espaolas. Secreto viaje del General Franco a Marruecos. Franco
lanza su consigna de Fe ciega en el triunfo. Notas sobre la
personalidad del joven Caudillo. Comienza la guerra. Panorama
geogrfico de Espaa
Una de las cosas menos fciles para los espaoles es guardar
durante mucho tiempo un secreto poltico. Se ha dicho alguna vez,
exagerando la broma, que en Espaa apenas hay necesidad de
costear un Cuerpo de investigacin policaca, porque a quien
quiera saber aun aquello que es noticia de muy pocos, le basta conasistir asiduamente a unas cuantas tertulias de caf.
Toda Espaa saba, con ms o menos seriedad y exactitud,
que determinados jefes muy prestigiosos de nuestro Ejrcito venan
preparando un Alzamiento general, y que esos jefes mantenan
estrechas conexiones con los delegados y representantes de
algunos partidos polticos. Los confidentes a sueldo habaninformado al Gobierno; los propios directores de los partidos se
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cada uno en el puesto que sus mandos inmediatos le haban
sealado.
Potencialmente, los camisas azules ofrecan al Movimiento
nacional 10 12.000 combatientes; se tropezaba, sin embargo, conla dificultad de que esos 10 12.000 hombres se hallaban
diseminados por los pueblos de las distintas provincias espaolas,
y como el Gobierno de Madrid dominaba las comunicaciones,
haba de ser extremadamente difcil concentrarlos en las ciudades
o en lugares militarmente convenientes. As sucedi, por ejemplo,
que dispuestos tericamente 1.500 falangistas para ayudar a los
Jefes y Oficiales encargados de la sublevacin en Sevilla, slo se
presentaron 15 en la hora inicial; los dems fueron incorporndose
poco a poco, a medida que la guarnicin sevillana se iba haciendo
duea de los pueblos y del campo. nicamente la ciudad de
Valladolid y los pueblos inmediatos a la misma, as como la zona
navarra riberea de Aragn y de la Rioja, hallaron facilidades para
movilizar y reunir desde el primer momento todas sus juventudesfalangistas.
Actividades del carlismo en la
preparacin del Alzamiento
Grandsima contribucin de sangre moza deba ofrecer desdeel mismo da 18 de julio de 1936 el partido carlista. Este prevaleca
casi por entero en la provincia de Navarra, en donde la autoridad
militar dominaba perfectamente la situacin y poda someter, sin
gran esfuerzo, a las fuerzas del Gobierno de Madrid. Las
juventudes carlistas, gloriosamente conocidas hoy en el mundo por
el nombre histrico de requets, se haban puesto de antemanoa las rdenes incondicionales del General Mola, jefe militar de
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ellas son de primera mano, y se refieren a las actividades del
partido carlista en su proyeccin navarra, as como a los tratos y
compromisos del carlismo con el Gobernador militar de Pamplona y
de ste con aqul.No vacilo en recomendar la lectura de las Memorias de la
conspiracin, cuyo autor, Antonio Lizarza Iribarren, fue Delegado
regional de los requets de Navarra y prepar a las juventudes
carlistas de su provincia de manera eficacsima. Es importante,
igualmente, consultar el diario de la conspiracin que lleva el
ttulo de Alzamiento en Espaa y se debe a la pluma de Flix B.
Maz, hombre de confianza y de accin, a las rdenes directas,
personalsimas y secretas del General Mola. No estar de ms leer
las conmovedoras pginas que escribi Iribarren, secretario del
citado General, aunque el libro en cuestin agot, segn parece, su
primera edicin en un santiamn y resulta difcil encontrarlo. Otro
tanto sucede con la Historia de la Guerra de Liberacin,
publicada por el Estado Mayor Central del Ejrcito. Finalmente,envo a mis lectores al libro, excelentsimo, de Santiago Galindo
Herrero acerca de Los partidos monrquicos bajo la segunda
Repblica, en el que hallarn un claro resumen de los trabajos
llevados a cabo por el carlismo navarro para organizar el
Alzamiento.
* * *
Desde que advino la segunda Repblica, el Partido Carlista o
Comunin Tradicionalista tuvo la impresin de que llegaba para los
legitimistas una hora histrica especialmente propicia. Y si, de
una parre, se firmaron pactos patriticos entre Don Alfonso XIII y
Don Jaime de Borbn, a fin de lograr la unidad de accin de los
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monrquicos, de otra se procur reunir en un solo frente de ataque
y defensa a carlistas e integristas, con lo que los campamentos
antirrepublicanos sintieron acrecentada su moral combativa.
En 1934 Don Alfonso Carlos, rey de Espaa para los carlistas,nombr Delegado suyo, o Secretario general del partido, a don
Manuel Fal Conde. Este, a su vez, design al diputado Sr.
Zamanillo, Delegado nacional de Requets, y a don Antonio
Lizarza, Delegado regional de Requets de Navarra.
Un ao antes tres monrquicos don Antonio Goicoechea, en
nombre de Renovacin Espaola; don Rafael Olazbal, enrepresentacin de los Tradicionalistas; el Sr. Lizarza por los
Requets, y el Teniente General don Emilio Barrera con su propia
personalidad fueron recibidos en Roma por Mussolini, de quien
solicitaron ayuda para el caso de una sublevacin nacional contra
la Repblica. El Duce italiano prometi solemnemente contribuir
con 20.000 fusiles, 20.000 granadas de mano, 200 ametralladoras
y un
milln y medio de pesetas en metlico.
Como consecuencia de la acogida que Mussolini tuvo para los
visitantes espaoles, salieron de Navarra hacia Italia algunas
expediciones de jvenes requets para instruirse en manejo de
ametralladoras, fusiles-ametralladores y bombas de mano.
Aquellos muchachos dice Lizarza pasaban por oficiales
peruanos en viaje de prcticas.
Tambin por aquel tiempo se public un Compendio de
Ordenanzas, Reglamentos y obligaciones del "boina roja", jefe de
patrulla y jefe del Requet; lo redact el dos veces laureado
General don Jos Enrique Varela, que se ocultaba tras el seu-
dnimo de Don Pepe. Varela, disgustado con Don Alfonso XIII,
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se haba incorporado al Tradicionalismo y era, secretamente, el
Jefe militar de Requets de toda Espaa. La organizacin de los
Requet, fue concebida por Varela en un sistema de Tercios,
Compaas, Piquetes, Grupos y Patrullas. Este orden remplaz alde las Decurias, adoptado tiempo antes.
El 21 de marzo de 1935 se concentraron en Estella 3.000
boinas rojas con alguna instruccin militar. Y a lo largo del citado
ao creci vigorosamente esa fuerza del Tradicionalismo navarro.
Influy poderosamente en ello la presencia entre los requets de
un bravo jefe del Ejrcito, el entonces teniente coronel don Ricardo
de Rada, nombrado Inspector nacional de boinas rojas en vista
de que el General Varela, por hallarse muy vigilado, no poda viajar
con la necesaria libertad entre Madrid y Pamplona.
En San Juan de Luz (Francia) empez a trabajar una Junta
Suprema Carlista integrada por el General Muslera, el teniente
coronel Baselga y el capitn Sanjurjo, a las rdenes de Fal Conde y
del Prncipe Don Javier de Parma. El Inspector nacional y los
Delegados regionales de Requets tenan asiento en la citada
Junta, a la que tambin se incorpor el comandante don Luis
Villanova.
A primeros del ao 1936 fue designado Jefe militar de los
Requets navarros el teniente coronel don Alejandro Utrilla. Se
importaron armas y fueron escondidas en rincones que la Polica
no lleg a descubrir. Se crearon talleres clandestinos para la
fabricacin de bombas de mano.
En junio de 1936 la organizacin de los Requets navarros
estaba ultimada. Se tena ya encuadrada una fuerza de 8.400
"boinas rojas", que al primer aviso saltaran en pie de guerra.
El potencial navarro prometa elevar ese nmero hasta
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Le recibi en la estacin el coronel Solchaga, Jefe del Regimiento
de Amrica nm. 23, de guarnicin en la capital navarra. Los
oficiales se felicitaron. Ya tenan jefe. Efectivamente, pronto se
puso al frente de los ncleos conspiradores.2
Desterrado Sanjurjoen Portugal, alejado Franco a Tenerife, quin ms que Mola poda
tomar el mando inmediato?
Pas algo ms de un mes en observaciones exploratorias y en
tanteos. Quera estar cierto del nimo que prevaleca en la
guarnicin y entablar relaciones con los carlistas navarros, con
quienes tendra que contar desde los primeros momentos. Hasta el
19 de abril de 1936 no comunic su decisin de asumir la jefatura
de cuantos trabajos se encaminaran a la mejor preparacin de un
alzamiento. Haba que apresurarse; Mola tena en su poder
incluso las claves que sealaran las rdenes para el comienzo del
movimiento marxista.3
El General Rodrguez del Barrio, designado secretamente
para tomar el mando en Madrid, enferm gravsimamente. Fue
necesario remplazarle e le sustituy el General Fanjul.
El General Varela tuvo que salir hacia Cdiz y permanecer
confinado all, para terminar en el encierro de la prisin militar.
El General Orgaz fue enviado a Canarias, tambin desterrado.
Mola se iba quedando casi solo y tena que afrontar graves
responsabilidades. La primera se le presentaba en forma de
negociacin con el Partido Carlista, cuya especial sensibilidad no
creo que le fuera muy conocida.
2 Santiago Galindo Herrero: Los Partidos monrquicos bajo la
Segunda Repblica3Ibid.
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La Comunin Tradicionalista se suma con todas sus fuerzas en toda
Espaa al Movimiento militar para la salvacin de la Patria, supuesto que el
Excmo. Sr. General Director acepta como programa de gobierno el que en
lneas generales se contiene en la carta dirigida al mismo por el Excmo.
Seor General Sanjurjo, de fecha de 9 ltimo. Lo que firmamos con larepresentacin que nos compete. Javier de Barbn Parma. Manuel Fui
Conde.
Cul era el programa de Sanjurjo? Helo aqu, en la carta
remitida a Mola:
9 de julio de 1936.
Querido Emilio: Enterado de su notable y patritico trabajo de
organizacin y de unin de pareceres, tanto para la preparacin del
Movimiento como para la estructuracin del pas una vez que hayamos
triunfado. Ratos desagradables son stos, pues siendo varios los que
intervenirnos, y ms siendo espaoles, es difcil el empeo de aunar, pero no
imposible, dado el patriotismo de codos.
Mi parecer sobre la bandera es que se deba, por lo pronto,solucionarse dejando a los tradicionalistas que usen la antigua, o sea la
espaola, y que aquellos Cuerpos a los que hayan de incorporarse fuerzas
de esta Comunin no lleven ninguna. Esto de la bandera, como usted
comprende, es cosa sentimental y simblica, debido a que con ella dimos
muchos nuestra sangre y envuelto en ella fue enterrado lo ms florido de
nuestro Ejrcito, y se dio el caso de que en nuestra guerra civil entre
tradicionalistas y liberales, unos y otros llevaron la misma ensea. Encambio, la tricolor preside el desastre que est atravesando Espaa. Por eso
me parece bien lo que me dicen de que usted ha prometido que el primer
acto de gobierno ser la sustitucin de la misma. Ya veo que hay algunos de
nuestros compaeros a quienes no agrada esta solucin, pero no dudo de
que han de convencerse, y en todo caso habrn de someterse, teniendo en
cuenta estas razones y